Nate

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

Nate
la manada de los Angeles Guardianes Volumen 3
Virginie T.

Ashley se une a la manada Ángeles Guardianes con su hermana Sam como quería, pero todos son conscientes de que a esta última le costará integrarse. El pasado de Sam está más presente que nunca y el peligro acecha en el propio seno de la manada. ¿Logrará la joven fatel vivir en paz con los metamorfos, hasta el punto de aceptar vincularse a uno de ellos, o deberá Nate renunciar a su alma gemela por el bien de todos?

Nate
La manada de los Ángeles Guardianes
Volumen III
Virginie T.

Traducido por Angeline Valenzuela Aycart

El Código de propiedad intelectual francés prohíbe las copias y reproducciones destinadas al uso colectivo. Toda representación o reproducción total o parcial efectuada mediante cualquier procedimiento sin el consentimiento del autor o sus derechohabientes es ilícita y constituye una copia ilegal, de conformidad con las disposiciones del artículo L.335-2 y los artículos subsiguientes del Código de propiedad intelectual francés. Todos los derechos reservados.

2020. Todos los derechos reservados

La manada Ángeles Guardianes: Nate Virginie T.

Prólogo

—No lloréis, pequeñas. Quedaos conmigo. Todo irá bien.

—Mamá, no me sueltes.

—Nunca, Sam. Siempre estaré contigo.

El hombre que los empuja hacia adelante ríe. Sabe que la madre está mintiendo sin saberlo. Nunca permiten que las familias permanezcan juntas. Es mucho más fácil manipular y someter a los padres cuando ignoran lo que sufren sus hijos. Cabría pensar que los metamorfos son sádicos, pero nada más lejos de la realidad. Después de todo, son los amos del mundo, o al menos lo serán pronto. Los fateles son solo el medio para lograr su fin, una raza inferior sin utilidad alguna, aparte de la de servirles hasta su muerte, que podría llegarles muy pronto si no obedecen. Está tan impaciente, al igual que el resto de los miembros del clan, por clavar sus dientes en esa carne fresca para deleitarse con la cálida sangre de los fateles y sentir cómo le invade la fuerza, que ya está gruñendo. Quizás empiece por la fatel que agarra a sus hijas con tanta desesperación que estará dispuesta a todo con tal de protegerlas. La pequeña no debe tener más de cinco años. Sus poderes son embrionarios, servirse de ella será coser y cantar. Incluso puede que la convierta en su compañera más adelante, cuando tenga edad para ello y esté totalmente subyugada al clan. Ha escuchado decir que ciertas manadas mantienen a los niños con vida para adherirlos a la causa. Es un beta valeroso y fiel. Si le pide ese favor a su alfa, seguro que se lo concede.

Hace ya varios meses que capturamos al pequeño grupo de fateles y la niña no ha parado de lloriquear desde que llegó. Es insoportable. El alfa ordenó encadenar a ambas hermanas al fondo de la sala principal, donde las exhibe como si de dos trofeos se tratase, símbolos de su poder, pero la pequeña hace tanto ruido como silencio guarda la mayor, de diez años de edad. Los constantes llantos y quejas han convertido nuestro oído superdotado en un verdadero inconveniente. Tras recibir una visita sorpresa de una manada de leopardos, el alfa ha decidido llevar a la niña con su madre para hacerla callar y de paso lanzar una advertencia a la madre, que últimamente tiene tendencia a rebelarse, un problema que el castigo a su marido no ha logrado resolver. Dejamos al tipo ensangrentado de pies a cabeza junto a su mujer, que trata inútilmente de sanarlo. Cuando cayó al suelo indefenso, los metamorfos se dieron un festín a su costa. Perdió mucha sangre, pero es igual, otro fatel ocupará su lugar. Es cierto que cada vez cuesta más encontrarlos. Están, como quien dice, en vías de extinción. Una pena, el clan le ha cogido el gusto a su sangre. Se ha convertido en una droga para la manada, incluso ciertos miembros se muestran irascibles si no reciben su dosis diaria.

