Buch lesen: «Clinica de la identidad»

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edición

Lucas Sánchez Anwandter

Camila Soto Illanes

diseño

Simón Jara Correa

producción

Olivia Guasch Antúnez

dirección

Jaime Sánchez Villaseca

Título original: CLINIQUE DE L’IDENTITE

Stéphane Thibierge

© PRESSES UNIVERSITAIRES DE FRANCE

CLINICA DE LA IDENTIDAD

Stéphane Thibierge

© SOCIEDAD EDITORIAL LA POLVORA LIMITADA

ISBN: 978-956-9441-01-1

ISBN digital: 978-956-9441-48-6

© Edición

PÓLVORA EDITORIAL

Av. Antonio Varas 1973, Providencia, Santiago.

E-mail: polvoraeditorial@gmail.com

FUNDACIÓN PSICOANALÍTICA GRUPO PLUS

Valenzuela Castillo 929. Providencia, Santiago.

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Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.

AGRADECIMIENTOS

Este libro retoma, con ciertas modificaciones, el texto de la “habilitación” (segunda tesis para Tesis Profesoral) defendida en la Universidad de Poitiers el 11 de diciembre de 2004, con un jurado compuesto por los señores profesores Christian Hoffmann, Paul Laurent Assoun y Roland Gori que fue presidido por Alain Vanier y el Dr. Marcel Czermak.

Esta obra lleva la impronta de los intercambios establecidos durante varios años con los miembros del comité de redacción de la revista La Célibataire, fundada y dirigida por el Dr. Charles Melman, junto con la Dra. Catherine Morin. Espero que encuentren aquí una expresión de gratitud.

PROLOGO

Clínica de la identidad es la tercera publicación de Stéphane Thibierge. En sus libros, el autor expone su trabajo sobre la constitución de la imagen del cuerpo, sus coordenadas y sus efectos estructurales de orden patológico. El recorrido que hace por la psiquiatría y la psicopatología a través de los síndromes del falso reconocimiento, ilustra la descomposición espectral de algo que comúnmente aparece como una sola cosa: imagen y nominación pueden presentarse de manera disyunta pues remiten a distintos órdenes.

Esta obra muestra con rigurosidad, la estructura y función de la imagen especular, evidenciando su incidencia en la formación del sujeto, el yo y la realidad. El interés de este trabajo, radica especialmente en la contingencia de las cuestiones que aborda. Para el autor, la identidad ha pasado a ser una consigna que cada quien está llamado a sostener y reivindicar. Sin embargo, de manera paradojal esta preocupación devela su fragilidad.

La inquietud actual por la identidad es un síntoma de nuestra relación al semejante y la alteridad. Se hace patente en nuestra vida conyugal, política, en la relación entre países, etnias y religiones. El otro se ha vuelto nuestro enemigo, aquel a quien debemos destruir para conseguir nuestra propia afirmación individual, grupal o colectiva. El texto permite reflexionar sobre las razones que mantienen en crisis las problemáticas de la identidad, sus dificultades y conflictos.

La identidad como pasión moderna, no se aborda como pregunta, como algo que podamos transitar a lo largo del tiempo –con tiempo– y en la relación al otro (al semejante). En nuestra época, la identidad se valida a través de la búsqueda de imágenes y consignas colectivas que pueden darnos un “ser” y una supuesta pertenencia. El logro de la identidad actual implica devoción y creencia en ideales que profesan inmediatez, eficacia, eficiencia y consumo.

Respecto a su recorrido teórico clínico, el autor sigue el trazado de la enseñanza de Lacan, haciendo de ésta, una reflexión accesible y clara. Aborda de manera simple –sin por ello restar complejidad– conceptos difíciles que implican el cruce de registros diversos y no evidentes.

Sus hallazgos permiten interrogar, replantear y diferenciar ciertos conceptos pivotes y certezas compartidas clásicamente por el psicoanálisis. Despeja confusiones mantenidas históricamente por la teoría analítica respecto a ciertos criterios que ponen al yo y la realidad como ejes de la clínica psicoanalítica.

Es así que Stéphane Thibierge expone de manera rigurosa a lo largo de su obra la estructura y función de la imagen especular. La imagen especular determina tanto la forma de la realidad como la del yo. Ambos son efecto de una estructura ficcional que viene a cuestionar criterios como la adaptación a la realidad y la integración del yo.

