La fábrica mágica

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
La fábrica mágica
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

LA FÁBRICA MÁGICA

(OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES—LIBRO UNO)

morgan rice

Morgan Rice

Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalíptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

A Morgan le encanta escucharte, así que, por favor, visita www.morganrice.books para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las últimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ¡y seguirla de cerca!

Algunas opiniones sobre Morgan Rice

«Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita».

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos

«Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más».

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)

«Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos».

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)

«EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico».

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

«En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante».

--Publishers Weekly

Libros de Morgan Rice

OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES

LA FÁBRICA MÁGICA (Libro #1)

LA ESFERA DE KANDRA (Libro #2)

LOS OBSIDIANOS (Libro #3)

LAS CRÓNICAS DE LA INVASIÓN

TRANSMISIÓN (Libro #1)

LLEGADA (Libro #2)

ASCENSO (Libro #3)

REGRESO (Libro #4)

EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)

UN TRONO PARA LAS HERMANAS

UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1)

UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2)

UNA CANCIÓN PARA LOS HUÉRFANOS (Libro #3)

UN CANTO FÚNEBRE PARA LOS PRÍNCIPES (Libro #4)

UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5)

UN BESO PARA LAS REINAS (Libro #6)

UNA CORONA PARA LAS ASESINAS (Libro #7)

DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro #4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8)

REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6)

EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)

LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)

VAMPIRA, CAÍDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)

EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)

¿Sabías que he escrito múltiples series? ¡Si no has leído todas mis series, haz clic en la imagen de abajo para descargar el principio de una serie!


¿Quieres libros gratuitos?

Suscríbete a la lista de correo de Morgan Rice y recibe 4 libros gratis, 3 mapas gratis, 1 app gratis, 1 juego gratis, 1 novela gráfica gratis ¡y regalos exclusivos! Para suscribirte, visita:

www.morganricebooks.com


Derechos Reservados © 2018 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia.

ÍNDICE

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

 

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO VEINTINUEVE

CAPÍTULO TREINTA

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

CAPÍTULO TREINTA Y TRES

CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO UNO

Oliver Blue echó un vistazo a la lóbrega y oscura habitación. Suspiró. Esta nueva casa era más o menos igual de mala que la última. Cogía con fuerza su única maleta.

—¿Mamá? —dijo—. ¿Papá?

Los dos se giraron para mirarlo, con sus ceños permanentemente fruncidos.

—¿Qué, Oliver? —dijo su madre, que parecía exasperada—. Si vas a decir que odias este lugar, no lo hagas. Es lo único que podemos permitirnos.

Parecía más agobiada de lo normal. Oliver apretó los labios con fuerza.

—No importa —murmuró.

Se dio la vuelta y fue hacia las escaleras. Ya oía a su hermano mayor, Chris, caminando por el piso de arriba haciendo ruido. Su insoportable hermano siempre recorría cada nueva casa con sus andares pesados para reclamar su derecho a la mejor habitación antes de que Oliver tuviera ocasión de hacerlo.

Subió cansado las escaleras, maleta en mano. En el rellano, encontró tres puertas. Detrás de una había un cuarto de baño; la siguiente daba a una habitación principal con una cama doble; y en la tercera estaba Chris despatarrado en la cama como una estrella de mar.

—¿Dónde está mi habitación? —dijo en voz alta Oliver.

Como si previera la pregunta, su madre chilló hacia la escalera.

—Solo hay una habitación. Vais a tener que compartir.

Oliver sintió un remolino de pánico en la boca del estómago. ¿Tendrían que compartir? Esa no era una palabra que Oliver se tomara bien.

Como era de esperar, Chris se levantó como un cohete. Fue a toda velocidad hacia Oliver y lo sujetó contra la pared. Oliver soltó un auuu.

—Por supuesto que no vamos a compartir —dijo Chris entre dientes—. ¡Tengo trece años y no voy a compartir habitación con un NIÑO PEQUEÑO!

—Yo no soy un niño pequeño —murmuró Oliver—. Tengo once años.

Chris lo miró con desprecio.

