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100 Clásicos de la Literatura

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Ahora bien, aquí Tom Sawyer se mostraba muy injusto. Jim no intentaba ofenderle, y yo tampoco quería hacerlo. Sabíamos muy bien que él tenía razón y que nosotros estábamos equivocados, todo lo que intentábamos hacer era saber cómo haríamos tal cosa, eso era todo; y la única razón por la que él no podía explicarlo, de manera que pudiésemos entenderlo, era porque nosotros éramos ignorantes…, sí, y muy lerdos también, no voy a negarlo; pero ¡demonios!, no es ningún crimen, creo yo.

Sin embargo, él no quiso saber nada más del asunto; sólo nos dijo que si hubiéramos abordado el asunto con el ánimo apropiado, él habría reclutado dos mil caballeros, y los habría vestido con una armadura de acero de pies a cabeza, y a mí me habría nombrado teniente y a Jim ranchero, y él tomaría el mando para expulsar hacia el mar a todo el grupo de infieles como si fuesen moscas, y regresar por el mundo cubierto de gloria, resplandeciente, como en una puesta de sol. Sin embargo dijo también que nosotros no sabíamos reconocer la oportunidad cuando se nos presentaba, y que él ya no nos la ofrecería nunca más. Y no lo hizo. Y cuando se empeña en una cosa, no se le puede hacer cambiar de opinión.

Pero no me importó demasiado. Soy pacífico, y no me gusta meterme en peleas con personas que no me han hecho nada. Reconocí que, si los paganos estaban contentos, yo también, y que podríamos dejarlo todo tal como estaba.

Ahora bien, Tom había sacado todas aquellas ideas disparatadas de los libros de Walter Scott, que siempre leía. Y aquélla era una locura, porque, en mi opinión, él nunca podría reclutar a esos hombres, y en caso de que así fuese, lo más probable es que le hubiesen dado una paliza. Yo cogí los libros y leí todo acerca de ellos, y lo que saqué en claro fue que la mayoría de las gentes que dejaron sus granjas para ir a las cruzadas pasaron una temporada de bastante bamboleo.

Capítulo 2

La ascensión en globo

Bueno, Tom siguió organizando una cosa tras otra, pero todas ellas tenían puntos lamentables, por lo cual tenía que dejarlas a un lado. Así que, al final, estaba desesperado la mayor parte del tiempo. Entonces comenzó a dar mucho que hablar a los periódicos de St. Louis la noticia de un globo que iba a partir hacia Europa, y a Tom se le ocurrió la idea de que tal vez le gustaría ir a ver qué aspecto tenía, pero no se decidía. Sin embargo, los periódicos continuaron refiriéndose al tema, así que pensó que, si no iba a verlo, quizá nunca se le presentaría una nueva oportunidad de ver un globo; además, averiguó que Nat Parsons bajaría a verlo, y claro, aquello acabó por decidirle. No iba a soportar que Nat Parsons, de regreso al pueblo, alardease de haber visto el globo, mientras él se quedaba escuchándole con la boca cerrada. De manera que quiso también que Jim y yo fuésemos, y hacia allí nos marchamos.

