El Espíritu Santo

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El Espíritu Santo
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Publicaciones Faro de Gracia

P.O. Box 1043

Graham, NC 27253

www.farodegracia.org ISBN: 978-1-629462-93-6

© Traducción al español por Publicaciones Faro de Gracia, Copyright 2021. Todos los Derechos Reservados.

©2021 Publicaciones Faro de Gracia. Traducción al español realizada por Giancarlo Montemayor; edición de texto, diseño de la portada y las páginas por Francisco Adolfo Hernández Aceves. Todos los Derechos Reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro— excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor

©Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina–Valera ©1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso.



Contenido

1. El Espíritu Santo

2. La personalidad del Espíritu Santo

3. La deidad del Espíritu Santo

4. Los títulos del Espíritu Santo

5. El pacto: oficios del Espíritu Santo

6. El Espíritu Santo durante las edades del Antiguo Testamento

7. El Espíritu Santo y Cristo

8. El advenimiento del Espíritu

9. La obra del Espíritu

10. La regeneración del Espíritu Santo

11. La vivificación del Espíritu

12. La iluminación del Espíritu

13. La convicción del Espíritu

14. La consolación del Espíritu

15. La atracción del Espíritu

16. La fe que obra del Espíritu

17. La unión del Espíritu a Cristo

18. El Espíritu que habita en nosotros

19. La enseñanza del Espíritu

20. La purificación del Espíritu

21. La guía del Espíritu

22. La seguridad del Espíritu

23. El testimonio del Espíritu

24. El sello del Espíritu

25. La ayuda del Espíritu

26. La intercesión del Espíritu

27. La transformación del Espíritu

28. La preservación del Espíritu

29. La confirmación del Espíritu

30. La fructificación del Espíritu

31. La dotación del Espíritu

32. Honrando al Espíritu

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En el pasado, habiendo considerado los atributos de Dios nuestro Padre, y posteriormente contemplado algunas de las glorias de Dios nuestro Redentor, ahora parece apropiado que esto sea seguido por esta serie sobre el Espíritu Santo. La necesidad de esto es real y apremiante, porque la ignorancia con respecto a la Tercera Persona de la Deidad Lo deshonra a Él enormemente y es altamente perjudicial para nosotros. El fallecido George Smeaton de Escocia comenzó su excelente obra sobre el Espíritu Santo diciendo: «Siempre que el cristianismo ha presentado un poder vivificante particular, se ha considerado a la doctrina del Espíritu Santo como uno de los artículos principales de la iglesia, junto con las doctrinas de la justificación y la expiación. El rasgo distintivo del cristianismo, en lo que se refiere a la experiencia del hombre, es la obra del Espíritu, que no sólo lo eleva muy por encima de toda especulación filosófica, sino también por encima de cualquier otra forma de religión».

No demasiado fuerte fue el lenguaje de Samuel Chadwick cuando dijo: «El don del Espíritu es la misericordia suprema de Dios en Cristo Jesús. Para esto fue todo lo demás. La Encarnación y Crucifixión, la Resurrección y la Ascensión fueron todos preparatorios para el Pentecostés. Sin el don del Espíritu Santo todo lo demás sería inútil. Lo mayor en el cristianismo es el don del Espíritu. El elemento esencial, vital, central en la vida del alma y en la obra de la Iglesia es la Persona del Espíritu» (Joyful News, 1911).

La gran importancia de un estudio con reverencia y oración sobre este tema debería ser evidente para todo verdadero hijo de Dios. Las repetidas referencias que Cristo hizo al Espíritu en Su discurso final (Juan 14:1-16:1-33) insinúan de inmediato esto. La obra particular que Le ha sido encomendada proporciona una clara prueba de ello. No hay ningún bien espiritual comunicado a nadie sino por el Espíritu; todo lo que Dios en Su gracia obra en nosotros, es por el Espíritu. El único pecado para el que no hay perdón es el cometido contra el Espíritu. ¡Cuán necesario es entonces que seamos bien instruidos en la doctrina bíblica concerniente a Él! El gran abuso que ha existido en todas las épocas bajo la pretensión de Su santo nombre, debería impulsarnos a un estudio diligente. Finalmente, la terrible ignorancia que ahora prevalece tan ampliamente sobre el oficio y las operaciones del Espíritu, nos insta a hacer nuestros mejores esfuerzos.

