La ley no escrita

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¿Está bueno el queso?, cada día los hace mejor la Esperanza. Pobre muchacha, cada vez baja menos al pueblo y el borrachín del padre anda siempre por la taberna, desde que ya no llevan la lechería cada vez viene menos, deja la leche y se va.

No lo sabía, contestó Juan.

Ayer se hizo cargo la Andrea de la tienda, ellos traen la leche y los quesos, corderos y lo que les pide el carnicero, la casa que tienen la habitan poco, algunas veces; en este pueblo se sabe todo, Juan, por eso no quiero escándalo con mi hija.

Señora Carmen, me voy al herrero.

Cuando salió, María le acompañó a la puerta y se dieron un pequeño beso.

Juan se dirigió a la herrería, había cuatro delante esperando a que José el herrero fuera aguzando las rejas. Los presentes comentaban el tiempo, este año parece que tendremos buena sementera, los labradores nunca están contentos, otro decía si luego no llueve, los hielos, las cosas de los labradores que hasta que no tienen la cosecha guardada son solo quejas y lamentos aunque la cosecha fuera buena, muy propio de ellos, de pronto uno de ellos le dijo a Juan ¿hoy has estado en el carrascal?, él le dijo que sí, te he visto entrar a la majada. Juan no se esperaba aquella pregunta, y menos que le hubieran visto, reaccionó diciendo me ha pedido el señor Pedro que le echara una mano. De pronto otro dijo ¿no estaba la hija?, vaya moza, la mejor del pueblo, no me importaría hacer con ella cualquier cosa. Otro le dijo ya puedes ir a pretenderla, ¿has ido tú, Juan, a hacerlo?

Uno de ellos le preguntó, otro se echó a reír y dijo este ya está cogido, o no os acordáis del trato que hicieron Carmen y Paula, ya no cuenta, está fuera de circulación. El que dijo que no le importaría hacer algo con ella se puso serio y dijo no me importaría entablar relaciones con ella, uno se echó a reír y le dijo Luis, es mucha mujer para ti. El tal Luis pensó que sí, pero él sabía que Esperanza le gustaba, aunque de momento no tenía valor para intentarlo.

Se fueron marchando a medida que el herrero iba terminando con las rejas, Juan se quedó solo con él pues era el último. Entonces empezó a decirle Juan, yo era muy amigo de tu padre y no entendí cómo se fue a la guerra. Juan se quedó pensando y le contestó:

Yo no puedo decirle por qué, no sé los motivos que le indujeron a hacerlo.

Pregunta a tu madre, seguro que ella lo sabe.

Aunque siempre que venía a la fragua el señor José siempre se lo decía, él nunca se lo decía a su madre; pero ahora debido a las circunstancias quería saber todo, sí que le preguntaría, ya lo creo que lo haría. Cuando tuvo la reja aguzada, se marchó para su casa.

Empezó a pensar como estaría su madre, que no la había visto en todo el día, no le gustaron los comentarios que se habían hecho en la fragua con relación a Esperanza. ¿Sería verdad que el Luis, que era el que había hecho el comentario, le pediría relaciones? Llegó a su casa y dejó la reja en la entrada para que no se le olvidara al día siguiente, cuando entró en la cocina se encontró con su madre. Le dio las buenas tardes, ella ni le miró y le dijo:

¿Te parece bonito?, es la primera vez que te vas al campo y no me has dicho a qué tierra ibas a arar.

Sabe usted, madre, que estoy en el carrascal otra vez.

¿Has terminado?, le inquirió con enfado.

No.

La madre se volvió y le dijo es una tierra de tres obradas, y con hoy ya llevas tres días, ¿no habrás visto otra vez a esa…?, pero no brotó el insulto de su boca. Él no le quiso decir nada, simplemente que mañana volvería a terminar, pero ella tenía otros planes, mañana vas a ir a la tierra del cañuelo, por alguna razón, le preguntó él. Sí, este año la sembraremos de ¡escaña!, que lo pagan más caro que el trigo y en cuanto la tengas alomada, la sembraremos. Juan no tuvo ganas de replicar a su madre, aunque el motivo de la madre era otro, había decidido ir a ver a Pedro en la majada, no se podía permitir verlo en el pueblo.