Esta imagen tiene un estatuto particular: es una representación y como tal, es subsidiaria de la incidencia simbólica que permite su conformación o descomposición. El yo depende de coordenadas que en tanto simbólicas, implican y nos reenvían al Otro, lugar del lenguaje que como alteridad radical es al mismo tiempo constituyente y ajeno, desconocemos lo otro en nosotros.

Vivimos en la ilusión de tener un cuerpo y una identidad que podemos dominar. Es en la fractura de nuestra supuesta totalidad que lo desconocido fundante y ajeno en cada uno nos aparece de manera extraña, sintomática, y angustiante. Aquello en lo que no podemos reconocernos se constituye de manera paradojal, como referencia ignorada de nuestra subjetividad.

Finalmente, queremos agradecer como representantes de la Fundación Psicoanalítico Grupo Plus a Maya Schlenker y Marcella Chiarappa, psicoanalistas que tradujeron el texto pudiendo resolver sus dudas en contacto directo con el autor y a Pólvora editorial que ha hecho posible esta publicación al español.

Valeria Fliman

Directorio de la fundación psicoanalítica Grupo Plus

Jorge Restovic

Presidente de la fundación psicoanalítica Grupo Plus

SUMARIO

Introducción

PRIMERA PARTE INICIO CLÍNICO Y TEÓRICO: LA DESCOMPOSICIÓN DEL CAMPO DEL RECONOCIMIENTO EN LAS PSICOSIS

Capítulo 1. ¬ La descomposición de las coordenadas del reconocimiento: estructura y valor elemental del síndrome de ilusión de Frégoli

Capítulo 2. ¬ Verificación clínica de una descomposición elemental del reconocimiento en las psicosis: el ejemplo del transexualismo

SEGUNDA PARTE LO QUE NOS ENSEÑA LA CLÍNICA SOBRE LAS CONDICIONES DEL RECONOCIMIENTO Y DE LA IDENTIDAD: ESTRUCTURA Y FUNCION DE LA IMAGEN ESPECULAR

Capítulo 3. ¬ Estructura y función de la imagen especular en el emplazamiento de las coordenadas del reconocimiento y de la identidad subjetiva

Capítulo 4. ¬ Los trastornos de la imagen especular en neurología; incidencias clínicas que conciernen el reconocimiento y la identidad

TERCERA PARTE LAS CONDICIONES DE EMPLAZAMIENTO DE UNA IDENTIDAD SUBJETIVA

Capítulo 5. ¬ Observaciones sobre la función paterna y la familia moderna

Capítulo 6. ¬ El deseo y el lugar del Otro

CUARTA PARTE PREGUNTAS ACTUALES SOBRE LA IDENTIDAD

Capítulo 7. ¬ Las mutaciones contemporáneas del goce y sus consecuencias

Capítulo 8. ¬ El nombre propio y su función

Capítulo 9. ¬ Observaciones actuales sobre una “concepción del mundo”

CONCLUSIÓN

INTRODUCCIÓN

¿Por qué la pregunta por la identidad es asumida hoy como una pasión, y sin duda, nuestra pasión más moderna? Si nos afecta de la manera en que lo constatamos, a la vez simple e imperiosa, a menudo urgente al punto de volverse asesina, es porque esta pregunta se nos presenta de forma totalmente diferente a las modalidades que solían caracterizarla, es decir: la búsqueda, la iniciación o también la cuestión particular de las formas y objetos de la cultura. Esos abordajes de la identidad supuestamente debían dar acceso a un sujeto, a un lugar asumido en el lazo social y en una filiación –de la forma en que esta última fuera concebida.

La dificultad actual es que estamos ante una crisis de la que nada nos dice que se encuentre una solución, por lo menos en los términos en los que estamos habituados a formularla. Si la identidad hace síntoma hoy, en efecto, no es porque ella se busque como una pregunta en el sentido que acabamos de decirlo. Es más bien porque los elementos y los términos mismos de la pregunta se nos han vuelto opacos y a veces hasta inalcanzables. Es la razón por la cual las respuestas que reenviamos y que la actualidad nos reenvía, aparecen completamente desorientadas y cada vez más automáticas, cosas que a menudo van a la par. No hay evidentemente ninguna razón para que esta situación, por sí sola, no tenga sino una salida brutalmente automática, como sucede en tales casos: es la lógica que Freud mostraba, desde 1921, bajo el nombre de la psicología de las masas.

