Cristianismo Práctico

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Cuando escribimos sobre este tema por primera vez, prácticamente mantuvimos toda la atención en la omnipotencia de Dios mostrada en y a través de la antigua Creación. Ahora, vamos a contemplar el ejercicio de Su poder en, y sobre la nueva Creación. Que el pueblo de Dios a veces es más lento en percibir lo primero que lo segundo está claro en Efesios 1:19, donde el apóstol hace una oración para que los santos conozcan «la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza». De hecho, esto es muy impactante. Cuando Pablo habla sobre el Divino poder en la Creación, dice «Su eterno poder y Deidad» (Romanos 1:20); pero cuando se expresa sobre la obra de gracia y salvación, él lo llama «la supereminente grandeza de Su poder».

Dios proporciona Su poder a la medida y naturaleza de Su obra. La expulsión de demonios proviene de Sus «dedos» (Lucas 11:20); la liberación de Israel de Su «mano» (Éxodo 13:9); pero cuando el Señor salva a un pecador, es Su «brazo santo» el que le da la victoria (Salmos 98:1). Esto se puede ver claramente en Efesios 1:19, donde está tan bien formulado como para mostrar que requiere de la obra completa de la gracia Divina en y sobre los elegidos. Obra que no está limitada al pasado, «quien ha creído según»; ni al tiempo por venir, «el poder que obrara en ti»; sino al presente «la grandeza de su poder para con nosotros los que creemos». Todo esto es la «obra efectiva» del poder de Dios, desde el primer instante de iluminación y convicción, hasta la santificación y glorificación de los creyentes.

Densas son las tinieblas que cubren la gente (Isaías 60:2), y la gran parte de ellos incluso dentro de las «iglesias», consideran que de ninguna manera es difícil convertirse en cristiano. Ellos tienden a pensar que es tan fácil purificar el corazón del hombre (Santiago 4:8), casi como lavarse las manos; que es tan simple el hecho de que la luz Divina atraviese el alma, así como la luz del sol entra a sus recámaras al abrir las persianas; que no es tan difícil que un corazón cambie del rumbo de la maldad a la piedad, del mundo a Dios, del pecado a Cristo, así como cambia de rumbo un barco con un simple movimiento del timón. Y esto aún a la luz del énfasis de Cristo que dijo «para los hombres esto es imposible» (Mateo 19:26).

Mortificar los deseos de la carne (Colosenses 3:5), ser crucificado al pecado cada día (Lucas 9:23), ser manso y humilde, paciente y benigno; en una palabra, ser como Cristo, es una tarea que va más allá de nuestras fuerzas; es una tarea en la cual ninguno quisiera aventurarse, o el que se aventure muy pronto la abandona. Pero al Señor le complace perfeccionar Su fuerza en nuestra debilidad, y Él es «grande para salvar» (Isaías 63:1). Para que esto pueda ser más evidente para nosotros, consideraremos ahora algunas características del poder operante de Dios en la salvación de Su pueblo.

1. En la regeneración

Pocos se dan cuenta de que mucho mayor que el poder que Dios ejerció en la primera Creación, es el que Dios ejerce en la nueva Creación, al rehacer el alma y conformarla a la imagen de Cristo. Existe una mayor distancia entre el pecado y la justicia, entre la corrupción y la gracia, entre la depravación y la santidad; que la que hay entre la nada y algo, entre la inexistencia y la existencia; y la distancia que hay es en el poder de producir algo. Mientras más grande es el cambio, mayor es el milagro. Así entonces, hay más muestra de poder al regresar a un hombre muerto a la vida que a un hombre enfermo a la salud; es mucho más maravilloso el acto de cambiar a un incrédulo a la fe y de la enemistad al amor, que simplemente crear algo de la nada. Esto se nos ha dicho, que el evangelio «es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Romanos 1:16).

