Buch lesen: «Francisco, pastor y teólogo»
PRÓLOGO
Los días 12 a 14 de noviembre tuvo lugar en la sede del Ateneu Universitari Sant Pacià (AUSP), de Barcelona, el congreso internacional dedicado al análisis y visión de «La aportación del papa Francisco a la teología y a la pastoral de la Iglesia».
Con la publicación de todas las intervenciones de aquellos días se ponía de relieve no solo el carácter indiscutiblemente internacional de la figura del papa Francisco, sino el deseo de entrar en una mayor comprensión y recepción de sus intuiciones teológico-pastorales. Como podrá observarse en el mismo título del congreso, hablamos de «aportación», esto es, de la contribución que el papa ofrece con su magisterio a incrementar, por un lado, el progreso, léase, el despliegue y el desarrollo de sus propias intuiciones heredadas de su propia biografía, recibidas y vividas en la tradición de la Iglesia. Se trata de agudizar nuestra capacidad de observación para descubrir propiamente los retos del presente y las urgencias evangelizadoras de este cambio epocal. Por otro lado, se subraya la estrecha relación entre el campo de la reflexión y el de la acción, teología y pastoral. El papa Francisco es un hombre lleno del Espíritu –y, por tanto, lleno de intuiciones– que no hacen de la pastoral algo cercano a la improvisación ni hacen de la teología un sistema cerrado o completo en sí mismo.
La capacidad de lectura de la realidad es aguda, precisa, sesgada inicialmente por la propia trayectoria vital, pero complementada por esos ya siete años y algo más de su pontificado. El deseo de relación de diversos datos y realidades humanas marcadas por la esperanza, pero también el dolor del inocente, hacen de estas intuiciones un atento aviso a no construir la reflexión y comprensión de la realidad humana desde lo alto, desde lo abstracto. Pero, a su vez, el Espíritu es quien interpela a vivir cada instante desde la confianza en Dios y desde la esperanza, que no es huida del presente, sino recepción y aceptación de él. Y es este mismo Espíritu de Dios el que permite crecer en el ejercicio del discernimiento, a través de momentos de desolación y de consolación. Hoy, como siempre, y por eso la insistencia del papa Francisco, pastor de pastores, es necesario crecer en la intención y la capacidad de «abrir los ojos» ante la realidad, tal como se manifiesta, y reducir la distancia entre lo creído, lo esperado y lo vivido.
Ese deseo se traduce en una aportación significativa, comprensible y cercana, potenciando en el proceso evangelizador una escucha atenta, activa, y una sensibilidad generosa y creíble. Actitudes de gran exigencia espiritual que los ponentes del congreso vivido en Barcelona tuvieron la capacidad de recoger y transmitir de manera diversa, complementaria y rica en datos biográficos del Bergoglio de Buenos Aires y del Francisco de Roma, que, sin ser un antes y un después, marcan una trayectoria muy clara y definida hacia el deseo evangelizador de nuestro mundo. Los mismos ponentes fueron quienes alcanzaron a los asistentes con sus propias reflexiones, para poner de relieve términos no complejos, pero sí llenos de referencias en la misma tradición eclesial, para ahondar en esas intuiciones convencidas y convincentes del mismo Francisco. Nos referimos a términos tan oídos como deseables para nuestra vida eclesial y nuestra renovación misionera: alegría, santidad del pobre, discernimiento, pueblo fiel de Dios, misericordia, conversión misionera, piedad popular, sinodalidad, María...
