Héroe, Traidora, Hija

Text
Aus der Reihe: De Coronas y Gloria #6
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Héroe, Traidora, Hija
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

HÉROE, TRAIDORA, HIJA

(DE CORONAS Y GLORIA-LIBRO 6)

MORGAN RICE

Morgan Rice

Morgan Rice tiene el #1 en éxito de ventas como el autor más exitoso de USA Today con la serie de fantasía épica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocalíptica compuesta de tres libros; de la serie de fantasía épica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan están disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones están disponibles en más de 25 idiomas.

A Morgan le encanta escucharte, así que, por favor, visita www.morganrice.books para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las últimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ¡y seguirla de cerca!

Algunas opiniones sobre Morgan Rice

“Si pensaba que no quedaba una razón para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magnífica serie, que nos sumerge en una fantasía de trols y dragones, de valentía, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustarán más a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantasía bien escrita”.

--Books and Movie Reviews

Roberto Mattos

“Una novela de fantasía llena de acción que seguro satisfará a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, además de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficción para Jóvenes Adultos devorarán la obra más reciente de Rice y pedirán más”.

--The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones)

“Una animada fantasía que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los héroes trata sobre la forja del valor y la realización de un propósito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fantásticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acción proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evolución de Thor desde que era un niño soñador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie épica para jóvenes adultos”.

--Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer)

”EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico”.

-Books and Movie Reviews, Roberto Mattos

“En este primer libro lleno de acción de la serie de fantasía épica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 años Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sueño es alistarse en la Legión de los Plateados, los caballeros de élite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante”.

--Publishers Weekly

Libros de Morgan Rice

EL CAMINO DE ACERO

SOLO LOS DIGNOS (Libro #1)

DE CORONAS Y GLORIA

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1)

CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro#2)

ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro#3)

REBELDE, POBRE, REY (Libro#4)

SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro#5)

HÉROE, TRAIDORA, HIJA (Libro#6)

GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7)

REYES Y HECHICEROS

EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1)

EL DESPERTAR DEL VALIENTE(Libro #2)

EL PESO DEL HONOR (Libro #3)

UNA FORJA DE VALOR (Libro #4)

UN REINO DE SOMBRAS (Libro#5)

LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro#6)

EL ANILLO DEL HECHICERO

LA SENDA DE LOS HÉROES (Libro #1)

UNA MARCHA DE REYES (Libro #2)

UN DESTINO DE DRAGONES(Libro #3)

UN GRITO DE HONOR (Libro #4)

UN VOTO DE GLORIA (Libro #5)

UNA POSICIÓN DE VALOR (Libro #6)

UN RITO DE ESPADAS (Libro #7)

UNA CONCESIÓN DE ARMAS (Libro #8)

UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9)

UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10)

UN REINO DE ACERO (Libro #11)

UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12)

UN MANDATO DE REINAS (Libro #13)

UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14)

UN SUEÑO DE MORTALES (Libro #15)

UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16)

EL DON DE LA BATALLA (Libro #17)

LA TRILOGÍA DE SUPERVIVENCIA

ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1)

ARENA DOS (Libro #2)

ARENA TRES (Libro #3)

VAMPIRA, CAÍDA

ANTES DEL AMANECER (Libro #1)

EL DIARIO DEL VAMPIRO

TRANSFORMACIÓN (Libro #1)

AMORES (Libro #2)

TRAICIONADA(Libro #3)

DESTINADA (Libro #4)

DESEADA (Libro #5)

COMPROMETIDA (Libro #6)

JURADA (Libro #7)

ENCONTRADA (Libro #8)

RESUCITADA (Libro #9)

ANSIADA (Libro #10)

CONDENADA (Libro #11)

OBSESIONADA (Libro #12)

¿Quieres libros gratuitos?

