La ley no escrita

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Cuando Juan se quedó solo, su cabeza no entendía por qué el padre de Esperanza se había comportado de esa manera, pensó así no tiene que enfrentarse a mi madre, y como en su día también seguramente fueron amantes, tiene esperanza de reanudar los viejos recuerdos, por esa parte no iba descaminado.

A Luis, por el contrario, el día se le hacía eterno, estaba deseando llegar a su casa para decirles a sus padres que tenía permiso para pedir a Esperanza, festear con ella.

Paula, después de la confesión de Carmen de que Juan y María se habían acostado en el pajar, tenía claro lo que al día siguiente le diría a Pedro, y salvando el escollo de los amores de Juan y Esperanza, había posibilidad de retomar algo de lo perdido durante tantos años.

Pedro se dio cuenta de que no le había dicho a su hija que Luis la pretendía y que le había dado permiso, para ello. Conociendo a su hija, no sabía cómo iba a reaccionar. Luego pensó esperaré acontecimientos, a lo mejor los padres de Luis se oponen y evito una buena bronca y quién sabe cómo reaccionará mi hija.

Carmen estaba dispuesta a vigilar de cerca a su hija y Juan, para que la ilusión que tenía, que su hija se casara de blanco se cumpliera, ya que en esa época las embarazadas se casaban de noche antes de salir el sol. María esperaba con impaciencia la llegada de Juan, para enseñarle la sábana que había terminado. Había bordado sus nombres entrelazados, estaba orgullosa del trabajo que había realizado, seguro que a Juan le gustaría.

José y Ana, que así se llaman los padres de Luis, estaban ajenos a la noticia que les iba a dar su hijo. Ana estaba haciendo la cena, ese día había llegado el pescadero y la mujer hacia «palometa», un pescado que a sus hombres les gustaba. José estaba en la única taberna del pueblo tomando un vino.

Cuando Luis llegó a su casa, su madre le abrió la portada para que entrara la yunta, y notó que su hijo tenía una cara que no era normal. Madre, tengo que decirte algo. Se apeó de la mula y acercándose a su madre le dijo eufórico, el señor Pedro me ha dado permiso para hablar con su hija, e hizo un silencio. Como la madre no contestaba, qué pasa, madre. Ella le dijo hijo, ¿tú sabes si ella quiere?, tendrás que decírselo a tu padre. Él la inquirió ¿usted qué opina? La mujer le dijo poco vale lo que yo diga. ¿Qué cree usted que dirá padre? Ella le dijo está en la taberna, no sé los vinos que se habrá tomado, ¿te parece bien que yo se lo diga antes para que evitar uno de sus ataques que le dan cuando ha tomado algún vino de más? Luis le dijo lo que usted diga, madre, y se puso a arreglar las mulas. En esto llegó el padre, le preguntó ¿has terminado de arar esa tierra? Él le dijo sí, este año tendremos buena sementera.

Pusieron pienso y agua a las mulas y se fueron a cenar, Luis se dio cuenta de que su padre traía algún vino de más. Su madre se encargaría, pero se dio cuenta de que no había dicho ni bueno ni malo, su madre era así, pero él sabía que manejaba a su padre.

María, que estaba pendiente de la llegada de Juan, al escuchar las campanillas de los pretales de las mulas salió abrir la portada. Juan se apeó de la mula y se pasaron. Dentro en el patio estaba Carmen, que estaba dispuesta a no perderlos de vista. Después de dejar arregladas las mulas, María le dijo a Juan pasa a mi habitación, quiero que veas cómo me ha quedado la sábana, es la que estrenaremos el día de la boda. La madre, que estaba cerca, dijo eso el día de la boda, y pasó con ellos a la habitación. Al ver lo bonita que le había quedado, Juan trató de besar a María.

Ojo, que estoy aquí yo, dijo la madre. De cualquier manera, Juan la besó en la mejilla, la madre dijo hala, tómate un vino y pa …casa.

Paula estaba friendo sardinas para escabechar, que a Juan le gustaban, cuando llegó este, ¿cómo te ha ido el día? Bien, contestó, ni la madre ni él dijeron nada, los dos sabían que mañana sería un día importante, tal y como estaban las cosas, cenaron y se dijeron hasta mañana.

