Looderish hsiredool: Interdimensional

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Pero, por otra parte, tenía otra sensación: curiosidad. Clorck tenía razón en algo: Jenny era prácticamente mi madre, por lo que al final encontraría al ser que me dio la vida, que me trajo al mundo, aunque hubiera sido copiando a otro ser humano.

¿Cómo sería aquella máquina interdimensional con el poder de crear vida? ¿Podría formular mis numerosas preguntas ante aquel ser superior y extraordinario o quedaría estupefacto, sin poder pronunciar una sola palabra?

En el caso de que sobreviviera, de que Jenny me reconociera y me diera su aprobación como había hecho con el anterior Looderish, ¿podría llenar el doloroso vacío de mi interior? ¿Podría al fin dejar de ser un huérfano y convertirme en algo más, como una pequeña larva se convierte en mariposa?

Esta enorme curiosidad que a su vez me ponía a prueba me logró mantener a flote y cargar con el peso de la misión. Unos días después, ya estaba mentalmente preparado, y ahora solo necesitaba una cosa: aprender a luchar.

La primera semana fue muy dura: el tosco de Clorck era nuestro entrenador. Si me mantenía lejos de él y no le decía nada, no me molestaba, por el contrario, si llegaba a tocarlo, sufriría las terribles consecuencias de una golpiza peor que el viejo gira-gira.

Sin embargo, por fortuna, aunque era el líder de todos los novatos de WDM, tan solo lo veíamos en los entrenamientos.

Lunes

Me levanté a las 3 de la mañana, todavía afectado por el cambio de horario. Ni siquiera pensé en seguir durmiendo, porque, como muchas veces antes, sabía que sería imposible. Además, había algunas diferencias entre el cambio de horario interdimensional y el normal porque, aparte de que duraba más, podía ser mucho más fuerte y con nuevos síntomas como taquicardia, temblores fuertes y escalofríos. Estos síntomas fueron generados porque en la Dimensión A la luna todavía no se había regulado a la rotación de la Tierra tanto como en la Dimensión B y, por lo tanto, el alejamiento del satélite había sido mucho más lento. Este era un dato sorprendente, pero que en realidad era muy infortunado para mí ya que, en esa dimensión, la Tierra tenía los pies amarrados. Su rotación era mucho más lenta que en la mía, lo que me causaba varias confusiones como, por ejemplo, sentir que el tiempo pasaba en cámara lenta.

Por fortuna, aunque esta terrorífica sensación donde 24 horas se convertían en casi 70 dentro de mi cabeza, se desvaneció poco a poco hasta que estuve casi acomodado a la escala horaria de ese lugar.

Este proceso duró apenas una semana y media como mucho, pero tuve que hacer un esfuerzo mental enorme. No contaba con ningún medio que me guiara para reconocer la hora aproximada del día, porque no había ventanas al interior de WDM. A excepción de la confusa luz artificial, todo estaba en la más oscura penumbra.

Sin embargo, aunque luego me acomodé a las horas y logré continuar con mi rutina casi como antes, siempre tuve un adelanto en la precisión de las horas, y sentía que el día era más prolongado. Pero eso nunca me molestó. Después de todo, ¿no era una vida larga lo que todo humano podría soñar? ¿No era tiempo lo que más necesitaba, de lo que más se quejaba y al que culpaba siempre por sus dolencias? Ahora, gracias a aquel extraño efecto psicológico, yo tenía lo que cualquier otra persona hubiera podido desear: más tiempo para vivir.

Cuando abrí la pesada puerta metálica de mi habitación para salir, un horrendo chillido se desprendió de ella. Temí despertar a los de las habitaciones contiguas, pero todos los días eran tan agotadores para ellos, y todavía era tan temprano que ninguno se despertó. Yo, con alivio, me dirigí al comedor.

Comí un poco de cereal solo. El aire estaba frío y yo era el primero en registrarme por la mañana para recibir los cupones de las comidas.