Sin embargo, por importante que sea nuestro tema, y prominente como es el lugar que se le da en las Sagradas Escrituras, parece que siempre se ha encontrado con una cantidad considerable de negligencia y perversión. Thomas Goodwin comenzó su obra masiva sobre The Work of the Holy Spirit in Our Salvation [La obra del Espíritu Santo en nuestra salvación] (1660) afirmando: «Existe una omisión general en los santos de Dios, en el hecho de que no dan al Espíritu Santo la gloria que se debe a Su Persona y a Su gran obra de salvación en nosotros, de tal manera que hemos en nuestro corazón casi olvidado a esta Tercera Persona». Si eso pudiera decirse en medio de los agradables días de los puritanos, ¡qué lenguaje se requeriría para exponer la terrible ignorancia espiritual e impotencia de este ignorante siglo XX!

En el prefacio de sus conferencias sobre «La persona, la divinidad y el ministerio del Espíritu Santo» (1817), Robert Hawker escribió: «Me siento más impulsado a este servicio, al contemplar el terrible día actual del mundo. Los ‘postreros días’ y los ‘tiempos peligrosos’, de los que el Espíritu habla tan expresamente, han llegado (1 Timoteo 4:1). Las puertas del diluvio de la herejía están rotas y están derramando su veneno mortal en varias corrientes a través de la tierra. De una manera más atrevida y abierta, la negación de la Persona, Deidad y Ministerio del Espíritu Santo se adelanta e indica la tempestad que vendrá. En tal época es necesario sostener, y que, ‘contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos’. Ahora, de una manera más atenta, el pueblo de Dios debería recordar las palabras de Jesús y oír ‘lo que el Espíritu dice a las iglesias’».

Entonces, nuevamente, en 1880, George Smeaton escribió: «Podemos afirmar con seguridad que la doctrina del Espíritu es casi completamente ignorada». Y agreguemos: Dondequiera que se honre poco al Espíritu, hay una causa grave para sospechar la autenticidad de cualquier profesión de cristianismo. En contra de esto, puede que él haya respondido: Tales cargos como los anteriores ya no son válidos. Ojalá no lo hicieran, pero lo hacen. Si bien es cierto que durante las últimas dos generaciones se ha escrito y hablado mucho sobre la persona del Espíritu, sin embargo, en su mayor parte, ha sido de un carácter lamentablemente inadecuado y erróneo. Mucha escoria se ha mezclado con el oro. Una terrible cantidad de fanatismo y tonterías que no son bíblicas han estropeado el testimonio. Además, no se puede negar que en general ya no se reconoce que la agencia sobrenatural se requiere imperativamente para que la obra redentora de Cristo sea aplicada a los pecadores. Más bien, las acciones muestran que ahora se sostiene ampliamente que si las almas no regeneradas son instruidas en la letra de las Escrituras, su propia fuerza de voluntad es suficiente para permitirles «decidirse por Cristo».

 

En la gran mayoría de los casos, los que profesan ser cristianos están demasiado engreídos por el sentido de lo que ellos suponen que están haciendo para Dios, como para estudiar seriamente lo que Dios ha prometido hacer por y en Su pueblo. Están tan ocupados con sus esfuerzos carnales por «ganar almas para Cristo» que no sienten su propia profunda necesidad de la unción del Espíritu. Los líderes de la empresa «cristiana» están tan preocupados en multiplicar los «obreros cristianos» que la cantidad, no la calidad, es la consideración principal. ¿Cuántos hoy reconocen que si el número de «misioneros» en el campo extranjero se multiplicara por veinte el próximo año, eso, por sí solo, no aseguraría la salvación genuina de un pagano adicional? Aun cuando cada nuevo misionero fuera «sano en la fe» y predicara solo «la Verdad», eso no agregaría ni un ápice de poder espiritual a las fuerzas misioneras, ¡sin la unción y la bendición del Espíritu Santo! El mismo principio es válido en todas partes. Si los seminarios ortodoxos y los institutos bíblicos muy publicitados resultaran en 100 veces más hombres de lo que están haciendo ahora, las iglesias no estarían ni un poco mejor de lo que están, a menos que Dios concediera un nuevo derramamiento de Su Espíritu. De la misma manera, ninguna escuela dominical es fortalecida con la mera multiplicación de sus maestros.

