Frente al dolor

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Frente al dolor
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Colección: Semillas de Esperanza



Título: Frente al dolor



Autor: Roberto Badenas



Diseño y desarrollo del proyecto: Equipo de Editorial Safeliz



Copyright by © Editorial Safeliz, S. L.



Pradillo, 6 · Pol. Ind. La Mina



E-28770 · Colmenar Viejo, Madrid (España)



Tel.: 91 845 98 77 · Fax: 91 845 98 65



admin@safeliz.com · www.safeliz.com



ISBN: 978-84-7208-857-3



No está permitida la reproducción total o parcial de este libro



(texto, imágenes o diseño) en ningún idioma, ni su tratamiento informático,



ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio,



ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos,

sin el permiso previo y por escrito de los titulares del ‘Copyright’.




Dedicado a todos aquellos a los que el dolor me une:



a los que he hecho sufrir,



y a los que me han hecho sufrir a mí;



a los que han compartido conmigo sus penas,



y a aquellos con los que he compartido las mías…



Y en especial, a los millones que sufren sin que yo lo sepa,



o sin que consiga hacer nada por ellos,



aparte de escribir presuntamente en su nombre.




Roberto Badenas



es doctor en Teología por la Universidad Andrews (Míchigan, EE. UU.), especialista en Filología bíblica y profesor de Nuevo Testamento.

De 1990 a 1999 fue decano de la Facultad Adventista de Teología de Francia (Collonges-sous-Salève), y de 1999 a 2010, presidente de la Comisión de Investigación Bíblica (Berna, Suiza). Con anterioridad a este trabajo,

el profesor Badenas publicó, entre otros textos (incluidos numerosos artículos), una tesis sobre la relación entre Cristo y la Ley (Christ the End of the Law. Romans 10:4 in Pauline Perspective, JSOT Press, Universidad de Sheffield, 1985). Sus libros Más allá de la Ley, Para conocer al Maestro en sus parábolas y Encuentros (su obra más conocida hasta el momento, traducida y editada en inglés, francés, alemán, italiano, portugués, rumano y catalán) forman asimismo parte de la serie

Semillas de Esperanza.



Índice general



Introducción: Un enemigo omnipresente 10



Parte I. Toma de conciencia 15



1 Qué entendemos por dolor 17

2 Necesitamos expresar nuestras penas 29

3 Atentos a las señales de alarma 39

4 Un porqué difícil de aceptar 55Parte II. Reflexión 71

5 El enigma del mal 73

6 Las explicaciones tradicionales 89

7 El silencio de Dios 103

8 Fe y curación 119Parte III. Apoyo 141

9 Aprendiendo a aliviar el dolor 143

10 Claves para sobrevivir 161

11 Envejecer con serenidad 177

12 Acompañar la partida 189

13 Ante la muerte 205

14 Duelo y luto 225

15 Epílogo: No más dolor 207



Introducción:

Un enemigo omnipresente



Hay pocas experiencias humanas tan universales como el dolor. Es casi imposible atravesar la vida sin padecer algún quebranto de salud, sin tener ningún accidente, sin que una amistad o un amor nos fallen, y sin que ninguno de nuestros seres queridos muera.



Nos basta existir para sufrir y producir dolor. Desde Adán hasta el último recién nacido, y desde Job y Jesús hasta el soldado más desconocido de la más olvidada guerra, todos llevamos la sombra del dolor pegada a la nuestra. Nadie está al amparo del sufrimiento, por muy bien que programe su vida. Todos estamos expuestos a sufrir de un modo u otro, de los primeros dientes de leche a los últimos achaques de la vejez. Enfermedad, decrepitud, remordimiento, angustia existencial, pena de amor... Si alguien pretende no haber sufrido nunca, es que ha perdido la memoria.



