Sky Rider

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Cuando Happy abrió el libro fue como si la luminosidad que inundaba la habitación se desvaneciera. En cambio, las páginas del libro desprendieron una potente luz y el techo se convirtió en un precioso cielo estrellado.

Un holograma brillante apareció sobre las hojas abiertas, mostrando diferentes mundos. Happy pasó las páginas hasta llegar a la que buscaba.

—Ahí está, el Mundo Aguamarina —dijo Fey en forma humana, sentado y flotando cabeza abajo detrás de la chica.

El mundo que aparecía representado en el holograma era un planeta plano, con tres grandes trozos de tierra. Sus bordes estaban delimitados por gruesas montañas de hielo. Una esfera brillante flotaba en el centro mismo, y el resto era todo agua azul. Una visión realmente única.

—Aquí dice que está compuesto por tres continentes: Bardawil, Taiga y Hereford. En el centro del mundo, sobre el cielo, está La Esfera Sorelí, hogar del Zhar Ptista, un hermoso pájaro que vuela por el cielo llevando el día, y cuando vuelve a su hogar, llega la noche, igual que el Sol y la Luna. ¡Qué pasada! —exclamó la niña fascinada. A medida que Happy leía, el holograma iba cambiando, ilustrando todo lo que la niña describía. Esta vez mostraba un hermoso pájaro, muy similar a un pavo real con plumas de color oro y rojo sobrevolando el mundo. Happy siguió leyendo con intriga—. Cada ochocientos años el Zhar Ptista se consume, y tras ocho años de oscuridad conocidos como «plenilunio», renace nuevamente.

Feiry la contempló con ternura, le encantaba verla tan entusiasmada cada vez que descubría un mundo diferente. Una pregunta de su amiga le desembelesó.

—¿Y dónde está Penumbra?

—Justo aquí, en el continente Taiga —Fey señaló con su dedo debajo de la Esfera Sorelí una zona de tierra que en el holograma se veía cubierta de nubes—. Hace cien años ese reino era conocido como Vega Lucífera, un reino próspero como ninguno. En él gobernaban el Albor Aldo y Orein la Raíz. Aunque no eran familia, los dos habían sido criados como hermanos, y sus discusiones sin sentido eran conocidas en todo el reino.

»Aldo estaba enamorado del Zhar Ptista de la época, Rigel. Un día, Orein y él tuvieron una discusión. Ella afirmaba que las flores de Vega Lucífera eran mucho más hermosas que el Sol, contrariando a Aldo, para quien no existía nada más bello que su amada. Orgulloso como era, el Albor decidió cubrir todo el cielo del reino con nubes, de esa forma, las flores no podrían vivir, y terminarían por marchitarse. Incluso si eso implicaba que no pudiese volver a ver a Rigel. Fue entonces cuando...

—¡Keyla! ¡La comida está lista! —exclamó Gaea irrumpiendo en la habitación, era la tercera vez que la llamaba. En apenas un segundo, Fey se transformó en megobari y cayó al suelo, como un peluche al lado de Happy que cerró el Atlas a toda velocidad—. ¿Otra vez ese libro? ¿Qué historia es esta vez? —preguntó la madre acercándose mientras la chica sin levantarse se lo extendía—. «Aldo estaba enamorado del Zhar Ptista de la época, Rigel. Un día, Orein y él tuvieron una discusión. Ella afirmaba que las flores de Vega Lucífera eran mucho más hermosas que el Sol, contrariando a Aldo, para quien no existía nada más bello que su amada. Orgulloso como era, el Albor decidió cubrir todo el cielo del reino con nubes, de esa forma, las flores no podrían vivir, y terminarían por marchitarse». —La mujer levantó la vista riéndose—. ¡Hay que ver, menuda imaginación! No sé de dónde lo habrás sacado. —La mujer pasó las páginas hasta llegar a la primera, donde podía leerse un nombre: Keyla Vitale Ora—. ¡Podrías ser escritora! No ha habido muchos de esos en Phira.

