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La capacidad de enmarcar

Los modelos mentales afectan a todo lo que hacemos, incluso aunque no nos demos cuenta

El domingo 15 de octubre de 2017, Alyssa Milano estaba tumbada en la cama de su casa de Los Ángeles leyendo las noticias.1 Internet ardía por las acusaciones al productor cinematográfico Harvey Weinstein. Milano había sido una estrella infantil en comedias televisivas de los ochenta y por aquel entonces era una actriz de cuarenta y pico años, por lo que conocía perfectamente todos los nombres que se estaban mencionando en las noticias. Por desgracia el acoso sexual no es algo inaudito en Hollywood; de hecho, el notorio “casting de sofá” es una institución abominable de la industria. Pero a Milano aquellas revelaciones le parecieron diferentes. No se trataban de insinuaciones indeseadas, sino de agresiones físicas, decenas de ellas, que no habían sido meramente ignoradas durante décadas, sino activamente encubiertas.

De repente, le llegó un mensaje de una amiga que sugería que, si las mujeres alzaran la voz en Twitter, el mundo comprendería la magnitud del problema. A Milano le pareció una muy buena idea; siempre había sido una persona muy comprometida. Cuando era una joven estrella de quince años, besó a un chico seropositivo en un programa de entrevistas de la televisión para demostrar que el contacto casual con personas con SIDA no suponía ningún peligro. En 2013 “filtró” en internet lo que parecía ser un vídeo sexual de ella y su marido, pero que en vez de contener escenas subidas de tono en realidad era un segmento de dos minutos explicando el conflicto de Siria; utilizó el clickbait en favor del humanitarismo.

Así que para ella recurrir a Twitter tenía mucho sentido. “Sería una muy buena manera de hacernos una idea sobre la magnitud del problema”, recuerda que pensó Milano, y también “sería una manera de quitar el protagonismo a estos hombres horribles y devolvérselo a las víctimas y supervivientes”.2 La propia Milano había sido agredida en un estudio cinematográfico casi veinticinco años atrás, pero nunca lo había mencionado públicamente.3 Así que decidió abrir Twitter y teclear: “Si te han acosado o agredido sexualmente escribe “me too” en respuesta a este tuit”.4 A continuación apagó el dispositivo, echó un vistazo a su hija de tres años ya dormida y se fue a la cama.

Cuando se despertó quedó totalmente sorprendida al ver que su tuit tenía treinta y cinco mil respuestas y no paraba de crecer. Se extendió por todo el mundo en un abrir y cerrar de ojos. Al final del día, el hashtag #MeToo ya había sido utilizado en más de doce millones de publicaciones. Empezaron a llamarla los periodistas. Se convirtió en un fenómeno mundial.

El movimiento MeToo es muchas cosas, pero quizá una de las más importantes es que es un marco. Transformó la manera en que percibimos el abuso sexual; dejó de ser algo que deberíamos guardar en la esfera privada para convertirse en algo que podíamos hacer público. Las declaraciones en Twitter se convirtieron en una fuente de empoderamiento y liberación. El movimiento MeToo consiguió revertir el es­tigma; las mujeres no deberían sentirse avergonzadas y tienen todo el derecho del mundo a avergonzar a los hombres que las han agredido.

Antes del movimiento MeToo, si una mujer hablaba sobre una agresión se arriesgaba a ser vista no como una víctima, sino como una persona complaciente, cómplice o culpable. (“¿Por qué fuiste a su piso?”, “¿Por qué llevabas ese vestido tan provocador?”). Gracias a este nuevo marco, las mujeres pudieron compartir su testimonio sabiendo que no estaban solas y que tenían un grupo de apoyo mundial en la palma de su mano.

