Buch lesen: «Eterno amanecer», Seite 2

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Me dirigí a mi cuarto, subí despacio para no hacer ningún ruido que despertara a mis padres. Entré a mi cuarto y encendí la luz. Miré a través de la ventana la silenciosa noche, se veía bastante apacible. Las luces se veían opacas bajo la neblina que cubría la ciudad con su blanco manto. Miré sus calles desiertas. Verdaderamente terrorífico. Bajé las cortinas y procedí a acostarme. A pesar de que había dormido toda la tarde, aún tenía sueño. Ya eran cerca de las doce de la noche.

Apagué la luz y cerré los ojos, concentrándome en dormir, pero no fue así. Mi mente se cubrió de dudas e incertidumbre. Esta vez no era sobre el extraño sueño de la noche anterior, sino sobre Nathaly. ¿Por qué estaba comportándose de esa manera? ¿Qué ocultaba? ¿Acaso me había mentido con lo de su mamá para no verme? ¿Por qué no contestaba el teléfono? ¿A qué se refería Daniel con lo de los dos meses? ¿Acaso algún tipo de apuesta? Pero ¿sobre qué?

Mil interrogantes aparecieron, desgarrando el alma; como filosas garras de un tigre sobre la sensible piel de su presa. Tenía que hablar con ella, tenía que darme muchas explicaciones. Solo ella tenía las respuestas a todas las interrogantes que había. No podía conciliar el sueño. Solo daba vueltas en la cama, de un lado a otro. Todo indicaba que iba a ser una larga noche, pero una dulce voz en mi inconsciencia me arrullaba, relajando cada pequeño musculo de mi cuerpo. No me pregunté qué pasaba o qué era esa voz; solo me dejé llevar por la dulce melodía de cuna en mi inconsciencia. Mañana tendré mucho tiempo para pensar, así que accedí y me quedé profundamente dormido.

Durante el resto de la noche no desperté, sino hasta el amanecer. A diferencia del día anterior, desperté temprano, a las siete de la mañana, y bastante relajado. No hubo pesadilla alguna o rastro del sueño de la otra noche. Me levanté de la cama y fui a encender el calentador del baño. Un regaderazo me caería muy bien. Mientras se calentaba el agua, me puse a hacer un poco de ejercicio. Había descuidado la rutina ya varias semanas y me hacía falta ejercitar los músculos. No quería perder lo ganado, ya que me había costado muchísimo.

Terminé de realizar las cinco rutinas de quince repeticiones cada una, busqué mi ropa y me dirigí a la regadera. Solo por curiosidad, me detuve frente al espejo para ver si mi piel o mis ojos estaban como la imagen que se había reflejado la mañana anterior. Pero no, mi piel seguía como siempre. Tal vez Fabián tenía razón, ya pronto cumpliría los dieciocho años; algunos cambios tendrían que ocurrir. Así que ya no le di mucha importancia a lo ocurrido y entré a la regadera.

Sentir el agua sobre mi piel me provocó una extraña sensación. Acaricié mi pecho con la yema de mis dedos y sentí como si una descarga de corriente eléctrica recorriera todo mi cuerpo. Un extraño deseo invadió mi ser, como si todo estuviese conectado en una misma sintonía, despertando algo más que mi curiosidad. Una sonrisa de oreja a oreja cubrió mi rostro. Sabía que todo esto era normal, pero creo que a los dieciocho iba a ser peor. Ese cambio llegó bastante inesperado. Solté una carcajada.

Salí del baño, me vestí con la ropa que había sacado del closet —un pants y una playera sport— y mis tenis viejos. Me habían gustado tanto que, a pesar de que ya estaban agujerados, había decidido no tirarlos aún. Salí de mi cuarto, bajé las escaleras y me dirigí a la cocina donde mi madre preparaba el desayuno.

—Buenos días. ¿Qué desayunaremos hoy? —pregunté.

—Huevos revueltos —dijo mamá.

Puse cara de desaprobación, ya que no se me apetecían los huevos; pero no dije nada.

