Los Colores Del Dragon

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Los Colores Del Dragon
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Virginie T.

Los Colores del Dragon

los colores del dragon

I de

Dakota Jones

Virginie T

Dakota Jones es miembro de los Rastreadores de Demonios. Bajo las órdenes de su padre, frío y distante, combate el mal día y noche con su equipo, que son al mismo tiempo sus amigos. No obstante, su próxima investigación pondrá su mundo patas arriba. Su encuentro con Eldrekki, un hombre tan atractivo como misterioso, modificará tanto su pasado como su futuro. Dakota se sabía distinta, única, y por fin descubrirá el porqué… y puede que las respuestas no le gusten.



Los colores del dragón

Los colores del dragón

Dakota Jones – Tomo 1

Virginie T.

traducido por Joaquim Ma. Rourera

© 2020. T. Virginie

Prólogo

¿Quién no ha imaginado alguna vez que había monstruos en el falso techo, bajo la cama u ocultos detrás de una puerta o en un rincón oscuro, agazapados en la sombra o esperando nuestra llegada en la penumbra para saltarnos encima y despedazarnos hasta provocarnos la muerte entre sufrimientos atroces? Pues olvidadlo todo, porque es algo totalmente irreal. La realidad es mucho peor que nada que podáis imaginar. Habrá quien diga que tengo un don, pero yo pienso que se trata de una maldición. Yo veo el mal, tanto el que se esconde como el que se alza a pleno día entre sus futuras víctimas, que no se dan cuenta de nada, el que habita la Tierra y el de más allá. Pensad en la película de terror más pavorosa que hayáis visto, con demonios de formas imposibles con garras, colmillos, veneno y una fuerza impresionante y tendréis una idea de lo que me encuentro a menudo. Al lado de estos monstruos, luchar contra hombres-lobo o vampiros parece un relajado paseo dominical. Solo que no tengo tiempo para eso. Hace años desde mi último paseo por un parque para tomar el aire, desde que mi querido papá descubrió mi potencial y transformó para siempre mi vida en una guerra perpetua.



Capítulo 1

Dakota

Nací en Fort Benning, un recinto militar cerca de  Columbus, en Georgia, donde viven más de 120 000 militares y sus familias. Se trata de una base autosuficiente del ejército estadounidense, como una ciudad dentro de la ciudad. Baste deciros que pasaron varios años antes de que cruzara el portón para salir. Y ello con una buena escolta, pues tenía prohibido salir sola. Incluso llegué a pensar que no había nada fuera del recinto, como en las películas de catástrofes de la tele, y que era por esto que jamás cruzaba el portón. Hija del general de la base y de una civil fallecida al traerme al mundo, mis primeros años no fueron nada fáciles en medio de ese universo estricto regido por normas rígidas. Pero si hubiera sospechado qué me reservaba el futuro, no habría deseado con tanta fuerza crecer y que las cosas cambiaran.



Y heme aquí otra vez en un lugar lúgubre a más no poder, el tipo de lugar sombrío y silencioso que te provoca escalofríos a lo largo de la columna vertebral y donde nadie querría encontrarse solo. Por suerte no estoy sola. Aunque, casi. Tengo un auricular, mi mejor amigo desde hace tiempo, que me susurra a la oreja. Me permite comunicarme con los demás miembros del equipo, apostados en el exterior del edificio. Pienso en que este inmueble está verdaderamente ruinoso. Todas las ventanas están rotas, las puertas chirrían de forma siniestra y el suelo está cubierto de porquería. No soy nada maniática, ni mucho menos un ama de casa modélica, ¡pero tampoco hay que exagerar! Este lugar parece un vertedero público. El lugar ideal para detectar lo que busco. Y no haberme cruzado con ningún sinhogar es otro indicio. Ningún humano desearía estar en presencia de un demonio. Incluso sin ver su lado demoníaco, la gente siente un cierto malestar en su presencia.



– ¿Sigue sin verse nada Dakota?