El Evangelio es el instrumento que Dios usa, cuando lleva a cabo la más maravillosa y bendita de todas Sus obras, es decir tomar gusanos miserables de la tierra y hacerlos «aptos para participar de la herencia de los santos en luz» (Colosenses 1:12).

Cuando Dios formó al hombre del polvo de la tierra, aunque el polvo no contribuyó en nada al acto por el cual Dios lo hizo, no tenía en sí mismo, ningún principio contrario al diseño de Dios. Pero al dirigir el corazón del pecador hacia Él, no hay ningún tipo de asistencia o ayuda del hombre en esta obra, sino más bien toda la fuerza de su naturaleza lucha contra el poder de la gracia Divina. Cuando el evangelio es presentado al pecador, no solo está su entendimiento ignorante de su maravilloso contenido, sino también su voluntad completamente perversa está contra él. No solo es el no desear a Cristo, sino que existe una evidente hostilidad contra Él. Solo el poder del Dios Todopoderoso puede vencer la enemistad de una mente carnal. Cambiar el curso del océano no sería un acto tan poderoso como lo es cambiar la inclinación perversa del corazón del hombre.

2. Convenciéndonos de pecado

La «luz de la razón» de la cual el hombre presume tanto, y la «luz de la consciencia» la cual otros estiman mucho, son absolutamente inútiles en cuanto a dar alguna inteligencia para entender las cosas de Dios. Justamente fue sobre esto a lo que Jesús se refirió cuando dijo

«Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?» (Mateo 6:23).

Sí, tanta es la oscuridad que los hombres «a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!» (Isaías 5:20).

Es tanta la oscuridad que las cosas espirituales son «locura» para ellos (1 Corintios 2:14). Tanta es la oscuridad que son completamente ignorantes de esto (Efesios 4:18), como también completamente ciegos a su condición. El hombre natural no solo es incapaz de liberarse de esta oscuridad, sino que tampoco tiene el deseo de hacerlo, por el hecho de estar espiritualmente muerto, no tiene consciencia de ninguna necesidad de liberación.

Es debido a su terrible condición que, sin la regeneración del Espíritu Santo todos los que escuchan el evangelio están completamente incapacitados de logar un entendimiento espiritual del mismo. Muchos de los que escuchan el Evangelio piensan que son salvos, que son cristianos verdaderos y que ningún argumento del predicador ni poder sobre la tierra, podría jamás convencerlos de lo contrario. Diles: «Hay generación limpia en su propia opinión, si bien no se ha limpiado de su inmundicia» (Proverbios 30:12), y esto no dejará ninguna huella en ellos. Adviérteles que, «antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente» (Lucas 13:3), y esto no los moverá de ninguna manera. No, ellos suponen que no tienen nada de que arrepentirse, y ellos consideran «que no hay que arrepentirse» (2 Corintios 7:10). Ellos tienen tan alta opinión de sus profesiones religiosas, que están fuera de peligro del infierno. Por esto, al menos que un milagro poderoso de gracia sea hecho en ellos, al menos que el poder Divino destruya su ego, no habrá esperanza alguna para ellos.

Que un alma sea convencida de pecado para salvación, es una maravilla mucho más grande que si una fuente putrefacta generara aguas dulces. Para que un alma entienda que «todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal» (Génesis 6:5), necesita que el poder del Omnipotente se lo haga ver. Por naturaleza el hombre es independiente, autosuficiente, confiado de sí mismo: ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando ahora él siente y acepta su incapacidad! Por naturaleza el hombre piensa bien de sí mismo; ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando acepta, «que en mí (...) no mora el bien» (Romanos 7:18)! Por naturaleza los hombres son «amadores de sí mismos» (2 Timoteo 3:2); ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando los hombres se aborrecen a sí mismos (Job 42:6)! Por naturaleza el hombre piensa que le está haciendo un favor a Cristo al adherirse al Evangelio y al promover Su causa; ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando descubre que es completamente indigno de Su santa presencia, y clama «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lucas 5:8)!