Era un globo grande y magnífico, tenía alas, ventiladores y toda clase de cosas. No era como esos globos que aparecían en los cuadros. Se hallaba situado lejos, en el límite del pueblo, en un solar que había en una esquina vacía de la calle doce. Había también una gran multitud a su alrededor, burlándose del globo, ya sabéis, diciendo que no podría elevarse, y del hombre que lo llevaba, un individuo delgado, pálido, con una suave luz de luna en los ojos. Aquello hacía que el hombre se enfureciese, se volvía hacia ellos, levantándoles el puño y los llamaba animales y ciegos. Les decía que algún día se darían cuenta de que habían estado, cara a cara, con uno de los hombres que alza naciones y construye civilizaciones, que ahora eran muy torpes para verlo, y que precisamente allí, en aquel mismo sitio, sus propios hijos y nietos le erigirían un monumento que duraría mil años, pero su fama lo superaría; y entonces la multitud rompía a reír de nuevo y comenzaba a chillarle y a preguntarle cómo se llamaba antes de casarse y qué le llevó a no estarlo más, cómo se llamaba el gato de la hermana de su abuela, y cosas así, todo eso que la muchedumbre puede decir cuando encuentra a alguien a quien acosar. Bueno, las cosas que le decían eran divertidas, sí, y también muy ingeniosas, no voy a negarlo, pero, con todo, no me parecía justo ni valeroso que toda esta gente, con mucha labia, se ensañara de forma tan mordaz con uno solo, y éste sin ningún talento para replicarles. ¡Pero, santo cielo! ¿Para qué querría él contestarles con tanto descaro? Se veía que no podía reportarle ningún beneficio, pues el resto de la gente consideraba que estaba chiflado. Él estaba en sus manos, ¿sabéis? Pero era su forma de ser, creo que no podía evitarlo; estaba hecho así, me parece a mí. Era una especie de creador, no había ningún mal en él, era precisamente un genio, según contaban los periódicos, lo cual no era culpa suya: no todos podemos estar cuerdos, tenemos que ser lo que somos. Por lo poco que sé, lo genios creen que lo saben todo, de manera que no hacen caso de los consejos de la gente, sino que van a su aire, lo cual consigue que les demás los abandonen y los desprecien, y eso es algo perfectamente natural. Si fuesen más humildes y escucharan e intentasen aprender, sería mejor para ellos.

El sitio en donde se hallaba el profesor dentro del globo era como un bote, grande y espacioso, y tenía compartimientos impermeables a su alrededor para mantener dentro toda clase de cosas. Un tipo podía sentarse sobre ellos y utilizarlos también como camas. Subimos a bordo, y dentro había unas veinte personas, metiendo las narices en todas partes y examinándolo todo. El viejo Nat Parsons también se encontraba allí. El profesor continuaba armando jaleo con los preparativos; entonces la gente bajó a tierra, dando tumbos y de a uno. El viejo Nat fue el último en salir. Por supuesto, no habría funcionado que lo dejáramos ir detrás de nosotros. No deberíamos movernos hasta que él se hubiese marchado; de ese modo, los últimos seríamos nosotros.

Sin embargo, él ya se había bajado, así que era nuestro momento de seguirle. Entonces oí un fuerte grito, y me di la vuelta… ¡y vi que la ciudad estaba cayendo rápidamente por debajo de nosotros! Me dio tanto miedo que me puse enfermo. Jim se volvió gris y no podía articular palabra. Tom no decía nada pero estaba muy entusiasmado. La ciudad continuó cayendo, cada vez más bajo, y más bajo, y parecía que nosotros no podíamos hacer nada más que permanecer colgados en el aire y quedarnos quietos. Las casas iban haciéndose pequeñas y más pequeñas, y la ciudad iba uniéndose cada vez más, los hombres y los carros parecían hormigas y escarabajos arrastrándose por allí, las calles eran como rendijas y luego hilos; y entonces todo se fundió y ya no había más ciudad, aquello era tan sólo una gran costra sobre la tierra, y me pareció que uno podría ver río arriba y río abajo unos miles de kilómetros, aunque por supuesto no se veía tanto. Al cabo de poco tiempo, la tierra era una pelota… tan sólo una bola redonda, de color apagado, con rayas brillantes, que serpenteaban y se ovillaban a su alrededor: eran los ríos. El tiempo se estaba volviendo bastante frío. La viuda de Douglas siempre me había dicho que el mundo era redondo como una pelota, pero yo nunca había hecho caso de aquellas supersticiones suyas, y por supuesto, de ésa especialmente, porque yo podía ver, yo mismo, que el mundo tenía forma de plato, y que además era plano. Solía subir la colina, mirar a mi alrededor, y comprobarlo por mí mismo, porque creo que la mejor manera de estar seguro de una cosa es ir y examinarla por sí mismo, y no creerla solamente porque te la cuenten los demás. Pero ahora tenía que darme por vencido, la viuda tenía razón. Esto es, tenía razón sobre el resto del mundo, pero no la tenía con respecto a la parte de él en la que se encuentra nuestro pueblo: esa parte tenía la forma de un plato, y era plano, eso puedo jurarlo.