La madre se ha puesto histérica cuando le hemos llevado a su hija. Joder, solo tiene unos pocos moretones. No se va a morir por unas cuantas bofetadas. Sin embargo, al borde de las lágrimas ante el rostro entumecido de su hija, ha querido tentar a la suerte tratando de reunir las pocas fuerzas que le quedaban para invocar su magia. Craso error. El último de su vida. El beta se ha dado cuenta inmediatamente, pues los metamorfos tienen un sexto sentido. Huelen la magia que corre por las venas de los fateles y el olor se intensifica cuando estos emplean su don. Así que se ha dado el gusto de torturar a la mujer ante la mirada de su hija y, tras haberla matado, la ha dejado caer pesadamente al suelo junto a su marido, también muerto. Después ha pensado que sería divertido dejar a la niña con los cadáveres de sus padres, lanzándole una advertencia: si no se porta bien, correrá la misma suerte que ellos. En cambio, su sino podría ser mucho peor. Está destinada a ser una marioneta. Cuando al fin comprenda que solo vive para servirles, el beta la reivindicará por la fuerza y se convertirá en su compañero legítimo. No es su alma gemela, pero eso no tiene importancia. No es cuestión de amor, sino de control. Espera haberla sometido para cuando llegue el momento de ocupar el lugar de su alfa, envejecido y cada vez más negligente. Con una fatel a su lado, será invencible.

Capítulo 1
Sam

Ha habido mucho trajín estos últimos días, como si la manada estuviera en ebullición, y he divisado caras desconocidas por la ventana, pero a fin de cuentas, no estoy al corriente de nada. Peter siempre dice que formo parte de la manada, pero en la práctica no es verdad. Me tienen miedo, del mismo modo que yo se lo tengo a ellos. Y tienen motivos razonables para temerme, así como los tengo yo. No a este clan en concreto, sino a los metamorfos en general. Digan lo que digan, no es un pueblo del que pueda fiarme, y lo he aprendido a base de palos. Resulta difícil establecer lazos así. Peter, mi padre adoptivo, ha tratado por todos los medios de hacerme sentir cómoda y de que confíe en los Treat, pero aún no he sido capaz. Sé que no tengo nada que temer ni con el alfa ni con Greg. Vete tú a saber por qué, nunca he tenido miedo de este último y él nunca ha desconfiado de mí. Puede que se deba al hecho de que era solo un niño cuando nos conocimos y a que su instinto de supervivencia es, por decirlo de alguna manera, nulo. Cierro los ojos con todas mis fuerzas para borrar las imágenes que atraviesan mi mente. Sangre, gritos, llantos e impotencia. Soy inútil y peligrosa, y siento a Ashley cada vez más distante. Quiere hacer su vida y en ella no hay cabida para mí. En realidad, nunca la ha habido. Y lo entiendo. Podría ocultar mis orígenes fateles, pero ¿de qué sirve si no soporto que se me acerquen? Mi hermana mayor, tan guapa y sociable, abandonó el territorio de la manada para vivir entre humanos y desempeñar una profesión. Yo no puedo hacer eso. Soy demasiado desconfiada e inestable. Ella no ha vivido lo mismo que yo. El tratamiento de Peter me ayuda a regular mis poderes, pero no obra milagros. Mi don forma parte de mí, no puede desaparecer y tampoco quiero que lo haga. Es mi medio de defensa contra el mundo exterior. Soy consciente de que soy un peligro público, motivo por el que mi casa está ubicada en la linde del territorio, lejos del resto de las viviendas del clan. Solo mi hermana quiso quedarse cerca de mí, pero el aislamiento no tardó en hacer mella. Y el idiota de Nathan no ayudó precisamente a convencerla de que se quedara cuando decidió mudarse fuera del territorio. No lo soporto. No me gusta la manera en que mira a Ashley, con esa mezcla de concupiscencia y fulgor malicioso en sus ojos. Si sigue vivo, es solo porque le prometí a mi hermana que nunca mataría a un Treat y porque siempre mantengo mis promesas. Bueno, las que le hago a ella. Sin embargo, eso no me impide divertirme un poco a costa de todo miembro que me importune. Tendré que matar el tiempo de alguna manera.