Por naturaleza el hombre está orgulloso de sus habilidades, logros; ¡Que milagro de gracia ha sido hecho cuando sinceramente reconoce, «estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo»! (Filipenses 3:8).

3. En la expulsión del diablo

«El mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19), hechizado, encadenado, desvalido. A medida que revisamos las narraciones del Evangelio y leemos sobre diferentes casos de poseídos por demonios, nos vienen pensamientos de compasión por esas víctimas infelices, y cuando contemplamos al Salvador liberando a estas miserables criaturas, nos llenamos de admiración y alegría. Pero, ¿Se ha dado cuenta el lector que también nosotros estuvimos una vez en la misma situación? Antes de la conversión éramos esclavos de Satanás, el diablo ejercía su voluntad en nosotros (Efesios 2:2), al tiempo que estábamos «siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire». ¿Qué fuerza teníamos para liberarnos a nosotros mismos? Una menor a la que tenemos para detener la lluvia y el viento. La imagen de la incapacidad del hombre para librarse del poder de Satanás, es mostrada por Cristo en Lucas 11:21, «Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee». El «hombre fuerte» es Satanás; lo que «posee» son las almas cautivas.

 

Pero bendito sea Su nombre, «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). Esto fue expresado por Cristo en la misma parábola: «Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín» (Lucas 11:22).

Cristo es más poderoso que Satanás, Él lo venció el día de Su poder (Salmos 110:3), y de esta manera libera a los cautivos (Isaías 61:1). Viene con Su Espíritu a «pregonar libertad a los cautivos» (Lucas 4:18), por lo tanto, se dice del Señor: «el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo» (Colosenses 1:13) arrancándonos y arrebatándonos del poder que nos tenía cautivos.

4. En producir arrepentimiento

El hombre sin Cristo no puede arrepentirse: «A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados» (Hechos 5:31). Cristo fue exaltado como «Príncipe,» de Su pueblo, es decir, aquellos que están en Su reino, y que están regidos por Sus reglas. Nada puede llevar a los hombres al arrepentimiento sino el poder regenerador de Cristo, el cual ejerce desde la diestra de Dios. El arrepentimiento es odiar el pecado, dolerse por él, es determinación por abandonarlo, y un serio y constante esfuerzo por hacerlo morir. Pero el pecado es tan querido y encantador para un hombre sin Cristo, que solo un poder infinito puede llevarlo al arrepentimiento. El pecado es más preciado para un hombre no regenerado, que cualquier cosa del cielo o la tierra. Para él es más preciado que la libertad, y se rinde por completo al pecado convirtiéndose en su siervo y su esclavo. Es más preciado que la salud, la fuerza, el tiempo y las riquezas, puesto que gasta todo esto en el pecado. Es más preciado que su propia alma.

El pecado es parte del ego del hombre. Así como «yo» es la letra central de «pecado», el pecado es el centro, el combustible, la esencia del ego. [Nota del Traductor: el pronombre «I» (yo) es la letra central en la palabra «sin» (pecado)]. Por eso Cristo dijo, «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Mateo 16:24).

Los hombres son «amadores de los deleites» (2 Timoteo 3:2), que es lo mismo que decir que sus corazones están unidos al pecado. El hombre «bebe la iniquidad como agua» (Job 15:16); no puede vivir sin ella, está siempre sediento y debe satisfacerse. Ahora bien, el hombre que adora al pecado, ¿Qué podría cambiar su placer en dolor, su deleite en aborrecimiento? Solamente el poder del Todopoderoso.

Aquí debemos señalar la locura de aquellos que tienen esperanza en el engaño, de que se pueden arrepentir cuando estén listos para hacerlo. Pero el arrepentimiento genuino no está a la entera disposición de la criatura. Es un don de Dios: «si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad» (2 Timoteo 2:25).