El profesor estaba de pie muy quieto, como si estuviese dormido, pero ahora estaba más suelto y muy amargado. Dijo algo como esto:

—¡Idiotas!, creyeron que no funcionaría. Y quisieron examinar y espiarlo todo para que les contase mi secreto. Nadie más que yo sabe cómo logra moverse… ¡y es una energía nueva! Un nuevo combustible, el más poderoso de la tierra. El vapor es una tontería a su lado. Dijeron que no podría ir a Europa. ¡A Europa! Pues tengo suficiente combustible a bordo como para que dure cinco años, y comida para tres meses; son unos sandios, ¿qué sabrán ellos? Sí, dijeron también que mi nave aérea era muy endeble… Pues podría funcionar hasta cincuenta años. Podría navegar los cielos durante toda mi vida si quisiera, y marcar el rumbo hacia donde me plazca, aunque se rían de eso y crean que no puedo hacerlo. ¡Que no podría dirigirlo! Ven aquí, muchacho; ya lo veremos. Presiona estos botones según te lo vaya indicando.

Hizo que Tom dirigiese la nave para todos los lados y de cualquier manera, y le enseñó todo en casi nada de tiempo, y Tom dijo que era muy fácil. Hizo que la nave descendiera hasta rozar el suelo, y le hizo dar vueltas tan cerca de las praderas de Illinois que uno podría hablar a los granjeros y oír todo lo que decían perfectamente claro; les arrojaba papeles impresos contándoles cosas del globo que iba rumbo a Europa. Tom adquirió tal habilidad que podía dirigir el globo derecho hacia un árbol hasta estar a punto de tocarlo y luego salir disparado como un rayo hacia arriba, rozándole la copa. Sí, y también aprendió a hacerlo aterrizar, y lo hacía de maravilla, podía posarse sobre una pradera con la suavidad de la lana; pero justo en el momento en que intentábamos bajar, el profesor decía:

—¡No! ¡No lo haréis!

Y volvía a alzarse hacia el aire de nuevo.

Aquello era horroroso. Yo comencé a suplicarle que nos dejase bajar, Jim también lo hizo, pero sólo conseguíamos enfurecerle más, y empezó a dar vueltas rabiosamente con la mirada enloquecida. A mí me tenía espantado.

 

Bueno, luego siguió insistiendo en sus problemas, y se quejaba refunfuñando sobre la manera como lo habían tratado, y parecía no poder superarlo, especialmente cuando la gente decía que su nave era enclenque. Se mofaba de eso y también de que dijesen que no era fácil de manejar y que siempre estaría estropeada. ¡Estropeada! Aquello lo ponía muy ceñudo. Decía que su aparato no podría estropearse más que el sistema solar. Se puso cada vez peor, nunca había visto a una persona enfadarse de tal manera. A Jim y a mí nos daba escalofríos verle. Al poco rato se puso a chillar y a gritar, y luego se puso a jurar que el mundo jamás poseería su secreto en absoluto, ya que le habían tratado tan mezquinamente. Dijo que navegaría con su globo por todo el mundo, sólo para mostrar lo que podía hacer, y que luego se hundiría en el mar, con todos nosotros dentro. Bueno, aquél era el más espantoso de los aprietos en que uno pudiese estar metido…, y ya estaba anocheciendo.

Nos dio algo de comer, y nos hizo ir al otro extremo de la nave, y él se tumbó en un compartimiento desde donde podía dirigir todas las operaciones, y colocó un viejo revólver de cartucho bajo su cabeza, diciendo que a cualquiera se le ocurriese ponerse a tontear por ahí, intentando aterrizar, lo mataría.

Así que nos apretujamos los tres, e intentamos pensar en algo durante bastante rato, pero no decíamos más que alguna palabra de vez en cuando, y eso sólo cuando alguien tenía que decir algo de puro abatimiento, de tan asustados y preocupados como estábamos. La noche se arrastraba lenta y solitaria. Estábamos muy desanimados, y el brillo de la luna hacía que todo pareciese suave y hermoso, las casas de las granjas tenían un aspecto acogedor y hogareño, podíamos oír los ruidos que provenían de las granjas y nos entraron muchas ganas de estar allí, pero ¡cielos!, nos deslizábamos por encima de ellas como si fuéramos fantasmas, sin dejar ninguna huella.

