La ley no escrita

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¿Qué te pasa?

Juan, poco menos que sollozando, le contó a Esperanza todo lo que le había ocurrido con su madre, después de que ella hubo hablado con su padre. Ella sabía que su padre estaba en contra de esa maldita ley no escrita, y se lo dijo a Juan, pero él nunca había visto a su madre así, y pensaba qué habría pasado dentro de la majada.

Esperanza dijo a Juan:

Ata bien a las mulas y vamos a la majada.

Juan hizo caso y se aseguró de que no se escaparan. Después siguió a Esperanza hasta la majada, cuando estuvieron dentro ella le dijo:

¿Qué te ha preguntado tu madre?

A ver qué habíamos hecho. Y yo la he dicho que nos dimos un beso.

Entonces ella empezó a besarle, por todas partes, al tiempo que le iba desabrochando botones, primero de la camisa, luego el cinturón. Juan no reaccionaba, Esperanza le cogió la mano y se la puso en un seno, entonces Juan reaccionó y como si acabara de ver el cielo, se lanzó a besarla y empezó a desabrochar él también, se atascó un botón, pero con el ímpetu salto por los aires. Juan cogió a Esperanza en brazos, la tumbó en el camastro que tenían en la majada, ya no pudo esperar, y con un movimiento le levantó la falda. Y cuál fue su sorpresa, no llevaba ropa interior, eso le facilito más las cosas. Juan, con el pantalón medio bajado se puso encima, y Esperanza le recibió con las piernas abiertas. Era la primera vez para ambos, ella sintió dolor al ser desflorada pero al poco aquello se tornó en placer. Cuando se separaron ella tenía una pequeña mancha de sangre que al verla Juan se puso nervioso:

¿Te he hecho daño?

No te preocupes, esto pasa la primera vez y solo podías ser tú quien estuviera conmigo esta primera vez.

Juan se sintió muy halagado, no en vano estaba enamorado de ella desde siempre, él empezó a besarla, y al cabo de un rato volvieron hacer el amor, y esta vez fue mucho mejor.

Por ellos se hubieran estado juntos lo que quedaba del día, pero ella dijo:

Está a punto de llegar mi padre del pueblo y no quiero que nos vea juntos.

Él se vistió y dando un beso a Esperanza le dijo:

Mañana volveré.

Apenas se había puesto de nuevo a cultivar la tierra, pasó el señor Pedro. Buenas tardes, saludó a Juan y este le devolvió el saludo, buenas, señor Pedro.

Al pasar cerca de la tierra, se dio cuenta de que hacía poco de que se había puesto a trabajar con la vertedera, pues solo había tres lomos recientes; en los demás ya la tierra presentaba otro color. Esto no pasó inadvertido para él.

Cuando llegó a la majada, notó que su hija no caminaba muy bien, y le preguntó:

¿Quién ha estado aquí y no me engañes?

Esperanza se puso colorada y no supo que decir, su padre le dijo ha estado Juan. Ella al ver que su padre estaba tan seguro, le dijo ¿por qué lo sabe padre? Y él dijo estás nerviosa, no andas bien y Juan se ha puesto a arar hace un rato, a mí no me engañas. Ella ante lo que era la verdad, le dijo con voz de culpabilidad:

Sí padre, ha estado aquí.

Entonces Pedro le dijo que se sentara, Esperanza se sentó y su padre también lo hizo a su lado. Y cogiéndola de la mano le dijo:

Sabes que no tengo nada en el mundo más que a ti. Primero te voy a pedir perdón por mi comportamiento, sé que he abusado un poco del vino y tú nunca protestaste, y sabías cómo llevarme. Aunque alguna vez fui una mala persona, insultando a lo que más quería, a ti y a Paula.

Ella reaccionó y le dijo entonces es cierto que hubo algo entre vosotros.

Se hizo un silencio y Pedro le dijo:

Déjame continuar, Pedro tragó saliva y contestó a su hija, sí, fuimos amantes, clandestinos, y como le aplicaron esa ley no escrita que por estas tierras se adjudican los padres, nuestro amor fue imposible. Claudicamos, lo hemos pagado muy caro, ella nunca fue feliz y yo con tu madre tampoco, tu madre suplió con su amor mi falta de cariño. Cuando tú viniste al mundo, fue nuestro momento más feliz, procuré no hacerla sufrir.

