Buch lesen: «Arraigados en la tierra», Seite 3

Schriftart:

¿HAY ALGUNA ALTERNATIVA REALMENTE VIABLE?

Por todos es sabido que la agricultura no vive su mejor momento; de hecho, a lo largo de las últimas décadas no lo ha vivido nunca. Pero ¿qué hay de cierto en esta afirmación que a menudo escuchamos en boca de los agricultores? En este libro buscaremos la respuesta a esta pregunta y también a otras todavía más relevantes: ¿Qué futuro le espera al sector primario? ¿Y al planeta? ¿Y qué relación hay entre los dos?

¿Y si una de las posibles respuestas a estas preguntas fuera la agricultura regenerativa? Para mí, el concepto «agricultura regenerativa» hace referencia a un sistema de trabajo y de vida en el que a menudo se aplican técnicas y conocimientos ancestrales, pero con las actualizaciones que permiten la ciencia y la tecnología modernas. Un sistema que pretende mejorar la fertilidad del suelo empleando recursos renovables y, si es posible, procedentes de la misma finca. Un sistema que, a la hora de afrontar las adversidades, pone el foco en las causas y no en los efectos, como iremos viendo a lo largo del libro.

Imagina una solución que permitiera a los agricultores reducir sus gastos y su dependencia de las energías no renovables; minimizar los efectos de las crisis constantes, ya sean climáticas o económicas; mantener las producciones, y obtener alimentos de mayor calidad. Un sistema que permitiera trabajar de forma más segura y feliz, y conseguir la viabilidad económica de las explotaciones sin depender del sistema de subsidios que, en muchas regiones del mundo, otorga la Administración pública.

Imagina una solución que aportara a la sociedad un mayor bienestar ambiental, ayudando a mitigar el cambio climático y a frenar los procesos de desertificación de la superficie terrestre. Una solución que ofreciera un mayor bienestar social, produciendo alimentos más saludables y provocando un impacto positivo sobre la salud humana. Y también bienestar económico, puesto que una agricultura fuerte genera puestos de trabajo y funciona como medida de control sobre el mosaico paisajístico, con un impacto evidente a escala turística.

Lo primero que puedes pensar, y es totalmente normal, es que quizá estas afirmaciones son un poco exageradas. O quizá pienses que si son ciertas, detrás de este sistema productivo debe esconderse algún inconveniente de peso, algo que explique por qué no se está empleando ya indiscriminadamente en todo el mundo.

Si has pensado en la segunda opción, has acertado. Realmente existe un inconveniente que provoca que este movimiento orgánico y regenerativo, originado hace más de setenta años de manera simultánea en distintos lugares del planeta, no se haya establecido como principal modelo agrario. Seguro que este inconveniente no te sorprenderá, porque se repite en otros ámbitos muy diferentes siguiendo siempre los mismos patrones y dificultando que nuestra sociedad avance hacia un estilo de vida probablemente mejor. El motivo por el cual los agricultores no estamos gestionando de manera regenerativa nuestras explotaciones es que este tipo de agricultura no genera apenas ningún beneficio económico para la agroindustria, y, por tanto, no interesa.

Si bien para algunos podría parecer que los agricultores siempre hemos tenido un cierto grado de rebeldía o incluso de anarquismo, y de hecho ha sido así en muchos ámbitos, te aseguro que nada más lejos de la realidad en cuanto a las prácticas agrícolas. Con el lema «Siempre se ha hecho así» se han realizado —hemos realizado— algunas barbaridades avaladas por la gran industria agroquímica, y arraigadas dentro del ADN rural con tanta contundencia que su extracción resulta muy difícil.

El sistema actual, basado en la economía del capital, promete resultados a muy corto plazo con la condición de emplear las herramientas que ofrece; en el caso de la agricultura, fertilizantes y productos fitosanitarios. Personalmente puedo dar fe de que usando estas herramientas solemos obtener buenos resultados, al menos sobre el aspecto concreto para el cual han sido diseñadas, pero muchas veces comprometen el futuro de la explotación y, a medio plazo, incluso del planeta.