—Me gusta pescar contigo —afirmó la niña descartando la idea mientras cogía el libro.

—Como veas, no tardes en bajar a comer —dijo la mujer y salió por la puerta, cerrando.

Los Atlas de los Sky Rider son libros que solo se activan cuando están en manos de un Jinete del Cielo, cualquier otra persona que no tenga un megobari, si lo toca o lo abre creerá que es un libro normal y corriente, con historias extrañas de mundos de fantasía escritos en él. Cuando un Sky Rider se hace con uno de estos, debe escribir su nombre en la primera página, de forma que el libro imitará su letra a medida que sus páginas se vayan rellenando con relatos increíbles. Es este detalle el que hace tiempo llevó errónea pero convenientemente a Gaea a creer que su alegre hija sería una gran escritora, y es que «Happy» es solo un sobrenombre que se ganó la niña de parte de su padre nada más nacer. La bebé llegó al mundo con una gran sonrisa que la acompañó desde entonces. Esa cualidad dio origen al mote, y así se quedó.

Happy volvió a abrir el libro por la página en la que se habían quedado. Feiry, volviendo a su forma humana, ladeó la cabeza, pensativo.

—¿Por dónde iba?

—Aquí —dijo la niña retomando la lectura—. Debido a este conflicto entre ambos «hermanos», Orein, furiosa, decidió dividir el reino de Vega Lucífera. Ella y los suyos, los cervidae, se marcharon de allí, y se fueron al este del continente, mientras que los humanos se mantuvieron congregados en el oeste... —Happy arrugó el gesto extrañada—. ¿Cervidae?

—Como puedes imaginar, en el Mundo Aguamarina existen infinidad de razas y seres diferentes. En Taiga concretamente hay tres: cervidae, humanos y personalitas. —El holograma mostró un avatar de cada una de estas diferentes razas. Los cervidae son un híbrido entre ciervo y humano, sus facciones parecían más finas y delicadas, otorgándoles una belleza especial. Poseían cuernos en la cabeza y la forma de sus orejas era más alargada.

—Los cérvidos son seres estrechamente relacionados con la naturaleza, se dice que allá donde pisan florecen bosques.

—¿Y qué hay de los personalitas?

—Son una mezcla de ambas razas. Hay algunos con cornamenta, seguramente sean vestigios de su sangre cervidae, pero físicamente son más similares a los humanos. Aunque en su caso tienen la piel de muchos colores. —Efectivamente, los personalitas eran físicamente iguales a los humanos a simple vista, con la diferencia de sus variados colores de piel, además, comparados con ellos, los personalitas, al igual que los cervidae, eran de una altura mayor. Asintiendo, Happy continuó leyendo.

—Tras esta división, con los años, el lugar donde vivía Aldo empezó a ser conocido como «Penumbra», mientras que el reino de Orein adoptó el nombre de «Floresta Baldía». Cien años después las nubes siguen cubriendo los cielos de ambos reinos, lo que ha llevado a que la relación sea bastante tensa entre ellos. —La niña se quedó en silencio. El chico se dio cuenta de que le pasaba algo.

—¿Qué te ocurre? —preguntó.

—Al parecer, esta historia tiene un final triste.

—Entonces es que no es el final —comentó el chico para animarla. Happy le sonrió—. En Penumbra hay un grupo rebelde que se creó hace unos ochenta años conocido como «la Hueste de los Indómitos», que luchan por intentar librar al reino de la oscuridad. Actualmente Floresta está gobernado por Laurel la Raíz, mientras que en Penumbra gobiernan El Albor Lázarus y el Alba Helia.

—¿Qué es todo eso de El Albor, El Alba y La Raíz? —preguntó Happy extrañada.

—Son los que se encargan de gobernar, la mayor autoridad del lugar.

—¿Cómo mamá en casa? —bromeó la niña, Feiry se rio.