Suscríbete a la lista de correo de Morgan Rice y recibe 4 libros gratis, 3 mapas gratis, 1 app gratis, 1 juego gratis, 1 novela gráfica gratis ¡y regalos exclusivos! Para suscribirte, visita:

www.morganricebooks.com

Derechos Reservados © 2016 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepción de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación de información, sin la autorización previa de la autora. Este libro electrónico está disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compró solamente para su uso, por favor devuélvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Ralf Juergen Kraft, utilizada bajo licencia de istock.com.

ÍNDICE

CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

CAPÍTULO DIECINUEVE

CAPÍTULO VEINTE

CAPÍTULO VEINTIUNO

CAPÍTULO VEINTIDÓS

CAPÍTULO VEINTITRÉS

CAPÍTULO VEINTICUATRO

CAPÍTULO VEINTICINCO

CAPÍTULO VEINTISÉIS

CAPÍTULO VEINTISIETE

 

CAPÍTULO VEINTIOCHO

CAPÍTULO UNO

Akila estaba colgado de la jarcia de su barco y veía cómo se acercaba la muerte.

Esto lo aterrorizaba. Nunca había sido de los que creen en señales y en augurios, pero había algunos que no podía ignorar. De una forma u otra, Akila siempre había sido un hombre de lucha, pero aún así, nunca había visto una flota como la que se estaba aproximando ahora. Esta hacía que la flota que el Imperio había mandado a Haylon pareciera una serie de barquitos de papel que unos niños hicieran flotar en un estanque.

Hacía que lo que tenía Akila pareciera menos que aquello.

—Son demasiados— dijo uno de los marineros que estaba cerca de él en la jarcia.

Akila no contestó, pues en aquel momento no tenía una respuesta. Pero tendría que pensar en una. Una que no dejara entrever la pesada certeza que le apretaba en el pecho. Por su mente ya corrían las cosas que se tenían que hacer y empezó a descender. Tendrían que levantar la cadena del puerto. Tendrían que llevar escuadras a las catapultas de los muelles.

Tendrían que dispersarse, pues lanzarse de cabeza al ataque con una flota de aquel tamaño sería un suicidio. Tendrían que ser los lobos que dan caza a los grandes yaks y correr como un rayo, dando un mordisco aquí y otro allí, hasta agotarlos.

Akila sonrió ante aquel pensamiento. Casi lo estaba planeando como si pudieran hacerlo. ¿Quién lo hubiera tomado a él por un optimista?

—Son muchos —dijo uno de los marineros al pasar por su lado.

Akila escuchó las mismas palabras de otros mientras descendía de nuevo a cubierta. Para cuando llegó a la cubierta de mando, había por lo menos una docena de rebeldes, todos esperándolo con cara de preocupación.

—No podemos luchar contra ellos —dijo uno.

—Sería como si ni estuviéramos allí —lo respaldó otro.

—Nos matarán a todos. Tenemos que escapar.

Akila los escuchaba. Incluso comprendía lo que querían hacer. Escapar tenía sentido. Escapar mientras todavía pudieran. Formar una fila de convoy con sus barcos a lo largo de la costa, hasta que pudieran escapar y dirigirse a Haylon.

Incluso una parte de él deseaba hacerlo. Quizás incluso estarían a salvo si consiguieran llegar a Haylon. En Felldust verían las fuerzas que tenían, las defensas de su puerto y serían cautelosos antes de ir tras ellos.

Al menos durante un tiempo.

—Amigos —gritó, lo suficientemente alto para que pudieran oírlo todos los que estaban en el barco—. Ya veis la amenaza que nos espera y, sí, oigo a los hombres que quieren escapar.

Extendió las manos para silenciar el murmullo que hubo a continuación.

—Lo sé. Os oigo. He navegado con vosotros y no sois unos cobardes. No hay un hombre que pudiera decir que lo sois.

Pero si escapaban ahora, los llamarían cobardes. Akila lo sabía. Culparían a los guerreros de Haylon, a pesar de todo lo que habían hecho. Sin embargo, él no quería decirlo. No quería obligar a sus hombres a hacerlo.

—Yo también quiero escapar. Hemos hecho nuestra parte. Hemos derrotado al Imperio. Nos hemos ganado el derecho de volver a casa, en lugar de quedarnos aquí muriendo por las causas de otros.

