La ley no escrita

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Carmen se había levantado como todas las mañanas para echar de comer a las mulas, para que estuvieran preparadas para cuando llegara Juan. María aún no se había levantado, entonces se estuvo atusando el pelo, y al mirarse en el espejo, se dio cuenta de que su pelo aún era bonito, y nunca desde que faltó su marido se lo había cuidado: lo tenía hasta los hombros, y se le hacían unos pequeños rizos a los que daba brillo el vinagre, y el color entre rubio y castaño. Realmente Carmen tenía un pelo bonito, y aún conservaba la cara sin demasiadas arrugas; se podía decir que era una mujer atractiva a pesar de su edad.

Cuando se levantó María vio a su madre recién peinada, y le dijo no se pondrá usted el pañuelo. Hija, qué quieres que me ponga. En esto llegó Juan, María le saludó con un beso en la mejilla, Juan dijo buenos días, se fijó en el pelo de Carmen, como siempre la había visto con pañuelo, y dijo qué bonito tiene usted el pelo. Anda, zalamero que no es para tanto. ¿Lo ve, madre?, dijo María, ¿como no lo digo yo sola? Juan aparejó la yunta y se fue al campo, ni María ni su madre le dijeron que había empezado a trabajar en casa del señor Víctor. Entonces María sacó un pequeño chal que le puso a su madre en la cabeza, pero dejando pelo por los laterales de la cara, y le dijo ahora está usted realmente guapa. Ella se miró al espejo y le dijo no puedo ir así por la calle, qué van a pensar, y se volvió a poner el pañuelo. Se encaminó a la casa del señor Víctor, cuando llegó la estaba esperando Eusebia, se dieron los buenos días, enseguida Carmen preguntó por la señora. No ha pasado buena noche, vamos a desayunar y enseguida la atendemos, había preparado un bizcocho al horno para la señora y para ellas, con un buen tazón de leche. Carmen preguntó ¿y el señor? Se ha marchado con el coche de caballos, vendrá por la tarde, le dijo Eusebia, ponte este uniforme que a lo mejor tenemos visita. Cuando se lo puso, y la cofia en la cabeza con el pelo suelto, Eusebia le dijo qué pelo más bonito tienes. Carmen dijo eso dice mi hija, dicho esto se fueron arreglar a la señora. Pilar había pasado una mala noche y estaba postrada en el lecho, con pocas ganas de levantarse. Al ver a Carmen con el uniforme y la cofia le dijo qué bien le cae el uniforme, y qué bonito pelo. Carmen se sintió como si empezara a vivir, alguien se fijaba en ella y no para murmurar, aunque ella nunca dio motivos para que nadie murmurara. Después de arreglar a la señora, Eusebia y ella siguieron con las labores de la casa.

Juan llegó a la tierra y se dispuso a empezar hacer los surcos para luego sembrar, ya era la última tierra que le quedaba por hacerlo, al día siguiente empezaría a vendimiar el trigo. Ya lo tenía sulfatado y preparado para cuando llegara el momento. Se sentía muy mal y se consideraba culpable, como así era, de todo lo que podía pasar. ¿Cómo había perdido la cabeza de esa forma? Él trataba de justificarse, pero no tenía justificación, pensó me marcharé al servicio militar y luego ya veremos. En el fondo era un cobarde, no tenía agallas para afrontar lo que ocurriera, y ahora era cuando más miedo tenía, por María, si se rompía la sociedad la dejaría indefensa, tenía que haber una solución. Pensó cómo se habrá quedado Esperanza, cuando su padre la haya dicho que había dado permiso para que la pretendiera Luis.

No sabía que por circunstancias, su padre aún no le había dicho nada, pero él pensó hablaré con ella para ver qué es lo mejor para todos.

Paula se dirigió a casa de Carmen y cuando llegó se encontró con María; dijo buenos días, ¿está tu madre?. Ella le contestó no. ¿Se ha ido a los recados?, preguntó. No, le dijo Carmen. ¿Entonces dónde está? Trabajando, le dijo Carmen. ¿Trabajando dónde? En casa del señor Víctor, ayer fue el primer día, la llamó la señora Eusebia para que la ayude en las faenas de la casa, que ella ya está mayor.