—Podría decirse que sí. Verás, Penumbra tiene un sistema de reinado de hermanos. Ambos pueden desposarse con quien deseen, pero solo sus hijos, un niño y una niña herederos al trono, tienen derecho a gobernar. Seguro que has oído muchas historias en las que el villano intenta conseguir poder casándose con la princesa, ¿verdad? —La niña asintió.

—¡Claro! De esta manera jamás podría ocurrir algo así.

—Exacto. En cuanto a La Raíz, ella o él es la mayor figura de autoridad de los cervidae.

—¿Y cuál es ese evento del que habla la carta del Alba Helia?

—Seguramente se refiera a las Pléyades. Nacieron a modo de protesta contra las nubes del Albor, pero hoy en día se ha convertido en una fiesta tradicional que se celebra por estas fechas. Los habitantes de Penumbra cubren el cielo con cometas llenas de luces en honor a una constelación del mismo nombre que se veía antes de que cubriesen el Sol. ¡Es un espectáculo digno de ver!

Fey se percató de la entusiasmada mirada de Happy.

—Bueno, ¿nos vamos? —dijo irguiéndose sobre el suelo extendiendo la mano a Happy. La niña la agarró incorporándose y se abrazó al chico subiéndose a su espalda, mirando los dos hacia el cielo que se veía reflejado en el techo de la habitación.

En ese momento, el chico flexionó las rodillas y pegó un salto tan potente como un cohete. Atravesaron el techo que reflejaba un cielo nocturno hermosamente estrellado. Mientras se elevaba el cuerpo del joven se fue transformando: sus fibrosas extremidades se convirtieron en robustas patas, y su cuerpo se cubrió por completo de un pelaje espeso de pelo y plumas. Happy pasó de rodear su cuello a apoyarse sobre la cabeza de la criatura en la que se había convertido, un enorme dragón de aspecto felino. El animal sobrevolaba ahora un cielo infinito plagado de estrellas y lejanas constelaciones, el cielo de Aguamarina.

Happy no tenía palabras, podía ver dos masas de tierra sobre la inmensidad del océano. Y ahí, en el centro, estaba el tercer continente cubierto por completo de nubes. Era realmente impresionante pasar de ver esos hologramas a contemplar el lugar con sus propios ojos.

—Ahí está Penumbra —dijo el dragón sin mover la boca, con un tono de voz dulce pero que sonaba más maduro que hacía unos momentos. El dragón comenzó a volar por el cielo en dirección a esa masa de nubes, cuando Happy se percató de algo.

 

En el cielo, en la lejanía, una diminuta figura alada sobrevolaba el mundo, liberando una luz tan cegadora que la niña apenas podía mantener los ojos abiertos. El brillo no tardó en desvanecerse una vez Feiry se introdujo dentro de la masa de nubes. Continuó descendiendo en posición vertical durante un periodo considerable de tiempo, sin duda debía ser una materia densa para impedir que ni un rayo del Sol la atravesara.

Cuando bajaron lo suficiente se encontraron sobrevolando la antigua Vega Lucífera. Happy pudo comprender al momento lo inadecuado que era ese nombre, y el porqué sus habitantes la habían rebautizado.

En toda la superficie de tierra no brillaba más que las luces de lo que debían de ser pequeñas ciudades, concentrándose especialmente en ambos polos opuestos del lugar, donde la iluminación era mayor. Parecía mentira que hacía unos instantes hubiese visto que era de día. Aunque solo llevaba unos minutos bajo ese manto de oscuridad, era tan tenebrosa que Happy sentía como si pudiese llegar a olvidar la luz si permaneciese demasiado tiempo allí.

Podía percibir la «muerte» en el reino, esa temible sombra no dejaría crecer ni una mota de vida, de algún modo, desde las alturas sus ojos alcanzaban a ver todos los bosques, árboles y flores marchitas, secos en la tierra.

Era bonito, pero triste al mismo tiempo. Happy se aferró inconscientemente con más fuerza al pelaje de Fey, que al percatarse de la incomodidad que turbaba a la pequeña inmediatamente hizo aparecer alrededor de su enorme cuerpo tres esferas brillantes, se trataba del «sistema de iluminación» nocturno del animal. Efectivamente, esas luces hicieron sentir más tranquila a Happy.