El congreso se desarrolló en tres días, con tres bloques diferenciados. A la manera de un retablo barroco, se empezó contemplando el panel central, «La Iglesia, principio de unidad del género humano», con las aportaciones, y por este orden, del cardenal Luis F. Ladaria, precedida de las palabras inaugurales del cardenal de Barcelona J. J. Omella, siguiendo con el cardenal de Bolonia, M. Zuppi, y los profesores M. Bofarull, religiosa del Sagrado Corazón de Jesús, y el biblista y rector del AUSP, A. Puig i Tàrrech. El segundo panel se centró algo más en la aportación de los subrayados teológicos, «Una teología en el corazón de la vida y del mundo», con las intervenciones del cardenal W. Kasper, el arzobispo J. Planellas, los profesores M. Gronchi y C. M. Galli, y el laico A. Tornielli, para finalizar con el profesor P. Xalxo. El tercer y último panel de nuestro retablo focalizó su deseo en exponer las intuiciones pastorales de Francisco, «Dios habita en la ciudad», con las aportaciones de J. Mbarga, arzobispo de Yaundé, el obispo F. Anthony Machado, de Vasai, la profesora C. Cornielle, de Boston, el obispo A. González Montes, de Almería, y el cardenal C. Osoro, de Madrid. Cada una de las intervenciones nos remite esencialmente, como podrá leerse, a las aportaciones magisteriales del papa Francisco, empezando por Evangelii gaudium hasta llegar a Querida Amazonía, pasando por todos los textos mayores, Amoris laetitia, Laudato si’, Gaudete et exsultate, Veritatis gaudium, Christus vivit, y sin renunciar a tantas otras formulaciones y referencias del día a día, destacado el ámbito homilético de Francisco y sus discursos en viajes apostólicos diversos.
Las quince ponencias, protagonizadas por hombres y mujeres, pastores y expertos, han llevado a término una síntesis del pensamiento y acción del papa Francisco, y estas actas, publicadas en español, catalán e italiano, no son sino una aportación más, indiscutiblemente necesaria para posteriores análisis.
Agradecemos el trabajo de organización y gestión realizado desde el equipo de secretaría del AUSP, Begoña Palau, Adela Serra, Dolors Cerdán, Cristina Godoy, así como al equipo de comunicación durante los días del congreso, Óscar Bardají, Montse Rovira y Jordi Massegú. Que la publicación de estas actas sean el estímulo para recentrar en todo momento y en todo lugar la misión de la Iglesia en este mundo nuestro, obra de Dios.
DANIEL PALAU VALERO
director de la Cátedra de Teología Pastoral
«Arquebisbe Josep Pont i Gol»
INAUGURACIÓN DEL CONGRESO
«LA APORTACIÓN DEL PAPA FRANCISCO
A LA TEOLOGÍA Y A LA PASTORAL DE LA IGLESIA»
Mons. JUAN JOSÉ OMELLA
Barcelona
Señores cardenales, señor arzobispo de Tarragona, arzobispos, obispos, ponentes, profesores y profesoras, alumnos y alumnas del Ateneu Universitari Sant Pacià, hermanos y hermanas:
Es un honor para nuestro Ateneo y para mí mismo tener entre nosotros personas venidas de todo el mundo para reflexionar sobre el pensamiento del papa Francisco y su praxis. El estrecho vínculo entre teología y pastoral caracteriza su ministerio al servicio de la Iglesia católica. Este servicio se ensancha e incluye a las Iglesias hermanas y a las comunidades eclesiales, a las religiones mundiales, empezando por el judaísmo y el islam, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El pontificado del papa Francisco, obispo de Roma, no se limita a la Iglesia católica, que encuentra en él el principio de la unidad y de la comunión, sino que posee un alcance universal.
En un mundo caracterizado por la disolución de las utopías, por la falta de visión y por un dominio creciente del «yo» sobre el «nosotros», el papa Francisco instaura una forma de actuar en la que se reconocen muchos habitantes del planeta. Son, sobre todo, los que habitan en la periferia los que han visto y ven en él a alguien que los defiende y que los representa ante los poderes fácticos de la política y la economía.
Vivimos en unos tiempos de repliegue identitario, en el que proliferan los populismos y fundamentalismos intransigentes. Muchos están convencidos de que es necesario levantar muros y reforzar fronteras, sobre todo mentales. Quienes razonan y actúan de esta manera hacen un flaco favor a la humanidad, ya que evitan que se construya un mundo más fraterno que promueva la comunión entre personas y culturas. En cambio, el papa Francisco propone con tenacidad encomiable un modelo personal y social abierto, en el que el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece por encima del conflicto, la realidad es más importante que la idea y el todo es superior a la parte, como afirma él mismo en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, el documento programático de su pontificado (EG 217-237).