Ah, se acuerdan de mí. Lo cierto es que hace unos buenos diez minutos que no digo nada.



– No, nada de momento.



– Ten cuidado, empiezas a estar lejos de nosotros.



– De acuerdo.



En efecto, ya estoy en el cuarto piso del lado oeste del inmueble, mientras que el comando, mi apoyo en caso de problemas, me espera en la camioneta aparcada al este del edificio. A pesar de estar sobreentrenados, en caso de problemas necesitarán como mínimo cinco minutos para llegar hasta mí. Puede no parecer mucho tiempo, pero si no me equivoco sobre lo que buscamos, hay tiempo más que suficiente para que deje para el arrastre mi magnífico cuerpo. Lo sé, me tiro piropos, pero sin pareja y lejos de tenerla dada mi poca vida social, acepto todos los cumplidos, incluidos los míos. Al fin y al cabo, ¿qué hombre juicioso querría una mujer que deambula de noche junto con un grupo de hombres por sitios como este?



Sigo avanzando y detecto movimiento a mi derecha, en la habitación de al lado. Susurro para no llamar la atención.



– Posible amenaza en el quinto, lado sur.



– Comprendido. Avanza con cuidado y cuida tus gafas. Esperaremos la confirmación visual para ponernos en marcha.



¡Ah, sí! las gafas-cámara que me obligan a llevar y que les permiten seguir mis más mínimos movimientos, ya que mi vista es perfecta. En fin, si quiero. Todo es relativo. En efecto tengo muy buena vista, espléndida en ambos ojos, pero mi vista no es realmente normal. Pero concentrémonos, que no he venido a que se me coman, aunque dudo que le gustase mucho. No soy lo bastante peluda. La criatura que persigo es más bien de las que comen animales, domésticos para ser precisos. Es lo que nos condujo hasta aquí. El barrio vivió un considerable aumento de desapariciones de perros y gatos. La aparición de sus esqueletos minuciosamente limpios cerca de este edificio nos llamó la atención. La opinión pública se imagina a un psicópata que se divierte sumergiéndolos en ácido. Es una posibilidad, pero el mundo rebosa de monstruos más peligrosos que un simple loco. Las autoridades han abierto una investigación y, como todos los fenómenos raros, el expediente aterrizó en el escritorio de mi padre. A diferencia de la policía, nosotros acostumbramos a resolver este tipo de sucesos que se alejan de lo ordinario. Me acerco de puntillas a la puerta, cuya hoja tambaleante hace tiempo que no cierra, y echo un discreto vistazo al interior.



– ¿Y bien Dakota, es el tipo que buscamos?



Por medio de mis gafas, mi equipo solo ve un hombre bastante banal, a pesar de su aire inquietante y lo insólita que resulta su presencia aquí. Cierto, no parece precisamente un vagabundo que se arrastra por un local ocupado. Viste tejanos y camisa, con calzado de montaña, pero el conjunto parece relativamente limpio para el lugar. El pelo corto, a cepillo, y afeitado reciente. Pero mis compañeros solo perciben la superficie. Yo soy distinta y lo que veo es mucho menos agradable. Una cabeza de serpiente con colmillos largos y venenosos, seis tentáculos con ventosas en lugar de brazos, unas bocas llenas de pequeños dientes puntiagudos y piernas recubiertas de escamas. ¡Bingo, lo hemos encontrado! Un serpendión, tal como suponía. No es el primero que me encuentro y sé que esta especie puede ser agresiva si se siente acorralada. Habrá que actuar con cautela. Retrocedo para alejarme, fundiéndome en las sombras tal como he aprendido a hacerlo con los años y con mis experiencias sobre el terreno.



– El objetivo está ahí.



– Vale, quédate a la espera, ya llegamos.



Me habría encantado hacerle caso, pero la persona de rojo que aparece delante de mí parecía no estar muy de acuerdo.



– ¿Qué haces aquí, jovencita?



