Looderish hsiredool: Interdimensional

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Golpeé el suelo y me desesperé, ensuciándome así el ropaje. Pero, después de pensarlo un poco, si había lodo, había agua, entonces, esperanzado y secándome las lágrimas, continué mi búsqueda.

Cada vez me sentía más cansado y hambriento y decidí tomar un descanso. Me hice una mini cama con lodo y me dormí. Esa noche fue fría y tuve horribles pesadillas en las que aparecía Julius quemado, se convertía en un lagarto hambriento, me decía: «Eres el descendiente del hijo perdido de Omhusk Flair» y luego me tragaba. Por eso pensé que seguía soñando cuando desperté atado a un palo con docenas de estos monstruos rodeándome.

Casi me desmayo. Grises como las nubes en un día de lluvia, con dientes largos como zancos y afilados como cuchillos, los lagartos tenían un tipo de membrana babosa en todas partes y siete grandes ojos azules brillantes, que además eran casi redondos y, aunque tenían párpados, no tenían pestañas. Uno de ellos tenía el estómago verde luminoso y pude deducir que se había comido el Vholdstrudell.

Estaban rodeándome y me miraban asombrados, o quizá tan solo hambrientos. Yo, con un dolor impresionante en mi estómago debido a las cadenas que me apretaban y me mantenían junto al poste, me retorcí desesperado, lanzando chillidos de preocupación.

Pero había algo extrañamente familiar en estos seres; aunque a veces se apoyaban en las cuatro patas y se movilizaban más rápido, tenían pantalones.

El sudor me corría por la frente, y de pronto sentí un ardor en la garganta. Era la sed, que además me provocaba tremendas náuseas y mareos y una terrible sensación de debilidad. Al verme rodeado por aquellas criaturas, y muriéndome de sed, aunque traté de mantener la calma, no lo soporté y entré en pánico. Empecé a gritar y gritar pidiendo auxilio mientras movía mi cuerpo inmovilizado, en vano.

A mi lado había otros seres rarísimos que estaban tan asustados como yo, entre ellos una oruga gigante con cuernos, un búfalo con alas y una especie de águila descolorida y con aletas.

Eran por lo menos cinco postes, sin contar el mío, y todos estaban al frente de una extraña casa parecida a un iglú de piedra, pero con ventanas de las que entraban y salían lagartos. Uno de ellos me había estado observando con cuidado desde hacía rato.

De pronto, bajaron al águila con alas y la metieron bruscamente a la casa-iglú.

Desde afuera se podían escuchar sus incesantes quejidos y lamentos, hasta que de pronto un ruido cortante se oyó y la cabeza del águila junto a un enorme chorro de sangre cayó cerca de los postes. Sentí lástima por ella, pero, sobre todo, un miedo inmenso. ¡La habían matado! Me estremecí y cerré los ojos con fuerza durante un rato. Cada vez tenía más sed.

No fue hasta después de casi una hora que el lagarto que me había estado observando habló y dijo con voz ronca:

—A este libérenlo, lo voy a interrogar. —Apuntándome con el dedo al pecho.

Claro, lagartos gigantes con ocho ojos, pantalones y que pueden hablar, lógico.

Mis brazos y piernas se estiraron cuando me desataron y me sentí mejor, aunque seguía con mucha sed.

El lagarto que había hablado me miró fijo a los ojos, y yo me llené de terror. Evité su mirada. Entonces, me cogió del brazo, untándome de su babosa membrana, y me condujo a través del lodo hasta el otro lado de la casa-iglú, donde no había nadie más. Me di cuenta de que en la mano con la que me sostenía llevaba una manilla dorada.

Miró hacia su alrededor, como percatándose de que no hubiera nadie. Me extrañé.

El paisaje a nuestro alrededor era sombrío, además de frío, lo que le daba un aspecto bastante tenebroso. Los extraños lagartos que me habían secuestrado aparentemente hablaban español, aunque le habían hecho algunos cambios.

