Buch lesen: «Maestría», Seite 6

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Este sistema surgió como solución a un problema: al ensancharse los oficios en la Edad Media, los maestros de los diversos gremios ya no pudieron depender de los miembros de su familia para que trabajaran en sus talleres. Necesitaban más manos. Pero era inútil conseguir gente que fuera y viniera; necesitaban estabilidad y tiempo para acumular habilidades en sus trabajadores. Desarrollaron así el sistema de aprendizaje de oficios, de acuerdo con el cual jóvenes de entre doce y diecisiete años de edad entraban a trabajar a un taller, firmando un contrato que los comprometía por un periodo de siete años. Al final de este lapso, los aprendices debían pasar una prueba maestra, o producir una obra maestra para mostrar su nivel de habilidad. Una vez salvado este paso, se les ascendía al rango de oficiales y podían viajar donde hubiera trabajo para practicar su ocupación.

Como en ese entonces había pocos libros o dibujos, los aprendices adquirían el dominio de su oficio observando a los maestros e imitándolos lo mejor que podían. Adquirían práctica mediante repeticiones interminables y el trabajo directo, con muy poca instrucción verbal (la palabra “aprendiz” proviene del latín prehendere, que significa “tomar con la mano”). Puesto que recursos como los textiles, la madera y los metales eran caros y no podían desperdiciarse en prácticas, los aprendices pasaban la mayor parte de su tiempo trabajando directamente con los materiales que usarían para el producto terminado. Tenían que saber cómo concentrarse en su trabajo y no cometer errores.

Si se suma el tiempo que los aprendices dedicaban a trabajar directamente con materiales a lo largo de esos años, se obtiene un total de más de diez mil horas, suficientes para establecer un nivel excepcional de habilidad en un oficio. El poder de esta forma de conocimiento tácito cobra forma en las grandiosas catedrales góticas de Europa, obras maestras de belleza, destreza y estabilidad, erigidas todas ellas sin planos ni libros. Esas catedrales representaban las habilidades acumuladas de numerosos artesanos e ingenieros.

Lo que esto significa es simple: la lengua, oral y escrita, es un invento relativamente reciente. Mucho antes de ello, nuestros antepasados ya aprendían diversas habilidades: elaboración de herramientas, cacería, etcétera. El modelo natural para aprender, basado en gran medida en el poder de las neuronas espejo, descansaba en observar e imitar a otros y repetir después esa misma acción una y otra vez. Nuestro cerebro es especialmente apto para esta forma de aprendizaje.

En una actividad como andar en bicicleta, todos sabemos que es más fácil observar a alguien y seguir su ejemplo que escuchar o leer instrucciones. Cuanto más lo hacemos, más fácil se vuelve. Aun en el caso de aptitudes eminentemente mentales, como programar computadoras o hablar un idioma extranjero, aprendemos mejor mediante la práctica y la repetición, el proceso natural del aprendizaje. Una lengua extranjera se domina hablándola lo más posible, no leyendo libros y asimilando teorías. Cuanto más hablamos y practicamos, más fluidos somos.

Si llevas esto más lejos, entrarás en un ciclo de rendimientos acelerados, en el que la práctica se vuelve más fácil e interesante, lo que te hace capaz de practicar más horas, incrementa tu nivel de habilidad y aumenta más todavía el interés de practicar. Arribar a este ciclo es una meta que debes fijarte, y para llegar ahí has de comprender algunos principios básicos de las habilidades.

Primero, es esencial que comiences con una habilidad que puedas dominar y que sirva de base para adquirir otras. Evita a toda costa la idea de que puedes aprender varias aptitudes al mismo tiempo. Deberás desarrollar para ello tu capacidad de concentración y probar la realización de tareas múltiples dará al traste con el proceso.

Segundo, las etapas iniciales de adquisición de una habilidad implican invariablemente tedio. Pero en vez de evitar este ineludible aburrimiento, acéptalo. El dolor y el hastío que experimentamos en la etapa inicial del aprendizaje de una habilidad fortalece nuestra mente, a la manera del ejercicio físico. Muchas personas creen que todo ha de ser placentero en la vida, lo que las hace buscar constantes distracciones y atajos en el proceso de adquisición de conocimientos. El dolor es una especie de reto que tu mente te pone; ¿aprenderás a concentrarte y vencer el hastío, o sucumbirás como un niño a la necesidad de placer y distracción inmediatos? Al igual que en el ejercicio físico, podrías derivar incluso un placer perverso de este dolor, a sabiendas de los beneficios que te brindará. En cualquier caso, ataca el hastío de frente y no intentes evitarlo ni reprimirlo. A todo lo largo de la vida encontrarás situaciones tediosas y debes cultivar la aptitud de manejarlas con disciplina.

