Todos los monstruos de la Tierra

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De bestiarios y monstruos



Tras pasear por los estudios de los teóricos anteriores, llego a una breve discusión sobre mi elección del término «bestiario», central en este libro: viene a sumarse a mi interés de, por un lado, estudiar y, por otro, referenciar configuraciones del pasado y de otros pueblos sobre seres fantásticos, pues, en el «mundo de la palabra» —la logosfera—, no hay barreras temporales o espaciales. Por eso, me siento libre para, en mis enfoques, tratar de obras cinematográficas y literarias de varias épocas y países. Junto a la esfera amplia y aglutinante de los bestiarios, también me propuse discutir sobre los «monstruos» y el sentido de lo «monstruoso».



Etimológicamente, la palabra «monstruo» proviene del latín monstrum, evolucionando en francés antiguo a monstre y en inglés medio a monster, que originalmente significaba «mal presagio divino», un «mal augurio». El término también se relaciona con los verbos latinos monstrare, «mostrar», como una «señal» o «mensaje divino», y monere, «advertir», «prevenir»; en esa última acepción, generalmente sobre algo desastroso vislumbrado de forma prácticamente profética58. Como comentó Magalhães59, un monstruo, en varias épocas y lugares, siempre tiene algo o alguien que mostrar, que servirá para revelar el producto del vicio y de la falta de razón en la forma de un aviso (monere), ya que monitum es un aviso oculto de la naturaleza que los hombres han de adivinar.



El lector se dará cuenta, a lo largo de este capítulo, de que el monstruo fue adquiriendo sentidos y formas diversas con el paso de los siglos. En la mitología clásica, estaba formado por partes o por seres diversos. Era también fruto de la multiplicación desmedida, trayendo consigo ya uno de los principios de la teratología: un monstruo como aquello que excede (tanto de más como de menos). En el Nuevo Mundo, los seres monstruosos se sumarían a un complejo cultural que unió la tradición europea clásica y medieval con lo exótico oriental y africano, juntándolos a la imaginación autóctona de América. Y, mientras en el Renacimiento un monstruo era objeto de especulaciones cósmicas, en el siglo XVIII, estará vinculado a conflictos religiosos y morales. En cambio, desde el XIX en adelante, vendrá asociado a lo teratológico de la ciencia y extenderá sus reflejos ampliamente hacia cuestiones problemáticas ligadas al cuerpo humano.



En la contemporaneidad, se puede considerar que el cine ha bebido bastante de la fuente fértil de lo monstruoso y de lo teratológico, haciendo revivir criaturas que nunca han estado totalmente adormecidas o exterminadas, ofreciendo a pléyades de espectadores los «divertidos» pavores de lo oculto: vampiros, hombres lobo, seres extraterrestres, asesinos en serie, criaturas tectónicas, monstruosos causantes de catástrofes, epidemias de toda clase, zombis y muertos vivientes en profusión, animales descomunales, mutantes y proteiformes60. Ese conjunto, como dije, representa una especie de bestiario, en el sentido más amplio de la palabra, que se propaga por las culturas de los pueblos hodiernos, alimentado por el cine y por otros soportes.



A continuación, presento mi «arqueología de los monstruos», en la que abordo el monstruo en diversos periodos históricos y concepciones, hasta llegar a la época contemporánea.






Monstruos en el mundo antiguo



La multiplicidad de monstruos de la Edad Antigua mercería un estudio extenso y específico. Se pueden recorrer desde las civilizaciones orientales hasta los márgenes fértiles del Nilo, o la cuna mediterránea de varios pueblos. Aun así, sería una tarea hercúlea. Por eso, para adecuarme a la extensión de este libro, he seleccionado algunas criaturas que considero representativas, por un lado, de lo aterrorizante que poblaba el pensamiento clásico y, por otro, de su coincidencia con las características contemporáneas de la monstruosidad. Dichas criaturas pueden considerarse fomentadoras de mitos que completan la lista de los grandes seres primordiales —poseedores de una pluralidad sígnica realmente desafiante—. No obstante, en el transcurso del texto, señalo y referencio criaturas de épocas anteriores, posteriores y de otras civilizaciones, siempre que estas se muestren pertinentes a la discusión planteada.






Polifemo y Escila: matrices de la monstruosidad clásica



Como matrices de muchas narraciones, sitúo en el centro de esta explanación la figura masculina de Polifemo y el personaje femenino de Escila, una horrible pareja que colaboraba con los suplicios del valiente Ulises (u Odiseo). Ambos forman parte de la fantasía de la devoración y de la deglución, la cual expongo mejor en el punto «Érase una vez un coco».



La importancia de los dos monstruos griegos, según la investigadora Marina Warner61, está en su fuerza simbólica, que nutriría a la literatura y a otras formas artísticas.