Si un psicoanalista puede tomar posición respecto de esta pregunta, es porque el psicoanálisis nos da los medios para plantearla de una manera completamente inédita, tanto en la forma como en el fondo. Además el psicoanálisis puede esclarecer las razones del impasse en el que nos encierran las problemáticas identitarias.

El descubrimiento de Freud de eso que llama inconsciente, interviene justamente en un momento histórico en que las referencias tradicionales de la identidad se diluyen. Es debido a aquello que en ese momento el psicoanálisis pudo aislarlas, al tiempo que renovaba nuestro abordaje de dicha pregunta. Siguiendo a Freud, Lacan precisa lo que modificará completamente nuestra relación con la identidad: él aísla un objeto, jamás identificado de esa manera hasta ahora, aunque Freud ya señalaba su incidencia en las formaciones del inconsciente (sueños, síntomas, actos fallidos, etc.). Este objeto es lo que nos afecta más radicalmente, nos hace hablar y desear –en una palabra, nos determina. Lacan escribe objeto a, precisando que si hay que buscar autonomía en el hombre, es del lado de este objeto que ella puede encontrarse y no del sujeto.

Este libro quisiera mostrar de qué manera los descubrimientos del análisis esclarecen lo que está en juego en nuestra relación con la identidad, por qué esta relación se nos ha vuelto tan difícil y cómo podemos eventualmente volver menos imperativos y con menos deflagración los efectos individuales y los efectos sociales.

Partamos de los hechos de la psicosis, donde se libran mejor los fenómenos automáticos y pasionales de esta relación con la identidad, cuando esta no encuentra ya otra modalidad que una imaginaria en forma de un cara a cara especular. Esto nos permite aislar los primeros elementos simbólicos e imaginarios de esta relación, a partir de estructuras clínicas donde esos elementos faltan: evocamos aquí, en particular, el síndrome de Frégoli y el transexualismo.

La forma de la imagen del cuerpo –la imagen especular– juega un rol importante en el emplazamiento y en los síntomas de la identidad. La segunda parte de esta obra está consagrada a tocar este tema, deteniéndonos igualmente en las lesiones neurológicas de esta imagen, así como en el sentido de la distinción entre esquema corporal e imagen especular.

Precisamos enseguida lo que podemos designar como condiciones mínimas de un emplazamiento subjetivo de la identidad. Entendemos por esto una relación con la identidad que no sea solamente automática, sino que admita algo del orden de una subjetividad y de una responsabilidad del sujeto. Esto nos lleva a evocar dos preguntas en el primer plano de la neurosis moderna. La primera es la pregunta por el padre y el rol de la función paterna en la ubicación de esa relación con la identidad. Investigamos especialmente por qué el padre es recibido como un síntoma en el lazo social –en el sentido en que el psicoanálisis lo representa e identifica con el término de la castración– y por qué aparece hoy más como una dificultad que como una función propiamente dicha. Evocamos después la pregunta correlativa de la precedente, por la alteridad, que alude necesariamente a la identidad y sus condiciones. Mostramos de qué forma ella está ligada a la diferencia sexual y por qué la aprehensión posible de una alteridad pasa necesariamente por el lugar reconocido a una mujer en la cultura. Al final abordaremos las mutaciones rápidas e importantes que afectan las condiciones de la identidad subjetiva. Aquellas corresponden, en primer lugar a las transformaciones contemporáneas del goce y sus consecuencias, que conciernen a las reivindicaciones identitarias o comunitarias del sujeto moderno. Es también esto lo que podemos evocar respecto al nombre propio y a su función en un contexto marcado por el carácter más difícil y precario de las condiciones del reconocimiento. En última instancia, es la imposibilidad contemporánea, resultante de lo que precede de no asegurar ninguna concepción del mundo (en el sentido clásico de una Weltanschauung), y las consecuencias que resultan de ello en clínica y en la teoría, concerniente a la identidad como pregunta y como síntoma.

