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ESCENA VIII

Electra, Evarista, Don Urbano, Pantoja, Cuesta, José.

José (anunciando). La señora Superiora de San José28 de la Penitencia.

Pantoja. ¡Oh, mi buena Sor Bárbara de la Cruz…!

Evarista. Que pase aquí. (Se levanta.) No: al salón. Vamos.

Pantoja. ¡Qué feliz oportunidad! Así me evita el ir al convento.

Evarista. Hija, que estudies. (Señalándole la estancia próxima.)

Cuesta (despidiéndose). Yo me retiro. Volveré luego.

Evarista. Adiós.

Cuesta (aparte, por Electra). ¿La dejarán sola?

Pantoja (acudiendo a Electra). Cultive usted, Electra, con discernimiento ese arte sublime. Consagre usted todo su talento al gran Bach…29 para que se vaya asimilando el estilo religioso. (Vanse todos menos Electra.)

ESCENA IX

Electra; al poco rato Cuesta.

Electra (entonando una salmodia de Iglesia, recoge los dibujos y los ordena). Bach… para que me asimile… ¡qué gracia! el estilo religioso. (Canta.)

Cuesta (entra por el foro recatándose). ¡Sola…!

Electra (canta algunas notas litúrgicas. Ve avanzar a Cuesta). ¿Pero no se había marchado usted, Don Leonardo?

Cuesta (con timidez). Sí; pero he vuelto, hija mía. Tengo que hablar con usted.

Electra (un poquito asustada). ¡Conmigo!

Cuesta. El asunto es delicado, muy delicado… (Con fatiga y dificultad de respiración.) Perdone usted… padezco del corazón… no puedo estar en pie. (Electra le aproxima una silla. Se sienta.) Sí: tan delicado es el asunto que no sé por donde empezar.

Electra. Por Dios, ¿qué es?

Cuesta (animándose). Electra, yo conocí a su madre de usted.

Electra. ¡Ah! Mi madre fue muy desgraciada.

Cuesta. ¿Qué entiende usted por desgraciada?

Electra. Pues… que vivió entre personas malas que no le permitían ser tan buena como ella quería.

Cuesta. ¡Oh! Sin saberlo ha dicho usted una gran verdad… ¿Recuerda usted a su madre?… ¿Piensa usted en ella?

Electra. Mi madre es para mí un recuerdo vago, dulcísimo; una imagen que nunca me abandona… Viva la guardo en mi corazón, que no es todavía más que una gran memoria, y en esta gran memoria la están buscando siempre mis ojos ansiosos de verla. ¡Pobre madre mía! (Se lleva el pañuelo a los ojos. Cuesta suspira.) Dígame, Don Leonardo: cuando trataba usted a mi madre ¿era yo muy chiquitita?

Cuesta. Era usted una monada. Le hacíamos a usted cosquillas para verla reír; su risa me parecía el encanto, la alegría de la Naturaleza.

Electra. Vea usted por que he salido tan loca, tan traviesa y destornillada… Y alguna vez me cogería usted en brazos.

Cuesta. Muchísimas.

Electra (sonriendo sin acabar de secar sus lágrimas). ¿Y no le tiraba yo de los bigotes?

Cuesta. A veces con tanta fuerza, que me hacía usted daño.

Electra. Me pegaría usted en las manos.

Cuesta. ¡Vaya!

Electra. ¿Pues sabe usted que creo que todavía me duelen…?

Cuesta (impaciente por entrar en materia). Pero vamos al caso. Advierto a usted, Electra, que esto es reservadísimo. Queda entre los dos.

Electra. ¡Oh! me da usted miedo, Don Leonardo.

Cuesta. No es para asustarse. Vea usted en mí un amigo, el mejor de los amigos; vea en este acto el interés más puro, el sentimiento más elevado…

Electra (confusa). Sí, sí: no dudo… pero…

Cuesta. Vea usted por qué doy este paso… Aunque no soy muy viejo, no me siento con cuerda vital para mucho tiempo. Viudo hace veinte años, no tengo más familia que mi hija Pilar, ya casada, y ausente. Casi estoy solo en el mundo, con el pie en el estribo para marchar a otro… y mi soledad ¡ay! parece como que quiere echarme más pronto… (Con gran dificultad de expresión.) Pero antes de partir… (Pausa.) Electra, he pensado mucho en usted antes que la trajeran a Madrid, y al verla ¡Dios mío! he pensado, he sentido… qué sé yo… un dulce afecto, el más puro de los afectos, mezclado con alaridos de mi conciencia.