Este nuevo marco no solamente nos proporcionó una manera alternativa de reflexionar sobre esta cuestión, sino que nos abrió un nuevo abanico de acciones y decisiones posibles.

cartografiar el mundo

Gracias a los marcos, la complejidad del mundo nos resulta más comprensible, ya sea en relación con la respuesta de las mujeres ante el aco­so sexual o con la manera en que los científicos conciben las estructuras moleculares de los antibióticos. Nuestras mentes están repletas de marcos. Así es como pensamos. Los marcos pueden ser simples o sofisticados, precisos o imprecisos, hermosos o malintencionados. Pero todos capturan algún aspecto de la realidad. Y gracias a ello podemos explicar, centrarnos y decidir.5

La democracia es un marco, como también lo es la monarquía. En el ámbito de los negocios, la producción ajustada es un marco, como también lo son los OKR6 (el sistema de dirección popularizado por Intel y más tarde por Google conocido por sus siglas en inglés de Objective Key Results, objetivos y resultados clave). La religión es un marco, como también lo es el humanismo secular (es decir, la moralidad sin Dios). El Estado de derecho es un marco, como también lo es la noción de que el poder actúa correctamente. La igualdad racial es un marco, como también lo es el racismo.

Los marcos son tan fundamentales para nuestro raciocinio como versátiles. En las últimas décadas, los investigadores de disciplinas tan amplias como la filosofía y la neurociencia han estado estudiando la capacidad humana de enmarcar (aunque utilizan una gran variedad de términos para referirse a ella, como por ejemplo plantilla, abstracciones, representaciones y esquemas).

Hoy en día, la idea de que los humanos pensamos mediante modelos mentales está ampliamente aceptada tanto en las ciencias duras como en las blandas. Sin embargo, se trata de un fenómeno muy reciente. A principios del siglo xx las reflexiones sobre el pensamiento humano se dejaban en manos de los filósofos. Sigmund Freud y su interés por los misterios de la mente fueron más bien una excepción, no la regla. Durante el periodo de entreguerras, algunos filósofos como por ejemplo Ernst Cassirer y Ludwig Wittgenstein llegaron a la conclusión de que la mente se basaba en los símbolos y las palabras que podía manipular.7 Fue un gran paso en dirección a una visión más racional de la cognición, pero por aquel entonces todo era teórico, no había ninguna prueba empírica.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las ciencias empíricas centraron su atención en la mente humana. Pasó de ser un asunto de filósofos a uno de psicólogos, sobre todo cuando estos últimos empezaron a reflexionar sobre los procesos cognitivos del cerebro. Al principio equipararon estos con estrictas operaciones lógicas, pero los estudios empíricos no consiguieron respaldar esta teoría. A inicios de la década de los setenta, la idea de los “modelos mentales”8 fue ganando terreno, así como el concepto de que el raciocinio humano no opera siguiendo una lógica formal, sino que funciona más bien como si fuera un simulador de la realidad: somos capaces de valorar distintas opciones porque podemos imaginar lo que podría ocurrir.9

Hoy en día esta teoría se ha demostrado empíricamente gracias a numerosos experimentos realizados por psicólogos y científicos cognitivos. La neurociencia también ha colaborado bastante en los últimos años gracias a las resonancias magnéticas, que nos permiten visualizar la actividad cerebral de un sujeto en tiempo real. Los estudios han demostrado, por ejemplo, que cuando planificamos el futuro se nos activan las áreas cerebrales asociadas con la cognición espacial y nuestra capacidad de pensar en tres dimensiones. Es como si literalmente nos sumergiéramos en una especie de sueño intencionado y deliberado.

Todo este trabajo ha provocado una lenta transformación de nuestra comprensión del pensamiento humano. Todo apunta a que los modelos mentales son los pilares fundamentales de la cognición humana. Todo lo que vemos y sabemos, notamos y creemos, empieza por la manera en que percibimos el universo. Comprendemos el mundo en relación con cómo creemos que funciona: por qué ocurren las cosas, cómo podrían transcurrir en un futuro y lo que podría ocurrir si actuáramos. Los marcos no son ni “la imaginación” ni “la creatividad”, pero nos permiten ejercitar ambas capacidades.

La mayor parte de las personas seguramente no piensan demasiado en su estado mental cuando toman decisiones. Esto se debe a que la mayoría de las decisiones que tomamos no tienen grandes consecuencias; qué camisa ponernos, qué ingredientes añadir a una ensalada, etcétera. Pero cuando se trata de tomar decisiones más trascendentales, el proceso se ha transformado por completo gracias al concepto de los modelos mentales. Muchas personas se toman su tiempo para tomar consciencia de los marcos de los que disponen y elegirlos deliberadamente.