—Sam. ¿Dónde estás?

He ahí la persona que siempre me hace sonreír. Por desgracia, ya sé lo que viene a anunciar. Vuelve a irse, como de costumbre. Dijo que debía ir a ver a su mejor amiga y me sorprende que se haya quedado en el territorio más tiempo de lo previsto. Parece que ha llegado el momento de decir adiós.

—¡Sam! ¿Por qué no contestas?

Mi hermana está resplandeciente. Es una mujer espectacular. Alta, rubia, con los ojos verdes y la piel de porcelana. Ojalá me pareciese más a ella. Pero hoy luce aún más deslumbrante. Tiene algo diferente en la mirada que no logro discernir. No poseo su don, no leo la mente como ella. A veces pienso que sería mejor que ella tuviera mis poderes y yo los suyos. Ashley sabe controlarse mucho mejor que yo.

—¿Absorta en tus pensamientos, hermanita?

Tengo treinta años y me mima como si fuera una niña pequeña. Y la verdad es que en muchos aspectos, lo soy. Como cualquier niña, necesito un abrazo para apaciguar mi corazón atormentado. Se sobresalta ante mi abrazo. Es evidente que la he sorprendido. Lo cierto es que me he levantado de un salto para estrecharla entre mis brazos sin pronunciar una sola palabra.

—¿Va todo bien, Sam?

—Sí, es solo que necesitaba un abrazo.

—¿Estás segura?

Detesto que se preocupe por mí. No debería. No es su papel. Es mi hermana, no mi madre, y ya es hora de que le permita recuperar su lugar. Sin embargo, no logro hacerlo y me siento mal por ello. De todos modos, no puedo ocultarle nada. Bueno, casi nada. Me permite tener mi intimidad, nunca se inmiscuye voluntariamente en mi mente, pero soy tan inestable que, en ocasiones, capta mi humor involuntariamente. Me lo dijo cuando éramos pequeñas. Pero a pesar de todos mis esfuerzos, nunca he conseguido esconder mis sentimientos tras un muro. Me mira preocupada. Estoy convencida de que ha sentido mi tristeza. No ha sido un buen día. No obstante, actúa como si no pasara nada y yo se lo agradezco.

 

—Quiero presentarte a alguien.

Ha conocido a alguien. Por eso está tan radiante, está enamorada. Sin conocerlo, ya odio al hombre irremediablemente se llevará a mi hermana. Sabía que este día llegaría, pero no estoy preparada. Un temporal de cólera y desesperanza causa estragos en mi interior. Ante todo, me entristece perderla, porque no me cabe duda de que ese hombre no aceptará tener a una cuñada loca en su vida, en sus vidas. Una lágrima resbala por la mejilla de Ashley. Lo lamento. Sé que yo soy la razón. Se limpia la mejilla y me estrecha aún más.

—No pasa nada, Sam. Es Sevana. Ya te he hablado de ella.

No lo entiendo. Creía que su amiga estaba lejos de aquí. Asiento con la cabeza, con la nariz enterrada en su cuello abrigado con un fular de seda.

—¿Te parece bien que pase?

Ante mi expresión desconfiada, me tranquiliza, como siempre.

—No te hará daño, te lo prometo.

Me encojo de hombros. Evidentemente, no tendría nada que hacer contra mí. Nadie puede conmigo. Eso también lo he aprendido a base de palos, concretamente un dardo anestésico que me clavaron en la nalga. Pero no es momento de pensar en eso. Una chica acaba de entrar en mi casa. No soy metamorfa, pero sí territorial, y me cuesta aceptar su presencia en mi hogar. Su sonrisa afable me ayuda a relajarme un poco, así como la presencia de Ashley, que me sostiene la mano en señal de apoyo.