Al practicar una habilidad en sus etapas iniciales, sucede algo neurológico en el cerebro que es importante que comprendas. Cuando comienzas algo nuevo, gran número de neuronas de la corteza frontal (el área de mando más elevada y consciente del cerebro) se activan para ayudarte a aprender. El cerebro debe lidiar entonces con gran cantidad de información nueva, lo que resultaría estresante y abrumador si estuviera únicamente a cargo de una parte limitada del cerebro. La corteza frontal aumenta incluso de tamaño en esta fase inicial, durante la que nos concentramos mucho en una tarea. Pero una vez que algo se repite lo suficiente, se vuelve fijo y autómático, y las vías neurales de la habilidad respectiva se delegan a otras partes del cerebro, abajo de la corteza. Las neuronas de la corteza frontal necesarias en las etapas iniciales son descargadas ahora para ayudarnos a aprender otra cosa y aquella área recupera su tamaño normal.

Al final se habrá desarrollado toda una red de neuronas para recordar esa tarea específica, lo que explica que podamos seguir andando en bicicleta años después de haber aprendido a hacerlo. Si pudiéramos asomarnos a la corteza frontal de quienes han dominado algo mediante repetición, la hallaríamos notoriamente quieta e inactiva mientras ellos ejercen esa habilidad. Toda su actividad cerebral sucede en áreas inferiores y requiere menos control consciente.

Este proceso de fijación de habilidades no puede ocurrir si estás constantemente distraído, pasando de una tarea a otra. En ese caso, las vías neurales dedicadas a dicha habilidad nunca se asientan; lo que aprendes es demasiado tenue para echar raíces en tu cerebro. Es mejor dedicar dos o tres horas de concentración intensa en una aptitud que ocho de concentración difusa. Debes estar lo más atento posible a lo que haces.

Una vez que una acción se vuelve automática, dispones de espacio mental para observarte mientras la practicas. Usa esta distancia para tomar nota de tus debilidades o defectos por corregir, para analizarte. También es útil obtener de otros cuanta retroalimentación sea posible, para tener puntos de referencia con los cuales medir tus progresos, a fin de saber cuánto te falta aún por recorrer. Las personas que no practican ni aprenden habilidades jamás adquieren un sentido propio de la proporción o de autocrítica. Creen poder lograr todo sin esfuerzo y tienen poco contacto con la realidad. Probar algo una y otra vez te afianza en la realidad, lo que te hace plenamente consciente de tus insuficiencias y de lo que puedes conseguir con más trabajo y esfuerzo.

Si llevas más lejos esto, entrarás naturalmente en el ciclo de rendimientos acelerados: al aprender y adquirir habilidades, podrás variar lo que haces, descubriendo matices por desarrollar en tu trabajo, para hacerlo más interesante. Al volverse más automáticos estos elementos, tu mente no se cansa por el esfuerzo y puedes practicar más, lo que a su vez te brinda más habilidad y placer. Podrás buscar retos, nuevas áreas por conquistar, manteniendo un alto nivel de interés. Cuando el ciclo se acelera, puedes llegar a un punto en el que tu mente esté totalmente absorta en la práctica y entre en una especie de estado de flujo, en el que todo lo demás se bloquea. Te vuelves uno con la herramienta, instrumento o cosa que estudias. Tu habilidad no es algo que pueda ponerse en palabras, sino que está embebida en tu cuerpo y sistema nervioso: se convierte en conocimiento tácito. Aprender cualquier destreza te prepara para la maestría. La sensación de flujo y de ser parte del instrumento anuncia los grandes placeres que la maestría es capaz de ofrecer.

