Cazador de narcos II

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Cazador de narcos II
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DERZU KAZAK

CAZADOR DE NARCOS II

OPERACIÓN TORMENTA EN EL INFIERNO


Editorial Autores de Argentina

Derzu Kazak

Cazador de narcos II : operación tormenta en el Infierno / Derzu Kazak. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0863-8

1. Novelas. 2. Narrativa Argentina. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Capítulo 1

Medellín – Colombia

Promediaba la media mañana en la estancia de Medellín en un día que a todas luces parecía destinado a cambiar la historia. En la estupenda galería norte de la casona, sobre un robusto mesón de madera al natural y apoyada en un paño de gamuza, resaltaba la inconfundible silueta color arena de una pistola Sig Sauer XM17 de 9 mm Parabellum, un regalo que el capo narco de Medellín, Pedro Bucci, se hizo a sí mismo en cuanto uno de sus sicarios le comentó que fue elegida en concurso internacional para las tropas de combate de los Estados Unidos, en reemplazo de la legendaria Pietro Beretta M9, y para colmo, cambiando unos módulos, podía disparar los calibres .357 SIG, .40 S&W y .45 ACP. Aunque estaba recién desembalada, limpiaba el cañón con la prolijidad de un francotirador.

A primera vista parecía un arma inofensiva, quizás porque estaba hecha de polímero especial, el mismo que utilizan las Glock austríacas, pero su precisión y cadencia de tiro supera a la Beretta M9, a la típica Glock, y quizás a las demás.

La “Danza ritual del fuego” sonó tan de improviso que le dio un sobresalto.

– ¡Carajo! Masculló entre dientes, enfocando la mirada sobre el teléfono rojo encriptado más protegido de los narcos. ¿Quién puede llamar a este número, si hace meses murieron los tres hijos de perra que lo sabían?

Lo dejó sonar un par de veces para convencerse.

Un fornido guardaespaldas de la mansión se apresuró a atender el llamado.

– ¿Quién habla?

...........................

– ¿Con quién desea hablar?

...........................

– Un momento. Veré si el señor está disponible.

– Don Pedro... Un llamado del Sr. Frank.

– ¿Frank?...

– Andrés, debes estar equivocado. ¡Yo bebo el cognac y tú te emborrachas pisando el corcho! A ese bastardo lo liquidaron con un misil en el culo cuando se fugaba en un submarino frente a San Francisco. ¿Te das cuenta? ¡Se escapaba en un submarino!

– ¡Eso es tener estilo para fugarse!

– Espero que no sea una jodienda de algún gracioso de la DEA. Esos chicos se vuelven a veces muy ocurrentes cuando encuentran el número adecuado. Alcánzame el teléfono.

– ¿Quién habla? Preguntó intrigado Pedro Bucci.

– ¿No recuerdas a tus viejos amigos? Soy Frank.

– ¿¡Qué Frank!? Respondió malhumorado, creyendo que algún rufián lo tomaba a la chacota.

– ¿Conoces otro Frank que sepa el número de tu teléfono ultrasecreto que no sea el Frank de siempre?

– ¡Remierda!

Esa voz rugosa por el tabaquismo y los años le era demasiado conocida. Los ojos de Pedro Bucci brillaron con un destello de sorpresiva excitación y todo su cuerpo se transformó instintivamente. Pareció que una fuerte dosis de energía vital le entraba como un balazo por la oreja cubierta por el auricular y le inundaba todo el cuerpo.

– ¡Pero tú, para todo el mundo, estás en la panza de los tiburones! No hay diario que no te haya dedicado una página entera con titulares que leería un ciego a cien metros: “Fue abatido el Capo de la Mafia norteamericana cuando intentaba escapar al cerco de la DEA en un submarino”.