No es, pues, casual que el papa Francisco imagine una Iglesia dispuesta a salir, que no esté encerrada en sus esquemas y su confort, en el «siempre se ha hecho así» y en la desconfianza hacia el mundo. El papa Francisco sueña con una Iglesia que abra procesos y que no se refugie en la búsqueda de seguridades. Una Iglesia que es madre y habla al corazón de sus hijos, los que viven heridos o quedan olvidados en medio de las múltiples coyunturas de un mundo complejo. El papa Francisco habla al corazón de la gente con un lenguaje directo y personal, cargado de imágenes y sugerencias, y emplea expresiones que provienen de la vida de cada día, como hace Jesús en sus parábolas. De hecho, el lenguaje metafórico consigue hablar más acertadamente de Dios y de su Reino.
Pero el papa Francisco también habla con los gestos. Habla con el abrazo a los nuevos leprosos de nuestro tiempo. Habla con su atención a los jóvenes, que son a menudo ovejas sin pastor. Habla con sus visitas a los países periféricos, de donde provienen tantos emigrantes y refugiados que llaman a la puerta de las sociedades ricas. Habla con su atención a los enfermos y a los que son víctimas del comercio y trata de personas. Habla con su preocupación por los «sin techo», empezando por los que están cerca del Vaticano. La Iglesia es madre de misericordia y amiga de los pobres, y no puede marginar de su círculo de afecto a ningún excluido ni descartado. El papa Francisco nos recuerda que nadie sobra en la Iglesia de Dios, porque, como dice la carta a los Efesios, hay «un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos» (Ef 4,6). La profecía del papa Francisco se extiende a la humanidad entera, sin discriminación de personas o, mejor dicho, discriminando positivamente a aquellos que Jesús proclama bienaventurados en el Sermón de la montaña (Mt 5,1-12) y llama «mis hermanos más pequeños» en el juicio final (Mt 25,40).
El núcleo de este congreso es la teología y la pastoral, consideradas como un todo, en el magisterio del papa. El pensamiento del papa Francisco no es solo teológico ni puede ser calificado solamente de pastoral. Se trata de un pensamiento unificado, cohesionado, que no se siente cómodo con una «teología de escritorio» (teologia da tavolino), encerrada en una especulación realizada al margen de la historia, sino que quiere ser una «teología de rodillas» (teologia in ginocchio), llena de experiencia y vigor espirituales. El papa Francisco es un papa que se mantiene sólidamente arraigado en la doctrina de la Iglesia como primer guardián de la fe. Y al mismo tiempo es un papa que no puede dejar de dar una respuesta a las urgencias pastorales que se presentan en la Iglesia, sensible a las situaciones y circunstancias que provocan sufrimiento a muchas personas y piden una curación.
El papa Francisco hace teología desde la realidad, que él lee a la luz de la Palabra y la Tradición, valiéndose del rico tesoro magisterial de la Iglesia, al que él contribuye con su ministerio de obispo de Roma. Y, al mismo tiempo, el papa Francisco hace pastoral desde la teología, ya que la vida no puede ser nunca banalizada ni mediatizada, sino que debe ser interpretada a la luz del misterio divino, del designio del Padre, la donación del Hijo y la comunión del Espíritu Santo.
Las verdades de la fe, por tanto, no son un cuerpo hermético que solo habría que repetir, sino las expresiones normativas de un sentido creyente que atraviesa todo el pueblo santo de Dios y que deben ser jerarquizadas, interpretadas y explicadas según los contenidos de las mismas verdades. Por otra parte, como dijo el teólogo Karl Rahner, la pastoral no es solo una disciplina aplicativa, sino que es una dimensión teológica de la teología. Por ello, como se afirma en el proemio de la Constitución apostólica Veritatis gaudium, no hay teología, no hay pensamiento cristiano sin diálogo con la filosofía, las ciencias humanas y experimentales, las religiones y las artes.