Electra (aturdida). ¡La conciencia! ¡Qué cosa tan grave debe ser! La mía es como un niño que está todavía en la cuna.

Cuesta (con tristeza). La mía es vieja, memoriosa. Me repite, me señala sin cesar los errores graves de mi vida.

Electra. ¡Usted… errores graves, usted tan bueno!

Cuesta. Sí, sí: bueno, bueno… y pecador… En fin, dejemos los errores y vamos a sus consecuencias. Yo no quiero, no, que usted viva desamparada. Usted no posee bienes de fortuna. Es dudoso que la protección de Urbano y Evarista sea constante. ¿Cómo he de consentir yo que se encuentre usted pobre y desvalida el día30 de mañana?

Electra (con penosa lucha entre su conocimiento y su inocencia). No sé si lo entiendo… no sé si debo entenderlo.

Cuesta. Lo más delicado será que lo entienda sin decírmelo, y que acepte mi protección sin darme las gracias. Juntos van el deber mío y el derecho de usted. Gracias a mí, Electra, no se verá roto el hilo que une a cada criatura con las criaturas que fueron, y con las que aún viven… Y si hoy me determino a plantear esta cuestión, es porque… porque hace tiempo que me asedia el temor de las muertes repentinas. Mi padre y mi hermano murieron como heridos del rayo. La lesión cardiaca, destructora de la familia, ya la tengo aquí (Señalando al corazón): es un triste reloj que me cuenta las horas, los días… No puedo aplazar esto. No me sorprenda la muerte dejando a esta preciosa existencia sin amparo. No puedo, no debo esperar… Concluyo, hija mía, manifestando a usted que tenga por asegurado un bienestar modesto…

Electra. ¡Un bienestar modesto… yo…!

Cuesta. Lo suficiente para vivir con independencia decorosa…

Electra (confusa). ¿Y yo… qué méritos tengo para…? Perdone usted… No acabo de convencerme… de…

Cuesta. Ya vendrá, ya vendrá el convencimiento…

Electra. ¿Y por qué no habla usted de ese asunto a mis tíos…?

Cuesta (preocupado). Porque… A su tiempo se les dirá. Por de pronto, sólo usted debe saber mi resolución.

Electra. Pero…

Cuesta (con emoción, levantándose). Y ahora, Electra, ¿querrá usted a este pobre enfermo, que tiene los días contados?

Electra. Sí… ¡Es tan fácil para mí querer! Pero no hable usted de morirse, Don Leonardo.

Cuesta. Me consuela mucho saber que usted me llorará.

Electra. No me haga usted llorar desde ahora…

Cuesta (apresurando su partida para vencer su emoción). Adiós, hija mía.

Electra. Adiós… (Reteniéndole.) ¿Y qué nombre debo darle?

Cuesta. El de amigo no más. Adiós. (Arrancándose a partir. Sale por el foro. Electra le sigue con la mirada hasta que desaparece.)

ESCENA X

Electra, El Marqués.

Electra(meditabunda). Dios mío, ¿qué debo pensar? Sus medias palabras dicen más que si fuesen enteras. ¡Madre del alma! (El Marqués, que entra por el jardín, avanza despacio.) ¡Ah!… Señor Marqués.

Marqués. ¿Se asusta usted?

Electra. Nada de eso: me sorprendo no más. Si viene usted a oírme tocar, ha perdido el viaje. Hoy no estudio.

Marqués. Me alegro. Así podremos hablar… Apenas presentado a usted, entro de lleno en la admiración de sus gracias, y conocida una parte de su carácter, deseo conocer algo más… Usted extrañará quizás esta curiosidad mía y la creerá impertinente.

Electra. ¡Oh! No, señor. También yo soy curiosilla, señor Marqués, y me permito preguntarle: ¿es usted amigo de Máximo?

Marqués. Le quiero y admiro grandemente… Cosa rara, ¿verdad?

Electra. A mí me parece muy natural.

Marqués. Es usted muy niña, y quizás no pueda hacerse cargo de las causas de mi amistad con el Mágico prodigioso31 A ver si me entiende.

Electra. Explíquemelo bien.

Marqués. La sociedad que frecuento, el círculo de mi propia familia y los hábitos de mi casa, producen en mí un efecto asfixiante. Casi sin darme cuenta de ello, por puro instinto de conservación me lanzo a veces en busca del aire respirable. Mis ojos se van tras de la ciencia, tras de la Naturaleza… y Máximo es eso.