Primero que todo, en lugar de pronunciar la s como normalmente se hacía, la alargaban y terminaba pareciendo más una ch que confundía el sentido de la oración. También había algunas palabras desconocidas, probablemente provenientes de algún otro idioma, que mezclaban mientras hablaban, como Zetra, Bifurlacdo, Omene o Raigxyllei.

Revisé dentro de mi cabeza mis estudios sobre lenguas antiguas y palabras de origen latín y griego, pero ninguna de las que los lagartos pronunciaban figuraba entre ellas. Además, su acento era muy raro, era como si susurrando hablaran y cada vez que pronunciaban una palabra larga la acentuaban al final.

En realidad, me hubiera parecido bastante interesante su origen, su lengua y su cultura si no fuera por el hecho de que tenían ocho ojos, eran grises, tenían unos dientes extremadamente afilados tan grandes que casi ni les cabían en la boca, y, tras secuestrarme y comerse mi aparato, me habían encadenado a un poste y me miraban con malicia.

El lagarto que estaba enfrente estiró su mano hacia mi rostro, acercando sus garras y con una sonrisa macabra. «Oh, no», pensé. Estuve a punto de tirarme al piso y ponerme a gritar cuando de pronto el lagarto deslizó la manilla dorada por su brazo y se la quitó, dejando enfrente una figura humana y tapándome con firmeza la boca.

Me estremecí y abrí de par en par los ojos al ver semejante transformación momentánea.

Lo que ahora tenía frente, en lugar de un monstruoso lagarto de siete ojos con garras afiladas, era una muchacha de más o menos mi edad y estatura, muy malhumorada. Logré quitarle la mano de mi boca y exclamé:

—¡Wow! ¡¿Qué rayos…!?

—Shhhhh, cállate, se enterarán de que estamos aquí —dijo ella, mirándome furtivamente. Su voz no era ni grave ni aguda, y no mezclaba ningún tipo de palabras extrañas, pero sí que tenía un acento diferente. Su mirada, penetrante, era como las aguas de un río cristalino y reflejaban mi imagen descolorida. El brillo que se desprendía de aquel río era como nada que hubiera visto antes, pero a la vez sentía como si lo observara día tras día en mi vida. La chica tenía tierra alrededor de la cara y lucía agotada, pero su fuerza indicaba lo contrario. Me callé y esperé a que dijera algo más, pero tras unos segundos de mirarme a los ojos se giró de forma inesperada, me volvió a coger del brazo y me llevó hasta una esquina de la casa-iglú, desde donde se podía ver la jauría de lagartos alrededor de los postes, haciéndoles pasar un mal rato a los prisioneros—. Toma, creo que esto es tuyo —me dijo entregándome el teletransportador. Dejé escapar un suspiro de felicidad, sorprendido—. Tenemos que irnos ya mismo, de lo contrario, pronto nos descubrirán. Sé que debes estar agotado y adolorido, pero WDM nos necesita y no tenemos mucho tiempo, debemos encontrar el microchip. Todas tus heridas serán atendidas luego.

—¿Qué? ¿Microchip? —pregunté yo, muy confundido. Ella me miró, abriendo los ojos más que nunca, y arrugó las cejas, en signo de incredulidad.

—El microchip, para reiniciar el sistema y todo eso —me respondió, obviando casi la respuesta. Yo no me aguanté más y, soltando el brazo de su mano, dije:

—Espera, espera, espera. ¿Quién eres tú? ¿Qué es WDM? ¿Qué es el microchip? ¿Qué son esas cosas de por allá? ¡¿Qué rayos está pasando aquí?!

—¿No sabes qué es WDM?, ¿de dónde vienes?

—De… la casa de mi tío, en Rockland, aunque antes estaba en el Omhusk Flair, pero ¿qué es todo esto?

La muchacha se quedó boquiabierta.

—Eres… Vienes de… de… ¡¿Dónde está el Vholdstrudell?! —exclamó emocionada.