El papa Francisco inicia el segundo posconcilio, es decir, aquella fase de la historia de la Iglesia en la que hay que asumir de manera nueva, en el marco de un más que notorio cambio de época, la relación Iglesia-mundo. Esta relación fue una de las puntas de lanza del Concilio Vaticano II y, en las diócesis con sede en Cataluña, del Concilio Tarraconense de 1995. Los siete años de pontificado del papa Francisco, que se cumplirán, si Dios quiere, en marzo de 2020, permiten verificar que el papa ha sido el impulsor de una nueva manera de ejercer el ministerio petrino. La reforma de la Iglesia no se visualiza necesariamente en determinadas decisiones, casi mediáticas, sino que se practica, sobre todo, mediante una nueva sensibilidad que debe atravesar todo el cuerpo eclesial y que se podría concretar en tres expresiones, centrales en el pensamiento del papa: «misericordia», «conversión pastoral y misionera» y «diálogo con todos».
Hago notar que, en cierta manera, estos tres ejes se corresponden con las tres partes de nuestro congreso: la Iglesia, articulada sinodalmente, como pueblo santo de Dios, madre de misericordia y amiga de los pobres (primer día); el Evangelio de Cristo, propuesto y comunicado en el corazón de la vida, fuente de conversión tanto del hombre como de la creación (segundo día); el diálogo como instrumento esencial de una Iglesia profética, construida desde las periferias y dócil a la libertad del Espíritu, que promueve el desarrollo humano integral y la cultura de la paz, y que construye el futuro del mundo, atenta a los demás cristianos y a las otras religiones (tercer día). Así pues, la misericordia como camino de la Iglesia, la conversión pastoral y misionera como manera de vivir el Evangelio y el diálogo sin fronteras como instrumento privilegiado para la construcción del mundo son las tres vías que proponemos como guía de nuestra reflexión en torno al pensamiento teológico-pastoral del papa Francisco. Y todo eso envuelto o bañado por la alegría, que es manifestación de la esperanza.
Los retos de nuestro tiempo son enormes. Las nuevas tecnologías acentúan la aparición de un mundo interconectado en el que la persona estará cada vez más relacionada mediante la Red, pero, a la vez, experimentará con más agudeza la propia soledad, agravada por el anonimato y la explosión del mundo virtual. Por otra parte, la nanotecnología y la física cuántica, las técnicas de «mejora» humana y la robótica, la neurociencia y la inteligencia artificial llevan a imaginar un mundo cada vez más tecnificado y a la vez más vulnerable.
El magisterio del papa Francisco se sitúa a nivel de las preguntas fundamentales sobre el sentido, las condiciones y las expresiones de la vida humana y de la creación. La misericordia evangélica como principio de las relaciones interpersonales y el diálogo con todo el mundo como instrumento para fijar el alcance y el «peso ético» de las innovaciones constituyen dos elementos de gran interés para el mundo que está llegando. El papa Francisco mira al futuro con una mirada de fe y de amor, cuya clave propositiva es la alegría del Evangelio. Esta mirada, que todos queremos compartir, preserva a la Iglesia del miedo y de la autorreferencialidad, y constituye una invitación a ir al encuentro de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo con una palabra de esperanza.
Esta es la esperanza que despierta en los discípulos la aparición de Jesús el día mismo de su resurrección (cf. Jn 20,19-29). Los discípulos han decidido cerrar las puertas del lugar donde se encuentran, se han aislado del mundo, dominados por el miedo. Les parece que no tienen salidas. El mismo miedo les atenaza y los hace ser autorreferenciales. Pero Jesús les saca de la confusión y de la angustia ante el futuro, los libera de un sentimiento que los inmoviliza. Se hace reconocer por ellos y les pone ante los ojos un proyecto grandioso: les da su paz para que sean hombres y mujeres de paz, les da el Espíritu recreando el aliento primordial y los envía a la misión confiándoles el perdón y la misericordia.
Queridos asistentes, quisiera agradeceros la participación en este congreso sobre el papa Francisco por lo que representa de adhesión y afecto a la persona de quien preside la Iglesia y las Iglesias en la caridad. El papa es y se siente un pastor a quien el Señor ha encargado guiar a su rebaño y dirigirse por igual a otras ovejas que no son de este redil, pero que también escucharán la voz de Jesús, y así habrá un solo rebaño y un solo pastor (cf. Jn 10,16). Este es el sueño de la unidad de la familia humana, que marca igualmente los primeros compases de la Constitución conciliar Lumen gentium.