La importancia fundamental de los marcos no reside en lo que son, sino en lo que nos facilitan. Nos empoderan porque nos permiten centrar la mente. Cuando funcionan bien, enfatizan lo más esencial y nos permiten ignorar todo lo demás. Se trata de una herramienta del programa, no de un error de software (como dicen los programadores). Los marcos son como atajos cognitivos gigantescos y eficientes que condicionan el espacio mental donde tomamos decisiones. Consiguen que nos resulte mucho más sencillo y práctico identificar distintas opciones. Los marcos simplifican, fortifican y amplifican la manera en que concebimos el mundo para que podamos actuar en él.

Los marcos también nos proporcionan libertad, ya que podemos seleccionarlos según los aspectos de la realidad que queramos destacar. El hecho de ser capaces de probar distintos marcos intencionadamente nos permite llegar mucho más lejos que los animales, que simplemente siguen sus instintos, o que las máquinas, que se limitan a acatar instrucciones. Dado que tenemos la capacidad de ver el mundo desde distintos puntos de vista, podemos enriquecer nuestra comprensión y encontrar soluciones mejores. Cuando elegimos un marco, en realidad lo que estamos haciendo es escoger un camino por el que tarde o temprano acabaremos tomando una decisión. Para comprender mejor todo esto vamos a poner un ejemplo práctico con mapas.

Los mapas son representaciones físicas de un modelo mental.10 Delimitan los espacios y señalan localizaciones. Al igual que los marcos, los mapas satisfacen distintas finalidades. Y del mismo modo que elegimos los marcos según nuestras necesidades y las decisiones a las que nos enfrentamos, escoger un mapa también es una decisión consciente que acarrea consecuencias en nuestra manera de comprender el mundo y actuar en él. Además, también moldean nuestra percepción.

El mapa con el que estamos más familiarizados es el cartesiano, que tiene dos dimensiones perpendiculares. La ventaja que presenta este tipo de mapas es su aparente objetividad; todas las distancias son correctas en relación entre sí y cada punto tiene su propia ubicación. Los mapas cartesianos nos permiten ubicarnos y proyectarnos a cualquier punto (e imaginar cómo debe ser el mundo desde allí). Pero también dejan de lado muchas otras características. Por poner un ejemplo, normalmente los mapas cartesianos son planos, cosa que dificulta poder reflejar el desnivel (tenemos que valernos de curvas de nivel o de distintos colores para conseguirlo). Es por eso por lo que resultan muy útiles para saber dónde se encuentra algo, pero no para saber cuánto tardaremos en llegar hasta ahí. Los mapas, al igual que los marcos, son muy adecuados para ciertas circunstancias, pero no para todas.

Si estuvieras en una ciudad como Londres o Tokio y quisieras ir de una punta de la ciudad a la otra, seguramente un mapa cartesiano no te serviría de nada. Te resultaría mucho más útil un mapa de transporte. Estos mapas simplifican la complejidad del territorio de una ciudad a un diagrama de líneas y estaciones diferenciadas por colores. Consiguen que sea muy fácil identificar dónde se entrecruzan las líneas de tren o autobús. Los mapas de transporte son una verdadera obra maestra debido a todo lo que no incluyen. Están diseñados para que podamos elegir la ruta más conveniente. ¡Pero pobre del que utilice un mapa de transporte para orientarse por las calles de la ciudad!

El mapa del metro de Londres, por ejemplo, tiene la característica particular de que ignora las distancias reales en favor de la legibilidad: puede que dos estaciones que parezcan estar muy cerca en el mapa en realidad estén a kilómetros de distancia. Y la mayoría de los mapas de transporte no indican a los usuarios cuánto tiempo se tarda en llegar a una destinación; la longitud de la línea entre dos estaciones normalmente no está a escala. Los mapas de transporte suelen renuncian a representar la distancia real en favor de la comprensión.