Un suave carcajeo se escuchó lejano; el llamado Frank cataba orgulloso el resultado de su astucia. Pero había un dejo de preocupación, un matiz esquivo que no pasó desapercibido para el Capo de Medellín…

– Yo también me enteré que tú tenías comprado el pasaje al infierno en primera clase, y el Diablo no te quiso dar la visa. ¡Quizá te considere demasiado peligroso en sus dominios y tema por su puesto! Contestó Frank. Pero hierba mala nunca muere, los dos seguimos jodiendo a la humanidad. No es tan fácil matar a un siciliano... salvo traicionado por otro siciliano. Murmuró impasible.

– ¿Dónde estás? Preguntó Pedro Bucci sujetando precariamente el teléfono en su hombro, mientras liberaba su única mano para darle otro saque a la botella de cognac, al mejor estilo callejero, relamiéndose los labios y secándolos con el puño de su cazadora, que ya tenía las marcas de otras pasadas recientes.

– Sigo de una madriguera a otra; contestó Frank en voz casi inaudible. El tono era de desasosiego y quebrado orgullo. Necesito me ayudes a salir de esta ratonera. Perdí mis contactos en la redada de los malditos sabuesos de la DEA y únicamente cuento contigo. Sabes muy bien que no te molestaría si pudiera hacerlo solo, pero no encuentro la vía de salida con una aceptable posibilidad de éxito. Rastrillan todo el país en busca de los prófugos, y aunque me consideran muerto, tarde o temprano me descubrirán…

– Te deberé una de las grandes.

– Dime lo que necesitas. Respondió seriamente Pedro Bucci mientras sacaba una tornasolada Dupont para tomar nota –a falta de papel a mano– en una finísima servilleta de lino bordada que tenía sobre la bandeja, junto con la botella de cognac y la picada de jamón ibérico con queso Boeren–Leidse met Sleutels de Holanda.

– Preciso que alguno de tus aviones clandestinos me lleve a Colombia. Ahora le tengo a todos los uniformados una fobia muy especial. Además, debo hablar urgente contigo, los negocios peligran.

Pedro Bucci pensó un instante...

– Será fácil sacarte con algún vuelo de regreso. O mejor todavía; ¡te envío uno especial para traerte a casa inmediatamente! Sólo necesito saber las coordenadas del lugar donde te encuentras y dentro de unas horas llegará a buscarte el avión más rápido con el piloto más seguro.

– ¡Esta noche cenaremos juntos!

Frank demoraba la respuesta. Ese dato valía oro para la DEA y le costaba soltarlo, pero a su vez, hablaba con el mayor narcotraficante de la tierra. Únicamente podía confiar en Pedro Bucci. Era un “hombre de honor” a su manera, al menos, en la vida lo vendería a la DEA.

– Estoy en el Yellowstone National Park… Contestó en un tono vidrioso, como quien confía un secreto que le puede costar la vida. Sospechaba que me buscarían camino a México, y fui al interior.

– ¡Carajo! ¡Estás metido en el fondo de la cueva del oso! Muy astuto pero muy retirado...

– ¡Allí no puedo llegar con mis aviones ni disfrazándolos de palomas mensajeras! Esa es zona de exclusión para mi flota aérea. Me los harían cagar con algún cohete como si fueran cazas de Saddam Hussein. Deberé buscar alguna salida más viable y tener alguien que me apoye.

– ¿Conoces alguien de tu total confianza?

– Humm… Veremos. Llámame mañana a esta hora con las novedades y combinaremos la operación rescate.

– Gracias. Si me sacas de esta puedes contar conmigo. Palabra de siciliano…

De eso estaba seguro Pedro Bucci. Los sicilianos y los vascos nacen con un gran defecto congénito que no tiene cura, un defecto que los hace esclavos de sus lenguas: Valoran más la palabra que la Vida.

Para ellos, un hombre es hombre solamente si tiene honor, y tiene honor si es capaz de mantener su palabra, venga lo que venga, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Pero jamás lo dicho cambiará. Y como un hombre sin honor no es un hombre... no merece vivir. Sicilia es un áspero pedazo de tierra, donde lo que se dice cada día será la historia del futuro, o la pala con la que excavarán su tumba.