—Penumbra está hacia el oeste —dijo la suave voz de Feiry encaminándose hacia ese lugar.

Happy miró a su espalda, eso significaba que las luces que se veían allí era Floresta Baldía. De acuerdo con lo que Fey le había contado, su cultura estaba estrechamente relacionada con la naturaleza, sus gentes, los cervidae, vivían en gran comunión con la flora y la fauna. Era fácil imaginarse que para ellos sumirse en esos cien años de oscuridad debía de haber sido realmente duro. Happy lamentó la idea de no poder conocer ese lugar en sus días de mayor esplendor, disfrutar de su belleza ahora marchita. Poco a poco, esas luces quedaron en la lejanía, hasta desaparecer. En cambio, ambos se sumergieron en Penumbra.

Era una ciudad inmensa vista desde el aire. Las luces bordeaban todos sus edificios, que tenían estructuras muy cuadriculadas, unos tejados adornados con estampados de rombos coloridos, e infinidad de farolas recorrían sus calles y bordeaban un río que atravesaba la ciudad. El alumbrado era tan intenso que casi parecía de día, pero sin duda no podía compararse a la que acababa de ver hacía un momento desprender por el Zhar Ptista, ¿en serio las personas que vivían allí no conocían más que esa luz artificial? Era una idea difícil de asimilar.

Para su sorpresa había ciertas zonas verdes, con árboles y flores, pero incluso desde el aire era evidente que no eran naturales, se trataba de simples réplicas. Pese a todo, era una vista muy bonita, nada tenía que ver con Phira u otros mundos que Happy hubiese visitado con antelación.

Fey descendió sobrevolando la ciudad, mirando a los lados, parecía confuso.

—Qué extraño.

—¿Ocurre algo?

—Las Pléyades ya deberían haber comenzado, pero no hay nadie en las calles celebrando, tampoco están las cometas que… —En ese momento fueron alcanzados por una red que atrapó a ambos. Era metálica. Tenía pesos atados a sus extremos que hicieron que el dragón fuese incapaz de mantenerse en el aire, y empezó a caer sin remedio mientras Happy gritaba abrazándolo asustada.

Aunque no se encontraban a demasiada altura, el pobre animal impactó repetidamente contra los tejados rodando hasta llegar al suelo, girándose para recibir todos los golpes con su cuerpo, protegiendo a la chica.

—¿¡Fey!? —exclamó la niña ligeramente aturdida acariciando al animal, que estaba inconsciente—. ¡Fey, por favor, reacciona! —Happy trató de librarse de las redes, pero eran demasiado pesadas para ella.

Los habitantes de la zona se asomaron a contemplar la escena, inquietos. En ese momento cuatro hombres les ordenaron volver a sus casas, y rodearon a la niña y el dragón.

Iban uniformados, completamente de blanco salvo los adornos, botones y cintos que portaban, que eran de color negro y dorado. Les apuntaban con armas, parecían los responsables de haberles lanzado las redes.

—Pero si es una cría.

—Tienes razón, ¿y qué demonios es esta cosa? —preguntó el más corpulento de ellos mirando a Fey.

—Ni idea, tal vez provenga de Bardawil. He oído que hay criaturas de lo más extrañas allí.

—Sea como sea, sin duda tiene que ser cosa de los Indómitos.

«¿Los Indómitos?», pensó Happy, asustada, sin moverse.

—En ese caso tenemos que llevarlos al castillo. El Albor los juzgará.

~CAPÍTULO 3~

El juicio del Albor

Transportaron a Feiry en una carreta, atado por mera precaución, ya que el animal seguía desfallecido. Aunque de todos modos, incluso si estuviera despierto, oponer resistencia en una situación así solo daría problemas. Happy también parecía consciente de ello, por eso, mientras la sujetaban dos de los guardias, se resignó a acompañarlos.