Cenaron y Juan se fue a la cama, su mente era un tiovivo, tenía presente todo lo que le había pasado durante el día, era incapaz de hilvanar un pensamiento coherente. Tenía tanto que decir a su madre, pero ese miedo que le tenía… Se dijo mañana será otro día, sabiendo que sería igual, en cuanto a preguntar, con todo lo que le gustaría decirle a su madre pero no estaba seguro de tener fuerzas para decirle a la cara todo lo que sentía, ¿pero estaba seguro de lo que sentía? En estas reflexiones se quedó dormido. Paula, fregando los cacharros de la cena, pensaba cómo ir a la majada sin levantar sospechas, algo se me ocurrirá.

Con el canto del gallo se levantaron y se fue a por la yunta. Su madre hizo las gachas de todos los días y cuando terminaron, Juan cogió la talega con la merienda sin preguntar qué le había puesto, entonces su madre le dijo me voy contigo, hasta el cruce de la dehesa, le dijo a dónde va usted madre, ella le dijo voy a coger unas nueces de la noguera que tenemos en la tierra del cerro chico. Juan no podía imaginar lo que pretendía hacer su madre, cuando se separaron se despidieron con un hasta luego. La majada le quedaba cerca y con paso decidido se fue para ella, tenía claro lo que les diría al padre y a la hija.

Paula decidida entró en la majada y se encontró con Pedro, que estaba limpiando los moldes del queso. Cuando la vio entrar su cara cambió, dejó lo que estaba haciendo y se fue a lavar las manos en un pequeño tinillo de agua. Se acercó a ella y cuando iba a abrazarla ella se separó y le dijo Pedro, he venido, sin dejarla hablar Pedro le dijo has venido a verme, ella respondió siempre creyéndote tan importante para mí, él dijo en otro tiempo sí que lo era, de eso hablaremos luego, tú me dirás, le dijo Pedro… Ella tragó saliva y por un momento todo lo que tenía que decir se le fue de la mente, seguía queriendo a este hombre, y sí que fue muy importante para ella. Enseguida reaccionó y le dijo todo lo que te voy a decir es muy importante para mí, así que siéntate, y siento que no esté tu hija para dejar todo zanjado de una vez por todas.

Y le dijo no me interrumpas, sabes como yo que se ven a escondidas, y sabes lo que pasaría si tu hija se queda embarazada. Esa es una posibilidad, si el pueblo se entera de que se ven a escondidas, aunque no se quede embarazada, ya sabes cómo es este pueblo con las palabras dadas, y tú y yo lo sabemos mejor que nadie, ya lo creo le contestó él. Pedro tomó la palabra y, con mucha tranquilidad, pues sabía que era la única manera de poder hablar con ella, le dijo Paula para todo hay una primera vez, tú puedes hablar con Carmen y llegar a un acuerdo, todo seguiría igual menos la boda, Juan seguiría en tu casa haciendo todas las labores y vosotras como lo venís haciendo, y las dos casas para adelante. Por un momento Paula pensó es una solución, pero no podía volverse atrás de lo que había llegado a un acuerdo con Carmen, y le dijo a Pedro primero dónde quedo yo, segundo, suponiendo que Carmen y yo lleguemos a un acuerdo, dónde dejamos a María, que sí que está enamorada de Juan, también podría exigir la palabra dada, y ¿has pensado en si llegamos a un acuerdo, cuánto duraría la paz entre las dos casas? Juan con tu hija, y un posible novio de María, ya no podrían ir al campo solos en sementera, escarda, siega, no quiero ni pensarlo, ¿te lo imaginas? Pedro asintió con la cabeza, en eso llevaba razón, pero de momento eran suposiciones de Paula aunque razón tenía, pero tanta como para separar a dos personas que se amaban, como a ellos en su día… Estaban en estas reflexiones cuando entró Esperanza, ella al ver a Paula se pensó lo peor, entonces con una voz seca le preguntó ¿QUÉ HACE USTED AQUÍ?, ¿NO VENDRÁ A VERSE CON MI PADRE? Por un momento Paula no reaccionó, pero se fue para Esperanza dispuesta a darle un bofetón. Pedro se interpuso y dijo a su hija estamos hablando de ti y de Juan, tratando de ver lo mejor para todos. Esperanza, sin atenerse a razones y sin escuchar, le dijo seguro que ya le ha convencido para que usted también se ponga de su lado. Pedro le dijo cálmate hija, que ella también quiere lo mejor para su hijo; no, padre, seguro que le ha engañado, el otro día fue capaz de pegar a su hijo, y ahora me hubiera pegado a mí, si usted no se pone delante. Y lo hubiera hecho, le contestó Paula, tú quien eres para decir que yo venía a entenderme con tu padre. Paula iba a pronunciar algo que haría mucho daño a Esperanza pero se contuvo, más al ver la cara de Pedro que por otra cosa, y se quedó con las ganas.