Aquello era evidente. Al fin y al cabo, solo habían ido allí después de que Thanos se lo suplicara.

Hizo una señal de negación con la cabeza.

—Pero no lo haré. No huiré cuando eso signifique abandonar a la gente que confía en mí. No huiré cuando nos han dicho lo que sucederá con la gente de Delos. No huiré, porque ¿quiénes son ellos para decirme que huya?

Señaló con el dedo a la flota que iba avanzando y, a continuación, lo convirtió en el gesto más grosero que se le ocurrió en aquel momento. Al menos, aquello hizo reír a sus hombres. Bien, ahora mismo necesitaban todas las risas posibles.

—Lo cierto es que el mal es la causa de todos. ¡Si un hombre me dice que me arrodille o muera, le doy un puñetazo en la cara!” —Aquello les hizo reír más todavía—. Y no lo hago porque me haya amenazado. ¡Lo hago porque la clase de hombre que va diciendo a la gente que se arrodille necesita un puñetazo!

Aquello provocó otra ovación. Al parecer, Akila había acertado. Hizo un gesto hacia el lugar donde había un barco centinela, amarrado junto a su buque insignia.

—Allí abajo hay uno de los nuestros —dijo Akila—. Se lo llevaron a él y a su tripulación. Lo azotaron con el látigo hasta que la sangre le salía a borbotones. Lo azotaron en la rueda y le sacaron los ojos.

Akila esperó un instante hasta que captaron aquel horror.

—Lo hicieron porque pensaban que nos asustaría —dijo Akila—. Lo hicieron porque pensaban que escaparíamos más rápido. Yo digo que si un hombre hace daño de esta manera a uno de mis hermanos, ¡esto hace que me den ganas de liquidarlo como al perro que es!

Aquello provocó otra ovación.

—Pero no os lo ordenaré —dijo Akila—. Queréis ir a casa… bueno, nadie puede decir que no os lo hayáis ganado. Y cuando vengan por vosotros, quizás quedará alguien para ayudar—. Encogió los hombros a propósito. —Yo me quedaré. Si es necesario, me quedaré solo. Me quedaré en los muelles, y que vengan los de su ejército de uno en uno para que los liquide.

Entonces miró a su alrededor, miró fijamente a los hombres que conocía, a los hermanos de Haylon y a los esclavos liberados, a reclutas transformados en luchadores por la libertad y a hombres que probablemente habían empezado como poco más que degolladores.

Sabía que si pedía a estos hombres que lucharan con él, la mayoría de ellos probablemente moriría. Seguramente nunca volvería a ver las cascadas que se precipitaban a través de las colinas de Haylon. Probablemente moriría sin ni siquiera saber si lo que hizo fue suficiente para salvar a Delos o no. Una parte de él deseaba no haber conocido nunca a Thanos, o no haber sido arrastrado hasta esta rebelión más grande.

Aún así, tomó aire.

—¿Estaré solo, chicos? —preguntó—. ¿Tendré que abrirme camino entre ellos a puñetazos hasta el imbécil con la cabeza más pedregosa yo solo?

El rugido de “¡No!” resonó a través del agua. Esperaba que la flota enemiga lo oyera. Esperaba que lo oyeran y que estuvieran aterrorizados.

Los dioses sabían que él lo estaba.

—Bien entonces, chicos —vociferó Akila—, poneos a vuestros remos. ¡Tenemos una batalla que ganar!

Entonces vio que corrían hacia ellos y no pudo sentirse más orgulloso. Empezó a pensar, a dar órdenes. Había mensajes que enviar de vuelta al castillo, defensas que debían prepararse.

Akila ya podía escuchar el ruido de las campanas sonando en la ciudad a modo de aviso.

—¡Vosotros dos, subid las banderas de señal! ¡Scirrem, quiero barcas pequeñas y brea para los barcos de fuego en la boca del puerto! ¿Estoy hablando solo?