No parece amenazador, pero sé que no puedes fiarte de las apariencias. Yo conozco su verdadera naturaleza y bajo su talante inocente y cortés se esconde un monstruo salido de los infiernos capaz de despedazarme y dejar mi esqueleto rutilante.



– Me he perdido. Solo pasaba por aquí.



Una afirmación no muy creíble cuando dos espadas tan largas como mis brazos se cruzan en mi espalda. Como arma resultan poco discretas. Pero lamentablemente los demonios, sea cual sea su especie, son insensibles a las balas. Para matarlos se necesitan filos de titanio. Y nada de hacerlo con un simple cuchillo, estarías muerto antes de hacerles un cortecito. Una hoja larga y afilada permite mantener las distancias con el enemigo y maximizar las oportunidades de salir indemne del combate, o casi.



– No tendrías que estar aquí, esta es mi casa.



Su voz se hizo sibilante. Un mal indicio. Cuando se enfadan surge su lado de serpiente y yo detesto los reptiles. Me parecen tortuosos y viscosos. Así que intento una retirada estratégica.



– De acuerdo, ya me voy.



Solo que antes de dar un solo paso me encuentro suspendida por los pies, patas arriba, sujeta por un tentáculo frío y espantoso.



– Diles que se vayan o vas a sufrir.



Vaya, la situación está muy mal. Ha notado la vibración del suelo por el avance de los refuerzos y no le ha gustado. No está nada contento. No sé donde está mi equipo, pero el serpendión lo ha notado. Y si yo no oigo ningún movimiento significa sin duda que aún están un piso más abajo en el mejor de los casos. Esto le da al serpendión tiempo más que suficiente para destrozarme.



– De acuerdo, cálmate. No quiero hacerte ningún daño.



– Esta es mi casa.



Parece que es territorial. De todos modos, no puede quedarse en este edificio, ni siquiera en esta ciudad, indefinidamente.



– La gente empieza a hacerse preguntas. No es que seas muy discreto al cazar tu comida.



– Y por tanto vienes a exterminarme.

 



Es lo que podría pensar vistas mis espadas, pero solo las llevo para defenderme en caso de ataque. Y, aunque me tiene suspendida sobre el suelo, no parece que quiera dañarme.



– No, solo a desplazarte.



Es la verdad. Mi equipo tiene un trabajo sucio. A menudo el demonio acaba lacerado, cortado o atravesado, muerto en resumen, pero en este caso concreto el demonio no supone un peligro real para la población, más allá de sus compañeros de cuatro patas. El único problema es la exposición de fenómenos extraños e inexplicables. Además de la necesidad indispensable de mantener en secreto la existencia del infierno y de un paso entre su mundo y el nuestro, para proteger al mundo de una situación que le supera y que provocaría angustia y caos. Así que solo queremos enviarlo a un lugar menos expuesto, donde pueda vivir en paz sin atraer la atención de los medios de comunicación. A pesar de lo que piensan algunos, no soy una asesina.



– ¿Dónde?



– A la jungla. Un lugar lleno de animales para comértelos a placer.



Silba con placer y sus múltiples bocas chasquean los dientes, pero para mi sorpresa me deja en el suelo sobre mis pies. El mundo me da vueltas durante unos momentos pues me había subido la sangre a la cabeza. Recupero rápidamente el equilibrio y sigo en guardia. Aún no he ganado nada. Todavía no ha aceptado mi propuesta.



– ¿Cómo te llamas?



Uf, no me gusta la pregunta. Podría resultar peligrosa más adelante. De todos modos, si no respondo podría volver a encontrarme colgando boca abajo y la experiencia no me ha gustado. No es que sea la primera vez, pero no me acostumbro.



– Dakota.



– ¿Dakota qué?



Es astuto. Un nombre solo sirve de poco. Mientras que nombre y apellido es una puerta abierta a todo, para él en particular.



– Dakota Jones.



– Dakota Jones: si me has mentido sabré encontrarte.