Muy avanzada la noche, cuando todos los sonidos eran lejanos y el aire se sentía como tarde y hasta olía a tarde —una sensación como si fueran las dos de la madrugada, según puedo recordar—, Tom dijo que el profesor estaba tan callado que a lo mejor estaría dormido, y que sería mejor…

—Sería mejor, ¿qué? —dije yo en un susurro, muerto de miedo, porque sabía lo que estaba pensando.

—Sería mejor que nos coláramos por allí detrás, le atásemos e intentáramos hacer aterrizar la nave —dijo Tom.

—¡No, señor! —dije yo—. No te muevas de donde estás, Tom Sawyer.

Y Jim…, bueno, Jim estaba jadeando, presa del miedo, entonces dijo:

—¡Oh, amo Tom, no lo haga! Si tú lo toca, no morimo… ¡No morimo, seguro! ¡Yo no me aserco a él po nada de este mundo! Está como una reverenda cabra, amo Tom.

Tom dijo en un susurro:

—Ésa es la razón por la que debemos hacer algo. Si no estuviese loco, no me importaría un pimiento estar aquí más que en cualquier otro sitio; no podríais sacarme ni aunque me pagarais por ello, sobre todo ahora que me he acostumbrado al globo y superado el miedo de no tocar tierra firme. Pero no es una buena política estar navegando por ahí de esta manera, con una persona que ha perdido un tornillo y que dice que va a dar la vuelta al mundo y luego ahogarnos a todos. Os digo que tenemos que hacer algo, y además antes de que despierte, o tal vez nunca más se nos presente otra oportunidad. ¡Venid!

Pero el solo hecho de pensarlo hizo que nos quedásemos helados y se nos pusieran los pelos de punta, así que dijimos que no nos moveríamos de donde estábamos. De manera que Tom tuvo que deslizarse sólo hasta allá atrás para ver si podía hacerse con el timón del globo y aterrizar. Le rogamos y le suplicamos que no lo hiciera, pero fue completamente inútil; así que se puso a cuatro patas y comenzó a gatear un centímetro por vez, mientras nosotros conteníamos la respiración y observábamos. Después de llegar hasta la mitad del bote, se arrastró más lentamente que nunca, y aquello me dio la impresión de durar años. Por fin le vimos llegar hasta la cabeza del profesor, y levantarse despacio, para mirarle durante un buen rato a la cara y escuchar. Entonces vimos que avanzaba un centímetro hacia los pies del profesor, en donde estaban los mandos para dirigir la nave. Bueno, llegó hasta allí, sano y salvo, y ya iba a alcanzar los mandos, lenta y silenciosamente, cuando tropezó con algo que hizo ruido, y le vimos tirarse en picado al suelo y permanecer allí, muy plano y quieto. El profesor se movió un poco y dijo:

—¿Qué es eso?

Pero todos nos quedamos completamente callados y sin movernos; entonces comenzó a refunfuñar, a hablar entre dientes y a acurrucarse, como cuando una persona se despierta, y yo creía que me iba a morir, de tan asustado y preocupado como estaba.

Entonces una nube ocultó la luna, y yo casi grité de alegría. Ésta se enterró cada vez más profundamente en la nube, y todo se puso tan oscuro que no podíamos ver a Tom. Luego comenzaron a caer unas gotas de lluvia, y pudimos oír al profesor armando alboroto con sus cuerdas y cosas, despotricando contra el tiempo. Estábamos aterrados ante la idea de que pudiese tropezar con Tom y fuéramos hombres muertos sin remedio, pero Tom estaba ya de regreso, y cuando sentí sus manos en nuestras rodillas, la respiración se me cortó de golpe, y el corazón se me cayó en medio de mis otras cosas, porque en la oscuridad no podía saber quién era, pero podría haber sido el profesor.