En el mundo de hoy, lo más cómodo es tomar las decisiones siguiendo los esquemas y las soluciones que nos ofrece el sistema, dándolas por buenas, y en la mayoría de casos no aceptando las alternativas, aunque puedan parecer mejores. Según Thomas S. Kuhn, filósofo estadounidense y estudioso del mundo científico, el ser humano nunca ha podido ser objetivo al recibir información innovadora. Cuando una nueva idea se contrapone a nuestras experiencias, conocimientos o prejuicios, nuestra mente la bloquea, la deforma o se rebela en su contra6.

Creo que esta cita, empleada también por Allan Savory en su libro Manejo holístico7, señala con mucha claridad el sentimiento que experimentamos la mayoría de agricultores cuando nos llega una información opuesta a los conocimientos y a las experiencias adquiridos a lo largo de nuestra vida. En general, las prácticas que expone el libro que tienes entre las manos se apartan 180 grados del tipo de gestión que nuestros padres y abuelos han realizado siempre en sus explotaciones, o de la gestión que se enseña en la mayoría de las escuelas y universidades agrícolas de todo el mundo. Espero que tu mente me dé la oportunidad de explicarme antes de rechazar las nuevas ideas que quizá encontrarás en las siguientes páginas.

Recuerdo con claridad las primeras veces que escuché hablar de regenerar el suelo. Automáticamente, mi cerebro lo clasificó como prácticas esotéricas, de forma que este concepto dejó de generarme interés. Como persona racional y payés de pura cepa, la primera respuesta ante esas ideas fue la crítica. Cuando te pones a ello, es muy sencillo encontrar argumentos para criticar un sistema que no tiene el apoyo de la práctica totalidad del mundo científico y docente, de las empresas más importantes del sector, ni de los líderes y la clase política —por lo tanto, de la sociedad en general—, pero a pesar de todo decidimos correr el riesgo y lanzarnos a la aventura.

Una vez tomas la decisión de cambiar el sistema de trabajo, con la complejidad de hacer de equilibrista entre la agricultura convencional y la regenerativa, y todavía sin comprender del todo el funcionamiento del suelo y sus ciclos naturales, es fácil cometer errores que no harán más que reforzar las críticas del entorno y las dudas propias.

A pesar de todo, uno de los momentos más bonitos de este cambio de paradigma mental es cuando te das cuenta de que, contrariamente a lo que hacías antes, todas y cada una de las acciones que emprendes generan una mejora en la fertilidad del suelo y, por lo tanto, una mejora real en la productividad de la finca y en la calidad ambiental del entorno. Entonces tomas conciencia de cómo era de falso el concepto anterior de productividad, incluso cuando se alineaban todos los astros y las producciones y los precios eran excelentes. Ahora no nos parece acertado sentirnos productivos si, mientras produces, degradas tu ecosistema y, por lo tanto, tus futuros recursos para producir.

La agricultura regenerativa consigue una productividad, un beneficio social, ambiental y económico real, lo cual genera una satisfacción mucho más intensa que la de conseguir dos toneladas más de producción que los vecinos usando todo el armamento químico y mecánico disponible.

En este punto, asumes el concepto de libertad en toda su plenitud. Los humanos nos creemos libres, pero no lo somos. Y no es por culpa de los gobiernos, del clima, de la familia o de la religión, puesto que la libertad depende solo de nosotros. La auténtica libertad es un acuerdo que pactamos con nosotros mismos y que requiere primero tomar conciencia de que estamos domesticados por el sistema de creencias que nos han impuesto y que hemos llegado a incorporar como base de nuestro comportamiento. Estas creencias gobernadas por el miedo están tan arraigadas que, una vez las hemos asumido, somos nosotros mismos quienes velaremos durante el resto de nuestra vida por que no se rompan.

Este libro propone la agricultura regenerativa como herramienta de ruptura con este marco mental, como motor de cambio para una sociedad intoxicada, tanto física como mentalmente, que merece ser libre, saludable y feliz.