Padre, le dijo Esperanza, hasta que murió madre yo creía que éramos una familia feliz, procuramos aparentarlo, como por la lechería pasaba todo el pueblo, ante todos aparentemente lo éramos, pero sin amor.

Y ahora voy a contarte algo, hoy ha estado Paula aquí. Ella iba a hablar pero su padre le puso la mano en la boca y continuó. Cuando nos hemos visto, del rescoldo que quedaba se ha encendido una llama y te aseguro que aún nos seguimos queriendo, y nos lo hemos demostrado hoy.

Yo me alegro, padre, ahora podéis retomar vuestro amor.

Pedro frunció el ceño y le dijo:

¿Sabes a qué ha venido? A que impida por todos los medios que tú y Juan intiméis.

Padre, cuando se ha marchado ha pegado a Juan y lo ha amenazado.

Pedro tomó la palabra y le dijo a su hija:

Entonces Juan ha estado en la majada contigo, y ha pasado lo que me temo. Preguntó, ¿te has entregado a él?

Ella se sonrojó y le dijo:

Sí, padre, nos hemos entregado uno al otro, con un amor puro, nos queremos.

El padre guardó silencio y era cierto lo que había intuido.

Hija, no me gustaría que la historia se repitiera… Paula llevará hasta las últimas consecuencias la palabra dada, aunque para ello se tenga que sacrificar de nuevo, y volvernos a perder ella y yo. Te confieso que no me gustaría volver a perderla, ahora que he descubierto que aún me ama. Y ¿qué dice Juan de esto?

Ella no lo sabía, solo que la quería porque se lo había dicho, de pronto pensó que realmente la quería, ella había hecho que todo sucediera, de pronto le asaltaron las dudas de todo enamorado, ¿y si había sido por lo que le había hecho la madre? Luego pensó que los besos no mienten, de nuevo las dudas, ¿sería capaz de enfrentarse a su madre? Todos estos pensamientos asaltaban a Esperanza. Pedro dijo a su hija:

Creo que tenéis que dejar de veros.

Esperanza saltó como un resorte de la silla:

Primero dices que no te gustaría que esos hechos se volvieran a repetir y ahora me sales con esas, ahora sí te digo que eres un egoísta, que solo miras por ti, quieres que nos hagan todo lo que ocurrió con vosotros, claro, como ahora piensas que puedes recuperar a Paula ya no te importa sacrificar la felicidad de tu hija. Diciendo esto salió corriendo de la majada.

Pedro se quedó pensando todo lo que había ocurrido y también le asaltaron sus dudas, realmente a qué ha venido a la majada, ella aún me quiere, cómo puedo dudar, después de haberla tenido entre mis brazos y sus lágrimas, eran de veras o solo me quiere tener como aliado para llevar a buen puerto su plan de casar a su hijo con María. Estaba hecho un mar de dudas, él sabía que Paula era una mujer de carácter.

Esperanza, en su carrera, llegó justo antes de que Juan se marchara para el pueblo, y sin decir nada antes le preguntó:

Juan, ¿tú me quieres?

Él la abrazó y le dijo:

MÁS QUE A MI VIDA.

Ella rompió a llorar y le dijo:

No consientas que nos separen.

No podrán hacerlo, cuando llegue al pueblo hablaré con mi madre y trataré que todo se arregle.

Tienes que hacerlo, Juan, por nosotros.

Él le hizo una promesa:

TE JURO QUE NO CONSEGUIRÁN SEPARARNOS.

Acto seguido se sacó del cuello una pequeña cruz y la besó, y se la dio a besar a ella, él es testigo de que así será. Ella volvió a la majada, que era hora del ordeño y de preparar el queso.

Él se subió en una mula de la yunta y emprendió el camino al pueblo. Tenía media hora de camino y su mente estaba tratando de poner orden en todo lo sucedido en el día. Había sido el más feliz de su vida, o el más desgraciado, Esperanza le había hecho muy feliz pero también quería su madre y le había hecho una afrenta pegándole como si fuera un niño.