Bajo innumerables formas –agudo, violento, sordo, lacerante, tenaz– el dolor deteriora el cuerpo y abruma el espíritu. Abunda en la vida del pobre y arruina la del rico. Hace llorar al niño, mutila el cuerpo del joven, marca el rostro del adulto y encorva las espaldas del viejo. De la cuna a la tumba, el sufrimiento es nuestro implacable verdugo. Trabajo y placer, dependencia y libertad, virtud y vicio, amor y odio, todo puede hacernos sufrir. El dolor forma parte de nuestra condición humana.1 Podríamos decir que dejamos de ser niños cuando descubrimos que el beso de nuestra madre no cura del todo nuestras penas…



Basta abrir un periódico, darse una vuelta por los pasillos de un hospital o visitar cualquier cementerio para comprobar que esta es la realidad de la vida. El sufrimiento nos acecha y nos asedia.2 En el transcurso del último año, mientras redactaba este libro, una veintena de personas de mi entorno directo se han visto envueltas en sufrimientos graves, y diez de ellas ya han fallecido. Una de ellas era mi padre...



Ante esta implacable realidad, nuestro instinto vital se revela y se rebela de mil maneras. Cualquier punzada de dolor pone en alerta los sensibles mecanismos de defensa con que nuestro organismo está equipado. Como Ponce de León,3 buscamos la fuente de la felicidad –o de la eterna juventud– en placeres, medicinas, terapias, tratamientos, y mil otras prácticas… pero no la encontramos en ninguna parte. El riesgo –y la certeza– de sufrir y morir prevalecen sobre nuestros ilusos sueños. Procuramos soslayar o combatir ambas realidades, pero solo nos resignamos a asumirlas cuando no vemos otro remedio.



La cuestión del sufrimiento es tan amplia y compleja que sería pretencioso querer abarcar todas sus dimensiones en un trabajo como este. Aquí nos limitaremos a evocar algunos de los aspectos más prácticos de sus facetas psicológica, social, asistencial, filosófica y espiritual. A pesar de tantos milenios de tiranía el reino del dolor está apenas por explorar.



Este libro se propone, con toda modestia, ayudar al no especialista a hacer frente al propio dolor con dignidad y realismo. En su primera parte, de naturaleza informativa, presenta una toma de conciencia sobre la complejidad del asunto y de sus diversas implicaciones. En el segundo tramo de la obra se expone una serie de reflexiones teórico-prácticas encaminadas a entender el porqué último del sufrimiento y a desentrañar su sentido. La tercera parte recoge, pensando en el lector no profesional, recursos sencillos para encarar el sufrimiento ajeno con solidaridad, eficacia y tacto. En primer lugar, para procurar evitarlo; y cuando no eso ya no es viable, para contribuir a aliviarlo. En última instancia, se trata de ayudar a combatir y a sobrellevar la realidad del dolor hasta donde sea posible.



Reconozco no ser un experto en el tema. No me cabe duda de que, por su experiencia profesional o personal, muchos de mis lectores lo conocen mejor que yo. Me atrevo a escribir solo en calidad de testigo, casi como “sujeto paciente”. Si mi naturaleza optimista tiende a zafarse del dolor, mi formación filosófica, y sobre todo mi experiencia personal y pastoral, me han sensibilizado de forma irreversible ante este sombrío huésped de la vida.



Este libro me ha costado escribirlo mucho más que todos los anteriores, y sin duda nunca hubiera salido a la luz sin la colaboración de un estupendo grupo de personas especialmente queridas. Mi agradecimiento en primer lugar se dirige a mis amigos médicos, José Manuel Prat, Miguel Gracia Antequera, Marcelle Lafond y Caleb Mercier, que han tenido la gentileza de revisar estas páginas desde el punto de vista profesional, y que me han aportado muy valiosos consejos mas allá de sus respectivas especialidades. Mi gratitud se dirige igualmente a mi apreciado colega Roberto Carbonell, capellán de hospital, diariamente confrontado con el sufrimiento y la muerte, por ofrecerme generosamente sus testimonios personales; a Santiago Gómez, por sus inteligentes y sensibles reflexiones sobre un tema de su especial interés; a José Álvaro Martín, por sus útiles aportaciones desde el punto de vista del filósofo; a mis jóvenes amigos Ramón Junqueras y Guillermo Sánchez, por compartir conmigo las impagables aportaciones de sus creativos talentos; a Juan Fernando Sánchez, por su infatigable y competente asistencia editorial, dentro y fuera de su trabajo. Y una vez más, a Marta Prats, por su valioso asesoramiento literario y el apoyo incondicional de siempre.