Electra. El aire respirable, la vida, la… ¿Pues sabe usted, Marqués, que me parece que lo voy entendiendo?

Marqués. No es tonta la niña, no. También ha de saber usted que siento por ese hombre un interés inmenso.

Electra. Le quiere usted, le admira por sus grandes cualidades…

Marqués. Y le compadezco por su desgracia.

Electra (sorprendida). ¿Desgraciado Máximo?

Marqués. ¿Qué mayor desgracia que la soledad en que vive? Su viudez prematura le ha sumergido en los estudios más hondos, y temo por su salud.

Electra. Sus hijos le consuelan, le acompañan. Hoy les ha visto usted. ¡Qué lindas criaturas! El mayor, que ahora cumple cinco años, es un prodigio de inteligencia. En el pequeñito, de dos años, veo yo toda la gracia del mundo. Yo les adoro; sueño con ellos, y me gustaría mucho ser su niñera.

Marqués. El pobre Máximo, aferrado a sus estudios, no puede atenderlos como debiera.

Electra. Claro: eso digo yo.

Marqués. Es de toda evidencia: Máximo necesita una mujer. Pero… aquí entran mis dificultades y mis dudas. Por más que miro y busco, no encuentro, no encuentro la mujer digna de compartir su vida con la del grande hombre.

Electra. No la encuentra usted. Es que no la hay, no la hay. Como que para Máximo debe buscarse una mujer de mucho juicio.

Marqués. Eso es: de mucho juicio.

Electra. Todo lo contrario de mí, que no tengo ninguno, ninguno, ninguno.

Marqués. No diría yo tanto.

Electra. Otra cosa: cuando usted me oye decirle tonterías y llamarle bruto, viejo, sabio tonto, no vaya a creer que lo digo en serio. Todo eso es broma, señor Marqués.

Marqués. Sí, sí: ya lo he comprendido.

Electra. Bromas impertinentes quizás, porque Máximo es muy serio… ¿Cree usted, señor mío, que debo yo volverme muy grave?

Marqués. ¡Oh! no. Cada criatura es como Dios ha querido formarla. No hay que violentarse, señorita. No necesitamos ser graves para ser buenos.

Electra. Pues mire usted, Marqués, yo que no sé nada, había pensado eso mismo. (Aparece Pantoja por el foro.)

Pantoja (aparte en la puerta). Este libertino incorregible… este veterano del vicio se atreve a poner su mirada venenosa en esta flor. (Avanza lentamente.)

Marqués (aparte). ¡Vaya! Se nos ha interpuesto la pantalla obscura, y ya no podemos seguir hablando.

Electra. El señor Marqués ha venido a oírme tocar; pero estoy muy torpe. Lo dejamos para otro día.

Marqués. Ya sabe usted que el gran Beethoven32 es mi pasión. Me habían dicho que Electra le interpreta bien, y esperaba oírle la Sonata Patética,33 la Clair de Lune34 pero nos hemos entretenido charlando, y pues ya no es ocasión…

Pantoja (con desabrimiento). Sí: ha pasado la hora de estudio.

Marqués (recobrando su papel social). Otro día será. Amigo mío, Virginia y yo tendremos mucho gusto en que usted nos honre con sus consejos para cuanto se refiere al Beaterio de Las Esclavas.35

Pantoja. Sí, sí: esta tarde iré a ver a Virginia y hablaremos.

Marqués. En el Beaterio la tiene usted toda la tarde. Y pues estoy de más aquí… (En ademán de retirarse.)

Electra. No. Usted no estorba, señor Marqués.

Marqués. Me voy con la música… al taller de Máximo.

Pantoja. Sí, sí: allí se distraerá usted mucho.

Marqués. Hasta luego, mi reverendo amigo.

Pantoja. Dios le guarde. (Vase el Marqués hacia el jardín.)

ESCENA XI

Electra, Pantoja.

Pantoja (vivamente). ¿Qué decía? ¿Qué contaba ese corruptor de la inocencia?

Electra. Nada: historias, anécdotas para reír…

Pantoja. ¡Ay, historias! Desconfíe usted de las anécdotas jocosas y de los narradores amenos, que esconden entre jazmines el aguijón ponzoñoso… La noto a usted suspensa, turbada, como cuando se ha sentido el roce de un reptil entre los arbustos.

Electra. ¡Oh, no!

Pantoja. La inquietud que producen las conversaciones inconvenientes, se calmará con los conceptos míos bienhechores, saludables.