Aprovechando que nadie me regañaría por comer demasiado, me serví un segundo plato y además un poco de pan. El jet lag interdimensional también producía muchísima hambre.

Me terminé el cereal y me preparé para el pan, pero cuando iba a darle el primer mordisco noté algo extraño y lo solté en el plato de inmediato.

Tenía una gruesa capa gris con puntos blancos y pequeñas setas color verde intenso, casi imperceptibles por su diminuto tamaño. Además, el olor me recordaba a la gasolina del antiguo camión del abuelo de Julius.

Lo dejé de inmediato y comprendí que la afectación por las partículas tóxicas a las plantas había dado un paso inmenso de la noche a la mañana: tras haber botado en la basura el pan, supe que la capa que lo envolvía era de una sustancia química corrosiva capaz de remover la pintura del plato en donde se había asentado.

Sentí de pronto una escalofriante sensación. Si hubiera alcanzado a darle un mordisco antes de darme cuenta de su peligroso estado… ¿quién sabe qué me podría haber sucedido? Me pregunté hasta qué punto había llegado ahora el daño del QMR.

Traté de olvidarme del tema y me serví una tercera tanda de cereal. Por alguna razón no me llenaba, y luego, para estar listo para mi primer día de entrenamiento, fui al gimnasio para hacer un poco de ejercicio.

Ya que solo yo estaba despierto, pensé que podría usar sin problema todas las máquinas de ejercicio del gimnasio y que sería de alguna manera por un momento el rey del lugar, pero cuando abrí la puerta y entré descubrí que no estaría solo. Cuando vi la pálida cara de Ned, sudando mientras hacía ejercicio, me asusté. Él entornó su mirada hacia mí y dijo:

—Hola.

—Hola —le respondí.

Ned era un chico de los novatos de la sección 23, y asistía a las mismas reuniones que yo todos los días. Nunca antes había hablado con él, a excepción de una vez cuando nos pidieron hacer un experimento de predicciones científicas y proponer un nuevo sistema de priorización de misiones. Me pareció muy inteligente y sus ideas superaron con creces en originalidad a mis humildes e inexperimentadas opiniones sobre el asunto.

Sin embargo, me sorprendía que incluso yo había participado más que él en las reuniones y, aunque yo era tímido, él lo era aún más. Hasta ese momento siempre lo consideraba como una persona callada y aislada de los demás, pero con una mente brillante. Sentía una afinidad más grande con él que con otros. Me sentía más tranquilo e, incluso podría decirse, le tenía un cierto grado de confianza, a pesar de que muy poco le había hablado. Todavía no sabía quién era.

Comencé a ejercitarme, empezando por los niveles más bajos de dificultad y luego subiendo poco a poco. Eran en total siete. Nunca pasé del tres.

Ya había transcurrido un tiempo cuando Ned se colocó en una máquina al lado de la mía y comenzó a estirar sus brazos y piernas.

—¿Oíste lo del QMR? —me preguntó en un momento.

—Ah, sí, que se está agotando y agotando —le respondí yo—. En el desayuno el pan estaba podrido…, tenía hongos y el plato se empezó a resquebrajar por lo que sea que tuviera adentro.

—No, no solo eso, lo de la criatura.

—¿Cuál criatura? —pregunté, extrañado, y paré de hacer ejercicio. Ned suspiró y dijo:

—Prefiero evitar ese tema, me da escalofríos, pero por esta vez te lo contaré. El sábado hubo una fuga de gasolina en uno de los transportes de WDM que estaba conectado al QMR, cargándose de nuevo para salir, y cuando un trabajador fue a ver lo que pasaba…, bueno… —Parecía como si estuviera a punto de desmayarse o vomitar.

—Tranquilo, no tienes que contármelo… —dije, tratando de ser comprensivo, pero se apresuró a terminar.