Tan ensimismado iba Juan en sus pensamientos que el camino se le hizo muy corto, y ahora tenía que enfrentarse a su madre. Eso le causaba desasosiego, pues él estaba demasiado influenciado por ella, su pensamiento solo le decía que le había pegado como si fuera un chiquillo, y se rebelaba como un hombre que ya era, pero ¿cómo se podía enfrentar a su madre sabiendo el genio que tenía?

La yunta se paró en casa de María, él permaneció unos momentos sin reaccionar, hasta que la voz de Carmen lo sacó de sus pensamientos, Juan, ¿no te piensas bajar de la mula? Reaccionó diciendo buenas tardes, señora Carmen. Ella le abrió la portada que daba acceso a un patio donde estaban todos los aperos de la labranza. Él con lentitud fue quitando el yugo que unía a la mulas y colocando todas las cosas en su sitio, pues Juan era muy metódico, y las metió en la cuadra. Luego lleno el tinillo de agua y les puso su ración de cebada y paja en abundancia.

La señora Carmen no perdía detalle de todo lo que hacía Juan, y lo notaba raro,

Juan, ¿qué te pasa?

Estaba tan enfrascado en sus pensamientos que no la oyó, ella le volvió a preguntar:

Juan, ¿te ocurre algo?

Él reaccionó y le dijo nada, señora Carmen, cosas mías del campo, y se despidió hasta mañana.

Carmen le dijo:

¿Hoy no pasas a ver a María?

Sí, ahora paso.

Juan cruzó el pequeño pasillo que separaba la casa del zaguán y entró en un pequeño cuarto, donde estaba María bordando su ajuar. Ella al verle le dijo con admiración:

¡Mira qué bonita me está quedando esta sábana!

Juan apenas la miró y le dijo que sí, que estaba muy bien. María le preguntó:

¿Qué tal el día? ¿Has terminado de arar esa tierra?

Me queda un día.

Ella empezó a notar que no tenía ganas de hablar y le volvió a preguntar, pues ella también participaba en esas labores:

 

¿De qué la vamos a sembrar?

Tengo que consultarlo con las madres, creo que teníamos que sembrar garbanzos y ganaríamos más que con el trigo.

Y dicho esto, se despidió de María con un escueto hasta mañana, ella le dijo ¿no me das un beso?, somos novios. Juan le dijo perdona, estaba pensando en cosas del campo, se volvió y le puso un pequeño beso en la boca diciéndole está por ahí tu madre. Ella le dijo no importa, ya sabe todo el mundo que el año que viene nos casamos. Juan no contestó a eso y dijo me marcho, tengo que hablar con mi madre, ella le preguntó ¿de qué tienes que hablar? Él saliendo al paso le dijo de cosas nuestras sin importancia, y se marchó.

María, que quería a Juan, no se imaginó lo que estaba pasando por su mente, pero se dio cuenta de que estaba cuanto menos raro y pensó algo le habrá pasado con el campo o con las mulas, y siguió bordando su sábana.

Juan se dirigió a su casa y, a medida que se acercaba, más miedo le daba enfrentarse a su madre, pues sabía que era una mujer que no admitía que le llevaran la contraria. Su mente se rebelaba, le había pegado como a un chiquillo, en esto llegó a su casa y se encontró a su madre esperándole.

Juan, al verla, todo lo que por el camino había pensado decirle cuando estuviera con ella se le fue, tenía la mente en blanco, tal era la influencia de su madre sobre él. Paula al verlo le dijo siéntate con un tono tan autoritario que Juan sin haber dicho buenas tardes y sin abrir la boca se sentó dispuesto a escuchar a su madre. En ese momento se sintió como desvalido ante aquella mujer, que sabía que le quería pero que lo manejaba como un pelele a su antojo. Por el camino había pensado eso se acabó, pero ahora que la tenía enfrente, no le resultaba tan fácil.