ENTONCES, ¿LOS AGRICULTORES SON LOS PRINCIPALES CULPABLES DE LA DEGRADACIÓN DEL PLANETA?

Este es un duro interrogante que, durante las últimas décadas, no ha dejado de circular en torno al tema de la producción de alimentos. Cuando su respuesta es afirmativa, genera un fuerte rechazo en una parte importante del sector agrario; en ocasiones incluso deriva hacia actitudes y conductas irracionales, que responden a un intento de mantener la dignidad frente a los ataques que, con demasiada frecuencia y a menudo con poco conocimiento, recibe este complicado oficio.

Uno de los objetivos de este libro es aportar toda la información posible sobre esta materia para que formes tu propia opinión a partir de hechos contrastados y conocimientos técnicos.

Mi respuesta a la pregunta planteada es sí pero no. Los agricultores somos los primeros responsables de nuestras acciones, sí. Este hecho es indiscutible. La elección entre productos químicos o insumos orgánicos recae solo sobre cada agricultor, pero en esa decisión intervienen muchos y diferentes factores. La mayoría son externos a la cotidianidad rural, y a menudo más relacionados con el sistema social y económico.

Todos sabemos que es más sostenible ir en bicicleta o transporte público que en coche, y probablemente en las ciudades podemos llegar a cualquier lugar con estos dos medios. Por una serie de motivos (comodidad, economía, rapidez, autonomía…), la mayoría de las veces escogemos el coche a pesar de saber lo que implica su uso a escala ambiental, social y económica.

La mayoría de agricultores que practican o hemos practicado el modelo convencional sospechan que existe un riesgo ambiental y una toxicidad en los productos fitosanitarios, y por eso suelen tomar las medidas recomendadas para manipularlos. Por los mismos motivos que cogemos el coche en lugar de la bicicleta, a veces es difícil imaginar una agricultura moderna sin estos inputs.

Por otro lado, el sistema económico ha creado un discurso muy arraigado en la sociedad rural que asocia a un buen agricultor con un cultivo sin malas hierbas y con un suelo trabajado de un color más marrón (tierra) que verde (plantas). Dejar de eliminar las plantas no deseadas que conviven con el cultivo suele generar una presión social, incluso dentro de la misma familia, difícil de gestionar en ciertos momentos. Y es en este ambiente de presión, en el que se magnifican los fracasos y se obvian los aciertos, cuando muchas veces se acaba optando por la decisión fácil, la de siempre: entrar a matar con todo el armamento químico del que se disponga para dormir tranquilo.

Recuerdo que mi abuelo siempre me decía una frase que aprendí enseguida y que resume casi todas las tesis del modelo actual. El abuelo Joan me decía: «El miedo guarda la viña». La cultura del miedo, como herramienta de gestión social y empleada por los grandes grupos de poder económico, obviamente no es exclusiva de la agricultura, pero también dentro del sector primario el miedo está muy presente. Tanto que es la mejor arma que posee la industria agroquímica: le permite vender unas 400.000 toneladas (el equivalente a ocho veces el peso del Titanic) anuales de pesticidas solo en Europa, según Pesticide Action Network (PAN)8, y facturar miles de millones de euros en cada campaña. Esta estrategia, empleada en todo el mundo por las diferentes sucursales de esta industria, se basa en explicar una y mil veces a los agricultores, como si se tratara de las diez plagas bíblicas, las graves consecuencias de no tener los cultivos protegidos en todo momento ante los terroríficos y devastadores ataques que causan las invasiones de una especie dañina y las enfermedades. Y de las inasumibles pérdidas económicas que estas suponen. Un agricultor aterrado se convierte en el mejor de los compradores de unos productos que, si bien a corto plazo eliminan el problema, a medio plazo crean las condiciones ideales para que ese problema se reproduzca de manera más agresiva, y sea necesario incrementar la cantidad de productos biocidas para controlarlo, como explicaremos más adelante. Un círculo vicioso enormemente lucrativo para una pequeña parte del sector agrícola y ganadero. Con la proliferación de la agricultura ecológica industrial, la que solo busca la subvención o el sello, esta idea no ha hecho más que aumentar, sobre todo cuando se plantea como un mero cambio de inputs. Aplicar solo los productos que permiten las normativas ecológicas, a menudo fabricados por las mismas multinacionales químicas, implica un coste más elevado para el agricultor.