Tomé la caja de cereal y serví un poco. Luego vacié un poco de leche, corté un poco de fruta y me dirigí a la sala para ver la televisión. Estaba por terminar el noticiero y se escuchó la última noticia:

—Asesinan a tigres en el African Safari de Tecamalucan, Puebla. Esta mañana los cuidadores encontraron tres tigres muertos en sus jaulas. El reportaje con nuestro corresponsal Juan Carlos. Adelante, Juan.

―Así es, amigos del auditorio. Esta mañana fueron encontrados tres tigres blancos muertos dentro de sus jaulas. Los cuidadores no se explican tal suceso. Y es que, quienes cometieron semejante atrocidad deben estar completamente locos, ya que los animales presentan dos pequeños orificios en el cuello y prácticamente ni una sola gota de sangre. Las autoridades sospechan que esta atrocidad fue cometida por algún tipo de secta con motivo de algún ritual. Pero lo más sospechoso es que ninguno de los cuidadores se dio cuenta y no se encontró ninguna huella del culpable. Reportando desde Tecamalucan, Puebla, para FC Noticias.

—¡Vaya que el mundo está cada vez más loco! ¿Quién podría ser capaz de cometer semejante atrocidad? —pensé en voz alta, lo suficiente como para que mamá me escuchara.

—Alguien sin oficio y sin nada mejor qué hacer —dijo mamá—. Hay mucha gente así, hijo. Hoy en día hay que tener cuidado hasta de la gente con la que convives.

—¿Y papá no piensa bajar?

—Tu padre fue al pueblo por unas cosas que le faltan para la protección de las ventanas.

—¿Tan temprano que no me pudo esperar? Yo le hubiese acompañado —dije algo indignado.

Cuando él estaba aquí, trataba de pasar el mayor tiempo posible con él. Además, ya pronto regresaría a trabajar y lo vería solo cada quince días.

—Ya lo conoces. Además, en la tarde saldrá de caza con su amigo Carlos así que debe apurarse si quiere terminar hoy.

—¡Oye, mamá! Cambiando de tema, ¿qué sabes de los extranjeros que llegaron ayer al pueblo?

— ¿Cuáles? No me he enterado, hijo. ¿Quién te dijo eso?

—El chavo de los discos. Ayer cuando acompañé a papá por el material para la reparación del garaje, pasé por la tienda y me dijo habían llegado cinco personas al pueblo. Dice que llegaron en la madrugada. Pero lo que me sorprendió fue que se están quedando en la cabaña abandonada cerca del bosque. ¡Qué extraño! ¿No crees?

—Pues sí, pero son turistas. A lo mejor de esos aventureros a los que les gustan las aventuras extremas o algo así.

—Tienes razón. Para qué preocuparse. Mejor desayunemos; ya tengo hambre.

La mañana transcurrió rápidamente. Papá regresó, y después de desayunar, le ayudé a colocar las protecciones en las ventanas. Yo había hecho planes para esta tarde, así que me quedaría en casa con mamá, mientras papá iba de cacería con su amigo.

Durante toda la tarde me la pasé acostado en el sofá, frente al televisor, viendo películas. Bueno, a medias, porque me quedé profundamente dormido. Cuando desperté, mamá preparaba la cena y papá ya se había ido de cacería. Fabián no había llamado, seguro había salido con su familia a algún lado.

Subí a mi cuarto y, sobre la cama estaba mi uniforme ya planchado, listo para ir al colegio la mañana siguiente. Aunque no podía decir los mismo de mi mochila; todos los libros, cuadernos y lapiceros estaban regados sobre el sofá, y la mochila debía estar tirada por algún rincón de la habitación.

II
YA NO TE AMO

La noche transcurrió pacíficamente. El sueño que me había atormentado dos noches atrás y me había hecho pasar un terrible fin de semana, esta vez no apareció. Como si nunca hubiera pasado. Dormí profundamente durante toda la noche, sin despertar un momento, y hubiese seguido así, si no fuera porque sonó el despertador, el cual había programado media hora antes de lo habitual. Tenía que llegar temprano a la escuela, ya que planeaba hablar con Nathaly antes de que iniciara la primera clase.