Incluso los mapas topográficos pueden dibujarse de decenas de maneras distintas, ya que la superficie de una esfera puede proyectarse en un plano bidimensional de muchas maneras diferentes. Pero cada una de ellas tiene sus fortalezas y sus debilidades. Si elegimos la manera en que la longitud y la latitud se proyectan perpendicularmente (como, por ejemplo, los mapas realizados siguiendo la proyección de Mercator11), cuanto más nos alejemos del centro más se distorsionará el área. Es por eso por lo que Alaska parece mucho más grande que Australia a pesar de que en realidad ocupa menos de un cuarto de su superficie. En cambio, hay otros mapas que muestran las medidas correctas de las áreas, pero que en cambio distorsionan su forma. Siempre hay que sacrificar algo en favor de otra cosa.

Por lo tanto, la pregunta “¿Qué mapa es mejor?” es un sinsentido a nivel abstracto. La respuesta depende del contexto en que se utilice el mapa y de la finalidad que tengamos. Con los marcos ocurre exactamente lo mismo. No hay ningún marco que sea bueno per se. Depende de la situación y de nuestra intención. Una vez escogemos un marco y lo aplicamos se nos abren varias opciones. Si no nos decidimos a aplicar ningún marco, podemos acabar discutiendo eternamente sin pasar a la acción. Escoger y aplicar un marco (es decir, convertirnos en enmarcadores) es lo que sienta las bases para que podamos tomar una decisión y entrar en acción.

Los estadounidenses están muy familiarizados con el término enmarcadores debido a las lecciones de historia del colegio. Lo utilizan para referirse a los hombres (y, por aquel entonces, solo a los hombres) que redactaron la Constitución de los Estados Unidos.12 Se les llamaba “enmarcadores” porque estaban creando un “marco de Gobierno”. La palabra está muy bien escogida, ya que la Constitución de los Estados Unidos es efectivamente un marco que define y delimita las instituciones y los procesos del Gobierno. Este documento fue el resultado de una serie de debates intensos entre dos bandos clave sobre distintos modelos de gobierno que se alargaron durante meses en el verano de 1787.

Los federalistas abogaban por un modelo de gobierno fuerte y centralizado con un presidente ejecutivo poderoso, un Estado de derecho firme y unos derechos estatales limitados. Su marco centraba la atención en lo que necesitarían para construir un Estado nacional fuerte que pudiera llegar a convertirse en una gran potencia. El marco que proponían era “federal” porque el poder se traspasaba de arriba abajo, no “confederado”, un modelo en el que el poder proviene de los elementos que lo componen. Por el contrario, los antifederalistas querían un centro débil, un modelo de gobierno más descentralizado, garantías para los derechos individuales y una democracia más directa. Su marco priorizaba la creación de unas democracias locales fuertes que pudieran unir fuerzas y defenderse entre ellas ante cualquier amenaza externa.

Al igual que sucede con los mapas, ninguno de estos dos marcos es inferior per se; cada uno tiene sus pros y sus contras y cualquiera de los dos podría ser adecuado en ciertas circunstancias. Todavía hoy en día estos dos modelos mentales siguen estando en el centro del debate sobre cómo gobernar las repúblicas democráticas. Más de dos siglos después, al otro lado del Atlántico, las naciones europeas siguen utilizando marcos similares en el debate de si la Unión Europea debería ser un demos (un pueblo unido con un centro fuerte) o un demoi (un conjunto de pueblos con una forma de gobierno más descentra­lizada).

La existencia de múltiples marcos contrapuestos puede provocar debates interesantes y suscitar una gran variedad de opiniones diversa. Pero cuando se puede aplicar más de un marco (cosa que suele ocurrir a menudo), elegir cuál es el más adecuado para la situación en cuestión resulta muy complicado. Tomar esta decisión requiere tener un buen conocimiento de los objetivos y del contexto en que se quiere aplicar el marco. Hay mucho en juego.

la enmarcación errónea y las catástrofes

Enmarcar erróneamente puede llegar a ser catastrófico. Para darnos cuenta de la importancia que tiene escoger el marco adecuado vamos a examinar cómo los expertos y los políticos gestionaron dos pandemias distintas.