En conclusión, indicamos lo que parece ser la consideración, práctica y política, de las proposiciones avanzadas y puestas a prueba aquí. 21

Primera parte

INICIO CLÍNICO Y TEÓRICO:

LA DESCOMPOSICIÓN DEL CAMPO DEL RECONOCIMIENTO EN LAS PSICOSIS

CAPÍTULO 1

La descomposición de las coordenadas del reconocimiento: estructura y valor elemental del síndrome de ilusión de Frégoli

La escuela francesa de psiquiatría aisló en 1927 un síndrome de gran alcance clínico y teórico, concerniente a la cuestión de la identidad. Se trata del síndrome de ilusión de Frégoli, cuyos rasgos principales y valor analítico1 hemos mostrado en otra parte. Recordaremos al respecto solamente lo que es útil para nuestra exposición, para dar a la pregunta por la identidad su inicio y sus primeros elementos. Digamos entonces que ese síndrome permite despejar algunos rasgos fundamentales de lo que Jacques Lacan pudo llamar el conocimiento especular, debido al estado elemental en que su descomposición los libra en la psicosis: designando con esto una estructura formal de reduplicación de la que el psicoanálisis mostró su incidencia y función matricial en el orden de la representación humana2. Esos rasgos elementales de la descomposición especular, netamente aislados en el síndrome de Frégoli, no aparecen sino de una manera mucho más contorneada y latente en la clínica simple y pueden, por esta razón, ser fácilmente desconocidos o ignorados.

Este síndrome denomina un disturbio del reconocimiento y de la identificación de las personas, es decir, de lo que está en juego cuando reconocemos la imagen de alguien y lo llamamos por su nombre. Uno de sus rasgos esenciales es que el enfermo evoca el nombre y la imagen separadamente, como si estuvieran desunidos.

Tales hechos interesan especialmente al campo de lo que llamamos el reconocimiento. El reconocimiento reenvía a todo lo que puede presentarse, en nombre de la realidad. La realidad puede estar definida de manera general, condición suficiente para nuestro propósito por el simple hecho de que es reconocida sin más. Si ella cesa de serlo, si algo se desprende, esto ya no será reconocido, entonces encontramos un orden de hechos que la realidad desconocería: se trata de esos fenómenos que la clínica clásica aisló bajo el nombre de sentimiento de extrañeza, donde estaban reagrupados disturbios muy diversos, yendo desde una molestia fugaz apenas colorida de angustia –como el hecho de ya no reconocer exactamente, al leer, una palabra banal– hasta un borrado completo de la realidad3.

El síndrome de Frégoli nos introduce de entrada en lo más vivo de la clínica de los disturbios del reconocimiento y nos lleva a interrogar muy especialmente las condiciones de la identificación subjetiva. Esta clínica, que el campo de las psicosis ilustra bajo numerosas otras formas, detenta su valor en tanto obliga a tomar en cuenta los fenómenos cuyo abordaje comportan cierta dificultad por el hecho de que ellos interrogan el marco mismo de lo que constituye –para nosotros– el reconocimiento. Estamos aquí en lucha con un tipo de preguntas que nuestras referencias habituales impiden articular: esto es lo que crea el interés, la dificultad, pero también el valor de enseñanza de este campo para el abordaje de la clínica en general –más allá de la clínica de las psicosis. Como se sabe, el riesgo más común que encontramos en este campo, es no reconocer en éste nada más que lo que ya sabemos –en otras palabras, no distinguir nada ahí4. Ahora bien, la clínica que evocamos aquí no se deja articular en el orden de este reconocimiento, no se encuentra sino a sí misma en lo que aprehende.

Para ilustrar lo que pone en primer plano el síndrome de Frégoli, tomemos el ejemplo del primer caso que encontramos en una presentación de enfermos del Dr. Czermak en el hospital Henri Rousselle en 1994. Se trataba de una mujer que comenzó a desarrollar un delirio en una coyuntura en la que, habiéndose divorciado, ella ya no podía llevar el apellido de su marido. Después de ese acontecimiento se instalaron los elementos del delirio: ella identificaba a las mujeres con las que se encontraba como siendo su propia hija, y a los hombres, como siendo, en realidad, su marido.