El día amaneció plomizo, con algo de viento, los gallos anunciaron que había que levantarse. Empezó a salir humo de todas las chimeneas, para preparar el desayuno y las meriendas que los hombres llevaban al campo.

Algunos iban al herrero a aguzar las rejas del arado, otros iban a la taberna a tomarse un café de puchero y una media copa de anís u orujo, los chiquillos se preparaban para ir a la escuela. Un día normal, aparentemente, pero para algunos vecinos hoy pasaría algo que puede que cambiara sus vidas.

Después de echar de comer a las mulas, Luis preguntó a su madre ¿habló usted ayer con padre? La madre le dijo no seas impaciente, ayer no pude, tenía demasiado vino, esperaré el momento. Madre, espero que no se oponga padre. Ya sabes que tu padre según le dé. Cuento con usted, madre. Sí, hijo, no te preocupes. Ya le buscaría ella las vueltas para que no le pusiera pegas a su hijo, bien es verdad que no era lo que ella esperaba para su hijo, pero si a él le hacía ilusión, no sería ella quien se la quitara. Hoy tenían el proyecto de ir a coger nueces en unos nogales que tenían, y luego Luis a la vuelta de labrar los recogía, para que no viniera cargada.

Pedro se levantó temprano, para ordeñar, y cuando terminó el desayuno con su hija le dijo lleva tú la leche al pueblo, y vas limpiando un poco la casa, dentro de poco ya nos quedaremos en el pueblo. Yo voy a sacar hoy el aprisco, y ya sabes cómo se pasa con tan mal olor. No hace falta que me diga cuándo tengo que volver, sé por qué lo hace, para que no nos encontremos esa mujer y yo, seguro que hará lo que quiera. No seas así, hija, menos mal que esperanza no sabía aún que su padre había hablado con Luis. Cuando se marchó, Pedro se dijo en buen berenjenal estoy metido.

Juan con la talega de la comida llegó a casa de Carmen, esperando ver a solas a María, pero se encontró con la madre. Carmen estaba dispuesta a no dejarlos ni un momento a solas. Cuando Juan salió a la calle con la yunta, María le acompañó para cerrar la puerta, Juan le dijo que le pasa a tu madre, ella le contestó sabe lo de ayer en el pajar y quiere que me case de blanco, no nos va a dejar ni a sol ni a sombra. Juan le dijo cómo se ha enterado, me engañó que tenía pajas en el pelo, y tonta de mí… Buena la has hecho, se despidieron con un beso en la mejilla, lo que no podía imaginar Juan es que su madre también lo sabía.

Paula, después de que se marchó su hijo y comprendió que ya todos los gañanes estarían en el campo, se puso un mandil y un pañuelo a la cabeza y un pequeño saco con una vara, para tirar las nueces. Todo era por si se encontraba con alguien, para tener escusa; y decidida se dirigió a la majada. Cuando llegó Pedro aún no había empezado a sacar el aprisco, no lo haría hasta que ella no se fuera, sin tan siquiera dar los buenos días, Paula quiso empezar hablar, pero él le dijo siéntate y no tengas prisa que lo que tú y yo decidamos será el futuro de los chicos. ¿Tú crees? Mira, Pedro, mi hijo está hecho un sinvergüenza. Eso no esperaba oírlo de labios de su madre, dime por qué. A Paula le costaba lo que iba a decir, tragó saliva y le dijo mi hijo puede querer mucho a tu hija, pero ayer se acostó con María, qué crees que dirá tu hija cuando se entere, imagínate que por alguna circunstancia del destino, tengo dos nietos de dos mujeres diferentes. ¿Cómo te has enterado? Carmen se lo sonsacó a su hija, es tan inocente, y esta loca por mi hijo, y este sinvergüenza hará con ella lo que quiera… Se hizo un silencio, él pensó me estará mintiendo, y me cuenta esto para romper el posible vínculo de mi hija con su hijo, pero se fijó en los ojos de la mujer, y aunque llevaba mucho tiempo sin verlos, sabía que no le estaba mintiendo. Él se dio cuenta de que estaba nerviosa, entonces la cogió por los hombros y le dijo Paula, mi querida Paula, este momento me hubiera gustado que fuera de otra manera, nunca pensé tenerte de esta manera, ni soñando, y ahora le doy gracias a tu hijo, que por él te tengo cerca. Paula reaccionó y le dijo ahora no hay tiempo para nosotros, ¿cómo vamos a solucionar esto? Se quedaron pensando, ella dijo si lo sabe el pueblo las consecuencias para tu hija no serán buenas, ningún mozo se arrimará a ella, María se podría sentir herida y dejar a mi hijo.