—Exactamente. Un mocoso. Así que baja y diles a mamá y a papá que no quieres compartir.

—Díselo tú —se quejó Oliver—. Eres tú el que tiene el problema.

Chris frunció todavía más e ceño.

—¿Y manchar mi reputación de hijo favorito? Ni hablar. Lo vas a hacer tú.

Oliver sabía que era mejor no provocar más a Chris. Su hermano podía montar en cólera por las cosas más insignificantes. A lo largo de los años teniendo la mala suerte de ser el hermano pequeño de Chris Blue, Oliver había aprendido a cómo andar con pies de plomo, a cómo evitar los cambios de humor de su hermano. Intentó hacerlo entrar en razón.

—No hay ningún otro sitio donde dormir —replicó—. ¿Dónde se supone que voy a ir?

—No es problema mío —respondió Chris, dando otro empujón a Oliver—. Por mí como si duermes en el armario de debajo del fregadero con los ratones. Pero conmigo no vas a compartir nada.

Hizo un gesto en el aire con el puño, una amenaza que no necesitaba ninguna explicación. No había nada más que decir.

Con un suspiro de resignación, Oliver recobró la compostura de la pared, aplanó su ropa arrugada y bajó las escaleras arrastrando los pies.

Su enorme hermano bajo las escaleras tras él armando un escándalo y lo empujó con un codazo al pasar.

—Oliver dijo que no compartiría —vociferó Chris al pasar.

Oliver oía que su madre, su padre y Chris empezaban a discutir en el salón sobre cómo iban a dormir. Él fue a un paso más lento, pues no deseaba para nada verse envuelto en la discusión.

Últimamente, Oliver había adquirido una estrategia de defensa para cuando estallaban las peleas y consistía en enviar su mente a un sitio diferente, una especie de mundo ideal donde todo era tranquilo y seguro, donde el único límite era su imaginación. Ahora había ido hasta allí, cerró los ojos y se imaginó a sí mismo en una enorme fábrica de ladrillos rodeado de inventos increíbles. Dragones voladores hechos de latón y cobre, enormes máquinas humeantes con engranajes giratorios. A Oliver le encantaban los inventos, por eso una gran fábrica llena de inventos mágicos era exactamente el tipo de lugar en el que deseaba poder estar, en lugar de aquí, en esta horrible casa con su horrible familia.

De repente, la voz estridente de su madre lo devolvió al mundo real.

—¡Oliver! ¿Qué es todo este lío que estás montando?

Oliver tragó saliva y bajó el último escalón. Cuando llegó al salón, los tres estaban ya juntos, con los brazos cruzados y con el mismo ceño fruncido en sus rostros.

—Sabes que solo hay dos habitaciones —dijo su padre.

—Y estás montando un escándalo diciendo que no compartirás —añadió su madre.

—¿Qué se supone que tenemos que hacer? —continuó su padre—. No tenemos dinero para que los dos tengáis una habitación.

Oliver deseaba gritarles que todo ella por culpa de Chris, pero la amenaza de daño por parte de su hermano era demasiado grande. Chris estaba allí fulminándolo con la mirada. Oliver no podía hacer nada, excepto tragarse las duras e injustas palabras de sus padres.

—¿Y? —terminó su madre—. ¿Dónde exactamente tiene pensado dormir su señoría?

Chris sonrió con aires de superioridad cuando Oliver lo miró. Hasta donde él podía ver, la zona de las escaleras tenía forma de L, con un salón que llevaba a una especie de comedor –que en realidad solo era una esquina en la que tan solo había una mesa destartalada- y justo al lado una cocina. Allí abajo no había otra habitación, tan solo un espacio sin paredes.

Oliver no podía creer lo que estaba pasando. Todas sus casas habían sido horribles, pero al menos había tenido una habitación.

Oliver vio que había una ligera hendidura detrás de él, quizá de alguna chimenea que habían quitado años atrás. Era poco más que un hueco, pero ¿qué otra opción había? ¡Iba a tener que dormir en un rincón! ¿Sin ningún tipo de intimidad!