Pedro dijo a Paula márchate y procura hablar sin enfadarte con tu hijo y exponle los pros y los contras, Juan parece sensato. Paula, en un arranque de los suyos le dijo, hará lo que yo diga. ¿Lo ve, padre, como es una mala mujer que solo quiere hacer su voluntad, sin importarle nada lo que sienten los demás? El padre le dijo cálmate, ahora hablamos tú y yo, acompañó a Paula a la puerta de la majada y se dieron la mano, se miraron a los ojos y se dieron cuenta de que tampoco lo tenían fácil. Maldita ley no escrita, cuánto daño les había hecho y cuánto le quedaba por hacerles, ella soltó la mano de él y se dirigió al pueblo, tan enfrascada iba en sus pensamientos que se olvidó de ir a coger las nueces que le había dicho a su hijo.

Pedro entró en la majada y dijo a su hija siéntate, le fue explicando todo lo que había hablado con Paula, y ella se dio cuenta de que estaban tratando de ver la mejor solución para todos, de que si se conseguía algo era porque aquella mujer, que solo se hacía lo que ella quería, debía de querer mucho a su padre, porque si no no entendía ese cambio; luego pensó que había estado muy dura con ella, y se dio cuenta de que eso no mejoraría sus relaciones, si es que llegaban a relacionarse. Entonces, ¿usted qué opina de todo, padre? Él le dijo hay muchas partes interesadas, Tú, Juan, María, Paula, Carmen y yo, pronto sabremos lo que Paula piensa hacer, creo que primero hablará con su hijo, y de ahí saldrá lo más importante, y bien ella o él hablaran con nosotros. Ella preguntó ¿SEGURO, PADRE QUE ESCUCHARÁ A SU HIJO? Seguro que sí, no es tan mala como parece.

 

No dejaba de hacer preguntas, estaba que no sabía ya qué pensar del comportamiento de esa mujer, no se daba cuenta de que era muy difícil su situación, decidieran lo que decidieran ella era la intrusa para todos, incluido su padre; solo dependía de la voluntad de Juan. Esperanza pensó él me quiere y defenderá nuestro amor, pero también sabía de la poca voluntad que tenía para enfrentarse, o los problemas que sin lugar a dudas tendrían.