Electra. Es usted poeta, señor de Pantoja, y me gusta oírle.

Pantoja (le señala una silla: se sientan los dos). Hija mía, voy a dar a usted la explicación del cariño intenso que habrá notado en mi. ¿Lo ha notado?

Electra. Sí, señor.

Pantoja. Explicación que equivale a revelar un secreto.

Electra (muy asustada). ¡Ay, Dios mío, ya estoy temblando!…

Pantoja. Calma, hija mía. Oiga usted primero lo que es para mí más dolorosa. Electra, yo he sido muy malo.

Electra. Pero si tiene usted opinión de santo!

Pantoja. Fui malo, digo, en una ocasión de mi vida. (Suspirando fuerte.) Han pasado algunos años.

Electra (vivamente). ¿Cuántos? ¿Puedo yo acordarme de cuando usted fue malo, Don Salvador?

Pantoja. No. Cuando yo me envilecí, cuando me encenagué en el pecado, no había usted nacido.

Electra. Pero nací…

Pantoja (después de una pausa). Cierto…

Electra. Nací… Por Dios, señor de Pantoja, acabe usted pronto…

Pantoja. Su turbación me indica que debemos apartar los ojos de lo pasado. El presente es para usted muy satisfactorio.

Electra. ¿Por qué?

Pantoja. Porque en mí tendrá usted un amparo, un sostén para toda la vida. Inefable dicha es para mí cuidar de un ser tan noble y hermoso, defender a usted de todo daño, guardarla, custodiarla, dirigirla, para que se conserve siempre incólume y pura; para que jamás la toque ni la sombra ni el aliento del mal. Es usted una niña que parece un ángel. No me conformo con que usted lo parezca: quiero que lo sea.

Electra (fríamente). Un ángel que pertenece a usted… ¿Y en esto debo ver un acto de caridad extraordinaria, sublime?

Pantoja. No es caridad: es obligación. A mi deber de ampararte, corresponde en ti el derecho a ser amparada.

Electra. Esa confianza, esa autoridad…

Pantoja. Nace de mi cariño intensísimo, como la fuerza nace del calor. Y mi protección, obra es de mi conciencia.

Electra (se levanta con grande agitación. Alejándose de Pantoja, exclama aparte): ¡Dos, Señor, dos protecciones! Y ésta quiere oprimirme. ¡Horrible confusión! (Alto.) Señor de Pantoja, yo le respeto a usted, admiro sus virtudes. Pero su autoridad sobre mí no la veo clara, y perdone mi atrevimiento. Obediencia, sumisión, no debo más que a mi tía.

Pantoja. Es lo mismo. Evarista me hace el honor de consultarme todos sus asuntos. Obedeciéndola, me obedeces a mí.

Electra. ¿Y mi tía quiere también que yo sea ángel de ella, de usted…?

Pantoja. Ángel de todos, de Dios principalmente. Convéncete de que has caído en buenas manos, y déjate, hija de mi alma, déjate criar en la virtud, en la pureza.

Electra (con displicencia). Bueno, señor: purifíquenme. ¿Pero soy yo mala?

Pantoja. Podrías llegar a serlo. Prevenirse contra la enfermedad es más cuerdo y más fácil que curarla después que invade el organismo.

Electra. ¡Ay de mí! (Elevando los ojos y quedando como en éxtasis, da un gran suspiro. Pausa.)

Pantoja. ¿Por qué suspiras así?

Electra. Deje usted que aligere mi corazón. Pesan horriblemente sobre él las conciencias ajenas.

ESCENA XII

Electra, Pantoja; Evarista por el foro.

Evarista. Amigo Pantoja, la Madre Bárbara de la Cruz espera a usted para despedirse y recibir las últimas órdenes.

Pantoja. ¡Ah! no me acordaba… Voy al momento. (Aparte a Evarista.) Hemos hablado. Vigile usted. Temamos las malas influencias.

(Antes de salir Pantoja por el foro, entran el Marqués y Máximo por la derecha.)

ESCENA XIII

Electra, Evarista, El Marqués, Máximo.

Marqués. He tardado un poquitín.

Evarista. No por cierto. ¿Estuvo usted en el estudio de Máximo? (Se forman dos grupos: Electra y Máximo a la izquierda; Evarista y el Marqués a la derecha.)

Marqués. Sí, señora. Es un prodigio este hombre. (Sigue ponderando lo que ha visto en el laboratorio.)