Paula empezó hablar, le dijo no me interrumpas lo que te tengo que decir, Juan al oír a su madre poco menos que tembló. Dicho esto le dijo:

No sé lo que tienes con esa pastora, empezó hablando con desprecio de Esperanza, y Juan empezó a ponerse colorado, su madre prosiguió. Hoy he estado en la majada hablando con su padre, y hemos quedado que tú tienes que cumplir tu compromiso con María, y no vamos a consentir que tú y esa, de nuevo con desprecio, rompáis mi palabra dada, por lo tanto te prohíbo que vuelvas a verla o su padre tomará represalias y no la dejará venir al pueblo. Y yo contigo sabes de lo que soy capaz.

Cuando Juan escuchó esto, su sangre se rebelaba pero era incapaz de hablar, su madre prosiguió:

Tú y esa mal nacida no vais a romper lo que ya está establecido.

Paula estaba haciendo blanco de su desgracia y la del padre de Esperanza, como si ella tuviera la culpa, y era tan inocente como su hijo que no tenían culpa de que a ellos les hubieran aplicado sus padres esa maldita ley no escrita, sin darse cuenta de que ella lo estaba llevando a cabo, junto con el que fue su pasión. Y aún quería ¡ELLA! llevarla a efecto, pero su orgullo era superior a todo, tanto había minado la vida su carácter, desde que los padres la separaron de Pedro, que no se detenía a pensar que repetiría en su hijo y Esperanza tanto sufrimiento.

Juan escuchó a su madre sin decir palabra. Cuando se repuso de todo lo que su madre le dijo, cabizbajo porque no se atrevía a mirar a su madre a la cara, tal era el poder que ejercía su madre sobre él, que con voz poco menos que con miedo —esa era la realidad, Juan tenía miedo a su madre— le dijo:

Madre, me… ha… pegado, como si fuera un chiquillo, está haciendo a Esperanza la culpable de que usted no haga su voluntad, ¿tan importante es para usted la palabra dada? Podemos seguir juntos como hasta ahora y no tener que casarme con María.

Al escuchar esto, Paula saltó como un resorte:

Luego el rumor es cierto, menos mal que ya he hablado con Pedro y está de acuerdo conmigo que tú tienes que cumplir la palabra que yo he dado.

Ella sabía que Pedro haría lo que ella le dijera, le demostró en la majada que aún la amaba y no tendría problemas para convencerle y ser su cómplice. Él se encargará de Esperanza y yo de ti, pensó y le dijo:

—Te he pegado porque tú no puedes hacer en este caso nada que se te ocurra, solo cumplir, en cuanto a Esperanza no se puede meter en tu camino sabiendo que te casarás con María, ¿qué quiere, romper dos familias?

Juan le dijo a su madre ella no tiene la culpa de que me quiera, la madre le preguntó ¿y tú?

Juan con miedo le confesó que también la quería.

Paula le dijo me da igual, te casarás con María después de la cosecha, dicho esto se fue a preparar la cena.

Juan no se atrevió a llevarle la contraria a su madre, era tal el respeto (miedo) que se quedó pensando que la decisión de su madre la llevaría a efecto, no se sentía con fuerzas para llevarla la contraria. Aunque ahora que sabía que Esperanza lo amaba, pensaba lo que había pensado alguna vez me marcho del pueblo y si Esperanza quiere nos vamos juntos, pero luego pensaba en cómo se arreglarían las tres mujeres sin él, no le gustaría que María se fuera a servir a ningún señorito y verla de malas formas, tal como estaban iban saliendo para adelante. Por otra parte aún tenía en los labios el sabor de Esperanza, y los momentos vividos, se preguntaba: ¿Por qué tengo que renunciar a estar con ella?, ¿podríamos vivir todos en buena armonía y tratar de ser felices? Es posible que mi madre solo quiera imponer su voluntad, sobre todas las cosas. En ese momento Juan se preguntó ¿REALMENTE ME QUIERE MI MADRE O SOY UN JUGUETE EN SUS MANOS? Estaba en estos pensamientos cuando escuchó la voz de su madre que le llamaba a cenar, había preparado una tortilla y unos torreznos. La cena fue silenciosa, cuando terminaron Juan se fue a la cama sin saludar ni dar las buenas noches. Al ir a entrar en la habitación, oyó la voz de su madre, ¿estás enfadado? Ya no me das un beso ni hasta mañana. Juan se volvió y cumplió como todas las noches desde que tenía uso de razón, pero algo había cambiado, desde ese momento entre los dos. Paula lo notó, y lo sabía desde ese momento, su Juan era un poco menos suyo, pero también sabía como dominarlo, a ella su hijo no se le podía rebelar, estaría bueno.