¿Cómo no me ha dicho nada? Ha sido muy rápido, fue ayer y le han dicho que vaya todos los días. ¿Sabes cuánto le van a pagar? No, no me ha dicho nada. Paula dijo ahora que empezamos a vendimiar, ¿quién acompañará a Juan? Yo le acompañaré, no se preocupe. Al oírlo Paula dijo de ningún modo, ¿qué quieres, ser la comidilla del pueblo? Luego vendré a hablar con tu madre. Como usted quiera. Hasta luego dijo y se marchó.

Esto empeoraba mucho más las cosas, pensó, si Carmen se entera de que Juan le pone los cuernos a su hija lo echa de casa, rompe la sociedad y ahora que va a tener un sueldo, lo habría hecho sin tenerlo y ahora con más razón

Ana, la madre de Luis, antes de salir al campo le dijo hijo, ven un momento, ayer tu padre y el padre de Esperanza tuvieron algo en la taberna, no sé qué se dijeron, aunque me imagino qué sería; la sangre no llegó al río, porque se emborracharon los dos, tu padre ya viste como llegó, me imagino que el otro llegaría igual. ¿Qué me quiere decir, madre? ¿Has hablado ya con la muchacha? No, contestó él. Pues espera unos días a ver qué pasa. ¿Por qué? Es algo que no sé realmente lo que es, pero te da igual esperar unos días. A Luis le vino bien, en el fondo tenía miedo de cómo reaccionara Esperanza.

Esperanza estuvo toda la mañana ordeñando y preparando para el queso, y empezó a preocuparse porque su padre no apareció por la majada. Cuando lo tuvo todo arreglado, cogió el burro y se fue para el pueblo; llegó a la casa, metió al burro en la cuadra y se fue para la habitación que había dejado a su padre por la mañana. Su padre estaba según lo había dejado, ¡padre, padre!, gritaba pero su padre no la oía. Empezó a moverle, pero no reaccionaba, salió corriendo, gritando ¡auxilio, mi padre! En aquel momento pasaba Paula por allí, ¿qué le pasa a tu padre? Ella le dijo llorando no se mueve. Pásate con él que yo voy a llamar al médico. Enseguida salieron más vecinas que acompañaron a Esperanza donde estaba su padre.

Paula llegó lo más deprisa que pudo a casa del médico, que en ese momento estaba atendiendo un paciente. Paula gritó desde fuera ¡Don Cosme! El médico salió y dijo qué pasa. Venga usted a casa de Pedro el pastor, que no se mueve. El médico cogió un pequeño maletín y acompañó a Paula a la casa. Cuando entró se encontró a la hija llorando, y dijo salgan de la habitación, ya habían acudido más vecinas y todas estaban dentro. Don Cosme procedió a tomarle el pulso y lo tenía muy débil, pero aún vivía, le auscultó con el fonendo y los latidos eran débiles. Entonces sacó todos los preparativos para ponerle una inyección, preguntó si tenían alcohol para hervir la jeringuilla y las agujas. Esperanza le dio un frasco de alcohol, al tiempo que preguntaba ¿se pondrá bien? El médico no contestaba y ella seguía ¿se pondrá bien? Después de hervirlo todo procedió a ponerle una inyección en la vena, de un frasco que llevaba en el maletín. Esperanza seguía ¿se pondrá bien, se pondrá bien? Aún es pronto para saberlo, depende de cómo responda, esperaré un poco para ver si le hace efecto lo que le he puesto. En poco tiempo se había juntado en la puerta medio pueblo, todos preguntando y algunos otros explicando lo que pasaba, aunque nadie sabía qué había pasado, pero eso era lo normal en los pueblos. Incluso en algún corrillo comentaban pobre muchacha, si se muere el padre de qué va a vivir, se tendrá que ir a servir, no importaba el malo sino el momento, para dar soluciones de lo que pasaría si se muere.