Paula llegó al pueblo y una vecina le dijo tienes que ver al cartero, que tiene una carta para Juan, ella muy extrañada le dijo por qué no te la ha dejado; la vecina le dijo es certificada y tiene que firmar, sin más Paula se fue en busca del cartero y como el pueblo no era muy grande, enseguida lo encontró a lo lejos. Mariano, le gritó, espera. Mariano al oírla se detuvo, cuando llegó a su altura le dijo dame la carta que tienes para mi hijo, él le respondió no puedo, es certificada y a nombre de tu hijo. No seas tonto, dámela, le dijo; él le contestó no puedo hacerlo, tiene que firmar tu hijo y necesita el carnet de identidad, o que te dé un poder a ti para que puedas recogerla. Ella no esperaba eso, cómo le iba a dar un poder a ella su hijo, acostumbrada a dar ella el poder, se dio cuenta de que no se la daría sin los trámites necesarios, entonces preguntó ¿me puedes decir quien se la manda? Mariano la miró y le dijo ay, Paula, es del Ejército. Paula le preguntó ¿qué quiere el ejército de Juan?, el cartero riéndose le dijo ¿no te das cuenta?, seguro que entrará en caja, ella le dijo para que, él le dijo para el sorteo de la mili, para saber dónde le toca. Dicho esto se marchó y le dijo que venga Juan a recoger la carta cuando vuelva del campo. Paula se quedó pensando con lo que ocurriría si se tenía que ir a la mili, pero se dijo él no irá, es hijo de viuda, sin darse cuenta de que el mundo estaba en guerra.

A la mañana siguiente Juan fue a recoger la carta a casa del señor Mariano, que hacía de estafeta de correos, mal firmó pues apenas sabía leer algo, lo suficiente como para enterarse de lo que en ella se le reclamaba: en seis meses entraría en caja y por supuesto en el sorteo correspondiente, así que en al término de nueve meses se tendría que ir a la mili. Él nunca pensó que tendría que ir, por ser hijo de viuda.

Cuando llegó a su casa su madre le dijo qué dice la carta, Juan le contestó tengo que ir a la mili, y quién sabe si a la guerra. Paula le dijo tú no iras, eres hijo de viuda, pero en aquellos momentos eso no importaba, ella le dijo yo hablaré con el alcalde, o con el gobernador si es preciso pero tú no harás la mili, poco sabía que no podría hacer nada.

Hubo un tiempo en que se pagaba para que otro mozo hiciera el servicio militar, pero en los tiempos que se vivían, aquello no era ya válido.

Después de desayunar, Juan se fue a por la yunta de mulas, mientras su madre le preparaba la talega con la merienda. Cuando llegó a casa de Carmen se encontró con María, que le estaba esperando, esta le preguntó por la carta y él le dijo tendré que ir a la mili, ella le dijo si tienes que ir, a lo mejor te llevan a la guerra, he oído que ha dicho la radio que viene el alemán para que entremos en la guerra con ellos, y si tienes que ir, puede que te maten. Dicho esto María se abrazó a Juan y este la besó tiernamente, ella le devolvió el beso y se empezaron a besar, María le dijo mi madre no está y tardará en volver. Juan no lo pensó dos veces, cogiendo a María de la mano la subió al pajar, y empezaron acariciarse, y ocurrió lo que tenía que ocurrir. María era virgen, al principio le dolió, pero Juan fue muy cariñoso con ella y ella se lo agradeció, abrazada a él, no en vano, siempre estuvo enamorada de él y siempre soñó con hacerlo con él la primera vez. Se sintió muy feliz de haberse entregado a Juan, que al fin y al cabo pronto sería su marido.

Se apresuraron a bajar del pajar antes que Carmen volviera, estaba Juan preparando la yunta, para marcharse al campo, cuando apareció Carmen. Al verlo le dijo ya has recogido la carta, sí contestó Juan, ¿de qué se trata?, este le dijo señora Carmen, entro en caja para el sorteo, ella le dijo no te preocupes, no irás al servicio militar, eres hijo de viuda. Eso dice mi madre, pero si entramos en guerra no se tendrá en cuenta, se lamentó él; ella le dijo sí, he oído que viene el alemán a que participemos como ellos, vinieron con material en nuestra guerra, ahora puede que quieran cobrar, pero tú no te preocupes, yo creo que la solución es que os caséis lo antes posible y seguro que casado e hijo de viuda, no te llevarán.