Para mis lectores, afronten el hecho solemne de que la mayor falta de todas en la cristiandad hoy es la ausencia del poder y la bendición del Espíritu Santo. Revise las actividades de los últimos 30 años. Se han dedicado ampliamente millones de dólares al apoyo de empresas cristianas profesas. Los institutos bíblicos y las escuelas han producido miles de «obreros capacitados». Las conferencias bíblicas han brotado por todos lados como hongos. Se han impreso y distribuido innumerables folletos y tratados. El tiempo y el trabajo han sido aportados por un número casi incalculable de «obreros personales». ¿Y con qué resultados? ¿Ha avanzado el estándar de piedad personal? ¿Son las iglesias menos mundanas? ¿Son sus miembros más semejantes a Cristo en su caminar diario? ¿Hay más piedad en el hogar? ¿Son los hijos más obedientes y respetuosos? ¿Se está santificando y guardando cada vez más el Día de Reposo? ¿Se ha elevado el estándar de honestidad en los negocios?

Aquellos bendecidos con cualquier discernimiento espiritual pueden regresar con una sola respuesta a las preguntas anteriores. A pesar de todas las enormes sumas de dinero que se han gastado, a pesar de todas las labores que se han realizado, a pesar de todos los nuevos obreros que se han sumado a los antiguos, la espiritualidad de la cristiandad está decayendo mucho más hoy que hace 30 años. Ha aumentado el número de cristianos profesos, se han multiplicado las actividades carnales, pero el poder espiritual se ha desvanecido. ¿Por qué? Porque hay un Espíritu contrito y apagado en medio de nosotros. Mientras se retenga Su bendición, no puede haber mejora. Lo que se necesita hoy es que los santos se postren ante Dios y clamen a Él en el nombre de Cristo para que obre de nuevo, para que lo que ha contristado a Su Espíritu sea quitado y el canal de bendición sea abierto una vez más.

Hasta que al Espíritu Santo se Le dé nuevamente Su lugar que Le corresponde en nuestros corazones, pensamientos y actividades, no puede haber mejora. Hasta que se reconozca que dependemos enteramente de Sus operaciones para toda bendición espiritual, no se puede llegar a la raíz del problema. Hasta que se reconozca que es «No con ejército (de obreros capacitados), ni con fuerza (de argumento intelectual o atractivo persuasivo), sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos» (Zacarías 4:6), no habrá liberación de ese celo carnal que no es conforme al conocimiento, y que ahora paraliza a la cristiandad. Hasta que el Espíritu Santo sea honrado, buscado y tomado en cuenta, la presente sequía espiritual debe continuar. Que le plazca a nuestro misericordioso Dios dar mensajes al escritor y preparar los corazones de nuestros lectores para recibir lo que será para Su gloria, el progreso de Su causa en la tierra y el bien de Su querido pueblo. Hermanos, oren por nosotros.

Si se nos pidiera que expresáramos en forma integral lo que constituye (según nuestro punto de vista con respecto a las Escrituras) la bienaventuranza del pueblo del Señor en la tierra, después de que Su obra de gracia ha comenzado en sus almas, no dudaríamos en decir que debe ser enteramente formada por el conocimiento personal y la comunión con la gloriosa Trinidad en sus Personas y Deidad, porque así como la iglesia es elegida para ser eternamente santa y eternamente gozosa, en comunión ininterrumpida con Dios en gloria cuando esta vida termine, la anticipación ahora por fe debe formar la fuente más pura de todo gozo presente. Pero esta comunión con Dios en la Trinidad de Sus Personas no puede disfrutarse sin una clara aprehensión de Él. Debemos conocer bajo la enseñanza Divina a Dios en la Trinidad de Sus Personas, y también debemos conocer de la misma fuente los actos de gracia especiales y personales por los cuales cada Persona gloriosa en la Deidad ha condescendido a darse a conocer a Su pueblo antes de que podamos decir que disfrutamos personalmente de comunión con todos y cada uno.