Don Cosme volvió a mirar el pulso y lo volvió auscultar, y le dijo a la hija ha mejorado un poco, me marcho a la consulta y cuando termine con los pacientes volveré. Tuvo que abrirse paso para poder salir, la casa estaba llena de gente, cuando llegó a la calle dijo por favor márchense a sus casas, con un par de personas que se queden con la hija es suficiente.

Se fueron los que aún no habían comido, el resto se quedó. Paula le dijo a Esperanza ¿has comido? Ella le dijo no, pero no tengo hambre. Tienes que comer, voy a casa a por algo para que comas, cuando salía dijo a los que se habían quedado ¿no habéis escuchado al médico? Entonces, otros pocos se fueron marchando. Esperanza estaba sentada al lado de la cama donde estaba su padre, de vez en cuando lloraba, pensaba qué ocurriría si él se moría, y volvía a llorar. Al rato llegó Paula con un poco de caldo y una tortilla, le dijo vamos a la cocina y te comes esto que te he traído, tienes que comer para resistir, que estás sola. Esperanza no dijo nada y se tomó lo que le había traído. Al rato llegó el médico, lo volvió a mirar y dijo a la hija está respondiendo bien, ahora hay que dejarle tranquilo, pasa a verlo de vez en cuando y dejarle solo en la habitación y cuanto menos jaleo mejor, volveré a la caída de la tarde. Paula se quedó acompañando a Esperanza.

El día transcurría bien en casa de Víctor, Carmen y Eusebia tenían toda la casa limpia y confortable. Eusebia sabía que hoy tendrían huéspedes, por eso hizo hincapié en limpiar con esmero la vajilla y la cristalería, incluso la plata por si hiciera falta. A eso de las cuatro llegó el señor con dos personas en el coche de caballos, eran los padres de Pilar, la señora. Víctor había ido a recogerlos al tren, que distaba unos kilómetros de la estación más cercana; cuando se apearon del carruaje, los estaban esperando Pascual, el mozo de cuadra, Eusebia y Carmen. Buenas y bienvenidos, dijeron los tres al mismo tiempo, el suegro de Víctor que se llamaba Rodrigo le dijo a ver cuándo te compras un coche, o no tienes dinero, mira cómo estoy de polvo. No es eso, ahora en estos tiempos es difícil conseguir uno, el que tenía lo requisaron en la guerra, estoy en ello. Remedios, que así se llamaba la suegra, era menos altiva y menos exigente.

Hemos venido muy bien y el coche es cómodo, además respirando aire puro, el campo está bonito. Enseguida reparó en Carmen, Víctor dijo Pascual, baja las maletas, desengancha el caballo y échale una buena ración de avena, se lo ha ganado. El suegro dijo ya lo creo que sí, Rayo sigue siendo el mejor trotón que conozco, parece que va por el aire. Pascual dejó las maletas en la sala, y Eusebia dijo ¿las ponemos donde siempre doña Remedios? Llámame como siempre, solo Reme, y tú también, dirigiéndose a Carmen, ¿tú eres nueva? Sí, señora contestó, y ella le dijo qué pelo más bonito tienes. Gracias, dijo con un poco de rubor Carmen. ¿Eres del pueblo? Sí, contestó. Reme dijo ya era hora de que alguien te echara una mano, Eusebia, el roñoso de mi yerno no te había puesto nunca a nadie para que te ayudara. En esto Víctor dijo Reme, ella no ha querido nunca, ya sabes que es de la familia, y diciendo esto cogió a Eusebia y la apretó contra él, y dijo qué sería de esta casa sin ella. Cuando la soltó ella le dijo anda, zalamero.

 

