Buch lesen: «El perro de aguas Palomo y otros congéneres agregados al cuartel», Seite 2

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Esa espada, invención española, era recta y bastante ancha. No era solo cortadora por los dos filos, sino que se aceraba exageradamente en sus extremidades para que las estocadas fueran más efectivas y mortales. Siendo nuestro gentilicio «español», y que dicho vocablo hace referencia al hombre o al pueblo que porta una espada o ezpata singular, no es de extrañar que ilustrados extranjeros se hayan empeñado en desprestigiar que poseamos y conservemos LA COLADA y LA TIZONA del Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar (¿1043?-1099) y, no conformes con eso, pretenden que ingenuos creamos y admitamos que nobles, religiosos y reyes que han custodiado, desde un principio, tan singulares aceros, fueron vulgares tramoyistas que quieren darnos un perro al cambio. La envidia duele. Algunos gnósticos españoles22, sumisos o complacientes, les han dado la razón23.

La espada del Cid —la Colada— presenta un grabado a punzón y en dorado, en grafía del siglo XII, donde se lee: «SI, SI NONNO». Esta frase encierra y condesa todo el Evangelio:

Pero yo les digo: No juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes hacer que ni uno solo de tus cabellos se vuelva blanco o negro. Cuando ustedes digan «sí», que sea realmente sí; y, cuando digan «no», que sea no. Cualquier cosa de más, proviene del maligno.

Mateo, 5; 34-37.

El ínclito historiador D. José Ferrer de Cuoto (1820-1877), capitán graduado de Infantería, que amaba la verdad pues aspiraba a la sabiduría, rigió su labor académica por la máxima del Quijote: «La historia es como cosa sagrada, porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad está Dios, en cuanto a verdad». En su obra Álbum del Ejército (Madrid, 1846), nos informa que, en una carta del rey Alfonso XI de Castilla (1311-1350), este monarca manifiesta su gran devoción tanto al convento benedictino de Cardeña (Burgos) como hacia la espada Colada del Cid que custodian, y a la que llama «cruz». En prueba de cortesía, en la misiva, tiene a bien condonar la quitanza de 3000 maravedíes que les había solicitado para sustentar las guerras. En dicha misiva leemos:

Don Alfonso, etc. Al Abad de San Pedro de Cardeña, salud y gracia. Sepades que por la gran devoción que habemos con la cruz del Cid, la cual llevamos la otra vez cuando fuimos junto a Gibraltar, tenemos por bien enviar por ella para llevarla con nosotros en esta ida que imos a Portugal, y enviamos allá para que nos la traigan a Alvaro Rois e Juan García, nuestros ballesteros, e vos, que enviedes dos monges con ellos.

En las sepulturas de Isabel la Católica y de doña Ximena, esposa del Cid Campeador —cuando estuvo enterrada en el monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos)—, aparece un pequeño perrito de aguas blanco labrado o esculpido a los pies, a objeto de manifestar la fidelidad y la conexión trascendental con el más allá y lo eterno.

El morisco Julián del Rey, quien tomó este nombre cuando se hizo converso, al ser apadrinado por Fernando el Católico (1452-1516), es el armero que fraguó unas famosas espadas conocidas como de (o del) «perrillo». Estos afamados aceros recibieron tan peculiar nombre porque en la canal de la hoja aparece grabado un pequeño perro. Fabricadas en Toledo y Zaragoza, eran unas espadas anchas y cortas. Tal fue la fama y renombre de aquellos aceros que su eco llegó hasta después de los tiempos de Miguel de Cervantes (1547-1616), quien las cita en la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo (Madrid, 1613).

El perro ha estado unido al soldado español, al guerrero, desde tiempo inmemorial, siguiéndole fielmente en sus campañas, lides, marchas, tanto de día como de noche; acompañándole y arropándole en vida y en muerte.