Carmen había notado algo en la mirada de los chicos, algo que nunca había visto y no le gustó, los ojos de María brillaban más que de costumbre, pero sobre todo se fijó más en Juan, nunca le había visto mirar a su hija de esa manera. ¿Habría ocurrido algo mientras ella estaba comprando?, pensó, bueno son novios y se van a casar; pero tenía que averiguar qué había pasado. Juan estaba arreglando la yunta en el zaguán y Carmen se metió para dentro de la casa, María se había quedado con Juan. Carmen aprovechó para subir al sobrado y desde arriba vigilar los movimientos de los dos. Cuando Juan ya se iba a marchar, cogió a María y la besó, ella le correspondió y le salió un TE QUIERO. Juan no dijo nada, ella le dijo estaré esperando impaciente a que vengas del campo, y salieron juntos a la calle delante de la yunta. Juan se subió en una de las mulas y se marchó, María se quedó en la puerta hasta que Juan desapareció, cerró la puerta y soltó un suspiro de felicidad, por fin el hombre que quería la había hecho mujer. Su madre al verla ten feliz, le dijo qué ha pasado mientras yo no estaba en casa, María no se esperaba esa pregunta y se puso colorada, su madre al verla tan azarada le dijo cuéntamelo todo y María, roja como un tomate, dijo no ha pasado nada, ¿entonces porque estás tan sofocada?

Solo nos hemos besado, madre, la madre le dijo entonces ¿de qué son esas pajas que tienes en el pelo? María no tenía pajas en el pelo, pero su madre se sirvió de esa argucia para sonsacar a su hija lo que había ocurrido. María, que no tenía suficiente, llamémoslo picardía, empezó a llorar y entre sollozos le dijo a la madre que había estado con Juan en el pajar, pero que no había pasado nada. La madre al verla llorar no quiso martirizarla pero le dijo aguantaros las ganas que ya pronto os vais a casar, dicho esto se marchó a casa de Paula.

Cuando se quedó sola, María solo tenía pensamiento para los momentos vividos con su gran amor, se había entregado a él en cuerpo y alma. Volvió a coger la sábana que estaba bordando para su ajuar, pero su pensamiento estaba en otro sitio.

Carmen llegó a casa de Paula y después de dar los buenos días Paula le preguntó ¿qué te trae por aquí?, ella le dijo Paula hay que casar a los chicos, ya sabes que quedamos después de la cosecha, pero las cosas se han precipitado; primero la mili, segundo hoy, y no me equivoco, han estado en el pajar; si se queda embarazada, para mí sería una vergüenza.

Paula se alegró mucho y en su fuero interno pensó mejor, así se olvidará de la pastora.

Paula le dijo a Carmen es hijo de viuda y no hará el servicio militar, Carmen le dijo viene el alemán a pedir que entremos en la guerra, y entonces no respetarán nada. ¿Quién te lo ha dicho? El tío Víctor que tiene una radio. ¿Cuándo viene? Creo que en octubre le dijo, entonces ya queda poco, dijo Paula, vamos a esperar a ver qué pasa y luego decidimos, mientras tanto vigila a María, yo hablaré con Juan.

Las dos mujeres hablaban de lo que hacer o no hacer con sus hijos, como si ellos no tuvieran criterio ni voluntad.

Juan iba camino de la tierra de la majada, y su pensamiento le decía qué he hecho, si quiero a Esperanza por qué me he acostado con María, pero algo había cambiado en él, la dulzura de María contrastaba con el ímpetu de Esperanza. Pensó es posible querer a dos mujeres a la vez, iba tan ensimismado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que le estaba esperando el padre de Esperanza. Buenos días, Juan, este reaccionó y le contestó buenos días, señor Pedro, ¿quería usted algo? El señor Pedro le dijo muchacho tengo que hablar contigo.