Hemos querido visibilizar la proyección universal de nuestro congreso invitando a ponentes provenientes de América del Norte y del Sur, de África, de Asia y de Europa, sobre todo de Roma. Agradecemos hoy, de una manera especial, la presencia entre nosotros del cardenal Luis F. Ladaria, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Agradecemos también la participación de todos los pastores y los expertos que hablarán en este congreso. Pertenecen en gran parte a diversas instituciones académicas que han querido unirse oficialmente a este encuentro. Me refiero a la Pontificia Universidad Gregoriana, al Boston College, a la Universidad Católica Argentina (Buenos Aires) y a la Universidad Católica de África Central (Yaundé) –cuyo Gran Canciller, el arzobispo Jean Mbarga, se encuentra entre nosotros–. Saludo igualmente con afecto a los obispos de las diócesis con sede en Cataluña aquí presentes, miembros del Consejo del Gran Canciller de nuestro Ateneo.
Este congreso constituye una ocasión para escuchar voces diversas, armónicamente conjuntadas, exponiendo e interpretando los primeros siete años de pontificado del papa Francisco y explorando las rutas que el papa ha abierto. Este es uno de los méritos de esta reunión académica, de impronta netamente pastoral, que se propone construir una síntesis teológico-pastoral sobre el pensamiento y la acción del papa Francisco.
UNA IGLESIA EN COMUNIÓN Y SINODAL
Mons. LUIS F. LADARIA
Roma
Introducción
Decía Pablo VI que existe siempre «un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia –tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como esposa suya, santa e inmaculada (Ef 5,27)– y el rostro real que hoy la Iglesia presenta: fiel, por una parte, con la gracia divina a las líneas que su divino Fundador le imprimió y que el Espíritu Santo vivificó [...], pero jamás suficientemente perfecto, jamás suficientemente bello, jamás suficientemente santo y luminoso como la querría aquel divino concepto animador. Brota, por tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación» 1. En esta renovación y reforma ha jugado un papel fundamental, como se sabe, el Concilio Vaticano II, y en la aplicación de este evento eclesial ha tenido un gran peso tanto el pontificado de Pablo VI como el de sus sucesores. Encontramos al papa Francisco en el surco de estos esfuerzos de renovación de la Iglesia.
Hay, sin embargo, un aspecto específico de este pontífice que lo distingue de los inmediatamente anteriores: es el primer papa posconciliar que no participó en el Vaticano II. A la vez hay que decir que se trata de un papa conciliar. Las Constituciones Lumen gentium y Gaudium et spes están constantemente en sus palabras. La «orientación de la Iglesia hacia una nueva etapa evangelizadora», de la que se habla en su programática Exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG 17), se desarrolla «sobre la base de la doctrina de la Constitución dogmática Lumen gentium». Junto a esto, conviene añadir inmediatamente que no estamos ante una mera repetición de los textos conciliares, sino de una nueva fase de recepción de los mismos 2. Es sabido que la eclesiología posconciliar ha conocido diversos vaivenes, no libres de extremismos, particularmente respecto al modo de entender la Iglesia pueblo de Dios. Con Francisco se ha retomado con fuerza esta imagen, pero en gran armonía con la eclesiología de comunión, la cual fue calificada en el Sínodo de obispos de 1985 como «la idea central y fundamental de los documentos conciliares» 3.
Por otra parte, y en continuidad con lo anterior, en el magisterio de Francisco emerge más de un elemento implícitamente contenido en el Vaticano II, pero desarrollado ahora plenamente a la luz de lo entonces explicitado. Es este el caso de la sinodalidad de la Iglesia.