En esencia, cuando practicas y desarrollas una habilidad te transformas. Descubres capacidades antes latentes, las cuales se manifiestan mientras progresas. Te desarrollas emocionalmente. Tu sentido del placer se redefine. Lo que brinda placer inmediato acaba por parecer una distracción, un entretenimiento vacío para pasar el tiempo. El verdadero placer procede de vencer retos, sentir seguridad en tus aptitudes, conseguir fluidez en tus habilidades y experimentar el poder que esto conlleva. Desarrollas paciencia. El hastío ya no señala la necesidad de distracción, sino de nuevos retos por vencer.

Aunque podría parecer que el tiempo necesario para dominar las habilidades básicas y alcanzar cierto nivel de pericia depende del campo y tu talento, quienes han investigado este tema dan repetidamente con el número de diez mil horas. Ésta parece ser la cantidad necesaria de tiempo de práctica de calidad para alcanzar un alto nivel de destreza, y se aplica a compositores, ajedrecistas, escritores y atletas, entre muchos otros. Ese número tiene una resonancia casi mágica o mística. Significa que tanto tiempo de práctica –sea cual fuere la persona o el campo– produce un cambio cualitativo en el cerebro humano. La mente ha aprendido a organizar y estructurar grandes cantidades de información. Dado todo este conocimiento tácito, ahora puede ser creativa y jugar con él. Aunque ese número de horas parezca elevado, suele equivaler a entre siete y diez años de práctica firme y sostenida, aproximadamente el periodo del aprendizaje tradicional. En otras palabras, la práctica concentrada en el tiempo no puede menos que producir resultados.

Paso tres: experimentación. El modo activo

Ésta es la parte más corta del proceso, del que constituye sin embargo un componente crítico. Cuando adquieres habilidad y seguridad, debes pasar a un modo más activo de experimentación. Esto podría significar asumir mayor responsabilidad, iniciando un proyecto o haciendo un trabajo que te exponga a las críticas de tus compañeros, incluso del público. La intención es medir tu progreso y saber si aún hay lagunas en tus conocimientos. Te observas en acción para ver cómo reaccionas a los juicios de otros. ¿Podrás aceptar la crítica y usarla en forma constructiva?

En el caso de Charles Darwin, conforme su viaje avanzaba y él gestaba las nociones que lo llevarían a su teoría de la evolución, decidió exponer sus ideas a otros. Primero, en el Beagle, las discutió con el capitán y asimiló con paciencia las vehementes críticas de éste contra la idea. Ésta, se dijo Darwin, sería más o menos la reacción del público y él tendría que prepararse para ello. Comenzó asimismo a escribir cartas a diversos científicos y sociedades científicas en Inglatera. Las respuestas que recibió indicaban que había encontrado algo importante, pero que tendría que investigar más. En el caso de Leonardo da Vinci, a medida que progresaba en el estudio de Verrocchio, empezó a experimentar y afirmar su estilo propio. Descubrió, para su sorpresa, que al maestro le impresionaba su inventiva. Esto le hizo saber que su aprendizaje estaba por concluir.

La mayoría de la gente espera demasiado para dar este paso, generalmente por miedo. Siempre es más fácil aprender las reglas y permanecer en tu zona de confort. Pero a menudo debes obligarte a iniciar esos actos o experimentos antes de creerte preparado para hacerlo. Pruebas tu carácter, superas tus miedos y desarrollas cierto desapego de tu trabajo, viéndolo con ojos ajenos. Obtienes así un gusto por la fase siguiente, en la que lo que produzcas estará bajo constante escutrinio.

Sabrás que tu aprendizaje terminó cuando sientas que ya no te queda nada por aprender en ese medio. Es hora entonces de que declares tu independencia, o continúes tu aprendizaje en otro lugar para seguir ampliando tu base de habilidades. Más tarde, cuando enfrentes un cambio en tu carrera o la necesidad de aprender nuevas aptitudes, este proceso será para ti como una segunda naturaleza, porque ya lo conoces. Has aprendido a aprender.

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Muchas personas podrían creer que la noción de aprendizaje y adquisición de habilidades es una reliquia exótica de épocas pasadas, cuando trabajar significaba hacer cosas. Después de todo, estamos ya en la era de la información y la computación, en la que la tecnología nos permite hacer infinidad de cosas sin los inconvenientes de la práctica y la repetición; así, muchas cosas se han vuelto virtuales en nuestra vida, haciendo obsoleto el modelo del artesano. O al menos así lo cree este argumento.