No ofrecemos disculpas, entonces, por dedicar un capítulo separado a la consideración de la personalidad del Espíritu Santo, porque a menos que tengamos un concepto correcto de Su glorioso ser, es imposible que tengamos pensamientos correctos acerca de Él, y por lo tanto imposible que Le rindamos ese homenaje, amor, confianza y sumisión que Le corresponden. Para el cristiano que se da cuenta que le debe a las operaciones personales del Espíritu toda influencia Divina ejercida sobre él desde el primer momento de la regeneración hasta la consumación final en la gloria, no puede ser un asunto de poca importancia aspirar a la más completa aprehensión de Él de la que son capaces sus finitas facultades; sí, no considerará ningún esfuerzo como demasiado grande para obtener puntos de vista espirituales de Aquel a cuya gracia y poder Divinos deben atribuirse los medios eficaces de su salvación por medio de Cristo. Para aquellos que son ajenos a las operaciones del bendito Espíritu en el corazón, es probable que el tema de este capítulo sea una cuestión de despreocupación y que sus detalles sean aburridos.

Algunos de nuestros lectores se sorprenderán al escuchar que hay hombres que profesan ser cristianos y que niegan rotundamente la personalidad del Espíritu. No ensuciaremos estas páginas transcribiendo sus blasfemias, pero mencionaremos un detalle al que apelan los seductores espirituales, porque algunos de nuestros amigos posiblemente hayan experimentado alguna dificultad con ello. En el segundo capítulo de Hechos, se dice que el Espíritu Santo fue «derramado» (Hechos 2:18 y 2:33). ¿Cómo se pueden usar esos términos para una Persona? Muy fácilmente: ese lenguaje es figurativo y no literal; no puede ser literal porque lo que es espiritual es incapaz de ser materialmente «derramado». La figura se interpreta fácilmente: como el agua «derramada» desciende, así el Espíritu ha venido del cielo a la tierra; así como la lluvia «torrencial» es fuerte, así el Espíritu es dado gratuitamente en la plenitud de Sus dones.

Habiendo aclarado esto, que ha dificultado a algunos, confiamos ahora tenemos el camino abierto para presentar algunas de las pruebas positivas. Comencemos por señalar que una «persona» es una entidad inteligente y voluntaria, de la cual se pueden predicar verdaderamente las propiedades personales. Una «persona» es una entidad viviente, dotada de entendimiento y voluntad, siendo un agente inteligente y dispuesto. Así es el Espíritu Santo: todos los elementos que constituyen personalidad se Le atribuyen y se encuentran en Él. «Como el Padre tiene vida en Sí mismo, y el Hijo tiene vida en Sí mismo, así también el Espíritu Santo, ya que Él es el Autor de la vida natural y espiritual de los hombres, lo cual no podría ser si Él no tuviera vida en Sí mismo; y si Él tiene vida en Sí mismo, debe subsistir en Sí mismo» (John Gill).

1. Se predican del Espíritu propiedades personales. Él está dotado de entendimiento o sabiduría, que es la primera propiedad inseparable de un agente inteligente: «el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (1 Corintios 2:10). Ahora, «escudriñar» es un acto de entendimiento, y se dice que el Espíritu «escudriña» porque «sabe» (versículo 11). Él está dotado de voluntad, que es la propiedad más eminentemente distintiva de una persona: «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere» (1 Corintios 12:11). ¡Cuán completamente sin significado sería tal lenguaje si el Espíritu fuera sólo una influencia o energía! Él ama: «Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu» (Romanos 15:30). ¡Cuán absurdo sería hablar del «amor del Espíritu» si el Espíritu no fuera más que un aliento impersonal o una cualidad abstracta.