No lo dudo. Empiezo a tener un buen grupo de enemigos entre los habitantes del submundo. Mi oficio me proporciona pocos amigos entre su gente. Me pagan por perseguirlos y pocas veces colaboran, lo que a menudo acaba en un baño de sangre. No olvidemos que para tomar represalias los protagonistas tendrían que salir vivos. Así que quienes me guardan rencor acaban siempre a trocitos en la morgue. En ese momento llegan mis compañeros, con todas las armas en ristre. Afortunadamente, mi nuevo amigo no se lo toma a mal.



– Tranquilos muchachos, está dispuesto a seguirnos.



– ¿Estás segura, ojo de lince?



Sí, en condiciones normales no utilizamos los nombres ante los objetivos, y como no se me escapa nada, mi mote es ojo de lince. Me gusta. Y es mejor que "la rara", el mote de mi infancia. ¿Cómo podría haber adivinado que no veía lo mismo que los demás si había sido así desde mi nacimiento?



– Dakota Jones me ha dado su palabra. Tenéis que llevarme a un lugar donde no moleste a nadie.



Mierda. Me he ganado un tirón de orejas. George no espera un segundo para reprenderme.



– Maldita Dakota. No se les dice el nombre a los demonios. Conoces las reglas y esta es la primera que te enseñaron, la más importante.



Yo, por mi parte, creo que la más importante es la de seguir viva a cualquier precio, pero bueno, no es momento para sutilezas.



– Siempre vas a tu bola ¡Tu padre me echará una bronca cuando lea el informe!



– Entones podrías pasar por alto este detalle. Y ahora vayámonos de aquí.



Me vuelvo hacia la criatura, que ha recuperado la forma humana. Solo la camisa indica su cambio de apariencia, con las mangas rotas por la fuerza de sus tentáculos. Claro, dos mangas, seis tentáculos… no hay que saber muchas matemáticas para ver que algo falla. Por lo menos su anatomía queda escondida, para gran alivio de mis colegas. No siempre es así y mis amigos suelen incomodarse ante un hombre desnudo, aunque no sea realmente un hombre.



– Después de ti serpendión.



– ¿Cómo sabes lo que soy?



– Es que veo muchas cosas.



Aunque preferiría ver muchas menos. Pero no pienso comentarlo con él.



– ¿Conoces a otras criaturas como yo?



– No eres del primero de tu especie que se cruza en mi camino, pero seguramente eres el que más colabora.



– Ya veo.



Se sube a la furgoneta sin discutir y se vuelve hacia mí antes de que cierre la puerta.



– Si me necesitas llámame. ¿Sabes cómo hacerlo?



Me sorprende su muestra de confianza. Se dispone a explicarme cómo llamarle, igual que he hecho yo revelándole mi identidad.



– Sí, sé cómo invocar un demonio.



Se frota la pierna y me da una de sus escamas.



– Cuídate Dakota Jones. Tú eres distinta. Muchos tienen miedo de lo que no comprenden.



Estoy perpleja. ¿Me está previniendo? ¿Distinta de quién?



– ¿De qué me hablas?



– El Infierno no es el único lugar donde se encierran seres diabólicos y sin escrúpulos.



A continuación se vuelve y la camioneta se pone en marcha. ¿Más peligroso que los demonios del Infierno? Imposible. He visto suficientes para saber qué tipo de monstruos los habitan y nunca he visto nada peor entre los humanos. Ni siquiera el peor de los psicópatas le llega a la suela del zapato a la crueldad de un demonio sanguinario.



