Sky Rider

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© Soleil Bessadie

Diseño de edición: Letrame Editorial.

ISBN: 978-84-18542-67-1

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A mis padres, por enseñarme a soñar con los ojos abiertos, y a mi twin sister Beatriz, la mejor compañera de viaje que podría tener.

~PRÓLOGO~

Happy avanzaba a toda velocidad por los pasillos del castillo subida en la nube que usaba a modo de monopatín volador. Podía oír inquietantes risas resonar por las paredes del castillo.

—Has llegado muy lejos, pequeña, me sorprende que hayas descubierto nuestros planes pero este es el final del camino. El castillo será tu tumba, igual que fue la mía.

Happy apretó los dientes, sorteando la infinidad de obstáculos de piedra hasta que, sin tiempo para reaccionar, impactó contra una de las paredes que se formó en su camino y atravesó la piedra cayendo al suelo.

—Te has quedado sola, niñita, vas a correr la misma suerte que tu amigo —dijo la voz—. No tienes escapatoria. Este es tu fin.

En ese momento, las paredes del castillo volvieron a temblar y el techo comenzó a desprenderse, caían piedras por todas partes. No había ninguna salida. Happy se cubrió la cabeza cerrando los ojos con fuerza y todo se volvió negro.

~CAPÍTULO 1~

La invitación del Alba

El Sol brillaba sobre un despejado cielo azul en el Archipiélago Kalliste, llenando las costas de la isla Phira con todo tipo de embarcaciones, desde grandes navíos hasta pequeños botes de marineros que, aprovechando el maravilloso día del que gozaban, se hacían a la mar para pescar mientras entonaban animadas canciones.

Viento, vela, agua, madera,

surcando el mar si el temporal arrecia, siéntate a mi vera.

Viento, vela, agua, madera,

diva Phira, humilde es el salmo de los que te admiran.

Mas hay una voz que el abismo lleva y al navegante aterra,

cuando oigas el canto del mar, con presteza has de escapar.

Viento, vela, agua, madera,

con presteza has de escapar cuando oigas al océano cantar.

Pero no era una pesca cualquiera, ¡sino pesca con dragones! Estas hermosas criaturas viven en las costas de Phira desde tiempos antiguos. Sin embargo, lo cierto es que antes de ser domesticado, el dragón no era verdaderamente un dragón, sino un sirulo.

Mientras que los dragones apenas superan el metro y medio, sus antepasados los sirulos son criaturas gigantescas que pueden alcanzar los treinta metros de largo y habitan exclusivamente en las profundidades del océano.

Hace unos tres mil años los humanos que habitaban en Phira, maravillados por la innata capacidad como pescadores que poseían estos animales, los domesticaron, convirtiéndose con el paso del tiempo en compañeros inseparables. Este progresivo cambio de hábitat propició la transformación de los sirulos, que poco a poco fueron evolucionando sus aletas hasta poder utilizarlas como alas con las que volar, y redujeron drásticamente su tamaño. La domesticación convirtió al sirulo en dragón y, de paso, en el mejor amigo del hombre.

Hoy en día es una imagen habitual verlos sobrevolar los cielos de toda la isla y acompañar a los marineros en sus barcas.

—¡Vamos allá, Goliat! ¡Zio! ¡Berenice! ¡Primera formación! —A ese comando lo siguió un armónico silbido e inmediatamente los tres dragones alzaron el vuelo.

Las formaciones son los diferentes sistemas que los marineros usan para pescar junto a sus compañeros alados. Nunca ha habido ni habrá dos dragones iguales, cada uno tiene una anatomía o personalidad única y diferente que les confiere puntos fuertes y débiles. Está en manos de sus camaradas el descubrirlos para obtener el mayor rendimiento de ellos. Por eso los mejores pescadores son aquellos que tratan a los dragones como a un igual. Cuanto mejor lleguen a conocerse, mejores resultados.

Este sin duda era el caso de Gaea, una mujer de ojos vivos, y Happy, su hija, que habían criado y querido siempre a sus tres amigos como a miembros de la familia.

Goliat era un dragón ocre de complexión voluminosa, debido a su gran afición por las caballas marinas. Esto, sumado a su personalidad relajada, lo convertía en un volador lento. En cambio, la potencia de sus gruñidos hacían de él el mejor de los sonares.