—Es muy posible —le respondió gritando el marinero—. Dicen que los locos lo hacen. Pero ya lo haré yo.

—¿Te das cuenta de que en un ejército de verdad te darían una paliza? —respondió bruscamente Akila, aunque sonriendo mientras lo hacía. Esta era la parte más rara cuando se está a punto de entrar en batalla. Ahora estaban muy cerca de una posible muerte y era el momento en el que Akila se sentía más vivo.

—Bueno, Akila —dijo el marinero—. Sabes que nunca han dejado entrar a los de nuestra calaña en un ejército de verdad.

Entonces Akila rio, y no solo porque aquello era probablemente cierto. ¿Cuántos generales podían decir que no solo tenían el respeto de sus hombres, sino verdadera camaradería? ¿Cuántos podían pedir a sus tropas que se lanzaran al peligro, no por lealtad, o miedo, o disciplina, sino porque se lo pedían ellos? Akila sentía que podía estar orgulloso de aquella parte, por lo menos.

El marinero salió pitando y a él le quedaban más órdenes que dar.

—Una vez esté despejado, tendremos que levantar la cadena del puerto —dijo.

A uno de los marineros jóvenes que estaban cerca de él aquello pareció preocuparle. Akila podía ver el miedo que allí había, a pesar de sus discursos. Pero era normal.

—Si levantamos la cadena, ¿no significa eso que no podemos retirarnos hacia el puerto? —preguntó el chico.

Akila asintió.

—Sí, pero ¿de qué serviría retirarse a una ciudad que está abierta al mar? Si fracasamos allí, ¿crees que la ciudad será un lugar seguro para esconderse?

Vio que el chico pensaba en ello, con toda seguridad, intentando adivinar dónde estaría más a salvo. O eso, o deseando no haberse unido nunca.

—Si quieres, puedes ser uno de los que ayudan a levantar las cadenas —le ofreció Akila—. Después dirígete a las catapultas. Necesitaremos gente buena para dispararlas.

El chico negó con la cabeza.

—Me quedaré. No escaparé de ellos.

—¿Debo imaginar que te apetece hacerte cargo de la flota para que yo pueda escapar? —preguntó Akila.

Aquello provocó la risa del muchacho mientras se dirigía hacia sus tareas, y la risa siempre era mejor que el miedo.

¿Qué más había que hacer? Siempre había algo más, siempre algo a lo que ir a continuación. Siempre estaban aquellos que decían que la guerra era esperar, pero Akila había descubierto que la espera siempre encerraba mil cosas más pequeñas. La preparación era la madre del éxito, y Akila no iba a perder por falta de esfuerzo.

—No —dijo entre dientes mientras comprobaba las cuerdas de su buque insignia—. De esos e encargará el hecho de que ellos tienen cinco veces más barcos.

La única esperanza era atacar y avanzar. Atraerlos hacia los barcos de fuego. Aplastarlos contra la cadena. Usar la velocidad de sus propios barcos para cargarse lo que pudieran. Aún así, eso podría no ser suficiente.

Akila nunca había visto una fuerza de ese tamaño. Dudaba que alguien lo hubiera hecho. La flota que mandaron a Haylon había sido diseñada para el castigo y la destrucción. El ejército rebelde había sido la unión de, al menos, tres grandes fuerzas.

Esto era más grande. No se trataba tanto de un ejército como de un país entero en movimiento. Aquello era conquista y más que conquista. Felldust había visto una oportunidad y, ahora, iba a tomar todo lo que tenía el Imperio.

A no ser que los detengamos, pensó Akila.

Quizás no sería su flota quien los detendría. Quizás lo mejor que podían esperar sería frenar y debilitar al ejército invasor, quizás esto sería suficiente. Si pudieran ganar tiempo para Ceres, ella podría encontrar una manera de ganar contra lo que quedase. Akila la había visto hacer cosas más impresionantes con aquellos poderes suyos.

Tal vez se enfrentaría ella al ejército de Felldust entero y les ahorraría el problema.