¿Y qué pasaba con todos sus inventos secretos, en los que trabajaba por las noches cuando nadie le miraba? Sabía que si Chris descubría lo que estaba haciendo se lo estropearía. Seguramente los pisotearía hasta convertirlos en polvo. Sin una habitación propia y algún lugar donde guardar todos sus chismes secretos, ¡Oliver no iba a poder trabajar en ellos en absoluto!

Oliver se planteó de verdad el armario de la cocina, preguntándose si realmente podría ser mejor. Pero decidió que sería igual de malo que los ratones mordisquearan sus inventos como que Chris los pisoteara. Así que decidió que, con un poco de imaginación –una cortina, una estantería, unas luces, cosas de estas- el hueco casi podría ser un poco como una habitación.

—Allí —dijo Oliver en voz baja, señalando hacia el hueco.

—¿Allí? —exclamó su madre.

Chris soltó una de sus risas entre ladrido y risa. Oliver lo miró con furia. Su padre solo chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—Es un niño raro —dijo frívolamente, a nadie en particular. Entonces soltó un suspiro exagerado, como si todo este altercado fuera muy engorroso para él—. Pero si quiere dormir en la esquina, que duerma en la esquina. Yo ya no sé qué hacer con él.

—Vale —dijo su madre, exasperada—. Tienes razón. Cada vez se vuelve más raro.

Los tres se dieron la vuelta y se dirigieron hacia la cocina. Chris miró a Oliver por encima del hombro y susurró:

—Friqui.

Oliver respiró profundamente. Fue andando hacia el hueco y colocó maleta en el suelo junto a sus pies. No tenía un lugar en el que poner su ropa; ni estanterías ni cajones, y no había prácticamente espacio para meter su cama –suponiendo que sus padres le dieran una cama. Pero se las arreglaría. Podía colgar una cortina para tener intimidad, hacer algunas estanterías de madera y construir un cajón extraíble para debajo de su cama –la cama que esperaba tener- para que por lo menos hubiera un lugar seguro en el que guardar sus inventos.

Además, si tenía que mirar la parte positiva –algo que Oliver siempre se esforzaba al máximo por hacer- estaba justo al lado de una gran ventana, lo que significaba que tendría suficiente luz y vistas fuera a las que mirar.

Reposó los codos sobre la repisa y contempló el gris día de octubre. Fuera hacía mucho viento y la basura volaba por la calle. Delante de su casa había un coche averiado y una lavadora oxidada que habían abandonado allí. Estaba claro que era un barrio pobre, resolvió Oliver. Uno de los peores en los que había vivido.

El viento soplaba, haciendo que el cristal de las ventanas se moviera y por un agujero de las molduras entraba el airecillo. Oliver temblaba. Para ser octubre, el tiempo era mucho más frío de lo que habitualmente era en Nueva Jersey. Incluso había oído una noticia en la radio acerca de una enorme tormenta que se acercaba. Pero a Oliver le encantaban las tormentas, especialmente cuando había rayos y truenos.

Olfateó cuando el olor de cocina se arremolinó en los agujeros de la nariz. Se apartó de la ventana y se atrevió a girar la esquina hacia donde estaba la cocina. Su madre estaba en los fogones, removiendo una olla grande de algo.

—¿Qué hay para cenar? —preguntó.

—Carne —dijo ella—. Y patatas. Y guisantes.

A Oliver le rugió el estómago al pensarlo. Su familia siempre comía platos sencillos, pero a Oliver eso no le importaba mucho. Él tenía gustos sencillos.

—Id a lavaros las manos, chicos —dijo el padre desde donde estaba sentado a la mesa.

Por el rabillo del ojo, Oliver entrevió la mezquina sonrisa de Chris y ya supo que su hermano tenía otro cruel tormento debajo de la manga. Lo último que quería hacer era quedarse atrapado en el baño con Chris, pero su padre alzó la vista de nuevo desde la mesa, con las cejas levantadas.

—¿Tengo que decirlo todo dos veces? —se quejó.