Dejó suavemente el rojo auricular, se colocó por primera vez la flamante pistola en el cinto con un cargador repleto y volvió a sentarse en su sillón preferido, un antiguo y amplio sofá de cuero marrón, algo ajado, relleno de duvet de ganso que volaban de vez en cuando al sentarse de golpe sobre sus almohadones. Y allí comenzó a bosquejar las líneas generales de un plan apropiado para arrebatarle a la DEA el pez más gordo de los Estados Unidos.

Era un desafío más que interesante, y se aplicó a resolverlo con la tozudez de un General en el frente de batalla mientras los obuses caen como granizo de verano.

Para lubricar las ideas en su cabeza, se sirvió otro cognac que rebasó la copa de cristal de Tiffany. Bajó la cabeza y sorbió un trago ruidosamente sin levantarla de la mesa… y mientras pensaba, comenzó a juguetear con la copa, mirando la tonalidad del soberbio cognac a contraluz, hacia el gran ventanal del este que dejaba ver un liquidámbar rojizo y un cielo muy azul con jirones de nimbustratus. La naturaleza estaba en paz mientras su mente buscaba la salida de un complejo laberinto. Como necesitaba combustible para funcionar adecuadamente, renovó otra copa de cognac Remy Martin Louis XIII…

El botellón de cristal de Baccarat, réplica de la botella real del Siglo XVI que se encontró en los campos de batalla de Jamac en 1569, era muy de su gusto, y compraba ese cognac a lo bestia. Un botellón no duraba medio día. Y muchos otros volaban entre brindis con sus guardias y algunos mercenarios que hacían las cosas como deben hacerse.

 

Las preguntas surgían y precisaban una rápida respuesta, sin ningún tipo de error. Aunque la rapidez no es amiga inseparable del acierto.

– ¿Cómo puedo traer de contrabando a ese gringo atorrante? Se decía a sí mismo mesándose la áspera barba de un par de días. – Necesitaré ayuda desde adentro de Yankilandia. ¡Es una verdadera jodienda! Pedir ayuda es depender de alguien, es reconocer que uno no sirve para arreglar sus propios problemas. Y lo peor de todo... ¡es confiar en ese alguien!

– ¿En quién puedo confiar?

– ¡Confiar! El verbo más difícil de conjugar que existe en el mundo, al menos yo no puedo conjugarlo. Sería mejor que los tragalibros de la Real Academia crearan el verbo “noconfiar”, tajante, peligroso, de uso diario en el mundo, que sería muy distinto a desconfiar. No es lo mismo decir que desconfío de alguien a noconfío en él.

– El noconfiar resuena más alarmante y tiene sabor a muerte... Los que mandé a baraja siempre fueron aquellos en los que no confiaba.

– ¡Hoy no confío en nadie! Si no reconociera la voz cavernosa de este Capo mafioso, pensaría que algún desgraciado de la DEA me está haciendo pisar la trampa de un grizzly, pero solo no puedo hacer nada en este caso.

– Mis lugartenientes son buenos guerreros, los mejores del mundo, tanto el “Japonés” como el “Ruso”, pero no sirven para un trabajo de inteligencia pura. Su talento sólo funciona bien para que no los maten, ¡parece que tienen municiones en lugar de neuronas!

– Necesito alguien que tenga escarcha en las venas y conozca el terreno como la palma de su mano, que domine el idioma, y que, además, no se le mueva un pelo en medio de un huracán.

– Acaso alguien como Kevin Beck...

– ¡Mierda! Espero no me equivoque – seguía meditando el jefe narco– con este tipo he sintonizado y me entiendo. Seríamos buenos amigos si yo no fuera lo que soy y el no fuera lo que podría ser...

– ¡Pero no puedo leer sus pensamientos!