Volviéndola a coger le dijo estas son las consecuencias de la maldita ley no escrita, se rompería la sociedad que creasteis Carmen y tú.

¿Qué podemos hacer?, dijo ella. Él dijo hoy he metido la pata por ti, porque no sabía cómo podía enfrentarme a ti, para ayudar a mi hija y a tu hijo como les prometí, pero al pensar que al hacerlo te perdería para siempre, he hecho algo que a lo mejor nos ayuda, o se descubre todo. Ella le dijo ¿qué has echo? Él tomándose un tiempo dijo he traicionado a mi hija, me he encontrado con Luis, el hijo de José y Ana, y me ha pedido permiso para hablar con mi hija y le he dicho que puede hacerlo. Espero que no se opongan los padres, ya sabes cómo es José, el muchacho estaba ilusionado… ¿Cómo se te ha ocurrido?, cuando se entere tu hija se pensará que yo he sido la inductora y la culpable de todo. No te preocupes, yo asumiré los reproches de mi hija. Por un momento ella pensó aún me quiere, es capaz de enemistarse con su hija por mí.

Se quedaron por un momento sin reaccionar, Pedro la abrazó y Paula correspondió, volvían a estar juntos ante un problema, que también podría volver a separarlos y esta vez para siempre.

Pedro le dijo tenemos unos días, le dije a tu hijo y a mi hija que no se vieran hasta que tú y yo habláramos de cómo solucionar esto sin que trascienda, aparentemente me han hecho caso; bueno, Esperanza después de que trataste de pegarla está muy en tu contra. Es que tu hija se las trae. Bueno dejémoslo así. ¿QUÉ LE VAS A DECIR A TU HIJA? Algo se me ocurrirá. ¿Y tú a tu hijo?, tengo que hablar seriamente con él, no sé cómo va a reaccionar, y ahora me voy a coger unas nueces Pedro la besó al despedirse y le dijo TE QUIERO, ella le sonrió y se marchó.

 

José y Ana fueron parte del camino sin hablar, de repente Ana dijo ayer me dijo Luis que va a pretender a una moza, de verdad ya era hora que se decidiera, ¿te ha dicho a quién? Sí… ¿Y QUIÉN ES? Ana tardó un momento en contestar, tragó saliva y dijo ESPERANZA, la hija de Pedro. ¿El borrachín?, preguntó él. Ya no bebe, dijo ella. ¿No había otra moza en el pueblo? ¿Por qué tú me elegiste a mí? Porque te quería, ¿no crees que tu hijo puede hacer igual?, ¿por qué no te gusta? Porque no es labradora y tienen poco. Aaaaaaah…, es por eso, yo tampoco tenía y me elegiste a mí.

Estás compinchada con tu hijo…, no, lo que quiero es que sea feliz. Esperanza es fuerte y muy trabajadora, desde que murió su madre lleva la casa y nunca se ha oído nada de ella, dará hijos fuertes y puede hacer feliz a nuestro hijo, ¿tú qué dices? Nada, dijo José, parece que ya lo tienes decidido. Tú como su padre tienes que decirle que te parece bien. Lo haré, mujer.

Ana creía que le habría costado más esfuerzo conseguirlo, aunque en su fuero interno sabía que se haría lo que ella dispusiera.

Esperanza se fue al pueblo con las cántaras de leche y cuando las dejó y se marchó a la casa, una idea rondaba por su cabeza: tenía que ver a JUAN.