—Eh… —titubeé yo, pero entonces me acordé— Ah…, ese reloj superraro que…

—¡¿Dónde?!

—Lo perdí, pero creo que está en…

—¿¡¡Tenías un Vhold y lo perdiste!!?

—Ni siquiera sé lo que es, pero creo que uno de esos lagartos se lo tragó.

—Ok, ok, ok, entonces, ¡a recuperarlo! Ahora cállate, todas tus preguntas serán resueltas, quédate aquí y finge estar muerto, volveré con el microchip y el Vholdstrudell. —Y se fue.

Obedecí y me tendí en el piso, me cubrí de barro y me quedé callado, como lo había tratado de hacer unas horas antes, pero ahora al menos con la seguridad de que el teletransportador funcionaba. Todo era demasiado extraño y terrorífico, pero tenía que obtener respuestas.

De repente, un lagarto salió de una puerta trasera casi imperceptible de ese lado de la casa-iglú y, tras caminar hasta la otra esquina y relamerse los carnosos labios azules, dejó un calderón lleno de una sustancia negra y se fue.

Aunque el barro me llegaba hasta los ojos, pude observar perfectamente la escena. Seguí mudo y sin moverme entre el barro hasta varios minutos después de que el lagarto se hubiera ido, pero me internaba en un cada vez más dudoso dilema.

Dudaba si ir a tomar de ese líquido o, como la chica me lo había ordenado, permanecer quieto entre el barro.

Podría ser peligroso, pero cada vez me ardía más la garganta y sentía más mareo. Pasé un par de minutos así, en una duda constante, hasta que al final la sed venció y me levanté con cuidado.

Anduve acurrucado con mucha cautela y pronto llegué a la pared de la casa iglú, donde a pocos metros se encontraba el calderón con la sustancia negra, que desprendía una humareda gris oscura. No me importó. Metí la cabeza en la olla hirviendo, sin pensarlo más, y tragué a bocanadas, vencido por la sed, aquella extraña bebida.

Sentí un alivio impresionante al sentir el fluido caliente pero hidratante corriendo por mi garganta. Esto calmó mi sed y me sentí revitalizado, pero de pronto algo me agarró desde dentro de la olla y me jaló hacia abajo, ahogándome.

Duré unos segundos tratando de alcanzar el teletransportador en vano, mientras mi cabeza y parte de mis hombros eran sumergidos en la mortífera sustancia. Sentía que me faltaba el aire cada vez más, y mis fuerzas para salir de aquella tan humillante y a la vez peligrosa situación empezaron a ceder…

 

De repente, sentí una enorme fuerza contraria a la que me jalaba desde dentro del calderón y entonces, de un tirón, alguien me sacó.

Tratando de recuperar el aire, me desembadurné del líquido negro pegachento que tenía en la cara y vi quién me había rescatado.

Era un lagarto, el cual, al ver mi cara completa, lanzó un rugido horripilante y alzó sus garras hacia mí. De inmediato, supe qué hacer, le pegué una patada en el pecho con todas las fuerzas posibles y lo metí dentro del calderón.

Esperé a que se ahogara, mientras pataleaba y trataba de gritar, siendo callado por el espesor del líquido negro. Poco a poco, al igual que yo, empezó a ceder. Pero no lo soporté, era demasiado cruel ahogar a alguien que, además, me había salvado la vida. No era lo correcto. Entonces, jalándolo de los brazos lo saqué y le ayudé a recuperar el aliento.

«Ufffff», pensé cuando noté que estaba respirando, «Casi no lo logro». Se había desmayado, pero, apenas recobró el conocimiento, me golpeó.

Lo último que recordé fue a Julius burlándose de mí.

***

Al abrir los ojos, observé que estaba en una cama, en medio de un montón de libros y con tres personas al lado, que me miraban, intrigantes.

