Buch lesen: «Mi extraterrestre», Seite 2

Schriftart:

Y sacó un pequeño rectángulo metálico que colgaba de su cuello por medio de una cadena, o de algo que lo parecía. Digo algo que lo parecía, porque todo aquello era tan nuevo para mí que no sabía si era cadena o cordón, ni si ese cordón y la chapa de identidad eran de metal o de qué material estaban hechos. Me los cedió para que los examinara. La laminilla tenía una gran cantidad de pequeños salientes y pequeños, pequeñísimos, agujeros. Le di muchas vueltas pero no entendí nada. Se lo restituí y se lo volvió a poner al cuello.

─Esta chapa la mandé hacer para ti, para que te vayas familiarizando con las cosas nuestras. Nuestra verdadera placa de Identidad la llevamos embutida bajo la piel. Cuando por cualquier circunstancia se necesita saber quiénes somos, nos aplican una especie de micrófono y los datos se reflejan en una pantalla. En cuanto al nombre, me puedes llamar Inime, que aunque no es exactamente mi nombre personal, es el que más se le asemeja en tu idioma.

─El otro día te pregunté por tu mundo y apenas me contestaste.

─No debía decírtelo para que no te excites, pero estamos tratando de llevarte a él. Todo estriba en que nuestros jefes nos den su conformidad. Individualmente tenemos libertad de acción para todo lo que se refiere a nosotros mismos, pero cuando se trata de otros seres, como tú ahora, nos atenemos a lo que otras mentes más desarrolladas nos indican. También queremos que tengas otras experiencias, que satisfagan ese ansia enorme que tienes de saber cosas de nosotros y de nuestra vida. Todo esto lo hacemos en compensación a tu deseo de que tu mundo mejore, y pierda esos malos instintos que, desgraciadamente, tenéis en general. Nos parece bastante infantil ese afán de saber datos del vecino, pero os educan en un ambiente de competición en vez de superación.

Noto en tu aura que te sorprende que hable en nombre de otros, pero debes saber que conmigo hay seis compañeros más, todos los que componen la tripulación de la nave en la que realizamos nuestro trabajo, y que están conformes en colaborar. Mejor dicho, todos los que hemos aceptado la misión de ayudarte. No podemos venir al mismo tiempo, porque, aunque la nave está a una altura de seguridad, siempre es bueno que haya una guardia. Los que me acompañan no se hacen visibles para ahorrarse ese esfuerzo. Por este motivo queremos activarte una parte de tu cerebro, para que nos veas, aunque no los verás tan corpóreos como me ves a mí. Los percibirás como una sombra, como si el aire se hubiese condensado.

─ ¿Cómo hacéis para que yo os pueda ver?

─Ya te dije antes que con nuestra mente nos revestimos de materia de tu dimensión, más pesada, digamos. No olvides que es el pensamiento el que crea, agrupa y da forma a la materia, no que la materia crea el pensamiento ni la mente. Si tú fueras eso que llamáis vidente, si tuvieras esas facultades, nos verías con muy poco esfuerzo por nuestra parte. Tienes un amigo médium, es decir, que posee la aptitud de ver las formas de otras dimensiones, pero no sabe callar y diría a los cuatro vientos lo que sucede aquí, y nosotros no deseamos constituirnos en espectáculo de circo ni de televisión. Antes de llevarte a nuestro mundo, requiere que previamente te hagamos algunos arreglos momentáneos en tu cuerpo, para ponerte más en consonancia con los parámetros de las líneas de vibración cósmicas por las que atraviesa nuestro astro, muy distintas a las del tuyo. Me voy, esta entrevista me ha costado un gran esfuerzo, a pesar de que cuento con la colaboración de dos de mis compañeros.

─ ¿Quieres decir que dos compañeros tuyos están con nosotros?

─Claro, así es.

─ ¿Y por qué no se presentan?