Aunque su padre le había dicho que se esperaran unos días, pero como sabría en qué tierra estaba, se dispuso a barrer la calle de la puerta de su casa. La suerte se alió con ella en aquel momento, pasaron por la calle Carmen y una vecina e iban hablando de las cosas del campo en esta época del año, la vecina le preguntó qué vais a sembrar este año y Carmen le dijo un trigo nuevo que se emplea para hacer pasteles, creo.

¿Y dónde lo vais a sembrar?, le preguntó. Hoy se ha ido Juan a preparar la tierra de los Villares y yo creo que empezaremos a sembrar la semana que viene. Un poco pronto, le contestó la vecina. En esto se cruzaron con Esperanza que estaba recogiendo lo que había barrido. Buenos días, la saludaron; buenos días, contestó ella y siguió recogiendo la calle, pero había oído dónde estaba Juan arando.

La vecina preguntó a Carmen ¿cómo me has dicho que se llama el trigo nuevo? Carmen le dijo no te lo he dicho, creo que «escaña» pero no me hagas mucho caso; la vecina dijo qué nombre más raro, ya veremos si es para mejorar la cosecha, creo que lo pagan más caro, se lo diré a mi marido aunque nunca se entera de nada.

¿Dónde vas, Carmen? le preguntó y ella le dijo voy a casa del señor Víctor que su señora está bastante mal y el ama de llaves me ha llamado para que la eche una mano a las tareas de la casa. La vecina le dijo fíjate, con todo lo que tienen, ¿tú crees que se va a morir? Mujer, todos nos tenemos que morir. Sí, pero creo que lleva ya tiempo mala. Carmen le dijo no creo, será algo pasajero. Dicho esto se separaron.

Carmen llegó a la casa y le abrió la puerta la señora Eusebia, ya tenía sus años y siempre había trabajado para esta familia, primero con el padre y después con el hijo. Carmen, hija, qué a tiempo llegas, échame una mano para poner limpia a la señora. Lo que usted diga. Se encaminaron hacia los aposentos donde estaba la señora, y se cruzaron con el señor Víctor, aunque todos le llamaban señor no tendría aún los cincuenta, pero como iba siempre bien vestido aún creaba más respeto a la gente del pueblo. Él preguntó Eusebia, ¿quién es esta señora? Carmen, que es viuda y me va a echar una mano en las labores de la casa. Hace tiempo que tenías que haber pedido ayuda, le dijo. No estoy tan vieja, le contestó ella con toda confianza, entonces él se dirigió a Carmen y le dijo tenga cuidado que gruñe mucho pero es buena como el pan, y dicho esto abrazó a Eusebia, que se soltó, y le dijo zalamero déjame, que hay muchas cosas que hacer. De nuevo se dirigió a Carmen y le dijo venga usted todos los días a ayudarla y ella dirá lo que cobrará. Carmen se puso colorada cuando él la volvió a mirar, acertó a decir gracias señorito y él le dijo Víctor a secas. Eusebia y ella llegaron a la habitación donde estaba Pilar, la mujer de Víctor, abrieron las ventanas y Carmen se quedó de piedra al ver cómo se había deteriorado en poco tiempo una mujer tan guapa, la enfermedad la estaba comiendo. Buenos días, Pilar, ¿cómo has pasado la noche hoy? Buenos días dijo Carmen, ¿como está la señora? Cada vez peor, acertó a decir. No se mueva, le dijo Eusebia quien junto con Carmen empezaron a arreglarla, lavarla y vestirla. Entre las dos la sentaron en un sillón y le pusieron el desayuno, y la hicieron tomar los medicamentos que el médico había recetado. Pilar dijo a Carmen Eusebia, me ha dicho que se casa su hija. Sí, contestó, con el chico que juntaron las dos haciendas, sí… Enhorabuena. Gracias, respondió. La dejaron sola y Eusebia y ella se pusieron manos a la obra para arreglar la casa, no sin antes decir Eusebia Carmen, sabes que te quiero como si fueras mi hija, pero si yo me entero de que tú dices algo de cómo está la señora no vuelves a esta casa, y quiero que vengas todos los días, no lo perderás.

Esperanza, cuando terminó de recoger la casa, tenía la mente en que debía ver a Juan, y ahora sabía dónde estaba arando. Después de pensarlo, agarró al burro y ni corta ni perezosa se dirigió a los Villares.