En esta intervención me propongo poner de manifiesto la compenetración de la noción de Iglesia pueblo de Dios con la eclesiología de comunión (primera parte), sus consecuencias respecto a la componente cultural de la imagen «pueblo de Dios» y respecto al sensus fidei (segunda y tercera parte), la raigambre de la sinodalidad de la Iglesia en el capítulo II de Lumen gentium (cuarta parte) y algunas consecuencias de esta hermenéutica (quinta parte), con lo que concluiremos estas reflexiones.
1. La Iglesia, misterio de comunión y pueblo de Dios
No se puede dudar sobre la centralidad que la categoría «pueblo de Dios» tiene en el pensamiento del papa al hablar de la Iglesia. Más exactamente, él mismo ha declarado que «la imagen de la Iglesia que más me gusta es la del santo pueblo fiel de Dios. Es la definición que uso frecuentemente, y es la que encontramos en el Vaticano II (LG 12). La pertenencia a un pueblo tiene un fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenecer a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se realizan en la comunidad humana» 4.
Esta especial sintonía con la Iglesia pueblo de Dios viene de lejos y hunde sus raíces en la «teología del pueblo», característica de su tierra natal, de la cual su pensamiento eclesiológico está profundamente imbuido 5. Según sus propias palabras, «evocar al santo pueblo fiel de Dios es evocar el horizonte al cual somos invitados a mirar y desde el cual debemos reflexionar. Los pastores estamos continuamente invitados a contemplar, proteger, acompañar, sostener y servir al santo pueblo fiel de Dios» 6.
Es en este punto donde se puede apreciar la especial fidelidad del pontífice a la doctrina genuina del Vaticano II, en el surco de una recepción viva que profundiza enérgicamente en lo sustancial y desarrolla lo que entonces se encontraba solo in germine. Su percepción de los contenidos del capítulo II de Lumen gentium gira sobre una noción de «pueblo» lejana de un cierto «populismo» extendido durante el período inmediatamente posconciliar, cuando el concepto «pueblo» era frecuentemente entendido en clave de lucha de clases, según una óptica marxista, o siguiendo una tendencia sociológica y democratizadora.
Lo que evita estos extremos es una aproximación y penetración de la categoría «pueblo de Dios» desde la perspectiva de la comunión. Se ha subrayado, justamente, que, en Francisco, la eclesiología del pueblo de Dios del capítulo II de Lumen gentium está bien enmarcada por la Ecclesia de Trinitate del capítulo I, sobre la Iglesia como misterio de comunión 7. Conviene recordar, en este punto, un aspecto de la génesis de este texto conciliar no siempre tenido debidamente en cuenta. Es frecuente hacer referencia a la novedad que significó la nueva ordenación de los capítulos de la Constitución durante las discusiones en el aula conciliar. De la secuencia Iglesia, misterio, jerarquía, laicos, religiosos se pasó a la secuencia definitiva misterio, fieles, jerarquía, laicos, religiosos, separando del capítulo sobre los laicos del primer esquema lo que corresponde a la general condición cristiana (fieles) y anteponiéndolo al de la jerarquía. De este modo, se hablaba primero de lo que es sustancial y común a todos y luego de las diversas categorías de fieles.
Son, en cambio, menos conocidas las vacilaciones que hubo en el aula conciliar respecto a lo que en la versión definitiva son los capítulos I y II. El conjunto de este material podría haber constituido un único capítulo; ello no se realizó simplemente porque se quiso evitar –como se lee en las actas del Concilio– que moles huius capitis nimis excresceret 8. Quedó constancia, sin embargo, de la preocupación de los padres conciliares respecto a que haec materia [el actual capítulo II] de intima Ecclesiae natura et fine separari nequit 9. Se impuso, pues, una lectura de la Iglesia pueblo de Dios a la luz de la Ecclesia de Trinitate, donde encontramos la eclesiología de comunión en su forma más sustancial. De ahí la importancia de la cita de De Dominica oratione (n. 23) de san Cipriano, al final de LG 4: «Y así toda la Iglesia aparece como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”». Lo que mantiene unida a la Iglesia-pueblo es su participación en la comunión trinitaria. Es también por esto por lo que en el texto central de Lumen Gentium, sobre el pueblo de Dios, no se deja de recordar que a «este pueblo mesiánico» Cristo «lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad» (LG 9). El pueblo de Dios, en definitiva, ha sido instituido para ser comunión.