—No, no, no, sí que debo, dentro del ducto de gasolina enchufado al QMR, apareció de pronto algo… algo… una criatura, según lo que me contaron, viscosa, enorme, con solo un gran diente como un pico de acero y, aunque tenía forma de humano, no tenía ojos ni dedos. A cambio, tenía espinas en todas partes, y además el cráneo era diez centímetros más ancho de lo normal… Era… era casi indescriptible porque su cuerpo sufría de constantes convulsiones que le hacían cambiar ligeramente su tamaño y forma.

»Luego de ser descubierta, mató… mató al trabajador… e hirió a otras personas más, pero, aunque intentaron detenerla, se logró meter de nuevo por el ducto de gasolina del vehículo y entró apretándose de manera escalofriante al gran motor QRM —terminó con esfuerzo y exhaló.

La piel se me puso de gallina y sentí náuseas, de pronto pensé que no debí haber hablado con Ned.

—¿Eso… puede que eso sea…? —comencé a preguntar.

—Sí —me respondió—. Puede que esa cosa sea la causa del daño del QMR, y aunque ya antes estaba fallando, es posible que debido a ella el proceso se haya acelerado, lo que nos está condenando a todos. Pero todo intento por atraparla o comunicarse con ella fue fallido.

—¿Entonces por qué no mandan a unos agentes de WDM dentro del QMR y matan a la criatura y ya? ¡Nos ahorraríamos un millar de dificultades!

—El problema es que todavía no tienen la total certeza de que esa criatura sea la causa. Además, con cualquier paso en falso dentro del motor, las consecuencias serían funestas.

—¿Y la permanencia de la criatura dentro del motor no hace que esto ocurra?

—Por fortuna, no. Parece que sus huesos son muy flexibles y ligeros; se reajustan, se contraen o se adaptan al espacio en donde esté. Dentro del QMR no ha causado ninguna destrucción significativa, aunque sí algunos otros inconvenientes como la falta de oxígeno y las partículas tóxicas en el ambiente —me terminó de explicar. Quede confundido.

—¿De qué nos va a servir el microchip si lo encontramos entonces? —pregunté yo—. ¿No sería inútil? —Ned abrió inmensamente los ojos y exclamó:

—¿Qué? ¿Inútil? ¡No, no, no, no! ¡Ahora más que nunca lo necesitamos! Verás, el QMR tiene un sistema de defensa, tanto interno como externo, que se averió también. Si reiniciamos el sistema con el microchip, se activará un sistema de defensa complementario dentro del QMR y será posible erradicar a la bestia, librándonos así de un mayor daño. Además, el microchip contiene la información necesaria para operar el QMR de tal manera que los arreglos que se le hagan no afecten sus estructuras internas y no explote si algunos humanos penetran la estructura. Es imposible operar nuestro motor sin él. —Me sentí deprimido. Necesitaba alguna buena noticia, pero todas eran cada vez más preocupantes. Ahora la enorme responsabilidad con WDM había crecido aún más en mí.

 

—¡Eso no puede ser posible! —exclamé yo—. ¡Cada vez el microchip tiene más funciones, cada vez el microchip es más necesario! ¿Nadie se memorizó lo que se hallaba en él?

—Pues, tal vez Plathor o alguno de los directivos, pero se necesita que el microchip esté dentro del QMR para reiniciarlo.

—¡Demonios! ¡Demonios! ¡Demonios! —grité yo, y furioso salí del gimnasio.

—Lo… lo siento mucho. —Oí exclamar a Ned en la distancia mientras yo ya corría por el pasillo para irme a otro lugar. En ese momento pensé que hubiera sido mejor si no hubiera hablado con Ned.