Su mente iba dándole vueltas, ¿habría ido Paula hablar con su padre?, ella no se fiaba de esa mujer, y después de lo que le reveló su padre que también fueron amantes, menos. Manejaría a su padre a su antojo, y ella estaba enamorada de Juan y lucharía para no perderlo, algo le decía que solo podría confiar en Juan, qué lejos estaba de la realidad.

Juan estaba alomando la tierra para la sementera, aunque su mente no estaba en hacer los derechos. Los gañanes presumían de hacer los lomos derechos cuando se reunían, pero en estos momentos a Juan le daba igual. Al dar la vuelta en la besana, a lo lejos vio a Esperanza que se acercaba subida en el burro. Cuando llegó a su lado, ella hizo intento de bajarse, y él le dijo vete al otro lado que hay esos árboles y nadie nos verá, ella sin bajarse le dijo a mí ya no me importa nada. Juan para convencerla le dijo a mí tampoco, pero no quiero que murmuren de ti si alguien nos ve. No se quedó muy convencida, él le dijo me quedan tres vueltas como ves, termino y me reúno contigo, en ese bosquecito de árboles y retamas no nos verá nadie. Ella arreó al burro y él volvió a la yunta, las tres vueltas se le hicieron eternas. Esperanza llegó donde le había dicho Juan y se apeó del burro y a lo lejos oyó voces de gente hablando, se quedó dudando qué hacer, aquellos que hablaban los descubrirían. Volvió a subirse en el burro y antes que los que hablaban llegaran, desapareció detrás de una loma cercana. Cuando Juan llegó donde había quedado con Esperanza, se encontró con dos vecinos del pueblo que habían estado buscando setas y estaban echando un cigarro. Hombre, Juan, ya vas a soltar, se denominaba soltar para comer, es un poco pronto para comer. Juan le dijo aquí ya he terminado y después de comer voy a los Árdales, que en esta tierra y en la otra voy a sembrar el trigo nuevo. Uno de ellos le preguntó ¿tú crees que por aquí se criará? Él le contestó esperemos que sí. Toma un cigarro, le dijo el otro. Juan sacó su librillo de papel y cogiendo la petaca que le ofrecían lio un cigarro, acto seguido se fue a por la bota y se la ofreció, echaron un buen trago de vino. Entonces Juan les dijo quédense a comer conmigo, se miraron uno al otro y le dijeron nos quedamos. Uno de ellos se dirigió al pequeño burro que llevaban y sacó del serón una sartén, una alcuza de aceite y un conejo que habían cazado con lazo; el otro le preguntó a Juan, ¿a ti qué te han echado de comida? Juan sacó la merendera, la abrió y tenía una tortilla de patatas y pisto. Asintieron todos, hoy vamos a comer como reyes.

Juan pensó no han visto a Esperanza, por una parte quería verla y quién sabe lo que habría pasado al estar solos. ¿Qué quería para venir hasta aquí? Le habría dicho su padre lo de Luis, de qué habrían hablado su madre y el padre de ella. Por otra parte él le tendría que decir lo que había hablado con Luis, estaba en sus pensamientos, y uno de ellos le dijo chaval, vamos a comer. Dijo un momento, que termino de arreglar a las mulas y enseguida estoy con vosotros.

Ya tenían el conejo frito con suficientes ajos, toda la gente del campo siempre llevaba en las alforjas algunas cosas básicas para guisar —aceite, ajos, sal—, con poco que se cogiera siempre había para un guiso. En diferentes épocas hay huevos de pájaros, conejos, perdices y diferentes aves, setas, cardillos, pucheruelos, cagarrias, espárragos, etcétera.

Esperanza se volvió al pueblo y se quedó en la casa esperando impaciente que llegara su padre, no se imaginaba lo que su padre le diría.

Paula, cuando regresó al pueblo después de hablar con Pedro, pensaba ahora todo se ha precipitado, cuando llegue Juan del campo tendré que hablar con él, ya sin tapujos y si el pueblo se entera, pues más tarde o más temprano salen todas las cosas. Así no es como ella hubiera querido, no le gustaría ser la comidilla del pueblo, pero podría salir de esta sin que se enterasen.