No la había visto desde el viernes, cuando la llevé a su casa después de clases. Durante el camino planeamos el festejo de nuestros dos primeros meses de novios. Estaba realmente emocionado. Ya hacía dos meses que Nathaly era mi novia; no lo podía creer. Además, desde que comenzamos nuestro noviazgo, siempre pasábamos juntos los sábados por la tarde, o en ocasiones me acompañaba los domingos a practicar rapel o andar en bicicleta. Excepto este último. Habíamos planeado ir al cine, estaba en cartelera una película de comedia romántica. Pero, por alguna extraña razón, cambió los planes, y no era porque su mamá estuviera enferma, como ella me había dicho. Había otra razón por la cual no quiso verme, por la que tampoco respondía a mis mensajes ni a las llamadas, y cuando fui a buscarla a su casa, casualmente había salido con sus amigas, o simplemente no me quiso recibir.

Algo extraño estaba pasando y tenía que averiguar cuál era el misterio que se traían Nathaly y Daniel. Así que hoy llegaría más temprano que de costumbre a la escuela para hablar con ella. Me levanté de la cama medio dormido. No tenía muchas ganas de levantarme, y mucho menos llegar a la primera clase con el señor Stanley. Sus clases eran de lo más aburridas. Los lunes le correspondían dos horas, y a las siete de la mañana; así que quedarse dormido era fácil, con tan solo escuchar: “Buenos días, chicos, ¿cómo están? ¿Qué tal su fin de semana?”.

Pero había cosas qué averiguar, así que hice caso omiso a mi flojera. Miré a través de la ventana. Apenas comenzaba a amanecer, entre oscuro y claro; la neblina parecía densa, las personas que tenían negocios en el mercado comenzaban a transitar por las calles muy bien abrigados, era una mañana bastante fría.

Procedí a encender el calentador del baño. Mientras el agua se calentaba busqué mi uniforme y lo coloqué sobre la cama. Ordené mis libros de las clases de hoy, y los guardé en la mochila. Luego procedí a bañarme.

Salí de casa a un cuarto para las seis. Solía desayunar antes irme a la escuela. Mi madre siempre me preparaba algo ligero para que no me fuera con el estómago vacío, aunque en esta ocasión aún no se levantaba.

Como era demasiado temprano, el único autobús que pasa por la escuela aun no comenzaba su rutina, así que me fui caminando. La escuela estaba a media hora de mi casa. durante todo el camino pensé una y otra vez en lo sucedido este fin de semana. ¿Qué escondía Nathaly?

Todo estaba muy raro y empezó justo el día que cumplimos dos meses.

¿Estaría esto relacionado con lo que había comentado Daniel el sábado en el restaurant? ¿Algún tipo de apuesta sobre mí? No, eso era absurdo. ¡Qué ideas las mías!

Así que deseché esa idea y seguí buscando otra explicación. Nathaly no era capaz de hacerme eso, de jugar conmigo y solo por una apuesta. Cientos de pensamientos se reunieron en mi mente, manteniéndola ocupada todo el camino, y cuando me di cuenta, ya estaba en la escuela. El camino me pareció bastante corto. La puerta de entrada estaba cerrada. Miré mi reloj: seis y veinte minutos de la mañana. Aún faltaba media hora para que el resto de los estudiantes comenzaran a llegar. Miré a través de las rejas de la valla que rodeaba la escuela, no vi a nadie. Todo estaba en completo silencio. Los colores pastel que cubrían las paredes de los edificios les daban un aspecto opaco, sin vida. La densa neblina y las grandes plantas de bambú a un costado completaban el aspecto de opaco a terrorífico; más que una escuela, parecía una construcción abandonada del siglo pasado. Contemplaba el interior de las instalaciones cuando escuché una voz aguda detrás de mí:

—¿Por qué tan temprano, joven? ¿Se cayó de la cama? —preguntó la voz, acompañada de una pequeña risa sin ganas, como fingida.

Al escucharla, pegué un salto por la impresión.