– Ese bastardo tiene la muralla china en la jeta y eso me intriga. Huelo un leopardo que se refriega en mis muslos. Muy emocionante... pero con un leopardo nunca se sabe cómo terminaran las relaciones. Puede resultar un juego mortal, casi siempre lo es...

– ¡Y eso me gusta! No hay nada más aburrido que la rutina…

– Aún no pude descubrir con certeza si es el aventurero más loco de la tierra, o un excepcional agente de la DEA. Ese tipo me jodió con su franqueza. ¡Carajo! ¡Espero no hacer otra vez el papel de pelotudo!

– Quizá esta sea una buena ocasión para probarlo… será como tirarle un costillar en las narices de una fiera. Si se come crudo a Frank, mala suerte para él. De todos modos está acabado, y también mala suerte para Kevin Beck...

– Al menos espero saber con esta tentativa de rescate con quién estoy jugando.

– No sé por qué mierda presiento que Kevin Beck es sincero, no me traicionará, si me ataca lo hará de frente y dándome la oportunidad de defenderme. Conozco ese tipo de hombres, juegan duro y son capaces de apostar su cabeza sin dejar de sonreír. Yo también soy así con los enemigos que son derechos, capaz de cualquier cosa, menos la traición. Si tengo que matar lo hago de frente, ese es mi defecto congénito que no pude quitarme ni después de haber liquidado una parva de traidores.

Mientras tanto, el voluble destino, repartía los naipes con los ojos vendados. El Capo del Cartel de Medellín imaginaba poder jugar con Kevin Beck… ¿O Kevin Beck jugaría con el Capo de Medellín? ¿Su amigo o su adversario?

Quizá ninguno de los dos sabía con certeza qué era el uno para el otro en el gran teatro de la humanidad. Aceptaban los papeles que el destino les repartía como parte de la aventura de vivir. O quién sabe, eran jugadores tan empedernidos que poco les interesaba saber si lo que hacían hoy sería mañana su fortuna o su perdición. Ambos eran capaces de resistir los embates de la vida sobre el borde de una katana.

Pedro Bucci se imaginó ver al mismísimo Diablo parado a su lado. Presentía que se divertía ayudándole a marcar los números del teclado.

El Capo de Medellín estaba acostumbrado a retozar con el Diablo.

Capítulo 2

Bogotá – Colombia

Todo lo grande siempre empieza con alguna tontería y termina como Dios quiere. Apretar el gatillo lo hace cualquiera, pero frenar la bala...

El teléfono 28–56–020, habitación 208 del Hotel Bogotá Hilton International empezó a sonar...

Una hermosa joven con voz cultivada y rostro sonriente, conserje del Bogotá Hilton International, por el simple hecho de transferir una llamada, iniciaba, sin saberlo, el más explosivo operativo que jamás había intentado la DEA.

– ¿Kevin?

– El mismo. Contestó el polaco algo sorprendido por la llamada. No preciso preguntar quién me llama, tiene Ud. una voz que la reconocería debajo del agua.

– ¡No seas zalamero! Cuando un viejo cascarrabias como yo llama a cualquiera, pienso que por dentro estará diciendo que me vaya a joder a otro lado. Yo hago lo mismo con otros carcamanes. Pero en este momento te necesito. ¿Puedo invitarte a compartir mi mesa esta noche? Puedes traer a Rocío. Creo, amigo mío, que caíste en las redes de esa guapa morena.

La voz de narcotraficante sonaba con ese acento singular que empleaba para transmitir mensajes sin opciones a negativas.

– Sr. Bucci, será un placer volver a visitarlo. Contestó Kevin.

– No esperaba menos de ti. Enviaré un automóvil a buscarte.

– Gracias, no es necesario. Tengo uno rentado en la cochera del hotel. Llegaremos a las siete de la tarde.

– Perfecto. Los estaré esperando.