Electra (suspirando). Sí, Máximo: tengo que consultar contigo un caso grave.

Máximo (con vivo interés). Dímelo pronto.

Electra (recelosa mirando al otro grupo). Ahora no puede ser.

Máximo. ¿Cuándo?

Electra. No sé… no sé cuándo podré decírtelo… No es cosa que se dice en dos palabras.

Máximo. ¡Ah, pobre chiquilla! Lo que te anuncié… ¿Apuntan ya las seriedades de la vida, las amarguras, los deberes?

Electra. Quizás.

Máximo (mirándola fijamente, con vivo interés). Noto en tu rostro una nube de tristeza, de miedo… gran novedad en ti.

Electra. Quieren anularme, esclavizarme, reducirme a una cosa… angelical… No lo entiendo.

Máximo (con mucha viveza). No consientas eso, por Dios… Electra, defiéndete.

Electra. ¿Qué me recomiendas para evitarlo?

Máximo (sin vacilar). La independencia.

Electra. ¡La independencia!

Máximo. La emancipación… más claro, la insubordinación.

Electra. Quieres decir que podré hacer cuanto me dé la gana, jugar todo lo que se me antoje, entrar en tu casa como en país conquistado, enredar con tus hijos, y llevármelos al jardín o a donde quiera.

Máximo. Todo eso, y más.

Electra. ¡Mira lo que dices…!

Máximo. Sé lo que digo.

Electra. ¡Pero si me has recomendado todo lo contrario!

Máximo (mirándola fijamente). En tu rostro, en tus ojos, veo cambiadas radicalmente las condiciones de tu vida. Tú temes, Electra.

Electra. Sí. (Medrosa.)

Máximo. Tú… (Dudando qué verbo emplear. Va a decir amar y no se atreve) deseas algo con vehemencia.

Electra (con efusión). Sí. (Pausa.) Y tú me dices que contra temores y anhelos… insubordinación.

Máximo. Sí: corran libres tus impulsos, para que cuanto hay en ti se manifieste, y sepamos lo que eres.

Electra. ¡Lo que soy! ¿Quieres conocer…?

Máximo. Tu alma…

Electra. Mis secretos…

Máximo. Tu alma… En ella está todo.

Electra (advirtiendo que Evarista la vigila). Chitón. Nos miran.

ESCENA XIV

Los mismos; Don Urbano, Pantoja por el fondo.

Don Urbano. ¿Almorzamos?

Pantoja (a Evarista, sofocado, viendo a Electra con Máximo). ¿Pero, hija, la deja usted sola con Mefistófeles?

Evarista. No hay motivo para alarmarse, amigo Pantoja.

Marqués (riendo). ¡Claro: si este Mefistófeles es un santo! (Da el brazo a Evarista.)

Pantoja (imperiosamente, cogiendo de la mano a Electra para llevársela). ¡Conmigo! (Electra, andando con Pantoja, vuelve la cabeza para mirar a Máximo.)

Máximo (mirando a Electra y a Pantoja). ¿Contigo…? Ya se verá con quién. (Máximo y Don Urbano salen los últimos.)

ACTO SEGUNDO

La misma decoración.

—–

ESCENA PRIMERA

Evarista, Don Urbano, sentados junto a la mesa despachando asuntos; Balbina, que sirve a la señora una taza de caldo.

Don Urbano (preparándose a escribir). ¿Qué se le dice al señor Rector del Patrocinio?36

Evarista (con la taza en la mano). Ya lo sabes. Que nos parece bien el plano y presupuesto, y que ya nos entenderemos con el contratista.

Don Urbano. No olvides que la proposición de éste asciende a… (leyendo un papel) trescientas veintidós mil pesetas…

Evarista. No importa. Aún nos sobra dinero para la continuación del Socorro.37 (A Balbina que recoge la taza.) No olvides lo que te encargué.

Balbina. Ya vigilo, señora. Este juego de la señorita Electra creo yo que no trae malicia. Si recibe cartas y billetes de tanto pretendiente, es por pasar el rato y tener un motivo más de risa y fiesta.

Evarista. ¿Pero cómo llegan a casa…?

Balbina. ¿Las cartas de esos barbilindos? Aún no lo sé. Pero yo vigilo a Patros, que me parece…

Evarista. Mucho cuidado y entérame de lo que descubras…

Balbina. Descuide la señora. (Vase Balbina.)

ESCENA II

Los mismos; Máximo por el foro, presuroso, con planos y papeles.

Máximo. ¿Estorbo?