Entonces, ¿qué locura mental es esa que persuade a las multitudes a dejar el esfuerzo para arrepentirse hasta el final cuando ya están en su lecho de muerte? ¿Ellos creen que cuando estén tan débiles que no puedan mover sus cuerpos, tendrán la fuerza para mover y apartar sus almas del pecado? Cuán grande alabanza entonces le debemos a Dios si Él nos ha llevado al arrepentimiento de la salvación.

5. En producir fe en Su pueblo

La fe en Cristo que salva no es un asunto tan sencillo como muchos vanamente creen. Muchísimos son los que suponen que es tan fácil creer en el Señor Jesús como creer en Julio Cesar o Napoleón, y lo más grave es que cientos de predicadores los inducen a esta mentira de que es igual de fácil creer en Él, así como creer en asuntos intelectuales, históricos y naturales. Yo podría creer en todos los héroes del pasado, pero tal creencia no cambiaría mi vida en lo absoluto. Yo podría tener una confianza inquebrantable en la historicidad de George Washington, pero ¿mi creencia haría disminuir mi amor por el mundo, provocando un odio por la carne? Una fe salvadora y sobrenatural en Cristo purifica la vida. ¿Es tal fe fácilmente alcanzada? No. El Señor dice: «¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?» (Juan 5:44).

Y de nuevo, leemos, «Por esto no podían creer» (Juan 12:39). La fe en Cristo es recibirle tal como Él es ofrecido y presentado a nosotros por Dios (Juan 1:12). Dios nos presenta a Cristo no solo como Sacerdote, sino también como Rey; no solo como Salvador, sino también como «Príncipe» (Hechos 5:31). Note que «Príncipe» precede a «Salvador,» así, tomando Su «yugo» sobre nosotros va antes de encontrar «descanso» para nuestras almas (Mateo 11:29). ¿Los hombres están dispuestos a ser gobernados por Cristo así como lo están a que Él los salve? ¿Oran ellos tan seriamente por santidad así como lo hacen por el perdón? ¿Están tan ansiosos de ser liberados del poder del pecado así como lo están del fuego del infierno? ¿Desean la santidad tanto como desean ir al cielo? ¿Ven tan terrible el dominio del pecado, así como ven lo terrible de su paga? ¿La inmundicia del pecado los aflige así como la culpabilidad y condenación? El hombre que haga divisiones y omisiones de lo que Dios nos ofrece en Cristo, no le ha «recibido» realmente.

La fe es un don de Dios (Efesios 2:8–9). Es implantado en el elegido por medio del «poder de Dios» (Colosenses 2:12). El pasar al pecador de la incredulidad a la fe salvífica en Cristo, es un milagro tan grande y maravilloso, como lo fue la resurrección de Cristo de entre los muertos (Efesios 1:19–20). Más que un concepto erróneo del camino de salvación de Dios, la incredulidad es una especie de odio contra Él. Así también la fe en Cristo está mucho más lejos que una aceptación mental de lo que se dice de Él en las Escrituras. Los demonios hacen eso (Santiago 2:19), más esto no los salva. La fe salvífica no es solo el corazón despojado de todo objeto de confianza que no sea Dios, sino también un corazón que detesta todo objeto que compite con Él para ganar los afectos. La fe salvífica es la que «obra por el amor» (Gálatas 5:6), un amor que es evidente al obedecer Sus mandamientos (Juan 14:23); pero por su misma naturaleza todos los hombres odian Sus mandamientos. Por esto, donde haya un corazón regenerado que sea devoto a Cristo, estimando al Señor por encima de sí mismo y del mundo, un milagro poderoso de gracia ha sido hecho en el alma.