Mi primer entrenamiento fue muy duro. Clorck nos ordenó hacer trecientas lagartijas y yo solo pude hacer diez; organizó una carrera y yo quedé de últimas; nos exigió cargar diversos lingotes, uno cada vez más pesado que el anterior. Yo solo pude hasta el de 30 kg, mientras el más pesado era de 120 kg. Sin embargo, la prueba más atroz para mí fue la emocional. Se trataba de no gritar, ni llorar ni perder el control en una cabina metálica con ruidos estruendosos y terroríficos durante una hora.

Dentro de la cabina, que era estrecha y helada, había sensores de sonido y movimiento conectados con el exterior. Desde ahí, Clorck podía observar cada acción y, si alguien soltaba un leve quejido, te sacaba de la cápsula, te reprobaba la primera prueba emocional y, además, te metía de nuevo en aquel oscuro lugar por media hora más, como castigo.

Los sonidos estaban pensados para producir el miedo o la tristeza más grandes posibles. Se basaban en los estudios cerebrales generales que te hacían en el primer día de entrenamiento.

El análisis cerebral tenía como propósito identificar los conceptos o ideas a los cuales, por naturaleza o a raíz de algún tipo de trauma, guardabas el más grande rechazo.

El estudio contaba con aparatos tecnológicos bastante avanzados que nunca antes había visto. A través de escáneres de una luz blanca intensa que cubría la cara del paciente, se estudiaban con cuidado los detalles de su mente y se sacaban conclusiones firmes y contundentes en unos pocos minutos.

Luego de eso, los ruidos dentro de la cápsula se seleccionaban de forma automática para recrear alguna situación terrorífica o deprimente, y luego se intensificaban a medida que pasaba el tiempo del sujeto dentro de la cápsula, para ver así hasta dónde resistía.

Algunos de esos ruidos nunca supe con cuál de mis miedos estaban relacionados ni qué recuerdo evocaban en mí. El subconsciente trabajaba a espaldas de la persona y le producía sentimientos pavorosos, basados en antiguos recuerdos o incluso en sueños…

Yo no lo soporté y a los quince minutos me desmayé.

Fue un entrenamiento horrible, pero la cena me reconfortó y me alegró ver pan sin ningún tipo de hongo o sustancia corrosiva. Al final del día, logre ir a la cama de buen genio.

Martes

Desperté un poco más tarde, a las 4:30 a. m., pero solo Mary y yo estábamos ya despiertos. Tomamos un tipo de caldo raro. Fue una comida silenciosa, solo el ruido de las cucharas estrellándose contra el plato y las mandíbulas abriéndose y cerrándose. Nadie habló, incluso después de que Grace llegara, hasta que Ghust puso su bandeja sobre la mesa:

—Hola, amigos, ¿por qué tan callados? —preguntó.

—Hola, cerebrito —dijo Grace.

—Grace…, ya te he dicho que…

—¡Cerebrito, cerebrito, cerebrito! —Y así los dos se sumergieron con rapidez en una discusión interminable. Grace tenía la impresionante habilidad de enfurecer a cualquiera en cuestión de segundos. Aproveché para hacerle algunas preguntas a Mary:

—Miss Pancraise —le dije, acostumbrado al trato hacia su clon de mi dimensión.

—Mary —me corrigió de inmediato.

—Ok, sí, cierto, Mary, ¿Omhusk abandonó a su familia, cierto?

—¿Por qué dices eso? —exclamó y dejó su cuchara en el plato.

—Pues, porque, si no, yo no estaría clonado, ni mis padres, ni mis abuelos, ni ninguno de mis antepasados, porque se habrían ido con Omhusk a la Dimensión B o a la C.

—Bueno, primero que todo, nadie le dice a la Dimensión B Dimensión B, le decimos DIB, y segundo… Sí, en realidad nunca había pensado en eso, supongo que tendrías razón. Tu tataratatarabuelo abandonó a su familia y les dio los teletransportadores y los Vhold a los clones. ¡Qué extraño! ¡Qué tipo tan raro! —terminó y, tras comerse los últimos bocados de la sopa, se despidió y abandonó el comedor.