Juan se fue a la cama, su cabeza solo daba vueltas, cómo podía asimilar todo lo que le había ocurrido en el día, había sido el día más importante de su vida y en vez de estar contento, estaba en un mar de dudas. Se preguntaba qué hacer y qué no hacer, todo era un amasijo de recuerdos de lo vivido con Esperanza, la bofetada de su madre, la dulce María bordando el ajuar, las imposiciones de la madre, y no se sentía con fuerzas para llevar la contraria a su madre, estando en todo lo que le había pasado, le rindió el sueño.

Al rayar el alba, con el canto del gallo todo el mundo en el pueblo se levantaba para empezar los quehaceres típicos de la vida.

El pueblo no era muy grande pero sí ruidoso, por las mañanas los gallos hacían de despertador, los cencerros de las vacas, las campanillas de los collerones de las mulas, las carreras de los pocos chiquillos que había alegraban o molestaban según a quién. Por todas las chimeneas salía el humo, por esa época del año ya todo el mundo desayunaba gachas, unas dulces sobre todo los chiquillos, y de harina de almortas los mayores; y ya se ponía el cocido, para que se fuera haciendo, entonces las mujeres que en esa época del año no eran necesarias en el campo, se ponían a barrer la calle, cada una lo que le correspondía, y entonces funcionaban las noticias que acontecían en el pueblo, vecina, ¿sabes…? Y así se transmitía lo que ocurría, día a día.

Aún nadie sabía de los encuentros de Paula y Pedro, ni de los de Esperanza y Juan, pero no se tardaría mucho. En los pueblos siempre hay gente que ve, oye o se imagina, y entonces, pobres de aquellos que den que hablar, se comentará todo, hasta lo que no ha sucedido.

Cuando Paula fue a comprar a la tienda, solo había esa en el pueblo, se dio cuenta de que aún nadie sabía nada. Eso le causó tranquilidad, aunque sabía que no tardaría mucho en ser del dominio público.

Mientras Juan se había ido a arreglar la yunta, ella le dejó el almuerzo y la talega con la comida del mediodía, le había preparado unos chorizos y unos trozos de panceta fritos, el pan se hacía en casa para una semana, y en el ato siempre se llevaba una pequeña cuba de madera para el agua, y un botijo de barro para el vino.

Juan se apresuró a desayunar y cogió las alforjas con la talega de la comida y se fue rápidamente, no tenía ganas de ver a su madre. Juan no había visto a María cuando fue a arreglar la yunta, porque había entrado por el corral. Pero ahora, cuando llegó a por las mulas para irse al campo, María lo estaba esperando y le preguntó:

¿No pensabas pasar a verme?

Hoy tengo mucha faena y quiero terminar de preparar esa tierra para poder sembrarla pronto.

Pasa que te voy a enseñar lo que terminé anoche, dijo y orgullosa le enseñó una sábana primorosamente bordada. ¿Te gusta?

Él asintió con la cabeza, María ya se había dado cuenta de que a Juan le pasaba algo, aunque con ella nunca había sido muy cariñoso, pero al menos antes la hablaba, la sonreía y alguna caricia le hacía. Y se fue a su terreno y le preguntó:

¿La tierra del Carrascal, la que está al lado de la majada?

Juan sin saber por qué se puso colorado y asintió con la cabeza. A María como mujer no se le pasó inadvertido el gesto de Juan, entonces le dijo no te entretengo, Juan y él, cosa extraña, depositó un pequeño beso en los labios de María y se marchó. María se sintió halagada, y a la vez preocupada, por el comportamiento de Juan, pero no quiso pensar qué le ocurría, ella sabía que tarde o temprano sería su marido; cerró las portadas y se dispuso a hacer las labores de la casa.

