Todos los monstruos de la Tierra

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Todos los monstruos de la Tierra
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Adriano Messias

Todos los monstruos de la Tierra

Bestiarios del cine y de la literatura


Título original: Todos os monstros da Terra: bestiários do cinema e da literatura

Publicado originalmente por EDUC FAPESP, São Paulo

© Adriano Messias, 2016

© De la traducción, José Luis Sansáns, 2020

© De esta edición, Punto de Vista Editores, S. L., 2020

Todos los derechos reservados

Obra publicada com o apoio da Fundação Biblioteca Nacional / Obra publicada con el apoyo de la Fundación Biblioteca Nacional


Primera edición: enero, 2020

Publicado por Punto de Vista Editores

info@puntodevistaeditores.com

puntodevistaeditores.com

@puntodevistaed

Diseño de cubierta: Joaquín Gallego

Corrección: Maite Rodríguez

Coordinación editorial: Miguel S. Salas

Imagen de cubierta: El monstruo de Odilon Redon

ISBN: 978-84-18322-17-4

IBIC: JFCA, GTE, APF

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com

Sumario

Presentación. Monstruos y bestias juntos... por el bien de la humanidad

Prefacio. El mostrador de los miedos de la Tierra

Introducción. Tras las huellas de los monstruos

PARTE I. UNA ARQUEOLOGÍA DE LOS MONSTRUOS

1. Conceptualización

Fantástico: un concepto plural

Lo fantástico en la literatura

2. Una historia de monstruos

Unas alimañas fantásticas

De bestiarios y monstruos

Monstruos en el mundo antiguo

Polifemo y Escila: matrices de la monstruosidad clásica

Circe: la femme fatale griega

Los horrores y espantos del Medievo

Animales domésticos y salvajes

En el principio eran los monstruos...

La mujer como monstruo

De melusinas y madres del agua

Lo gótico, lo grotesco y lo quiroptérico

«Aquí hay monstruos»: los peligros del mar

Lo monstruoso y lo fantástico en la extrañeza de América

La influencia de los bestiarios en el Novus Mundus

Los miedos del mundo buffoniano-depauwniano

Noticias del bestiario brasileño

La sombra del monstruo en las luces europeas

Los terroríficos cuentos de hadas

Érase una vez el coco

La serpiente visceral y otros «invasores de cuerpos»

El cuerpo monstruoso en el siglo XIX

Los bestiarios del siglo XX

Cambio de paradigmas en relación con los animales

¿Qué so(m)bra de un hombre?

La urgencia de lo fantástico y lo fantástico urgente

3. De la instrumentación

El psicoanálisis como ojo para lo fantástico

La semiótica psicoanalítica

Breve psicoanálisis del miedo

Lo extraño familiar

PARTE II. LO FANTÁSTICO EN EL CINE

1. Un cuerpo tentacular

De las dificultades clasificatorias

La avant-garde de los estudios sobre el fantástico en Francia

Las dos vías de los mitos fantásticos

Fantástico, género evanescente

2. Un palimpsesto monstruoso

La narrativa cinematográfica

Origen y recorrido del cine fantástico

De la caverna platónica a las soirées parisinas

La precinematografía

El primer cine (1895-1907)

Del tren de los Lumière al Viaje a la Luna

Los vampiros de Louis Feuillade

El fantástico americano antes y durante los años veinte

Animaciones: un semillero para lo fantástico

Las animaciones en Brasil

La revolución Disney

El fantástico conquista Alemania

Los años treinta: la galería de los monstruos

Eclipse de los monstruos clásicos: los años cuarenta

La década de 1950: la llegada de los alienígenas

Monstruos gigantes y fantasmas resentidos: el cine japonés

Años sesenta: la Hammer y el nacimiento del gore

El reconocimiento de Hitchcock

El fantástico en los años setenta

Los inolvidables años ochenta

Años noventa: presagios de una tragedia anunciada

El cine fantástico en el siglo XXI

 

Remakes

Falsos documentales

Películas de violencia gratuita

El monstruo real: el 11 de septiembre

PARTE III. LO FANTÁSTICO EN EL CINE POS-2001

El mundo de hoy: la fantasfera

El bestiario de la fantasfera

Bienvenidos a Zombilandia

Alien, pasajero de primera clase

Las variadas criaturas biotecnológicas

Un avatar es un «cuerpo» segundo

Un avatar necesita mediación

El cuerpo de un avatar es animado por una mente a partir de un cuerpo matriz

Un avatar es, antes que nada, forma y no una función o representación

Quimeras contemporáneas

La actualización de las damas melusianas

Ogros, cocos y troles: todo lo que un niño quiere ser

Monstruos de talla grande

Seres crepusculares

Los fantasmas todavía nos divierten

El inferno está aquí: diablos en su salsa

Epílogo. Cuando la luz se apaga, ¿dónde nos escondemos?