Lo más seguro era que Akila moriría aquí. Si esto pudiera salvar a Delos, ¿valdría la pena? Esa no era la cuestión. Si esto pudiera salvar a la gente de allí y a la de Haylon, ¿lo haría? Sí, aquello lo valía todo para Akila. Los hombres así no se detenían con lo que tenían. Caerían sobre Haylon tan pronto como hubieran terminado aquí. Si su sacrificio mantuviera a los granjeros de la isla a salvo, Akila lo haría hasta mil veces más.

Echó un vistazo al agua, hacia donde la flota avanzaba y bajó la voz.

—Estás en deuda conmigo por esto, Thanos —dijo, de la misma manera que el príncipe estaba en deuda con él por venir a Delos y por no liquidarlo en Haylon. Probablemente su vida hubiera sido mucho más simple si lo hubiera hecho.

Viendo la flota que se acercaba, Akila sospechaba que también podría ser más larga.

—¡Ahora sí! —exclamó—. ¡A vuestros sitios, chicos! ¡Tenemos una batalla que ganar!

CAPÍTULO DOS

Irrien estaba en la proa de su buque insignia con una mezcla de satisfacción y expectación. Satisfacción porque su flota estaba avanzando exactamente como él había ordenado. Expectación por todo lo que vendría a continuación.

A su alrededor, su flota se deslizaba hacia delante casi en silencio, tal y como él había ordenado cuando empezaron a abrazar la costa. Silenciosa como los tiburones que van tras la presa, silenciosa como el momento después de la muerte de un hombre. Ahora mismo, Irrien era el destello de luz en la punta de una lanza, el resto de su flota, la ancha cabeza que le sigue.

 

Su silla no era de la piedra oscura en la que se sentaba en Felldust. En su lugar, estaba enmarcado de forma más ligera, hecha de los huesos de cosas que él había matado, los huesos del fémur de un acechador oscuro formaban el respaldo, los huesos de los dedos de un hombre estaban insertados en sus brazos. La había cubierto con las pieles de animales que había cazado. Esta era otra lección que había aprendido: En tiempos de paz, un hombre debería hablar de su civismo. En tiempos de guerra, debería hablar de su crueldad.

Con este fin, Irrien tiró de una cadena que estaba conectada a su silla. El otro extremo sostenía a uno de los llamados guerreros de esta rebelión, que había preferido arrodillarse que morir.

—Pronto llegaremos —dijo.

—S-sí, mi señor —respondió el hombre.

Irrien tiró otra vez de la cadena.

—No hables a no ser que te lo ordene.

Irrien ignoró al hombre cuando este empezó a suplicar el perdón desesperadamente. En cambio, observaba el camino que tenía por delante, aunque había colocado la superficie de metal a su escudo para protegerse de los asesinos.

Un hombre sabio siempre hacía ambas cosas. Probablemente, las otras piedras de Felldust pensaban que Irrien estaba loco, marchando hacia esta tierra sin polvo mientras ellos se quedaban atrás. Seguramente pensaban que él no veía sus tramas y maquinaciones.

Irrien hizo una gran sonrisa al pensar en sus caras cuando se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo realmente. Su placer continuó cuando giró hacia la costa, al ver los fuegos que iban brotando rápidamente cuando sus destacamentos de ataque desembarcaron. Generalmente, Irrien odiaba el desperdicio de los edificios quemados, pero para la guerra eran un arma útil.

No, la verdadera arma era el miedo. El fuego y la amenaza silenciosa eran formas de agudizarlo. El miedo era un arma tan poderosa como un veneno lento, peligroso como una espada. El miedo podía hacer que un hombre fuerte huyera o se rindiera sin luchar. El miedo podía hacer que los enemigos escogieran opciones estúpidas, fueran al ataque con bravuconería impulsiva o se acobardaran cuando deberían atacar. El miedo convertía a los hombres en esclavos y los inmovilizaba, incluso cuando no estaban solos.