Carmen volvió a su casa. Después de haber dejado a Pilar en la cama, Eusebia le había dicho mañana a las nueve vente sin desayunar, lo haremos aquí, pero su pensamiento estaba en las miradas que Víctor la había dirigido, tal y como la había tratado. ¿Que le ocurría?, nunca se había sentido así. Víctor era un poco mayor que ella, la educación, el porte que tenía, más que guapo era atractivo, pero lo que más le impresionó fue la sencillez y la educación, y la confianza que le dio desde el primer momento. Y se dijo qué me está pasando, con estos pensamientos llegó a su casa. María, estaba bordando y le dijo ¿qué tal el día, madre? Ella le contestó bien, hija. María volvió a preguntar ¿es verdad que está muy mala? Carmen le dijo no, hija, está un poco indispuesta, y Eusebia ya está mayor para hacer todo lo de la casa, que sabes que es bastante grande. Volvió a preguntar ¿tiene que ir todos los días? Ella le dijo sí.

En la mente de María, pensó ahora me podré ver más a menudo a solas con Juan. Ella solo pensaba en Juan. Carmen estaba hablando con su hija y de pronto se dio cuenta de que dejaba el campo libre a los amantes, y le dijo a su hija espero que lo del otro día con Juan no vuelva a ocurrir, y si no me das tu palabra no iré a trabajar; pero en su fuero interno sabía que a la mañana siguiente iría, tenía una fuerza interior que la llevaría a la casa de Víctor, se lo prometiera su hija o no. María le dijo madre, es mi novio. Eso no te da pie a que te acuestes con él. Madre, le prometo que no volverá a ocurrir hasta que no nos casemos. Carmen besó en la frente a su hija y se fue para su dormitorio, en él había un pequeño espejo, hacía tiempo que no se miraba, pero fue derecha a mirarse. Se dijo es posible que el Señor se haya fijado en mí, ya no soy una niña, y ¿qué es lo que quieren todos?, utilizarnos y luego si te he visto no me acuerdo. Pero volvió a mirarse, se quitó el pañuelo que le cubría el pelo, ¿a quién puedo interesar ahora?, como no sea para que me utilicen, y eso sí que no. Carmen era una mujer aún guapa pero los vestidos, el pañuelo y el negro del luto por su marido no la favorecían nada. Estaba en estos pensamientos cuando sintió las mulas, salió a abrir la portada pero ya estaba María abriendo, sintió decir qué tal el día Juan, este le dijo bien, ya está la tierra lista para sembrar, ¿y tú que tal? María le dijo hoy mi madre se ha ido a echar una mano a la señora Eusebia. En esto llegó Carmen, buenas tardes, ya he oído que está la tierra lista para sembrar. Sí, contestó él, señora Carmen, ¿va a trabajar en casa del señor Víctor? Ella le dijo creo que sí. ¿Y cómo son?, preguntó Juan. Ella le dijo son muy educados y muy amables tanto él como ella, y nos vendrá bien aportar un poco de dinero a la casa que tendremos más gastos con la boda. Dicho esto se volvió al dormitorio y volvió a mirarse en el espejo, tenía el pelo rubio pero un poco descuidado, y se dijo mañana tengo que ir más arreglada a trabajar. Acto seguido puso una olla en el fuego con agua a calentar, mientras tanto los novios se dieron unos cuantos arrumacos. Cuando Juan se marchaba, dijo hasta mañana, señora Carmen, pero ella no salió, le dijo desde dentro hasta mañana.