Sentía como si me hubiera despertado de una horrible pesadilla y aún me dolía la cabeza. Sin embargo, al ver aquellos rostros humanos, que indicaban la calidez del amor y la esperanza, y no la frialdad y miedo de los lagartos, mi corazón se alivió y, todavía sin poder creer mi suerte, lleno de emoción, empecé a llorar. Pero a la primera lágrima me pegaron una cachetada y me tuve que comportar. Entonces, reconocí entre las personas a la chica de la manilla, la cual empezó a hablar.

—Mi nombre es Mary Pancraise y… —Me estremecí y, abriendo los ojos con exageración mientras me aferraba de las barandas de la cama, grité:

—¡Oh, por Dios! ¿¡Qué!? ¡Tú no puedes ser Miss Pancraise! ¡¡Tú no puedes ser Miss Pancraise!! —Intenté encontrar las palabras adecuadas—. ¡Tienes tan solo doce años!

—Tengo trece, para tu información —me dijo—. Y… sí lo soy, mi nombre es Mary Pancraise. —Volví a desmayarme.

Una vez despierto de nuevo, solo estaba con la nueva Miss Pancraise.

—¿Qué está pasando? —pregunté tras un rato revisando con la mirada a la muchacha y recordando el cuerpo inerte de Miss Pancraise

—Escucha… —me empezó a decir. Su mirada, apuntando hacia el suelo, que dura e impaciente había sido antes, ahora se mostraba más compasiva, como si sintiera lástima por mí. Me miró a los ojos y luego continuó con la historia que, además de revolver mi cabeza, direccionaría hacia un punto diferente mi vida entera—. Lamento ser yo la que tenga que decírtelo, y puede que no sea la más apropiada, pero deberé hacerlo. Todo lo que crees sobre el universo es erróneo, así que te tengo que pedir paciencia y mucha atención, porque lo que voy a contar ahora lo cambiará todo.

—Ok, ok —dije yo, sin prestar mucha atención a lo que acababa de decir—, pero, antes, supongo que ya sabes para qué funciona la cosa del ojo, así que me podías decir por qué estoy aquí y por qué no estoy en la Tierra.

—Looderish Hsiredool, en este mismo momento, y desde que arribaste con el Vhold a la aldea de los goorgops, sigues en la Tierra, pero en otra dimensión.

CAPÍTULO 6:

LA HISTORIA DE LAS TRES DIMENSIONES

—Cuando el mundo llegó a su fin, todos los estados se reunieron para discutir cómo iban a salvar a la raza humana. Esto se convirtió en la prioridad de los Gobiernos de cada país. Se lanzaron muchos proyectos. En ese entonces, la tecnología humana ya había llegado a un punto bastante alto, con artefactos digitales avanzados, estaciones espaciales capaces de llegar a Saturno y máquinas capacitadas para alimentarse de la energía núcleo del sol.

»Los avances tecnológicos humanos más altos y los logros más aclamados en los cinco continentes eran, el primero, el descubrimiento de una nueva forma de energía, con base en la materia oscura que rodeaba a los agujeros negros, que se regeneraba y potenciaba a sí misma, la cual a la vez fue modificada y utilizada para motores de transbordadores espaciales superpotentes y de los medios de transporte aéreos y terrestres exclusivos, como los carros y helicópteros de los presidentes de los distintos Gobiernos y los aviones militares de las fuerzas aéreas.

»El segundo, la «esterilización» del cosmos. La humanidad había logrado inundar el espacio con oxígeno puro y casi inagotable. Utilizando la tecnología más avanzada de la época, habían aumentado la temperatura del espacio hasta la órbita de Ceres. Además, tras acondicionar las situaciones químicas y gravitatorias de seguridad y crear un campo lleno de potentes partículas de oxígeno que se remuneraban, en un radio de 83 000 kilómetros cuadrados alrededor del planeta Tierra, las personas podían flotar con tranquilidad en la inmensidad del espacio sin usar trajes espaciales.