Ese día traté de evadir a Ned todo lo posible, no quería encontrármelo y hablar con él, y no porque estuviera enfadado, sino porque no quería revivir la horrible historia de la criatura en el QMR y la nueva gran responsabilidad que yacía en mis hombros.

Además de los entrenamientos y asistir a las juntas de mi sección, me habían asignado otro pequeño trabajo de tipo más intelectual: revisar las cifras de daño del QMR.

Por supuesto, otras personas también hacían esta labor. Yo era una de las cincuenta que se encargaban de verificar los números de ampliación de partículas con alto nivel de toxicidad en el ambiente. WDM era un espacio muy amplio y la concentración de partículas con posible peligro de provocar nuevas enfermedades o mutaciones en la comida era diferente en cada lugar. Para comprobar las ecuaciones con relación a este problema era necesario un gran equipo de trabajo.

De hecho, Plathor había sido muy amable al darme este puesto, que casi ningún novato tenía el honor de ocupar. Además, era una tarea bastante cómoda y divertida para mí, ya que podía pasarme un buen rato en el mundo de los números, el único común entre aquella dimensión y la mía.

Con mi empeño en las reuniones diarias y en algunas tareas extra que me dejaban a lo largo de la semana, el puesto de confirmación de cifras del daño del QMR fue definitivo para mí y logré proyectar una buena imagen de mis conocimientos en matemáticas. Plathor pareció bastante satisfecho con mi trabajo.

Tomé una siesta antes del entrenamiento y luego fui a enfrentar las horas más duras del día. La jornada con Clorck fue igual que la vez anterior, larga y difícil, pero al final Luci me prestó un viejo libro de álgebra. Me puse tan feliz que no cené y duré hasta las 11:30 p. m. haciendo ejercicios matemáticos.

Esa trasnochada fue un riesgo innecesario que sumado al cambio de horario interdimensional me causó horribles estragos al día siguiente.

Miércoles

Creo que fue el peor día. Me levanté a las 10:45 a. m. y me tuve que arreglar a las carreras para ir a desayunar, pero ya no quedaba nada. Quedé mirando los restos de la comida. De pronto, caí de nuevo profundamente dormido.

Cuando me desperté, vomité. Al ver la hora salí corriendo para el entrenamiento. ¡Eran las 3 p. m.! Al llegar, Clorck me dio una cachetada.

—¡¡DÓNDE ESTABAS!! —me gritó en la cara.

—Yo…yo…yo estaba en… en… —dije somnoliento. Clorck, viendo mi camiseta manchada de vómito, me dijo:

—¡Qué repugnante! ¡Además de impuntual, sucio! Ya sé cuál es el castigo perfecto para ti…

Fui encerrado un día entero en la cápsula de metal, atormentado por los horrorosos ruidos de los cuales no podía huir. Por fortuna, Plathor me encontró el jueves por la tarde y castigó a Clorck, si no habría sido aún peor.

Cuando salí de la cápsula, las articulaciones me dolían tortuosamente, mi corazón no dejaba de palpitar a un ritmo precipitado y todo mi cuerpo temblaba Clorck había puesto el rendimiento de la prueba emocional al máximo, y por lo tanto los ruidos dentro de la cápsula habían sido más horrendos y fuertes que nunca. Ese nivel lo dejaban tan solo para traidores de WDM o Goorgops para sacarles información.

Los efectos de ese día encerrado no me siguieron por mucho tiempo, ya que yo había logrado controlarme un poco en la penumbra de la cápsula. Sin embrago, me dejaron descansando durante las veinticuatro horas del día siguiente sin importar mis súplicas por poder hacer la verificación de cifras.

Viernes

El viernes no pasó nada en particular, como ya había dicho, me dejaron descansar todo el día en la cama y leí más de álgebra.