Reme y Rodrigo, acompañados de Víctor, se dirigieron a los aposentos donde estaba Pilar. Hoy no había tenido ganas de levantarse, cuando llegaron Remedios se acercó a la cama de su hija, la besó en la frente y le dijo ¿cómo estás? Pilar, esbozando una sonrisa, dijo qué alegría volver a veros. Se dirigió a su padre, papá ¿y tú cómo estás de tus dolencias? Enseguida contestó Víctor, mujer, muy bien, sigue tan gruñón como siempre. Eso hizo que Pilar sonriera, aunque no estaba para sonreír, papá, acércate y dame un beso, y no hagas caso a mi marido. El padre se acercó y no pudo evitar emocionarse, abrazó a su hija y una furtiva lágrima le resbaló por la mejilla, todo el mundo que les conocía sabía del cariño que unía al padre y a la hija. Pasado el momento, Pilar le dijo papá siéntate a mi lado, y Rodrigo se sentó en la cama al lado de su hija, le cogió la mano y entonces Pilar sin dejarle decir nada, cuéntame todo, los presentes se dieron cuenta, sobre todo Víctor, de que se querían quedar solos y, cogiendo a su suegra, le dijo cariñosamente Reme habrá que dejarlos solos, tienen mucho que contarse por lo que se ve. Ella le dijo no creas que me siento mal ni celosa, sé que mi hija me quiere mucho, pero su padre siempre ha sido algo muy especial. Salieron de la habitación y Víctor preguntó a su suegra ¿cómo está Rodrigo? Ahí donde le ves nada bien, le está afectando mucho la enfermedad de Pilar, y que dice el médico que tiene que dejar de fumar y de tomar alcohol, que para su tensión es muy malo, pero no puedo hacer nada. Víctor le dijo estos días lo sacaré al campo y espero que lo vaya dejando, el aire del campo le hará bien.

Al verlos Eusebia les dijo enseguida preparo algo, señora ¿que va usted a tomar? Ella le dijo lo que usted ya sabe, Víctor le dijo yo café. Remedios le dijo a Eusebia ¿has preparado ese bizcocho tan bueno que haces? Cómo no, señora, sabía que hoy vendrían. Eusebia preguntó ¿y para el señorito Rodrigo? Remedios le dijo de momento nada, está con su hija y sabes que siempre van para largo. Cuando suba la merienda a la señora, le subiré lo que siempre toma. No seas cómplice, que no debería tomar nada.

Víctor y ella se dirigieron al salón. Dime, ¿cómo esta mi hija? Mira, cada vez peor, tiene algunos días mejores, entonces se da un paseo con Eusebia y algún día me pide que la lleve al campo. ¿Y tú como estas?, le volvió a preguntar. Mal, haciendo que todo esté normal pero es duro saber que poco a poco se va apagando. ¿El médico que dice?, dijo él. Luego hablas con él. En esto llegaron Eusebia y Carmen con la merienda, Reme dijo dejadlo en la mesita, yo serviré, y reparando de nuevo en el pelo de Carmen le dijo cuídese ese bonito pelo. Carmen se ruborizó un poco, no estaba acostumbrada a que la halagaran. Se retiraron y Reme sirvió la merienda a su yerno, ¿conocías antes a Carmen? Víctor le dijo nunca había reparado en ella, creo que es viuda y tiene una hija, y creo que es familia de Eusebia, ayer fue el primer día que vino a trabajar. Víctor no quería más preguntas sobre Carmen, no quería que su suegra notara que desde ayer que la vio y se ruborizó delante de él y hoy al verla con el uniforme y el pelo recogido con la cofia, algo sintió. Dirigiéndose a Remedios le dijo como te decía antes no tardará en venir el médico, don Cosme la visita todos los días, y podrás preguntarle lo que quieras.

Rodrigo preguntó a su hija ¿cómo estás? Ella le dijo ahora que estás aquí mejor, papa. ¿Qué pasa, Víctor no te trata bien? No, todo lo contrario, trata de comportarse normal para que yo no me dé cuenta de que está sufriendo. Hija, siempre he tenido confianza en él. Papá, no me siento bien, algunos días siento morir… Se hizo un silencio, Rodrigo la abrazó y le dijo, como cuando era niña, conmigo no te pasará nada, ¿o acaso lo dudas? Pilar le dijo qué bueno eres, papá, ya me siento mejor. Él le dijo a hacer puñetas las reuniones, las partidas y todas esas cosas, me voy a quedar contigo hasta que te pongas bien. Gracias, papá, le dijo con una pequeña sonrisa. En esto llamaron a la puerta, era Eusebia que traía la merienda y las medicinas que Pilar tomaba. Rodrigo le dijo ¿me traes lo mío, o acaso se te ha olvidado? Ella le dijo sí y espero que esté a su gusto, cuando él se lo llevó a la boca y lo degustó, le dijo hoy te has superado. Pilar le dijo a Eusebia no te pases mucho con el coñac en el café que no debería tomarlo. No le hagas caso, estoy como un roble y ahora que estoy con mi niña se nos van a pasar todos los males.