Pero la verdad es que esa idea sobre la naturaleza de nuestro tiempo es por completo incorrecta y hasta peligrosa. La era en que vivimos no se caracteriza porque la tecnología lo facilite todo, sino por la mayor complejidad que afecta todos los campos. En los negocios, la competencia se ha globalizado e intensificado. Una persona de negocios debe dominar un panorama mucho mayor que en el pasado, lo que significa más conocimientos y habilidades. El futuro de las ciencias no está en la mayor especialización, sino en la combinación e intergeneración de conocimientos de diversos campos. En las artes, los gustos y estilos cambian ya a un ritmo acelerado. Un artista debe estar al tanto de esto y ser capaz de crear nuevas formas, permaneciendo siempre en la sección delantera de la curva. Esto suele requerir la posesión de algo más que conocimientos especializados de una forma de arte particular, lo que implica conocer otras artes, e incluso ciencias, junto con lo que sucede en el mundo.

En todas estas áreas, se pide al cerebro humano hacer y manejar más que antes. Hoy nos las vemos con muchos campos de conocimiento en cruce constante con el nuestro, y todo este caos es exponencialmente incrementado por la información disponible gracias a la tecnología. Esto quiere decir que todos debemos poseer diferentes formas de conocimiento y un conjunto de habilidades en campos diferentes, así como una mente capaz de organizar grandes cantidades de información. El futuro pertenece a quienes adquieren más habilidades y las combinan en formas creativas. Y, por virtual que sea, el proceso de aprender habilidades sigue siendo el mismo de siempre.

En el futuro, la gran división estará entre quienes se hayan preparado para manejar tales complejidades y quienes se vean abrumados por ellas; entre quienes puedan adquirir habilidades y disciplinar su mente y quienes se distraigan irrevocablemente con todos los medios a su alrededor y no puedan concentrarse para aprender. Así, la fase de aprendizaje es hoy más relevante e importante que nunca, y quienes desestiman esta noción casi sin duda serán dejados atrás.

Vivimos, por último, en una cultura que suele valorar el intelecto y el razonamiento con palabras. Tendemos a concebir el trabajo con las manos, de armar algo físico, como una habilidad degradada, para los menos inteligentes. Éste es un valor cultural contraproducente. El cerebro humano evolucionó en íntima conjunción con la mano. Muchas de nuestras más antiguas habilidades de sobrevivencia dependieron de la elaborada coordinación ojo-mano. Hasta la fecha, gran parte de nuestro cerebro se dedica a esta relación. Cuando trabajamos con las manos y armamos algo, aprendemos a secuenciar nuestras acciones y organizar nuestras ideas. Al desarmar algo para repararlo, adquirimos habilidades de resolución de problemas, con amplias aplicaciones. Así sea sólo como actividad secundaria, busca la manera de trabajar con las manos o de conocer mejor la operación interna de las máquinas y dispositivos tecnológicos que te rodean.

Muchos maestros han intuido esta relación. Thomas Jefferson, ávido reparador e inventor, creía que los artesanos eran ciudadanos de excelencia porque sabían cómo funcionaban las cosas y poseían un sentido común práctico, todo lo cual les servía para satisfacer necesidades cívicas. Albert Einstein era un violinista apasionado. Pensaba que trabajar así con las manos y tocar música contribuía a sus procesos mentales.

En general, sea cual fuere tu campo, concíbete como un constructor que usa materiales e ideas. Produces algo tangible con tu trabajo, algo que afecta a la gente en forma directa y concreta. Para erigir bien cualquier cosa –una casa, una organización política, una empresa o una película– debes conocer el proceso de construcción y poseer las habilidades necesarias para practicarlo. Eres un artesano que está aprendiendo a adherirse a los más altos estándares. Por todos estos motivos, debes pasar por un aprendizaje detallado. En este mundo no harás nada que valga la pena si no empiezas por desarrollarte y transformarte a ti mismo.

ESTRATEGIAS PARA LLEVAR

A CABO EL APRENDIZAJE IDEAL

No pienses que lo que se te dificulta es humanamente imposible; y si es humanamente posible, considéralo a tu alcance.

MARCO AURELIO

A lo largo de la historia, maestros de todos los campos han ideado para sí diversas estrategias para emprender y consumar un aprendizaje ideal. Las ocho estrategias clásicas siguientes se han destilado de la historia de su vida y se ilustran con ejemplos. Aunque algunas de ellas podrían parecer más relevantes que otras para tus circunstancias, todas exponen verdades fundamentales del proceso de aprendizaje que te sería útil interiorizar.