Dicho esto, sacó la petaca y ofreció liar un cigarro a Juan, este cogió el librillo y se dispuso a liar un cigarrillo, sacó su chisquero lo encendió y se lo ofreció al señor Pedro y este hizo lo propio, encendiendo el suyo. Después de unas caladas, con tranquilidad Pedro le dijo muchacho, sé lo que pasa entre mi hija y tú, yo creo que os habéis precipitado, y más mi hija al haberse entregado a ti. Juan se puso nervioso y se dijo para sí mismo ¿cómo sabe que Esperanza y yo nos hemos acostado? Sí, ha tenido que ser la propia Esperanza, sea como sea lo sabe y yo no he dicho nada a nadie. Juan esperaba una reacción muy dura por parte del señor Pedro, después del silencio y terminado el cigarro le dijo Juan, no me ha gustado nada lo que habéis hecho, y tenía que estar muy enfadado con los dos, pero por desgracia la historia se repite. ¿Qué quiere usted decir? Voy a contarte algo, se tomó unos instantes antes de proseguir, tragó saliva y le dijo hace muchos años, también en este pueblo, ocurrió lo mismo que os está ocurriendo a ti y a mi hija. Juan quiso hablar pero él le dijo calla y escucha. Tu madre era una muchacha preciosa, y yo no solo vivía para ella, dentro de lo que se podía vivir en aquella época, buscábamos algún sitio para vernos un instante. Juan no salía de su asombro, el señor Pedro prosiguió, también decidimos irnos al pajar, tú ya me entiendes, quizás por eso soy más condescendiente con vosotros. El otro día estuvo tu madre en la majada para decirme que lo tuyo con mi hija no puede ser, que ya está concertado que te casas con María.

Después de tantos años sin hablar con ella, al verla me siguió pareciendo maravillosa, hablaba pero no escuchaba, solo la miraba, ella se dio cuenta y me dijo deja de mirarme como si tuvieras dieciocho años, aquello pasó. Me acerque a ella y le dije PAULA, ya no te acuerdas de aquellos besos, de nuestras caricias, que nadie nos separaría, sabes que nunca he dejado de quererte, aunque me case, y bien sabe dios que traté de hacer feliz a mi mujer, pero no se puede estar con una mujer pensando en otra. Y mi mujer lo sabía, pero nunca me reprochó nada, me duró poco como sabes, y he criado a mi hija como he podido, también con ayuda del vino que nunca es buen consejero; y mi hija se tuvo que hacer responsable de las cosas antes de tiempo, incluso de mí alguna vez, eso le ha hecho madurar y tener mucho carácter. Paula me contestó eso no le da derecho, y sonó un improperio contra mi hija, a romper esa boda, yo le propuse que te casaras con Esperanza y todo siguiera igual, pero tu madre no ceja en su empeño, en que cumplas tú su palabra dada. En ese momento entró mi hija en la majada, y al verla sin mediar palabra ¿QUÉ HACE USTED AQUÍ? ¿NO HABRÁ VENIDO A ENTENDERSE CON MI PADRE? Tu madre se fue para mi hija para darle un bofetón, y lo habría hecho de no haberla cogido yo.

Aquello pasó y es verdad que tu madre me dijo que si yo me ponía de su parte para que tú dejaras de ver a mi hija, al menos volveríamos a hablar, y sabes lo que aún siento por tu madre. No le entiendo ese orgullo que tiene para que se cumpla la palabra dada, yo no dudé, me pondría de su parte, pero he ido reflexionando y no me gustaría que tú pases por el mismo calvario que he pasado yo. No puedo entender por qué esa maldita ley no escrita se tiene que cumplir, sin tener en cuenta los sentimientos de los demás. Dicho esto, le dijo a Juan tengo que volver hablar con tu madre y procurar arreglar esto, procura ver lo menos posible a mi hija, porque de momento no sois la comidilla del pueblo, y aún espero que tu madre se vuelva a razones, creo que aún se acuerda de mí o eso espero. Gracias, señor Pedro, así lo haré; no me acercaré a Esperanza hasta que usted no me diga.

Al rufián de Juan le vino bien el no tener que ver a Esperanza, ahora tenía a María, ¿en qué se estaba convirtiendo?, en un hipócrita que solo quería acostarse con las dos, y María es tan buena y dulce, pensó, Esperanza es capaz de cualquier cosa.

Se puso a arar en un mar de pensamientos, su madre y el señor Pedro, pero se olvidó de lo más importante, la carta de su incorporación a filas.