Eusebia se retiró y sintió la puerta, alguien estaba llamando. Carmen se adelantó a abrir, sintió que decía pase, don Cosme, era el médico. Al sentirlo Reme salió a saludarle, Cosme, ¿cómo estás? Bien, a ti ya te veo, tan guapa como siempre. Siéntate que te pongo un café. Eusebia les dijo, estarán más cómodos en el saloncito, ya le sirvo yo a don Cosme, y pueden hablar tranquilamente.

Víctor había salido al patio de la casa donde tenía las cuadras y los almacenes del grano, también tenía una pequeña bodega y una almazara. Todo lo hacía, tanto el vino como el aceite, con lo que él recolectaba, los mismos hombres que tenía contratados hacían todas las labores. Fue a ver a su caballo y al jefe de los gañanes, al verlo le dijo buenas tardes, Paco, ¿cómo se presenta la vendimia? Bien, mi amo, este año la tierra está en muy buenas condiciones, mañana empezamos. ¿Tienes suficiente personal? Él asintió diciendo que se arreglaba con el personal que tenía, acto seguido preguntó ¿cómo está la señora? Hoy parece que está un poco mejor, como han venido sus padres está más animada. Esperemos que vaya a mejor poco a poco. Gracias, le dijo.

El patio era bastante grande y era independiente de la Casona, que así la llamaban en el pueblo; en él se ubicaba todo, las cuadras de las mulas y las demás caballerías, la almazara y la bodega, en un extremo del patio se dio cuenta de que Carmen estaba regando unas plantas, que su mujer cuidaba con cariño pero que ahora no podía hacerlo. Entonces se acercó a ella y le dijo cuídelas bien, la señora se lo agradecerá. El corazón de Carmen se puso a latir más deprisa, se volvió y al verle le dijo lo haré con mucho gusto, él notó que algo la ocurría al verle, también a él le apetecía verla y no sabía por qué. Carmen le dijo ha llegado el médico. Gracias por decírmelo, voy a verlo. Y se fue por la única puerta que unía el patio con la casa.

El médico subió a verla, saludó al padre que aún estaba con ella, ¿qué hay, viejo truhan?, sigues sin cuidarte. Rodrigo le dijo solo me fumo un puro y me tomo una copa y dicho esto se dieron un abrazo, eran viejos amigos. ¿Cómo esta mi niña hoy? Desde que ha venido este viejo truhan como usted dice mucho mejor. Rodrigo dijo estáis todos contra mí y soltó una carcajada, no sé por qué siempre me ha gustado cuando me llamas truhan, aún daremos mucha guerra mi niña y yo. Anda, calla… calla, le dijo su mujer.

Cuando bajaron de la habitación, les estaba esperando Víctor. ¿Cómo la encuentra, doctor?, le preguntó. Hoy un poco mejor, mañana vendré y hablaré con todos vosotros, me tengo que marchar que tengo a Pedro el pastor en muy mal estado, dicho esto dijo hasta mañana.

Llegó el médico a casa de Pedro, se encontró con la hija, con Paula y otras dos vecinas; lo reconoció y había mejorado el estado general, pero aún seguía en coma. Esperanza le preguntó ¿se pondrá bien? Ahora está mejor, pero esperemos que vaya recobrando el conocimiento, ¿le habéis dado algo? Respondió que no, pues hacer un buen caldo con una gallina y un poco de jamón, hoy no pasa nada porque esté sin comer pero mañana hay que hacer que lo trague si aún no se ha despertado, le dijo a la hija. Las constantes vitales las tiene bien, se despertará en cualquier momento, mañana vendré a ver cómo sigue. ¿Qué le debo? le dijo. No te preocupes, lo importante es que se recupere. Esperanza empezó a llorar, ¿cómo atiendo yo a los animales y cómo dejo solo a mi padre?, y en un acto reflejo se abrazó a Paula. Esta al sentirse abrazada sintió que pudo haber sido su hija y con ternura como si fuera su hija la abrazo. Esperanza sintió el abrazo como si su madre fuera, hacía tanto tiempo que no sentía un abrazo así, aún guardaba el recuerdo de los de su madre. Paula le dijo no te preocupes, hija, le había salido espontáneo lo de hija, las vecinas y yo vendremos a cuidar de tu padre cuando tú te vayas a la majada. Hablo en nombre de algunas vecinas pero sabía que ella sola lo haría. Al cabo de un momento, Paula dijo yo me voy, si necesitas algo u ocurre algo me avisas. Ella le dijo muchas gracias por todo.