—Hola, Sam, mi nombre es Sevana. He oído hablar mucho de ti.

—Yo también.

No miento. Ashley se deshace en alabanzas hacia su persona y no entiendo el porqué. Sevana es una chica bajita y menuda con el pelo negro y cara de inocente. Una pequeña humana como cualquier otra de las miles que debe haber en el mundo, supongo.

—No te sorprendas tanto, Sam. Te aseguro que es excepcional.

—Sin ánimo de ofender, es una chica normal y corriente.

¿De qué se ríen?

«No soy tan normal como parece». Mis ojos pasan de Ashley a su amiga y mi mirada atónita hace que su risa se intensifique.

—Ash, eres tú quien…

—Sabes bien que no.

Cierto. La presencia que he sentido en mi cabeza era menos intrusiva y no tenía la voz de mi hermana. Se ha quedado en la superficie y se ha limitado a comunicarse sin llegar a entrar.

—¡Es telépata!

Menuda sorpresa. Pensaba que nunca volvería a ver a otro fatel. Creía que mi hermana y yo éramos las últimas de nuestro pueblo y que se extinguiría con nosotras.

—Sí, soy una fatel, como tú. Soy profetisa. Bueno, entre otras cosas.

Ashley la mira negando con la cabeza. No lo entiendo. Se sigue una conversación en silencio. La magia crepita en el aire como una bruma intangible e invisible. Siempre he tenido un sexto sentido para percibirla. Otra de mis rarezas. Quizás sea porque siempre estoy en guardia, a la espera de un riesgo inminente, y porque el poder de los fateles puede ser extremadamente peligroso. No soporto que me mantengan al margen en mi propia casa.

—¿Puedo saber qué ocurre?

Es evidente que Sevana quiere informarme de algo y mi hermana se opone.

—Ashley, puedes contarme lo que sea. Soy fuerte.

Frunce el ceño. No me cree, como tampoco lo hago yo, pero quiero saber qué es lo que ocurre desde hace varios días y esta fatel tiene la respuesta, de eso estoy segura.

—Confías en mí, ¿no?

Evidentemente. Es mi hermana. La única persona que no me traicionará jamás.

—Siempre.

—Prométeme que vas a escucharme hasta el final sin asustarte.

No me gusta el cariz que está tomando esta conversación, pero confío en el criterio de mi hermana. Además, escuchar no me compromete a nada.

—Te prometo que te voy a escuchar.

Ashley se muestra indecisa, pero su amiga toma la decisión unilateralmente y suelta una bomba que no esperaba.

—Soy la hembra alfa de la manada Ángeles Guardianes.

Mi cuerpo se tensa inmediatamente. Está vinculada a un metamorfo y sé exactamente cómo ha terminado así. Solo tenía cinco años, pero no se me escapaba nada. A mí también deberían haberme vinculado a la fuerza a uno de ellos. Pero ¿qué quiere esta mujer? ¿Ayuda? ¿O piensa traicionarnos y servirnos en bandeja a su clan como si fuéramos animales que llevan al matadero?

—Sam, para.

Ashley me aprieta el hombro, pero solo tengo ojos para Sevana. Me acerco inconscientemente a ella y veo la mordedura en su cuello. Sé lo que significa. Peter me lo explicó hace mucho tiempo para que no me asustara al ver a las parejas de su manada exhibirla con orgullo. ¿Cómo puede alguien estar feliz de que le muerdan? ¿A quién le gusta sufrir?

—¡Sam, basta!

Parpadeo, recuperando aparentemente el control de mis emociones, y me percato de que estoy demasiado cerca de Sevana para mi gusto —podría tocarla extendiendo el brazo— y de que su nariz está sangrando. Debería enfadarme conmigo misma, pero no lo consigo. Tengo demasiados pensamientos sombríos en la cabeza. Amenazas de represalias que una niña nunca debería haber escuchado. Además, Sevana no se molesta y se limpia la nariz con el reverso de la mano sin más.

