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LOS ENEMIGOS DE EINSTEIN

Einstein tenía enemigos poderosos. En Alemania abundaban los ataques contra él por su origen judío, pero en Francia también se destacaba su origen. Un distinguido historiador de la Sorbona comparó la controversia que rodeaba a Einstein con el infame caso Dreyfus, un escándalo que dividió a la sociedad francesa. En él, un capitán judío inocente fue injustamente acusado de traición y condenado a cadena perpetua en una colonia penal, un caso que tardó más de una década en descubrirse. La polémica con Einstein, sostenía este autor, dividió Francia en los mismos términos: «Los partidarios de Dreyfus afirman que [Einstein] es un genio, mientras que sus oponentes dicen que es un imbécil. […] Los mismos bandos se conforman y se plantan cara a la más mínima provocación»30. Ese mismo siglo, Poincaré se había posicionado a favor de las causas judías y había defendido en público al capitán Dreyfus, desempeñando un papel importante a la hora de garantizar la exoneración de un hombre ilícitamente acusado. Pero las críticas de Poincaré y de muchos otros partidarios de Bergson diferían de las críticas de quienes atacaban a Einstein por ser judío.

En Alemania, el trabajo de Einstein recibió un auténtico rapapolvo el 24 de agosto de 1920, en una serie de charlas contra la relatividad celebradas en la Filarmónica de Berlín31. A partir de ese día, Einstein empezó a afirmar que todo aquel que se oponía a su teoría lo hacía por motivos políticos32. En 1921 no estimaba legítima ninguna crítica científica o filosófica: «Ningún hombre de ciencia —contestó, enfatizando la última palabra— impugnaba mi teoría». Cuando se le preguntó acerca de la oposición, remarcó: «Era puramente política». Cuando se le pidió que se explayara sobre los «motivos políticos» específicos, se refirió al antisemitismo: «Porque soy judío»33.

Sin embargo, pese a la manía de Einstein de vincular todas las críticas al antisemitismo, no todos los ataques estaban motivados por él, ni tampoco por diferencias políticas. Muchos de los destacados integrantes del Collège de France y de la Société française de philosophie (como Brunschvicg, Langevin, Paul Lévy, Charles Nordmann y el propio Bergson), así como el organizador, Xavier Léon, eran judíos. La crítica de Bergson y de muchos de sus adeptos se diferenciaba de los ataques antisemitas en aspectos importantes: Bergson no catalogó nunca la ciencia de Einstein como judía ni la impugnó por esa razón. Sus críticas apuntaban a tesis específicas de la obra de Einstein.

BERGSON Y POINCARÉ

Para muchos de los prosélitos de Poincaré, su filosofía representaba una entente cordiale beneficiosa entre científicos y filósofos de su generación. Otros pensadores, como Édouard Le Roy y Pierre Duhem, eran más radicales y querían llegar aún más lejos que él, recalcando el carácter artificial de muchas hipótesis científicas. Mientras que ellos lo veían a veces como una figura más bien conservadora, para muchos otros era demasiado radical. Bertrand Russell le llegó a tachar de nominalista y, en Francia, Louis Couturat bendijo esta apreciación. La etiqueta de nominalista atribuía a Poincaré el haber teorizado que la verdad científica era tan particular y dependía tanto de casos individuales y situaciones prácticas que no permitía extraer ni una sola conclusión general, y menos aún universal34. Poincaré desmintió esta descripción de su propio trabajo y se distanció de cualquier tipo de nominalismo.

En El valor de la ciencia (1905), Poincaré describió la influencia de Bergson como negativa y peligrosamente antiintelectual35. Pero luego, lo cierto es que ambos se hicieron buenos amigos. La hermana pequeña de Poincaré, Aline, se casó con el filósofo Émile Boutroux, uno de los maestros de Bergson36. En De la contingence des lois de la nature (1874), Boutroux había subrayado el papel de la contingencia sobre el determinismo en las leyes de la naturaleza, oponiendo su filosofía a una teoría cartesiana de verdades eternas. Bergson compartía con Poincaré y Boutrox la misma aversión hacia Descartes y las verdades eternas, hasta el punto de asociar a Einstein con esa doctrina filosófica.