Como era su costumbre, mantuvo el auricular cerca de su oído, y sintió que Pedro Bucci afirmaba muy lentamente el teléfono, señal de que algo trascendental desfilaba por su mente. Era como detectar el primer paso de un felino que con movimientos ingrávidos inicia las posturas de caza.

Kevin sabía que, no obstante ellos viajaran solos en su vehículo, invariablemente tendrían la invisible compañía de un par de gorilas vestidos de negro. Eran fácilmente identificables por una axila inflada con un revólver Smith & Wesson 500 siempre cargados con inofensivos cartuchos .500 S&W Magnum.

Los gorilas vigilantes nunca le perdían paso por si, en una de esas, lo pescaban contactando algún pichón del otro bando. Eran a la vez sus inmisericordes ángeles de la guardia, cuidándolos de los gamberros que asolaban los territorios de Colombia, los cuales parecían olfatear la presencia de esas máquinas de retorcer cuellos por la forma sistemática que los rehuían.

Pedro Bucci los protegía a manera de amigos, pero tampoco deseaba sorpresas desagradables.

Retornó hacia una estupenda morena que rastreaba atentamente la conversación, en tanto que, entretenida, se arreglaba su cabello frente al espejo.

– Rocío, esta noche estamos convidados a cenar en la residencia de Pedro Bucci, parece que tiene el antojo de charlar conmigo. Si quieres, puedes acompañarme...

La sinuosa mujer se colgó de su pescuezo y, mirándolo a los ojos, le hizo un par de pucheritos con los labios recién pintados de un rojo amapola, al tiempo que le decía: – Tan sólo me separaré de ti si tú no me quieres. Hemos pasado demasiados peligros juntos para estar ahora separados; algunos me helaron la sangre. – ¿Recuerdas cuando te dije que el Dr. Ocampo mandó asesinar a Helena y Rafael, desbarrancando el coche en el camino a Medellín?

– ¡Cómo para olvidarlo! ¡Me tragué de un sorbo un cóctel de adrenalina! Y luego otro doble, cuando me dijiste que sabías que yo era un agente especial de la DEA y que el Dr. Ocampo me había descubierto. Creo que te debo la vida. Sin ti, ¡ya sería un recuerdo!

Rocío lo besó largamente. Estaba feliz en sus brazos.

– Hablando de recuerdos, continuó Kevin, en la vida podré olvidar que tus manos son invisibles para dar bofetadas. Me pegaste una en el pómulo izquierdo que sonó como un aplauso a Luciano Pavarotti. Todavía me duele cuando mastico, ¡y eso que un minuto antes decías que me amabas! Tuve un alto honor: La doncella más preciosa del mundo me declaró su amor y... ¡Lo selló con un tortazo!

Rocío le pasó suavemente sus dedos por la mejilla izquierda y la besó cariñosamente. – Fue una reacción de cariño… contestó entornando sus negrísimos ojos con picardía. Me sentí ofendida cuando dudabas de mí. Te prometo no pegarte más tortazos en toda la vida, si es eso lo que temes.

El vestido de seda atezada con lunares blancos que lucía Rocío, resaltaba su belleza latina. Sus hechiceros ojos renegridos llenos de vida se entornaban cuando miraban a Kevin con un crispamiento intenso y juguetón, arqueando sus cejas asimétricamente. La frente, suavemente curvada, estaba coronada de una mata de pelo cetrino y denso, que le caía ensortijado por la espalda, enmarcando un rostro trigueño que evocaba a España y México, con ciertos aires gitanos.

Kevin la miró profundamente a los ojos, y unas palabras se fugaron de su boca sin premeditación. Una frase que primero estalla y después se piensa.

– Rocío... ¿Te casarías conmigo?

La pregunta sorprendió más a Kevin que a la encantadora joven. Le pareció que un ventrílocuo lo había utilizado para hacerle una broma.

Rocío se quedó estática, unas gruesas lágrimas asomaron a sus ojos azabaches pese a que sus labios tenían una exquisita sonrisa de felicidad.