Escribo esta obra por solidaridad con los que sufren, pero más que por sentido del deber, casi diría “en legítima defensa”,4 movido por mi propio rechazo e impotencia ante su dolor y el mío. Para aliviar su carga y responder a algunas de las preguntas a las que nos enfrentamos todos ante nuestra vivencia común: ¿Hasta dónde es posible dominar el dolor? ¿Qué podemos hacer para comprenderlo o aprender a controlarlo? ¿Cómo trascenderlo a fin de poner a este esbirro de la muerte al servicio de la vida?



En fin, con León Gieco:



«Solo le pido a Dios



que el dolor no me sea indiferente,



que la reseca muerte no me encuentre



vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente».



EL AUTOR



1

 . «La vivencia humana más primaria es el dolor» (Reinaldo Bustos, “Antropología del dolor”, Diccionario latinoamericano de bioética , Bogotá: Unesco/Universidad de Colombia, 2008, p. 60). «La realidad humana, por naturaleza está abocada al sufrimiento» (Jean-Paul Sartre, El ser y la nada). «Imaginemos una cantidad de hombres encadenados y todos condenados a muerte; cada día unos son degollados a la vista de los otros, los que quedan ven su propia condición en la de sus semejantes y, mirándose unos a otros con dolor y sin esperanza, esperan su turno. Es la imagen de la condición de los hombres» (Blas Pascal, Pensamientos, § CXIX).



2

 . Ver Paul Heubach, The Problem of Human Suffering, Hagerstown (Maryland, EE.UU.): Review and Herald, 1991, p. 4.

 



3

 . Juan Ponce de León (c. 1460-1521), conquistador vallisoletano, fue el primer gobernador de Puerto Rico y el descubridor de la Florida (hoy sureste de los Estados Unidos). Según la leyenda, buscaba en sus viajes la fuente de la eterna juventud.



4

 . Ver Roland Dunn, Quand le ciel est silencieux, Marne-la-Vallée (Francia): Farel, 2003, p. 23.




Índice general



Introducción: Un enemigo omnipresente 10



Parte I. Toma de conciencia 15



1 Qué entendemos por dolor 17

2 Necesitamos expresar nuestras penas 29

3 Atentos a las señales de alarma 39

4 Un porqué difícil de aceptar 55Parte II. Reflexión 71

5 El enigma del mal 73

6 Las explicaciones tradicionales 89

7 El silencio de Dios 103

8 Fe y curación 119Parte III. Apoyo 141

9 Aprendiendo a aliviar el dolor 143

10 Claves para sobrevivir 161

11 Envejecer con serenidad 177

12 Acompañar la partida 189

13 Ante la muerte 205

14 Duelo y luto 225

15 Epílogo: No más dolor 207



Introducción:

Un enemigo omnipresente



Hay pocas experiencias humanas tan universales como el dolor. Es casi imposible atravesar la vida sin padecer algún quebranto de salud, sin tener ningún accidente, sin que una amistad o un amor nos fallen, y sin que ninguno de nuestros seres queridos muera.