─Hay mucha luz aquí y las vibraciones lumínicas aminoran el esfuerzo de la mente. Acuérdate de que los fantasmas se ven de noche. Tú eres un poco médium y nos valemos en parte de tu energía, pero aún así no es posible, habría que aminorarla.

Me quedé pensando en la solución y me acordé que tenía una vela para los casos en que se fuera la corriente, o se fundieran los plomos, de la instalación eléctrica del piso, un poco antigua. Se lo hice saber a Inime, el cual me pidió que la encendiera y apagara la luz. Era demasiada iluminación, según me dijo Inime. La tapé de forma que casi no se veían los objetos y entonces se fueron condensando dos figuras, que tenían la misma cara y el mismo traje que Inime, solamente que al compararlas fui, poco a poco, notando unas mínimas diferencias, hasta darme cuenta de que uno debía ser hombre y otro mujer. Yo vislumbraba una especie de silueta, como cuando se ve el cine con mucha luz.

─ ¿También lleváis mujeres en las tripulaciones de las naves?

─Sí─, me respondió Inime. ─Varones o mujeres, todos son ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones. El sexo entre nosotros no tiene la misma importancia que entre vosotros, o para decirlo más exactamente, la consideración que le dais. Nosotros somos asexuales y, al mismo tiempo, sexuales. Podemos asumir el sexo que más nos convenga. La unión casi siempre se hace de mente a mente, pues con el poder de nuestra mente podemos actualizar, aumentar y variar nuestras glándulas corporales. Cuando dos amigos se ponen de acuerdo para cumplir la obligación de reproducirse, unen su pensamiento. El que asume el papel de varón, envía un golpe de energía en forma lumínica, al compañero, dando lugar a una especie de tumor que al cabo de dos meses, de los vuestros, se abre para expulsar el germen de un nuevo ser, que, llevado a una incubadora dará lugar a un individuo, con las características mentales y físicas de los que le crearon. En nosotros el cuerpo físico es muy semejante, pero cada cual tiene su modo de pensar.

Cuando por alguna circunstancia se ha de reformar o reforzar la raza, se extraen osmóticamente espermatozoides de otros individuos y se inyectan en el cuerpo de un voluntario, o enamorado. Por regla general, se utilizan espermatozoides humanos, de terrestres ya evolucionados, pues no olvides que tendrán las características mentales del padre y de la madre. Con lo que te he dicho comprenderás que nosotros y vosotros somos un poco parientes.

No podemos tener más de dos hijos por pareja, a no ser que el Senado General de la Galaxia crea necesario aumentarlo, lo que se pone en conocimiento de cada individuo. A nosotros la capacidad genética se nos acaba antes que a vosotros, mucho antes, para evitar que nazcan seres faltos de las necesarias vibraciones. Tenemos otra clase de unión genética, consistente en que dos individuos llegan a compenetrarse tan íntimamente, que se unen en una especie de estremecimiento cósmico, sin tiempo, en el que pueden quedar, los dos, embarazados. Ten en cuenta que somos más mentales que físicos.

─ ¿Y cómo en la Tierra no hay limitación de nacimientos?

─Porque vuestro planeta es un mundo sin una concienciación intensa, desordenado, en el que entra y sale mucha gente, como en las guaguas de ustedes, lo mismo buenos que malos. Algunos egos encarnan para retrasar y coincidir con otra encarnación de un ser querido.

Volviendo a tu cerebro, procura durante tres noches ir a la cama relajado y sin alcohol. Estimo que por tu trabajo será mejor efectuar las entrevistas una vez por semana. Elige qué día es más conveniente para ti.

─Los jueves─, le dije, ─dado que es el día que menos trabajo tenemos en la oficina.

Esta fórmula era mejor para todos. A mí, por lo menos, me libraba de estar acudiendo todos los días al «refugio», con ánimo de contacto.

Inime, después de desearme la paz, se dirigió hacia la puerta y abriéndola salió, seguido de sus compañeros. Los rostros de estos eran, poco más, poco menos, como el de Inime, que me da la sensación de ser un jefecillo.