Irrien no era tan arrogante como para creer que nunca podía sentir miedo, pero su primera batalla no se lo había traído en la forma en que los hombres hablaban sobre él, tampoco la quincuagésima. Había peleado con hombres sobre arenas ardientes y también y sobre los adoquines de callejones y, a pesar de la rabia, el nerviosismo, incluso la desesperación, nunca había tenido el miedo que otros hombres sentían. En parte, por eso era tan fácil tomar lo que deseaba.

Lo que deseaba ahora se movió de repente ante sus ojos casi como si lo hubiera convocado con el pensamiento, los interminables golpes de remo tiraban hacia el puerto de Delos hasta ponerlo a la vista de Irrien. Él había esperado este momento, pero no era el que había soñado. Aquel solo vendría una vez estuviera terminado y él hubiera tomado todo lo que valía la pena tomar.

Ahora la ciudad era algo bajo y apestoso, a pesar de su fama, como todas las ciudades de hombres. No tenía la grandeza del polvo interminable, o la belleza austera de las cosas hechas por antiguos. Como en todas las ciudades, cuando apiñabas a suficientes personas juntas, salía su verdadera mezquindad, su crueldad y su fealdad. Ninguna cantidad de cantería podía disfrazar eso.

Aún así, el Imperio para el cual formaba un eje era un premio que valía la pena. Irrien se preguntó por unos instantes si sus compañeros piedras se habían ya dado cuenta de su error al no venir. El mero hecho de ocupar las sillas de piedra hablaba de su ambición y su poder, de su astucia y su habilidad para dirigir juegos políticos.

A pesar de eso, aún habían pensado muy en pequeño. Habían pensado desde el punto de vista de un ataque engrandecido, aunque aquello podía ser mucho más. Una flota de aquel tamaño no estaba aquí solo para traer oro y filas de esclavos, aunque ambas cosas vendrían. Estaba aquí para tomar, resistir y instalarse. ¿Qué era el oro al lado de tierra fértil, sin el interminable polvo? ¿Por qué arrastrar a los esclavos de vuelta a una tierra condenada por las guerras de los Antiguos, cuando podías tomar también la tierra en la que estaban? ¿Y quién estaría allí para asegurarse de que se llevaba la parte más grande de esta nueva tierra?

¿Por qué atacar y marcharse cuando se podía eliminar lo que había allí y gobernar?

Primero, sin embargo, había obstáculos que superar. Había una flota delante de la ciudad, si se le podía llamar así. Irrien se preguntaba si los barcos centinela que habían dejado ir ya habían regresado a casa. Si habían visto las cosas que les aguardaban. Puede que no sintiera el miedo de la batalla, pero sabía cómo avivarlo en los hombres más débiles.

Se puso de pie para tener una mejor visión y para que aquellos que observaban desde la orilla pudieran ver quién estaba al mando de esto. Solo aquellos con la vista más aguda lo distinguirían, pero quería que comprendieran que esta era su guerra, su flota y, pronto, su ciudad.

Sus ojos divisaron las preparaciones que los defensores estaban empezando a hacer. Los pequeños barcos que, sin duda alguna, pronto estarían en llamas. La forma en que la flota estaba formando grupos, dispuestos a hostigarlos. Las armas en los muelles, preparadas para ser disparadas contra ellos cuando se acercaran.

—Vuestro comandante sabe lo que hace —dijo Irrien, arrastrando a su último preso hasta sus pies—. ¿Quién es?

—Akila es el mejor general vivo —dijo el antiguo marinero y, después, miró a Irrien a los ojos—. Perdóneme, mi señor.

Akila. Irrien había escuchado el nombre y había escuchado más de Lucio. Akila, quien había ayudado a liberar a Haylon del Imperio y resistir contra su flota. Quien se decía que luchaba con toda la astucia de un zorro, atacando y moviéndose por donde menos esperaban los rivales.

—Siempre he valorado a los contrincantes fuertes —dijo Irrien—. Una espada necesita hierro para afilarse.