El famoso libro Ciencias e hipótesis de Poincaré (original de 1902) empezaba con un ataque al descubierto contra Le Roy, uno de los mayores aliados de Bergson. En él, vinculaba la doctrina filosófica de Le Roy con el nominalismo y acometía contra un artículo del joven autor titulado «Science et philosophie», en que había afirmado «seguir» a Bergson «pas à pas»37. En El valor de la ciencia, publicado unos años más tarde, Poincaré escribió que las peores cualidades de la filosofía de Le Roy eran fruto de la influencia de Bergson sobre él. Según sus palabras, «la doctrina de Le Roy reúne otra característica que indudablemente debe al señor Bergson: es antiintelectual»38. Con todo, poco a poco la animadversión inicial de Poincaré contra Le Roy y Bergson se atenuó y acabó siendo un valedor del primero.

En 1910 Bergson detectó que Poincaré y Le Roy habían «llegado a conclusiones análogas» en sus respectivas filosofías39. Bergson elaboró un mapa rudimentario de las principales escuelas filosóficas contemporáneas en Francia y aclaró su relación con el pensamiento de Poincaré. Le consideraba heredero de una tradición francesa en la que «los matemáticos escribían la filosofía de su ciencia; e incluso de la ciencia en general». Según explicó, en su época esa escuela estaba representada por «nuestro gran matemático Poincaré», cuya filosofía denotaba, dicho en pocas palabras, el «carácter simbólico y provisional» del conocimiento científico40.

Para Bergson, su filosofía y la de Poincaré eran incuestionablemente «distintas», pero creía que «se podrían reagrupar» porque «también tenían puntos en común». Lo que las atraía era que ambos «sentían una profunda repugnancia por una filosofía que quiere explicar toda la realidad mecánicamente»41. En este grupo Bergson incluía a grandes psicólogos (citó a Théodule Ribot, Pierre Janet, Alfred Binet y Georges Dumas) y sociólogos (mencionó a Emile Durkheim y Lucien Lévy-Bruhl). Bergson criticaba que estos pensadores se adhirieran a posiciones filosóficas sin saber lo suficiente sobre esa disciplina. Poincaré, que sobresalía en ambas áreas, era una excepción. Bergson también apoyó al enemigo de Durkheim Gabriel Tarde, que había elogiado a Bergson en su libro Les Lois de l’imitation (1890). En cuanto a los demás, defendían posturas mecanicistas, reduccionistas y materialistas implícitas y profundamente erróneas en las que la ciencia predominaba de forma axiomática e injustificable.

Bergson no solo tenía en muy alta estima a Poincaré como científico y como filósofo, sino que pensaba que ambos tenían enemigos en común. Y el enemigo de sus enemigos era su amigo. ¿Qué había en juego al destacar las similitudes entre la filosofía de Bergson y la de Poincaré respecto a otras? Los ataques vertidos por la otra facción eran simplemente demasiado despiadados e injustos, explicó Bergson. Pintaban su filosofía como «un retorno a la mentalidad de los primitivos»42. ¿Acaso podía haber algo más ofensivo? En 1915, Bergson fue aún más claro sobre los puntos que tenían en común su filosofía y la de Poincaré:

El gran matemático Henri Poincaré ha llegado a conclusiones parecidas a las nuestras. Ha demostrado qué se debe al hombre y qué se debe a las necesidades y preferencias de nuestra ciencia, y lo ha hecho analizando las condiciones que rigen la construcción de conceptos científicos en la red de leyes que nuestro intelecto extiende al universo, siguiendo una vía diferente y mucho más directa43.

Bergson y Poincaré compartían otra misión similar. Ambos remarcaban que la teoría de la relatividad tal como la concebía Einstein se podía adoptar, pero no tenía por qué ser adoptada. En una carta a lord Haldane redactada poco después de su debate con Einstein, Bergson explicó su postura usando el lenguaje popularizado por Poincaré, el del convencionalismo: «Por lo que a mí respecta, veo en el espacio-tiempo de Minkowski y de Einstein una forma de representación muy conveniente [commode], pero que quizás no está ligada en esencia a la Teoría de la Relatividad». Lo que criticaba en Duración y simultaneidad eran los intentos de Einstein por «elevar una representación matemática a la realidad trascendental» y por negarse a ver que su redefinición del tiempo no era «más que una convención, por más que fuera necesaria para preservar la integridad de las leyes físicas»44.