Mi habitación era compartida con otros dos hombres, uno de 64 y el otro de 30, y una mujer cuya edad rondaba los cuarenta. Los tres eran guerreros y ocupaban un importante puesto en el equipo de exploradores armados de WDM. Habían estado esperando mucho tiempo para que un día los mandaran a buscar el microchip, y seguían en la espera, sabiendo que más de dos tercios de los anteriores habían muerto en su búsqueda. Pero eso no les importaba, estaban preparados para lo que viniera.

Aunque no tenían misiones fuera de WDM, su entrenamiento era mucho más duro que el mío: asistían de cuatro de la tarde a diez y media de la noche. El viernes fue uno de los únicos días que pude convivir más tiempo con ellos, descubrí que eran bastante amables y que, además, aunque eran fornidos guerreros, también les gustaba las matemáticas.

Sábado y domingo

El fin de semana pasó un evento en particular muy repentino. Aunque la voz de Clorck se oía impostada, me alegró mucho, y sentí un pequeño timbre de victoria en mi interior.

—Lo siento, Lood —dijo Clorck tras apartarme de la fila para el almuerzo.

—¿Qué? —exclamé yo.

—Lo siento por haberte… encerrado —me dijo, terminando la frase que seguramente Plathor le había obligado a decir.

—Tranquilo, Clorck, solo… —Pero no había terminado la oración y ya no estaba.

Cuando se fue me dije a mí mismo: «Toma esa, Clorck», y sonreí. Finalmente, me había logrado vengar de quien había depositado tan riesgosa misión en mí.

En WDM los fines de semana también se trabajaba, y con igual intensidad que el resto de días. A diferencia de las reglas universales en las sociedades de mi dimensión, donde era casi un delito hacer trabajar a alguien un sábado.

El domingo las cifras dieron un salto impresionante, y tras revisarlas bien descubrí que al menos un 15 % de las partículas que flotaban en el ambiente en la zona de producción agraria eran tóxicas. Esta zona era la segunda más afectada y tenía un acceso directo al comedor a través de los ductos de comida. Por fortuna, solo había máquinas allí, porque cualquier humano correría el terrible riesgo de morir intoxicado.

En el comedor, el índice era de apenas de un 0,4 %, gracias a las medidas de desinfección de mesas y paredes, pero día a día la situación empeoraba.

Ese día nos enseñaron a manejar armas de fuego. A partir de entonces, en los entrenamientos lo único que practicamos fue eso y resistencia en difíciles circunstancias climáticas. Nos hacían arrastrar en una plataforma llena de barro por debajo de una malla hasta superar un límite de 50 metros, correr en una elaborada pista de obstáculos y hacer simulaciones de peleas cuerpo a cuerpo contra diferentes entrenadores en medio de la lluvia.

Sin embargo, algo raro pasó esos dos días. No volví a ver a Clorck en los entrenamientos.

Al parecer, habíamos cambiado de líder de los novatos y ahora la mujer del equipo explorador que dormía en mi cuarto era la que nos dirigía. Pronto descubrí que se llamaba Íl.

Los entrenamientos siguieron siendo largos y feroces, con ejercicios incluso más complicados que los de antes, pero ahora al menos nuestra líder era justa, no como Clorck antes.

Poco a poco, fui mejorando en fuerza y velocidad, hasta el punto de que me logré defender en forma apropiada del ataque de uno de los entrenadores, y aunque así todos los otros de la sección me superaban en físico con creces, cada vez estaba más preparado para la temida visita a Jenny.

Ahora, en lugar del rechazo y repugnancia con la que me miraban las personas de WDM, sus ojos reflejaban asombro y esperanza cuando se fijaban en mí caminando por los pasillos.

 

Para desestresarme y dejar de pensar en el encuentro con aquella máquina interdimensional, la mayoría de mi tiempo libre lo pasaba leyendo sobre matemáticas, tal como lo había hecho antes en el Omhusk Flair.