Esta era la segunda importante conversación que tuve con mi singular amigo. Mientras me hablaba todo me parecía natural, pero después que se marchaba y repasaba sus noticias, algunas cosas me parecían tan de ciencia-ficción que me roía el gusanillo de la duda, pero por otra parte su presencia era tan real, que en ese caso tenía que dudar de todo, y era muy difícil recelar de lo que veía y palpaba.

No sé si será vanidad por mi parte, y consigno este dato para ulteriores coyunturas, pero tengo la impresión de que después de aquellos días, mientras dormía la siesta, alguien manipulaba mis genitales.

5. SU EDAD

A la semana siguiente estaba yo leyendo mientras esperaba, pues he tomado esa costumbre para hacer más corto el tiempo porque me relajo, y al no tener el ánimo en tensión, percibo mejor las sensaciones.

Sentí la orden: aminora la luz. Esta vez la petición la había sentido más suave y más nítida. Entonces recordé que me iban a intervenir el cerebro, y tenía que haber sido así porque, algunos problemas del trabajo, me habían sido más fáciles de comprender, menos complicados. También algunos de los pensamientos de los que me rodean, son captados por mí, lo que anteriormente no me ocurría y que ciertamente, no es una ventaja, no, es mejor tener la duda. Cubrí el flexo con un paño oscuro.

Cuando mis ojos se acostumbraron a la menor cantidad de luz, los vi. Eran tres, Inime y los dos compañeros que ya conocía. Los veía como sombras, pero sombras luminosas, no oscuras. Juntos los tres, me di cuenta de que Inime era ligeramente más viejo que los otros dos. Se sentaron sobre la mesa, e Inime tenía que haber leído mi pensamiento respecto a su edad, puesto que me dijo:

─Sí, soy algo más viejo que mis camaradas, pero aún soy bastante joven. Y no te digo mi edad porque no me la vas a creer.

Sus palabras excitaron mi curiosidad, y le rogué que me la hiciera saber, si con ello no se alteraba alguna prohibición.

─Prohibición para decir los años que tenemos no existe, solamente que no deseo sembrar la duda en tu ánimo. Tengo, aunque sé que te va a costar admitirlo de entrada, unos siete siglos de los vuestros. Mi compañero Kamiro, unos seis y mi compañera Sulba poco más de cinco. Sulba ha adoptado la forma femenina por tu causa, debido al impacto que sufriste cuando te distes cuenta de que también podía haber tripulantes femeninos en las naves. A Sulba se le ha trastornado un poco la mente, pues al hurgar en tu pasado tropezó con aquella Margarita, que tan de cabeza te trajo durante una larga temporada, y ha querido ser otra Margarita.

Creo que me ruboricé con sus palabras, no sé si por recordarme a Margarita, o por hacerme saber que tenía una enamorada entre ellos, pero percibí un chispeo en sus ojos.

Para escapar de aquella situación, le pregunté si podía decirme los nombres y edad de sus compañeros de equipo.

─No hay inconveniente, amigo mío, puesto que ya eres como de los nuestros y no tiene importancia. (Esta frase: no tiene importancia, la oiría después muchísimas veces, hasta llegar a ser, como decimos en Canarias, un guineo. También fue mi gran desesperación, pues era como una pared impenetrable, contra la que estrellaría mi curiosidad y mi ansia de saber).

─Están─, siguió informando Inime, ─en primer lugar Gulme, nuestro médico, que tiene a su cargo la salud de todos los tripulantes, y la tuya, ahora. No olvides nunca que somos organismos vivos, aunque la materia sea algo diferente a la vuestra, y por lo tanto sujetos a alteraciones. Gulme tiene poco más de ocho siglos, siempre en correspondencia con vuestro tiempo. En relación de sus edades toma nota de sus nombres: Gulme, Kamiro, Gáleo, Siró, Sulba, y Kanor. No son exactamente nuestros nombres, pero sí los más parecidos, llevados al castellano.