»El hecho de poder tomar un simple ascensor espacial, visitar la estación internacional y salir al espacio en pijama fue un atractivo turístico extraordinario, el más aclamado de todos los tiempos. Aunque el proyecto logró recoger cientos de millones de dólares por su exorbitante precio, no se recuperó ni la sexta parte de lo invertido.

»Ambos avances, aunque importantes, habían sido demasiado caros. Cuando el mundo entró en la crisis de la extinción humana, fueron enfocados al apoyo humanitario y la búsqueda de soluciones, pero pronto su inutilidad se hizo evidente: con excepción de su aplicación para el desarrollo científico y turístico, no servían para nada. Por eso, fueron odiados, abandonados y, por fin, desmantelados.

»Nuevos líderes políticos y sociales aparecieron con ideas innovadoras y diversas; sin embargo, ninguna era lo suficientemente avanzada para salvarnos.

»Todos estaban desesperados. El planeta se volvió un caos. De pronto los aparatos espaciales de carácter investigativo pasaron a tener objetivos militares o con el propósito de la conservación de la especie humana. Durante años hicieron experimentos y planes de cómo salir de esta. Líderes de todos los países alrededor del globo, científicos reconocidos, políticos y economistas cualitativos trabajaban y trabajaban mientras el mundo se moría.

»Sin embargo, tras una larga espera con fracasos y eventos desafortunados, la humanidad se dio cuenta de que ni una estación espacial ni un superhéroe nos podían salvar. El único era un hombre. Un científico. El único que sí podría era tu tataratatarabuelo: Omhusk Flair.

En ese punto me sorprendí bastante, y de inmediato pregunté:

—Espera, ¿cómo sabes que mi… antecesor fue Omhusk Flair?

—Porque solo los de la familia Flair pueden ver el Vhold, y esa es la única manera de llegar acá, ahora, cállate y escucha. Mr. Flair era un gran científico, que aportó mucho a la humanidad en muchos campos de la ciencia. Desde que inventó el teletransportador, la gente lo adoraba y cualquier invento que sacaba era ovacionado. Así que, años antes de jubilarse, inspirado por la raza humana y basado en el teletransportador, inventó una máquina llamada Jenny. Le puso un nombre de humano para familiarizarla más con la gente. Duró más de diez años en su diseño y construcción, con materiales exóticos de lo más alto de las montañas y lo más profundo de los océanos. Invirtió cantidades extraordinarias de dinero, hasta que, al fin, justo cuando la humanidad estaba pereciendo, la terminó.

—Y ¿para qué…? —pregunté emocionado.

—¡Que te calles! —gritó Mary.

—Ok, ok.

—Como te venía diciendo, la terminó y se la presentó al mundo agonizante, pero los Gobiernos la rechazaron, creían que era demasiado peligrosa, al igual que el teletransportador. De hecho, algunos decían que más dañina que el fin del mundo. Sin embargo, el pueblo sí quería a Jenny.

»Hubo meses de negociaciones con los principales líderes del mundo, pero ninguno cedió, y tuvieron que llegar a un punto extremo para implementar a Jenny. Derrocaron a los gobernadores de todos los países, a través de turbas violentas y multitudes de personas enardecidas, muchas, que guardaban recelo desde los años de antaño y ahora se liberaban. La sangrienta representación de una segunda Revolución Francesa, sino que, esta vez, global. Y así, el poder para decidir era ahora del pueblo.

»>>Fue entonces cuando Jenny, el primer transporte Interdimensional y el artefacto científico con el poder más cercano al nombre de Dios, salió a la luz.

Mary hablaba emocionada y sus ojos se le iluminaban a cada palabra.

—Pero no entiendo… —Me callé al ver cómo su cara se irritaba apenas empecé a hablar.

—Vale, ahora es donde tienes que prestar más atención. Jenny creó dos nuevas dimensiones para salvar a la humanidad. Eso quiere decir que creó dos realidades además de la normal, a las cuales se las nombraron Dimensión B y Dimensión C, en las que el mundo seguía en pie, tan bello y estable como una mariposa.