Juan recordó el beso a María, no era como los de Esperanza —se dijo—, tampoco he puesto pasión, como será María, siendo tan dulce, en ese trance. Algo se había despertado en él, pero enseguida toda su mente estaba con lo vivido ayer con Esperanza, y eso era más de todo lo que había soñado siempre, tener a Esperanza en sus brazos y ser correspondido. Estaba en estos pensamientos y sin darse cuenta ya estaba en la tierra, se dispuso a preparar la yunta para empezar a labrar. Apenas había arado un par de lomos cuando a lo lejos el señor Pedro se marchaba al pueblo. Pasado un rato cuando consideró que no volvería, ató la yunta y se dirigió a la majada. Encontró a Esperanza preparando para hacer queso, al verlo se puso a llorar. Juan abrazándola le preguntó: ¿Por qué lloras? Ella le dijo tu madre ha convencido a mi padre para que no volvamos a vernos, tu padre también nos quiere separar. Entonces ella separándose le dijo ¿sabías que mi padre y tu madre fueron amantes y por esa ley no escrita que se reservan los padres los separaron? Juan se quedó de piedra, había gente del pueblo que lo sabía pero cuando se quedaron viudos no dieron motivos para que hablasen de ellos. Además, Pedro bebía algo más de la cuenta a raíz de que se quedara viudo. Juan le preguntó ¿mi madre con tu padre?, ella le respondió sí y como me hablo mi padre se han vuelto a reencontrar, y de las viejas cenizas puede volver a brotar fuego. Juan seguía sin dar crédito a las palabras de Esperanza, su madre que era seria, autoritaria, seca en las relaciones con Pedro. Esperanza le dijo:

No entiendo por qué nos quieren hacer pasar por lo que pasaron ellos, si tu madre tiene planes con mi padre, yo estorbo, y tu madre se sale con la suya. Tú te casas con María y ella con mi padre y así su orgullo por la palabra dada queda intacto, le importa más su palabra que tú.

Juan ya se había preguntado eso y le dijo:

No podrán separarnos, aún queda un año para la fecha de la boda, ya pensaremos algo, confiemos en que cambie de opinión.

Dicho esto Juan abrazó a Esperanza y se besaron e hicieron el amor, con toda la fuerza y la pasión que otorga la juventud.

Se despidieron con un beso y Juan se dio cuenta de que por mucho que arreara a las mulas no terminaría de preparar la tierra, y se dijo mejor, mañana volveré.

Esperanza también deseaba que volviera al día siguiente. Al poco de ponerse a labrar pasó el señor Pedro, y se volvió a fijar en la besana, y pensó ha vuelto a ver a mi hija, apenas ha empezado a arar, con solo eso lo sabía, hay cosas que no pasan desapercibidas para la gente del campo. Cuando entró en la majada se encontró a Esperanza cantando, y le preguntó el porqué de esa alegría.

—¿Acaso ha estado Juan por aquí?

Ella sin dejar de cantar le dijo que sí, Pedro le dijo ten cuidado con lo que hacéis, que sabes que tiene un compromiso adquirido y le van a obligar a cumplir. Esperanza se fijó en su padre y no olía a vino, entonces le dijo ¿tanto poder tiene esa bruja de mujer sobre usted que ya no bebe, cosa que le agradezco? Pero si usted es capaz de no beber por ella, qué no será capaz de hacer cuando le mande hacer algo. Pedro le dijo no insultes a Paula que es una buena mujer. Al oír Esperanza esto se dio cuenta de que su padre sería una marioneta en manos de esa mujer, directamente le preguntó ¿usted está con ella en lo de cumplir ese compromiso? Se hizo un silencio y al fin Pedro, en ese momento de silencio había pensado en su vida, cómo los separaron a él y a Paula, pero ahora podía volver a tener a Paula, eso le importaba más ya lo que pasado era pasado, pero estaba su hija ahora para que si no se aliaba con Paula, sabía y Dios sabía cómo la quería, que la perdería definitivamente. Pedro le dijo yo no he impuesto el compromiso, y trataré de hablar con ella y ver de alguna solución, pero no te garantizo nada. Paula es muy suya y no creo que se vuelva atrás. Entonces Esperanza amenazó a su padre y le dijo cuando baje al pueblo, diré a los cuatro vientos mi relación con Juan. Apenas terminó de hablar, su padre le dio una bofetada y le dijo ¿quieres quedar en el pueblo como una fulana? Todo el pueblo sabe del compromiso. Esperanza se puso a llorar, entonces se dio cuenta en la situación que estaba, se había entregado a Juan sin que él se lo pidiera, pensando que así lo tendría mejor, pero se dijo Juan me quiere y luchará por mí, pero ¿será capaz de enfrentarse a la bruja de su madre? Por su mente pasaban todo tipo de pensamientos, algunos bastante oscuros.