Se fueron prontamente y creo que por mi culpa. Empecé a ametrallar con preguntas y ellos a escudarse con su «no tiene importancia», hasta llevarme al desaliento al no lograr mi deseo de conocer todo lo relativo a su vida. Mientras estaba hablando con Inime todo me parecía bien, pero al pasar los días me daba cuenta de que los problemas que me dejaba pendientes, o me sugería, eran más numerosos que los que resolvía. Hoy, ya más tranquilo, considero que él estaba en lo cierto y que me debía considerar como un niño que todo lo quiere de golpe. Si mal no recuerdo tuvimos dos entrevistas más por el estilo. Yo dándoles topetazos con mis cuernos, como baifo mal criado, y ellos aguantándolos por las buenas. Sulba, Sulba, te has echado un mal amante, tú sabrás más que yo, pero creo que el amor te ha cegado, como a los humanos.

No me han hecho un gran favor cuando estuvieron hurgándome en el cerebro y me dieron nuevas facultades. A veces, me encuentro por encima del nivel moral de la gente que me rodea y es muy molesto. No es que yo me crea mejor, no, sino que los oigo discutir por cosas tan nimias, que me asombra cómo pueden perder el tiempo de esa manera. La culpa la tiene Inime, por haberme acostumbrado a no tener en cuenta las cosas realmente superfluas. No sé si lo que me ha ocurrido a mí les ha pasado a otros humanos, pero si les ocurriera, les aconsejaría que se quedaran a nivel humano, es más cómodo. He tropezado con gente importante, mujeres bellas y hombres arrogantes, cuya mente era deforme y débil. No, un humano debe seguir siendo humano.

Tengo la casi seguridad de que nadie se ha dado cuenta de la doble vida que estoy llevando, con los pies puestos en la Tierra y la cabeza metida en un mundo del que no sé ni cómo se llama. Me hubiera gustado que mi familia y mis amigos supieran lo que me está ocurriendo, para analizar con ellos algunos aspectos de la cuestión, pero hasta que lo comprendieran y aceptaran tenía que pasar mucho tiempo, y este tiempo me hacía falta para asimilar todo lo que iba sabiendo. Hasta hoy no he sido capaz de comunicárselo, esperando, siempre una ocasión, la que no se ha presentado.

6. EL VIAJE

Se me había extraviado una pequeña cartera de mano, con letras y otros documentos de la oficina, y, recordé que la había dejado en el refugio. Por lo que a la media mañana del lunes me dirigí hacia Vegueta para recogerla. Al abrir la puerta del cuarto casi se me caen las llaves de la mano, de la sorpresa que me llevé. Sentado en la mesa, en carne, y supongo que en huesos, estaba Inime esperándome. Me acerqué a él.

─¿Qué ocurre?─, le pregunté.

─Primero cierra la puerta─, me advirtió.

Era verdad, con la precipitación había cometido el gran descuido de dejarla abierta. La cerré y me senté en una silla.

─Escucha con tranquilidad, empezó a decirme, lo que voy a notificarte y no te pongas nervioso, pues si no, tendré que esperar a una nueva ocasión para comunicarte la noticia que te traigo.

─Habla, habla, aseguré, ya ves que estoy completamente tranquilo.

─Nos han dado permiso para que puedas visitar nuestro mundo. Lo tenemos todo planeado y solamente falta tu colaboración. Son necesarios cuatro días por lo menos, según nuestro cálculo, y eso para una visita relámpago. ¿Cuándo podrás disponer de ese tiempo?