Zio era un dragón lima, competitivo y enérgico que parecía imposible de agotar, combinado con su afición por perseguir cualquier cosa, desde monos azules hasta inocentes mensajeros, le había reportado más de un lío a la familia.

Y, por último, Berenice. Una dragona cerúlea muy cariñosa, tímida y delgada que surcando los cielos no tenía rival. Otra de sus virtudes era su infinita paciencia, y es que al ser la mayor del grupo había tenido que soportar los tirones de oreja y juegos de sus compañeros cuando estos eran unos bebés.

Teniendo en cuenta dichas características, la primera formación de estos dragones era la siguiente:

Berenice estaba al cargo de la detección aérea, es decir, sobrevolar el océano en busca de bancos de peces. (Si en alguna ocasión no daba con ellos, era el turno de la segunda formación: Goliat, el sonar, usando las ondas localizaba grupos en las profundidades).

Una vez fijado el objetivo, Goliat, junto a Zio, ambos grandes nadadores, se sumergían en el agua rodeando a los peces y, como si de un perro guiando a las ovejas se tratase, se encargaban de dirigir el grupo de pescados hacia la red que Gaea y Happy tenían en su barco. Mientras, en la superficie, Berenice volaba acompañando a sus camaradas para indicar en todo momento a estas dos la posición en la que se encontraban los dragones, ya que ellas desde el barco no podían verlo.

La dragona se fue acercando cada vez más a la barca.

—Ahora, Happy, ¡tira! —Las dos jalaron con fuerza levantando la red.

—¡Pesa mucho! —exclamó la niña recuperando el entusiasmo. Por el momento la mañana se había presentado floja, haciendo que el ánimo de Happy fuera decayendo, hasta ahora.

Con esfuerzo alzaron el botín que tenía dentro una pequeña cantidad de peces... y a Goliat, sujetando uno de ellos en la boca. Sin duda el dragón ocre era el responsable de que la red resultase tan pesada. Gaea acercó la pesca hasta el barco y la dejó caer sobre un barril.

—Goliat, ¿cuántas veces tengo que decirte que no te metas ahí? —le regañó divertida—. Venga, vamos, una última vez, ¡primera formación! —Y volvió a silbar. Happy miró con cierta decepción el tonel.

—¿Ocurre algo, cielo?

—¡Llevamos toda la mañana pescando y el barril no está ni por la mitad!

—Seguramente sea cosa de Sid, ¡se ha traído a toda la tropa! —Sid Mulier Piscis era el trigésimo segundo líder de un linaje de pescadores que sin duda eran los más famosos de toda la isla. Se decía que su estirpe habían sido los primeros en domesticar dragones. Sus enormes embarcaciones, que constaban de tres grandes barcos, estaban siempre a rebosar, gracias a la formación de doce dragones que su familia había transmitido de generación en generación—. Lo cierto es que hoy hemos venido muchos —agregó Gaea contemplando las decenas de barcos y dragones que cubrían el mar—. ¡Pero qué más da! Barril medio lleno, barril medio vacío... En cualquier caso nos llevaremos algo —replicó la madre con buen ánimo volviendo a echar la red al mar.

En ese momento se oyó un pesado eco submarino, tan potente que trajo consigo un fuerte oleaje que zarandeó la barca, haciendo que Happy y su madre casi perdieran el equilibrio. Se detuvieron los cánticos. Todos los pescadores quedaron inmóviles y en silencio. Goliat, Zio, Berenice y los demás dragones también se detuvieron al instante, en guardia, mirando al horizonte. En esa dirección, donde se extendía el mar abierto, Happy y su madre pudieron ver cómo una enorme sombra azul oscura se dibujaba bajo el agua aproximándose cada vez más, mientras docenas de gaviotas revoloteaban sobre ella.

—Oh, no... —murmuró la madre de la chica—. ¡Tercera formación! ¡¡Ya!! —Gaea silbó con todas sus fuerzas repetidas veces—. Happy, ¡tira los cabos! ¡Yo recogeré la red! —Obedeciendo, la chica cogió tres cordajes que había atados a la proa de la embarcación y los tiró al agua. Los tres dragones se lanzaron inmediatamente a por cada uno de ellos y empezaron a tirar con todas sus fuerzas remolcando la barca. Inmediatamente todos los barcos que había en la zona, conscientes del peligro, también comenzaron a retirarse a toda prisa, ayudados por sus propios compañeros alados.