Cuando en primavera de 2014 hubo un brote del virus del ébola en África Occidental, convocaron a expertos de todo el mundo para que lo estudiaran y ayudaran a contenerlo. Las dos organizaciones principales que acudieron fueron la Organización Mundial de la Salud (OMS), una organización de las Naciones Unidas, y Médicos Sin Fronteras (MSF), un grupo de ayuda internacional. Los expertos de ambas organizaciones sabían que su primera arma para librar esa batalla era la información. Pero a pesar de tener los mismos datos, sacaron conclusiones completamente opuestas. Y no es que sus análisis fueran erróneos, sino que utilizaron marcos distintos para valorar la misma situación, cada uno basado en una perspectiva diferente de las circunstancias del brote y de su futura propagación.

La OMS basó su modelo en un marco histórico. Viendo el número relativamente bajo de casos de ébola, pensaron que el brote de 2014 sería muy similar a los que ya se habían producido anteriormente en la región y se habían logrado contener a nivel local. La OMS predijo que el brote sería limitado y aconsejó no tomar medidas internacionales drásticas. Por el contrario, MSF valoró los brotes desde una perspectiva espacial. El virus se había propagado por varios poblados que estaban relativamente alejados entre sí y que además estaban situados a lo largo de la frontera con otros tres países. Debido a esta observación, MSF llegó a la conclusión de que el virus seguramente se había propagado más de lo que los datos indicaban. Y por eso la organización abogó por tomar acciones rigurosas de inmediato.13

En el fondo las tensiones se originaron debido a que habían conceptualizado la crisis de manera diferente; unos creían que el brote estaba centralizado y otros que se había propagado. Aquella plaga corría el riesgo de acabar convirtiéndose en una catástrofe mundial. Ya habían muerto cientos de personas, pero estaban en juego las vidas de cientos de millones más. Al principio la OMS ganó la discusión y solo se adoptaron medidas locales. Pero la rápida expansión del ébola acabó confirmando la visión alarmista de MSF. Entonces se desató el pánico a nivel mundial. (Donald Trump, que por aquel entonces era un promotor inmobiliario convertido en estrella de televisión, tildó al presidente estadounidense Barack Obama de “psicópata” por no querer cancelar los vuelos provenientes de África Occidental y tuiteó: “¡no los dejéis entrar!”, (aunque en realidad no había ningún vuelo directo entre esas dos regiones).14 Solo las medidas extraordinarias que tomaron los Gobiernos consiguieron contener la propagación y, finalmente, la crisis acabó disminuyendo.

Avancemos ahora hasta 2020. Cuando las autoridades sanitarias públicas detectaron un nuevo tipo de coronavirus a principios de ese mismo año, todavía no estaba muy claro a qué tipo de enfermedad nos estábamos enfrentando. Hasta entonces se conocía la existencia de siete tipos de coronavirus que podían afectar a los humanos con una gran variedad de tasas de contagio y letalidad. Algunos tipos simplemente causaban un resfriado común. Otros, como por ejemplo el SARS (que afectó a Asia del 2002 al 2004) y el MERS (que afectó a Oriente Medio en 2012), demostraron provocar síntomas más graves, tener periodos de incubación más largos y causar tasas de letalidad del diez por ciento y el treinta y cinco por ciento respectivamente.15 Sin embargo, el mundo ya había sufrido brotes de coronavirus anteriormente y todos habían sido sofocados, igual que el ébola.

Quizá fue precisamente por este motivo que al principio los países no tenían claro si debían hacer saltar las alarmas por el descubrimiento del SARS-CoV-2 y de la enfermedad que provocaba, el COVID-19. China cerró la ciudad de Wuhan, una acción sin precedentes que parecía algo que solo un régimen autoritario querría y podría emprender. En Italia los casos empezaron a multiplicarse antes de poder percibir la gravedad del asunto. Los hospitales de la región de Lombardía se vieron tan sobrepasados que llegó un punto en que los médicos fueron obligados entre lágrimas a sedar a los pacientes de más de sesenta años para que murieran sin dolor, y conservar así los limitados recursos médicos para los más jóvenes.16

Todos los países tenían los mismos datos, al igual que había ocurrido con la OMS y MSF en 2014. Y al igual que en el caso del ébola, la manera en que los países enmarcaron inicialmente el COVID-19 afectó las opciones que concibieron, las acciones que emprendieron y cómo les fue al principio de la crisis. Las respuestas de Reino Unido y de Nueva Zelanda en particular son un buen ejemplo para demostrar que escoger marcos distintos produce resultados diferentes.