Agradecimientos

Bibliografía

Filmografía

A mis padres.

A Fred.

Presentación

Monstruos y bestias juntos... por el bien de la humanidad

Adriano Messias es un integrado. En la década de sesenta, Umberto Eco definió ese término en oposición al que denominó «apocalíptico». Mientras que este último solo consigue ver la decadencia de la alta cultura, el integrado está al tanto de los movimientos de masa, de la «industria cultural», y la analiza con el mismo empeño, sin prejuicios. Adriano, siguiendo esa senda, en este libro, muestra cómo, tras el 11 de septiembre de 2001, el cine transformó las imágenes de horror, haciéndolas más realistas o hiperrealistas.

Como espectadores, muchos estudios del campo psicológico muestran que podemos hacernos más fuertes viendo imágenes de violencia. Si las soportamos, claro está. El privilegio del cine de terror viene siendo la degradación de los cuerpos, como las que vimos (o deducimos) en las espantosas imágenes de Nueva York. Y el cine regresa a lo grotesco de la Edad Media, a lo satírico, cuando el retrato del horror y del declive de lo humano también servían para recordar lo divino.

El monstruo le da voz al mal. No reconoce al humano; de ese modo, se reserva el derecho de destruirlo. El psicoanálisis aventura que el terror aniquila la figura narcisista idealizada. ¿Quién no vibra con el asesinato del típico chulito, creído y vacilón de las películas de miedo baratas? ¡Qué gozada presenciar cómo acaba literalmente despedazada la figura mítica que nos acosa en el colegio o en el trabajo!

Más que nunca, las bestias cinematográficas están al servicio de la catarsis. El monstruo nos recuerda nuestra finitud, pero también señala la continuidad. Siempre acaba regresando en secuencias interminables.

Así, Adriano Messias no se propone dar respuestas definitivas, ni examinar por completo este género fascinante del cine: el del terror. A fin de cuentas, prescindiendo de la solemnidad del cine, las películas forman parte continua de nuestra existencia: desde los enormes televisores domésticos hasta las pantallas de los móviles.

Algo está claro tras esta hercúlea investigación: necesitamos a los monstruos.

Cada vez más.

Para volvernos humanos.

JOSÉ PAULO FIKS

Psiquiatra y psicoanalista

Doctor en Comunicación, tiene un posdoctorado en Ciencias de la Salud, Investigador del Programa de Atención e Investigación en Violencia (PROVE) del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Federal de Sao Paulo

Prefacio

El mostrador de los miedos de la Tierra

En Halloween, típica festividad de los países nórdicos que el neocolonialismo globalizado implantó en el resto del mundo, muchas personas de las grandes ciudades, aprovechando la ocasión, salen a la calle a divertirse con disfraces de lo más variopinto. ¿Sería una orgía del mal —sin ángeles ni hadas, en versiones de la propia imaginación o del vestuario hollywoodiense de los famous monsters del cine— nuestro telón de fondo mental colectivizado? En cualquier caso, a los niños les encanta, en la domesticación de la angustia, percibir que nuestra especie es mortal, que moriremos natural o violentamente. Y, lo que es peor: también sus padres, tan poderosos como frágiles, podrían ser exterminados por… ¡un monstruo! En la actualidad, las sociedades de consumo y del espectáculo han cambiado completamente la significación de un término que antes solía denominar a algo horrible, pero que hoy se presenta de formas bastante diferentes a las anteriores: lo que era terrible se ha convertido en algo conocido, familiar, íntimo y éxtimo1 al unísono; así que, dialécticamente, hasta nuestra propia prole podría ser siniestra (¡todavía más si su apellido es Addams o Munster!). Freud ya había hablado de ello —mucho antes que la industria cultural—, destacando el hecho de que las palabras pueden tener dobles sentidos e, incluso, sentidos opuestos2.