Apenas se habían alejado, cuando una mastodóntica criatura emergió del agua con las fauces abiertas de par en par. Ante el violento salto del gigante, que fue como una explosión, cientos de litros de agua y millares de peces salieron disparados por el aire. Las gaviotas volaban junto a la criatura, como si bailaran a su alrededor, con gráciles y veloces movimientos atrapando peces al vuelo.

 

Y como todo lo que sube baja, el coloso se dejó caer igual que un tronco cortado, curvándose hacia atrás. El agua y los peces cayeron cual lluvia del cielo, llenando las embarcaciones de agua... y de pescado.

Happy y su madre se miraron, completamente empapadas, y con la barca llena hasta las rodillas de peces que brincaban dentro de ella. No pudieron evitar reírse, y un enorme griterío de celebración inundó la costa. Dieron por terminada la sesión de pesca. Sin duda, la mañana acababa de volverse muy productiva.

***

—Pescar con dragones es genial, ¡pero los sirulos son mucho más rápidos! —bromeó Happy escurriéndose el anaranjado pelo de sus coletas mientras su madre aseguraba la barca al puerto, cubriéndola con una lona para tapar la pesca.

—No es cuestión de conseguir tu objetivo enseguida, sino de disfrutar de la experiencia, el camino. ¿De verdad querrías simplemente salir al mar y llenar los barriles en un instante por arte de magia?

Happy se quedó pensativa. A decir verdad las mañanas que pasaba junto a su madre y los dragones en el mar, aunque monótonas, eran divertidas y muy agradables. La brisa, la calidez del sol... Ciertamente, en cinco minutos no tendría tiempo de disfrutar de ambos como se merecen, ni de jugar con los dragones, o tener esas enriquecedoras conversaciones con su madre que tanto le gustaban.

—Puede que tengas razón.

—¡Pues claro que la tengo! ¡Las madres lo sabemos todo! —exclamó riéndose.

Caminaron adentrándose en un mercadillo a rebosar de personas yendo de aquí para allá de un puesto a otro.

—¡Buenos días, Happy, Gaea!

—¡Y que lo digas!

—¡Alguien está hoy de muy buen humor! Más bien, ¡todos estáis de muy buen humor! ¿Ha pasado algo interesante? —preguntó la mercadera, Nana, una mujer de físico robusto y expresión dulce.

—Nos hemos encontrado con un sirulo esta mañana.

La mujer abrió los ojos como platos.

—¿Un sirulo dices? ¡Por Phira bendita! Si ya lo sabía yo, con tantos de vosotros ahí fuera, se veía venir —aseveró la mujer, y razón no le faltaba. Los sirulos van allí donde se acumulan gran cantidad de peces, así que cuando se congregan demasiados pescadores, con sus técnicas de pesca que básicamente consisten en reunir bancos de peces, es como una invitación para ellos—. ¡Tienes que tener mucho cuidado con esos bichos! ¿Te he contado que uno se comió a mi tío Kurt? ¡Con barco y todo! Verás, él y su tripulación se dirigían a Minoa cuando... —Todos en las siete islas habían oído esa historia, pero eso no impedía a Nana contarla a la mínima oportunidad, siempre con el mismo entusiasmo—. Al final, después de tres días, los escupió, ¡con barco y todo!, y apareció a la deriva en las costas de Khora, qué cosas, ¿verdad?

—Apasionante —asintieron al unísono madre e hija, con una sonrisa forzada. Pareciera que no hubiese nada que a Nana le gustase más que el sonido de su propia voz. Happy siempre pensaba que el verdadero negocio sería si la mujer les pagase por escucharla hablar, en vez de por la pesca que le proporcionaban.

— ¡Bueno! ¿Y qué me habéis traído esta vez?

***

Tras dar una vuelta por el mercadillo para comprar alimentos varios, Happy y su madre regresaron a casa. Micah, el marido de Gaea, un hombre de piel morena y pelo rubio, se asomó desde la cocina sonriente, limpiándose las manos en el delantal que llevaba atado a la cintura.

—¿Qué tal ha ido, marineras?

—De maravilla, ¡hemos llenado la barca hasta arriba! Nana nos ha dado quinientos denarios1. ¡Estaba casi tan entusiasmada como tú cuando pescamos esa dorada gigante!