Aunque le había prometido a Inime estar sereno, no pude evitar removerme en la silla, al oírlo. La conmoción me tuvo mudo. Inime esperaba pacientemente, me parece que de antemano contaba con que mi reacción fuera de aquella manera. Ahora me doy cuenta de que, como me conocía interiormente, me comprendía mejor que yo mismo, o me comprendían, y nunca se aprovecharon de esta ascendencia. Más tarde, con el tiempo, intuí por qué no lo habían hecho. Yo había pensado mucho en este viaje, y con el viaje las posibles aventuras. Pero en aquel momento, en que lo tenía en las manos, cuando iba a realizar lo que muy pocos hombres hayan podido hacer, por poderosos y ricos que fueran, pensando en las posibles complicaciones, el ánimo se me encogía. En pocas palabras, tenía miedo, miedo de todo. Y sin embargo no quería molestarles, ni a ellos ni a sus jefes.

─No sé si podré faltar a mi trabajo, ni de qué forma hacerlo, manifesté, con la secreta esperanza de que el viaje fuera aplazado.

─No puedes desperdiciar esta ocasión. Tu jefe tiene que ir a Tenerife y La Palma, como otras veces, pero, al estar enfermo, tendrás que sustituirle tú. Tenemos que no desperdiciar esta oportunidad, casi única: por este motivo hemos acelerado el viaje que teníamos calculado para más tarde.

─Veo que lo tenéis bien estudiado, perfectamente planeado, y que debo ponerme en vuestras manos.

Tenía una sensación de frustración y anulación, que poco a poco se fue transformando en ánimo de agradecimiento hacia estos amigos, cuando me di cuenta de la magnitud de la operación y todo el trabajo que se habían tomado por mi persona. Inime, sin cesar de mirarme, esperaba más que pacientemente.

─Pasado el tiempo nos lo agradecerás─, me dijo.

Como había expresado Inime, la ocasión era única y magnifica. Mi empresa tenía dos buenos y antiguos clientes, uno en Tenerife y otro en La Palma, eran personas de edad, que no se apartaban de los métodos viejos de hablar cara a cara para tratar los asuntos de trabajo y negocio. Tenían pánico al avión, y la manía de que fuéramos a cobrar personalmente para tener un intercambio de ideas. Nos pagaban la estancia con gusto, pues para ellos nuestra compañía eran dos días de juerga, una juerga honesta, en los que podían escapar a los rigores del trabajo y familia. Preferían que fuera yo, porque les contaba más chismes y chistes, y alguna aventurilla. Cuando reparé en todo esto, la pregunta vino sola.

─Pero, ¿cómo puedo estar en La Orotava y en Los Llanos de Aridane con estos clientes y al mismo tiempo viajar con vosotros?

─Eso no tiene importancia. Serás tú mismo el que actúe.

─ ¿Yo? Pero hombre, ¿cómo puedo estar en dos sitios a la vez? Explícamelo para poder comprenderlo.

─Porque dotaremos a tu doble con tu misma mentalidad.

De momento no comprendí lo que dijo del doble, porque la aventura me tenía tan excitado, pues hay que reconocer que era una contingencia muy especial y extraordinaria, que mi ánimo oscilaba del miedo al deseo sin quedarse en ningún sitio. Pronto me olvidé de lo de la doblez, puesto que cuanto más reflexionaba sobre los riesgos de la proyectada operación más me inclinaba a ella. En un momento, no sé si de ofuscación o valentía, le di tal si, que me parece hizo oscilar el flexo de encima de la mesa.

─Ya sabía yo que ibas a encontrar atractiva la idea─, comentó Inime.

Después dijo algo en su idioma gutural y apareció uno de los suyos, que fue reduciéndose y tomando mi apariencia humana, llegando a ser tan real que me parecía que era más de carne y hueso que yo mismo. Era mi verdadero doble, estoy seguro que nadie, ni mis más íntimos, notaria la diferencia. Me hacia el efecto de verme en un espejo tridimensional. Cuando mi doble acabó de «vestirse» se materializaron cuatro extraterrestres más.

─ ¡Qué facilidad!, exclamé, asombrado, mirando para Inime.

─Hemos puesto a funcionar el condensador de energía cósmica de la nave y estos son los resultados de momento, pero aún te falta por ver.