Pedro, cuando dejó a Juan, se marchó al pueblo dispuesto a hablar con Paula, no sabía si ella lo recibiría pero tenía que intentarlo. Tuvo la suerte de encontrarse con las dos consuegras, que salían de casa de Paula, cuando estuvieron cerca él les dirigió un saludo de buenos días, que ellas devolvieron. Entonces Pedro se dirigió a Paula y le dijo si tienes un momento, me gustaría hablar contigo, Carmen. Al oírlo les dijo yo me marcho que tengo mucho que hacer, Paula reaccionó y le dijo cómo te atreves a hablarme, pero en voz baja le dijo mañana te veré en la majada, ella no quería que nadie pensara que volvían a tener relación. Se separaron sin mediar palabra, él se fue satisfecho, aquella mujer que siempre amó mañana hablaría con él a pesar de la decisión que había tomado; él sabía que si tenía alguna esperanza de recuperarla, la perdería, pero no deseaba que ni su hija ni Juan pasaran por lo que ellos pasaron. Iba enfrascado en sus pensamientos, camino de la majada, y no se dio cuenta de que detrás de él, por el mismo camino, una yunta de mulas venía más deprisa, con intención de ponerse a su altura. Cuando estuvieron juntos, una voz le dijo señor Pedro, era Luis, el mozo que en la fragua hizo el comentario de Esperanza. ¿Qué quieres, Luis? El mozo se quedó un poco callado, pues no tenía mucho desparpajo y era normal tener respeto a los mayores, todo esto le hacía dudar. Al ver Pedro que se quedó callado, ¿te pasa algo, Luis? Este se repuso y le dijo no me pasa nada, me cuesta lo que voy a decirle, vamos dilo, no tengas miedo y soltó una carcajada, no se ría, que es muy serio, vamos hombre no será para tanto, entonces Luis armándose de valor le dijo ¿NO LE IMPORTARÍA A USTED QUE LE PIDA RELACIONES A SU HIJA? Pedro no se esperaba esa pregunta, se quedó en silencio un momento, y le dijo ¿tú quieres a mi hija? El mozo le dijo sí, llevo mucho tiempo queriendo hablar con ella pero no me atrevo, por eso si usted me da permiso para hablarla, ya tengo algo por donde dirigirme a ella. No eres muy valiente, le contestó, Luis le dijo usted sabe que en mi casa marchamos bien, y a su hija no le faltaría nada, ni a usted tampoco.

 

Ya sé que marcháis bien, pero ¿esto se lo has dicho a tus padres? Él le contestó no creo que se opongan, usted sabe que no tengo hermanos y mi madre siempre me dice ¿cuando te vas a echar novia?, ya tengo ganas de ser abuela. Con tu padre me he tomado algunos vinos, pero no tenemos mucho trato, ya sabes cómo es la gente de este pueblo. El mozo le dijo yo hablo con mis padres y si usted me da permiso, hablo con Esperanza. Pedro se pensó que se podrían solucionar todos los problemas si su hija aceptara, pero estaba enamorada de Juan, y ya se había entregado a él. Como se había quedado callado, Luis le dijo ¿me da usted permiso? Pedro reaccionó y le dijo lo tienes, y que sea lo que Dios quiera. ¿Por qué dice usted eso? No te preocupes, muchacho, son cosas mías. Luis le dio las gracias, le dijo no le defraudaré ni a usted ni a su hija, y arreando la yunta se marchó a preparar la tierra para la sementera.

Luis estaba feliz, en cuanto llegara a casa hablaría con sus padres, estaba seguro de que no le dirían nada, sus padres le querían.

Pedro reanudó el camino a la majada y se dio cuenta de que antes tenía que haber hablado con su hija, conociendo a Esperanza. Como esta descubriera todo lo que estaba ocurriendo… De momento no era de dominio público, pero en el pueblo había pocos secretos.