El teniente Gustavo Gómez Spencer (Campaña de Melilla, 1909)

El perro de aguas fue una raza militar agregada al cuartel por excelencia, desde tiempos remotos. En llaves de pistolas, escopetas y arcabuces aparecerá, con frecuencia, la esfinge o la silueta inconfundible del perro de aguas medio esquilado. ¿Nos ha de extrañar esto?

En el Museo del Romanticismo (Madrid) se puede ver un par de pistolas de la fábrica Ignacio Orbea (Eibar, 1850), acero tallado y madera, en donde el pistón es un perro con medio trasero pelado, aunque algunos lo confunden con un delfín. También en el actual Museo del Ejército hay una colección de llaves o martillos donde aparece el perro de aguas, con su inconfundible esquilado, de medio cuerpo.

Otrosí que afirma la importancia del perro en la milicia es que al martillo o llave que cae sobre el pistón e inflama la pólvora para provocar el disparo, denominamos «perrillo» o «can»; y a la acción de poner en el disparador la llave del arma de fuego, llamamos «calar el can». También, a unas pistolas de bolsillo, en el siglo XIX, se las conocerá como «cachorrillos».


Detalle de la escopeta de dos cañones transformada a percusión. Museo del Ejército en Toledo (n.º inventario 36249.46 & 36249.47) Guisasola. Eibar. 1841

La Dirección General de Infantería, mediante la circular n.º 83 del año 1867, en cumplimento de un real decreto de ese mismo año, ordenará que, en la espada de los jefes y oficiales, la cruz de la empuñadura termine en una cabeza de perro. En esas espadas vislumbramos el inconfundible perfil, nariz y orejas colgantes del perro de aguas.

Nunca España ultrajada fue en vano,

que doquier las ofensas vengó;

si la espada tomó con su mano,

la victoria su sien coronó24.

El licenciado Sebastián de Covarrubias y Orozco (1539-1613) mantenía que la palabra «perro» vendría del griego Pyr (‘fuego’), y que dicha palabra hace referencia al carácter seco de sus cuerpos que los obliga, cuando quieren dormir o tumbarse, a girar sobre sí mismos para poder doblarse. Esta explicación es, a todas luces, insuficiente y no fundada.

Sin embargo, a mi parecer, el vocablo «perro» procedería de algo todo lo contrario al fuego, que es el agua. La palabra «perro» es una voz genuina y completamente española en toda su semántica y tremendamente descriptiva. Esta palabra presenta dos erres, y la ‘r’, letra líquida, también es conocida como «la letra canina», ya que su sonido imita al perro cuando gañe, gruñe, late o ladra.

Los pueblos antiguos denominaban a las cosas, animales, pueblos u otras tribus por lo que hacían, tenían o por lo que se caracterizaban y sobresalían; de suerte que «lebrel» hace referencia al can que caza liebres; «setter» o «de muestra» al que señala o indica la pieza deseada; «podenco», al que con sus pies anda sin parar; «ovejero» al que cuida ovejas; «venteador» al que tiene mucha vela, descubre la pieza alzando la nariz al viento y la sigue sin perder el rastro; «sabueso», al que procedía de Saboya; «alforjero»25, a aquel que cuida del hato y las piezas cazadas, etc.

Un criado llevaba un magnífico perro de caza atado con un grueso cordón.

—Valiente perro —exclamó un transeúnte.

—No es perro, señor —dijo el criado

—Bueno, mejor todavía, excelente perra —repuso el otro.

—No es perra, señor —contestó el criado.

—¿Pues qué es entonces?

—Es perdiguero, señor —repuso el criado; y continuó su interrumpido camino.

Periódico La Alhambra (Granada), 28 de abril de 1858.

Por ende, el término «perro» tendría que significar alguna característica propia para llamarse así. Ese vocablo se usó en un principio para identificar al can más adecuado y esforzado para la caza de aves acuáticas, en especial las ánades, que usualmente llamamos patos.

En la Edad Media y en el siglo XVI, en España, se llamaba «labanco» o «parro» al pato; de suerte que el can más útil para la caza del parro, tomará el nombre de «parro» para indicar que es él, y solo él, la raza más útil para cazar a estas palmípedas aves.