Sacó su espada de su vaina de cuero negro como para ilustrar el comentario. La hoja era de un azul-negro con aceite, el filo era el de una cuchilla. Era el tipo de cosa que podría haber sido la herramienta de un verdugo para con otro hombre, pero él había aprendido su equilibrio y construido la fuerza para empuñarla bien. Tenía otras armas: cuchillos y alambres para estrangular, una espada curvada en forma de luna y un puñal sol con muchos pinchos. Pero esta era la que la gente conocía. No tenía nombre, pero solo porque Irrien creía que esas cosas eran estúpidas.

Vio el miedo en el rostro de su nuevo esclavo al verla.

—En los viejos tiempos, los sacerdotes ofrecían la vida de un esclavo antes de la batalla, con la esperanza de saciar la sed de muerte antes de que se posara sobre un general. Después, se cambió a ofrecer al esclavo a los dioses de la guerra, con la esperanza de que favorecieran a su bando. Arrodíllate.

Irrien vio que el hombre lo hacía instintivamente, a pesar de su pánico. Quizás a causa de él.

—Por favor —suplicó.

Irrien le dio un puntapié, tan fuerte que el esclavo cayó sobre su barriga, sacando la cabeza por encima de la proa del barco.

—Te dije que estuvieras callado. Quédate allí, y da gracias que no tengo nada que ver con los sacerdotes y sus estupideces. Si existen los dioses de la muerte, su sed no se puede apagar. Si existen los de la guerra, su favor va al hombre que tiene más tropas.

Se giró hacia el resto de su barco. Alzó su espada con una mano y los esclavos que habían estado esperando sus órdenes se apresuraron a coger un cuerno. Cuando él hizo una señal con la cabeza, los cuernos resonaron una vez. Irrien vio que echaban las catapultas y las balistas hacia atrás y prendían fuego a sus cargas.

Allí estaba él, oscuro contra la luz del sol, su piel bronceada y su ropa oscura lo convertían en una mancha de sombra ante la ciudad.

—¡Os dije que vendríamos hasta Delos, y así lo hemos hecho! —exclamó—. ¡Os dije que tomaríamos la ciudad, y así lo hemos hecho!

Esperó hasta que se apagó la ovación que le siguió.

—A los vigilantes que les mandé de vuelta les di un mensaje, ¡y es el que pretendo cumplir! —Esta vez, Irrien no esperó—. Cada hombre, mujer y niño del Imperio ahora es un esclavo. Cualquiera que encontréis sin la marca de un maestro está allí para que lo cojáis y hagáis lo que vuestra fuerza os permita. Cualquiera que asegure que tiene propiedades os está mintiendo, y podéis tomarlo. Cualquiera que nos desobedezca debe ser castigado. Cualquiera que se nos resista está en rebelión, ¡y se le tratará sin misericordia!

Irrien había aprendido que la misericordia era otro de aquellos chistes que a la gente le gustaba fingir que era real. ¿Por qué un hombre iba a perdonar la vida al enemigo, a menos que sacara algo de ello? El polvo enseñaba lecciones simples: Si eras débil, morías. Si eras fuerte, tomabas lo que podías del mundo.

Ahora, Irrien tenía la intención de tomarlo todo.

Lo más grande de todo aquello era lo vivo que se sentía ahora mismo. Había luchado hasta convertirse en la Primera Piedra, para darse cuenta después de que no había ningún lugar al que ir. Había sentido que se estancaba en la política de la ciudad, representando las riñas sin importancia de las demás piedras para divertirse. Pero esto… esto prometía ser mucho más.

—¡Preparaos! —gritó a sus hombres—. Obedeced mis órdenes y triunfaremos. Fallad y seréis menos que tierra para mí.

Volvió hacia el lugar donde todavía yacía el antiguo marinero, con la cabeza tendida sobre el borde del barco. Probablemente pensaba que era lo máximo a lo que podía llegar. Irrien había descubierto que ellos esperaban que las cosas no empeoraran, en lugar de ver el peligro y actuar.

—Podrías haber muerto luchando —dijo, con su gran espada todavía levantada—. Podrías haber muerto como un hombre, en lugar de como un patético sacrificio.