Evarista. No, hijo. Pasa.

Máximo. Dos minutos, tía.

Don Urbano. ¿Vienes de Fomento?38

Máximo. Vengo de conferenciar con los bilbaínos. Hoy es para mí un día de prueba. Trabajo excesivo, diligencias mil, y por añadidura la casa revuelta.

Evarista. ¿Pero qué te pasa? Me ha dicho Balbina que ayer despediste a tus criadas.

Máximo. Me servían detestablemente, me robaban… Estoy solo con el ordenanza y la niñera.

Evarista. Vente a comer aquí.

Máximo. ¿Y dejo a los chicos allá? Si les traigo, molestan a usted y le trastornan toda la casa.

Evarista. No me los traigas, no. Adoro a las criaturas; pero a mi lado no las quiero. Todo me lo revuelven, todo me lo ensucian. El alboroto de sus pataditas, de sus risotadas, de sus berrinches, me enloquece. Luego, el temor de que se caigan, de que les arañen los gatos, de que se mojen, de que se descalabren.

Máximo. Yo prefiero que me mande usted una cocinera…

Evarista. Irá la Enriquetilla. Encárgate, Urbano; no se nos olvide.

Máximo. Bueno. (Disponiéndose a partir.)

Evarista. Aguarda. Según parece, tus asuntos marchan. Ya sabes lo que te he dicho: si el Mágico prodigioso39 necesita más capital para la implantación de sus inventos, no tiene más que decírnoslo…

Máximo. Gracias, tía. Tengo a mi disposición cuanto dinero pueda necesitar…

Don Urbano. Dentro de pocos años el Mágico será más rico que nosotros.

Máximo. Bien podría suceder.

Don Urbano. Fruto de su inteligencia privilegiada…

Máximo (con modestia). No: de la perseverancia, de la paciencia laboriosa…

Evarista. ¡Ay, no me digas! Trabajas brutalmente.

Máximo. Lo necesario, tía, por obligación, y un poco más por goce, por recreo, por entusiasmo científico.

Don Urbano. Es ya una monomanía, una borrachera.

Evarista (con tonillo sermonario). ¡Ah! No: es la ambición, la maldita ambición, que a tantos trastorna y acaba por perderlos.

Máximo. Ambición muy legítima, tía. Fíjese usted en que…

Evarista (quitándole la palabra de la boca). El afán, la sed de riquezas para saciar con ellas el apetito de goces. Gozar, gozar, gozar: esto queréis y por esto vivís en continuo ajetreo, comprometiendo en la lucha vuestra naturaleza: estómago, cerebro, corazón. No pensáis en la brevedad de la vida, ni en la vanidad de los afanes por cosa temporal; no acabáis de convenceros de que todo se queda aquí.

Máximo (con gracia, impaciente por retirarse). Todo se queda aquí, menos yo, que me voy ahora mismo.

José (anunciando). El señor Marqués de Ronda.

Máximo (deteniéndose). ¡Ah! Pues no me voy sin saludarle.

Evarista (recogiendo papeles). No quiere Dios que trabajemos hoy.

Don Urbano. Me figuro a qué viene.

Evarista. Que pase, José, que pase. (Vase José.)

Máximo. Viene a invitar a ustedes para la inauguración del nuevo Beaterio de La Esclavitud,40 fundado por Virginia. Anoche me lo dijo.

Evarista. ¡Ah! sí… ¿Pero es hoy?…

28.San José, etc.: see footnote 8.
29.Bach: Johann Sebastian Bach (1685-1750). One of the greatest composers of church music.
  [40]
  [42]
30.: el día…mañana: see día.
31.el Mágico prodigioso: see footnote 1.
32.Beethoven: Ludwig Van Beethoven (1770-1827). A celebrated Austrian composer, of Dutch descent.
33.Sonata Patética: Sonata Pathétique, opus 13, pub. 1799; dedicated to Prince Lichnowski.
34.Clair de Lune: opus 27, No. 2 (Moonlight). Composed 1801 (?); dedicated to Countess Guicciardi.
35.Las Esclavas: see footnote 24.
36.Patrocinio: see footnote 19.
37.Socorro: probably an ambulance station (casa de socorro), of which there are a number in Madrid.
38.Fomento: Ministry of public works (Ministerio de Fomento).
39.el Mágico prodigioso: see footnote 1.
40.La Esclavitud: a fictitious name; possibly suggested by the church of Nuestra Señora de la Esclavitud, at Esclavitud, in Galicia.