—Es la primera vez en mi vida que sangro por la nariz. Me gusta vivir nuevas experiencias.

Su comentario me desconcierta por completo, incluso más que su media sonrisa.

—Ahora que me has hecho una demostración de tu poder, me toca mostrarte uno de los míos.

¿Uno de los suyos? No me da tiempo a preguntar a Ashley cuando mi mesa de café se eleva en el aire tambaleándose y dando vueltas. Sevana tiene las manos extendidas, haciéndolas bailar como si de una directora de orquesta se tratase. De pronto se detiene y mi mesa vuelve a su lugar en el suelo, como si nada hubiera pasado.

Debo tener un semblante cómico, porque a pesar de su evidente cansancio, Sevana ríe.

—Ahora que ya tengo toda tu atención, podemos hablar. Pero primero, necesito sentarme y beber algo con mucho azúcar o me desplomaré aquí mismo. Y un pañuelo también.

Mi hermana reacciona mucho más rápido que yo.

—Ven, te prepararé un café con doble ración de nata y azúcar.

Veo a ambas amigas cogerse del brazo y partir en dirección a la cocina, con Sevana parcialmente apoyada en mi hermana para poder caminar, y me quedo plantada en medio del salón, incapaz de reaccionar ante lo que acaba de pasar. Y la verdad es que no sé lo que acaba de pasar. ¿Cómo podría? Era muy pequeña cuando mis padres murieron. No sabía gran cosa sobre los fateles, aparte del hecho de que poseían poderes que se desarrollaban con la edad y la práctica. Debería haber comenzado mi entrenamiento a los seis años, pero no dio tiempo. No pude adquirir los conocimientos que necesitaba y Ashley, solo cinco años mayor que yo, no sabía lo suficiente para ayudarme. La habían enseñado a utilizar su propio poder, pero aún no le habían hablado de otros. Ese tipo de conocimientos se adquirían con doce o trece años, ya que se consideraban secundarios. Los fateles no estaban del todo equivocados, pues ¿de qué le sirve a una persona saber que alguien puede volar si ella misma es incapaz? Por tanto, ignoraba que hubiera fateles con poderes telequinéticos. De lo que sí estoy segura es de que cada fatel posee un solo don. Entonces, ¿cómo es posible que Sevana pueda también comunicarse telepáticamente? Por no mencionar que mi hermana ha afirmado que era profetisa. Por primera vez en mucho tiempo, mi curiosidad se sobrepone a mi desconfianza y me reúno con las dos, sentadas frente a una taza humeante que, por lo que se ve, me estaba esperando.

—Ha llegado el momento de hablar entre adultas.

No pronuncio palabra, con todos mis sentidos puestos en el más mínimo gesto de Sevana. Ashley me aprieta la mano, pero permanece igualmente callada.

—Como he dicho, soy fatel y también la hembra alfa de una manada. Ashley me ha contado por encima vuestra historia, pero la mía es muy diferente. En pocas palabras, he vivido entre humanos, desconocedora de mis orígenes. Hace unas semanas me atacaron unos metamorfos en el hospital donde trabajaba con Ashley.

Una leve angustia me oprime el pecho. Podría haberle ocurrido a mi hermana. ¿Por qué nadie me cuenta nada? La respuesta es sencilla: me habría presentado en el hospital hecha un basilisco y habría acabado con toda persona, buena o mala, que se hubiera cruzado en mi camino.

—Sam, mírame, todo va bien.

Ignoro por qué los ojos de Ash reflejan destellos de esperanza. Para ella es muy importante que no pierda los estribos. Está acostumbrada a mis cambios de humor y nunca me los ha reprochado, a pesar del dolor que le causan. En esta ocasión, sin embargo, me está suplicando que me controle. Esta historia reviste una importancia fundamental para ella y quiero entender la razón. Mi voz suena ronca cuando invito a Sevana a continuar su relato.