Polifemo, con relación a Escila, parece haber tenido una participación más notable en la obra de Homero y sufrió unos reveses que jamás le sucederían a su terrible correspondiente femenina. En su condición de cíclope pastor de ovejas, hijo de Poseidón y de la ninfa Toosa, asumió el prototipo de gigante caníbal. Vivía solitariamente en una cueva cercana a Sicilia, muy cerca del Etna, según el Canto IX de La Odisea. A pesar de la existencia de otros cíclopes en su región, todo apunta a que tenía predilección por vivir como un ermitaño. Su tranquila existencia se vio interrumpida cuando Ulises y sus navegantes desembarcaron en la isla de los Cíclopes en busca de alimentos para continuar el largo viaje de Troya hasta sus hogares. Entraron en la cueva de Polifemo sin saberlo y se quedaron atrapados dentro cuando el monstruo taponó la entrada con una enorme roca. La peripecia de los aventureros se saldó con la baja de varios hombres que, descubiertos por el gigante, fueron devorados de dos en dos. Ulises urdió un plan para escapar y le ofreció vino a la criatura, que, al preguntar quién le daba la bebida, obtuvo como respuesta: «Nadie». Embriagado, Polifemo cayó dormido y los hombres aprovecharon para clavarle una lanza en el ojo, dejándolo ciego. Acto seguido, huyeron. Polifemo, desesperado, empezó a gritar que «Nadie le había dejado ciego» pero, debido a ese malentendido lingüístico, los demás cíclopes de la isla no le dieron importancia. Después, el monstruo le pidió a su padre, Poseidón, que castigase a Ulises y maldijese a los griegos, lo que el gran dios de los mares hizo durante todo el resto del viaje. En la Eneida, de Virgilio, Libro III, los troyanos llegarían a la isla de los Cíclopes pocas semanas después de que Ulises y sus hombres hubieran partido y también serían mal recibidos por Polifemo que, incluso estando ciego, intentaría agarrar los barcos. También estaban las versiones de Dictis Cretense y de Ovidio; la de este último consta en su Las metamorfosis, Libro XIII. Lo que me interesa aquí, más que recordar la trama de las epopeyas, es pensar en lo que el famoso pasaje de Ulises dentro de la cueva puede asemejarse a las artimañas, por ejemplo, de Pulgarcito62 y de Jack, de Jack y las habichuelas mágicas63, y de tantos otros héroes emblemáticos de los cuentos de hadas de la era moderna y contemporánea. La figura del gigante se repetirá en otras muchas historias y, posiblemente, Polifemo tendrá sus correspondientes en las figuras de los ogros de los relatos boreales o, incluso, en el terrible gigante aislado en las nubes del cuento de Jack. Enclaustrado en su castillo, el monstruo reproducirá varias veces su grito quejumbroso por comida y sangre: «Fee, Fie, Fo, Fum», extravagancia verbal que fue adaptada en cuentos de hadas contemporáneos.



Los gigantes atraen el interés humano desde hace mucho tiempo: por ejemplo, la especie de primate más grande ya encontrada es el gigantopithecus, del periodo de Pleistoceno, que habitó casi toda la región oeste del continente asiático. Tenía cerca de tres metros de altura y pesaba entre 300 y 500 kilos, el doble o el triple que los gorilas de ahora. La medicina tradicional china usaba muy a menudo sus dientes fósiles. Los gigantes también pueblan la tradición bíblica, representados por una extraña raza que existió antes del presunto diluvio, mientras en las culturas árabes encontramos la figura enorme de los genios denominados djinns. El psicoanalista Marcio Peter de Souza Leite comentó que, según el apócrifo Libro de Enoc, «los ángeles caídos aparecieron en la tierra y se casaron con mujeres, lo que dio inicio a una raza de gigantes»64. En la genealogía de la ciudad de Londres, aparece la figura mítica de un par de gigantes protectores, Gog y Magog, cuyas imágenes desfilan por las calles en una fecha conmemorativa. Por su parte, san Cristóbal, el popular patrón católico de los viajeros, es representado algunas veces cinocéfalo y caníbal —por influencia pagana—, y gigantesco, transportando sobre sus hombros a un niño que, simbólicamente, sería el propio Salvador (de donde viene el nombre Cristóbal, «el que lleva a Cristo»).