Por otra parte, los lectores repararon en que Bergson y Poincaré también sostenían posturas similares con respecto a la forma de medir el tiempo. En su opinión, medir el tiempo destruía partes del mismo. «Al mismo tiempo que Bergson, Poincaré rescató así la antigua refutación a la posibilidad misma de medir el tiempo», explicó un profesor de filosofía. Y añadió que, de un modo bastante similar a Bergson, Poincaré había recalcado que los científicos no miden el tiempo, «sino que lo cortan a trozos y aseguran que son fragmentos idénticos para que sus ecuaciones sean lo más simples posible»45.

En 1916, cuatro años después de que muriera Poincaré, el matemático y Bergson eran considerados íntimos camaradas en la cruzada general contra el materialismo y las filosofías mecanicistas. En las conferencias parisinas tituladas «Fe y vida», que irradiaban una clara aura religiosa, el filósofo Paul Desjardins citó juntos a los dos hombres46.

LA OBRA DE POINCARÉ

Poincaré estaba muy familiarizado con los problemas para medir el tiempo y determinar la simultaneidad. En 1898 publicó un crucial ensayo titulado «La medida del tiempo» en Revue de métaphysique et de morale. ¿Por qué un artículo sobre la medición del tiempo encajaba en una revista consagrada a la metafísica y la moral?

El artículo se rescató luego como el segundo capítulo de su famoso libro El valor de la ciencia. En ese ensayo, Poincaré señalaba que no había un solo procedimiento de coordinación temporal que pudiera considerarse un método absoluto para determinar el tiempo. De 1898 hacia delante, Poincaré escribió a menudo sobre cómo hacer frente a relojes separados que marcaban tiempos dispares47. En cada situación específica debería adoptarse el procedimiento más conveniente. En cuanto a Einstein, no era un problema que se tuviera que resolver revolucionando las leyes de la física existentes.

Otra tesis importante del ensayo de Poincaré era que «no tenemos una intuición directa de la simultaneidad, ni tampoco de la igualdad de dos intervalos temporales»48. Al criticar nuestra intuición del tiempo, ¿estaba atacando a Bergson? A fin de cuentas, Bergson era conocido por muchos como un defensor de la intuición. Una vez dijo de su filosofía que «apelaba al sentimiento, la intuición y la vida interior»49. Al negar que pudiera intuirse directamente la simultaneidad, ¿Poincaré no estaría adoptando una postura contraria a Bergson?50 Sí y no.

Dentro del «reino de la conciencia», Poincaré admitió que «la noción del tiempo era relativamente clara», pero no lo suficiente como para basar en ella las mediciones científicas51. Su opinión era similar a la de Bergson, que usaba el concepto de la intuición de un modo diferente a como lo usaban muchos psicólogos para referirse a una estimación, una suposición o una corazonada. La tesis de Poincaré no era que las intuiciones sobre el tiempo no fueran relevantes para la ciencia, sino que no eran lo bastante coherentes como para ser referencias sólidas a fin de medir el tiempo precisa y cuantitativamente. Su argumento contra la «intuición directa» iba dirigida al concepto psicológico, no al filosófico.

Cuando Bergson remarcaba la importancia de la intuición, no decía que pudiera usarse para cuantificar el tiempo. La intuición del tiempo que quería remarcar eran precisamente los aspectos de nuestro sentido temporal menos repetitivos, rítmicos y homogéneos. Era la intuición de la «condición móvil de la realidad» la que subrayaba, no una intuición de simultaneidad o una clara serie de sucesos52. Nuestra intuición de la duración, según Bergson, percibía su condición de constante cambio. Un autor lo explicó con claridad: «Esta duración, que percibimos de inmediato, se manifiesta en nosotros y a nuestro alrededor mediante un rejuvenecimiento incesante: no hay dos instantes iguales»53.

«UN RESUMEN INCREÍBLEMENTE SIMPLE»

Las objeciones de Bergson a la teoría de Einstein inquietaron a los físicos. A la vista de su crítica, muchos empezaron a dudar: tal vez la teoría de Einstein no merecía la importancia que se le daba, quizás el físico solo estaba ofreciendo una forma de interpretar la realidad, y quizás esta interpretación era solo una de las múltiples posibilidades. Tal vez no era ni siquiera revolucionaria, sino más bien conservadora. Einstein luchó contra estas interpretaciones con más vigor que nunca tras su encuentro con Bergson.