—Tu padre, Peter, me trató extraordinariamente bien, y una manada asociada al gobernador se hizo cargo de mi protección.

—¿Qué manada podía estar interesada? Has dicho que vivías como una simple humana.

—Una manada que odia a los disidentes tanto como nosotras.

—¿Cómo los Treat?

—Sí, solo que ellos los combaten.

Capítulo 2
Sam

¿Una manada que combate a los suyos? Me cuesta imaginarlo. Debo reconocer que Peter nos ha protegido siempre, incluso a pesar de mis excentricidades, y estoy segura de que estaría dispuesto a luchar por nosotras. La diferencia es que él nos acogió cuando éramos pequeñas y se ha encariñado con nosotras como un padre con sus hijas. El caso de esta manada es diferente, combaten para defender a gente desconocida.

—¿Por qué?

—¿Que por qué defienden a personas inocentes, vengan de donde vengan, contra los disidentes?

Asiento con la cabeza.

—Cada uno de los miembros de la manada Ángeles Guardianes tiene sus propias razones.

Eso no es una respuesta, sino más bien una evasiva. Se está escabullendo. Su historia debe ser falsa. Una patraña para convencerme de unirme a su causa.

—Veo que no te convence. La razón de mi compañero, Connor, es la venganza.

Entiendo la venganza. Es un sentimiento que en veinticinco años nunca me ha abandonado y una necesidad que me carcome poco a poco.

—Una manada rebelde asesinó a su familia porque ayudaban a fateles a ocultarse. Cuando el gobernador anunció su intención de combatir los abusos de los metamorfos, se unió a la causa.

La duda me corroe, tengo que saberlo.

—¿Te utiliza?

—¿Qué?

Su expresión de sorpresa y asco me asombra.

—No. Es sobreprotector en exceso. He tenido que amenazarle con colgarle de un árbol para que me dejase venir a verte. Me irrita, gruñe, pero ante todo es lo mejor que me ha pasado en la vida.

Qué sensiblería tan patética. ¡Desde luego, el amor es ciego!

—Solo estás enamorada. Ni siquiera ves lo que está pasando.

—Connor es mi alma gemela, Sam. Y he ganado mucho más que él sellando nuestro vínculo.

—No lo entiendo.

—Vives en una manada, pero me he dado cuenta de que eres bastante… independiente.

Es una bonita manera de decir que vivo al margen de todo y de todos.

—¿Has escuchado hablar de las almas gemelas de los metamorfos?

—No mucho. Es como estar enamorado, ¿no? Pero más animal.

Sonríe, claramente recordando alguna ocasión agradable. ¿Cuándo fue la última vez que viví un momento así?

—El vínculo entre dos almas gemelas es mucho más profundo que el sentimiento de amor corriente. Los metamorfos pueden tener varias compañeras a lo largo de su vida, pero solo tienen un alma gemela. Una vez la encuentran, es lo único que les importa. Se convierte en el centro de su universo. Y una vez unidas, las almas gemelas no pueden vivir la una sin la otra. Literalmente.

Eso quiere decir que si uno muere, el otro también, por lo que se ha asegurado de que él no la matará.

 

—Entonces no puedes morir.

—¿Cómo?

Ashley toma el relevo.

—Connor jamás haría nada que pudiera herir a su compañera.

—Únicamente porque si la mata, muere.

—No, Sam. No la has escuchado. Nunca le haría daño porque ella lo es todo para él. Es el gran amor de su vida. El único.

—Y porque si me tocase las narices, le patearía el trasero.

¿Perdón? Creo que estas dos románticas empedernidas olvidan algo.

—Los fateles no tienen nada que hacer contra un metamorfo enfadado y decidido.

—En circunstancias normales, es posible, pero yo ya no tengo nada de normal. Estoy vinculada a Connor. Nos hemos unido, de ahí la mordedura.