Capítulo 2

Dakota

La vieja base de Fort Benning no cambia con el paso del tiempo. Siempre con gente por todas partes y yo sintiéndome siempre sola en medio de la muchedumbre. Miles de personas y una intrusa. La chica rara que tiene derecho a estar aquí únicamente porque su padre dirige la base. Es lo que piensan todos en silencio sin decírmelo claramente, ya que todos ignoran mi papel en el seno del ejército. La chica que no pinta nada entre los soldados pero que arriesga su vida defendiendo el país. Seguramente, si supieran cómo es mi vida cambiarían su opinión sobre mí. A los ojos de todos soy la modosita niña de papá enchufada. Por su parte, mi padre alienta este mito en público con el mayor empeño desde mi más tierna infancia. En privado, en cambio, es otra historia. La diferencia respecto a mi infancia es que ahora tengo mi propia casa, en la que puedo refugiarme cuando quiero. Se acabó el triste y silencioso apartamento de mi padre, que brillaba por su ausencia, donde toda mi vida me sentí sola. Hasta la adolescencia mi vida transcurrió entre las niñeras y la escuela. Hasta que mi padre se dio cuenta de mi potencial y por fin me prestó atención. O, mejor dicho, interés. El tipo de interés del que yo podría haber pasado y que rompió para siempre mi esperanza de acabar teniendo un padre. Pasé directamente de niña molesta a soldado bajo sus órdenes, sin que nadie pidiera mi opinión. Esté o no de acuerdo, nunca he tenido voz ni voto, nada de libre albedrío, al estilo militar, y ni pensar en rebelarse si no quieres pagarlo muy caro. Ningún tratamiento de favor para la hija del general Jones, piensen lo que piensen los demás. Alguien podría considerarlo una debilidad y el general no es débil. Uno de los miembros del equipo tardó dos años en darse cuenta de quién era mi padre biológico. Lo que demuestra que la estrategia del general es eficaz. Tanto que incluso yo, a veces, me pregunto quién es mi padre.



El pequeño caparazón que me he creado es el remanso de paz indispensable para mi salud mental, si es que me queda un poco. Algunos lo encuentran demasiado colorido, incluso abigarrado, pero quienes me conocen, que son únicamente los miembros de mi equipo, comprenden las razones y aprueban mis heterodoxas elecciones. Mi salón es de color azul celeste, como los días soleados y sin nubes que tanto me gustan, con cuadros de tulipanes multicolor, junquillos y hasta resplandecientes lotos azul y rosa. Frente al televisor de  pantalla gigante, donde solo miro películas románticas pues mi trabajo ya me ofrece suficientes horrores, mi canapé blanco con cojines de colores estridentes desentona en esta decoración campestre, pero es muy cómodo. Tanto que mis amigos tienden a ponerse a sus anchas un poco más de lo necesario. Y la cocina abierta de blanco y azul con una isla central de mármol y cuarzo es, literalmente, una invitación a las comidas entre amigos, lo que me gusta mucho porque me encanta cocinar. Lástima que sin tiempo de sentarme para tomar un café ya suene el teléfono. Grrr, mi padre. Ya resoplo solo con la idea de oír su voz. Si hubiera sido cualquier otro me habría hecho la sorda. Pero con mi progenitor sería inútil. Mejor responder pues me machacará hasta que descuelgue. Y si apago mi móvil enviará al instante a uno de sus subordinados a llamar a mi puerta. Ni pensarlo. Detesto que un desconocido entre en mi guarida y husmee en mis asuntos. Así que descuelgo, sin ningún entusiasmo.



– ¿Diga?



– Dakota, reunión de retorno de misión en 15 minutos.



Y cuelga sin dar tiempo para ninguna excusa. Nada de "¿cómo te va?" ni "te he echado de menos". El general ha hablado, manos a la obra. Es exactamente mi sensación en este momento. No tengo un padre sino un general cuyas órdenes debo seguir sin discutir, sin reflexionar y, por encima de todo, sin mostrar emoción alguna. Debo presentarme inmediatamente en el Cuartel General de los RD o me ganaré una reprimenda.