Cuando se marcharon, Esperanza se quedó pensando me ha llamado hija, cómo ha cambiado esta mujer, y me ha tratado en el abrazo como si lo fuera, he sentido su calor al abrazarme. Salió al corral, cogió una gallina y cortando un buen trozo del jamón se dispuso hacer un buen caldo.

Paula se dirigió a casa de Carmen para hablar con ella, pero aún no había llegado y se puso a ver lo que estaba bordando María. Al rato escuchó el tintineo tan peculiar de las campanillas de los pretales de las mulas de Juan, y salió a abrir la portada. Cuando vio a su madre le preguntó ¿pasa algo, madre? No… o sí, según se mire, le contestó ella; anda, quita los aparejos a las mulas y arréglalas, luego hablamos. A ver si llega Carmen, ella y María se pasaron a la casa y le preguntó ¿cuánto te queda por bordar? María le dijo la sábana que ha visto y unas toallas, ya poca cosa. Paula estuvo viendo todo lo que tenía bordado, le dijo eres una artista, qué manos tienes, hija. Sin pensarlo, había dicho en poco tiempo «hija» a dos mujeres diferentes, ella que era dura. Los últimos acontecimientos la estaban marcando, la preocupación de que por culpa de su hijo rompiera el trato, volver a hablar con el viejo amor de juventud, y ahora estaba postrado en una cama, sin saber si se recuperaría.

Estaba en estos pensamientos cuando llegó Carmen, buenas saludó al llegar, ¿qué te trae por aquí? Mira, ¿te has enterado de lo que le ha pasado a Pedro el pastor? Carmen respondió algo ha dicho el médico, que ha estado visitando a la señora, pero no ha dicho qué le ha pasado. Se juntaron en la taberna, José y él y cogieron una buena borrachera y como consecuencia hoy amaneció que no asunta, ni habla ni se mueve, estos hombres.

Paula dijo ¿has oído al pregonero? Sí, asintió con la cabeza, yo no podré ir, ¿ya te has enterado de qué estoy trabajando? Eso me ha dicho tu hija, pues yo he dicho a Esperanza que mañana me haré cargo de su padre, mientras ella va a la majada a ordeñar y hacer queso, entonces ¿qué vamos a hacer? María dijo yo voy con Juan, las dos madres al unísono ni hablar, después de lo del otro día sois capaces de hacer de todo menos vendimiar. Al ver Juan cómo se estaban poniendo las cosas, mañana iré solo a vendimiar, me cundirá menos y cuando se pueda ya me acompañaréis. María dijo no sé por qué no puedo yo ir con él, somos novios.

Las dos volvieron a decir ya lo creo que sí, su madre le dijo no quiero que seáis la comidilla del pueblo.

¿Por qué no os quedáis a cenar?, me ha dado Eusebia algo y lo que tenga María, nos arreglamos. Sacó del hatillo un trozo de chorizo y un poco de queso, más la tortilla que había preparado María.

Se despidieron, por el camino Juan preguntó a su madre ¿ya has hablado con Pedro? Ella le dijo que no, no quería decirle que había dado permiso a Luis para poder pretender a Esperanza, poco se figuraba que su hijo lo sabía de boca del propio Luis.

A la mañana siguiente le preparó la merienda y la pequeña cuba con vino, y se lo puso en las alforjas. Juan llegó preparó las mulas para que tiraran del carro, era de varas, una mula dentro de las varas y otra delante con tiros; cuando las tuvo en disposición de marcha puso en el carro los cestos de mimbre donde se transportaban las uvas, la madre y la hija le saludaron, que tengas buen día.