¡Vaya por Dios! Estaba tan contento de tenerle de vuelta, que me sentía tan feliz como puede sentirse alguien que está atrapado en el aire con un hombre que ha perdido el juicio. No se puede aterrizar un globo en la oscuridad, de manera que tenía la esperanza de que siguiese lloviendo, pues no quería que Tom se metiese en más líos y que nosotros nos sintiéramos tan espantosamente intranquilos. Bueno, pues mi deseo se cumplió. Estuvo lloviznando durante toda la noche, lo cual tampoco fue demasiado tiempo, aunque lo pareció; y entonces despuntó el amanecer, el mundo parecía increíblemente plácido, indefinido y hermoso, era tan bueno ver los bosques y los campos de nuevo, los caballos y el ganado de pie, pensando, con cara de aburridos. Luego el sol surgió abrasador, alegre y espléndido, nosotros comenzamos a estirarnos el cuerpo entumecido, y antes de que nos diéramos cuenta, estábamos todos dormidos.

Capítulo 3

Tom da explicaciones

Nos quedamos dormidos cerca de las cuatro de la mañana, y despertamos a eso de las ocho. El profesor estaba cabizbajo, sentado en su sitio. Nos lanzó algo para desayunar, pero nos dijo que no nos acercásemos a popa de la brújula que estaba en medio de la nave. Eso quedaba por el centro del bote. Bueno, cuando uno es avispado y come hasta quedar satisfecho, las cosas se ven mucho mejor que antes. Hace que uno se sienta bastante cerca de la comodidad, aun cuando se halle a bordo de un globo, en compañía de un genio. Nos pusimos a hablar entre nosotros.

Había una cosa que continuaba molestándome, y al poco rato pregunté:

—Tom, ¿no zarpamos hacia el este?

—Sí.

—¿Y a qué velocidad hemos estado volando?

—Bueno, ya has oído lo que dijo el profesor cuando estaba dando vueltas furioso por ahí: unas veces decía que íbamos a ochenta kilómetros por hora, otras a ciento veinte y otras a ciento sesenta. Dijo también que, con ayuda de una tormenta, podría llegar a los cuatrocientos ochenta en cualquier momento, y que, si tenía la tormenta y quería que soplara en la dirección correcta, sólo tenía que subir o bajar para encontrarla.

—Bueno, pues entonces es justo lo que yo creía. El profesor nos ha mentido.

—¿Por qué?

—Porque, si estábamos volando tan rápido, deberíamos haber pasado Illinois, ¿no es cierto?

—Seguramente.

—Bueno, pues no lo hemos hecho.

—¿Y por qué motivo crees que no lo hemos hecho?

—Lo sé por el color. Todavía estamos sobre Illinois. Y puedes comprobar por ti mismo que Indiana aún no está a la vista.

—Me pregunto qué pasa contigo, Huck. ¿Lo sabes por el color?

—Sí, claro que lo sé.

—¿Qué tiene que ver el color en todo esto?

—Pues ¡todo! Illinois es verde; en cambio, Indiana es rosa. Muéstrame algo rosa, si puedes. No señor. Todo es verde.

—¿Indiana rosa? ¡Vaya mentira!

—No es mentira; lo he visto en un mapa, y es color rosa.

Nunca se habrá visto una persona más ofendida y disgustada al decir:

—Bueno, si yo fuese de tarugo como tú, Huck Finn, saltaría al vacío ahora mismo. ¡Lo he visto en el mapa, dice! Huck Finn, ¿te crees acaso que los Estados Unidos al natural tienen el mismo color que el que aparece en los mapas?

—Tom Sawyer, ¿para qué sirve un mapa? ¿No es para que aprendamos la realidad?

—Claro.

—Bueno, entonces, ¿cómo vamos a hacerlo si nos cuenta mentiras?

—¡Caray, siempre el mismo ingenuo! No nos cuenta mentiras.

—No lo hace, ¿verdad?

—No, no lo hace.

—Muy bien; pues entonces, si no cuentan mentiras, no hay dos Estados que tengan el mismo color. Líbrate de ésa si puedes, Tom Sawyer.