1. Valora el aprendizaje más que el dinero

En 1718, Josiah Franklin decidió incorporar a Benjamin, su hijo, de doce años de edad, como aprendiz de su lucrativa empresa familiar de elaboración de velas en Boston. Su idea era que, tras siete años de aprendizaje y algo de experiencia, Benjamin se hiciera cargo del negocio. Pero el hijo pensaba otra cosa. Amenazó con hacerse a la mar si su padre no le permitía elegir dónde aprender. Josiah ya había perdido de esa forma a otro de sus hijos, así que cedió. Para su sorpresa, Benjamin decidió trabajar en la imprenta que uno de sus hermanos mayores acababa de poner. En ese ramo tendría que trabajar más y pasar por un periodo de aprendizaje de nueve años en lugar de siete. Asimismo, la actividad de impresión era notoriamente inestable, de manera que confiarle el futuro propio constituía un riesgo enorme. Pero ésa había sido la decisión de Benjamin, determinó el padre. Él tendría que aprender por la vía difícil.

Lo que el joven Benjamin no dijo a su padre era que estaba resuelto a ser escritor. Casi todo el trabajo en la imprenta implicaba labores manuales y operar máquinas, pero de vez en cuando él pedía leer galeras y corregir un folleto o texto. Y siempre había libros nuevos alrededor. Años después de iniciado este proceso, Franklin descubrió que algunos de sus textos favoritos provenían de los periódicos ingleses que se reeditaban en la imprenta. Solicitó entonces supervisar la impresión de esos artículos, para poder estudiarlos en detalle e imitar su estilo. Al paso de los años logró convertir eso en una manera muy eficiente de aprender a escribir, con el beneficio adicional de haber conocido en detalle el ramo de la impresión.

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Tras graduarse en el Politécnico de Zurich en 1900, Albert Einstein, entonces de veintiún años de edad, descubrió que sus perspectivas de empleo eran muy escasas. Habiendo ocupado uno de los últimos lugares en su clase, la posibilidad de obtener un puesto como maestro era prácticamente nula. Feliz de estar lejos de la universidad, planeaba investigar por su cuenta ciertos problemas de la física que lo habían obsesionado durante años. Sería, así, autodidacta en teorías y experimentos mentales. Pero, entre tanto, tendría que ganarse la vida. Le habían ofrecido un empleo como ingeniero en la empresa de turbinas de su padre en Milán, pero ese puesto no le dejaría tiempo libre. Un amigo podía conseguirle un trabajo bien remunerado en una compañía de seguros, pero esto anquilosaría su cerebro y agotaría su energía para pensar.

Un año después, otro amigo mencionó una vacante en la Oficina Suiza de Patentes, en Berna. El salario no era muy jugoso, el puesto era de bajo nivel y el horario muy prolongado, además de lo cual el trabajo consistía en la muy trivial tarea de revisar solicitudes de patente, pero Einstein aceptó de inmediato. Eso era justo lo que necesitaba. Su tarea sería analizar la validez de solicitudes de patente, muchas de las cuales incluían aspectos de la ciencia que le interesaban. Esos papeles serían para él como pequeños acertijos o experimentos mentales; podría visualizar el modo en que las ideas se traducirían en inventos. Trabajar con ellos afinaría sus facultades intelectuales. Luego de varios meses en el empleo, Einstein se había vuelto tan bueno para ese juego mental que terminaba su trabajo en dos o tres horas, lo que le dejaba el resto del día para enfrascarse en sus experimentos. En 1905 publicó su primera teoría de la relatividad, gran parte de la cual había elaborado en su escritorio de la Oficina de Patentes.

Martha Graham (para más información sobre sus primeros años, ver aquí) se educó originalmente como bailarina en la Denishawn School de Los Ángeles, pero años más tarde decidió que ya había aprendido suficiente y debía pulir sus aptitudes en otra parte. Fue a dar así a Nueva York, donde en 1924 se le ofreció un empleo de dos años como bailarina en un espectáculo de revista; la paga era buena, de modo que aceptó. Bailar es bailar, pensó ella, y en su tiempo libre podría trabajar en sus propias ideas. Pero casi al final de ese periodo, decidió que nunca más volvería a aceptar un empleo comercial. Esto le quitaba toda su energía creativa y destruía su deseo de aprovechar su tiempo libre. También le hacía sentir que dependía de un salario.