El castillo, una vez más, le quitó el aliento. Tenía una arquitectura realmente única, con los tejados de sus torres en forma de cebolla y vibrantes colores en espiral. El interior no era para menos. El techo estaba tan alto que Fey en su forma de dragón cabría incluso si se pusiera de pie. Inmensos pasillos infinitamente ornamentados con decoraciones doradas y paredes blancas brillaban de forma generosa, olvidando la oscuridad del exterior del reino. Caminaron hasta llegar a un portón que se abrió ante ellos. La estancia era enorme. Al fondo de la sala había dos sillones, ambos vacios. Detrás de estos, en cambio, se encontraban cinco personas de aspectos variados.

—Que me parta un rayo si eso no es un dragón —pensó en alto Cavalier, un hombre fibroso de facciones cuadradas con cierto aire afeminado. Una de sus mayores características era el pelo, que en la parte superior lucía de un blanco grisáceo, mientras que por debajo era negro—. O mejor no, sería una lástima para este mundo perder a alguien como yo.

—¡Fijaos en eso! ¡Parece que a su alteza le ha salido competencia! Diría que esa bestia es más aterradora que él —rio Laüfer divertido. Era un hombre fornido con cejas gruesas, sonrisa torcida, perilla y tupé—. Y mira que el aspecto del Albor es abomi... —El hombre refrenó su comentario al percibir la severa mirada que le lanzó Quin, un chico más joven que el resto de sus compañeros. Su pelo negro azulado contrastaba con el gris de sus ojos. Por algún motivo, pese a su juventud, era evidente que imponía respeto— ... peculiar —se limitó a decir Laüfer.

—Leo. Hazle saber a su majestad que los intrusos han llegado —dijo Quin mirando al borde de la sala. Allí, otro hombre más, de complexión delgada y cabello bermejo recogido en una coleta baja, permanecía callado con las manos a la espalda. Llevaba puesta una máscara que le cubría toda la cara. Tras oír la orden, asintió en silencio y abandonó la habitación por una puerta que había a su derecha.

—Al menos esta vez la alerta de intrusos es cierta, ¿verdad, Tour? —El hombre de sonrisa torcida y tupé lanzó una mirada de soslayo a su robusta compañera, parecía evidente que su intención era molestarla. La mujer de piel morada lucía una expresión seria, acentuada por sus finas y arqueadas cejas.

—Siempre lo son —fue la firme y escueta respuesta de la mujer.

—Eso díselo a los guardias que patrullaron la ciudad hace tres días buscando fantasmas.

—Que no encontrasen nada dice más de la incompetencia de vuestros hombres que de la eficacia de mi barrera.

—¡Ay lo que ha dicho! ¿Algo que decir en tu defensa, Bauer? —preguntó Laüfer. El aludido era un hombre de mediana edad, el más adulto de todos. Llevaba unas gafas de sol, lucía barba de varios días y su pelo tenía un cierto toque desaliñado, a juego con su actitud pasota. Ante la pregunta de su compañero simplemente se encogió de hombros.

—Deja de buscar gresca, Laüfer —le reprendió Tour al hombre de cejas pobladas—. Lo único bueno que estamos sacando de esta conversación es que Cavalier está callado.

—¡Oye! ¡Hay pocas voces tan bien timbradas como la mía! ¿Por qué pensar y privar al mundo de ella cuando puedo hablar y compartirla? —protestó el hombre afeminado de cabello bicolor.

—Por caridad —dijo Läufer—. A algunos nos gusta disfrutar del silencio. Aprende de Leo... o mejor aún, de Quin.

El joven entornó sus ojos grises, liberando un profundo suspiro. A él parecían molestarlo las voces de sus compañeros por igual.

Justo en ese momento, las luces fueron perdiendo poco a poco su intensidad, dejando la sala tenuemente iluminada, como si se hiciera de noche. Todos cortaron la cháchara al instante, tensándose, con la mirada al frente. La puerta por la que Leo había abandonado la sala hacía unos instantes se abrió.