Los Rastreadores de Demonios, nuestro nombre completo, es la unidad que creó mi padre cuando descubrió mi particularidad. Hace siglos que se conoce el infierno. La Biblia lo menciona a menudo. Como ya dije, existe un paso entre nuestro mundo y ese mundo subterráneo abominable. Pero contrariamente a la idea de que se envía a los humanos al Infierno para castigarles después de su muerte, son los demonios quienes vienen a la Tierra. Y no para castigar a quienes lo merecen, sino para vivir aquí y hacer el mal, conforme a su naturaleza. Podría decirse que inicialmente el ejército combatía a los demonios cuando había suerte. Los mataba cuando caía sobre ellos por casualidad, después de muchas bajas evidentemente, pues no todo el mundo va por ahí llevando siempre consigo una hoja de titanio. Ahora, gracias a mí, nuestros ataques están dirigidos y solo la unidad de la que formo parte se dedica a combatir a los demonios y matarlos si es necesario. En este sentido me mantuve muy firme frente a mi padre. Igual que entre los humanos, hay demonios buenos y demonios malos. Me niego a matar a una criatura que no hace daño a nadie. El serpendión de hoy es un ejemplo perfecto. No iba a acabar con su vida porque se alimenta de animales. Si lo hiciera, también podría matar a la gente que come cerdo. Esas bestezuelas sonrosadas con su colita en forma de tirabuzón. Tengo claro que mi padre cedió a mi reivindicación con el único objeto de que entrara en la unidad, pero esto carece de importancia. Lo importante es que salí victoriosa y que, demonio o no, los inocentes son absueltos. Llamarles al orden o trasladarlos, según cual sea el problema, pero dejarles vivir en paz. Lo que no impide que el general critique mis elecciones y mis acciones en cada reunión. Para él solo represento una decepción y me lo recuerda siempre que se presenta la ocasión. Nuestra misión ha sido un éxito, pero él le encontrará algún fallo, como siempre.



Así que me voy sin entusiasmo al superprotegido CG de los RD, formado por un despacho, una gran sala de reuniones y un laboratorio subterráneo al que no tengo acceso. Lo que no me supone ningún problema. No soy nada morbosa y el laboratorio recoge los demonios muertos para su autopsia. Y no tengo ninguna necesidad de verlo. Ni la más mínima. Ya veo suficientes horrores durante las investigaciones como para añadirles las imágenes de demonios cortados con el escalpelo y disecados. Pero el personal de la morgue es sin duda indispensable para nuestro trabajo. Nos permite aumentar nuestro conocimiento sobre las especies de los infiernos y la forma de matarlos más rápido sin resultar heridos. Esquematiza y enumera todos los puntos fuertes y débiles de las distintas especies que hemos combatido en el pasado. Sea como sea, a cada uno su sitio y yo prefiero afrontar el peligro y pelear que manosear la muerte durante todo el día.



Cuando llego el equipo ya está allí al completo, charlando tranquilamente mientras esperan que el general nos honre con su presencia. Me gustan todas las personas presentes en esta sala. Estos hombres se han convertido en mi familia desde que entré en el programa y arriesgaría mi vida por ellos sin pensarlo igual que ellos harían por mí. George, nuestro jefe de equipo, es el mayor de nosotros. Con la autoridad de sus 45 años y sus sienes que imagino entrecanas, aunque no le veo ninguna cana, es como un padre para mí desde la formación del equipo. Yo tenía solo 18 años y mi padre le puso al cargo de mi aprendizaje. Fue entonces cuando conocí a Luke, el benjamín del equipo después de mí. Dos años mayor que yo, acababa de salir de la escuela militar y lo confiaron a los cuidados de George para seguir la formación junto a mí. A lo largo de los combates, técnicas de camuflaje, manejos de armas y demasiados gritos de George, no nos mostramos como unos alumnos muy disciplinados, pero nos acercamos hasta ser como hermanos. Luke es el gemelo en el que yo soñaba durante mis peores momentos de soledad. Un hermano que fuera como yo y que me comprendiera siempre a pesar de mis rarezas. Por otro lado, Luke no es como yo, yo soy única, pero él me comprende mejor que nadie y siempre sabe qué me ronda por la cabeza. Como ahora.

 



– Calma, Dakota. Asistimos a la reunión y te llevo a casa al instante para que puedas instalarte en el sofá a mirar algún bodrio en la tele.