Se ha escrito mucho sobre la perspectiva filosófica de Einstein y los expertos han debatido hasta qué punto era realista, el alemán54. Las pruebas varían, dado que Einstein expuso a menudo opiniones contradictorias sobre esta materia. Su debate con Bergson, no obstante, revela que durante un periodo de tiempo limitado (empezando con los ataques contra él en la Filarmónica de Berlín y siguiendo con la confrontación de Bergson) adoptó una postura en la que solo consideraba «objetiva» su propia interpretación de la teoría de la relatividad.

La defensa aguerrida que durante esos años hizo Einstein de su teoría como la única opción científicamente viable contrasta mucho con las interpretaciones previas y posteriores de su propia obra y la de sus colegas. Einstein alabó en repetidas ocasiones la doble virtud de la simplicidad y la generalidad al evaluar teorías científicas. Primero adujo que había que adoptar su teoría porque era simple y exhaustiva, no porque fuera absoluta y definitivamente la única correcta. La describió «como una generalización y un resumen increíblemente simple de hipótesis que, hasta ese momento, habían sido independientes las unas de las otras»55. Su revolucionario artículo sobre la relatividad general (1916) solo había afirmado con modestia que su teoría era «psicológicamente natural»56. Era importante que aprovechara para advertir de un beneficio psicológico, pues marcaba una diferencia de peso con las tesis posteriores de que era necesariamente la teoría natural. En ese trabajo, al referirse al tiempo también había aclarado que hablaba de una «definición» determinada del mismo, llegando incluso a poner el término «realmente» entre comillas cuando escribió sobre las horas de reloj alteradas. Un reloj «“realmente” va más lento que el otro [reloj]», señaló57. En 1918 volvió a insinuar que era legítimo elegir o desechar su teoría: «Solo las razones utilitarias pueden determinar qué representación se tiene que elegir», explicó58. Un año más tarde, después de que las expediciones para observar el eclipse confirmaran su teoría, hizo uno de los alegatos más poderosos a favor de la idea de que las teorías científicas raramente se imponían. Por lo común, los científicos podían elegir entre opciones:

Cuando disponemos de dos teorías y ambas son compatibles con el repertorio de hechos, a la hora de elegir una antes que la otra no existe más criterio que la mirada intuitiva del investigador. De esta manera, uno puede entender por qué los científicos más sagaces, que conocen ambas cosas —teorías y hechos—, pueden ser apasionados partidarios de teorías opuestas59.

Pero después de los ataques que recibió en Berlín y París, Einstein dejó de afirmar que había otras teorías válidas.

Bergson y la mayoría de sus adeptos no negaban los resultados de la teoría de la relatividad; la mayoría se limitaba a rebatir que condujeran necesariamente a las conclusiones de Einstein. Poincaré y otros habían argumentado a menudo que, normalmente, los científicos podían escoger qué teorías se amoldaban mejor a casos particulares. A veces señalaban que las teorías pocas veces concordaban al cien por cien con la realidad, pero que las consideraban igualmente representaciones adecuadas y útiles de ella. Al principio, parecía que Einstein estaba de acuerdo con estos dictámenes, pero más tarde mantuvo una actitud contraria. Por un momento, luchó a brazo partido contra el parecer común, extendido por la crítica de Bergson, de que «los físicos no han sido capaces de decidir» si «puede darse a la “simultaneidad” un significado absoluto»60.

7
BERGSON ESCRIBE A LORENTZ

HAARLEM, PAÍSES BAJOS

En 1928 Einstein visitó Países Bajos para dar un conmovedor discurso en un funeral. Su colega y amigo Hendrik A. Lorentz acababa de morir a los setenta y cuatro años. Un viernes, exactamente al mediodía, el telégrafo estatal y los servicios telefónicos del país se suspendieron durante tres minutos como «homenaje al mayor prohombre que Países Bajos haya dado en nuestro tiempo»1. Pese a ser un íntimo amigo, un científico reputado y el autor de las ecuaciones que Einstein usó en su teoría de la relatividad, el neerlandés no aceptó nunca sus conclusiones. ¿Por qué?