No había ninguna salida. Oliver salió de la habitación, seguido de Chris. Subió a toda prisa las escaleras, yendo derecho al baño para intentar acabar con el lavado de manos tan rápido como fuera posible. Pero Chris ya iba en su busca y, en cuanto estuvieron fuera del alcance del oído de sus padres, agarró a Oliver y lo empujó contra la pared.

—¿Sabes qué, mequetrefe? —dijo.

—¿Qué? —dijo Oliver, preparándose.

—Esta noche tengo mucha, mucha hambre —dijo Chris.

—¿Y? —respondió Oliver.

—Que vas a dejar que me coma tu cena, ¿verdad? Vas a decir a papá y a mamá que no tienes hambre.

Oliver negó con la cabeza.

—¡Ya te he dado la habitación! —rebatió—. Por lo menos, deja que me coma las patatas.

 

Chris rio.

—Ni hablar. Mañana empezamos en una nueva escuela. Tengo que estar fuerte por si hay otros mocosos con los que me tenga que meter.

Mencionar la escuela una nueva ola de inquietud invadió a Oliver. Él había empezado muchas nuevas escuelas en su vida y cada vez parecía un poco peor. Siempre había un equivalente a Chris Blue rastreándolo, que quería meterse con él hiciera lo que hiciera. Y nunca había ningún aliado. Hacía tiempo que Oliver había desistido en hacer amigos. ¿Qué sentido tenía si en unos meses iba a volver a mudarse.

La cara de Chris se suavizó.

—¿Sabes qué te digo, Oliver? Seré amable. Solo por esta vez —Entonces sonrió y estalló en una risa maníaca—. ¡Te daré un sándwich de nudillos para cenar!

Levantó el puño. Oliver se agachó y el puño que se estaba agitando no lo alcanzó por unos milímetros. bajó corriendo las escaleras en dirección al salón.

—¡Vuelve, bicho! —chilló Chris.

Le estaba pisando los talones a Oliver, pero Oliver era rápido y llegó corriendo a la mesa. Su padre lo miró mientras él respiraba entrecortadamente, recuperándose de la carrera.

—¿Ya estáis peleando otra vez? —Suspiró—. ¿Qué pasa esta vez?

Chris frenó derrapando al lado de Oliver.

—Nada —dijo rápidamente.

De repente, Oliver notó una intensa sensación de pellizco en la cintura. Chris le estaba clavando las uñas. Oliver lo miró y vio el regocijo victorioso en su cara.

Su padre parecía desconfiado.

—No te creo. ¿Qué pasa aquí?

El pellizcó se intensificó, el dolor se extendió hacia el costado de Oliver. Sabía lo que tenía que hacer. No había elección.

—Solo decía —dijo, con un gesto de dolor— que esta noche no tengo mucha hambre.

Su padre lo miró sin mucha energía.

—Mamá ha estado trabajando como una esclava en los fogones por vosotros ¿y ahora dices que no quieres?

Su madre miró por encima del hombro desde los fogones con un gesto herido.

—¿Qué problema hay? ¿Ya no te gusta la carne? ¿O el problema son las patatas?

Oliver sintió que Chris le pellizcaba aún más y sentía un dolor aún más intenso.

—Lo siento, mamá —dijo, con los ojos llorosos—. Yo te lo agradezco, de verdad. Pero no tengo hambre.

—¿Qué se supone que tengo que hacer con él? —exclamó su madre—. ¡Primero la habitación, ahora esto! Mis nervios no pueden soportarlo.

—Yo me comeré lo suyo —dijo rápidamente Chris. Y, a continuación, añadió con voz dulce: No quiero que se desperdicien todos sus esfuerzos, mamá.

Su madre y su padre miraron a Chris. Cada vez estaba más gordo pero no parecían preocupados. O eso, o no querían enfrentarse al hijo abusón que habían criado.

—Bueno —dijo su madre, suspirando—. Pero tienes que poner orden a ese cerebro tuyo, Oliver. No puedo tener esta clase de escándalo cada noche.

Oliver notó que Chris dejaba de pellizcarle. Se frotó el costado dolorido.

—Sí, mamá —dijo, con tristeza—. Lo siento, mamá.