Una figura, intimidante por su enorme tamaño y musculosa forma, apareció. Pese a la repentina oscuridad no cabía duda: no era humano, más bien parecía una fiera, como un león de pelaje rojizo erguido sobre sus patas traseras.

Caminó lentamente, parecía cansado. Se sentó en el sillón de la derecha, casi dejándose caer y les lanzó una mirada a Happy y Fey. Desde que había entrado en la estancia, incluso el ambiente parecía tan frío como su mirada.

—Vosotros —dijo señalando a los guardias—. Decidme, quiénes son la criatura y la niña.

Los cuatro guardias se quedaron en silencio. Ninguno parecía querer tomar la iniciativa de responder, como si les diese miedo hablar. Se miraron entre ellos nerviosos. Empezaron a intentar pasarse el muerto unos a otros.

—Fuiste tú quien los vio, Herbert, ¡habla tú! —susurró el más joven de nariz aguileña, sujetando a Happy.

—¡Pero tú los atrapaste! —replicó por lo bajo el aludido.

—¡Mi nombre es Keyla Vitale Ora, majestad! Este dragón es mi compañero, Feiry. Nos encontrábamos sobrevolando Penumbra cuando… —Los guardias dieron un respingo abriendo los ojos como platos. Completamente aterrados se apresuraron a taparle la boca.

—¿¡En qué estás pensando dirigiéndote al Albor sin que te haya preguntado!?—la interrumpió uno de los guardias con la voz agudizada.

—Lo sentimos mucho, majestad. ¡Está claro que esta indómita no tiene modales!

—¿Indómita, dices? —preguntó el Albor con voz tranquila.

—¡A… así es, su majestad! Esta niña y su criatura estaban iluminando el cielo con unas extrañas luces, ¡cuando vos habéis prohibido expresamente que este año se celebren las Pléyades! ¡Está claro que es un acto de rebelión por parte de los Indómitos! Deben de haber traído esta criatura desde alguna tierra lejana del otro lado del océano para que les ayude. Por eso los hemos traído aquí, ¡para que reciban un justo castigo por su insurrección!

—¿Qué? ¡Nosotros no tenemos nada que ver con los Indómitos! —exclamó Happy destapándose la boca, sin achicarse—. ¡Recibimos una carta del Alba Helia invitándonos a venir aquí!

El Albor pareció extrañado al oírle decir eso. Levantó la mano, haciendo que los guardias se detuvieran.

—¿Una carta de mi hermana?

—Así es —asintió Happy.

—¿Tienes forma de demostrarlo? —preguntó con una voz áspera que, pese a lo tranquila que sonaba, sin duda tenía un toque hostil. Happy se sintió atrapada. La carta se había desvanecido una vez su contenido fue leído.

—La carta fue destruida pero...

—Ya veo. —Happy tuvo un mal presentimiento—. Llevadla a los calabozos con los demás reos. En cuanto a la criatura, encerradla en las galeras.

—¡No! ¡Por favor! —exclamó Happy intentando resistirse, viendo cómo se llevaban a su amigo—. ¡¡Feiry!!

Antes de que la chica abandonara la sala, el Albor dio un último aviso.

—El Alba está descansando en sus aposentos, pero haré que le pregunten sobre la veracidad de esa carta y te advierto de que si has osado mentirme os espera un futuro más oscuro que una noche sin fin. —El Albor, erguido, dio media vuelta—. Lleváosla.

***

Happy fue trasladada a una de las celdas, encerrada junto a otras tres personas. Varios presos se asomaron a través de los barrotes, mirando con lástima a la nueva inquilina.

 

—¿Ahora encierran hasta a críos? Y yo que pensaba que el Albor no podía caer más bajo —recriminó levantándose y caminando hacia los barras uno de sus compañeros de celda, una chica joven de piel azul y cabello negro recogido en coleta.

—Cierra la boca, si hay algo que odio más que los Indómitos es a los personalitas.