2. Se atribuyen al Espíritu Santo propiedades personales pasivas: es decir, Él es el Objeto de tales acciones de los hombres como nadie más que una persona puede serlo. «Convinisteis en tentar al Espíritu del Señor» (Hechos 5:9). Correctamente John Owen dijo: «¿Cómo puede ser tentada una cualidad, un accidente, una emanación de Dios? Nadie puede serlo sino el que tiene un entendimiento para considerar lo que se Le propone, y una voluntad para determinar sobre las propuestas hechas». De la misma manera, se dice de Ananías «que mintieses al Espíritu Santo» (Hechos 5:3); nadie puede mentirle a otro, excepto aquel que sea capaz de escuchar y recibir un testimonio. En Efesios 4:30 se nos ordena «no contristéis al Espíritu Santo»; qué insensato sería hablar de «contristar» una abstracción, como la ley de la gravedad. Hebreos 10:29 nos advierte que Él puede ser «afrentado».

3. Se Le atribuyen acciones personales. Él habla: «el Espíritu dice claramente» (1 Timoteo 4:1); «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Apocalipsis 2:7). Él enseña: «porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir» (Lucas 12:12); «él os enseñará todas las cosas» (Juan 14:26). Él manda o ejerce autoridad: una prueba contundente de esto se encuentra en Hechos 13:2, «dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado»; ¡cuán completamente engañoso sería tal lenguaje si el Espíritu no fuera una persona real! Él intercede: «el Espíritu mismo intercede por nosotros» (Romanos 8:26); así como la intercesión de Cristo demuestra que Él es una persona, y uno distinto del Padre, ante Quien Él intercede, así la intercesión del Espíritu igualmente prueba Su personalidad, incluso Su personalidad distinta.

4. Se Le atribuyen caracteres personales. Cuatro veces el Señor Jesús Se refirió al Espíritu como «El Consolador», y no simplemente como «consuelo»; las cosas inanimadas, como la ropa, pueden darnos consuelo, pero sólo una persona viva puede ser un «consolador». Una vez más, Él es el Testigo: «Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo» (Hebreos 10:15); «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (Romanos 8:16); el término es forense, que denota el suministro de evidencia válida o prueba legal; obviamente, solo un agente inteligente es capaz de desempeñar tal cargo. Él es Justificador y Santificador: «mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Corintios 6:11).

 

5. Se usan pronombres personales sobre Él. La palabra «pneuma» en el griego, como «espíritu» en el español, es neutra, sin embargo del Espíritu Santo se habla con frecuencia en el género masculino: «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas» (Juan 14:26); el pronombre personal no podría, sin violar la gramática y la corrección, aplicarse a ningún otro que no fuera una persona. Refiriéndose nuevamente a Él, Cristo dijo: «mas si me fuere, os lo enviaré» (Juan 16:7); no hay otra alternativa mas que considerar al Espíritu Santo como una Persona, o ser culpable de la terrible blasfemia de afirmar que el Salvador empleó un lenguaje que sólo podría engañar a Sus Apóstoles y llevarlos a un terrible error. «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador» (Juan 14:16); no sería posible ninguna comparación entre Cristo (una Persona) y una influencia abstracta.

Tomando prestado el lenguaje del reverenciado John Owen, seguramente podemos decir: «Con todos estos testimonios hemos confirmado plenamente lo que fue diseñado para ser probado por ellos, a saber, que el Espíritu Santo no es una cualidad, como dicen algunos, que reside en el Naturaleza divina; no una mera emanación de virtud y poder de Dios; no la acción del poder de Dios en y para nuestra santificación, sino una Persona santa, inteligentemente subsistente». Que Le plazca al Espíritu Eterno agregar Sus bendiciones a las anteriores, aplicar las mismas a nuestros corazones y hacer que Su adorable Persona sea más real y preciosa para cada uno de nosotros. Amén.