—Disculpa, no quise asustarte.

Era el señor Contreras, encargado de la limpieza de la escuela. Él siempre llegaba desde las seis de la mañana para poder limpiar todas las aulas antes del inicio de clases.

—¡No se preocupe! Estaba un poco distraído.

— ¿Y qué te trae tan temprano por acá?

—Acordé con un amigo llegar temprano para hacer una tarea.

—Mmmm —musitó un poco—. O-key. Pues pásale y ve a tu salón. No querrás congelarte con este frío. Ya falta poco para que comience a llegar el resto de tus compañeros y me faltan algunos salones por limpiar.

—O-key, yo me voy a mi salón a esperar a mi amigo.

—Adelante, y no falte a sus clases por ir detrás de una falda. No es bueno.

—Por supuesto, tendré en cuenta su consejo. Gracias y buena suerte con la limpieza.

Volvió a soltar una risa un poco floja, como si lo hiciera solo por cortesía, y se dirigió a continuar con sus labores. Hasta donde yo sabía, no tenía familia. Vivía solo en una pequeña casa de madera, a unos cuantos minutos de la escuela. Tal vez por eso nunca lo veías sonreír. La soledad se había extendido a tal grado de no juntarse con nadie: siempre estaba solo, con sus pensamientos.

Me dirigí a mi salón, que estaba ubicado en el segundo edificio. Planta alta, justo a un lado de las escaleras, a mano izquierda; y justo frente al campo de futbol. Imaginé que aún estaba cerrado. Así que no tenía caso subir, si no iba poder entrar. Crucé el edificio y, en el campo, estaban ubicadas unas bancas; así que decidí sentarme ahí a esperar a que llegara Nathaly.

Coloqué la mochila en uno de mis costados, subí las piernas, flexionando las rodillas, y cruce los brazos. La espera se hacía eterna, como si el reloj marcara los minutos en lugar de los segundos. Observaba un nido de pequeños pajarillos en una de las ramas, muy bien acurrucados por el frío. Los pequeños, recién nacidos, muy bien abrigados por la madre, apenas y se veían. Me recordó aquel momento cuando me convertí en el novio de Nathaly, siempre protegiéndola. Además, precisamente en este lugar pasaba horas platicando con ella, y habían ocurrido algunos sucesos espectaculares; cuando me dio el sí o nuestro primer beso. Jamás olvidaré esos momentos; sobre todo el primero. No sabía qué decir; fue algo…

Sonó mi celular y era Fabián.

—¿Hiciste la tarea? —preguntó.

—¿Cuál tarea?

—¿Cómo que cuál tarea? La de mate.

— ¿Había tarea de mate? —respondí sorprendido.

—¿No recuerdas la docena de ecuaciones que dejó el profe para hoy? No me digas que no la hiciste.

—Pues no, no las hice. Se me olvidó.

—No me digas eso. Contaba con que tú las habías hecho.

—Pues no, pero intentaré resolverlas.

—O-key. Te veo en un rato.

Fabián era de los que rara vez hacia la tarea. Siempre pedía la copia. No se preocupaba tanto, así que esta tarea debe ser importante porque…

—¡Es un punto extra para el examen final! —grité exaltado; y conociendo los exámenes del profe, era mejor entregar la tarea e ir acumulando puntos.

Eso era un punto clave para pasar la materia, o al menos era de gran ayuda. Saqué mi libro de matemáticas y el cuaderno de apuntes, me senté sobre una de las rocas y usé la banca como mesa para estar más cómodo; abrí el cuaderno y ubiqué la tarea.

¡Vaya sorpresa! Eran doce ecuaciones integrales. No me parecían muy complicadas, pero sí eran algo laboriosas. Resolverlas me llevaría algo de tiempo, y aunque faltaban algunos minutos para que comenzaran las clases, no el suficiente para resolver todas. Así que traté de concentrarme y buscar en el libro algún ejemplo que me guiara en la resolución.