Carmen se puso a lavarse la cabeza, cuando entro María se extrañó, y le dijo ¿qué pasa, madre, que te lavas el pelo? Ella le dijo mañana tengo que ir a trabajar y tengo que ir arreglada. Pues al menos quítese el pañuelo negro que lleva, y suelte el pelo tan bonito que tiene. Qué dirá la gente del pueblo, dijo ella. María le dijo madre, padre ya no va a venir, y no puede estar eternamente de luto, aún es joven y seguro que no le faltarían pretendientes. Calla, calla, yo ya tuve un hombre. Madre, usted y yo conocimos a padre y no fue el mejor del mundo. No me lo recuerdes, le dijo. Cuando terminó de aclararse el pelo con vinagre, su hija le dijo, poniéndole un pequeño espejo delante, mírese, madre y verá qué guapa está. Ella se miró y para sus adentros se dijo tengo que arreglarme más a menudo. María cogió el cepillo y dijo a su madre siéntese que le voy a cepillar el pelo. Anda, tonta, que no voy de fiesta. Madre, siéntese. Cuando su hija empezó a pasarle el cepillo por el pelo, recordaba con qué cariño se lo hacía su madre y qué placer sentía ella, el mismo que ahora que se lo hacía su hija. Cuando terminó le puso unas horquillas para que al dormir, no se le estropeara mucho.

 

Se pusieron a cenar y María cosió a preguntas a su madre sobre cómo era la casa, el señor, la señora. Ella le fue contestando como pudo para no meter la pata, con relación a lo que le había dicho Eusebia. Se fueron a la cama, y no le dijo nada de que Paula iría a hablar con Pedro, pensó que mejor no decir nada, aunque le parecía raro que su hija no se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, y se dijo mañana será otro día.

Cuando Juan llegó a su casa, su madre le dijo lávate. Juan cogió una palancana y puso un poco de agua de un cántaro, pues no tenían agua corriente. Y cuando termines pásate a la cocina que tengo que hablar contigo. Cuando Juan entró en la cocina y le dio el olorcito a sardinas fritas que estaba haciendo su madre, le dijo tengo hambre. Su madre le dijo cuando termine de hablar contigo, a lo mejor no te quedan ganas.

Ayer hablé con Carmen, y ¿sabes que me dijo? Sí, le contestó. Paula hizo ademán de ponerle la mano encima, pero se contuvo, y le dijo a ti… ¿te parece bonito, Juan? Antes de contestar tragó saliva y le dijo es mi novia, además ¿usted no hizo lo mismo? Paula le dijo ¿cómo te atreves a decirme eso? Porque fue cierto, le dijo Juan, niéguelo, madre.

Paula nunca hubiera esperado una cosa así de su hijo Pedro, han debido de contárselo, hubo un momento de silencio. Paula reaccionó y le dijo ¿sabes lo que estás haciendo?, ¿te imaginas que me hagas abuela doble de dos mujeres distintas a la vez? Has dicho verdad, es tu novia y la pastora ¿que es?, hablando en tono despectivo, tú querida. ¿Por qué le has hecho esto a María si no la quieres? Juan tardó un momento en contestar. Usted qué sabe, madre… Ahaaaaaa, te has dado cuenta de que la quieres, o… es mejor acostarse con las dos, ¿dónde está tu amor por Esperanza? Juan guardó silencio y después de un momento dijo madre, estoy hecho un lío… quiero a Esperanza, pero no quiero perder a María. Ella le dijo y todo esto en cuatro días, no se pudo contener, tú eres un… sinvergüenza, que lo único que quieres es acostarte con las dos. Se callaron por un momento, la madre le dijo que estás hecho un lío… María no sabe que te acuestas con Esperanza, y Esperanza no sabe que te acuestas con María. Carmen, la madre de María, tampoco sabe lo de Esperanza. Luis, que pretende a Esperanza, tampoco sabe nada y tú… dices que… estás hecho… un… lío, ¿te imaginas si todo esto sale a la luz?, me estoy volviendo loca solo de pensarlo… La junta con Carmen se rompería, olvídate de María, no te darían trabajo en el pueblo, nos tendríamos que marchar. Se volvió a hacer un silencio. Al cabo de un momento Paula reaccionó y dijo estamos en manos de Esperanza, si ella habla todo se vendrá abajo, todo por tu mala cabeza.

Pedro se volvió al pueblo desde la majada, pero antes de ir a su casa se pasó por la taberna a tomar unos vinos, necesitaba fuerzas para enfrentarse a su hija. Cuando entró pidió un chato de vino, que era lo típico, al cabo de un rato pidió otro y se escuchó una voz que dijo pon otro para mí que invito yo. Pedro se volvió y era el padre de Luis. Hombre, Pedro, ya hacía tiempo que no te veía, ahora vengo poco, cuando se termine la temporada de los quesos y esté más en el pueblo vendré más a menudo. José le dijo ya me enterado que le has dicho a mi Luis que puede pretender a tu hija. Sí… contestó Pedro.