La atracción por los colosos es, de facto, bastante larga. Durante mucho tiempo, osamentas de animales prehistóricos se consideraban la prueba de la existencia de gigantes y cíclopes, los cuales se asociaban a las razas preadámicas. En el año 758, se halló un esqueleto gigantesco en la región de Bohemia, en el corazón de Europa, mientras que, en el siglo XIV, se creyó haber encontrado, en Sicilia, los vestigios del temido Polifemo. En ese hallazgo, con estimaciones basadas en tibias de ocho metros, se afirmó que el gigante sostenido por poderosos huesos tendría 34 metros de altura. En 1342, también en Sicilia, se alardeó nuevamente del reencuentro de Polifemo, esta vez presentando más de cien metros. Tomando como base su cráneo, se supuso que tenía, en efecto, un solo ojo. Sin embargo, el quizá más famoso de los gigantes fue el que acaparó las curiosas miradas en la Francia de 1613. Fue descubierto en un castillo en ruinas, donde yacía un esqueleto con más de ocho metros de altura. A su lado, había una piedra con la inscripción Teutobochus Rex, alusiva al legendario rey Teutoboco, que habría derrotado a los romanos en la Galia. Tras causar mucho alboroto entre los nobles europeos, se constató que se trataba simplemente de huesos de elefante. Después, se confirmó que, en realidad, eran restos de un mastodonte. Como en los paquidermos, las aberturas nasales se asemejaban a una cavidad ocular central y eso provocó que se confundieran con los esqueletos de supuestos cíclopes.

 



La gigantomanía se hizo tan fuerte desde la Edad Media que las catedrales del Viejo Continente solían exhibir enormes huesos colgados, ya que la religión se valía muy bien de las ideas fundamentadas en relatos del Antiguo Testamento sobre los hombres muy grandes: «Había gigantes en la tierra en aquellos días y también después de que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre»65. El investigador Jan Bondeson escribió sobre algunas de esas ideas mitológicas:



Los gigantes recorrieron la tierra hasta que el diluvio la libró de ellos. Según algunos teólogos medievales, el único propósito del diluvio fue castigar a esas criaturas monstruosas; Dios consideró que valía la pena destruir a toda la creación con tal de librarse de ellas. Este elevado precio parece haber sido aún más alto si consideramos que el Viejo Testamento también menciona la existencia de varios gigantes posdiluvianos. Moisés destruyó a algunos de ellos hasta que, al final, solo quedaba uno de los viejos gigantes, el rey Og de Bashan. Se decía que tenía tres mil años de edad ; había sobrevivido al diluvio vadeando junto al arca; el agua solo le llegaba a las rodillas. Cuando tuvo hambre, lanceó una ballena y la asó cerca del Sol66.



Contaba una leyenda que el fémur de Og tenía 80 kilómetros de anchura, lo que sirvió, tras su derrota, de puente para que el pueblo de Dios pasara. Comparado a ese coloso, el temido Goliat, con 3,22 metros, según la Biblia67, proveniente de una tribu de seres gigantescos y malvados, era muchísimo más pequeño. También hubo algunas hipótesis de que Noé y su prole eran bondadosos gigantes. Bondeson recuerda que la gigantología era corriente en la Europa de mediados del siglo XVIII gracias a un superventas de la época, Mundus subterraneus, del sacerdote Athanasius Kircher68. El libro versaba sobre todo lo relacionado con el interior del suelo y contenía una ilustración de varios gigantes. La gigantología también la investigó el académico francés M. Henrion, que reflexionaba sobre el declive de la estatura humana desde la creación divina: Adán tendría más de 40 metros; Eva, 39, Noé, casi 34, Abraham, 4,26 metros, mientras que Hércules y Goliat tenían la misma estatura, es decir, 3,35 metros. Henrion decía que los antiguos escritores rabínicos afirmaban que Adán era capaz de penetrar el cielo cuando se erguía y que, si abriese los brazos, tocaría los dos polos del planeta con los dedos.



Según dichos escritos, los ángeles se atemorizaron mucho al ver a este monstruo, y persuadieron a Dios para que lo redujera a un tamaño más apropiado, 9 metros de altura; Adán conservó esta altura hasta que comió de la fruta prohibida. M. Henrion consideraba la inevitable reducción del tamaño de la raza humana como un castigo divino y creía que si esa disminución no hubiera sido más lenta por el firme progreso del cristianismo entre los paganos, sus contemporáneos serían tan pequeños como pulgas y toda la Academia Francesa habría podido sesionar en una cajita de rapé69.



En el siglo XVIII, empieza el desinterés por la gigantología; no obstante, los religiosos jesuitas siguieron siendo sus principales defensores, insistiendo en vagas afirmaciones del Viejo Testamento sobre criaturas gigantescas.



Curiosamente, el ojo único del cíclope original en La Odisea no fue descrito por Homero, sino que aparecerá en las esculturas griegas del siglo VI a. C.: sin pupila ni iris, parece un gran orificio entre dos párpados que parecen labios —una boca famélica, tanto facial como vulvar—. Muchos monstruos ancestrales presentan, por tanto, la fuerza de la amenaza de la castración, otro tema muy recurrente en mitologías diversas. Varios de ellos son básicamente una polimorfia de orificios pulsionales, envueltos por sus respectivos bordes.