Otro motivo, quizá el más importante, por el cual muchos agricultores no se plantean practicar un modelo más sostenible ambientalmente es la economía de la explotación. La agricultura actual tiene unos márgenes de beneficio tan reducidos que obliga a quien quiere vivir de ella a gestionar cada vez más superficie y a emplear todos los recursos necesarios para no sufrir una bajada de producción. Cualquier mengua en la cosecha o en el precio que nos paguen por ella puede ser letal para el negocio.

En resumen, ya sea de manera intencionada o no, el sistema establecido dispone de unos mecanismos de autodefensa que dificultan que se pueda salir del mismo.

Si hay algo que tengo claro es que ni con obligaciones, ni con normativas estrafalarias ni con estrategias dirigidas a criminalizar al sector se favorece un cambio de paradigma. Hay que ofrecer alternativas reales y económicamente viables, como la agricultura que regenera. Por encima de todo, un buen agricultor tiene que ser un buen empresario, tiene que tener la capacidad de valorar el rendimiento económico de su explotación y tiene que poder actuar al respecto si los resultados no son los esperados.

Y LA ADMINISTRACIÓN, ¿CÓMO AFRONTA ESTA PROBLEMÁTICA?

No sé muy bien por qué, pero desde siempre el agricultor disfruta de una protección y permisividad a la hora de exponer sus pensamientos que difícilmente se pueden encontrar en otras profesiones. Podría ser porque se considera que es gente sabia con un conocimiento adquirido a base de observar la naturaleza durante milenios. También podría ser porque se piense que son personas poco leídas o poco actualizadas… La verdad es que yo conozco a agricultores que corresponden a una u otra de esas categorías, igual que conozco a personas de ambos tipos que no tienen ninguna relación con el campo.

En todo caso, haré uso de este privilegio diciendo lo que pienso y siento con la esperanza de que, si alguna vez se juzgan estas palabras, siempre podré alegar en mi defensa: «Señorías, es que vengo del campo».

Como no podía ser de otra manera, las administraciones de todo el mundo, con sus correspondientes ministerios, promueven la agricultura sostenible. Europa la incentiva mediante ayudas económicas, con cantidades variables según los países donde se apliquen. Justo es decir que los agricultores convencionales también reciben un subsidio, pero de menor cuantía que los ecológicos. Algunas voces afirman que las próximas actualizaciones de las políticas agrarias favorecerán claramente una agricultura más sostenible.

Hago un paréntesis para comentar este modelo subsidiario europeo, tanto para agricultores ecológicos como para agricultores convencionales. Estas ayudas económicas, reguladas en Europa por la Política Agrícola Común (PAC)9, han distorsionado, en negativo según mi opinión —recuerda que soy payés y puedo decir lo que quiera—, todo el sector. Este subsidio se otorga por superficie y no por producción; por lo tanto, premia la propiedad de la tierra por encima de las buenas prácticas productivas. Y lo hace hasta límites inmorales, puesto que grandes fortunas reciben ayudas por valor de varios millones de euros solo por ser propietarios de tierras agrícolas. Cada vez más explotaciones sobreviven gracias a estas ayudas, un hecho que crea una enorme dependencia. Si de repente desapareciera esta inyección económica al sector, desaparecería también un gran número de explotaciones. Estas ayudas pueden desconectar al agricultor de la realidad, y minarle la motivación de ganar eficiencia productiva. En la mayoría de los casos, dedica todos los esfuerzos a complacer a la Administración, siguiendo las condiciones que esta impone para beneficiarse de ese dinero, a pesar de ir en contra incluso de la misma naturaleza en muchas ocasiones. Un sistema cuestionable, puesto que en los países donde no se utiliza, como Australia, la agricultura avanza a un ritmo mucho más rápido que en Europa.