Cuando se es joven, decidió Graham, lo importante es aprender a arreglárselas con poco dinero y aprovechar al máximo la gran energía que se posee. En los años siguientes, trabajaría como maestra de danza, aunque apenas las horas suficientes para ganar un salario que le permitiera sobrevivir. El resto del tiempo lo dedicaría a desarrollar el nuevo estilo dancístico que deseaba crear. Sabiendo que la opción era esclavizarse en un trabajo comercial, sacaba el mayor provecho posible de cada minuto a su disposición, lo que le permitió sentar en esos años las bases de la revolución más radical en la danza moderna.

Como se contó en el capítulo I (ver aquí), cuando la carrera de Freddie Roach como boxeador llegó a su fin, en 1986, él consiguió trabajo como vendedor por teléfono en Las Vegas. Un día entró en el gimnasio donde había entrenado, bajo la conducción del legendario mánager Eddie Futch, y encontró ahí a muchos boxeadores que no recibían atención personalizada de Futch. Aunque nadie se lo pidió, empezó a merodear por el gimnasio todas las tardes, para prestar ayuda. Esto se volvió un trabajo no remunerado, así que él conservó su empleo de ventas por teléfono. Cumplir ambas labores le dejaba tiempo apenas suficiente para dormir. Y aunque la situación era casi insoportable, pudo resistir porque aprendía el oficio al que se sabía destinado. En pocos años había impresionado con sus conocimientos a suficientes boxeadores jóvenes para montar su propio establecimiento y pronto se convirtió en el mánager más exitoso de su generación.

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Es una sencilla ley de la psicología humana que tus pensamientos tenderán a girar en torno a lo que más valoras. Si es el dinero, escogerás como sitio de aprendizaje el lugar que te ofrezca el sueldo más alto. Inevitablemente, sentirás ahí grandes presiones para demostrar que vales lo que se te paga, con frecuencia antes de estar preparado siquiera para hacerlo. Fijarás tu atención en ti mismo, tus inseguridades y la necesidad de complacer e impresionar a la gente indicada, no en adquirir habilidades. Cometer errores y aprender de ellos será tan costoso que desarrollarás un enfoque cauto, conservador. Al avanzar en la vida, te volverás adicto a un salario abultado y esto determinará la dirección que sigas, lo que pienses y lo que hagas. A la larga, el tiempo que no dedicaste a adquirir habilidades te cobrará la factura y tu caída será dolorosa.

Valora en cambio el aprendizaje sobre todo lo demás. Esto te llevará a todas las decisiones correctas. Optarás por la situación que te ofrezca más oportunidades de aprender, en particular un trabajo de acción directa. Elegirás un lugar con personas y mentores capaces de inspirarte y enseñarte. Un empleo con un salario mediocre tiene el beneficio adicional de enseñarte a arreglártelas con menos, habilidad vital muy valiosa. Si tu aprendizaje debe hacerse sobre todo en tu tiempo libre, elegirás un lugar que te permita pagar tus cuentas, quizá uno que mantenga activa tu mente pero que también te brinde tiempo y espacio mental para trabajar por tu cuenta. Nunca desdeñes un aprendizaje sin remuneración. De hecho, suele ser el colmo de la sabiduría hallar el mentor perfecto y ofrecerle gratuitamente tus servicios como asistente. Satisfecho de poder explotar tu ansioso espíritu a bajo costo, ese mentor tenderá a revelarte algo más que los usuales secretos del oficio. Al final, gracias a que valoraste el aprendizaje sobre lo demás, habrás sentado las bases para tu expansión creativa y el dinero no tardará en llegar.

2. Amplía siempre tus horizontes

Para la escritora Zora Neale Hurston (1891-1960), su infancia fue una especie de edad de oro. Creció en Eatonville, Florida, ciudad relativamente anómala en el sur de Estados Unidos. Fundada como poblado exclusivamente negro en la década de 1880, sus ciudadanos la gobernaban y administraban. Todos sus conflictos y sufrimientos eran obra exclusiva de sus residentes. Así, Zora no conoció el racismo. Niña animosa y de voluntad recia, pasaba sola casi todo el tiempo, vagando por el pueblo.