Se trata aquí de una forma muy caracterizada de lo que se llama la ilusión de Frégoli, y es también una forma muy pura de pasión de la identidad: el sujeto tiende efectivamente a identificar siempre al mismo en los diversos otros que encuentra. Es en esto que el apellido y la imagen están disjuntos. La imagen puede cambiar, el sujeto afirma: “Yo sé bien que la apariencia no es la misma, pero en realidad es Fulano, es él, siempre el mismo, quien me persigue”.

A partir de este material, reducido y relativamente simple, disponemos de un hilo que permite abordar la pregunta por la identidad y precisar los primeros elementos, apoyándonos en una clínica donde esos elementos fundamentales son los más legibles y los observamos de mejor manera. Se trata de la clínica de las psicosis, como vamos a mostrarlo.

Para descubrir y seguir ese hilo hay que recordar muy brevemente en qué condiciones ha sido aislado el síndrome de Frégoli y lo que le confiere su valor clínico y doctrinal. En el campo de las psicosis es más bien escaso, pero esto se debe, pareciera que sobretodo, a que generalmente no es identificado. Los hechos que aísla fueron catalogados por los psiquiatras franceses en los años 1920 bajo la denominación genérica de “ilusión de falso reconocimiento de los alienados” para distinguirlos del falso reconocimiento simple –tomar por equivocación o distracción a alguien por otro– y de los disturbios de orden deficitario, especialmente de la memoria. Joseph Capgras, a quien debemos las primeras observaciones que han despejado los elementos de esta clínica, los nombró también “desconocimientos sistemáticos”, aunque la expresión que prevaleció fue la de “falso reconocimiento”. Es probable que esta no fuera la manera más apropiada de llamarle, puesto que el reconocimiento es justamente lo que, en este tipo de disturbios, se encuentra profundamente alterado, al punto que ya no se puede hablar de reconocimiento, aún si se agregara el adjetivo “falso”. Se trata entonces de otra cosa y este es precisamente el mérito de los primeros clínicos que prestaron atención a estos hechos, el de haber comenzado a distinguir que se trataba de otra cosa.

Hemos mostrado cómo esta clínica de los falsos reconocimientos en las psicosis ha sido elaborada por la escuela francesa de psiquiatría en los años 1920 y 1930 con el descubrimiento de tres síndromes suficientemente bien delimitados como para adquirir valor de referencias nosográficas: el síndrome de ilusión de sosias (Capgras y Reboul-Lachaux, 1923), el síndrome de ilusión de Frégoli (Courbon y Fail, 1927), y finalmente el síndrome de Inter-metamorfosis (Courbon y Tusques, 1932)5.

Aunque los fenómenos descritos en esos síndromes no eran, hablando con propiedad, ignorados anteriormente. En las Memorias de un neurópata del presidente Schreber, se encuentran ejemplos decidores, muy próximos al síndrome de Frégoli y al síndrome de Inter-metamorfosis, especialmente en el capítulo VIII. En la obra, se da también cuenta de una descripción de hechos del mismo orden que en Fragmentos psicológicos sobre la locura de François Leuret (1834). La enferma de la que trata la obra ataca a un médico, y otras veces a Leuret –“Usted se transforma”, le dice ella– y éste le pregunta a cual de los dos se refiere con sus reproches. “A usted”, responde ella, eso no hace sino uno, es la misma persona. “Ella confundía a todas las personas que veía”, escribe Leuret, “aunque esas personas le parecieran diferentes las unas de las otras”. “Cuando le hacía mis observaciones sobre esto, ella me respondía: “ustedes se cambian como quieren […] Ustedes no hacen sino uno”6.

No obstante, hasta en los trabajos de la escuela francesa que acabamos de señalar, esos fenómenos no fueron descritos y aislados con la preocupación de indicar los rasgos distintivos y el valor significativo de ello.

Hoy en día, esos síndromes ya no son muy conocidos en Francia, a pesar de que el síndrome de Capgras suscita y genera interés desde hace algún tiempo, aunque desde una perspectiva casi exclusivamente neurobiológica. En los países de tradición anglosajona son regularmente citados, es decir, continúan refiriéndose a ellos por lo menos nominalmente. Pero se hace en contextos donde dominan las referencias comportamentales y neurobiológicas que dejan de lado, en este caso, lo que por otra parte es el valor de esos síndromes y que preocupaba principalmente a sus inventores –quienes, antes que nada, tomaban en cuenta el lenguaje de sus enfermos. Este apoyo tomado en el discurso de los pacientes ha desaparecido prácticamente de la literatura contemporánea, excepto por algunas escasas excepciones7.