—Cariño era una dorada... ¡gigante! —repitió el hombre, que aún seguía altamente impresionado con la hazaña. Ambos adultos se besaron. Happy apartó la vista con una graciosa mueca de asco—. ¿Y qué hay de vosotras, fieras? —preguntó el hombre dirigiéndose a los tres dragones, que empezaron a saltar en el sitio con impaciencia moviendo sus colas y babeando. Para ellos Micah era sinónimo de algo que adoraban: la comida. No en vano era cocinero.

El hombre se colocó un plato en la cabeza, mientras sujetaba otros dos, cada uno en una mano.

—¡Muy bien, vamos afuera, chicos, sin prisa que hay para todos! —Antes de que pudiera terminar la frase, los tres dragones se lanzaron volando hacia los platos. Zio agarró el salmón que Micah sostenía en la cabeza. Tras él, Goliat se hizo con el pescado que sujetaba en el plato de su mano derecha y justo cuando Berenice se disponía a hacerse con el restante, Goliat también se lo agenció. La dragona trató de perseguirle revoloteando alrededor del hombre, hasta que salieron los tres por la ventana—. ¿Podrías enseñarles una formación para la hora de comer? —Gaea se rio ante el comentario.

—Yo también me voy, le prometí a Ciro que iría a verlo entrenar —anunció Happy posando las cosas encima de la mesa.

—¡Claro! ¡Buen trabajo el de hoy, compañera! —Su madre y ella alzaron los brazos chocándolos en señal de aprobación, e inmediatamente la chica salió corriendo por la puerta.

Detuvo su carrera a los pocos metros de salir de casa. Aunque llevaba desde que nació, hace trece años, viviendo en Phira, sus hermosos paisajes no dejaban de fascinarla, merecían sobradamente tomarse el tiempo de pararse a contemplarlos.

El cielo azul contrasta con sus edificios blancos encaramados en una colina rojiza, rodeada por un mar infinito y las seis islas vecinas que formaban un semicírculo. Cada día, al atardecer, los rayos del Sol tiñen toda la isla de un precioso color rosa anaranjado.

Happy y su familia vivían en Cyrene, uno de los muchos pueblos de callejuelas estrechas e infinidad de escalones que conforman la villa. Sus diferentes edificios lucían un blanco inmaculado, mientras que sus tejados, puertas y ventanales estaban pintados con un precioso color azul. La vegetación que crecía en sus calles o que bordeaba las villas se encargaba de añadirle infinidad de otros colores como verde, rosa, amarillo, etc. Puedes encontrar cientos de terrazas con sillas y sombrillas repletas de personas disfrutando del día.

Sin duda, el color de Phira es el azul, ¡incluso sus monos son azules! Aunque estos habitan en una verdosa arboleda que hay en la parte más alta de la isla, muchos de estos intrépidos y simpáticos animales visitan las zonas pobladas con la misma tranquilidad que lo hace un pájaro.

Happy contempló en la lejanía cómo unos globos aerostáticos provenientes de Silos (a juzgar por el escudo con las tres flores de lis doradas sobre un fondo rojo que exhibía la tela) descendían poco a poco listos para comerciar hacia la ciudad portuaria de Zileo, cerca del mercado donde ella y su madre habían estado esa mañana.

El archipiélago Kalliste está compuesto por siete islas: Elora, Phira, Minoa, Silos, Khora, Hiria y Klima. Cada una de ellas es totalmente diferente de las otras, y está especializada en la producción de diversos recursos; así como Phira, gracias a sus enormes costas, se encarga de la pesca, Elora, con sus ricos campos, se ocupa de la producción de telas y vegetales, la metalurgia de Silos…

Ahí es donde entran en escena los mercaderes, como Nana, que se encargan de comprar a los diferentes pescadores, ganaderos, y demás vendedores sus productos para luego transportarlos de una isla a otra, ya sea viajando por vía marítima usando grandes barcos, o por vía aérea con globos aerostáticos, y así comerciar con ellos. Son como un reloj que funciona a la perfección, y que se ha mantenido en magnífico orden durante milenios, permitiendo que cada isla supla las carencias de las otras, y prosperando entre sí.