Hago una mueca al volver a mirarla. La visión de esa marca me resulta casi insoportable, y se me nota en la cara.

—Es la única manera que tiene un metamorfo de unirse definitivamente a su compañera. Jamás ha vuelto a morderme. No está conmigo por mi sangre, Sam.

Tal vez sea lo que él le ha hecho creer, pero a la larga…

—Como ya te he dicho, la que ha salido ganando he sido yo. Siempre he sido profetisa, pero el vínculo de unión me ha otorgado otros poderes.

Abro de par en par los ojos y la observo atentamente. Ni rastro de falsedad. Además, Ash sabría que miente. Nadie puede ocultarle nada a menos que se concentre.

—¿Eres más fuerte que el metamorfo ese?

—Soy más fuerte que Connor. Y aunque me sigue sobreprotegiendo como a una pequeña flor indefensa, también sé que le tranquiliza el hecho de que sea capaz de defenderme contra los rebeldes.

—Sois muy monos, me alegra que hayas encontrado a uno de los pocos metamorfos dignos de confianza que hay en el mundo, pero ¿por qué me estáis contando toda esta historia?

Las miro. Claramente, Sevana está esperando a que Ashley cuente el final de la historia, pero mi hermana no abre la boca y me temo lo peor. Un mal presentimiento se apodera de mí. Me levanto de un salto, con la súbita necesidad de largarme de lo mucho que me hierve la sangre.

—¿Queréis que me una a uno de ellos?

Ashley se apresura a cortarme el paso para que la mire.

—¡No, por supuesto que no! Nunca te pediría algo semejante.

Mi presión sanguínea se relaja un poco, pero permanezco a la espera.

—¿Entonces qué?

—Sevana regresa a su nuevo territorio con los Guardianes y yo voy con ellos.

Mi corazón está destrozado. Mi hermana se va. Abandona definitivamente a los Treat, porque sé que no es posible pertenecer a dos manadas. Y en consecuencia, también me abandona a mí. Me dejo caer en el suelo. Solo quiero estar sola.

—Sam, entiéndeme. No tengo elección.

Yergo la cabeza impetuosamente. ¿Cómo que no tiene elección? ¿Alguien la ha presionado? ¿Nathan sigue buscándole las cosquillas?

—¿Es Nathan quien te obliga a huir?

—No, Nathan está muerto, lo ha matado mi compañero.

El corazón me da un vuelco. Ashley se tapa inmediatamente la boca con la mano, pero su revelación no ha escapado a mi atención, ni muchísimo menos.

—¿Tu compañero?

Mi hermana, incómoda, se balancea de un pie al otro. Sospecho lo que voy a ver, un presentimiento me asalta y rezumo miedo por todos los poros de la piel. Extiendo la mano y le quito el fular. Veo la mordedura en su cuello. Lo sabía. Ashley nunca lleva fular, nunca. Juraría que opuso resistencia. Es una herida horrible y debió hacerle sufrir un martirio. En mi cabeza se baten la rabia, la incomprensión y el sentimiento de traición. Después de todo lo que hemos pasado, se ha rendido y se ha metido en la boca del lobo. Cierro los puños con tanta fuerza que las uñas se me clavan en las palmas.

—Sam, cálmate.

A mi hermana se le llenan los ojos de lágrimas mientras su amiga sangra por la nariz. No soporto verlas dejarse manipular de esta manera. Mi hermana se merece algo mejor.

—Dile a tu compañero que venga.

Esa palabra me desgarra literalmente la boca.

—Tendré que conocerlo si forma parte de la familia.

Mi tono almibarado no engaña a nadie y ambas sacuden la cabeza en señal de negación.

—No mientras te encuentres en este estado mental.

Siento cómo la magia me rodea, tratando de infiltrarse en mi cabeza para sosegarme, pero después de tantos años he aprendido a escudarme de sus poderes y debería saberlo.