«Mostrar» quiere decir «dar a ver», pero no todo debería ser visto: el límite es lo «obsceno», lo que nunca debería ser puesto en escena, ya sea por motivos morales, estéticos o ideológicos. Con todo, y desde tiempos inmemoriales, primero en la transmisión oral de historias y leyendas y, luego, potenciado hasta el infinito gracias a las mañas de las artes visuales y de los efectos especiales, los exotismos se apoderaron del escenario, de la programación y de la imaginación. En otras palabras e imágenes: a Michael Jackson no le hizo falta morir para ser un walking dead; junto con su música y estilo únicos, merecedores de aplausos póstumos, el secreto de su éxito fue «parecer un zombi». De poco sirvió, más tarde, lavar su imagen, intentar ser padre y blanquearse el semblante: ¡quien quiere ser visto como un monstruo, sin duda, lo consigue!

Lo que era para asustar y desagradar, ahora es campeón de audiencia y modelo de identificación: Frankenstein, el proletario mecánico; Drácula, el paradigma del elitismo y del parasitismo social; la Momia, la realización de deseos pendientes a lo largo de milenios; el Hombre Lobo, un ciudadano animal y pulsional, contrario a la civilización en las lunas llenas. Todos ellos son marginales y nocivos; fascinantes y, sin embargo, peligrosos y, nítida y especialmente, antisociales. Entretanto, todos estos, emblemáticos, aliados a una legión de réplicas y versiones, son cosas de un pasado remotamente reciente, porque ya estamos en el mañana; como decía Manoel de Barros, «Antes era peor; después, fue empeorando».

Hasta hace poco tiempo, había una carta de monstruos a disposición del cliente en los videoclubs (que ya no existen). En adelante, cualquiera puede ser uno, ya que los tópicos, arquetipos y mascaradas están harto disponibles para el parque humano. ¿Cómo saber todo lo que hay por ahí, sea en las tinieblas o a la venta como disfraces inofensivos? Aquí empiezan los méritos del trabajo de Adriano Messias de Oliveira. En estos «tiempos interesantes», hay tantos espantos nuevos que, en primer lugar, han de ser descritos, analizados y recensados como frutos recientes de la producción masiva: feos, sucios y malvados ahora pueblan nuestros sueños y realidades urbanas, proporcionado algunos deleites paradójicos, más allá del (políticamente correcto) principio del placer. He ahí la cuestión: ¿de qué forma los monstruos forman parte de nuestra economía libidinal, gustándonos o no?

Escribiendo este texto, escucho a los Ramones cantando «Cretin Hop», una oda a los descerebrados. Ellos mismos, y sus fans, fueron cariñosamente apodados pinheads. ¿De dónde vino eso? De una película clásica de... monstruos de verdad: La parada de los monstruos (1932). En efecto, su director, Tod Browning, también el del primer Drácula (1931), adaptó una historia ficcional, usando actores no profesionales —mejor dicho, atracciones circenses—. Junto a los personajes típicos —la mujer barbuda, el hombre sin huesos, los varios tipos de enanos de todos los sexos y demás troupe—, estaban también los oligofrénicos microcéfalos, «cabezas de alfiler». No obstante, tanto el film como aquel tipo de rocanrol son cosas antiguas; del siglo anterior, para ser más exactos: nuestra «antigüedad clásica». En el actual, más allá de la imaginación convencional, hay fruiciones desconocidas hacia eternos miedos, como el extraño placer de conocer, y vale la pena analizarlos como verdaderos indicadores de la cultura.