—Pues hoy es tu día de suerte porque aquí tienes un dos por uno —exclamó la chica sacándole la lengua. El guardia pareció cabrearse pero su compañero lo sujetó.

—Déjalo estar, Bentham. Vámonos.

Cuando estos se marcharon, la joven de piel azulada se dirigió a Happy, inclinándose frente a ella.

—Hey, ¿estás bien, renacuaja? —preguntó con un tono amable que nada tenía que ver con la actitud mostrada anteriormente. Happy asintió afirmativamente—. ¡Eres muy valiente! No te preocupes, pronto saldremos de aquí.

Lo cierto es que Happy, aunque intranquila, confiaba en que todo se arreglaría. La existencia de la carta era cierta, solo debía esperar a que se lo confirmaran y sería libre. Aun así, estaba segura de que ninguno de sus nuevos compañeros contaba con esa «ventaja».

—Pero ¿qué hace alguien como tú en un sitio así? —preguntó un hombre con cuernos de piel ceniza y pelo blanco. Happy se percató de que llevaba las manos esposadas, completamente cubiertas con una envoltura metálica.

—Dicen que soy uno de los Indómitos... pero no tengo nada que ver con ellos. —El personalitas contempló las manos de la chica.

—Es cierto, no tienes la pulsera —dijo este, alzando los brazos, mostrando su mano derecha. Tenía atada una cuerda entrelazada como un infinito—. Es nuestra «marca distintiva», aunque para cualquier persona de a pie solo es un trozo de tela. Siento mucho que te hayan arrestado por nuestra culpa —se lamentó frunciendo los labios.

—¿Qué hay de vosotros dos? —preguntó Happy a sus compañeros—. ¿Por qué estáis aquí?

El hombre y la chica se miraron.

—Insubordinación, igual que Azura y todos los demás —dijo el hombre echando un vistazo general a la sala, había al menos cincuenta personas en total.

—Aquí es donde el Albor encierra a todo aquel que se niegue a acatar sus órdenes, por estúpidas que sean —añadió la joven.

—Como la prohibición de las Pléyades.

—¿Prohibición? —preguntó Happy.

—Pero bueno, ¿no te has enterado? ¿Vienes de Hereford o algo así? —preguntó un nuevo interlocutor. Esta vez su color de piel era el mismo que el de Happy.

—Así es —atajó la niña, después de todo un Sky Rider no puede hablarle a nadie de la existencia de otros mundos, ni siquiera el suyo propio, en este caso, el archipiélago Kalliste.

—Las Pléyades es una tradición tan antigua como este Mar de Nubes. Antes de que cubrieran el reino de oscuridad, por estas fechas, en el cielo aparecía una constelación del mismo nombre, tan potente que brillaban día y noche. Cuando el Albor Tirano Aldo decidió cubrir el cielo hace cien años, las Pléyades se convirtieron en una forma de protesta pacífica, un evento creado por los Indómitos que invitaba a todos, humanos y personalitas, civiles y soldados, a reclamar todas esas luces perdidas, el sol, la luna y las estrellas. Esa tradición se ha repetido año tras año, recordándole a cada Albor nuestro deseo de volver a verlas, nuestro deseo de eliminar la oscuridad... Pero en esta ocasión el Albor Lázarus ha decretado que la celebración de este evento será considerado como un acto de rebeldía contra su persona... y por eso todos los que hemos intentado oponernos, civiles o Indómitos, hemos terminado aquí.

Happy ahora entendía el motivo por el que acusaron a ella y a Fey de formar parte de esa rebelión: había sido por las luces del dragón.

—¿Y qué esperabais de alguien como él? ¿Habéis visto el aspecto que tiene? Ese hombre es un monstruo. Dicen que hace años le desfiguró la cara a Leo, su lacayo, cuando este lo hizo enfadar. Desde entonces lleva la máscara, para cubrir las cicatrices.