Lo que aparece en primer plano en esos síndromes es una descomposición de las coordenadas del reconocimiento de las personas y también, a veces, una de los objetos y lugares. Esta descomposición se efectúa de tal modo que podemos dar cuenta ahí, de manera precisa, de las diferentes coordenadas del reconocimiento en estado separado: se trata del nombre, de la imagen y de algo, de una x que el sujeto designa como siempre el mismo, y como estando a la base de lo que desune el nombre y la imagen. La primera evidencia de esta suerte de menoscabo del reconocimiento ha sido el descubrimiento que hace Capgras de un síntoma en una enferma perseguida-megalómana. Confrontada a algún personaje próximo, su hija por ejemplo, ella declaraba: “no es ella, ella se le parece, pero hay pequeñas diferencias”; lo que es en realidad un sosias. Capgras caracterizó esto con una expresión nueva, que no fue utilizada fuera del contexto donde había sido inventada: agnosia de identificación. El sujeto reconoce la forma, la imagen, pero no puede decidirse a identificarla en el sentido simple del término, dándole el nombre que la individualiza: su nombre, o lo que sería un nombre propio (“mi hija”, por ejemplo). Este síntoma, discutido en 1920, ha sido considerado bastante importante por los hechos que pone de relieve y las preguntas que esos hechos permiten plantear para tomar valor de síndrome. Es en referencia a este acontecimiento que han sido descubiertos primero el síndrome de ilusión de Frégoli, y luego el de ilusión de Inter metamorfosis.

El nombre del síndrome de Frégoli le ha sido dado en referencia a las palabras de la paciente del caso princeps. Ésta decía que su perseguidora, la actriz Robine, era capaz de encarnar ella sola –como el actor italiano Frégoli–, una multiplicidad de personajes diferentes. Se trata aquí del cuadro de un delirio que se puede considerar como una variación lógica de la ilusión de sosias. Digamos que en la ilusión de sosias, lo mismo es siempre otro. El sujeto reconoce a alguien, pero no puede concluir sobre su identidad: en realidad no es exactamente él, es un sosias. A la inversa, en la ilusión de Frégoli, el otro es siempre el mismo. La paciente de la observación princeps identifica a su perseguidora en las personas que ella encuentra, de las que recibe “influjos” y diversos fenómenos sensoriales impuestos. Esas personas con las que ella se cruza son Robine disfrazada, transformada, bajo la variedad de los oropeles. Ella los reconoce por cierto como de apariencia diferente, pero los identifica como siempre el mismo.

Se ve aquí que, en efecto, es una problemática en la cual la imagen y el nombre están desunidos. El nombre nombra algo que la imagen fracasa en vestir, en representar en una palabra que la imagen no permite reconocer: es otra cosa. Es por esto que los psiquiatras después de Capgras se complicaron para dar cuenta de ese hecho según las coordenadas del reconocimiento: el objeto privilegiado del reconocimiento es una imagen –ahora bien, de lo que se trataba en estos casos no era manifiestamente de este orden. Es por ello que llegaron a intentar asir esos fenómenos bajo el término de identificación –Capgras: agnosia de identificación (1923), Courbon y Tusques: identificación delirante (1932)– buscando así calificar lo que estaba en juego en toda la serie de estos síndromes. Poco importa en definitiva el sentido, mal afirmado, que ellos daban a ese término. Lo esencial es que hacían de eso un apoyo útil. Lo que supieron descubrir muy bien, y que se expresa mejor en el síndrome de ilusión de Frégoli, es que esos fenómenos no podían ser elucidados solamente como falta en el orden del reconocimiento, ni tampoco como falta en el orden del reconocimiento del cuerpo. En efecto, si el reconocimiento y especialmente el reconocimiento de la imagen del cuerpo, estaba fragmentado, descompuesto, era en beneficio de algo que el paciente identificaba positivamente, en el sentido en que él lo nombraba.