Estaba realmente concentrado en la tarea, cuando una ráfaga de viento comenzó a soplar, sacudiendo las ramas de los árboles, dejando caer el sereno que deja la fuerte neblina de esa mañana. Decidí entrar al edificio y sentarme en las escaleras mientras abrían el aula. Entonces algo me cayó sobre el rostro. Inmediatamente solté el libro y dirigí mi mano hacia mi cara para limpiar lo que me había caído. Cuando miré mi mano, me di cuenta de que era espeso, de color rojo intenso, como pintura; pero no lo era, más bien era como…

—Sangre —dije en voz alta.

Me levanté de un salto y busqué en mi mochila algún trozo de papel o clínex para limpiarme. Cuando iba abrirla, me di cuenta de que la mochila también estaba salpicada con pequeñas gotas de color rojo, al igual que mi cuaderno. Pero no solo eso, también mi uniforme. Sentí algo húmedo sobre la espalda. Rápidamente me quité la chamarra que tenía una gran mancha roja. De pronto, el miedo comenzó a apoderarse de mí.

¿De dónde me había embarrado de sangre? Si es que era sangre.

Temblando de miedo, lentamente miré hacia arriba. Solté un grito terror ahogado en mi pecho por el impacto de la imagen que vieron mis ojos. Traté de correr, pero tropecé con la maldita piedra que había utilizado como asiento. Caí de frente sobre los botes de basura. Un profundo dolor en el abdomen me hiso jadear, mi estómago se estrelló en una de las esquinas de la banca. Me arrastré hacia la pared. El dolor era intenso, como si me hubiese quebrado una de las costillas.

Levanté la camisa, no había sangre; solo un enorme moretón en uno de los costados. Levanté la mirada hacia arriba, hacia donde había visto el cadáver. Suspiré de alivio, porque al observar bien aquella cosa, me di cuenta de que no era un cadáver. Bueno, sí lo era, pero no de humano, sino de un animal. Por el tamaño parecía un lobo. Guardé las cosas en la mochila y fui en busca del señor Contreras. En el camino me encontré con Fabián. Se sorprendió cuando me vio.

—¿Qué te pasó? ¿Por qué vienes así? ¿Quién te golpeo?

Su invasión de preguntas cayó sobre mí, como un inagotable interrogatorio de policía.

—Cálmate —le dije con voz desesperada—. No pasa nada. Acompáñame a buscar al señor Contreras. Te explico en el camino.

—O-key. Vamos. Pero dime: ¿Qué te pasó?

—Bueno, hoy llegué temprano, porque necesito hablar con Nathaly. Entonces, mientras esperaba, me senté en las bancas frente al campo de futbol. Cuando tú me llamaste para lo de la tarea, ya estaba allí. Me puse a resolverla cuando algo me cayó encima. Por un instante pensé que era agua, pero luego me di cuenta de que no era agua sino sangre. Miré alrededor y no había nada. Entonces miré hacia arriba y vi algo como un cadáver, una persona muerta sobre una rama. La verdad me asusté y traté de salir corriendo, pero tropecé con una piedra, me pegué en el estómago con la esquina de la banca. En realidad no era una persona sino un animal; un lobo o algo así.

—Pero ¿qué hace un animal muerto sobre una rama?

—Pues no sé, alguien lo mató y se le ocurrió ponerlo ahí. Le diré al señor Contreras para que lo baje.

Decirle al señor Contreras era enfrentar otro interrogatorio peor que el de Fabián. No me agradaba la idea de volver a narrar lo ocurrido una vez más, pero tenía que hacerlo.

En el camino me encontré con Nathaly, pero ella me cortó la vuelta, me evadió por completo. Pensé en ir detrás y que me dijera cuál era su problema, por qué huía de mí, pero…

—Ya déjala en paz —dijo una voz a mis espaldas—. ¿No entiendes que no te quiere? ¿De qué forma debe explicártelo para que entiendas?

Volví la mirada hacia atrás y era Daniel.

—¿De qué hablas? —le dije enojado—. ¡Según tú, ¿qué me tiene que explicar?! —grité, me lancé sobre él de forma agresiva y lo sujeté del cuello de la camisa —. ¿Qué te traes con mi novia?