El exhaustivo estudio que tienes entre tus manos recopila la prolífica y fantástica fauna que habita en el «imaginario colectivo», alias público; es decir, todos los espectadores, empezando por los más pequeños y siguiendo por los adultos a los que, sin miedo, todavía les gusta llevarse sustos pasterizados. Y los hay para todas las edades, para todas las preferencias: en las fábricas de sueños, la manufactura en serie del cine no para nunca, con novedades y reciclajes de criaturas consagradas. ¿Cómo orientarse, para elegir o huir, en medio a tanta oferta y variedad? Pues de la manera tradicional: con los «bestiarios», es decir, los catálogos de monstruosidades, un género literario-clasificatorio que existe desde hace muchos siglos, con lo más destacado de cada época histórica y sociedad. Así pues, se puede decir que Adriano realizó, con mucho tino, dos tareas simultáneas: en los términos del discurso universitario, su tesis organizó semióticamente el universo de estos entes fabulosos que requieren estudio. Y, al hacerlo, se forjó un nuevo e inédito bestiario; necesario, porque, en el siglo XXI, de facto, los horrores pueden ser muy reales, nunca antes vistos. El hito traumático del 11 de septiembre inauguró la centuria con la violencia, partera de la historia, dando a luz insólitos terrorismos. A partir de entonces, los pavores nocturnos nunca más serían los mismos…

Como retorno de lo reprimido, muchos miedos vienen del pasado. El futuro, no obstante, también puede asustar, cuando las utopías insatisfactorias dan lugar a distopías aún «más peores», como diría Manoel de Barros. Es el caso paradigmático del zombi en la posmodernidad. Antes de él, la criatura del barón Víctor Frankenstein —bautizada metonímicamente como «el moderno Prometeo»— era considerada el único mito original producido en la modernidad. Pero él era un ser solitario y melancólico, preocupado en encontrar a otra con la que tener una relación; frustrado, buscaba vengarse del creador de su soledad. No se podía imaginar que, en el futuro, se le consideraría el precursor de la condición poshumana… Los zombis, al contrario, datan desde siempre —al menos antropológicamente— en Haití. Como en Haití podría ser por aquí, en cualquier territorio del capitalismo, los consumidores serán los candidatos apropiados para portarse como muertos vivientes, asolando y destruyendo centros comerciales y conjuntos residenciales, muertos vivientes con tarjetas de créditos. George Romero, el padre de todos, fue preguntado, alguna vez, en un making-of: «¿quién representaría, en los días de hoy, el papel del zombi, como alteridad absoluta?». El director, también ideólogo subversivo, contestó que podrían ser, por ejemplo, los palestinos, los refugiados, los migrantes, tomados como epígonos de lo que no puede ser asimilado: humanos, demasiado humanos; monstruosos, porque son diferentes.

 

Moraleja de la historia, de todas las historias: los monstruos son los otros, al ser, más que semejantes, diferentes. Por no ser iguales, serían peligrosos, portadores de una voracidad radical que destruiría nuestro narcisismo, ego y cuerpo, según sus voluntades avasalladoras. En definitiva, los semblantes del otro, capacitados para satisfacerse tanáticamente con nosotros, también pueden fascinarnos, en el masoquismo gozoso de las pantallas y de los disimulos, en el delivery de las intensidades, en las pesadillas prêt-à-porter.

OSCAR CESAROTTO

Psicoanalista y profesor de Comunicación y Semiótica (PUC-SP)

Encontrar lo que no buscábamos es lo que hace que avance el conocimiento.

CLAUDE-CLAIRE KAPPLER, Monstres, démons et merveilles à la fin du Moyen Âge

Introducción

Tras las huellas de los monstruos

Los monstruos siempre han sido, para mí, una inquietud personal, deliciosa e instigadora. Como tema de estudio, pedían un análisis intenso mediante miradas polifacéticas que pudieran rastrear su exterior e interior. El soporte cinematográfico se convirtió en algo obvio para tal acometida; a fin de cuentas, no hay ningún otro sitio en la contemporaneidad en el que un monstruo se muestre tan bien. Si la literatura forjó seres fantásticos profusamente en el siglo XIX, considero que, en los siglos XX y XXI, el cine ha sido el gran criadero de bestiarios. Su influencia ha sido tan avasalladora que la literatura denominada fantástica es hoy su gran deudora. En esta línea de raciocinio, me parece posible afirmar que, si la literatura expresó los síntomas de la cultura3 en el siglo XIX, el cine lo hizo en el siglo XX y lo viene haciendo en el XXI; al fin y al cabo, sus ingenios están mucho más cerca del sueño que los de una obra literaria, si pensamos que su materia prima es, básicamente, la imagen visual4.