Volviendo a la agricultura ecológica, con el doble objetivo de ayudar al consumidor a identificar los alimentos producidos bajo estos criterios y también de definir quién es apto para recibir la subvención específica por trabajar con este sistema, se han creado unos sellos de certificación. Estos sellos se pueden emplear en los productos cultivados según una normativa que es muy explícita especialmente en lo que se refiere a los inputs permitidos y prohibidos.

En la finca familiar nosotros recibimos subvenciones para cultivar sin emplear productos químicos, y sobre todo durante los primeros años de conversión nos han sido de gran ayuda para salir adelante, pero cobraríamos lo mismo si labráramos, aplicáramos productos químicos permitidos o degradáramos el suelo realizando un pastoreo agresivo, todo ello certificado ecológicamente. ¿Y si se concedieran las ayudas en función del carbono atmosférico capturado, del contenido nutricional de los productos o de la venta de proximidad?

Gobiernos de muchos países destinan recursos a la investigación, al desarrollo y a la transferencia de conocimientos a los diferentes agentes agrícolas. Los resultados son evidentes y, con mayor o menor rapidez según la región, el sector se va dirigiendo hacia la agricultura sostenible. Pero ¿qué prácticas promueve la administración? Pues habitualmente las que siguen encajando en el paquete tecnológico ofrecido por las multinacionales agroquímicas. La agricultura que se esfuerza por solucionar los síntomas sin poner el foco en las causas. La que se basa solo en un cambio de inputs, los productos químicos por los permitidos según las normativas ecológicas. La que deja de lado el ‘ibuprofeno’ para ofrecer un extracto de plantas que casualmente elabora la misma compañía que fabrica ese medicamento, en lugar de averiguar por qué razón tienes dolor de cabeza. Si descubres las causas reales de ese dolor, probablemente lo podrás solucionar y dejarás de ser un cliente potencial para quien convierte el dolor de cabeza en un negocio.

¿Cómo promueve la Administración este sistema de trabajo? Pues con demasiada frecuencia lo hace instruyendo y formando a los futuros responsables de la actividad agrícola según las tesis derivadas de la famosa Revolución Verde, un periodo histórico del cual hablaremos más adelante. O dedicando parte de los recursos de los centros de investigación oficiales al estudio y difusión de prácticas y productos pensados solo para mitigar los síntomas. He leído muchos estudios financiados con dinero público sobre productos fitosanitarios, semillas, estrategias de abono mineral…, pero prácticamente ninguno sobre el efecto de la microbiología del suelo en los cultivos, y los que he encontrado estaban patrocinados por la industria agroquímica. La Administración también mantiene, al menos dentro de la Unión Europea, un sistema de subvenciones que aniquila la imaginación y la productividad de la gente. Y elabora normativas con el foco puesto en los productos fitosanitarios permitidos o prohibidos, clasificación que puede depender de la cantidad de dinero invertido por cada multinacional más que de los resultados de las investigaciones dedicadas a revelar el grado de seguridad de cada producto para la salud humana. He sido testigo de cómo miembros de las instituciones públicas se esforzaban en convencer a algunos agricultores de que no cayeran en los tentáculos de la agricultura regenerativa alegando su carencia de rigor científico y rentabilidad, sin ni siquiera conocerla.

Hay que ser justos y no generalizar. Existen trabajadores públicos que dedican parte de su vida a comprender y difundir una agricultura que busca regenerar el suelo. Escribo estas palabras con reconocimiento hacia estas personas y con la esperanza que este colectivo se convierta en una amplia mayoría, porque el sector agrario necesita una Administración comprometida con la defensa de unos valores diferentes y difícilmente alcanzables sin su apoyo.

Der kostenlose Auszug ist beendet.

4,99 €