—¿Qué? —No entendía absolutamente nada.

—El lugar de donde vienes, tu hogar, no es la realidad, es solo una copia mejorada, en donde la humanidad no está en peligro de extinción. La realidad es esta, la dimensión A, destruida y gobernada por una raza mutada de lagartos llamada Goorgops, y con solo trecientos mil humanos en pie.

—¡¡¿¿¿QUÉÉÉ???!!! —dije yo espantado, pero Mary, pegándome una cachetada, me dijo:

—¿¡Acaso no entiendes?! ¡Escucha! Como el mundo se estaba acabando, Omhusk Flair, tu tataratatarabuelo, creó dos dimensiones además de la real, y a ellas desplazó a toda la humanidad. Tu dimensión es la dimensión B.

»Ahora escucha, el Vhold que tú tenías sirve para viajar entre dimensiones a través de Jenny, por eso Omhusk solo se los dio a algunos miembros de su familia, que se los pasaron a sus descendientes y así sucesivamente hasta que uno te llegó a ti, así como hizo con los teletransportadores, pero estos objetos son muchísimo más poderosos. El punto es que… has estado toda tu vida en una dimensión que no es la real.

Quedé en shock, al fin lo había entendido. Observé a mi alrededor, las paredes agrietadas y polvorientas. «¿Cómo es posible?», pensé. Sentí una gota de sudor corriendo por mi cara. «¿Cómo es posible?», volví a pensar.

Nunca me habría imaginado que un lugar como aquel fuera las pestañas originales del mundo, mientras que en el que yo vivía fueran tan solo postizas.

A la vez entendí la razón por la que no había podido volver a la casa de Bendy con el teletransportador: ¡estaba en otra realidad totalmente diferente en la que no había visto ningún lugar todavía! Y la única manera de cruzar a través de dimensiones era el Vhold que un Goorgop se había tragado.

Se me heló la espalda y sentí nauseas, mientras trataba de asimilar toda la información que acababa de recibir. Sacudí la cabeza y, tratando de tranquilizarme, pregunté:

—¿Y por qué tú te quedaste?

Ella suspiró apesadumbrada y dijo casi en susurros:

—Cuando se efectuó la migración de la humanidad a las otras dos dimensiones para salvarla, la energía de la Tierra no era suficiente para potenciar a Jenny y trasladar a todos, y tuvo que dejar atrás a algunas personas con muy pocos recursos para sobrevivir. La decisión fue difícil. Pero al tomarla no dudó y dejó atrás a al menos quinientos millones de personas, número que ha ido menguando a través del tiempo. Este grupo de humanos logró sobrevivir, generación tras generación a pesar de su prevista perdición. Mucho tiempo después, nací yo, en este mundo destrozado.

Enmudecí y ella también, su historia era aún peor que la mía. Tal vez yo tendría que haber dicho algo, pero ante la conmoción me quedé callado.

En efecto, todo lo que había creído sobre el universo y su funcionamiento estaba mal, y ahora había cambiado para siempre. Recordé la arrugada cara de mi antecesor, Omhusk Flair, en la biblioteca del orfanato. Tras su mirada se encontraba la creación más maravillosa y avanzada de la historia, al igual que la salvación humana. Sentí un estremecimiento. La muerte de Julius era tan solo una mísera brisa en comparación al huracán que acababa de descubrir. ¿Tres dimensiones? ¿La extinción de la humanidad? ¿Una máquina con el doble del poder de dios? ¿Cosmos oxigenado? ¿Un hombre capaz de abandonar, sin inmutarse, a quinientos millones de personas sabiendo que perecerían en un mundo agonizante? Y, sobre todo, ¿lo real dejó de ser real y pasó a ser una idea más en la turbulenta e insaciable imaginación de un científico? ¿Quién era él para decidir? ¿¡Qué rayos estaba pasando?!