—Para.

No quiero hacerle daño. Es mi hermana, la mitad de mi corazón, y sin embargo ahora no confío en ella. Es una sensación desagradable. Siempre he pensado que era la única persona con quien podía sentirme totalmente segura, y en este momento no hay nada más lejos de la realidad.

—Estamos enamorados, Sam.

—Abre los ojos. Eso no es una señal de amor.

Señalo con el dedo las profundas marcas de dientes que le dañan la piel.

—Es una herida horrible que te han obligado a aceptar.

—Sam, déjame enseñártela y explicarme. Te lo suplico.

Sus lágrimas son tan suyas como mías y me culpo por hacerla sufrir así.

—No me pidas que escoja. No sería capaz.

¿No me preferiría a mí antes que a su torturador? ¿Por qué? Respiro profundamente para apaciguar mi tormenta emocional, pero mantengo todos los sentidos alerta.

—¿Qué quieres enseñarme?

Tira un poco de su camiseta y veo una segunda mordedura más limpia.

—Esta es la marca de unión que me ha hecho Sean. Tenías razón, lo otro es una herida y opuse resistencia.

Monto en cólera. ¿Es así como piensa calmarme?

—Fue Nathan. Traicionó a los Treat y quiso reivindicarme a la fuerza. Hizo que me raptara un alfa disidente, pero Sean acudió a mi rescate con Sevana y su compañero.

Mi hermana desaparece y nadie me informa de nada. Esto ya es peor que ser el último mono, es ser insignificante.

—Sean mató a Nathan para protegerme. Y no me obligó a nada. Estaba dispuesto a esperar para reivindicarme. Es muy protector conmigo y no volverá a morderme jamás. No me quiere por mi sangre.

Me he perdido. Los disidentes no luchan entre ellos. Al contrario, comparten la sangre de los fateles para que otras manadas estén en deuda con ellos.

—Quiero conocerlo.

—Y estás en tu derecho, pero antes quiero que te calmes. Es parte de mí, de mi alma, y si le haces daño, sufriré mucho.

Asiento con la cabeza en señal de entendimiento. Sevana coge un pañuelo para limpiarse la sangre seca de la nariz, que ya ha dejado de correr.

—Os dejo en familia, necesito descansar y Connor está preocupado.

—Tú eres una más de la familia, Sevana.

Se sonríen y siento una punzada en el corazón al verlas tan unidas.

—Lo sé, pero acudí en tu ayuda a pesar de que él no quería que estuviera en primera línea y también he tenido que pelearme con él para que me dejase venir a ver a Sam contigo.

Me mira encogiéndose de hombros.

—No quería que me acercase a ti.

Lo entiendo. Tengo una reputación entre los Treat que desde luego no inspira mucha confianza.

—Si no soy considerada con él, lo volveré loco.

Dicho esto, sale de la habitación y de mi casa.

—¿Actúa en contra de la voluntad de su alfa?

Ashley sacude la cabeza.

—Le planta cara a su compañero, que es diferente.

Puede ser. O no. La verdad es que no tengo ni idea.

Tres golpes secos en la puerta me sobresaltan.

—Tranquila, Sam. Es Sean, mi compañero. Antes de abrir la puerta, debo advertirte.

Entrecierro los ojos con expresión suspicaz, a la espera de que continúe.

—Es autoritario. Y tozudo. Vamos, un beta. Un metamorfo beta.

¿Y eso le conviene? ¿A ella que no soporta que le den órdenes?

—Entiendo que tengas dudas, pero es mi alma gemela. Fue un flechazo, ¡aunque no quiere decir que no me ponga nerviosa a veces!

—Ve a abrir. Está esperando y no quiero que me tire la puerta abajo.

En efecto vuelve a golpear la puerta, ahora con más fuerza.

—Pues sí. Rompió la mía cuando Nathan me agredió y yo no podía abrir, así que es perfectamente capaz.

¿Y yo soy la desequilibrada?