Me di cuenta de que lo tenía en mis manos, y Jim también lo vio, y os diré que me sentía muy bien, porque Tom Sawyer era una persona difícil de superar. Jim, dándose una palmada en la pierna, dijo:

—¡No te digo! ¡Eso estuvo astuto, ya lo creo que sí! Ej inútil, amo Tom, esta vej él ha podido contigo, lo ha conseguido, ¡seguro! —Se dio otra palmada en la pierna, y continuó—: ¡Jesú, sí que estuvo listo!

Nunca me había sentido mejor en toda mi vida; y sin embargo, no me había dado cuenta de lo que había dicho hasta que lo dije. Estaba por ahí pensando en las musarañas, completamente despreocupado, sin esperar siquiera que algo así fuese a ocurrir; tampoco pensaba en semejante cosa en absoluto, cuando de repente lo dije. ¡Vaya! Fue casi una sorpresa para mí, como lo fue para cualquiera de ellos. Sucedió de la misma manera que cuando una persona que va por ahí, mordisqueando una mazorca de maíz sin pensar en nada, de repente se encuentra con un diamante. Ahora bien, al principio, todo lo que él entiende es que se ha topado con algún tipo de piedrecilla, pero no averigua que se trata de un diamante hasta que limpia la arena, las migajas y cualquier otra cosa y le echa una ojeada, entonces se sorprende y se alegra. Sí, y también se siente orgulloso; aunque, si se mira el asunto directamente a los ojos, no se merece tantos laureles, como los tendría de haber estado buscando diamantes. La diferencia se puede apreciar muy fácilmente, si lo pensáis bien. Veréis, un accidente de esa clase no es realmente una gran cosa, como cuando la gran cosa se logra con intención. Cualquiera puede encontrar un diamante en una mazorca; pero cuidado, tiene que ser alguien que posea esa clase de mazorca. Aquí es donde interviene el mérito de una persona. Yo no pretendo grandes cosas, y no creo poder hacer ésta de nuevo, pero sí la hice aquella vez, eso es todo lo que reclamo. No había tenido la menor idea de hacer tal cosa, ni siquiera había pensado o intentado hacerlo más que vosotros en este instante. ¡Vaya! Y estaba muy tranquilo también, más tranquilo no se podría haber estado, y así, de repente, lo dije. A menudo pienso en ese momento, puedo recordar el aspecto que tenía todo, como si hubiese ocurrido la semana pasada. Puedo verlo: los hermosos paisajes ondulados del campo, con bosques, prados y lagos, extendiéndose a lo largo de cientos y cientos de kilómetros a nuestro alrededor. Los pueblos y ciudades esparcidos por todas partes allá abajo, ora por aquí, ora por allá, y más allá el profesor se hallaba reflexionando sobre un mapa apoyado en su pequeña mesa, la gorra de Tom golpeteaba los aparejos en donde estaba colgada para secarse, y había una cosa en particular: un pájaro, justo a nuestro lado, a menos de treinta centímetros, siguiendo nuestra ruta e intentando mantenerla, pero perdiéndola todo el tiempo; y también un tren que hacía lo mismo allá abajo, deslizándose por entre granjas y árboles, resoplando una larga nube de humo negro, y de vez en cuando una pequeña bocanada de blanco; y, cuando el blanco se perdía y hacía mucho rato que te habías olvidado de él, se oía un débil pitido procedente de un silbato; y dejábamos atrás a ambos, al pájaro y al tren, allá muy lejos, y muy fácilmente también.

Sin embargo, Tom estaba enfurruñado, y nos dijo a Jim y a mí que éramos un par de ignorantes diciendo tonterías, y luego dijo:

—Supongamos que tenemos un ternero marrón y un gran perro, también marrón, y que hay un artista pintando un cuadro de ellos. ¿Cuál es la cosa más importante que ese artista tiene que hacer? Tiene que pintarlos de tal manera que podáis distinguirlos el uno del otro en cuanto los veáis, ¿verdad? Claro. Bueno, entonces ¿querrías que él fuese y pintase a ambos de marrón? Seguramente no. Luego él pintará uno de ellos azul, de manera que no podáis equivocaros. Ocurre lo mismo con los mapas. Ésa es la razón por la que se pinta cada Estado de distinto color; no es para engañaros, si no para que no os engañéis a vosotros mismos.