Lorentz recibió el ansiado Premio Nobel de Física en 1902. En 1895 propuso que las longitudes podían contraerse con el movimiento. Unos años más adelante, sugirió que los relojes podían ralentizarse en esas mismas circunstancias. Los motivos por los que la relación de Einstein con Lorentz fascina a los expertos son los mismos que alimentan el interés de su relación con Henri Poincaré. ¿Por qué estos dos científicos no propugnaron la teoría que revolucionó la física? Einstein tenía una relación cercana y afectuosa con Lorentz, que representaba una especie de figura paterna para el joven físico2. Al inicio, su trabajo sobre la relatividad era tan similar que costaba mucho discernir las contribuciones de cada uno; tanto, de hecho, que se solía llamar la teoría de Einstein-Lorentz. Pero su relación no fue siempre fluida, sobre todo en lo concerniente a ciertas interpretaciones de la relatividad.

Abraham Pais, un colega que acabó escribiendo la biografía de Einstein, le describió como alguien incapaz de «liberarse» de las viejas teorías, algo en lo que se parecía mucho a Poincaré3. ¿Bergson pudo tener algún efecto sobre la opinión que le merecía Einstein a Lorentz? Unos años después del encuentro en París, Bergson empezó a hablar mal de Einstein a Lorentz a espaldas del alemán. En una carta a Lorentz, explicó por qué los físicos estaban recibiendo su filosofía con tanta aversión. Especuló con que Einstein y muchos otros físicos simplemente no le entendían y compartió con Lorentz un retrato muy negativo del físico:

En general, los físicos de la relatividad me han malinterpretado. Valga decir que no acostumbran a conocer mis opiniones si no es por medio de rumores, por relatos inexactos e incluso completamente falsos. Este es tal vez el caso del propio Einstein, si lo que cuentan de él es cierto4.

La argumentación de Bergson difería de la de Lorentz en varios aspectos, pero aceptaba y usaba plenamente sus ecuaciones. Como Lorentz, él defendía que la interpretación de Einstein de la relatividad no era la única viable.

Bergson también conoció a Albert A. Michelson, el autor del experimento que devino crucial para la relatividad, y estudió encarecidamente su trabajo. Los historiadores se han planteado muchas veces por qué Lorentz, Poincaré y Michelson —los tres hombres cuya investigación se aproximaba más a la de Einstein— no bendijeron incondicionalmente la teoría de la relatividad. El papel de Bergson como persona, colega, mentor, amigo y confidente —además del papel y el impacto de su filosofía— fue clave. ¿Cómo se acoplaban las tesis de Poincaré, Lorentz y Michelson con las de Bergson? Los tres coincidían en que la teoría de la relatividad tal como la concebía Einstein podía ser aceptada, pero no tenía por qué serlo. Su aceptación o rechazo era algo que, a fin de cuentas, debía dejarse a juicio de los propios científicos.

Las pruebas sugieren que Lorentz y Bergson compartían punto de vista sobre muchas cuestiones de calado de su época. Bergson consideraba que sus argumentos en Duración y simultaneidad eran compatibles con los de Lorentz (aunque no eran ni por asomo idénticos). Mientras que Lorentz esperaba que devolverían la creencia tradicional hacia una noción universal y absoluta del tiempo, Bergson no albergaba tales expectativas. Bergson no respaldaba a Lorentz hasta este extremo. No llegaba a defender la controvertida hipótesis de la contracción, la fe en el éter o la esperanza de que la hipótesis de las estrellas fijas pudiera usarse como punto de referencia estable para las leyes de la física.

Las discusiones sobre la física del tiempo fueron especialmente tensas porque los tres hombres participaron en el CIC, una de las secciones más prestigiosas de la Sociedad de las Naciones. Lorentz fue llamado para sustituir a Einstein después de que este, enojado, dimitiera del comité. Después, Bergson, que presidía la institución, apoyó al científico neerlandés hasta tal punto que lo nombró su sucesor. Lorentz lo relevó como presidente en 1925. Apenas un año antes, Bergson había mandado una carta a Lorentz invitándole a cenar y prometiéndole lo siguiente: «Estaremos absolutamente solos». En esa misma carta, le daba las gracias por haberle enviado una nota sobre «los dos relojes»: «Mi primera impresión es que vuestro argumento es irrefutable». Luego añadió un apartado final para explicar por qué sus dos argumentos eran compatibles: «Y por esa razón el mío sigue siendo correcto»5.

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