Mary me regaló amablemente un plano de WDM para que lo recorriera a mi gusto y así poder desestresarme un poco del peso de la misión. Fue un detalle verdaderamente interesante para mí, ya que además de explicar milimétricamente la amplitud y función de cada salón, habitación, pasillo y sección de WDM tenía variables y anotaciones matemáticas en los bordes. Sin embargo, había algunos lugares prohibidos a los que no podía ir de noche y, aunque Mary me lo repitió varias veces, no pude aguantar la tentación de entrar allí y rompí las reglas.

Después de todo, en el Omhusk Flair ya lo había hecho y ahí todavía no tenía un teletransportador.

Semana 2 y 3

Mis marchas nocturnas eran cada vez más amplias y aventuradas. Entraba y salía sin problemas de un lugar prohibido, cogía y devolvía lo que quería, y por primera vez en la DIA me sentí totalmente feliz. Gracias a ellas pude aprender aún más sobre el funcionamiento de WDM.

La mayoría de los lugares prohibidos contenían las cifras del funcionamiento esencial del QMR, datos sobre los fundamentos y objetivos de WDM e información confidencial que, aunque para mí era bastante aburrida, si caía en las manos equivocadas podría ser potencialmente peligrosa.

Sin embargo, hubo una habitación en específico que captó mi atención: la sala de cámaras, ubicada en una torre a más de veinte metros sobre nuestras cabezas, pero que se podía visualizar su interior por una pequeña ventana.

Como no había humanos dentro del cuarto de cámaras, sino máquinas automatizadas que registraban y alertaban a los directivos sobre cualquier movimiento sospechoso dentro de WDM, y obviamente no había cámaras dentro del cuarto de cámaras, fue la primera sección prohibida que visité, y así pude asegurarme de cuáles habitaciones podía visitar sin ser visto.

Allí arriba, además, se guardaba el registro de cada actividad en cada rincón de cada habitación de cada sección de WDM, excepto en algunas donde los materiales o información confidencial no podía ser filmada.

Me entretuve muchas veces viendo las pantallas que mostraban cada plano registrado por las cámaras. Así aprendí mucho más de WDM.

Primero que todo, parecía que la mayoría de la gente de WDM caminaba con inseguridad, miraba hacia atrás cada tres o cuatro segundos o tenía tics nerviosos repentinos, los cuales se repetían constantemente y cambiaban por completo tras unas semanas.

También noté que, aunque la ropa en aquella dimensión era bastante parecida a la mía, algunos buzos, chaquetas y camisetas llevaban guantes incrementados a sí mismos y a los pantalones, medias y zapatos. Era un detalle bastante raro, ya que para lavar un par de medias tendrías que lavar tus zapatos y pantalones también, pero más tarde me enteré que eran desprendibles a través de un pequeño metal magnético.

Todas las prendas llevaban un pequeño logo de la organización en la parte de atrás, incluso las gafas, los zapatos y las bufandas, y no existía ropa elegante, tal como corbatas, esmóquines, zapatos con tacones o moños. Solo ropa deportiva, casual y militar.

Finalmente, también descubrí que WDM estaba construida en una forma muy específica y curiosa. Sus pasillos, habitaciones y espacios abiertos construían, si se les veía desde lo alto, unas hermosas letras cursivas, en las que se leía el nombre de la organización, WDM.

Quedé estupefacto ante aquel tan impresionante descubrimiento y no me cansé de observar y volver a observar el magnífico trabajo de un arquitecto que, en medio del fin del mundo, logró construir el hogar de una sociedad de tan creativa y maravillosa manera.

Traté varias veces de ver dentro del QMR a la criatura, para saber qué hacía allí adentro, para constatar si Ned había acertado en su descripción física y saber qué tan peligroso era el enemigo que estábamos enfrentado.