¿Y TÚ CREES QUE TU HIJA PODRÁ ESTAR EN NUESTRA CASA? Pedro se quedó callado un momento y le dijo ¿TÚ CREES QUE TU HIJO VALE PARA MI HIJA?

Dicho esto se hizo un silencio y ninguno decía nada, eran como dos viejos gallos esperando para clavarse los espolones. Al fin Pedro, que parecía más sereno, dijo yo he dado mi palabra de que tu chico puede rondar a mi hija, por supuesto si ella quiere. José le replicó cómo no habría de querer, mi hijo es un buen partido. Pedro le dijo a mi hija no le importa lo que tú tengas, está acostumbrada a trabajar, y no necesita limosna de nadie. Bueno si vamos a emparentar, nos tomamos otro vino a la salud de tu hija y de mi hijo, dijo José, tabernero, danos otro vino.

Después de tomarse el vino cada uno se encaminó a su casa, los dos un poco cargados, el padre de Luis solía beber un poco de más últimamente.

Pedro también solía hacerlo, pero desde que volvió hablar con Paula lo había dejado. Cuando llegó a su casa, le estaba esperando su hija; al verle le dijo ¿por qué me hace esto, padre?, tenemos que hablar, estoy impaciente por saber qué habéis hablado esa mujer y tú, pero su padre había bebido demasiado y cayó en la cama, derrotado. Esperanza nada pudo hacer, tendría que esperarse a mañana para poder hablar con él.

Algo parecido le ocurrió a José cuando llegó a su casa, su mujer le dijo otra vez borracho, él le contestó en tono despectivo ha sido con Pedro, el padre de la pastora. Ana le dijo seguro que has metido la pata, él dijo no te preocupes, mujer, que si ella quiere, será tu nuera. Más te valdrá que así sea. Ana sabía que su hijo que no tenía muchas luces, necesitaba una mujer como Esperanza que no se asustara por nada.

Cuando amaneció, Esperanza fue a la habitación de su padre y lo encontró dormido como un tronco. Padre, le gritó, tenemos que ir a ordeñar, hacer el queso y dar de comer a los animales. Pero su padre no respondía, ella sabía que últimamente cuando bebía estaba un día para recuperarse, hacía unos días que no bebía, ella se dio cuenta de que no lo hacía desde que había hablado con Paula, para sus adentros pensó, es buena la influencia de esa mujer para mi padre si deja la bebida por ella, pero ¿y para mí?

Después de lo que nos dijimos e incluso quiso pegarme por un momento, pensó que le habrá ocurrido para que se vuelva a emborrachar, ¿habrá sido por lo que hayan hablado?, y yo con esta incertidumbre. ¿Sabrá algo Juan por su madre?

Aparejó el burro y se dirigió a la majada para hacer las labores que hoy no podía hacer su padre.

Juan apenas pudo dormir pensando y tratando de digerir lo que podría pasar, ya no estaba tan seguro de su amor por Esperanza. María estaba ahí, había estado siempre, y nunca se dio cuenta de su presencia, pero ahora empezaba a ser diferente. Él siempre pensó en ella como si fuera su hermana, a la que tenía que proteger, no en vano antes de liarse con Esperanza sopesó qué ocurriría si la sociedad se rompía, no quería ver a María en manos de señoritos sin escrúpulos. Pero a pesar de eso, Esperanza y la juventud le habían abocado a la situación en la cual se encontraba. ¿CÓMO REACCIONARÁ ESPERANZA?, se preguntaba una y otra vez. Se levantó y su madre ya estaba preparando el desayuno y la merienda que él se llevaría al campo. Se lavó la cara en la palancana, tiró el agua a los geranios que tenía su madre —no se desperdiciaba nada— y se puso a desayunar con su madre unos huevos fritos. El desayuno fue silencioso. Cuando terminaron, Juan cogió las alforjas que ya le había preparado su madre y se dirigió como todos los días a casa de María.