Fabián intervino tratando de separarnos:

—Ya suéltalo, Alex. No armes un lío por una tontería que no vale la pena.

—¡Tontería! —grité enojado, mientras liberaba a Daniel lanzándolo contra la pared―. ¡Tontería, claro! Este imbécil, desde el viernes anda echando indirectas y no habla claro. Si tienes algún problema, dímelo y déjate de estupideces.

Estaba realmente enojado, la sangre hervía de coraje en mis venas. Una gran cantidad de compañeros se había reunido a nuestro alrededor para observar.

—A poco Nathaly no te ha dicho nada —preguntó con una sonrisa.

—¿Decirme qué? ¿Cuál es el misterio que traes?

Se proponía a responder cuando Nathaly llegó corriendo.

—Cállate, Daniel. Este es un asunto entre Alex y yo, no te metas.

—¿Que no me meta? También es asunto mío, un trato es un trato, ¿ o ¿qué? ¿Te echas para atrás?

— ¿De qué rayos habla este imbécil? ¿Qué trato? —pregunté confundido.

—¿Le dices tú o le digo yo? —dijo Daniel.

—¿Decirme qué Nathaly? Habla por favor. Sea lo que sea, ¡dilo!

—Sí te lo diré, pero después de clases.

—No, Nathaly. Lo que sea, dilo ahora.

—Estoy de acuerdo —dijo Daniel.

—Tú, cállate —gritó Nathaly, enojada.

—¿Qué está pasando aquí? —dijo una voz entre los espectadores reunidos, los cuales rápidamente se alejaron, dando paso a una persona en especial, el perfecto Brisares.

Todos en la escuela le temían a Brisares por tener un carácter fuerte y cruel, además de los terribles castigos tipo militar.

—Pregunté: ¿Qué pasa aquí?

—No pasa nada, solo un desacuerdo —respondí.

—Si eso es un desacuerdo… —alardeó Daniel.

—Bueno, pues arreglen sus desacuerdos en otro momento y en otro lugar. No quiero alborotos. Todos a su salón.

A la voz de “Ya”, todos salieron rápidamente a sus respectivas aulas. Tomé a Nathaly del antebrazo y nos dirigimos a un lado de los baños.

—Bueno, ¿ahora me puedes decir cuál es el misterio que traes con Daniel?

Ella cruzó los brazos e hizo un gesto de desaprobación.

—Ahora no, Alex, por favor —dijo casi con lágrimas en los ojos.

Verla así tan triste me rompió el corazón. Me acerqué a ella y acaricié su mejilla.

—¿Qué pasa, amor? —pregunté con tristeza.

—No pasa nada, Alex. Te veo a las tres en el parque del Cofre. Ahí te explico todo. Este no es el momento ni el lugar. Te veo ahí.

Se fue antes de que pudiera decir algo, pero era mejor no insistir. Por el momento, era mejor dejar las cosas así. De todos modos, ella me tenía que explicar fuera como fuera y donde fuera. Era mejor esperar.

Después de lo ocurrido durante la mañana, no me sentía muy bien. No quería entrar a clases ni ver a nadie. Lo mejor era irme a casa: estar solo me sentaría bien, así que decidí hacerlo. Me sentía pésimo y el dolor en el abdomen era cada vez más intenso. Camino a casa compré un analgésico. En la tarde iría al médico para que me revisara el golpe. No le diría nada a mis padres; no quería preocuparlos. Además, ¿qué caso tendría? Era un pequeño golpe sin importancia, aunque el moretón a un costado del abdomen demostrara lo contrario.

El analgésico comenzaba a hacer efecto, el dolor disminuía considerablemente. Durante las próximas dos horas no causaría ninguna molestia. Mis padres no se darían cuenta.

Ahora lo importante era hablar con Nathaly, pero esperaría hasta las tres, así que tenía tiempo para pensar y analizar las cosas antes.

Cuando llegué casa, un silencio profundo invadía el interior. Ni papá ni mamá estaban. Se me hizo raro, porque era muy temprano como para que no estuvieran en casa. Me dirigí a mi cuarto. Me quité el uniforme y limpié los rastros de sangre de mi rostro. Cuando me miré en el espejo, descubrí el rasguño que me había hecho con el filo del bote de basura. Una línea roja trazada desde la ceja hasta la mejilla. ¿Cómo le explicaría a mis padres cuando me vieran? Supongo que la verdad. Un suceso extraño pero verdadero. Por el momento no me preocupaba, no estaban en casa. Eché el uniforme al bote de la ropa sucia. Después baje a la cocina por algo para comer. Encontré una nota pegada en la puerta del refrigerador:

“Tu papá y yo fuimos a Xalapa por un asunto de su trabajo. Regresamos en la tarde. En el refrigerador hay comida preparada.”

Mi madre solía dejarme notas en lugar de enviar un mensaje al celular; no era muy fan de la tecnología. Me serví leche en un vaso y tomé un pan de la mesa; encendí el televisor y busqué un canal interesante, pero no había nada bueno. Así que subí a mi cuarto, encendí el estéreo y puse el disco de Muse, una excelente banda con un sonido musical único. Su fusión de distintos géneros musicales, desde progresivo, rock, electrónica hasta música clásica, es espectacular. Además, Mathew Bellamy, el vocalista, tiene una gran voz, y hace de Muse una de las mejores bandas de rock. Mi padre me regaló su última producción el Día de Reyes. También me regaló un libro sobre vampiros de la autoría de Anne Rice: Entrevista con el vampiro. Trata sobre aquellos que intentan conservar lo poco que les queda de humanidad y aceptar vivir bajo la tortura, alimentándose de animales en lugar de personas. O aquellos que aceptan de buena gana su condición y hasta se consideran dioses, mientras que los humanos son solo comida.

Este libro lo tenía desde hace cinco años, y aun no lo terminaba de leer, así que decidí continuar con su lectura. Me recosté sobre el sofá y empecé a leer. No recordaba exactamente donde me quedé, así que mejor empecé desde el principio.

Anne Rice explica en su libro que algunos vampiros no aceptan su condición o su nueva forma de vida; tener que vivir bajo las sombras y, sobre todo, rechazan tener que alimentarse de sangre humana. Evitan a toda costa el contacto humano, prefieren alimentarse de animales, ya que así tratan de conservar lo poco que les queda de humanidad; mientras que otros van más allá de aceptar esta condición. Establecen sus reglas y gobiernan como si fueran dioses.

Desde mi punto de vista era una historia demasiado fantasiosa, aunque interesante; la redacción era increíble. Aún no terminaba el segundo capítulo, cuando ya me había quedado profundamente dormido.

El tiempo pasó volando. Cuando desperté, ya eran las dos de la tarde. Me levanté de un salto del sofá, pero el movimiento me provocó un dolor en el abdomen. El analgésico que había tomado pera el dolor ya no surtía efecto alguno. Tendría que tomar otro para que el dolor no molestara.

El disco que había puesto se repitió como cuatro veces, estaba la misma canción: “I belong to you”. Me levanté algo adormecido y me dirigí al baño para lavarme la cara. El contacto del agua fría con mi piel terminó de despertarme. El rasguño en el rostro era más notable y dolía cuando hacía algún gesto. Busqué en el armario algo para ponerme; tomé lo primero que vi: unos jeans negros y una playera azul cielo. Me puse los tenis y bajé. Tomé una manzana del frutero que estaba sobre el comedor y salí a tomar el autobús. Si me iba caminando llegaría tarde y no quería que Nathaly estuviera esperando.

Estaba realmente nervioso. De una u otra forma sabía que lo que Nathaly me iba a decir no era bueno. No quería perderla, pero algo malo iba a suceder. El camino me pareció eterno, como si nunca fuese a llegar. Moría por verla, por abrazarla, besarla.

Cuando llegué, ella ya estaba esperándome sentada en una de las rocas a los pies de la montaña. Me acerqué para saludarla.