Finalmente Happy llegó a su destino, una espaciosa plaza que había en la parte baja de la isla. Allí se encontraban un grupo de chicos practicando el deporte por excelencia de la isla: el boxeo. Se dirigió a la barandilla de la parte superior, aunque le costó abrirse paso a través de los curiosos y admiradores que solían reunirse para ver a Ciro, la gran promesa. Frente a él estaba Erys, su contrincante, un joven rubio de mirada insegura.

Sus compañeros de clase los observaban desde fuera del cuadrado en el que se encontraban peleando, sentados en el banquillo. Todos vestían unos pantalones cortos anchos, sin camisa, y con unos guantes, conocidos como hymantes, que les llegaban casi hasta el codo. Ambos contendientes alzaron sus manos, golpeándose con fuerza. Sus pieles morenas brillaban a causa del sudor. Ciro alcanzó a Erys en la barriga, haciendo que se encogiera. Recuperándose del golpe, Erys contraatacó, mientras sus compañeros lo animaban coreando su nombre. Ciro esquivó el ataque sin problema, y entonces se fijó en la niña. Una sonrisa orgullosa iluminó la cara del chico.

—¡Hey, Happy! Llegas justo a tiempo de verme ganar—. Dicho y hecho, el joven arremetió dándole un fuerte golpe en la mejilla de su rival, que acabó cayendo al suelo, agotado.

—Te estás tomando muy en serio lo del torneo, Ciro —comentó Dío, el entrenador.

—¡Desde luego! ¡Voy a dejar a Phira en lo más alto! —exclamó el joven. Todos los años en el archipiélago Kalliste se celebra un torneo de lucha al que acuden los mejores combatientes de cada isla, y Ciro había sido elegido para participar el próximo año representando a Phira. Aunque las demás islas tengan sus propios deportes y estilos de lucha, el boxeo también es uno de ellos, pero es en Phira donde más pasiones levanta, y es que todos los niños sueñan con participar y convertirse en el campeón del archipiélago. El propio Dío había ganado tres años consecutivos el torneo en su adolescencia (un verdadero hito), y todos confiaban en que Ciro lograría hacerse con la victoria—. ¿Quién es el siguiente que quiere enfrentase a mí? —preguntó el chico confiado, mirando a sus compañeros, que parecían no estar muy dispuestos después de ver la paliza que había recibido Erys.

—¡Yo mismo! —exclamó una jovial voz a espaldas de Ciro. Un chico de pelo rubio y piel pálida saltó grácilmente sobre el joven, y se colocó delante de él—. Pero hazme un favor, no me lo pongas tan fácil como la última vez.

Tan pronto como lo vieron aparecer, los alumnos del banquillo empezaron a vitorear al recién llegado, hasta que Dío intervino.

—Pierdes el tiempo, Feiry. Ciro y yo mantuvimos una charla y prometió no volver a caer en tus provocaciones. Ha comprendido que el autocontrol sobre uno mismo es la clave para la victo...

Antes de que le diera tiempo a terminar la frase, Ciro se lanzó directo a por el rubio, haciendo que Dío se apartase bruscamente mientras su alumno intentaba atinarle un puñetazo al chico de piel pálida.

Nuevamente, el ambiente se llenó de gritos de entusiasmo. A los presentes se les iluminaron los ojos viendo cómo Ciro intentaba atinar sus golpes mientras Feiry esquivaba sin devolverle ni uno, desplazándose con tanta gracia como si bailara. Ciertamente, por su forma de saltar y moverse, cualquiera diría que la gravedad se había tomado el día libre con él, daba la sensación de que flotara. Ciro trató de volver a golpearlo, pero una vez más Feiry lo esquivó usando el brazo del moreno como soporte para saltar sobre su cabeza.

—¡Eso es Feiry! ¡A por él!

Feiry personificaba la ducha de humildad que todos los alumnos deseaban darle a Ciro.

—Vamos, ¡puedes hacerlo mejor! —lo animó el chico de piel pálida, cabreando aún más a Ciro, que corrió hacia él lanzándole otro golpe que, al esquivarlo Feiry, hizo que tropezara y callera al suelo. Cuando Ciro levantó la cabeza vio a su contrincante sentado con las piernas cruzadas sobre unas cajas, bostezando—. Creo que será mejor dejarlo, esto es muy aburrido.

Ciro entonces se enervó por completo. Furioso, se levantó y salió corriendo detrás de Fey, que se reía divertido mientras lo perseguía.