En esos años tuvo dos grandes pasiones. Primero, le encantaban los libros y leer. Leía todo lo que llegaba a sus manos, aunque en particular le atraían los libros de mitología, griega, romana y nórdica. Se identificaba con los personajes más fuertes: Hércules, Odiseo, Odín. Segundo, dedicaba mucho tiempo a escuchar las historias de los lugareños cuando se reunían a rumorear en portales, o a relatar tradiciones populares, muchas de ellas de los años de la esclavitud. Le fascinaba la forma en que contaban historias: las ricas metáforas, las lecciones simples. En su mente, los mitos griegos y las historias de los ciudadanos de Eatonville se fundían en otra realidad, la de la revelación de la naturaleza humana en su forma más pura. Paseando sola, echaba a volar su imaginación y se contaba extraños relatos. Algún día escribiría todo eso y se convertiría en la Homero de Eatonville.

En 1904 murió su madre y su edad de oro llegó a un abrupto fin. Ella la había protegido siempre de su padre, quien la creía extraña y antipática. Ansioso de echarla de casa, la envió a una escuela en Jacksonville. Años después dejó de pagar su colegiatura y la abandonó en esencia al mundo. Hurston vagó durante cinco años de una casa a otra de sus parientes, aceptando para sostenerse todos los empleos a su alcance, principalmente como sirvienta.

Al recordar su niñez, evocaba una sensación de expansión, de aprender acerca de otras culturas y su historia, así como de su cultura propia. En ese ámbito no parecía haber límites a su exploración. Ahora, sin embargo, su circunstancia era la opuesta. Agobiada por el trabajo y la depresión, todo a su alrededor se encogía, hasta que lo único en lo que podía pensar era en su diminuto mundo y lo lamentable que se había vuelto. Pronto le sería difícil imaginar cualquier cosa aparte de limpiar casas. Pero la paradoja de esto es que la mente es libre en esencia. Puede viajar a todas partes, en el tiempo y en el espacio. Si Hurston se permitía confinarse en sus restringidas circunstancias, sería culpa suya. Por imposible que pareciera, no podía dejar de soñar en que un día sería escritora. Para hacer realidad este sueño, tendría que aprender sola y no dejar de ampliar sus horizontes mentales por todos los medios necesarios. Un escritor debe conocer el mundo. Pensando de este modo, Zora Neale Hurston procedió a crear para sí uno de los aprendizajes autodirigidos más extraordinarios de la historia.

Como los únicos empleos que podía conseguir entonces eran de limpieza, se propuso trabajar en las casas de los blancos más adinerados de la ciudad, donde encontraría infinidad de libros. Robando unos minutos aquí y allá, leía en secreto partes de esos libros, memorizando rápidamente algunos pasajes a fin de tener algo que repasar en su cabeza en su tiempo libre. Un día encontró en un basurero un maltrecho ejemplar del Paraíso perdido, de Milton, que fue como oro puro para ella. Lo llevaba a todas partes y lo leía una y otra vez. De esta forma, su mente no se estancaba; había creado para sí un curioso tipo de educación literaria.

En 1915 consiguió empleo como sirvienta de la cantante principal de una compañía itinerante de artistas blancos. Para la mayoría, esto habría representado otro puesto subordinado, pero para ella fue una fortuna. Muchos miembros de esa compañía contaban con estudios. Por todos lados había libros que leer e interesantes conversaciones por escuchar a hurtadillas. Observando atentamente, ella pudo ver lo que pasaba por refinamiento en el mundo de los blancos, y cómo podría fascinarlos con sus historias de Eatonville y sus conocimientos literarios. Como parte de su trabajo, tuvo que adiestrarse como manicurista. Más tarde usaría esta habilidad para buscar trabajo en las peluquerías de Washington, cerca del Capitolio. La clientela de esos sitios incluía a los más poderosos políticos de la época, quienes solían chismorrear como si ella no estuviera presente. Para Hurston, esto era casi tan bueno como leer un libro; le enseñaba más cosas sobre la naturaleza humana, el poder y la operación interna del mundo blanco.

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Altersbeschränkung:
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Veröffentlichungsdatum auf Litres:
04 Juni 2024
Umfang:
571 S. 3 Illustrationen
ISBN:
9786075279817
Verleger:
Rechteinhaber:
Bookwire
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