—Hola, amor. ¿Tienes rato esperándome? Discúlpame, es que me dormí y…

—Terminemos de una vez con esto, ya no aguanto. Te juro que ya no puedo más —me dijo con voz angustiada.

—¿Qué pasa? ¿Qué es lo que te tiene así?

—Alex, por favor, déjame hablar. No me interrumpas. ¿O-key?

—O-key, adelante…

Me miró y pensó un poco, buscando la forma de empezar a hablar. Se recostó sobre la roca y me miró de forma impasible.

—Alex, te mentí.

Inhalé profundamente. Era una respuesta coherente con todo lo sucedido. Me había mentido. Me causaba terror saberlo, pero debía preguntarlo:

— ¿En qué me mentiste?

—Alex, en todo. Te mentí en todo. Mi amor hacia ti nunca existió. Todo fue una farsa.

Su respuesta me confundió. Había pensado en esto por días. Imaginé muchas cosas, pero esto me dejó sin palabras. No sabía qué decir; tenía un nudo en la garganta.

— ¿Como que una farsa? ¿De qué hablas?

—Sí, fue una apuesta entre nosotros.

Le mire en un intento por comprender lo que quería decir. Me devolvió la mirada con frialdad. Con un desgarro en el pecho, entendí lo que me decía.

—Cuando dices “nosotros”… —murmuré.

—Me refiero a Daniel y sus amigos. ¿Recuerdas aquella vez que chocamos en la cafetería y me tiraste el refresco encima? Pues ese día Daniel hizo la apuesta y yo acepté.

Moví la cabeza de un lado a otro, tratando de aclararme. Me llevó un par de minutos que me regresara la voz.

—¿En qué consistía la apuesta?

Respiró profundamente y pensó un poco antes de hablar.

—Debía enamorarte y lograr que fuésemos novios por dos meses. Si lo lograba, ganaba la apuesta. El premio es lo de menos y, además, tonto, pero…

— ¿Por qué lo hiciste, Nathaly? ¿Por qué? ¡Maldita sea! Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. ¿Por qué tenías que hacerlo? ¿Por qué?

—Perdóname, Alex. Sé que fui una tonta, pero…

—Pero lo hiciste, Nathaly, lo hiciste, y no hay perdón que valga —grité furioso, mientras las palabras explotaban dentro de mí como arma nuclear.

—Perdóname, Alex, por favor. Perdóname.

— No, Nathaly. Lo que hiciste no tiene perdón. Mira que divertirte conmigo como si fuese un juguete. ¿Y sabes qué es lo peor? ¿Sabes qué es lo peor? —grité mientras golpeaba una roca con el puño.

—Alex, cálmate —dijo con miedo.

—Te creí. Me enamoré de ti como un idiota. Creí en tus palabras, en tus besos, en todo; y mira lo que gané por imbécil, que te burlaras de mí.

—No, Alex, al principio sí fue por la apuesta, pero después…

—¿Después qué? ¿Te enamoraste de mí? —pregunté con un tono burlón.

—Después todo fue real, sincero y, aunque no lo creas, sí, me enamoré de ti.

Solté una carcajada y la miré repulsivamente.

—No seas hipócrita. ¿Pretendes que te crea? ¡Anda, dime: ¿pretendes que te crea?! ―grité con rabia.

Me miró con desilusión.

—No, tienes razón. No pretendo que me creas ni tampoco tienes por qué creerme; después de todo, yo fui la que mintió.

—Exacto, tú mentiste, y no te creo nada de lo que dices sentir.

—Pues, aunque no me quieras escuchar, lo voy a decir —su voz sonó desafiante.

—¿Decirme qué? ¿Que me amas? —dije con voz más calmada.

—Sí, que te amo; y aunque no lo creas, me enamore de ti; tu forma de ser, tu cariño, tu protección me hicieron darme cuenta de que eras alguien especial. Que personas así sí existen en la vida real y no solo en las películas. Y lo único bueno de todo esto, es que pude descubrir a una persona maravillosa, descubrí al amor de mis sueños.

—Sí, pero lo dejaste ir, ¿no crees?

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