Mi objetivo general en este trabajo ha sido el de analizar algunas películas de la primera década del siglo XXI —con una tolerancia de algunos años a más— en lo concerniente a la presencia de formas monstruosas provenientes de la imaginación en torno de lo fantástico, siempre contundentes y numerosas. En cuanto a un objetivo específico, he buscado entender cómo lo fantástico, en la materialidad de sus personajes, fue actualizado, reinventado y fabulado, mediante el soporte de una comprensión de base semiótico-psicoanalítica.

Por medio de la presentación de una cierta «arqueología» de diversas manifestaciones culturales de seres fantásticos (desde la Antigüedad, pasando por la Edad Media, por el Renacimiento, por el ultrarromanticismo del siglo XVIII, por la asunción de cuestiones del cuerpo cambiante en el XIX, hasta nuestros días), estudié la fuerza con la que determinadas representaciones de lo fantástico todavía se manifiestan, plasmadas en las cintas seleccionadas. También he intentado localizar, delimitar y explicar las manifestaciones del catastrofismo en el vasto panorama del cine fantástico como una de las tendencias dominantes en el periodo seleccionado5.

Si, en gran parte de las ficciones fantásticas, el personaje humano se vio o se sintió observado por algún monstruo que estaba al acecho, aquí he tenido la dedicación de mirar a la criatura que causa el pavor, diseccionar su conformación híbrida y, tantas veces, lo aparentemente innominable, tanto bajo la instrumentación de la semiótica psicoanalítica como de otros campos del saber, como los estudios cinematográficos, la filosofía y la antropología.

Llegué, concomitantemente con lecturas diversas y con el conocimiento previo de muchas películas, a seleccionar un corpus de temática fantástica producido durante la primera década del siglo XXI6. Establecí, no como criterio, sino únicamente como una variable de carácter simbólico para mi recorte, el 11 de septiembre de 2001. Esa fecha se convirtió, para toda la cultura mundial, en un antes y un después: tal vez ahí empezó el nuevo siglo. El fin del recorte temporal lo establecí en 2011, por lo que te encuentras ante diez años de cinematografía desmenuzada.

La profusión de films fantásticos lanzados durante el periodo elegido —lo que justifica la variada selección de los materiales estudiados— mereció una mirada que partiese de la localización y detección de los seres monstruosos que vinieron a poblar el universo cinematográfico de forma torrencial. Estudié las similitudes que tales seres mantuvieron entre sí, las formas por las que se presentaron, los niveles de invencionismo alrededor de ellos o, incluso, su vínculo con una cierta tradición de configuración en el amplio género fantástico. También, principalmente, busqué ver lo que esas películas —que inspiraron muchas veces series de vampiros, de seres de la mitología antigua y medieval, y de zombis famélicos, por ejemplo— pudieron decir sobre el mundo que se revelaba ante el nuevo siglo, desde 2001.

Al estudiar los monstruos —tanto en la cultura, de forma general, como en el cine y en la literatura, basándome, para ello, en investigadores de relevancia—, empecé señalando la existencia de un cierto bestiario cinematográfico contemporáneo constituido por monstruos que, mediante esfuerzos analíticos con respaldo teórico, vine a considerar paradigmáticos. Planteé, desde el comienzo, la hipótesis de que las representaciones de lo fantástico reflejan y demarcan las peculiaridades de la época enfocada y, por consiguiente, me sentí impulsado todo el tiempo a trabajar en torno a una cierta sintomatología de la cultura perceptible en el cine, inspirado por análisis que parten de ideas discutidas por Lacan y Žižek, por ejemplo, precipuamente. Al avanzar con las investigaciones, cuando analicé las películas, lograba, pues, encontrar ayudas para la elaboración de un «nuevo bestiario» que, a pesar de tener un fuerte y evidente matiz apocalíptico y catastrófico, proporcionó igualmente otras conformaciones que dicen mucho sobre la contemporaneidad. Los seres fantásticos —de los más horrendos a los más sutiles—, reavivados y recreados por la fuerza e ingeniosidad de las tecnologías del cine, ofrecieron mucho sobre el mundo comunicacional de nuestros días, de tal forma que propuse, en este trabajo, el término fantasfera (la gran esfera de lo fantástico), acuñado por mí, para denominar el vasto material disponible sobre las creaciones y criaturas de mi interés.