– Kevin, desde que te vi llegar a la mansión del Dr. Ocampo en Bogotá vistiendo la campera de cuero marrón con el águila bordada en la espalda, y te plantaste sin temor frente a él, que hacía temblequear a todo el mundo con su sola presencia, únicamente deseé oír esas palabras.

Lloró de felicidad abrazada al cuello del agente más extravagante de la DEA.

Kevin Beck, pese a que creía estar levemente consciente de lo que hacía, sentía el travieso retozo de un angelito llamado Cupido, lanzando sus flechas con algún elixir que embriagaba el cerebro de los mortales.

Recordó en ese instante los meses precedentes a su misión entre los narcos, mientras desliaba la trama de la Operación Anaconda. Allí seguramente jugueteaban otros genios tirando los naipes del destino. Comenzó con una quimérica extorsión al CEO del “Cartel de Carteles”, y terminó desarticulando la organización de Cali y Medellín.

Hoy, Pedro Bucci pagaba las consecuencias, y él entraba en el corazón de ese torbellino de piel morena y ojos imantados que tenía el carácter más elástico que había conocido en su vida.

– ¡Los hombres somos unos retrasados mentales! Ahora entiendo tus actitudes en la fiesta de Medellín y en la casa del Dr. Ocampo. Cuando se acercaba Helena, tú me tratabas como a un perro vagabundo. ¡Quién pensaría que eso era una señal de cariño! Las mujeres tienen un dialecto bastante extraño, ¿no te parece?

Rocío se acurrucó en sus brazos como una indefensa gatita, aunque Kevin presentía que era mejor compararla con una pantera nebulosa. Percibía que los movimientos de Rocío tenían una plasticidad, elasticidad y potencia propias de alguien que entrenó su cuerpo para no ser indefensa.

El Lotus Elan Intercooler S.E., un convertible de dos plazas color azul cielo, los llevó hasta la estancia de Pedro Bucci en La Dorada sin el menor contratiempo, como dos felices enamorados.

La vasta casona de planta baja estilo colonial con patio central y bellos jardines, recordaba la arquitectura mexicana, una bella mezcla de las culturas españolas, árabes y americanas, con paredes color rosa viejo, resaltando los capiteles y arcos de ventanales inmaculadamente blancos. No tenía el fasto ni el encanto de la Estancia de Medellín, devastada por los mercenarios del Cartel de Cali hacía más de cuatro meses, pero era acogedora, como todas las mansiones antiguas del campo colombiano.

Pedro Bucci y su esposa Lourdes los recibieron muy afectuosamente. Patricia, la hija de Pedro Bucci, no vivía más en Colombia. Tal como le prometiera a Kevin cuando estaba convaleciente, le permitió irse a la India con la congregación de la madre Teresa de Calcuta. Allí tenía una postal donde agradecía a sus padres y a Dios poder servir a los desheredados.

¡Eran las sorpresas de Pedro Bucci! Un diablo de siete suelas que llevaba un regio crucifijo de oro en el pecho... y arrastraba un rosario de muertos a su espalda.

 

Lourdes tomó del brazo a Rocío y se fueron cuchicheando por el paradisíaco parque. Mantenía esa serena belleza intemporal de la mujer de ascendencia española. Sonrisa suave y modales de alta sociedad le hacían una anfitriona ideal con los convidados de su agrado. Con los otros, mantenía la distancia que separa a las personas que deben recibirse únicamente por requisito de negocios, acatando a la perfección el protocolo social. El desconocido sabía que era bien recibido, pero no admitido como amigo.

El Sr. Pedro Bucci y Kevin Beck pasaron al salón privado, allí, donde hacía unos meses conversaron como dos ermitaños descarriados que buscaban el derrotero de sus turbulentas vidas. Para el Capo de Medellín, Kevin preludiaba llenar el lugar de Rafael, el hijo asesinado. Pero asimismo ocupaba el podio de honor en medio de los “noconfiables”. Al menos hasta que comprobara lo contrario.