Le obsequio con mi mejor sonrisa. Acaba de describir mi jornada ideal, mi sueño. Mi canapé, un café y una película romántica que me transporte hacia un mundo ideal y armonioso.



– ¿Seguro que no prefieres pasar la velada conmigo, encanto? Te ayudaré a relajarte, te lo prometo.



Jared, el ligón irreductible. Un buen conversador treintañero con el cuerpo de un dios, esculpido por años de musculación. Lástima que este bello ejemplar, desde lo alto de su metro noventa, usa las chicas como pañuelos: usar y tirar. Por otro lado, debe admitirse que el carácter secreto de nuestras misiones y su peligrosidad no nos permite establecer lazos profundos como nadie de fuera del equipo. Así que ha elegido disfrutar de la vida. Lo respeto, pero tendrá que hacerlo sin mí y él lo sabe. Aún así, le encanta pincharme y, sobre todo, despertar el lado protector de nuestros colegas. No he tenido tiempo para responder cuando Russel lo hace por mí.



– No te atrevas a tocarla, pervertido.



Russel, el chico amable y defensor de las causas perdidas. Y yo soy su última obra de caridad. Lo adoro, siempre se pone de mi lado y fue el primero en apoyarme cuando me opuse a las masacres sistemáticas de demonios, pero no soy ni mucho menos la frágil florecilla que él insinúa. Soy perfectamente capaz de defenderme de los patéticos intentos de Jared. Especialmente porque se trata en esencia de palabras al viento. No soy en absoluto su tipo. Para gustarle se tiene que ser una boba pechugona que se abre de piernas cuando él chasquea los dedos. Por mi parte soy una morena menuda, con curvas pero no demasiadas, perfectamente capaz de defenderme si me busca las pulgas o me falta al respeto. Jasper añade una barrera.



– Ella nunca acabará en tu cama tío, es demasiado inteligente para que la engañes con tu cara bonita.



– Gracias por el cumplido.



Jasper, el último en llegar al equipo. Un amigo fiel y valioso. La persona a quien acudo cuando estoy muy apesadumbrada y tengo verdadera necesidad de reír un poco. Falso. En realidad es Luke quien lo llama al rescate cuando nota que tengo la moral por los suelos. En nuestro negocio es peligroso deprimirse. Cualquier despiste puede costarte la vida. Jasper me permite soltar lastre con su humor y sus payasadas y salir de misión concentrada y alerta.



– Ya basta chicos. El general está a punto de llegar. Estad tranquilos o nos pegará una bronca.



El comentario me sale solo.



– Como si quedarme tranquila en mi silla le fuera a impedir que me salte encima.



– Es un mal trago que hemos de pasar Dakota. Luego podrás volver a tu casa hasta la próxima investigación.



No añado nada. Sin duda, papá George tiene razón. Probablemente lo mejor es callarse y asentir a todas las chorradas que soltará el general. Pero cada vez llevo peor eso de mantener mi papel de buen soldadito cuando mi corazón grita que por encima de todo soy su hija y que después de veinticinco años el Sr. Jones podría haberse dado cuenta. Aprieto los puños y la mandíbula, rechinando los dientes y me instalo en una silla libre. Luke se coloca a mi izquierda y Jasper a mi derecha, ambos tomándome la mano y acariciándome la palma con su pulgar. Un gesto simple, insignificante en apariencia, pero que echo de menos inmediatamente cuando por el pasillo se oyen los pasos del general, obligando a mis amigos a soltarme para evitar la ira de quien ha prohibido cualquier intimidad en el seno de la unidad. Para él, incluso una muestra de afecto amistoso es inaceptable. Somos compañeros de trabajo y nuestras relaciones no pueden salir de lo profesional. Claramente el pensamiento de un oficial que nunca mueve el culo de su despacho. ¿Qué persona sensata confiaría su vida a un desconocido? Porque un compañero de trabajo con el que no estableces ningú

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