 

No pude encontrar argumentos para eso, y Jim tampoco. Entonces Jim dijo, moviendo la cabeza:

—Puéj, amo Tom, si tú supiera lo sampabollo que son loj artista, le hubiese llevao mucho tiempo ante de tomar a uno, o a todoj ello, pa repaldar lo que dise. Yo le voy a contá…, entonse lo comprobará por ti mimo. Una vé vi uno dellos por ahí pintando, en tierras del viejo Hank Wilson, y le fui a vé, estaba pintando aquella vieja vaca pinta, ésa a la que le faltaba un cuerno… ya sabej a cuál me refiero. Entonse le pregunté para qué la pintaba, y me dijo que, cuando la hubiese pintao, el cuadro valdría sien dólare. Amo Tom, podría tener una vaca por quinse dolare, y así se lo dije. Bueno, vaya, no me creerá, pero tan sólo movió la cabesa, y continuó con su tarea. ¡Dió mío, amo Tom! ¡Es que ellos no saben ná!

Tom perdió los estribos; he notado que eso le sucede a la mayoría de las personas cuando se quedan sin argumentos. Nos mandó callar y nos dijo que no removiésemos más el barro que teníamos en la mollera, que nos estuviéramos quietos y dejásemos que endureciera, y que así, tal vez, nos sentiríamos mejor. Entonces vio un pueblo con su torre del reloj por allá abajo, cogió unos prismáticos y lo miró, luego miró su nabo de plata, volvió a mirar el reloj, luego otra vez el nabo, y dijo:

—Qué curioso… ese reloj adelanta cerca de una hora.

Así que adelantó su nabo. Luego vio otro reloj, y le echó un vistazo, y también adelantaba una hora. Aquello le dejó perplejo.

—Esto es algo curiosísimo —dijo—; no lo comprendo.

Cogió nuevamente los prismáticos, y buscó otro reloj, que también marcaba una hora de adelanto. Entonces sus ojos se abrieron como platos, y la respiración comenzó a ser entrecortada, y exclamó:

—¡Demonios! ¡Es la longitud!

Entonces, muy asustado, dije:

—Bueno, ¿qué es lo que ha pasado, y qué está pasando ahora?

—Pues lo que pasa es que este viejo globo nos ha llevado volando sobre Illinois, Indiana y Ohio, como si nada, y que estamos en el extremo Este de Pennsylvania o de New York, o de algún sitio por los alrededores.

—¡Tom Sawyer, no hablas en serio!

—Sí, sí lo hago, absolutamente en serio. Llevamos recorridos unos quince grados de longitud desde que dejamos atrás St. Louis ayer por la mañana, y aquellos relojes están bien. Hemos volado unos ciento veintiocho kilómetros.

No podía creerlo, pero de cualquier manera sentí unos escalofríos corriendo por mi espalda. Según mi experiencia, sabía que bajar esa misma distancia por el Misisipi en balsa no nos llevaría menos de dos semanas.

Jim estaba reflexionando y meditando. Muy pronto preguntó:

—Amo Tom, ¿ha dicho que lo reloje andaban bien?

—Así es.

—¿Y tu reló también?

—Anda bien para St. Louis, pero aquí ya no.

—Amo Tom, ¿estáj intentando desir que la hora no es la mima en toda parte?

—No, no es la misma en todos los sitios, ni por asomo.

Jim parecía afligido, luego dijo:

—Me da pena oírte hablar así, amo Tom; ej una gran vergüensa oírte desir eso, depué de haberte educado como lo han hecho. Sí, señó, y también rompería el corasón de tu tía Polly si te oyera.

Tom estaba atónito. Miró a Jim, preguntándose a qué venía todo eso, y no dijo nada. Jim prosiguió:

—Amo Tom, ¿quién puso a la gente allá lejo en St. Louis? La puso el Señó. ¿Quién puso a la gente aquí mimo dónde está? La puso el Señó. ¿O no somo todoj hijo suyo? Claro que sí. ¡Puej entonse! ¿Por qué iba a habé discriminasió entre ellos?