Pero infortunadamente, por seguridad del motor, no se había instalado ninguna cámara adentro y, como obviamente no había ningún tipo de ventana u orificio que mostrara su interior, era también imposible teletransportarse dentro.

Lo que sí pude hacer fue observar a Ned. Por una extraña razón, ahora tenía un mal presentimiento sobre él. Sentía como si ya hubiera tenido esa reacción, que desde antes de llegar a WDM había visto su mirada.

Sin embargo, las veces que lo pude observar mientras leía, dormía o caminaba a través de los pasillos por la noche no noté nada fuera de lo común, nada que pudiera poner en riesgo mi vida o la de los demás agentes de WDM, así que finalmente desistí en mi tarea.

Mis marchas nocturnas terminaron cuando un día Plathor tomó la decisión de guardar mi teletransportador dentro de una gran caja fuerte hasta el día que fuera a hablar con Jenny, por seguridad, ya que era posible que hubiera revueltas dentro de la gente, debido a la alta presión que todos estaban sufriendo, y que el teletransportador fuera robado o incluso destruido.

En los entrenamientos de armas de fuego, finalizando la segunda semana, Íl nos introdujo a un nuevo tipo de armamento: los explosivos.

Tras unas pequeñas clases de la utilización de explosivos primarios, secundarios, o en algunos casos terciarios, y sustancias deflagrantes y detonantes en el campo de batalla, nos pusieron a practicar su lanzamiento en un enorme simulador de titanio y cubierto con brillante papel aluminio.

En el simulador teníamos una enorme pantalla curva que trataba de simular la forma de la retina del ojo humano y el alcance de nuestra vista, lo que hacía que el escenario detrás de ella se viera más real que nunca.

A continuación, nos entregaban unos brazaletes metálicos, parecidos al que usaba Mary cuando la vi por primera vez, al lado de la casa-iglú de los Goorgops. Estos nuevos brazaletes eran en realidad sensores de movimiento que replicaban en la pantalla nuestras acciones en el campo de batalla virtual. Era como un videojuego, pero 10 veces más real, porque además la temperatura, presión y movimiento que correspondían al supuesto campo de batalla se replicaban en la enorme máquina a nuestro alrededor y podíamos sentir a la perfección el viento y el calor del fuego del combate.

Movíamos nuestros brazos para lanzar las granadas hacia los blancos que aparecían en la pantalla y, si la tirábamos demasiado cerca, sentíamos el impacto del arma en nosotros mismos, aunque en la realidad sin hacernos ningún daño. Si, por el contrario, lo hacíamos demasiado lejos aparecían Goorgops de todos lados y podías sentir el dolor (aunque mucho menos intenso) de las balas de tus enemigos atravesándote.

En esa primera sección donde tan solo debíamos tener fuerza y puntería para atinarle al blanco con la granada no me fue para nada mal, la nota que saqué en el examen con respecto a esa actividad fue de 9,2 de 10. Sin embargo, en la segunda sección debíamos no solo darle al blanco, sino seguir en la lucha, correr y arrastrarse para encontrar nuevos blancos y lanzar las granadas, protegiéndose siempre de los posibles ataques del bando contrario. Mi nota bajó en esa sección drásticamente a 5,1, debido a la complejidad de los movimientos.

Para esa segunda sección no solo fueron dos manillas las que nos pusieron para replicar nuestros movimientos, sino todo un traje que permitía que nuestro personaje se pudiera mover con gran precisión dentro del campo de batalla virtual.

Al final, en la última sección de manejo de explosivos, el nivel de dificultad se elevó aún más: los Goorgops eran más fuertes y veloces y esta vez, ya no se mostraban los blancos a los que debíamos atacar o los compañeros a los que teníamos que ayudar, sino que debíamos decidir con base en nuestro instinto, evaluar la mejor manera de actuar y hacerlo con rapidez. Al final, un porcentaje salía en tu pantalla, reconociendo tu capacidad de reacción, valentía o precisión.