Cuando llegó a la majada, se encontró con su hija que estaba haciendo queso y le dijo he hablado con Juan y está de acuerdo en que no os veáis en unos días, no digas nada, también he quedado con su madre para hablar de vosotros, ya sabes que estoy dispuesto a defenderos para que no os ocurra como a nosotros. Esperanza le dijo no conseguirás nada con esa mujer. Al menos se ha ofrecido a venir para hablar de ello, algo tendrá entre manos, le dijo a su padre ya lo verás. Dicho esto padre e hija se pusieron manos a la obra con los quesos.

Carmen llegó a su casa y se encontró con María bordando una sábana del ajuar de novia, y le dijo espabila que puede que te tengas que casar antes de tiempo, ¿por qué me dice eso, madre? Su madre le dijo a lo mejor es para que Juan no tenga que hacer el servicio militar, ella le dijo madre es hijo de viuda. Por si acaso, apostilló la madre, he hablado con Paula, le he dicho lo que dice la radio, que viene el alemán y quién sabe lo que puede pasar, hemos decidido que esperaremos a ver qué pasa. De nuevo los chicos, a lo que manden las madres en este caso. Carmen se fue a poner el puchero para comer y María siguió bordando, aunque solo pensaba en lo ocurrido en el pajar esta mañana.

Juan, preparando la tierra para la sementera, solo pensaba también en lo ocurrido con María, qué diferente a Esperanza, desde que unos días antes había besado a María, algo se había despertado en él, empezó a mirar a ella de otra manera; quiero a Esperanza, pero ¿que me está ocurriendo con María?

Normalmente los labradores suelen soltar el hato, es decir, los aparejos de las mulas y la merienda en algún arroyo cercano o algún pozo para descansar un rato y poder abrevar a las mulas. Cuando llegó Juan al pozo, de los Carrascales, que así se llamaba el pozo, cuál fue su sorpresa que ya estaba Luis dando agua a las mulas. Este al verlo le dijo hombre, Juan, atiende a las mulas y comemos juntos. A Juan no le hizo mucha gracia, después del comentario que hizo en la fragua sobre Esperanza, pero era normal al coincidir para comer repartir la talega con la comida.

Se sentaron debajo de unos álamos que crecían alrededor del pozo, encima de una manta sacaron las meriendas y las botas de vino. Juan tenía pisto con huevos y Luis, pisto con conejo; eran meriendas típicas mientras había productos de la huerta, que hasta el verano siguiente ya no había esos productos. Sacaron la hogaza de pan y se dispusieron a comer, Juan le ofreció a Luis un huevo y este a la vez unas tajadas de conejo, de vez en cuando un buen trago de vino, comentarios sobre las tierras o la sementera. Juan preguntó a Luis ¿no te ha llegado la carta del Ejército? Luis le dijo yo cumplo años en enero, ¿tú ya los has cumplido? Sí, respondió, en marzo. Tienes que incorporarte a filas, él le respondió. Creo que no, soy hijo de viuda, eso dice mi madre. Cuando dieron buena cuenta de las meriendas, Luis sacó un melón de las alforjas y también dieron buena cuenta de él; después de recoger se liaron un cigarro y de buenas a primeras Luis le dijo he pedido permiso al señor Pedro para hablar con Esperanza. Se hizo un silencio, Juan no hablaba, ¿me has oído, Juan?, volvió a decirle. Juan reaccionó y le dijo ¿qué te ha dicho? Luis eufórico dijo me ha dicho sí.

Por la cabeza de Juan pasaban un montón de reproches hacia el padre de Esperanza, le acababa de decir esta mañana que no la viera en unos días, que estaba de nuestra parte y que hablaría con su madre.

¿CUÁNDO TE LO A DICHO? Esta mañana, que me lo encontré, me armé de valor y me dijo que puedo pretender a su hija. Juan le dijo ¿lo saben tus padres? No, le contestó, ¿y te van a dejar que te cases con ella? Eso espero. ¿Y ella qué dice? Aún no he hablado con ella, reconoce que es una buena moza y muy trabajadora, tendremos hijos fuertes y sanos. ¿Y si ella no te quiere? Sabes que soy un buen partido, no pondrá muchas pegas. Dicho esto cada uno se marchó para su tierra, Juan le deseó suerte y Luis le dio las gracias.