—¡Discriminasió! En mi vida he oído semejantes paparruchas de ignorante. Aquí no se trata de discriminación. Cuando Él te creó a ti y a algunos de sus hijos negros, y al resto de nosotros nos hizo blancos, ¿cómo le llamarías a eso?

Jim se dio cuenta y se quedó atascado. No podía contestarle. Entonces Tom prosiguió:

—Claro que discrimina, ¿ves?, cuando Él quiere. Pero aquí, en este caso, no es suya la discriminación: es del hombre. El Señor creó el día y también la noche; pero no inventó las horas, y tampoco las distribuyó por todos sitios… Eso lo hizo el hombre.

—Amo Tom, ¿ej eso sierto? ¿El hombre laj ha distribuido?

—Naturalmente.

—¿Quién le dijo que podía hacer eso?

—Nadie. Nunca pidió permiso.

Jim reflexionó un minuto y luego dijo:

—¡Vaya! No logro entenderlo. Yo no podría haber corrido semejante riesgo. Pero hay gente que no le tiene miedo a ná. Siguen adelante con lo que sea, a ellos no les importa lo que pase. Así que ¿siempre hay una hora diferente en toda parte, amo Tom?

—¿Una hora? ¡No! Siempre son cuatro minutos de diferencia por cada grado… de longitud, ¿sabes? Quince minutos en una hora, treinta en dos horas, y así sucesivamente. Cuando es la una en punto de la mañana, del Martes por la noche en Inglaterra, son las ocho de la noche anterior, en Nueva York.

Jim se retiró un poquito hacia el compartimiento, y uno podía darse cuenta de que estaba ofendido. Permanecía murmurando y moviendo su cabeza, así que yo me acerqué hasta donde él estaba, le di una palmadita en la pierna, le animé cariñosamente, y de esa manera consiguió superar sus peores sentimientos. Entonces dijo:

—¡El amo Tom no cuenta una cosa! Martej en un sitio, Lunej en otro, ¡y t’do en el mismo día! Huck, éte no é sitio p’asé broma…, aquí arriba, donde estamo. ¡Do día en uno! ¿Cómo va poné t‘do día en uno solo…, doj hora en una sola? ¿Verdá que no se puede? ¿Cómo podrían ponese do negroj en la piel de uno solo? ¿Se podría? Tampoco se pue poné do galone de whisky en una jarra pá uno, ¿no es sierto? No, señó, estallaría la jarra. Sí, y aun así, yo no lo creería. Puej, escúchame una cosa, Huck: supongamo que sea Martej en Nueva York…, mú bien. ¿Vaj a desirme que en este sitio es año nuevo, y año pasado en el otro, en el mismo e idéntico minuto? Esto é la peor de la chorrada… No puedo soportarla, no puedo soportá oír hablá deso.

De pronto comenzó a temblar, y a volverse de color gris, y Tom le dijo:

—¿Qué pasa ahora? ¿Cuál es el problema?

Jim apenas podía hablar, sin embargo le contestó:

—Amo Tom, tú no está de broma, ¿ej en serio, verdá?

—Es en serio, no estoy de broma.

Jim tembló de nuevo, y dijo:

—Entonse, si ese Lune fuera el Último Día, entonse no habría Último Día en Inglaterra, y lo muerto no serían llamados a Juisio. No debemo continuá con esto, amo Tom, por favó, haga que podamo volver. Quiero está donde…

De repente, vimos algo y todos dimos un salto, nos olvidamos de todo el asunto, y nos pusimos a observar fijamente. Tom exclamó:

—¿Aquél no es… ?—entonces contuvo la respiración—. ¡Sí lo es, estoy tan seguro como que estamos vivos… Es el océano!

Aquello logró que Jim y yo también contuviéramos la respiración. Entonces todos nos quedamos petrificados, pero felices, ya que ninguno de nosotros había visto el océano, ni esperábamos verle. Tom continuó mascullando:

—El Océano Atlántico… Atlántico, ¡cielos! ¿No os suena grandioso…? ¡Y está allí…, y nosotros le estamos contemplando…, nosotros! ¡Caramba, es demasiado espléndido para creerlo!