Nos basta existir para sufrir y producir dolor. Desde Adán hasta el último recién nacido, y desde Job y Jesús hasta el soldado más desconocido de la más olvidada guerra, todos llevamos la sombra del dolor pegada a la nuestra. Nadie está al amparo del sufrimiento, por muy bien que programe su vida. Todos estamos expuestos a sufrir de un modo u otro, de los primeros dientes de leche a los últimos achaques de la vejez. Enfermedad, decrepitud, remordimiento, angustia existencial, pena de amor... Si alguien pretende no haber sufrido nunca, es que ha perdido la memoria.



Bajo innumerables formas –agudo, violento, sordo, lacerante, tenaz– el dolor deteriora el cuerpo y abruma el espíritu. Abunda en la vida del pobre y arruina la del rico. Hace llorar al niño, mutila el cuerpo del joven, marca el rostro del adulto y encorva las espaldas del viejo. De la cuna a la tumba, el sufrimiento es nuestro implacable verdugo. Trabajo y placer, dependencia y libertad, virtud y vicio, amor y odio, todo puede hacernos sufrir. El dolor forma parte de nuestra condición humana.1 Podríamos decir que dejamos de ser niños cuando descubrimos que el beso de nuestra madre no cura del todo nuestras penas…



Basta abrir un periódico, darse una vuelta por los pasillos de un hospital o visitar cualquier cementerio para comprobar que esta es la realidad de la vida. El sufrimiento nos acecha y nos asedia.2 En el transcurso del último año, mientras redactaba este libro, una veintena de personas de mi entorno directo se han visto envueltas en sufrimientos graves, y diez de ellas ya han fallecido. Una de ellas era mi padre...



Ante esta implacable realidad, nuestro instinto vital se revela y se rebela de mil maneras. Cualquier punzada de dolor pone en alerta los sensibles mecanismos de defensa con que nuestro organismo está equipado. Como Ponce de León,3 buscamos la fuente de la felicidad –o de la eterna juventud– en placeres, medicinas, terapias, tratamientos, y mil otras prácticas… pero no la encontramos en ninguna parte. El riesgo –y la certeza– de sufrir y morir prevalecen sobre nuestros ilusos sueños. Procuramos soslayar o combatir ambas realidades, pero solo nos resignamos a asumirlas cuando no vemos otro remedio.



La cuestión del sufrimiento es tan amplia y compleja que sería pretencioso querer abarcar todas sus dimensiones en un trabajo como este. Aquí nos limitaremos a evocar algunos de los aspectos más prácticos de sus facetas psicológica, social, asistencial, filosófica y espiritual. A pesar de tantos milenios de tiranía el reino del dolor está apenas por explorar.



Este libro se propone, con toda modestia, ayudar al no especialista a hacer frente al propio dolor con dignidad y realismo. En su primera parte, de naturaleza informativa, presenta una toma de conciencia sobre la complejidad del asunto y de sus diversas implicaciones. En el segundo tramo de la obra se expone una serie de reflexiones teórico-prácticas encaminadas a entender el porqué último del sufrimiento y a desentrañar su sentido. La tercera parte recoge, pensando en el lector no profesional, recursos sencillos para encarar el sufrimiento ajeno con solidaridad, eficacia y tacto. En primer lugar, para procurar evitarlo; y cuando no eso ya no es viable, para contribuir a aliviarlo. En última instancia, se trata de ayudar a combatir y a sobrellevar la realidad del dolor hasta donde sea posible.



Reconozco no ser un experto en el tema. No me cabe duda de que, por su experiencia profesional o personal, muchos de mis lectores lo conocen mejor que yo. Me atrevo a escribir solo en calidad de testigo, casi como “sujeto paciente”. Si mi naturaleza optimista tiende a zafarse del dolor, mi formación filosófica, y sobre todo mi experiencia personal y pastoral, me han sensibilizado de forma irreversible ante este sombrío huésped de la vida.