—¡No escaparás! —gruñó Ciro desapareciendo entre las callejuelas.

Dío contemplaba sin habla la escena, hasta que recobró la compostura.

—Muy bien, reanudamos la clase —dijo dando una palmada y volviendo a lo suyo como si nada hubiera pasado, sin la menor intención de ir tras su alumno estrella.

Happy entornó los ojos negando con la cabeza mientras la multitud, ahora que el luchador predilecto había desaparecido, se dispersó a excepción de algunos padres y familiares del resto de chicos, que los contemplaban mientras hablaban entre ellos. La niña se quedó apartada a un lado viendo el combate de los dos alumnos siguientes, que esta vez estaban más igualados. Poco tiempo después, a su lado apareció una especie de gato dragón, que se sentó junto a ella en la barandilla sobre la que estaba apoyada.

 

—¿Así que te aburre enfrentarte a Ciro eh? ¿Entonces por qué sigues picándole día sí y día también? —preguntó la chica.

Se pudo oír una risa procedente del animal.

—Vale, puede que me haya pasado un poco.

La chica empezó a caminar hacia una zona apartada, donde no había nadie. El animal la siguió alargando sus orejas, que se convirtieron en un par de alas, y voló tras de ella.

—¿Sabes?, a veces ser diferente es algo duro... incluso para ti.

—Yo no soy diferente, ¡soy único! —exclamó el animal, convirtiéndose en el chico rubio y de piel pálida sonriente de hacía un momento.

—Lo digo en serio, Fey. Entendería que a veces te sintieras un poco fuera de lugar, después de todo no eres de aquí.

El chico se rio, y puso una voz dramática teatral.

—Era una fría noche de tormenta cuando, hace muchos años, un barco naufragó en las costas de la isla Phira. El único superviviente de la catástrofe, un niño, vagó sin rumbo hasta llegar al monte Tíber, donde fue criado y alimentado por un mono azul y un pájaro carpintero, los animales sagrados de Phira. —Feiry hizo una breve pausa y sonrió orgulloso—. ¡Es una gran historia! ¡Menuda imaginación la de los isleños! Tiene drama, fantasía y un final feliz, ¿a quién no le gustaría? Y desde luego es mucho más emocionante que la verdad.

Efectivamente, Fey era una auténtica rareza para los habitantes de la isla y es que desde siempre los hombres de Phira se han caracterizado por tener la piel morena, mientras que las mujeres son pálidas. Feiry, con su pelo rubio y su piel blanca, hizo pensar a los insulares que debía de haber llegado cuando era pequeño a la isla tras el hundimiento de un barco, quedando huérfano y siendo criado por monos. Eso, de paso, explicaría su habilidad como saltarín, sus nulos modales y las constantes pillerías con las que disfrutaba a diario, como robar comida en los puestos del mercado o provocar a Ciro, pero nada más lejos de la realidad...

—¡Anda ya! Ser un megobari es mil veces más interesante que ser un náufrago —replicó la niña divertida. Los megobari son criaturas con el poder de polimorfizarse, pudiendo adoptar tanto forma humana, como la de animales fantásticos de diferentes tamaños.

—¿Eso crees?

—¡Pues claro! ¡Para empezar es tan increíble que nadie en la isla podría creérselo!

—Tú sí creíste en mí, por eso estoy aquí —dijo el chico pasándole la mano por encima de los hombros y dándole un toque en la nariz.

A medida que caminaban se fueron adentrando de nuevo en la zona poblada de la isla, donde había personas por la calle. Allí oyeron una voz familiar.

—¿Dónde te has metido!

—Oh, oh.

Apenas un instante después Ciro pasó corriendo por delante de ellos, hasta que se detuvo dando la vuelta.

—Oye, Happy, ¿has visto a Feiry? —preguntó el chico jadeando.

La chica negó con la cabeza, encogiéndose de hombros. Los ojos de Ciro se fijaron en el animal que había posado sobre su cabeza. Siempre que había personas alrededor, Feiry se hacía pasar por un simple muñeco.

—¿No eres un poco mayor para seguir llevando ese peluche?

—Nunca se es demasiado mayor para lo que te gusta.

—Lo que tú digas —dijo Ciro reanudando la marcha.

—Gracias por cubrirme.