La mencionada separación de capítulos, aunque legítima, no ha estado libre del peligro de la separación de los conceptos, abriendo las puertas a un entendimiento de la Iglesia-pueblo en paralelo con la Iglesia-comunión, llegando a veces a la divergencia. Es, por tanto, muy apreciada en el magisterio de Francisco la convergencia entre pueblo y comunión. En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, el documento programático de este pontificado, leemos: «Es el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, quien transforma nuestros corazones y nos hace capaces de entrar en la comunión perfecta de la Santísima Trinidad, donde todo encuentra su unidad. Él construye la comunión y la armonía del pueblo de Dios» (EG 117). La comunión eclesial del pueblo de Dios es así pensada como don pneumatológico.
2. Pueblo, cultura y comunión
En sintonía con la «teología del pueblo», para Francisco, el elemento cultural es determinante en la noción de pueblo 10. Más aún, es esto justamente lo que en su pensamiento se distingue del pueblo entendido sociológicamente como clase, en contraposición con el gobierno o con las clases pudientes. De ahí su especial resonancia con el contenido de GS 53 sobre la conformación de las comunidades humanas: «La cultura humana presenta necesariamente un aspecto histórico y social [...]. Las costumbres recibidas forman el patrimonio propio de cada comunidad humana. Así también es como se constituye un medio histórico determinado, en el cual se inserta el hombre de cada nación o tiempo y del que recibe los valores para promover la civilización humana».
Aunque la palabra «cultura» está presente en el capítulo II de Lumen gentium, solo hacia el final (LG 17), su significado y contenido impregnan abundantemente LG 13, sobre la catolicidad del pueblo de Dios, no en vano situado en una posición central del capítulo, como bisagra entre los elementos fundamentales que constituyen el pueblo de Dios y la misión a la que está destinado entre católicos, cristianos, otras religiones y entre todos los hombres en general. No pasa inadvertido aquí el nexo entre comunión y cultura, y, en ella, su conexión con la categoría de «pueblo». El pueblo de Dios es un pueblo de pueblos, pues «está presente en todas las razas de la tierra» (LG 13). Las diversas culturas de los pueblos no pierden sus identidades específicas al integrarse en el único pueblo de Dios; pero esto es posible en un contexto de comunión, donde unidad, diversidad y comunicación se exigen recíprocamente. Por eso el texto señala más adelante que «dentro de la comunión eclesiástica existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias», dentro de la asamblea universal de la caridad, presidida por el sucesor de Pedro, añadiendo luego: «De aquí se derivan finalmente, entre las diversas partes de la Iglesia, unos vínculos de íntima comunión en lo que respecta a riquezas espirituales, obreros apostólicos y ayudas temporales» (cf. LG 13).
También estas ideas están bien presentes en Evangelii gaudium, explícitamente referidas a la cultura. En la sección sugestivamente titulada «Un pueblo con muchos rostros», se comienza diciendo: «Este pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia» (EG 115). Emulando la fórmula escolástica gratia supponit naturam, el papa la propone como «la gracia supone la cultura», en contexto plural, llegando así a la catolicidad: «En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra “la belleza de este rostro pluriforme”» (EG 116). Explica inmediatamente: «Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia» (EG 117), y pone su fundamento en la acción del Espíritu Santo, quien «construye la comunión y la armonía del pueblo de Dios» (EG 117), como ya fue dicho. El único pueblo de Dios subsistente en los diversos pueblos y culturas conserva su unidad en virtud del don de la comunión, insuflado por el Espíritu. Asoman nuevamente aquí las componentes horizontal y vertical de la comunión, y su compenetración con la noción de pueblo aplicada a la Iglesia: como sujeto histórico. Ella vive y obra en las diversas culturas, a la vez que, como «pueblo santo de Dios» (LG 12) o «santo pueblo fiel de Dios» (EG 125 y 130), está constantemente impregnada por la unción del Espíritu Santo, que «la unifica en la comunión» (LG 4), en la cual la diversidad se resuelve en unidad.