6. En comunicar perdón

Cuando un alma ha sido grandemente herida por las «saetas del Todopoderoso» (Job 6:4), cuando la inefable luz del santo Dios ha brillado sobre un corazón oscuro, exponiendo su inmundicia y corrupción desmedida; cuando sus incontables iniquidades han sido colocadas frente a su rostro, hasta que el pecador se ha dado cuenta de que va directo al infierno, y se ve a sí mismo incluso como si estuviera parado en el borde del abismo; cuando es llevado a sentir que ha provocado a Dios de tal manera, que entiende que está lejos de toda posibilidad de perdón (y si tu alma no ha pasado a través de tales experiencias, querido lector, usted nunca ha nacido de nuevo), entonces solo el poder Divino puede levantar de la desesperación a esa alma y producir en ella esperanza de misericordia. Para levantar al pecador afligido por encima de sus aguas oscuras que tanto lo atemorizan, para alumbrar un corazón lleno de inmundicia con la luz que conforta, así como la luz que trae convicción, se necesita un acto del Omnipotente. Dios puede sanar solamente el corazón que Él ha herido y al cual le ha calmado la tempestad furiosa dentro de él.

Los hombres podrían contar las promesas de Dios y los mensajes de paz hasta que sean tan ancianos como Matusalén, pero no será de provecho para ellos hasta que la mano Divina les coloque «el bálsamo de Galaad». El pecador no es capaz de aplicarse a sí mismo la Palabra de alivio cuando está bajo el horror de la ley de Dios, y retorciéndose bajo los golpes de convicción del Espíritu de Dios; así como tampoco es capaz de resucitar los cuerpos podridos en los cementerios. Volverlo al gozo de la salvación, era para David, un acto de poder soberano similar a crear en él un corazón limpio (Salmos 51:10). Si ponemos a todos los Doctores en Teología juntos, son tan incapaces de sanar un espíritu herido, como los médicos en reanimar un cadáver. El silenciar una tormenta tempestuosa de la consciencia es un acto mayor que hacer que los vientos y la lluvia obedezcan al Señor. Solo el poder infinito de Dios puede borrar la culpa del pecado. Solo el poder infinito de nuestro Señor puede eliminar la desesperación que trae esta culpabilidad.

7. En la conversión real de un alma

«¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas?» (Jeremías 13:23). No, así sean pintados o cubiertos de alguna pintura. Así, uno que no está en Cristo podría frenar los pecados externos, pero no puede mortificar los internos. Convertir el agua en vino fue un milagro, pero convertir el fuego en agua seria uno mucho mayor. Crear al hombre del polvo de la tierra fue una obra del poder Divino, pero recrear al hombre, para que un pecador se convierta en santo, un león sea transformado en cordero, un enemigo convertido en amigo, el odio se derrita en amor, es la maravilla más grande del Omnipotente. El milagro de la conversión el cual es realizado por el Espíritu Santo a través del evangelio, es descrito así:

«porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Corintios 10:4–5).

Bien se ha dicho, «El despojar a un hombre de su autoestima y autosuficiencia, el construir una habitación para Dios en el corazón donde solo había pecado tan amado por él, el echar fuera el orgullo, el exponer todo pensamiento oscuro ante la cruz, el disipar todo deseo de auto promoción y colocar un deseo preponderante de glorificar a Dios, solo debe ser atribuido al brazo extendido que empuña la espada del Espíritu. El tener un corazón lleno del temor a Dios el cual antes solo estaba lleno de desprecio, el experimentar Su poder, contemplar Su gloria, admirando las obras de Su sabiduría; el tener un odio por los deseos lujuriosos que antes lo habían llevado a satisfacer sus placeres carnales; el aborrecerlos; el vivir por fe y en obediencia al Redentor; es un hecho de poder infinito y triunfante del que puede “someter todas las cosas” a Sí mismo» (Stephen Charnock).