Carmen se marchó a trabajar, cuando María cerró la portada, al entrar en la casa se dio cuenta de que se había dejado las alforjas con la comida, salió corriendo pero ya no vio el carro, y no sabía dónde iba a vendimiar.

 

Cuando llegó a la Casona, la estaba esperando Eusebia. Vamos, cámbiate, que hoy la señora está mejor y quiere hacer lo de todos los años, ir a ver a los vendimiadores. Cuando la bajaron a desayunar la estaban esperando su marido y sus padres, en esto llegó don Cosme el médico, le puso sus medicamentos y Pilar le dijo tómese un café con nosotros, hay bollo de Eusebia. Sonriendo contestó si no lo hay me marcho, se sentó y en el transcurso del desayuno Pilar dijo a su marido, que enganchen a Rayo y vamos a ver a los vendimiadores. Víctor salió y se lo dijo a Pascual, este al oírlo se alegró, hoy está mejor la señora, ¿verdad? Él respondió eso parece. Cuando terminaron, Pilar su padre y su marido se marcharon a la viña.

Remedios le dijo al médico Cosme, como amigo que eres no me engañes… dime realmente cómo esta mi hija. Él tragando saliva le dijo ¿de veras quieres saberlo? SÍ, contestó con rotundidad, dímelo, por tus cartas me decías que sería conveniente que le hiciéramos una visita, que la sentaría bien. No lo lleves a mal, Reme, pero sabes que tu hija te quiere, pero a ese viejo truhan de tu marido lo adora. Remedios estaba sobre ascuas, dime le volvió a insistir. Cosme le dijo cálmate, a tu hija le quedan tres o cuatro meses de vida. Al oírlo, qué… me dices, y empezó a llorar. Dios mío cuando se entere mi marido se morirá también, ya sabes como está y no se cuida, tienes que hablar con él, y que trate de comportarse lo más normal que pueda. Remedios le dijo habla tú con él, te hará más caso que a mí. Cosme, no te preocupes, yo hablaré con él. Ahora me tengo que marchar, tengo pacientes que visitar.

Cuando llegó Paula la estaba esperando Esperanza, le preguntó ¿cómo esta tu padre? Ella le dijo pase y lo ve. Había recobrado el conocimiento pero no podía hablar, solo movía los ojos y poco a poco las manos, en esto llegó el médico y les dijo esperemos que poco a poco vaya recobrándose, no puedo hacer más, la naturaleza hará que se vaya recobrando. ¿Se queda usted con él?, yo en dos o tres horas vengo. Ella le dijo no te preocupes, yo me quedo hasta que vuelvas.

Cuando llegaron a la viña, los vendimiadores fueron a saludar al «ama».

Se quitaron la gorra en señal de respeto y le dieron los buenos días, el que era jefe de los gañanes se adelantó y le dijo mire qué hermosura de uvas, ella le dijo tendremos buena cosecha, será buena, ama, y cogiendo un racimo se lo ofreció. Ella las probó y se las ofreció a su marido y a su padre, diciendo están muy dulces. Volvieron al trabajo y ella después de pasear un momento entre las cepas, les dijo buenos días a todos. Víctor, vámonos, empiezo a no sentirme bien. La subieron y se sentó entre los dos, se abrazó al brazo de su padre y reposó la cabeza en su hombro. Víctor espoleó a Rayo, que trotaba y llevaba el calesín como en el aire, como si supiera que su dueña no estaba bien… Cuando llegaron a la casa se sentó en la salita y llegaron Eusebia y Carmen, ¿como está la señora? Ella les dijo ahora un poco mejor pero he tenido un mal momento, en esto le dijo a Carmen me dijiste que tenías una hija, tráela un día y la conozco. Así lo haré, y le dijo de nuevo qué pelo tan bonito, a mí se me está poniendo blanco. Aguantó hasta mediada la tarde, cuando llegó el médico, que le tuvo que poner más dosis de morfina, y la metieron en la cama.