Nueva Zelanda enmarcó el COVID como si fuera SARS y decidió optar por una estrategia de erradicación. A pesar de que el país no había estado afectado anteriormente por el SARS, sus funcionarios se reunían a menudo con sus homólogos de los países vecinos que sí que se habían visto muy afectados por el virus, como por ejemplo Taiwán y Corea del Sur, y que habían creado unas políticas y unos sistemas para monitorizar enfermedades muy efectivos. Por consiguiente, al principio del brote del COVID-19 las autoridades sanitarias de Nueva Zelanda enseguida se pusieron en modo catástrofe. La primera ministra Jacinda Ardern decidió que era mucho mejor reaccionar de manera desproporcionada que no quedarse cortos. “Actualmente tenemos 102 casos, pero seguro que en algún momento Italia tuvo el mismo número de infectados”, dijo a toda la nación en marzo de 2020. El país se confinó, cerró fronteras y se comprometió a rastrear los contactos de cada caso.17

Paralelamente, en Reino Unido se enmarcó el COVID como si fuera más bien una gripe estacional y se optó por una estrategia de mitigación. Las autoridades sanitarias dieron por sentado que el virus se propagaría inevitablemente por la población y que con el tiempo adquirirían la inmunidad de rebaño. El Gobierno dejó de hacer test y de rastrear los contactos al inicio de la crisis, y tardó mucho más que sus homólogos europeos en emprender acciones como por ejemplo prohibir los eventos públicos multitudinarios o cerrar las escuelas. Las autoridades solo se decantaron por decretar el confinamiento nacional cuando los modelos epidemiológicos mostraron que el virus colapsaría su sistema nacional de salud.18 A principios de junio, la primera ministra Ardern declaró que su país estaba libre de COVID, mientras que Reino Unido registró alrededor de cincuenta mil muertes por COVID, una de las tasas más altas del mundo.19/20

Dos organizaciones. Dos países. Mismos datos y mismos objetivos, pero diferentes marcos y diferentes acciones. Y resultados muy diferentes.

Los marcos nos ayudan a llegar hasta dónde queremos ir, pero somos nosotros los que tenemos que elegir hacia dónde dirigirnos. En cierto modo resulta reconfortante, ya que significa que seguimos teniendo el control. Pero también puede resultar abrumador. Por muy poderosos y versátiles que sean los marcos, y por muy valiosos e indispensables que pueden llegar a ser, en última instancia somos nosotros los que tenemos que escoger.

visualizar nuevos mundos

Los marcos nos permiten visualizar aquello que no podemos percibir. Se trata de un superpoder que poseemos todos los humanos. Hay varios motivos que justifican que no podamos ver algo directamente; quizá no tengamos tiempo de recabar información o no queramos hacerlo o no podamos hacerlo porque los datos nos eluden. En todas estas situaciones no podemos ver directamente el panorama completo, pero nuestros modelos mentales nos ayudan a llenar el espacio en blanco. Gracias a ellos podemos ampliar nuestra capacidad de toma de decisiones mediante nuestra imaginación, que nos permite ir más allá de lo inmediato y adoptar ideas más generales y abstractas. Esto nos anima a utilizar nuestro intelecto para propósitos que de otra forma solo hubiéramos podido soñar.

Para entender hasta qué punto podemos utilizar los marcos para llenar el espacio en blanco, vamos a examinar los alunizajes. Cuando el modulo lunar del Apolo 11 se posó encima de la superficie de la Luna en el verano de 1969, fue una hazaña extraordinaria. Pero los astronautas no llegaron a la Luna gracias a los motores atronadores Saturno V ni a los nuevos ordenadores rudimentarios. En realidad, en más de un sentido, fue gracias a nuestra capacidad de utilizar los marcos para “ver” lo que no podemos percibir.