Ahora comenzaba la prueba…

– Kevin, Preciso me dé una mano; dijo en tono suave, casi paternal. Tengo que solucionar un problema y quizá puedas ayudarme.

– Si está a mi alcance, de mil amores lo haré. Contestó el agente encubierto.

– Esta mañana recibí el llamado de un difunto. Il morto qui parla con un ronco acento siciliano. Para ayudarte a descubrir de quién se trata, te diré que “falleció” hace cuatro meses volado en trizas por un misil antisubmarino de la DEA. ¿Sabes quién puede ser?

A Kevin no le agradó la indagación. Recelaba si se trataba de una broma, o habían descubierto algo sobre sus tareas, pero siguiendo su hábito, no perdió la sonrisa ni habló, únicamente interrogó con la mirada y un encogimiento de hombros que respondía la pregunta negativamente.

– ¡Nada menos que Frank! ¡Frank Victorio Dordoni! Contestó haciendo aspavientos con la mano izquierda.

– ¡El Capo de la Mafia norteamericana se le escapó a la DEA como si fuera un nuevo Harry Houdini! Ese zorro viejo perdió el pelo y dejó los calzoncillos bastante malolientes tirados en alguna banquina, ¡pero en la vida perderá las mañas!

– Ahora está invernando muy bien remetido en su madriguera, pero en aprietos para proseguir su ruta de escape. ¡Si asoma la jeta lo embalsaman como trofeo de caza mayor! No puede evadirse de los Estados Unidos y me pide auxilio para traerlo a Colombia.

– Tú sabes, el que me pide ayuda se la doy, pese a que no sea un santo de mi devoción… Al fin y al cabo Frank era nuestro distinguido cliente y el distribuidor mayorista en Norteamérica… aunque a mí me dé por el centro de las pelotas que se haya metido con la trata de blancas y otras porquerías infames.

– ¿En qué puedo ayudarte? Preguntó Beck, sin manifestar demasiado interés en la explosiva noticia que acababa de oír, como si le importara un comino la supervivencia de ese tal Frank.

– Está tierra adentro y no puedo traerlo en un vuelo clandestino. Necesito que alguien lo secunde con documentación y allane los atajos de la fuga. Tú conoces los Estados Unidos y tienes agallas. Además… será un desafío personal, sobre todo si eres un espía de la DEA, posibilidad que nunca descarté. Sabes muy bien que no me importa mucho, son las reglas del juego, ¡pero es una obsesión que no se me va de la mollera!

– Estoy en Colombia más tranquilo que en Miami. Contestó Kevin sin esclarecer los recelos de su peligroso amigo. Mi relación con el piloto de Ocampo complicó mi expediente y por un pelo no estoy en prisión. No soy persona grata en Yankilandia.

Kevin trataba de ganar tiempo para deducir el efecto que produciría en la cúspide de la DEA la noticia explosiva que acababa de escuchar. ¿Qué diría el Comandante Parker en el momento que se enterase de que Frank escapó vivito y coleando? ¿Lo tomaría prisionero? En ese caso, él traicionaría a Pedro Bucci y su vida duraría escasas horas.

No le seducía la idea…

Tampoco veía la manera de rehusar la petición de ayuda del Capo de Medellín. Debía ganar tiempo para urdir alguna vía de escape.

– Nunca saqué a nadie de un territorio tan controlado. Las fronteras están muy custodiadas y no creo que los sabuesos hayan abandonado el rastro de los muchachos de la Mafia. Puede ser un operativo muy complejo y con un final impredecible. ¿Tiene Ud. algún plan?

– Francamente, ninguno. Contestó reclinándose cómodamente en su sofá de cuero. Me gusta que cada uno planifique los imponderables según su criterio y confío en que eres capaz de lograrlo. Tan sólo debes desenvolverte como lo hiciste cuando nos extorsionaste con el Águila. Si sacas a ese siciliano del fuego, te garantizo que estarás bajo su brazo toda la vida.