En cuanto a la terrible Escila, ¿de dónde habría surgido? Polifacética, escurridiza y tenebrosa, cuando se deja ver en las narraciones mitológicas siempre viene con una plétora de monstruosidades junto a su horripilante anatomía. En la Teogonía, de Hesíodo (siglo VIII a. C.), que fue el primero en sistematizar los antiguos mitos de la creación, Escila pertenece a una vasta prole de monstruos que nacieron de la unión de la tierra (Gea) con el mar, el agua primordial (Ponto). Pero, en otras teogonías, es hermana de Medusa y de las demás gorgonas (Esteno y Euríale), o surge de Forcis y Ceto, hijos de Gea y Ponto. Ceto era la representación de todos los peligros del mar, en especial de las ballenas, de los grandes tiburones y de toda suerte de monstruos marinos. Forcis y Ceto también fueron padres de las tres Grayas (Enio, Pefredo y Dino), las hermanas más mayores y más tranquilas de las gorgonas, las cuales compartían un único diente y un único ojo.



Según la mitología, Escila prefería vivir en el estrecho de Mesina, entre Sicilia e Italia. A pesar de su lindo torso femenino, alrededor de su cintura había seis cabezas de serpiente con tres hileras de dientes y un círculo de doce perros, que le avisaban cuando un barco se acercaba. De acuerdo con Homero, en La Odisea, Escila —que significa «perra»— era hija del río Crateide, mientras que, en otra tradición griega, ella estaba relacionada con Caribdis, también un monstruo marino, que habitaba el otro lado del estrecho de Mesina. O podría ser hija de Forcis y Hécate o de Lamia o, incluso, de Tifón y Equidna.



Canina y marina a la vez, Escila tenía cabezas que gañían como cachorros y no como su hermano mastín, Cerbero. «Escila es, así, una hembra maldita tanto por el género como por la apariencia, e infantil en su discurso sin palabras»70. Con ese murmullo, que tal vez reproduzca un sentimiento de desamparo, seduce al incauto y nos hace recordar el bello poema de John Keats, «La belle dame sans merci» , escrito en 1819, en el que un caballero se apasiona por un hada, convirtiéndose en su melancólico amante. En cierta parte de la balada, el caballero se queda dormido en la «gruta encantada» donde habitaba su dama y llega a besarle sus ojos tristes, seducido por un dulce plañido, un sweet moan. Con todo, no se debe olvidar que Escila es la propia imagen del femenino insaciable —la «abominable dama» (Loathly Lady) de la tradición arturiana—, maldecida por la fealdad animal, más sutilmente presente en el «The Wife of Bath’s Tale» , de Geoffrey Chaucer, que le concede libertad de elección a la mujer como garantía de la felicidad de la pareja. O, asimismo, puede estar en el nivel de otras mujeres maldecidas con la falta de belleza física por alguna hada malvada, como Laideronnette, la heroína del cuento de hadas «Serpentin vert» , de la escritora francesa Marie-Catherine d’Aulnoy.



Para finalizar este tema, trato brevemente de la amorfa, inconstante y heterogénica Quimera descrita tanto por Hesíodo como por Homero, hermana de Escila. La palabra «quimera» pasó a significar, desde el Renacimiento en adelante, todo aquello que era de origen ilusorio. La residencia mítica de este monstruo era la región de Licia, en Turquía, y podría ser el resultado de la unión de Equidna —mitad mujer, mitad serpiente— y el gigantesco Tifón. Otras veces, presentaba la cabeza y el cuerpo de león y dos cabezas más —de cabra y dragón, que podrían ser igualmente de cabra y serpiente—. Su destino parece repetir el de los demás monstruos míticos: ser muerto por un héroe; en este caso, Belerofonte, montado en Pegaso. Acerca de la Quimera, Jacques Derrida escribió:



Khimaira, ya lo sabemos, ese nombre propio designó un monstruo que escupía fuego. Su monstruosidad se debía a la multiplicidad, justamente, de los animales, del animote en él (cabeza y pecho de león, entrañas de cabra, cola de dragón) . Equidna, el nombre común , significa serpiente, más precisamente víbora y, a veces, figuradamente, mujer pérfida, una serpiente que no se podría encantar ni hacer erguirse al son de una flauta. Es también el nombre, equidna (echidna en inglés), que se da a un animal muy singular que solo vive en Australia y Nueva Guinea. Tenemos un mamífero ovíparo, por lo tanto, e insectívoro, monotrema también71.



Descartes también se refirió a la Quimera, pero se olvidó de una parte de su zoología híbrida: justo la viperina, aquella del trasero, vinculada al mal y al pudor. El filósofo permaneció solamente con las contribuciones del león y de la cabra. Para Warner:</