8. En la perseverancia de su pueblo

«Que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe (...) preparada para ser manifestada en el tiempo postrero» (1 Pedro 1:5). ¿»Guardados» de qué? Ah, ¿qué mortal es capaz de dar una respuesta completa? Una sección entera podría ser dedicada a este aspecto de nuestro tema. Guardados del dominio del pecado que habita dentro de nosotros. Guardados de ser desviados del camino angosto por medio de las seducciones del mundo. Guardados de las herejías que atrapan a miles de personas por todos lados. Guardados de ser vencidos por Satanás, quien busca nuestra destrucción. Guardados de ser apartados del Dios Viviente para que no andemos náufragos en la fe. Guardados de convertir Su gracia en lascivia. «De parte de Jehová es esto, Y es cosa maravillosa a nuestros ojos» (Salmos 118:23).

El pecado es un monarca poderoso que ninguno de sus súbditos puede soportar. Había más facultad en Adán para resistir el pecado mientras era inocente, que en cualquier otro desde ese entonces porque el pecado tiene un aliado dentro de las criaturas caídas que está siempre listo para traicionarlas y hacerlas caer en la tentación. Pero el pecado no tenía dicha ventaja sobre Adán, sin embargo, lo venció. Los ángeles no elegidos estaban mejor y más preparados para soportar el pecado que Adán, teniendo una naturaleza mucho más excelente y más cerca de Dios, sin embargo, el pecado prevaleció contra ellos, los expulsó del cielo y los arrojó al infierno. Entonces, ¡Cuán grande y poderoso es el poder que se necesita para doblegarlo! Solo Aquel que «libera a los cautivos» puede convertir a Su pueblo en más que vencedores.

«Así como la providencia de Dios es la manifestación de Su poder en la Creación, así la preservación de gracia es una manifestación de Su poder en una regeneración continua. La fuerza de Dios suprime y modifica la violencia de las tentaciones, Él sostiene a Su pueblo, Su poder derrota el poder de Satanás. Los contrataques de las corrupciones internas, los ataques de la carne contra el espíritu, las falacias de los sentidos y las batallas de la mente, ahogarían y apagarían rápidamente la gracia, si ésta no estuviera sostenida por el mismo poder infinito de Dios. No un menor poder es visto en la perfección y sustento de nuestras vidas (2 Pedro 1:3); no menos poder vemos en el cumplimento de la obra de fe, que en la inserción de la palabra de fe (2 Tesalonicenses 1:11)». Stephen Charnock.

 

La preservación del pueblo de Dios en este mundo glorifica grandemente Su poder. Es mayor el poder incomparable que se usa para preservar a aquellos que están llenos de luchas y tentaciones internas, que el poder que se usaría en trasladados al cielo en el momento que creen. En un mundo de sufrimiento y tristeza, el preservar la fe de Su pueblo que está en medio de tantas pruebas, procesos, luchas, engaños, traiciones de sus amigos y falsos hermanos en Cristo; es definitivamente más maravilloso que si un hombre pudiera lograr mantener una vela encendida en medio de un huracán. Para la gloria de Dios, el escritor admite ser testigo de que, si no fuera por la gracia del Todopoderoso, él se hubiese convertido en un infiel muchos años atrás. Que Dios sostenga a Su débil pueblo, y nos habilite para que «retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio» (Hebreos 3:14), es más maravilloso que si El mantuviera un fuego encendido en medio del océano.

Cuán profunda debería ser nuestra confianza en el Señor al contemplar Su maravilloso poder: «Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos» (Isaías 26:4).

El poder de Dios fue la base de la esperanza de Abraham (Hebreos 11:19), de los tres Hebreos en Babilonia (Daniel 3:17), de Cristo (Hebreos 5:7). En nuestra mente debe habitar el pensamiento de que «poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia» (2 Corintios 9:8). Nada es tan efectivo para calmar nuestra mente, incluso de nuestros miedos, y al mismo tiempo llenarnos de paz, que el apropiarse de las promesas de Dios y descansar en Su suficiencia. «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Romanos 8:31). Su infalible promesa es, «No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia» (Isaías 41:10).

El que hizo pasar a una nación a través del Mar Rojo sin barcos, y los guio por medio del desierto por cuarenta años sin agua y sin comida, ¡Él todavía vive y reina!