—Es cierto —dijo otro hombre uniéndose a la conversación—. También he oído que hizo que le cortaran la lengua como castigo, para que no volviese a decir nada que lo ofendiera, por eso no puede hablar.

A Happy le recorrió un escalofrío escuchando esas historias, recordando en su cabeza la imponente imagen del Albor. La niña se quedó en silencio cuando escuchó al lado de su celda una animada conversación.

—Yo digo que es muy meritorio —dijo uno de ellos, tenía el pelo rubio platino cubriéndole la mitad de la cara.

—¿Ser encerrados con los Indómitos? Por favor, si la mitad de los que hay aquí son simples civiles, ¡y ahora hasta se admiten críos! —dijo el otro chico, de pelo rojo coral enmarcándole la cara, señalando a Happy—. Al menos merecíamos haber ido a los calabozos de nivel dos, ¡y lo sabes! —Happy se quedó a cuadros contemplándolos, y es que los dos chicos que andaban de palique iban uniformados, como los guardias que la habían arrestado.

—Bud es demasiado blando con nosotros, ¡así nunca conseguiremos llamar la atención de Quin!

Happy no entendía de qué hablaban. Liberando un suspiro, hundió la cabeza entre las rodillas.

***

Pasaron varias horas, Happy seguía alicaída en su celda, mientras sus vecinos jugaban a algún juego de chocar las palmas y canturreaban una cancioncilla infantil.

En ese momento entró Bauer en la sala, llevaba las gafas de sol al cuello.

—En quince minutos sonará el Canto del Sol por novena vez este día. En apenas tres horas más se hará de noche —anunció avanzando por la sala a paso lento—. Creo que definitivamente nos despediremos de las Pléyades este año, no sabéis cuánto lo siento —dijo con fingida tristeza.

El hombre se giró con una sonrisa dispuesto a marcharse cuando se detuvo contemplando una de las celdas, concretamente la del par de chicos que hasta hace un momento jugaban despreocupadamente, y que ahora miraban a los lados intentando simular naturalidad. Cuando vieron que Bauer no les quitaba la vista de encima, terminaron cediendo y lo saludaron como si nada.

—¡Kirbie! ¿Se puede saber qué estáis haciendo aquí, otra vez? —rugió el hombre—. ¡Es increíble, para ser miembros de la Guardia Blanca os pasáis más tiempo dentro de prisión que fuera de ella!

—Es verdad... —murmuró el rubio frotándose la barbilla—. ¡Debe de ser un récord! —exclamó chocando las cincos con su también entusiasta compañero. Su superior se frotó las sienes liberando un sonoro suspiro.

—En fin... será mejor que os mantengáis alejados de esa pared —dijo señalando el muro de piedra que había a sus espaldas antes de salir por la puerta. Nada más hacerlo, inmediatamente los dos jóvenes corrieron hacia él.

—¿A qué ha venido eso? —preguntó el de pelo coral dando golpes con la mano, entrecerrando los ojos. El dúo se quedó pegado a la pared palpando cada palmo, golpeando con la oreja pegada a ella, hasta que se oyó un estruendoso ruido, debía de ser el reloj.

Su campana repicó tres veces cuando se produjo una explosión en una de las paredes de la celda, pero el sonido quedó ahogado por el cuarto repiqueteo de la campana. El quinto fue acompañado por otra explosión en la celda contigua a la que había explotado, y así sucesivamente, hasta llegar adonde se encontraba Kirbie, que, anonadados, contemplaron la pared enfrente de ellos y se apartaron a tiempo de evitar la detonación. Justo en ese momento Happy observó la pared de su celda y se cubrió la cabeza apartándose. Una última explosión acompañó el noveno campaneo. Cuando el polvo se fue disipando, Happy alzó la vista, y pudo contemplar dos figuras al otro lado del agujero.

~CAPÍTULO 4~

Al rescate

Las dos figuras avanzaron atravesando la brecha. Lo mismo ocurrió en las celdas contiguas donde se había producido una explosión. Entraron dos personas por cada abertura.