Dos de aquellos seres me pusieron una especie de aparato, del tamaño de una cinta casete, pegados al cuerpo, mientras los otros dos hacían lo mismo a mi doble, hasta que llegó a ser mi fiel reproducción. Al terminar el proceso vino hacia mí, me tendió la mano y me saludó con mi mismo acento y mis mismas palabras. Yo estaba tan estupefacto que era incapaz de pensar ni hablar. Inime tenía una amplia sonrisa en su boca, que, para su forma de obrar, tenía que equivaler a reírse a carcajadas. No se disolvieron, salieron por la puerta en cuerpo y alma, por lo menos en cuerpo.

Incapaz de digerir mentalmente todo lo ocurrido, me tuve que sentar un rato antes de salir del refugio. Así y todo, solo me encontré conmigo mismo después de hablar con mi jefe, que me encargó hiciera el viaje por él. Para caminar algo y poner mis ideas en verdadero orden, fui a buscar personalmente mi billete de avión. De vuelta a mi casa tuve un pequeño brote de pánico, muy momentáneo y que pasó enseguida.

Mi hijo mayor no pudo llevarme al aeropuerto por una tarea urgente, por lo que tuve que tomar un taxi. Allí me encontré con mi doble, al cual entregué maleta, cartera y billete. Vestía un traje igual al que yo tenía puesto y la corbata era del mismo color y dibujo. La gente nos miraba con curiosidad, creerían que éramos gemelos auténticos, y solo nosotros sabíamos hasta qué punto lo éramos.

Me quedé hasta verle subir al avión, era uno más. Pensé que, como él, podría haber otros muchos más en nuestro mundo sin nosotros apercibirnos de ello, trabajando para nuestro bien, por lo menos yo así lo deseaba. Al salir del aeropuerto me di cuenta de que carecía de plan futuro y temí que se hubieran equivocado u olvidado. No sabía qué hacer. Pero, como siempre, los había juzgado mal; me estaban dejando a mi aire para ver cómo reaccionaba. Viéndome indeciso, sentí la orden: Toma el autobús hasta el cruce de Sardina. Cuando llegué me hablaron otra vez: Puede comer para hacer tiempo. Por lo visto tenían un plan elaborado y me dejé llevar, con toda confianza, pues si ellos tenían certeza en mí, yo la debía tener en ellos, con toda calma y serenidad.

Pero de comer nada, no tenía hambre. Sin embargo entré en un bar y unas cervezas y unas tapas de marisco, muy sabrosas, me volvieron a ligar a este pijotero mundo nuestro.

No recuerdo, ni lo tuve en consideración, el tiempo que permanecí en el bar, distrayéndome con la entrada y salida de clientes, confiando plenamente en la eficacia de los planes de Inime y compañía. Me puse a repasar todo lo ocurrido desde que me anunció el viaje, para recordar bien todos los detalles. Sentí una orden, una orden imperiosa, entonces me di cuenta que la había oído anteriormente, pero enfrascado como estaba en mi mundo interior, no la había advertido. Toma el autobús hasta Sardina, aléjate un poco del poblado, y espera al borde de la carretera a un coche amarillo. Hice tal como me dijeron. Llegó el coche amarillo, yo diría que había surgido de pronto, mas como estaba distraído no lo puedo asegurar. El conductor tenía cuerpo humano, pero aquellas pupilas doradas eran su mejor carnet de identidad. Abrió la puerta y me senté a su lado. Seguimos un trecho por la carretera y nos metimos por una pista de tierra, la cual abandonamos para correr a campo traviesa hasta llegar a un pequeño llano, cerca de una colina.

─Ahora camina tú, que eres menos visible─, me dijo el chofer. ─Ya te irán indicando por dónde tienes que ir. Al bajar me di cuenta de que el automóvil había cambiado de color, pues de amarillo se había puesto pardo. Color de cucaracha, pensé. De lo que me arrepentí al recordar que leían mis pensamientos. Por si los había molestado miré para el auriga. ─No tiene importancia─, me aseguró, y dio la vuelta hacia la carretera.