Al sonido que hacen los patos o parros se le dice «parpar». Perro es, por tanto, el can parro. Con el tiempo, la ‘a’ cambió a ‘e’ (en otras ocasiones, es al revés, como vemos en los términos «perroquiano» o «perroquia» del siglo XVI, pero que ahora escribimos y pronunciamos con ‘a’ en «parroquiano» y «parroquia»).

MARCIO.- Está bien, así lo haremos, pero decidme, ¿por qué escribís siempre «e» donde muchos ponen «a»?

VALDÉS.- ¿En qué vocablos?

MARCIO.- En estos: decís rencor, por rancor; renacuajo, por ranacuajo; rebaño por rabaño.

VALDÉS.- A eso no os sabré dar otra razón sino que porque así me suenan mejor, y he mirado que así escriben en Castilla los que se precian de escribir bien.

Diálogos de la lengua.

En sus Diálogos de la lengua, el conquense Juan de Valdés (¿1499?-1542) expresa que prefiere escribir antes el vocablo «can» que la palabra «perro», ya que considera que también es una palabra de origen español y que aparece en refranes muy antiguos.

CORIOLANO.- Sé que can no es vocablo español.

VALDÉS.- Sí es, porque un refrán dice: «El can congosto a su dueño vuelve el rostro»; y otro: «Quién bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can».

Diálogos de la lengua.

Una de las formas antiguas, que tenemos de llamar al perro en España es «Ca» o «Ka», voz que se ha mantenido en el mallorquín, donde al perro de aguas o de lanas dicen «ca d’aigo». Asimismo, en el Diccionario gallego el más completo en términos y acepciones de todo lo publicado hasta el día con las voces antiguas que figuran en códices, escrituras y documentos antiguos, términos familiares y vulgares y su pronunciación (Barcelona, 1876) escrito por Juan Cuveiro Piñol (1821-1906) figura que «Cas» (en La Coruña) y «Cans» (en Pontevedra) significa «perros», y que antiguamente se usaba para la idea de «casa».

En uno de los sermones que sobre los evangelios de la Cuaresma hizo Fray Christoval de Avendaño (1569-¿1628?), de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, hacia el año de 1620, en la Villa y Corte de Madrid, dijo lo siguiente:

Sale un hombre a caza en un cuartago con una escopeta en el arzón, vale siguiendo un perro; impertinencia fuera preguntar de qué es cazador este hombre: hermano, mirad al perro que le sigue, que por ahí lo sacaréis: es galgo cazador de liebres; es podenco cazador de perdices; es perro lanudo cazador de labancos: sucede que se está el labanco refocilando en las aguas; llega el cazador con silencio, dispara, apenas dispara, cuando arremetió el perro lanudo que venía detrás, y sacó el labanco en la boca. Que de pecadores olvidados de este, Memento, homo quia pulvis es, cuando se prometían larga vida, gozar de la ocasión, cuando más olvidados de la cuenta, las manos en la masa de los placeres, cuando menos pensaba despacha Dios a la muerte que camine por la posta, y el perrazo del infierno en su seguimiento, flechole la muerte, apenas le hubo flechado, cuando aquel sabueso del infierno que iba en su seguimiento le tragó. Esto pues nos advierte la iglesia, Memento, homo quia pulvis es. Hombre, acuérdate que eres mortal, que te flecharon en Adán, que va subiendo el veneno al corazón, no seas tan desagradecido, que venga para ti la muerte vestida de amarillo a flecharte de improviso, guárdate no te trague el infierno.

En suma, con la palabra «perro», que aparece escrita por primera vez en el siglo XV, se referían al parro o perro (de aguas) y no a la totalidad de razas caninas, aunque luego ese término se generalizó para designarlas a todas ellas. Esto ya lo sabían o intuían los españoles cultos, como el ilustrado D. Ángel Fernández de los Ríos (1821-1880), que no dudará en escribir en la obra Bernardo y León26:

Cuando se habla en general de un perro, sin designar especialmente su especie, se sobrentiende que se trata de uno de aguas; de la propia suerte que cuando se designa a un soldado del imperio, se fija ya sin más la mente en un granadero de la antigua guardia, con su largo capote y echada la gorra para adelante.