– Buscar protección es tener miedo. Respondió secamente. Iba a decir otras palabras, pero se frenó en el acto. Como si una ráfaga pasase en su cerebro, se dio un guantazo con ambas manos en los muslos al tiempo que exclamaba: ¡Me atrae la idea! ¡Debo estar loco! Ahora que tengo tiempo libre, algo de dinero y a Rocío, lo que podría llamarse: salud, dinero y amor, ¡me llama nuevamente la aventura!

– ¿Sabes una cosa Kevin? ¡A mí me pasó lo mismo! Estaba a los sobresaltos y desorientado como japonés con hijo rubio, y esta intervención me devolvió las ganas de vivir. Me siento más joven y vigoroso. ¡Los dos estamos chalados!

– Tendré que ir hasta mi casa en Miami, aunque desde que Charly mató al Águila no sé ni cómo estará. Desde allí buscaré la manera de imaginar lo indispensable para traerte a Frank. Pero no me digas donde está hasta que consiga todo lo necesario. Si no estoy seguro de poder hacerlo, no quiero conocer ese dato demasiado comprometedor.

– Don Pedro, sería bueno que Ud. tenga al menos un celular, es muy difícil de encontrar en caso de emergencias.

– Amigo mío… esos equipos no son teléfonos. ¡Son inventos para tenernos agarrados de las bolas! Para mí, es como llevar un espía traicionero en el bolsillo. Me consideraría un idiota si decido yo mismo cargar con ese aparato chismoso para que todos mis enemigos, que no son pocos, sepan dónde estoy y lo que hago. A mí me dejas con mis viejos cacharros con cable que ellos, si están bien protegidos, no me traicionan. Yo trabajo a la antigua y es mucho más seguro.

– Quizás tengas razón… hoy la tecnología que utilizamos sirve para muchas cosas que desconocemos…

Kevin había encontrado la forma de no traicionar a su camarada Pedro Bucci. Si el Comandante Parker se negaba a sacar del país a Frank, él tampoco podría decirle donde se encontraba, tan sólo conocería que continuaba pataleando entre los vivientes.

– Trataré de persuadir a Rocío que me aguarde aquí, es una misión excesivamente riesgosa para llevar una mujer.

La cena fue servida con los manjares más exquisitos de Colombia, una mesa donde don Pedro Bucci y su esposa Lourdes se sentían como antaño, en el tiempo que Rafael y Patricia los acompañaban. Ahora lo hacían Rocío y Kevin.

Si bien Kevin no solía tomar bebidas alcohólicas por razones obvias, aceptó un brindis final con una copa de cognac Armargnac Cles des Ducs. Era una ocasión para anunciar un par de noticias…

– Quisiera brindar por la salud de todos, y por nuestra amistad. Es la noche más trascendental en mi vida y deseo compartir con don Pedro y doña Lourdes el anuncio de nuestro compromiso matrimonial…

Tomó de la mano a Rocío y la besó.

Los renegridos ojos de la morena se humedecieron, y hubiese llorado de felicidad si don Pedro Bucci no se hubiese levantado para abrazar a Kevin como un padre que sólo poseía el brazo izquierdo. Él, sí lloraba a lágrima viva sobre su hombro, recordando a su Rafael.

Lourdes besó en ambas mejillas a Rocío, y los cuatro alzaron las copas por la felicidad y el amor.

– ¿Puedo pedirles la concesión de un deseo? Exclamó Pedro Bucci mirando alternativamente a su mujer, a Rocío y Kevin.

– Será un placer. Contestó Kevin.

– Permítanme que organice la boda; es una celebración que siempre soñé para Rafael, y que nunca podré hacer para nuestra hija Patricia si persiste de novicia en la India. Ahora ustedes son nuestros hijos… Y extendiendo su brazo en señal de ruego la remató diciendo: No tendré descendientes. Por favor...