Mientras el ruido de cubiertos y vajilla tintineaba detrás de él, Oliver se fue del salón, con el estómago gruñendo, y volvió a su hueco. Para aislarse de los olores que hacían que su hambre se pronunciara aún más, se distrajo abriendo su maleta y sacando su única posesión, un libro sobre inventores. Un amable bibliotecario se lo había dado unos años atrás tras darse cuenta de que iba una y otra vez a leerlo. Ahora tenía las esquinas de las páginas dobladas y estaba deteriorado por los millones de veces que lo había hojeado. Pero no importaba las veces que lo leyera, nunca se aburría. Los inventores y los inventos le fascinaban. De hecho, una de las razones por las que Oliver no estaba tan triste por mudarse a este barrio de Nueva Jersey era porque había leído acerca de una fábrica que había por allí cerca donde un inventor llamado Armando Illstrom construyó algunas de sus mejores creaciones. A Oliver no le importaba que Armando Illstrom estuviera incluido en la sección de Inventores chiflados del libro, o que la mayoría de sus artilugios fallaran. Oliver aún lo encontraba muy inspirador, en especial su aparato de trampa cazabobos que estaba pensado para asustar a los mapaches. Oliver estaba intentando crear su propia versión para mantener a raya a Chris.

Justo entonces, oyó el ruido del tintineo de los cubiertos procedente de la cocina. Alzó la vista y vio a su familia sentada a la mesa, preocupados por su cena, y a Chris sorbiendo la ración de Oliver.

Oliver frunció el ceño ante aquella injusticia y, discretamente, sacó las piezas de su invento de su maleta y las colocó en el suelo delante de él. La trampa cazabobos estaba a medio completar. Tenía un mecanismo parecido a un tirachinas, que se pondría en marcha al pisar con el pie una palanca y catapultaría bellotas en la cara del intruso. Evidentemente, la versión de Armando era para un mapache, así que Oliver había tenido que aumentarla para que se adecuase a las dimensiones mucho más grandes de su hermano, y había tenido que sustituir las bellotas por la única cosa que tenía a mano, que era una figurita de plástico de un soldado. Había conseguido construir la mayor parte del mecanismo, además de la palanca. Pero cada vez que lo presionaba, no funcionaba. El soldado no salía lanzado. Se quedaba allí quieto, con la pistola preparada.

Con su familia distraída, Oliver se puso a trabajar en él. Expuso todas las piezas y colocó la trampa. Pero no podía entender por qué no funcionaba. Quizá, pensó, esta era la razón por la que a Armando Illstrom le consideraban un chiflado. Ninguno de sus inventos funcionaba muy bien. Si es que funcionaba.

Justo entonces, Oliver oyó que su familia empezaba a discutir. Cerró los ojos apretando con fuerza para aislarse, dejando que su mente lo llevara al lugar especial de sus sueños. Una vez más, estaba en una fábrica. Esta vez el aparato de trampa cazabobos estaba justo delante de él. Funcionaba a la perfección, catapultando bellotas a la izquierda, a la derecha y al centro. Pero Oliver no veía en qué se diferenciaba de su propia versión.

—Magia —dijo una voz tras él.

Oliver dio un salto. ¡Nunca había habido gente en la tierra de sus sueños!

Pero cuando miró detrás suyo, allí no había nadie. Dio vueltas sobre sí mismo, en busca del dueño de la voz, pero no pudo ver a nadie en absoluto.

Abrió los ojos y volvió al mundo real, al oscuro rincón de la sucia habitación que era su nuevo hogar. ¿Por qué narices su imaginación había evocado la magia como solución? La magia no era lo que más le gustaba. De haberlo sido, hubiera traído un libro de trucos, no un libro de inventores. A él le gustaban los inventos, las cosas sólidas, los artículos prácticos con un propósito. A él le gustaba la ciencia y la física, no las cosas intangibles y místicas.

Justo entonces, el olor de la cena llegó hasta él. Desde donde estaba en el suelo, Oliver no pudo evitar mirar hacia la mesa. Allí estaba Chris, con la mirada clavada en Oliver. Se metió una patata grande en la boca e hizo una amplia sonrisa mientras le caía la grasa hasta la barbilla.