 

Su padre la abrazó y le dijo perdóname, hija, sabes que te quiero, por un momento me he dejado llevar por lo que siento por esa mujer, pero no dudes que voy a poner todo lo que pueda para intentar que seas feliz. Esperanza miró a su padre, le dio un beso y le dijo gracias, padre. Su padre le dijo ve a por Juan y dile que venga, y hablaremos los tres. Ella salió de la majada a por él, al verla Juan le preguntó ¿qué pasa?

Ven a la majada, mi padre quiere hablar contigo.

Juan dejó la yunta atada para que no se movieran, y siguió a Esperanza. En el trayecto, no hablaron palabra. Ella pensaba mi padre nos va a ayudar y él, se habrá enterado de lo que hacemos su hija y yo. Solo de pensarlo se le puso la carne de gallina, ¿cómo se defendería si le acusaba de ser el culpable? Estaba en estos pensamientos cuando oyó la voz del señor Pedro:

Buenos días, Juan.

Buenos días, señor Pedro, me ha dicho Esperanza que quiere hablar conmigo.

Sentaoos, que tenemos que hablar los tres. Sé todo lo vuestro. Juan intentó hablar pero él le paró. Déjame hablar a mí.

Hubo un pequeño silencio.

Primero, sé el compromiso que te ata a la palabra dada por tu madre, tú estás dispuesto a llevarlo a cabo, estás dispuesto a enfrentarte a tu madre, te has dado cuenta de lo que significaría, conoces bien a tu madre y no sabes de lo que sería capaz. Has tenido en cuenta cómo quedarían las dos familias, la yunta es de Carmen y María. También sé de vuestros encuentros, de eso también hablaremos. Todo lo sacrificarías por mi hija. Dicho esto se calló, y al cabo de un momento dijo espero tu respuesta.

Juan, que no era hombre de palabra por su juventud y haber estado siempre a la sombra de su madre, tardó en reaccionar.

Señor Pedro, claro que sé el compromiso que mi madre adquirió por mí, y lo he pensado muchas veces, sobre todo cuando me encontraba con su hija, y nos mirábamos sin hablar, y me preguntaba todo, cómo quedarían las dos casas, qué le pasaría a María, se tendría que ir a servir. Su madre Carmen no es como mi madre y no lo pasarían bien, pero mi madre no se volvería atrás en el compromiso dado y rompería todos los acuerdos. Si mi madre accediera a hablar con Carmen, seguro que se podría llegar a un acuerdo que nos beneficiaría a todos, seguiríamos como hasta ahora pero sin compromiso de boda.

Juan dejó de omitir que María estaba enamorada de él y estaba bordando el ajuar con mucha ilusión, y era parte del trato, que diría ella, todo esto pasaba por su cabeza.

Pedro dijo sería bueno para todos llegar a un acuerdo, pero ¿estás dispuesto a enfrentarte a tu madre?

—Señor Pedro, ayer me dio una bofetada, se piensa que soy un niño, y ya soy un hombre, no sé cómo hacerlo, solo he hecho siempre lo que ella quería que hiciera, pero ayer cuando me pegó, algo me ocurrió por dentro y pensé que mi madre no me quería a pesar de todos los desvelos que dice que ha tenido conmigo. Aun así me siento cohibido cuando está enfadada, y no sé si siento miedo o respeto. Pero por lo que siento por su hija, estoy dispuesto a ello.