Etiqueta de botes de pimientos dulces (1901)

En el Seminario Pintoresco Español del año 1836, en un artículo anónimo titulado «Los perros», se demuestra que para el español de entonces (y de antes), el perro por antonomasia era el perro de aguas:

En uno de aquellos días lluviosos del mes de marzo, que sirven para hacer vegetar las plantas y envejecer a los hombres, hallábame en aquel estado de fastidio que proporciona la falta de ocupación y movimiento. Yo soy viejo, no tengo buen humor; soy sobrio, no tengo apetito; soy celibato, no tengo familia; soy pobre, no tengo amigos; vivo en una buhardilla, no tengo ventana; con que por todas estas razones no podía engañar el tiempo cantando, riñendo, fumando, comiendo o asomándome al balcón. Los libros eran pues mi único recurso, pero mi biblioteca es algo exigua y añeja, y apenas podía sacarme del apuro. Sin embargo, tomé primero un libro de poesías, pero muy luego lo arrojé diciendo: «¿Esto qué prueba? Que los hombres engañan a las mujeres». Cogí luego una novela, y a las pocas hojas la solté diciendo: «Las mujeres engañan a los hombres». Me quedaba un libro de historia, pero este acabó de indisponerme haciéndome conocer que «los hombres se engañan unos a otros».


En aquel momento mi perro de aguas, único compañero de mis meditaciones, asomó por la puerta su cara respetable de gastador veterano; mi imaginación herida por su noble continente se fijó de pronto en las cualidades de aquel cuadrúpedo, y conducido a reflexiones filosóficas abandoné con facilidad a los hombres y sus libros para echarme decididamente a perros (...)

(...) Siempre que se hable del perro en general, se representa en la imaginación el perro de aguas. Este perro inteligente, diestro, que hace el ejercicio27, que se arroja al agua a buscar el bastón de su amo, a quien el domingo se peina antes que a los niños; el perro de aguas, dotado de bastante paciencia para prestarse gustoso a los juegos crueles y tiránicos de los bulliciosos herederos de su amo; este perro, que a pesar de su aspecto nada seductor, de sus modales un tanto groseros, y tal vez de su condición que le destierra de los salones y lo reduce a la mansión del artesano, encuentra el medio de hacerse aristócrata, y ufano con la chaqueta azul de su amo, ladra a las chaquetas pardas, muerde a los aguadores y persigue de lejos a los traperos28.

Acabo de hablar de los perros que hacen el ejercicio. Pero acá para entre nosotros no hay cosa que más me enfade que los animales sapientes. A mí me gusta que cada uno haga su oficio, y tanto me incomoda ver a un perro echar armas al hombro, como ver a un hombre mordiendo como un perro. A propósito de perro de aguas, no puedo dejar de citar un rasgo que le hace mucho honor al mío, y del que me envanezco algún tanto. Hará como tres años, hacia el fin del otoño, me paseaba una tarde a las orillas del Pisuerga, apresurando algún poco el paso para disimular el efecto del frío, cuando observé que en la misma orilla se veía un grupo de gentes que miraban con atención al agua. A mi llegada distinguí un pobre perro de aguas, ijadeando y esforzándose en vano por trepar a tierra, que por aquel sitio tenía algunos pies de elevación, mas desfallecido de cansancio, desaparecía por momentos en el agua.

Distinguíase entre los circundantes uno que por su palidez, por la ansiedad con que sus miradas seguían los movimientos del perro, por su respiración difícil y por su trémula voz que llamaba a Muley, hube de conocer por el dueño del perro. No pude contenerme, me desnudé, me arrojé al agua helada, y conduje a Muley a la ribera. El dueño antes de darme las gracias abrazó a su perro; después hallando muy natural el que por Muley me hubiese expuesto, y como pesaroso de que le hubiese privado del placer de este sacrificio, exclamó: «¡Ah, caballero, cuán dichoso sois en saber nadar!». Entonces observando las caricias que el perro me hacía, añadió. «Es agradecido y nunca olvidara vuestro favor; quiero que sea vuestro, pues que podéis defenderle, y yo no». Esto dicho abrazó a su perro, y me lo dejó; y desde entonces Muley entró en mi servicio.

En el poeta medieval Juan de Mena (1411-1456) encontramos, por primera vez escrita, la palabra «perro» en lengua romance. En una de sus poesías más famosas, refriéndose a las señales de la fortuna, escribe:

Cá he visto, dice, señor, nuevos yerros

la noche pasada hacer los planetas

con crines tendidos, arder los cometas,

dar nueva lumbre las armas y hierros:

ladrar sin herida los canes y perros,

triste presagio hacer de peleas,

las aves nocturnas, y las funéreas

por las alturas collados y cerros.


Es una redundancia escribir «los canes y perros». No tiene ningún sentido. Es absurdo decir que ladran los perros y los perros. El poeta Mena se estaría refiriendo a una raza canina distinta y bien diferenciada que no puede ser sino la del perro de agua(s); los otros serían los canes de tierra seca.

En la literatura española siempre vemos que, cuando nos referimos al perro de aguas, se suele utilizar un epíteto o adjetivo descriptivo acompañando a la palabra «perro». De esta manera, en los siglos pasados, para referirse a esta singular raza o casta, se los ha denominado, por extraño que parezca de muchas maneras: perro de lanas o lanudo, perro motas; perro inglés; perro pelado; perro churro; perro barbas; perro de los gordos o gordo; perro de los grandes y de los chicos, perro sabio; perro de los ciegos o mímico; perro de la ribera; perro fino o de los finos; perro cárabo, e incluso como perro faldero29.


Al perro de aguas o de lanas no se le ha llamado «turco» como distinción de su raza en España en los siglos pasados: sí he encontrado que a algunos perros se los ha llamado Turco, incluso Sultán, pero referidos al nombre del perro, nunca a la raza; o para llamarlos («¡Psch, psch, turco!»), con objeto de producir la risa de los circundantes. Los españoles somos un pueblo humorístico, socarrón y picaresco, según tercie. Y si lo llamaban turco al perro lanudo era porque estaba completamente pelado y se quiere resaltar graciosamente la situación del lanudo esquilado. Si estaba medio pelado, con pulseritas en las patas, se le llamaba inglés o pelado a la inglesa.

El perro turco o chino era un perro negro, sin pelo, miedoso, propenso al tembleque o tembloroso, con las orejas pequeñas, tiesas y elevadas; hocico pequeño y puntiagudo; estúpido y quieto. Todo lo contrario que nuestro can lanudo; por lo que, cuando a un perro de lanas se lo trasquilaba completamente, se decía que había quedado «turco» o «pelado».

En nuestras conversaciones recurrimos a decir sarcásticamente lo contrario a lo que queremos significar o indicar, al objeto de producir la risa, con ingenio picarón.

Perico ligero es un animal, el más torpe que se puede ver en el mundo, y tan pesadísimo y tan espacioso en su movimiento, que para andar el espacio que tomarán cincuenta pasos, ha menester un día entero. Los primeros cristianos que este animal vieron, acordándose que en España suele llamarse al negro Juan Blanco porque se entienda al revés, así como toparon este animal le pusieron el nombre al revés de su ser, pues siendo espaciosísimo le llamaron ligero.

Sumario de la Natural Historia de las Indias30 ( Toledo, 1526).

Así pues, «canes» serían, por tanto, inicialmente, las razas caninas que cazan en tierra, y «perros» los que se usan en el medio acuático. Unos especializados en cazar en terrenos secos, otros en lugares acuosos. Pero siendo todas las razas caninas la misma especie, el tiempo y el uso mezclarán la designación de perro por can y can por perro.

La España de los visigodos se extendía por ambos lados de los Pirineos. Espiritualmente, ese es el territorio que deberíamos desear tener, pero el tiempo y negros avatares de la historia han menguado tal posibilidad.

Si planteamos la hipótesis de que en otro país cercano a España, y en su lengua, el término «perro/parro» hace referencia al perro de aguas31 y no a otra raza, y que dicha raza corresponde a un can especializado en la caza patos, en la respuesta encontramos y comprobamos que Francia, país vecino, cumple esa premisa, ya que en diccionarios aparece que llaman canard tanto al pato como al perro de aguas o barbet.

CANARD, s. m. Ánade, pato: ave aquatil || También se llama canard el perro de aguas.

CANICHE, s. f. Perra de aguas.

Diccionario francés-español y español-francés, por M. Núñez de Taboada (París, 1820).

BARBET. (de barbe, á cause de son poil), espèce de chien à poils longs et frisés de couleur blanche ou noire, appartient à la race de Epagneuls; on l´appelle aussi Caniche et Chien canard.

CANICHE. nom. Vulg. du chien Barbet. V. BARBET.

Dictionnare universel des sciences, des letres et des arts (París, 1854)

Los niños y los ancianos tienen problemas para pronunciar la letra ‘r’. Cuando la intentan decir, a veces, la pronuncian como ‘l’. Al ver a un perro de aguas con sus abundantes crines, melenas y guedejas, lo señalarán diciendo «pelo, pelo», provocando la risa. De todos es conocido que el perro con más pelambrera es el de aguas. Siendo yo niño, recuerdo haber dicho y haber escuchado, sustituyendo la letra líquida y canina erre, por la líquida ele: «Los perros del Curro no me dejan dormir».

Muchas otras palabras, en el siglo XV o XVI se escribían con la ‘l’ y ahora las pronunciamos y escribimos con la ‘r’, como almario/armario, arbañil/albañil, albanar/arbañal, etcétera. Esta alternancia de ele a erre la vemos, incluso, en el portugués actual en relación al español, en vocablos tales como «prata» (plata), «praça» (plaza), «praçer» (placer), etc.; o en el vascuence en relación al castellano: Araba, por Álava.

Se sabe que el perro de aguas es una de las razas más propensas a pegar insectos molestos, difíciles de quitar, que se enredan, caso de garrapatas adultas, preferentemente en sus pezuñas y en las orejas. No puede ser casual que la palabra «caparra» sea sinónimo de garrapata. El perro de aguas, en tiempos remotos, bien pudo ser llamado «caparra» por la gran cantidad de insectos en sus lanas. El vocablo «caparra» sería, por tanto, usado para llamar o designar al perro que siempre portaba garrapatas o molestas pulgas. El candidato primero para acaparar toda clase de insectos en sus vedijas y vedejas solo puede ser el perro de aguas o canis villosus.

Castigar vieja y espulgar pellón32 dos devaneos son.

Refrán antiguo

Por otro lado, se sabe que la pronunciación de «ca» era una de las formas antiguas que existió en la península ibérica para referirse o denominar al perro. Con el nombre de Cáparra también se conoció una famosa ciudad vetónica, en Extremadura. En suma, «ca» (perro) + «parro» (pato), es lo mismo que chien canard, como llamaban los franceses al perro de aguas o barbet.

Al hacer este trabajo sobre el perro de aguas (en su vertiente militar), me he encontrado más de una vez al perro de aguas moviendo las ruedas de asadores y hornos. Es curioso que en esos lugares se dé la palabra «parrilla». También me he encontrado que los aldeanos antiguos, escasos de recursos, tenían miedo a que lobos, zorros, perros o personas ajenas y forasteras se comieran o robaran de noche las uvas de las viñas cerradas o parrales, en especial las que se encontraban a la vera del camino. Con bastante probabilidad, el perro que cuidara por la noche, en la antigüedad medieval, fuera el menos goloso y gran celador: el perro lanudo; y en esta labor debió de dar origen, por estar siempre presente por su excelente servicio, a los términos «parra», «parral» y «parriza». De día estaría atado por una cuerda asida al cuello y a una cepa vieja o a un tronco de madera en el otro extremo, que le servía como travesaño entorpecedor para andar; y de noche sería suelto para guardar las uvas de la parra.

En España, se dice que una persona lo pasa mal cuando termina en medio del arroyo. Y precisamente en esas correntezas y en sus riberas era usual encontrar a los llamados perros albanarriegos, que se acercaban no solo a calmar su sed, sino para alimentarse de patos, cangrejos u otras aves. También aprovechaba para zambullirse y quitarse las molestas pulgas y otros insectos adheridos a sus lanas y vedijas.

En el año de 1625, en Madrid, la viuda de Alonso Martín imprimió, a costa del mercader de libros Alfonso Pérez, la obra intitulada Tardes entretenidas, del escritor Alonso del Castillo Solórzano (1584-¿1648?), que contiene seis novelas cortas para su lectura en seis tardes. En la tarde quinta, que corresponde a la novela El culto graduado, leemos:

En la tercera y última tarjeta había pintados perros, el uno chino y el otro lanudo, de estos que llaman de aguas, estaban con postura de acometerse el uno al otro, sobre el perro chino estaban unas letras que decían Facile, y sobre el lanudo otras que decían Difficile, y la letra castellana:

Lo liso se está espulgado

mas entre lanas la pulga

difícilmente se espulga.

Las abundantes guedejas crechudas del perro lanudo son una muralla infranqueable contra los molestos mosquitos que revolotean sobre aguas estancadas o corrientes. Esta natural protección por el pelo los defiende de cualquier escabechina por picotazos. Cosa distinta a lo que ocurre con los perros chinos o turcos, que carecen de lana o de pelo y ofrecen, a cuerpo gentil, su cuero liso y desnudo.

ALBAÑAR33. s. m. El desaguadero, canal o conducto que hay en las casas, ciudades y pueblos para expeler y limpiar las inmundicias. Algunos escriben y pronuncian esta voz con l en lugar de la r, diciendo albañal; pero su más común pronunciación es con ella. Covarrubias se inclina a que viene del latino Alveus. El padre Alcalá y Tamarid dicen que Arábiga; pero no le dan origen, ni correspondencia. Lat. Cloaca. Bobad. Polit. Tomo 2. Libro 3. Capítulo 6. Las cosas que causan mal olor, de que suele proceder corrupción y peste, procure quitarlas, como es que los albañares particulares y públicos estén limpios y reparados.

Diccionario de la lengua castellana (Madrid, 1726).

En la Historia de la prostitución en todos los pueblos del mundo: desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, escrita por Pedro Dufour, seudónimo de Paul Lacroix (1806-1884), se confirma que en Francia, al igual que en España, acabar en el arroyo es un mal signo, tanto para los hombres como para los perros:

El abrevadero Macon (Abrevoir) era en el siglo XIV un grupo de edificios que rodeaban una callejuela inmunda que descendía al río cerca del puente de San Miguel, a la vuelta de la calle de la Huchette.

Este abrevadero, que los títulos de 1272 llaman Aquatorium Matisconensis y Adaquatorium comitis Matisconensis, tomaba su nombre de la vecindad del palacio de los condes de Mâcon, situado en la calle que lleva aún su nombre. Este mal paraje que ha llegado a nuestros días tenía entonces una triste celebridad y los libertinos le hacían honor con impuras analogías de su nombre, que se obstinaban en pronunciar de un modo deshonesto. A causa de este grosero equívoco hubo de cambiarse el nombre de Abrevadero Maconense con el de Abrevadero del Cagnart, bien por que servía de albergue nocturno a los cagnardiers, merodeadores de río, o más bien porque los habitantes ribereños criaban allí patos. De todos modos, había en este sitio muchos cagnardiers, vagamundos peligrosos que se llamaban así, según Pasquier, por su género de vida, pues a semejanza de los patos tenían su casa al agua. Borel al contrario, pretende que cagnardier se deriva de canis significando gente que vive como los perros.


«Valentín García Barrios (1839-1916), obispo de Palencia.