Nadie sabía cómo navegar a través de los más de trescientos cincuenta mil kilómetros de espacio vacío que hay entre la Tierra y la Luna. Los expertos de la NASA tuvieron que imaginárselo, crear un modelo mental de la navegación espacial y las herramientas que necesitarían para poder hacerlo realidad. Y no se trataba simplemente de que la brújula no funcionara, sino que los conceptos de norte y sur no tenían ningún sentido en el espacio. Asimismo, los ingenieros ape­nas tenían experiencia en construir motores que pudieran funcionar en el frío vacío del espacio y que además se pudieran activar y reactivar solo con pulsar un botón. Así que construyeron el cohete basándose en los modelos mentales de cómo operan los motores no solamente en la atmósfera de nuestro planeta, sino también en el espacio. Las pruebas que hicieron ayudaron mucho, por supuesto, pero sirvieron sobre todo para verificar lo que los científicos ya habían imaginado en su cabeza.

Cuando Neil Armstrong dio aquel “pequeño paso” en la superficie lunar, se sorprendió de su firmeza, ya que esperaba hundirse cuatro o cinco centímetros. “La superficie es fina y polvorienta –dijo el capitán de treinta y ocho años por la radio a su tripulación y al centro de control–. Solo me he hundido una fracción de centímetro, quizá apenas un cuarto”.21 Pero esta fue la única sorpresa que se llevaron en el Apolo 11. El resto de los humanos de la Tierra que se encontraban a cientos de miles de quilómetros llevaban meses y años utilizando marcos para averiguar qué se necesitaría para conseguir que los astronautas llegaran a la Luna y para traerlos de vuelta.

La capacidad de concebir algo que nunca hemos experimentado no siempre nos sale de manera innata. El día después del lanzamiento del Apolo 11, The New York Times publicó la que se considera la mejor enmienda de la historia periodística cuarenta y nueve años después de haber publicado el artículo original. “El 13 de enero de 1920”, rezaba el periódico, publicaron un artículo en que “se rechazaba la idea de que un cohete pudiera operar en el vacío”. El artículo original se burlaba de los científicos que “parecen carecer de los conocimientos básicos que se enseñan cada día en nuestros institutos”. Pero más tarde el periódico tuvo que tragarse sus propias palabras. “Sin embargo, investigaciones posteriores han confirmado las teorías de Isaac Newton del siglo xvii y han verificado que los cohetes pueden operar tanto en el vacío como en la atmósfera. The Times lamenta el error”.22

Utilizar marcos para ver lo que (todavía) no podemos percibir es muy común en ciencias. Los eruditos de 1846 predijeron la existencia de un octavo planeta, Neptuno, basándose en su modelo del movimiento de los planetas y los datos que habían recabado al observar a Urano, su vecino planetario. Cuando los astrónomos apuntaron sus telescopios en dirección a la supuesta posición de Neptuno consiguieron encontrarlo, tal y como habían predicho gracias al modelo mental.

También podríamos tomar como ejemplo el bosón de Higgs, una partícula elemental diminuta.23 En la década de los sesenta, los físicos ya predijeron la existencia de esta partícula gracias a los marcos de la física de partículas y la física cuántica. Pero se necesitaron cincuenta años más y el Gran Colisionador de Hadrones, cuya construcción costó diez billones de dólares, para poder recabar datos suficientes como para poder verificar dicha teoría. Gracias a su marco fueron capaces de predecir lo que descubrirían más adelante. Y en 2020 los científicos aplicaron el marco de Einstein sobre la relatividad para predecir el “baile” de un agujero negro alrededor de otro a billones de años luz de distancia, calentando una cantidad de materia equivalente a un billón de soles prácticamente cada hora. Así de precisos pueden llegar a ser los marcos a la hora de describir lo que todavía no podemos observar.

Eso de ver lo que no podemos percibir también se puede aplicar a otros ámbitos. En el mundo de los negocios se utiliza la llamada “estrategia del océano azul” para identificar los espacios de mercado inexplorados (como si estuvieran solos en medio del mar) que las empresas deberían explotar.24 Aprovechan minuciosamente las cualidades de la capacidad humana de enmarcar para ayudar a los directivos a visualizar los vacíos comerciales y a proponer opciones y alternativas en los mercados y los productos. La estrategia del océano azul creada por W. Chan Kim y Renée Mauborgne, dos profesores universitarios que dan clases en la escuela de negocios INSEAD, ha demostrado ser muy útil. La compañía de videojuegos japonesa Nintendo la utilizó para identificar los productos y espacios de mercado vacíos que acabarían convirtiéndose en la exitosa Nintendo DS y la Wii.