Este libro me ha costado escribirlo mucho más que todos los anteriores, y sin duda nunca hubiera salido a la luz sin la colaboración de un estupendo grupo de personas especialmente queridas. Mi agradecimiento en primer lugar se dirige a mis amigos médicos, José Manuel Prat, Miguel Gracia Antequera, Marcelle Lafond y Caleb Mercier, que han tenido la gentileza de revisar estas páginas desde el punto de vista profesional, y que me han aportado muy valiosos consejos mas allá de sus respectivas especialidades. Mi gratitud se dirige igualmente a mi apreciado colega Roberto Carbonell, capellán de hospital, diariamente confrontado con el sufrimiento y la muerte, por ofrecerme generosamente sus testimonios personales; a Santiago Gómez, por sus inteligentes y sensibles reflexiones sobre un tema de su especial interés; a José Álvaro Martín, por sus útiles aportaciones desde el punto de vista del filósofo; a mis jóvenes amigos Ramón Junqueras y Guillermo Sánchez, por compartir conmigo las impagables aportaciones de sus creativos talentos; a Juan Fernando Sánchez, por su infatigable y competente asistencia editorial, dentro y fuera de su trabajo. Y una vez más, a Marta Prats, por su valioso asesoramiento literario y el apoyo incondicional de siempre.



Escribo esta obra por solidaridad con los que sufren, pero más que por sentido del deber, casi diría “en legítima defensa”,4 movido por mi propio rechazo e impotencia ante su dolor y el mío. Para aliviar su carga y responder a algunas de las preguntas a las que nos enfrentamos todos ante nuestra vivencia común: ¿Hasta dónde es posible dominar el dolor? ¿Qué podemos hacer para comprenderlo o aprender a controlarlo? ¿Cómo trascenderlo a fin de poner a este esbirro de la muerte al servicio de la vida?



En fin, con León Gieco:



«Solo le pido a Dios



que el dolor no me sea indiferente,



que la reseca muerte no me encuentre



vacío y solo, sin haber hecho lo suficiente».



EL AUTOR



1

 . «La vivencia humana más primaria es el dolor» (Reinaldo Bustos, “Antropología del dolor”, Diccionario latinoamericano de bioética , Bogotá: Unesco/Universidad de Colombia, 2008, p. 60). «La realidad humana, por naturaleza está abocada al sufrimiento» (Jean-Paul Sartre, El ser y la nada). «Imaginemos una cantidad de hombres encadenados y todos condenados a muerte; cada día unos son degollados a la vista de los otros, los que quedan ven su propia condición en la de sus semejantes y, mirándose unos a otros con dolor y sin esperanza, esperan su turno. Es la imagen de la condición de los hombres» (Blas Pascal, Pensamientos, § CXIX).



2

 . Ver Paul Heubach, The Problem of Human Suffering, Hagerstown (Maryland, EE.UU.): Review and Herald, 1991, p. 4.



3

 . Juan Ponce de León (c. 1460-1521), conquistador vallisoletano, fue el primer gobernador de Puerto Rico y el descubridor de la Florida (hoy sureste de los Estados Unidos). Según la leyenda, buscaba en sus viajes la fuente de la eterna juventud.



4

 . Ver Roland Dunn, Quand le ciel est silencieux, Marne-la-Vallée (Francia): Farel, 2003, p. 23.




Introducción:

Un enemigo omnipresente



Hay pocas experiencias humanas tan universales como el dolor. Es casi imposible atravesar la vida sin padecer algún quebranto de salud, sin tener ningún accidente, sin que una amistad o un amor nos fallen, y sin que ninguno de nuestros seres queridos muera.



Nos basta existir para sufrir y producir dolor. Desde Adán hasta el último recién nacido, y desde Job y Jesús hasta el soldado más desconocido de la más olvidada guerra, todos llevamos la sombra del dolor pegada a la nuestra. Nadie está al amparo del sufrimiento, por muy bien que programe su vida. Todos estamos expuestos a sufrir de un modo u otro, de los primeros dientes de leche a los últimos achaques de la vejez. Enfermedad, decrepitud, remordimiento, angustia existencial, pena de amor... Si alguien pretende no haber sufrido nunca, es que ha perdido la memoria.



Bajo innumerables formas –agudo, violento, sordo, lacerante, tenaz– el dolor deteriora el cuerpo y abruma el espíritu. Abunda en la vida del pobre y arruina la del rico. Hace llorar al niño, mutila el cuerpo del joven, marca el rostro del adulto y encorva las espaldas del viejo. De la cuna a la tumba, el sufrimiento es nuestro implacable verdugo. Trabajo y placer, dependencia y libertad, virtud y vicio, amor y odio, todo puede hacernos sufrir. El dolor forma parte de nuestra condición humana.1 Podríamos decir que dejamos de ser niños cuando descubrimos que el beso de nuestra madre no cura del todo nuestras penas…



Basta abrir un periódico, darse una vuelta por los pasillos de un hospital o visitar cualquier cementerio para comprobar que esta es la realidad de la vida. El sufrimiento nos acecha y nos asedia.2 En el transcurso del último año, mientras redactaba este libro, una veintena de personas de mi entorno directo se han visto envueltas en sufrimientos graves, y diez de ellas ya han fallecido. Una de ellas era mi padre...



Ante esta implacable realidad, nuestro instinto vital se revela y se rebela de mil maneras. Cualquier punzada de dolor pone en alerta los sensibles mecanismos de defensa con que nuestro organismo está equipado. Como Ponce de León,3 buscamos la fuente de la felicidad –o de la eterna juventud– en placeres, medicinas, terapias, tratamientos, y mil otras prácticas… pero no la encontramos en ninguna parte. El riesgo –y la certeza– de sufrir y morir prevalecen sobre nuestros ilusos sueños. Procuramos soslayar o combatir ambas realidades, pero solo nos resignamos a asumirlas cuando no vemos otro remedio.



La cuestión del sufrimiento es tan amplia y compleja que sería pretencioso querer abarcar todas sus dimensiones en un trabajo como este. Aquí nos limitaremos a evocar algunos de los aspectos más prácticos de sus facetas psicológica, social, asistencial, filosófica y espiritual. A pesar de tantos milenios de tiranía el reino del dolor está apenas por explorar.



Este libro se propone, con toda modestia, ayudar al no especialista a hacer frente al propio dolor con dignidad y realismo. En su primera parte, de naturaleza informativa, presenta una toma de conciencia sobre la complejidad del asunto y de sus diversas implicaciones. En el segundo tramo de la obra se expone una serie de reflexiones teórico-prácticas encaminadas a entender el porqué último del sufrimiento y a desentrañar su sentido. La tercera parte recoge, pensando en el lector no profesional, recursos sencillos para encarar el sufrimiento ajeno con solidaridad, eficacia y tacto. En primer lugar, para procurar evitarlo; y cuando no eso ya no es viable, para contribuir a aliviarlo. En última instancia, se trata de ayudar a combatir y a sobrellevar la realidad del dolor hasta donde sea posible.



Reconozco no ser un experto en el tema. No me cabe duda de que, por su experiencia profesional o personal, muchos de mis lectores lo conocen mejor que yo. Me atrevo a escribir solo en calidad de testigo, casi como “sujeto paciente”. Si mi naturaleza optimista tiende a zafarse del dolor, mi formación filosófica, y sobre todo mi experiencia personal y pastoral, me han sensibilizado de forma irreversible ante este sombrío huésped de la vida.

 



Este libro me ha costado escribirlo mucho más que todos los anteriores, y sin duda nunca hubiera salido a la luz sin la colaboración de un estupendo grupo de personas especialmente queridas. Mi agradecimiento en primer lugar se dirige a mis amigos médicos, José Manuel Prat, Miguel Gracia Antequera, Marcelle Lafond y Caleb Mercier, que han tenido la gentileza de revisar estas páginas desde el punto