Deambulé por aquella casi llanura, que en otros tiempos de más aguas para la isla debió ser tierra de tomateros. Andaba despacio y sin rumbo fijo, porque al mismo tiempo que caminaba pensaba en qué tal le iría a mi doble en Tenerife, y las complicaciones que yo tendría en el trabajo y familia si se llegase a descubrir la farsa. En un momento que dejé de pensar en el asunto oí que me decían: Presta atención, con un ligero golpe en los hombros te indicaremos el camino. Varias indicaciones por ambos lados me llevaron casi junto a una ladera. Espera, me dijeron. Me senté sobre una piedra grande para aguardar circunstancias. La tarde declinaba. El sol estaba oculto por un banco de nubes mientras otras navegaban por el cielo. Una de ellas llamó mi atención pues su marcha era más lenta y parecía bajar hacia el suelo. Como así lo hizo hasta posarse en tierra, algo lejos de donde yo me hallaba. Encontré muy raro que en aquella época del año hubiera niebla y, aún más, que se pegara al pie de la colina.

Todavía estaba haciendo conjeturas sobre la nube, cuando vi que la niebla se iba disolviendo y dejando ver una nave circular de unos quince metros de diámetro. Era como una gran burbuja, con un ala plana de unos dos metros que la rodeaba por su ecuador. En la parte superior, por encima del ala, se veían unas ventanas alargadas. Se apoyaba sobre tres patas, o lo que fuera, pues desde donde yo me encontraba no se distinguían bien. En la parte inferior se abrió una puerta abatible, que por el otro lado era una escalera. En el hueco estaba Inime, haciéndome señas con la mano para que me acercara.

─Sube─, me ordenó al llegar junto a él. Cuando lo hice, la escotilla se cerró tras de mí, pero entonces me di cuenta de que por aquella parte no existían ni escaleras ni peldaños.

─ ¿Y la escalera?─, pregunté a Inime, desconcertado.

─No existe─, me contestó. ─Hicimos una de luz sólida para que subieras, hasta que sepas otros medios de trasladarte.

Estábamos en una pequeña cámara, del tamaño del hueco de un ascensor, pero que en vez de ser cuadrada tenía forma oval. Inime me ajustó al cuello un casco, que era como una gran bola de cristal muy transparente, con un pequeño depósito flexible, que me caía sobre la espalda. Apretó un botón, se abrió una puerta y entramos en un pasillo que me pareció redondo. De allí pasamos a una cámara circular, que era la sala de mandos. Frente a nosotros se veían tres sillones. No había ángulos y todos sus bordes tenían la forma de arco, como para evitar la brusquedad. Frente a los mandos se encontraban otros cuatro sillones, concebidos, por lo que pude apreciar a primera vista, para un verdadero descanso, tanto físico como mental. En uno de ellos estaba un señor, que al verme se levantó del asiento que ocupaba y pasó sus manos, de largos dedos, por encima de mi cuerpo y miraba de vez en cuando para Inime.

Frente a cada sillón de mando estaban unas como pantallas de computadoras, incrustadas en la pared, y bajo las cuales había unos paneles, pequeños, con pocos botones y algunas pequeñas lámparas de colores distintos. Inime me indicó con la mano que me sentara, mientras hablaba con los tripulantes. Cuando me senté en aquellos sillones para el descanso, me acordé del cuento de Gulliver en el país de los gigantes. Me sobraba sillón. Inime se arrellanó a mi lado y se dio cuenta de mis pensamientos, pues muy afectuosamente me pasó el brazo por encima de mis hombros.