El animalito estiró sus orejas y rodeó la cara de la niña como si fuese un casco, a modo de abrazo.

—Si le hubiese dicho la verdad pensaría que le estoy tomando el pelo —respondió la niña, y los dos se rieron cuando de repente el collar de Happy empezó a refulgir. Sujetándolo, Happy se ocultó en la parte trasera de una tienda cercana y tiró del collar rompiendo su cuerda. Al extender la mano, un símbolo apareció en ella, y emitiendo una brillante luz, hizo que el collar empezara a flotar, convirtiéndose en una preciosa esfera que parecía encerrar en su interior un trozo de universo, con un planeta en el centro.

Happy escuchaba atentamente una voz suave y cálida que solo ella y su compañero alado eran capaces de oír. La niña podía entenderla aunque no hablase ningún idioma conocido.

—¿Una carta? —preguntó sorprendida.

Cuando la «llamada» terminó, Happy agarró la bola, que volvió a convertirse en un collar, y poniéndoselo al cuello, miró a su compañero, que flotaba junto a ella.

—¡Tenemos trabajo! —examinó la chica, entusiasmada.

***

La niña llegó a casa corriendo. Micah se giró sonriente hacia ella.

—¡Parece que alguien tiene hambre! Tranquila, la comida estará lista en diez minu... —Happy subió corriendo las escaleras sin detenerse— ...tos.

Al llegar a su habitación, la pequeña cerró la puerta a su espalda y se dirigió al escritorio. Cogió un pequeño frasco lleno de tinta que había sobre él.

—Aquí está —murmuró con un brillo de emoción en los ojos.

Happy sacó un folio del cajón y, colocándolo sobre la mesa, vertió la tinta sobre el centro del papel en blanco. La mancha que se formó sobre él empezó a moverse, como si tuviese voluntad, desperdigándose por toda la hoja formando letras, revelando un mensaje.

En nombre del Alba:

Quedan invitados al reino de Penumbra para disfrutar de un espectáculo sin precedente que supondrá el inicio de un brillante futuro para nuestro mundo.

Firmado: Helia

Una vez Happy terminó de leer la carta, las letras que en ella había escritas comenzaron a brillar, hasta prenderse de un fuego de diferentes colores que hizo que el documento se consumiese en el aire.

—¿Penumbra? Nunca había oído hablar de ese lugar —comentó la chica, extrañada.

—Es un dominio del Mundo Aguamarina. Seguro que aparece en el Atlas.

Happy se acercó a su mesita de noche y sacó un grueso libro del cajón. En la portada aparecía una inscripción a modo de título: SKY RIDER.

~CAPÍTULO 2~

Jinete del Cielo

Los Sky Rider, o Jinetes del Cielo, son aquellas personas que tienen la capacidad de viajar entre la infinidad de mundos que existen junto a los megobari, sus inseparables compañeros de viaje.

Tanto los Sky Rider como los megobari están conectados a la Fuente, un lugar que se encarga de mantener el orden y la armonía de los mundos. Los Sky Rider son los encargados de acudir a esos mundos, ya sea para arreglar situaciones en ellos, o simplemente para asistir a eventos en nombre de la Fuente. Se dice que la Fuente es el origen de todas las cosas, del universo tal y como se le conoce. Nadie sabe a ciencia cierta dónde se encuentra. Algunos aseguran que está protegida por un fénix y un dragón.

Fuera como fuese, lo cierto es que ni Happy, ni Feiry, ni nadie habían visto nunca ese lugar con sus propios ojos, de ahí que hubiese ciertos escépticos que llegaban a desconfiar de ella. Nadie podía negar que el objetivo de la Fuente es garantizar la paz y el equilibrio de los mundos, pero recibir órdenes y encargos constantemente de una simple voz, sin conocer siquiera su nombre y su rostro, es algo que llegaba a escamar a muchos, haciendo que se planteasen si de verdad pueden confiar en alguien al que nunca han llegado a ver. De todos modos, ese no era el caso de Happy.

Aunque sea un organismo tan importante, solo existen seis mundos en todo el universo, uno por cada galaxia, que conozcan la existencia de este lugar.

Uno de ellos es, precisamente, el Mundo Aguamarina. De ahí que tuviesen la capacidad de comunicarse directamente con la Fuente, y esta, a su vez, le pasase el encargo a un Sky Rider.