—Ahora quiero que me expliquéis a dónde pensáis que os pueden llevar vuestros encuentros, porque no os dais cuenta del peligro que existe como sigáis así, y entonces sí que sería una tragedia. Estaríais pregonados por el pueblo, incluso os tendríais que marchar de aquí, y cómo quedaríamos todos. Por lo tanto de momento tenéis que dejar de veros, hasta que no hable yo con tu madre.

Juan le dio las gracias y Esperanza le dio un beso y le dijo qué bueno eres, padre.

Pedro le dijo vete a arar, que termines pronto y en un poco de tiempo no vuelvas por aquí. Al salir Juan de la majada, algo le vino a la mente, y se volvió. Le preguntó a Pedro: ¿Es verdad que usted fue novio y amante de mi madre?

Pedro no se esperaba esa pregunta.

¿Quién te lo ha dicho?

Esperanza.

Pedro le contestó con un escueto sí.

¿Entonces?

Fuimos víctimas como vosotros de las leyes no escritas, es una larga y triste historia que no viene a cuento ahora, voy a tratar de ayudaros.

Tampoco él omitió lo que sería capaz de hacer por esa mujer que estaba convencido de que aún lo amaba. Juan se marchó a seguir arando.

Cuando salió Juan de la majada, Esperanza volvió a abrazar a su padre y le volvió a decir padre, convence a Paula, ahora su tono hacia ella había cambiado, el padre le dijo no será fácil, ¿has pensado si te quedas embarazada lo que ocurriría?, no quiero pensarlo por un momento, porque me dijiste que os habíais entregado, por eso también te di una bofetada. ¿Es tanto lo que le quieres para entregarte la primera vez?

No, padre, fue a la segunda, dijo con esa verdad del que da todo a la persona querida y no tiene malicia, porque aunque era mujer se había criado sin la influencia de ninguna mujer, y eso le hacía hacer o decir las cosas sin doblez, y su padre le agradeció que no le escondiera nada de todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

Al caer la tarde, Juan de regreso al pueblo no sabía si enfrentarse abiertamente a su madre o dejar que el padre de Esperanza tratara de convencerla. La verdad era que le daba pánico enfrentarse a ella, y en esos pensamientos llegó al pueblo. María le abrió la portada y pasó al zaguán, empezó a quitar los arreos de las mulas, cuando terminó las dejó en la cuadra ya con provisión de pienso y agua. María había llenado el tinillo que había dentro de la cuadra, así le ahorraba tener que sacar el agua del pozo. Juan le dio las gracias y María le dijo no está mi madre, ¿quieres pasar y darme un beso? Juan le dijo tengo que ir al herrero, a aguzar la reja del arado. Ella le dijo te espero dentro, no está mi madre. Juan se apresuró en coger la reja, y entonces se acordó del dulce beso que se habían dado por la mañana, entró en el pequeño cuarto donde ella bordaba su ajuar, entonces se fijó en ella. María era una mujer menuda pero le pareció guapa, nunca la había visto de esa manera, solo la había mirado como si fuera su hermana. Él se acercó y ella cerró los ojos esperando el beso de Juan. Él la cogió y la besó, ella le correspondió, por un momento quedaron abrazados, sin darse cuenta de que Carmen los estaba viendo. Se separaron, María se puso colorada al ver a su madre, él no supo qué decir, pero Carmen les dijo que buscándome las vueltas, aún os queda un año para casaros, cuidado con lo que hacéis, todo tiene que hacerse a su debido tiempo. Entonces María le dijo solo ha sido un beso, él le dijo no se enfade, señora Carmen, solo ha sido eso. Ella les dijo voy a tener que ataros corto, Juan dijo ¿hoy no me da un vaso de vino?, ella le dijo pasa a la cocina y le sirvió un vaso de vino y un trozo de queso. Cuando Juan iba a morder el queso se acordó de quien había hecho ese queso, entonces se dio cuenta de lo que había hecho, no daba crédito a lo que le estaba sucediendo. Carmen le dijo: