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1. La reconfiguración económica rural-urbana y los territorios funcionales
1.1 Lo urbano y lo rural

En el imaginario colectivo el campo está asociado a la naturaleza, los ríos, los bosques, el agro, la minería, a la población campesina que vive en dispersos caseríos, aldeas o comunidades. En contraposición está lo urbano, al sector asalariado de las fábricas u oficinas, la aglomeración de personas, el bullicio y el tránsito. Es el paisaje que discurre del pasado hacia el futuro, que transita del consumo de los frutos y bienes que se obtenían de la tierra –por medio de la actividad agrícola, la crianza de animales, la pesca o la minería– hacia su transformación en las fábricas para ser consumido en las ciudades.

El lenguaje registra y petrifica esta visión de dicotomía con dos pares de palabras: urbano-rural o ciudad-campo. Según el Diccionario de la lengua española (2019), urbano (del latín urbãnus, que a su vez se deriva de urbs, urbis «ciudad») es lo perteneciente o relativo a la ciudad. Y ciudad (del latín civîtas) es el «conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas».

Sobre la palabra rural, el diccionario mencionado de la Real Academia Española (RAE) documenta su origen del latín rurãlis, de rus, ruris «campo». Por lo tanto, rural significa perteneciente o relativo a la vida del campo y a sus labores. Y del concepto «campo» se dan cuatro acepciones: terreno extenso fuera de poblado; tierra laborable; en contraposición a sierra o monte, campiña; y sembrados, árboles y demás cultivos.

El uso de estos significados consolida el imaginario de dos entidades yuxtapuestas o en contraposición: por un lado, el campo que representa lo pasado, el atraso y que incluso es visto como un obstáculo al desarrollo; por otro lo urbano que representa la modernidad y el desarrollo. Estas percepciones, en mayor o menor medida, fundamentan los enfoques o paradigmas del desarrollo rural, de las estadísticas nacionales y están presentes en las políticas públicas. En Guatemala esta influencia se puede observar en las propias definiciones que proporciona el Instituto Nacional de Estadística (INE):

Área rural: se definen a los lugares poblados que se reconocen oficialmente con la categoría de aldeas, caseríos, parajes, fincas, etc., de cada municipio. Incluye a la población dispersa, según Acuerdo Gubernativo del 7 de abril de 1938 (INE, 2015, p. 81).

Área urbana: se consideró como área urbana a las ciudades, villas y pueblos (cabeceras departamentales y municipales), así como a aquellos otros lugares poblados que tienen la categoría de colonia o condominio y los mayores de 2000 habitantes, siempre que, en dichos lugares, el 51 % o más de los hogares disponga de alumbrado con energía eléctrica y de agua por tubería (chorro) dentro de sus locales de habitación (viviendas). [Se incluyó] como área urbana todo el municipio de Guatemala (INE, 2003, p. 259).

Este enfoque que escinde el espacio territorial en dos áreas tenía su razón de ser en los procesos de concentración de población y consecuente urbanización del siglo pasado. Hacia la década de 1950 era relativamente visible donde concluía el espacio urbano, por lo que había un fundamento real para referirse a la ciudad y al campo. Sin embargo, con el crecimiento de las ciudades hacia sus periferias

–debido al crecimiento de la mancha urbana provocado por la migración desde el área rural y su ubicación en asentamientos no necesariamente urbanizados previamente–, así como la paulatina urbanización de algunas áreas rurales, las fronteras entre ambos mundos se han ido diluyendo paulatinamente. Así, se han creado dimensiones urbanas con identidades rurales o ruralidades urbanizadas, que pueden ser autocontenidas, es decir, que presentan dinámicas urbano-rurales propias.

Las consecuencias del enfoque dicotómico de análisis de la realidad socio-espacial se reflejan en las estadísticas nacionales. Al considerar como urbanos a aquellos poblados donde al menos un 51 % de hogares cuentan con energía eléctrica y agua entubada dentro de la vivienda, los hogares pobres quedan excluidos de esta definición. En su lugar, son clasificados como rurales (en particular al utilizar la medición de pobreza por el método de las Necesidades Básicas Insatisfechas). De ahí solo hay un paso para llegar a la conclusión equivocada, que lo rural es sinónimo de atraso y subdesarrollo.

En la actualidad esta visión dicotómica no refleja adecuadamente lo que acontece en ese ancho espacio donde han emergido diversas dinámicas que han difuminado los límites entre lo urbano y lo rural. Tal visión induce a errores de apreciación, de formulación de las políticas públicas y a debates poco fructíferos, limitados o excluyentes sobre cómo avanzar hacia un mayor nivel de vida y bienestar para la población que habita en los territorios hoy denominados rurales.

En algunos espacios del ámbito nacional y entre las organizaciones internacionales existe consciencia de que la dualidad rural-urbana ha cambiado; aunque también se reconoce que, en la práctica, no es fácil dar una respuesta coherente o satisfactoria para superar tanto la visión dicotómica como las desigualdades existentes entre la ciudad y el campo. Estas dificultades se presentan en diferentes aspectos que incluyen: (a) el levantamiento de información estadística a partir de estos conceptos, (b) la complejidad para construir gradientes que contengan los intermedios rural-urbanos y (c) los sesgos teóricos e ideológicos derivados de percibir el mundo rural y campesino como sinónimo de atraso; y que este se supera vía la urbanización, en tanto sinónimo de desarrollo y modernidad.

Por ejemplo, el Plan Nacional de Desarrollo K’atun 2032 considera que: «Lo urbano y lo rural son dimensiones de análisis de una categoría más amplia: el territorio»; pero que en Guatemala su uso es dicotómico y excluyente, lo cual ha provocado inequidades y brechas de desigualdad en la vida de los hogares del área rural. Advierte sobre los riesgos del crecimiento desequilibrado para la construcción del tejido social (Guatemala, Consejo de Desarrollo Urbano y Rural, 2014, pp. 91-92). De igual manera, el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras (Cacif) y la Fundación para el Desarrollo de Guatemala (Fundesa) se pronuncian por enfoques territoriales del desarrollo considerando que: «Las relaciones que se propician son una simbiosis entre lo urbano y lo rural rompiendo la dicotomía tradicional entre ambas concepciones del desarrollo» (Fundesa, 2016, p. 24). La propuesta es la hipótesis del papel preponderante de lo urbano y de las ciudades intermedias como motores del desarrollo: «Es a través de las ciudades que las personas pueden alcanzar su máximo potencial» (Fundesa, 2016, p. 6).

Desde hace algunos años en el Instituto de investigación y proyección sobre economía y sociedad plural (Idies) de la Universidad Rafael Landívar (URL) se ha iniciado la reflexión respecto a la necesidad de superar esa visión dual. En ese sentido, se argumenta que una perspectiva para superar la dicotomía rural-urbano es partir del concepto de territorio como categoría de análisis que, al ser más amplia, permite incorporar lo rural con sus articulaciones espaciales, económica-sociales y el fenómeno de la urbanización. Desde esta perspectiva:

Se considera que un territorio es rural cuando el proceso histórico de construcción social que lo define se sustenta principalmente por los recursos naturales y mantiene esta dependencia estructural de articulación. Un territorio es rural cuando su especificidad es su dependencia de los recursos naturales y su base económica se estructura alrededor de la oferta ambiental en que se sustenta (Dirven, Echeverri, Sabalain, Rodríguez, Candia, Peña, Faiguenbaum, 2011. p. 14).

El Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (Rimisp), desde una visión más amplia del desarrollo, ha venido implementando el programa de los vínculos urbanos-rurales y en ese marco se vienen realizando estudios sobre las relaciones y dinámicas rural-urbanas en algunos países de América Latina, incluido Guatemala.

Si efectivamente se dan los espacios que oscilan entre lo rural y lo urbano (rural-urbano o urbano-rural), surge la pregunta de: ¿por qué ocurre esto y cuál es su lógica de distribución espacial? Una posible explicación es la que se aborda en el siguiente apartado.

1.2 La expansión y distribución espacial de lo rural y urbano

La representación que se tiene de lo rural y lo urbano está estrechamente relacionada con la actividad económica que se realiza en cada uno de estos espacios. En efecto, cuando se hace referencia a lo rural las imágenes, palabras y estadística que se evocan son parte de o están relacionadas con la agricultura, los recursos naturales, el acceso y uso de la tierra; de igual manera lo urbano está vinculado a la industria, los servicios y las economías de escala que resultan de las aglomeraciones de la población.

Indudablemente hay otros factores históricos y geográficos que van conformando los territorios rurales y las configuraciones urbanas, que por trascender los objetivos del presente estudio no se abordan, ya que el interés está centrado en las dinámicas económico-sociales del espacio intermedio entre lo rural y lo urbano. En ese sentido se toman como referencia teórica los enfoques que abordan el uso económico del suelo desde una perspectiva neo institucional de los costos de transacción. (5) Se considera que esta perspectiva es una base para explicar por qué es inadecuada la dicotomía rural-urbana y por qué la existencia de un continuo entre ambos espacios.

Polèse (1998) se propone comprender la forma en que las empresas, por tanto, las poblaciones, se distribuyen en el espacio. Al respecto considera que: «Los costos de la distancia (en forma de costos de transporte), las condiciones técnicas de producción y la estructura de la demanda son nuevamente los parámetros que definen las condiciones de localización y de la competencia en el espacio geográfico» (pp. 274-275). Es un trade-off entre los costos de transporte, las rentas derivadas del uso del suelo y de las economías de escala. Rodríguez y Saborío (2007) hacen una generalización del modelo en la que «las actividades más rentables por unidad de espacio se localizan más cerca de la ciudad, lo mismo que actividades que contribuyen a reducir los costos de transporte» (p. 8).

Figura 1. Costo-beneficio según tamaño y densidad de la población


Figura 1. Suponiendo una geografía plana y dada la tecnología, entre más grande es la población y mayor su densidad, se reducen los costos de transporte y se obtienen economías de escala. Sin embargo, por el mismo crecimiento de la población y su densidad se producen rendimientos decrecientes hasta un punto en que los costos pueden ser mayores que las ganancias. Fuente: elaboración a partir de Polèse, M. y Barragán, C. (1998, p. 122).

A la estilización que hacen Rodríguez y Saborío (2007) de los costos y ganancias en función de la población, se ha agregado la densidad, considerando que desde la perspectiva territorial además del tamaño de la población incide su densidad por kilómetro cuadrado. En la figura 1, en el eje horizontal se representa el tamaño de la población y su densidad, que están determinando el monto de los costos y las ganancias. Se parte del supuesto de que la población crece más rápidamente que la incorporación de más tierra para uso habitacional y, por lo tanto, conforme aumenta la población se da una mayor densidad poblacional. A mayor densidad, las distancias se acortan y los costos se reducen; la concentración produce economías de escala y los costos unitarios tienden a descender. En términos de volumen, a mayor población, mayor mercado, ventas y ganancias.

Sin embargo, lo que se observa en América Latina, y en particular en Guatemala, es un crecimiento de las ciudades sujeto a «las fuerzas del mercado, de las trayectorias, y de las relaciones de poder» (Berdegué, 2016, p. 6). Es decir, que al no haber una adecuada planificación: la espontaneidad de la oferta y demanda de la tierra, la necesidad constante de aumentar la infraestructura para movilizar personas y bienes, la mayor demanda de servicios, el deterioro del medio ambiente, etc.; reducen los beneficios o utilidad que las personas y las empresas obtenían de la aglomeración, lo cual puede provocar un punto de reversión y la búsqueda de otros espacios.

Figura 2. Distribución espacial esperada de las actividades económicas


Figura 2. La gráfica representa un modelo de distribución de la actividad económica donde a mayor concentración de población mayor presencia de servicios (comida, bancos, etc.), las industrias tienden a ubicarse en la periferia optimizando costos del uso del suelo, facilidad de acceso a mercados, etc. La agricultura que requiere de grandes extensiones de tierra y mano de obra barata se ubica a mayor distancia de las concentraciones urbanas. Fuente: adaptación a partir de Rodríguez y Saborío (2007, p. 8).

Las estructuras económicas, es decir, la composición de la producción, el empleo, así como el nivel de ingreso y de la tecnología impactan en el tamaño de las ciudades. Según Polèse (1998), el comercio y los servicios personales tienden a moverse hacia los centros de mayor mercado, o ubicarse dentro de la influencia de un «sistema de lugares centrales» o de subcentros. De igual manera, la industria, dependiendo de la tecnología, requiere de mayores espacios capacidad de almacenamiento, facilidad de acceder a las principales vías de entrega o distribución por lo que puede localizarse fuera de los centros urbanos o a distancias que faciliten el acceso a los principales núcleos urbanos.

Respecto a los servicios, en Guatemala se puede observar que se ubican mayormente en la capital y determinadas zonas o centros comerciales; la localización de las principales cadenas de comercio al por menor o de comida rápida, el área de la zona hotelera en la ciudad capital, entre otros servicios. Esta concentración de servicios disminuye fuertemente en las zonas rurales (ver figura 6, número de agencias bancarias por municipios). La localización de las concentraciones industriales está alrededor de las principales salidas de la capital hacia el interior del país: en particular en la zona 12 al sur de la ciudad, hacia Chimaltenango y en la salida al Atlántico. La agricultura demanda un determinado tipo de suelo y de fuerza de trabajo, y según las características del cultivo y la tecnología así será su distancias y relación con las ciudades: desde los cultivos como hortalizas cuya localización suele ser cercana a los centros urbanos hasta los monocultivos de exportación que suelen estar en lugares más alejados.

El resultado de la confluencia e interrelación entre las aglomeraciones de la población y las estructuras económicas es una reconfiguración de los espacios en una continuidad rural-urbano, urbano-rural. En la figura 2 se representa en forma estilizada la relación entre la actividad económica y el tamaño y densidad de la población. A la mitad estarían los principales centros urbanos con predominio de los servicios (la administración pública, los principales mercados comerciales, las finanzas, etc.) estos se van diluyendo y mezclando con los espacios de actividad industrial, los que a su vez confluyen con los espacios agrícolas rurales.

2. Hacia una redefinición de lo rural-urbano
2.1 Las categorías rural y urbana y la realidad rural-urbana

En el siglo pasado se podía observar claramente una demarcación de los límites de la ciudad, que se expresaban en los niveles de urbanización, tipo de actividad económica y cultural, entre otros. El espacio geográfico era urbano o rural, sus habitantes eran campesinos o citadinos. Por otro lado, el área rural se caracterizaba por su pobreza, limitado acceso a los bienes públicos como electricidad, agua potable, drenajes, salud, educación, etc. Por lo tanto, era comprensible convenir en considerar como zonas rurales a los caseríos, aldeas y fincas retiradas de la ciudad o en los que la mayoría de sus habitantes no dispusieran de electricidad y agua potable al interior de sus hogares.

Con las transformaciones económicas (infraestructura, tecnologías, diversificación y profundización de los mercados) la urbanización fue echando raíces en las áreas rurales, y estas persistiendo e imbricándose con las áreas urbanas. El resultado es que hoy, al margen de los mapas o estadísticas, la disposición espacial es una continuidad entre lo rural y lo urbano. Como lo plantea Zemelman (2001, p. 1) la realidad socio histórica no es clara, inequívoca y con una significación cristalina por lo que se plantea la necesidad constante de resignificación ya que hay un desajuste entre la teoría, los conceptos y la realidad. En ese sentido, es probable que muchos de los conceptos que se utilizan para entender la realidad económica y rural correspondan a un contexto histórico distinto.

Las estadísticas que se tienen sobre el área rural o urbana presentan problemas como: (a) desconocen las características de los territorios intermedios, (b) lo mismo vale para sus dinámicas económicas y sociales, (c) presentan ambigüedad en la clasificación de los poblados dentro de las lógicas rural-urbanas y (d) ello conduce a una sobre o subrepresentación de la ruralidad (Rodríguez y Saborío, 2007, p. 12).

En un intento por superar esta dicotomía conceptual, sobre el mismo espacio geográfico (que en este estudio se denomina territorios funcionales rural-urbanos) se emplean otras categorías como periurbanidad, periferia, suburbano, rurbano o de ciudades intermedias cercanas o con un entorno rural. Además, está abierto el debate acerca de si la referencia es un problema de delimitación geográfica o si el análisis debe girar en torno a procesos sociales, nuevas identidades y luchas sociales (Ávila, 2005).

Reconsiderar los significados y representaciones de lo rural y lo urbano no es simplemente una inquietud teórica o un ejercicio académico; es una demanda para superar los sesgos a los que conduce la visión dicotómica en las interpretaciones del acontecer económico y social en los territorios funcionales rural-urbanos, así como a las recomendaciones, propuestas de diversos sectores y de la propia política pública que se derivan de tal visión.

En lugar de ver los rural y lo urbano como dos compartimentos contrapuestos se han propuestos indicadores que capturen la diversidad de los territorios. El Banco Mundial sugiere utilizar un gradiente de ruralidad que incorpora la densidad de la población y la accesibilidad (distancia y red vial). Candia (2011, p. 48) propone que además de la densidad se incorpore la actividad primaria, representada por el porcentaje de personas en esa actividad. La OCDE creó una tipología de regiones en la que recoge el grado de urbanidad-ruralidad en tres niveles: con predominancia rural, intermedia y con predominancia urbana (Faiguenbaum, 2011, p. 68). El Instituto Nacional de Estadísticas y Censos INEC de Costa Rica (2017, p. 12), utiliza un índice multivariado que clasifica a los municipios entre 0 y 1 y establece que los municipios debajo de 0.42 se clasifican como predominantemente rurales y arriba de ese límite como predominantemente urbanos.

2.2 Determinantes del espacio rural-urbano

Con el fin de superar la visión dicotómica se propone construir una tipología que tome en cuenta los niveles intermedios que se dan entre lo urbano y lo rural. Para el efecto, y sobre el referente conceptual descrito en el apartado 2, se elaboró un índice que capta los grados de ruralidad-urbanidad de los municipios y con este se hizo una tipología rural-urbana.

El primer paso fue explicitar qué identifica y cuáles son los principales atributos de lo que se nombra como rural y como urbano. El estudio parte de considerar que lo rural o lo urbano no son en sí un espacio geográfico, sino que, al igual que el territorio, son construcciones sociales que tienen una historia y que generan dinámicas económicas, sociales y políticas. Por lo tanto, el interés no es clasificar tipos de paisajes rurales o urbanos sino ante todo interesan los procesos y los factores que los definen.

Con ese fin se hizo una primera selección de aquellas variables que, según el referente conceptual descrito en el capítulo 1, son atributos o definen los diferentes grados de ruralidad-urbanización. Al considerar que la situación geográfica física del país es un determinante que se mantiene relativamente constante, y retomando los hechos que representan las figuras 1 y 2, destacan dos flujos de fuerza que están permanentemente reconfigurando el espacio rural-urbano y sus dinámicas funcionales: la actividad económica, y el crecimiento de la población dado un espacio geográfico, como se ilustra en la tabla 1.


Tabla 1Indicadores de la población y actividad económica
IndicadorDescripción
Población
Densidad de viviendaNúmero de viviendas por km² del municipio
Densidad de poblaciónNúmero de personas por km² del municipio
Uso urbano del suelokm² uso urbano del suelo
Actividad económica
% población urbanaNúmero de poblados > 2000 habitantes;> 51 % alumbrado con energía eléctrica; > 51 % agua por tubería dentro de su vivienda.
% población industria y construcciónLa suma de población ocupada en la industria y la construcción
Fuente: elaboración propia con datos anexo 3 y del Instituto Nacional de Estadística (2003). Censos Nacionales: XI de Población y VI de Habitación, 2002 [base datos en CD-ROM], Guatemala.