El piso de la nave estaba recubierto con una especie de moqueta que hacía un pisar silencioso. Mis amigos estaban calzados con unas botas altas, hasta cerca de la rodilla, que a primera vista parecían de metal, pero que me figuro estarán hechas de un material de plástico acharolado, a juzgar por su brillo. Noté que todos los bordes eran redondos, no había afiladas aristas que pudieran ser hirientes. Se lo pregunté a Inime, quien me informó que estaban hechas para las posibles caídas en la nave. Quizás fuera así, pero yo tuve la intuición de que obedecían a otra causa también. Cuando volví a interrogarle, me contestó que era cosa sin importancia. Mientras tanto la nave se había puesto en marcha, con unas intensas y rápidas vibraciones, que desaparecieron al elevarse el aparato. Un panel de la pared se había encendido y reflejaba la parte de la isla sobre la cual volaba, estábamos dirigiéndonos hacia la parte de Agaete y San Nicolás. Cuando la nave estaba sobre alta mar, se puso verticalmente y entramos en el agua. Para juzgar estas maniobras tomé como referencia las luces de Santa Cruz de Tenerife. Dentro del agua la nave se tornó luminosa. Se veían los peces a través de las ventanillas.

─ ¿Cómo hacéis para que estos cristales aguanten las presiones marinas?

─No son cristales─, me aclaró Inime; ─es el mismo metal de que está hecha la nave, pero transparente.

Una masa oscura se acercaba y la luz de la nave se apagó. No sabía de qué isla se trataba, si Gran Canaria o Tenerife. La entrada de una caverna iluminada se iba destacando en la pared de roca. Aquella boca se iba haciendo mayor a cada momento y cuando entramos era enorme. Nuestra nave debía de parecer un insecto, volando en ella. Seguimos avanzando hasta quedar en seco, en una especie de aparcamiento, donde estaban más naves como la nuestra, en gran número. Bajamos, aquella cavidad se dilataba, sin que yo percibiera el final, y no por falta de claridad, pues estaba muy iluminada, aunque no vi ningún punto de luz. A mi parecer el aire era luminiscente, todos los rincones se apreciaban perfectamente.

Había mucha concurrencia de extraterrestres, que vinieron a nuestro encuentro y cambiaron miradas y pensamientos con mis acompañantes. Mi presencia no parecía sorprenderles, algunos me cogieron de las manos y otros me dieron palmadas en las espaldas. Inime y Kaniro me levantaron del suelo como medio metro, y me llevaron en volandas hasta una pequeña división de la cueva, que supuse era la clínica a juzgar por los aparatos que contenía. Digo pequeña en relación del tamaño de la caverna. Yo seguía con el casco puesto. Mi hicieron desnudarme, sin quitarme el casco, y me metieron en lo que semejaba una ducha, pero sin agua y para su tamaño. Un aro, al parecer metálico, estaba adosado a una varilla y lo adaptaron a mi talla. El aro, que me circundaba, bajó muy lentamente hasta mis pies y con la misma velocidad subió. Me produjo un ligero y agradable cosquilleo. Inime me hizo salir.

─Ya estás limpio─, me dijo.

Limpieza en seco, pensé.

─Sí─, sentí que decía, como en vuestras tintorerías. ─Estás haciendo progresos para entenderte con nosotros, que nos comunicamos telepáticamente. No hace falta que hables como estás haciendo ahora. Piensa la palabra con fuerza, que nosotros la percibimos. Piénsala lentamente, dándole a cada silaba su valor, cuando te hayas acostumbrado podrás hacerlo más rápidamente. Puedes, así mismo, visualizar la idea en tu pensamiento y proyectarla con fuerza hacia quien tú quieras que te comprenda.

Me hicieron tumbarme de espaldas, siempre desnudo, en una especie de ataúd de su tamaño. Las paredes de este aparato estaban compuestas de muchas teclas, como las de un piano, que terminaban en discos de metal, o que a mí me lo parecía.

Vuelvo a emplear la palabra parecer porque no sé si era la novedad, pero nada de lo que vi allí tenía comparación con nuestros aparatos. Lo que a ellos les parecía que no tenía importancia, como acostumbraban a repetir, yo los encontraba de cuentos de hadas. ¿Y no lo habrán sido alguna vez?

8,99 €