Cosme buscó a su amigo para hablar con él, pero no se encontraba en la casa, le dijo a Reme mañana hablaré con él.

Cuando regresó Esperanza de la majada, Paula se despidió y se fue a casa de Carmen y le dijo a María, coge algo de comida y unos tranchetes para cortar la uva y nos vamos a ayudar a Juan. María le dijo se ha dejado las alforjas con la comida, ¿usted sabe a qué viña ha ido? Sí, le contestó ella. Cuando llegaron Juan se alegró, sobre todo cuando vio las alforjas, se dio cuenta de que no las había cogido cuando estaba en la viña. Llenaron diez cestos y los cargaron en el carro, cuando llegaron al pueblo Juan se fue a pesar, esto era laborioso; entre dos hombres se sujetaban al hombro una madera redonda de la cual colgaba la romana se enganchaba de las cuerdas del cesto, se levantaba y así uno por uno, después vaciaban. Era lo que había en aquella época, cuando regresó a dejar el carro ya era noche cerrada. Carmen ya estaba en casa y le ayudó a desenganchar el carro. Cuando metieron las mulas en la cuadra, le dijo márchate que ya les echo yo de comer, antes de irse le preguntó ¿cuántas uvas habéis cogido? Él le dijo tenga el recibo del peso, 750 kg ponía. ¿Cuánto crees que tendremos este año? Seis o siete como este, le dijo. Muy bien, habrá más que otros años, dicho esto se marchó después de dar un beso a María.

Cuando había recolección no se celebraban fiestas, y menos en la vendimia que al ser a primeros de octubre, si entraba el tiempo en aguas la uva se pudría y aunque también se recogía el vino bajaba de calidad.

Al fin Cosme se encontró con Rodrigo y le dijo tenemos que hablar. ¿Sobre qué?, le preguntó Rodrigo. Sobre ti y tu hija. No quiero saber nada, le contestó. No puedes esconder la cabeza como las avestruces, será por tu bien, por tu mujer y por tu hija. Aun así no quiero saber nada. Viejo amigo, te respeto tu decisión.

Los días pasaban y poco a poco se iba terminando de recoger la uva, en esto se llegó al día del Pilar, el cumpleaños de la señora. Fiesta grande en la Casona, estaban invitados todos los obreros de la casa, desde por la mañana café, mantecados y anís. La comida fue a base de albóndigas y pepitoria todo regado con buen vino, después de comer y recoger entre todos, era costumbre cantar y bailar la jota, cosa que todos los años hacía la señora con uno de los mozos de mulas que bailaba bien. Pero este año cuando empezaron a cantar, la de todos los años que decía así:

CUANDO SALES A BAILAR CON LOS BRAZOS EXTENDIDOS,

PARECES ÁGUILA REAL CUANDO SALE DE SU NIDO.

Pero este año la señora no podía bailar, cuando el mozo se dirigió a ella para bailar como todos los años ella se dirigió a Carmen y le dijo baila tú por mí. Señora, que yo aún estoy de luto. Ella volvió a insistir y Carmen se quitó la cofia y el delantal con tirantes que llevaba, y abriendo los brazos al aire, bailó como nunca lo había hecho. Cuando terminó todos aplaudieron a la pareja, después cada uno bailó como sabía pero el baile de la señora siempre bailaba una pareja sola, y era como si hubiera bailado la señora. Para alguno no pasó desapercibida, qué cambio de verla siempre de negro y con pañuelo, a verla con el pelo suelto y de azul, alguien la observó con especial interés, aunque trato de disimular. Era Víctor, su mujer le preguntó ¿has visto qué bien baila Carmen? Sí, me he dado cuenta. Carmen dirigiéndose a la señora le dijo mañana seré la comidilla del pueblo. No te preocupes, todos han visto que yo te he pedido que lo hicieras por mí, como si yo hubiera bailado, qué envidia he sentido por no poder hacerlo, te doy las gracias.

Ya empezaba a anochecer cuando llegó el médico, Pilar se despidió, no sin antes agradecer a todos los asistentes su alegría y su asistencia, aún tenían que cenar, había que terminar todo lo que se había preparado.

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