Oliver le lanzó una mirada asesina y tuvo la sensación de que la ira lo invadía. ¡Esa patata era suya! Se apoderó de él una fuerte necesidad de ir hacia allí, barrer la mesa con el brazo y tirar al suelo todo lo que había en ella, con un fuerte estruendo. Ahora podía visualizarlo. ¡Sería una dulce victoria!

De repente, la sensación de ira de Oliver fue sustituida por algo diferente, algo nuevo que nunca antes había sentido. Con un zumbido, lo invadió una extraña calma, una rara sensación de seguridad. Y de golpe, un fuerte crujido procedente de la mesa retumbó. Una de sus patas se había partido justo por la mitad. La mesa se tambaleó, de repente, hacia un lado. Todos los platos empezaron a resbalar por ella, hasta llegar al final y hacerse añicos uno a uno en el suelo. El ruido fue espantoso.

Su padre y su madre chillaban, ambos asustados por el repentino giro de los acontecimientos. Cuando los guisantes y las patatas salieron volando por todas partes, se levantaron de sus sillas de un salto.

Estupefacto, Oliver también se puso de pie de un salto. ¿Había hecho él que esto sucediera? ¿Solo con su mente? ¡No podía ser!

Mientras su madre iba a toda prisa a la cocina, en busca de trapos para limpiar aquel desastre, su padre se arrodillaba para examinar la mesa.

—¡Qué baratija! —dijo bruscamente—. ¡La pata se ha partido por la mitad!

Desde la mesa, Chris tenía la mirada fija en Oliver. Hubiera partido la pata de la mesa con la mente o no, estaba claro que Chris culpaba a Oliver de ello.

Con la mirada clavada en Oliver, Chris se levantó poco a poco de la silla. De su regazo cayeron patatas y guisantes rodando hasta el suelo. Cada vez tenía la cara más roja. Apretó los puños con fuerza. Después, salió disparado como un cohete, pero con torpeza, hacia Oliver.

Oliver resopló y se dirigió rápidamente a la trampa cazabobos. Sus dedos se movían con rapidez para prepararlo.

—«¡Por favor, funciona! ¡Por favor, funciona!» —pensaba una y otra vez.

Todo parecía suceder como a cámara lenta. Chris se plantó amenazador ante Oliver. Oliver pisó con fuerza la palanca. Oliver seguía con su deseo de que la máquina funcionara, imaginando que el soldado volaba por los aires igual que había imaginado que los platos se estrellaban contra el suelo. Y entonces, como era de esperar, el mecanismo empezó a zumbar. El soldado salió disparado por los aires, dibujó un arco e impactó contra Chris con su rifle de plástico afilado, ¡justo en medio de los ojos!

El tiempo aceleró hasta lo normal. Oliver resopló, anonadado, casi sin poder creer que hubiera funcionado.

Chris estaba allí, perplejo. El soldado cayó al suelo. En medio de la frente de Chris había una pequeña marca roja, una heridita de la pistola de plástico duro.

—¡Enano tarado! —chilló Chris, frotándose la cabeza incrédulo—. ¡Me vengaré de esto!

Pero por primera vez en su vida, dudó. Parecía demasiado escarmentado como para acercarse a Oliver, para golpearle en la oreja o frotar los nudillos contra su cabeza. En su lugar, se echó hacia atrás como si tuviera miedo. A continuación, salió hecho una furia de la habitación y subió las escaleras. El ruido del portazo resonó en toda la casa.

Oliver se quedó con a boca abierta. ¡No podía creer que hubiera funcionado de verdad! No solo había hecho que su invento funcionara en el último segundo, ¡sino que literalmente había hecho caer la comida de Chris al suelo con su mente!

Se miró las manos. ¿Tenía algún tipo de poder? ¿Realmente existía algo como la magia? No podía empezar a creer de repente en ella por una pequeña experiencia. Pero en el fondo sabía que de algún modo era diferente, que tenía algún tipo de poder.