 

—¿Qué pasaría si Jenny se destruyera? —indagué curioso, pero en un tono lúgubre.

—Nadie sabe —me respondió ella con brusquedad—. Muchos dicen que nada habría pasado, o sea, que sería como si se devolviera el tiempo y estuviéramos todos en una dimensión de nuevo, esperando a que el mundo se acabe, pero yo digo que simplemente nos quedaríamos atrapados aquí, sin poder viajar a las otras con los Vhold.

—Ah… —exclamé confuso, pero luego lo entendí, si la destruían todo volvería al principio, pero entonces se me generó otra duda—. ¿Y por qué la Tierra…?

—¿Se destruyó? —dijo leyéndome la mente—. Es un misterio también, pudo ser por un meteorito, por una guerra nuclear o por el calentamiento global, tampoco nadie lo sabe. El único rastro que quedó del fin del mundo fueron las ruinas de antiguas ciudades y enormes abismos que en antaño fueron llamados océanos.

Las ideas en mi cabeza se empezaron a acoplar poco a poco, pero en el momento en el que iba a hablar de nuevo otro chico, de unos 17 o 18 años, entró al cuarto.

Era alto y acuerpado. Tenía el pelo gris oscuro y una mirada burlona. Me miró y luego se dirigió caminando hacia Mary, que estaba sentada a mi lado. Ella bajo la mirada y pareció molesta.

—¿Qué haces, princesita Pancraise?, ¿socializando en otra de tus clases de psicóloga, o es algo más… sentimental? —dijo el chico burlándose.

—Déjame en paz, Ghust…, no es de por aquí. Necesito explicarle todo lo que sabemos, ahora ¡largo! —le respondió Mary y fue entonces cuando el corazón me dio otro vuelco

—¿¡¡¡¡¡SEÑOR GHUST!!!!? Pero…

—Tranquilo, parece que ya… lo conoces de cierto modo, pero déjame explicarte eso; como muchos murieron en el primer viaje interdimensional y además se abandonó en esta dimensión a más de un décimo de las personas, la población mundial bajó drásticamente, al igual que su economía y los ánimos de todos, así que Omhusk, empleando nuevas máquinas, dio el siguiente paso para la rehabilitación de la raza humana.

»Las familias y amigos de los «abandonados» estaban muy tristes y furiosos con Omhusk, y no aceptaban de ninguna manera colaborar con la sociedad. Entonces Omhusk les prometió que, gracias a su último invento, volverían a verlos. Sin embargo, serían tan solo físicamente iguales, no serían los mismos en el «interior». Las personas aceptaron aquella condición, lo único que querían era volver a verlos, y esto aumentaría bastante la población mundial en las dos dimensiones.

»Con la aprobación del pueblo, Omhusk Flair creó cientos de millones de clones para reemplazar a los que habían muerto, o a los que estaban en la dimensión original, ya que, a través de poderosos mecanismos digitales, la gente se podía comunicar entre las dimensiones B y C, pero no con la A. Esta última estaba tan destruida y sin recursos que ya no tenía ningún tipo de red electrónica que los conectara con las otras dimensiones.

»Estos clones son idénticos física y biológicamente a los reales. Con ellos la terrible tristeza de las personas cesó al verlos con vida. Sin embargo, estas nuevas personas nacían como cualquier otra, como bebés, y su vida era completamente distinta de la del original. No compartían ningún tipo de amor, afecto o recuerdos con las personas que los rodeaban. Debido a su exactitud biológica, a nadie le importó este último y crucial detalle, porque aquel nuevo ser humano que acababa de nacer era un recuerdo permanente del tierno pasado de la humanidad, y eso era lo importante.

»Después de muchas décadas, el desarrollo tecnológico de la dimensión C superó con creces a la de la B e, impulsados por su ego, cortaron toda comunicación con esta.