Es este rasgo propiamente gramatical –a saber, el hecho de que lo que estaba nombrado ahí era bajo un nombre propio y regularmente el mismo. Esto llevó a Courbon y Fail a concluir en la primera observación del síndrome que Frégoli era un solo ser, proponiendo entonces formular la problemática de la siguiente manera: ese nombre en Frégoli designa en las palabras de la paciente un objeto, lo que hemos llamado una x, siempre la misma, cuya llegada al primer plano revela una inconsistencia, incluso el derrumbe de la imagen y del imaginario en el campo del reconocimiento.

Agreguemos, a propósito de este aspecto gramatical de la cuestión, que los psiquiatras a quienes debemos el descubrimiento y el primer esbozo de análisis de estos síndromes nos han dejado observaciones escritas de casos, lo que escribieron a partir de lo que escucharon, como era la costumbre de los psiquiatras hasta un periodo bastante reciente. Ellos escribieron lo que sus pacientes decían, este punto nos parece de primera importancia, puesto que en ese cambio de registro, en ese recurso escritural, observamos una forma de pasar del reconocimiento –de lo que se cree escuchar o comprender– a lo que se escucha a algo diferente y que precisamente es del orden de una identificación absolutamente distinta del reconocimiento. Es probable que dado a que escribían sus observaciones, haya podido identificar los rasgos distintivos de esos síndromes. Ya que llevando a cabo ese ejercicio, estos psiquiatras mostraban también –y este recordatorio interesa con seguridad a la clínica contemporánea– que el abordaje de los hechos clínicos encuentra su soporte y sus referencias efectivas en otra parte que en las premisas del reconocimiento, que lo cognitivo-conductual tiende hoy a traer lo esencial de la observación, reduciendo la clínica a diversos modos de la imagen (scanner, IRM y rayos x) y/o a formas de comportamiento escritas en un repertorio. Los hechos, tanto en clínica como en toda práctica de espíritu y de método científico, se ordenan más bien a través de una seriación de rasgos distintivos de los que no es en absoluto requisito que sean reconocibles para el observador –es decir, homogéneos a su campo de conciencia– para poder dar cuenta de ellos. Por el contrario, serán mejor identificados mientras el soporte de su distinción sea materialmente tributario de coordenadas independientes del reconocimiento, como podía serlo en este caso, el apoyo encontrado por esos psiquiatras en el lenguaje de sus pacientes, su lógica gramatical y la lectura articulada que permitía su trascripción. Es en esto que la clínica que evocamos aquí, tal como ella ha sido progresivamente elucidada e ilustrada en la escuela francesa –por Cotard, Séglas, Clérambault y Capgras, entre otros, merece volverse a ver por lo que ella vale, como habiendo contribuido a dar a la psicopatología un alcance auténticamente científico en su destino y siempre atento, en cada caso, a la problemática y al lenguaje singular del sujeto.

Volvamos ahora al síndrome de Frégoli y precisemos lo que la paciente princeps designa con el nombre de Robine. Ella admite que hay una diversidad de imágenes: son los otros, con los que se cruza, con los que se encuentra en la calle. Pero estas imágenes se le imponen por todo tipo de fenómenos: influjos, crisis delirantes, órdenes obscenas, etc. Y todos esos fenómenos son para ella, Robine. Dicho de otra forma, ella identifica ahí cada vez una x que ella nombra diciendo: “Es Robine”. Por otra parte, ella menciona que percibe su propio cuerpo como fragmentado entre su propia imagen descompuesta y lo que llama Robine. También existen otros actos que le son impuestos, ella debe masturbarse, mientras que son los ojos de Robine los que tienen armoniosas ojeras. Así la belleza de lo que ella llama Robine y que la persigue, está ligada a la destrucción y a la fragmentación de su propio cuerpo.

A partir de estos elementos, podemos precisar a qué reenvía la x que evocábamos más arriba. Aparece como un objeto autónomo, obedeciendo solo a sus propias determinaciones; xenopático, imponiendo diversos fenómenos sensoriales a la paciente; causante de una desintegración de la imagen del cuerpo; en fin, que este objeto es Uno en esto, que es siempre el mismo, es siempre Robine la que persigue a la paciente.

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