Presupuesta la analogía entre el sueño y el cine, anteriormente señalada, los análisis desarrollados fueron en gran medida formales y tuvieron, también como ya he subrayado, el apoyo de la semiótica psicoanalítica, hábil en ayudar a comprender las consecuencias de los signos culturales para el sujeto —el ser de la cultura—. Aquí me apoyo en las ideas de Žižek, cuando el filósofo escribe:

Se trata de eludir la fascinación propiamente fetichista del «contenido» supuestamente oculto tras la forma: el «secreto» a develar mediante el análisis no es el contenido que oculta la forma (la forma de las mercancías, la forma de los sueños), sino, en cambio, el «secreto» de esta forma7.

Žižek discurre sobre la forma utilizando a Marx y a Freud en sus ejemplificaciones, y coincide con el padre del psicoanálisis cuando este propone, acerca del análisis de los sueños, que «nos hemos de deshacer de la fascinación por este núcleo de significación, por el “significado oculto” del sueño —es decir, por el contenido encubierto tras la forma de un sueño— y centrar nuestra atención en esta forma»8.

Así pues, defiendo la propuesta zizekiana-freudiana de que lo que debe interesar es el secreto de la propia forma y no lo que presuntamente se oculta tras ella. En esa dirección, abordo las representaciones de los síntomas de la cultura encarnados en los seres monstruosos. Al fin y al cabo, el monstruo es siempre lo otro de lo humano, al igual que los animales9 y, ¿por qué no?, también los objetos. Por ejemplo: en los años cincuenta, lo «otro» de lo americano macartista se vio proyectado en las formas horripilantes y escarlatas de los marcianos de la ciencia ficción cinematográfica.

Desde el inicio de este estudio, me enfoqué en los múltiples seres a los que se les atribuyen características monstruosas10 y, con ello, se fue dejando de lado el matiz de las construcciones que se acercan más al humor y a la sátira. Debido a que las nomenclaturas que revisten lo fantástico son numerosas y contradictorias —ya que, entre otros factores11, se modifican de acuerdo con el contexto teórico—, no me adentré en el peligroso e infernal terreno de las subcategorizaciones. Explicito, por lo tanto, mi criterio formal en busca de las representaciones del monstruo y quiero dejar claro, desde este momento, que hui de la vana ambición de categorizar las diferentes manifestaciones del monstruo y de lo inverosímil para centrarme en el «protogénero de lo fantástico», el cual engloba géneros variados, como el terror y la ciencia ficción. Aun así, tuve el cuidado de presentar, a modo de estado del arte, algunos de los esfuerzos que invirtieron diversos estudiosos en su afán de establecer clasificaciones para lo fantástico y lo monstruoso, todas dotadas, no obstante, de fragilidades.

Este libro se divide en tres partes —organizadas en subcapítulos— y concluye con unas consideraciones finales. La primera parte tiene tres temas-guía: el primero se pasea por la problemática en torno al concepto y delimitación del género fantástico; seguidamente, se investiga una larga tradición en torno a los monstruos, empezando en la Antigüedad clásica y llegando hasta nuestros días. Con todo, el avance textual se realiza no solo cronológicamente, sino mediante comparaciones con formas y manifestaciones de lo monstruoso contemporáneo, además de discusiones de cariz psicoanalítico y semiótico, lo que anticipa, a menudo, algunos de mis sesgos analíticos. El tercer tema se encamina hacia la pertinencia de los estudios freudo-lacanianos en el marco del monstruo en el cine y en la literatura.

La segunda parte del libro trata específicamente de los recorridos de lo fantástico en el cine, arrancando con los espectáculos de fantasmagorías y los precines, y avanzando hasta el cine actual. También aquí se discuten, con más vigor, las dificultades clasificatorias de lo fantástico en el ámbito cinematográfico. El texto finaliza con comentarios sobre el terrorismo y el 11 de septiembre.

La tercera parte presenta los análisis de las películas estudiadas en el universo de la fantasfera. En ella, se incluyen capítulos que abordan de forma específica las cintas relacionadas. En ese momento es donde se piensan, de manera más contundente, las formas de lo monstruoso de acuerdo con la perspectiva de los síntomas culturales. Seguidamente, las consideraciones finales señalan el esfuerzo de síntesis de todo el estudio desarrollado alrededor del monstruo y de lo monstruoso.