»Los siglos transcurrieron y el mundo en tu dimensión borró por completo su tan horrible pasado, tal vez por miedo a revivirlo. Los secretos de las tres dimensiones quedaron enterrados en las tumbas de quienes vivieron en aquella época. Las nuevas generaciones de la dimensión B creen que su mundo es el mundo real e ignoran totalmente, como tú, la existencia de los Vhold y el hecho de que, aunque muchísimos menos debido a la baja de población de la dimensión A, todavía hay clones de la realidad original, que son creados, educados y lanzados al mundo normal que todos conocen, sin ni siquiera saber lo que en realidad pasa.

»Por eso es que hay varias yo, varios Ghust, etc. Nos copian en las otras dos dimensiones y, como el tiempo es diferente y en unas va más rápido que en otras, la Mary Pancraise de tu dimensión puede tener una edad muy diferente a la mía. En esencia nosotros, los de la DIA, somos los originales. Te preguntarás cómo supe tu nombre y apellido al principio de esta conversación. La razón es que el Looderish original trabajaba aquí con nosotros, pero murió hace unos meses.

En este momento pausó unos instantes la vivaz explicación cambiando su tono de voz a uno dulce y suave, y con los ojos mirándome fijamente.

—Looderish, tú eres un clon, Jenny todavía hace clones de todos los que nacen aquí en las otras dimensiones porque esa fue su programación inicial, aunque ya nadie sepa su origen. —Cuando Mary terminó quedé petrificado. Sentí una presión sobre mi pecho, pero me controlé, todavía un poco confundido. Aún me quedaba un argumento más.

—Pero no, no puede ser, yo tuve unos padres y… aunque nunca los vi estoy seguro de que…

—Lood, el orfanato en el que fuiste internado es para clones, por eso lo fundó el mismísimo Omhusk. Tus padres, que en realidad no lo son porque nunca se casaron ni te tuvieron, sino que fueron una copia de dos personas completamente diferentes en la DIA, nacieron de Jenny al igual que tú, años después. En el Omhusk Flair crean los clones a través de genes y ADN guardado en computadoras de personas de esta dimensión. Cuando alguien nace aquí, lo hace de forma simultánea en la DIB. Nace, crece y se forma en un lugar especial y exclusivo para clones. Sin embargo, no les dirán que lo son, porque esto podría poner en peligro su condición psicológica, y la situación del mundo moderno en su dimensión, debido al completo olvido de los acontecimientos interdimensionales. Esta persona tendrá una historia distinta a la de la otra dimensión, y si llegara a tener hijos en la DIB, estos no serían los mismos que en la DIA y, por lo tanto, tus únicos padres son los circuitos que hacen funcionar a Jenny. El Omhusk Flair es en realidad una… fábrica de clones. Lo… lo siento mucho, Lood —terminó.

Me derrumbé, pero no lloré, no parpadeé, solo me metí dentro de las cobijas ignorando la voz de Mary Pancraise y me mordí los labios fuertemente hasta sangrar. Toda mi vida había pensado que yo era… yo, y que Julius era Julius y que el mundo era real, pero todo era una copia de la realidad, todo era solo un mundo falso creado por un científico famoso, incluso yo…

Mary se dio por vencida tratando de hablarme y, después de darme dos golpecitos en la espalda, se levantó de la cama. Oí pisadas y luego un intercambio de frases:

—Pero sí que se lo has dicho todo de golpe, ¿no? Una palabra más y lo matabas de depresión.

—Ya cállate, Ghust, ¿no te había dicho que ya te fueras? No es para tanto, vayamos a un mejor lugar y te cuento lo que pasó con el microchip…

Recuerdo que, entre mis dolores y confusión, me quedé dormido y cuando desperté me puse a llorar, una, dos, tres horas llorando. No me podía quitar el tormento de la pregunta: «¿Soy real?», a la cual solo le encontraba como respuesta: no.

El Omhusk Flair era una fábrica de humanos-copia, todo lo que conocía era una copia mejorada, Julius era una copia, yo… yo también era ¡UNA COPIA!