Salvos por gracia

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Salvos por gracia
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Silvia Noemí Aguer
Salvos por gracia
¿Qué lugar ocupa la obediencia?


Aguer, Silvia Noemí

Salvos por gracia : ¿Qué lugar ocupa la obediencia? / Silvia Noemí Aguer. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-2171-2

1. Teología. I. Título.

CDD 230.01

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Índice de contenido

PORTADA

CRÉDITOS

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

Capítulo 1 - LA LEY Y LA GRACIA

Capítulo 2 - ¿UNA LEY O DOS LEYES?

Capítulo 3 - EL PROBLEMA DE LOS GALATAS

Capítulo 4 - LA LEY DE CRISTO

Capítulo 5 - LA PALABRA “MANDAMIENTOS” EN EL NUEVO TESTAMENTO

Capítulo 6 - EL SÁBADO

Capítulo 7 - EL DOMINGO

PALABRAS FINALES

NOTAS

SINOPSIS

INTRODUCCIÓN

El mundo cristiano en general, entiende que la muerte de Jesús fue una provisión divina para procurar la salvación de los hombres. La Biblia es muy clara cuando dice que somos salvos por gracia, y no por obras: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8–9).

Pero, ¿Qué lugar ocupa la obediencia en el esquema establecido por el Nuevo Testamento? ¿Es suficiente para el cristiano convertido tan sólo creer en Cristo y su gracia para obtener la salvación, sin tener en cuenta la obediencia a los mandamientos de Dios? ¿Vivir bajo el “Nuevo Pacto” significa vivir en desobediencia?

La palabra de Dios, es la única norma que debe guiar a todo aquel que busca la verdad. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento, de forma armoniosa y perfecta, muestran al hombre el mensaje de amor de Dios. Solo en ella encontramos el verdadero camino, la explicación del gran conflicto entre las fuerzas divinas y satánicas, y la segura promesa del segundo advenimiento de nuestro Señor Jesucristo. Solo el estudio de la Palabra de Dios guiado por el Espíritu Santo, puede darnos la clave para comprender los amorosos designios de nuestro creador. Jesús dijo: Santifícalos en tu verdad, tu Palabra es verdad(Juan 17:17)

Un estudio sincero, minucioso y personal de la Biblia nos revelará lo que Dios quiere de nosotros. Sin embargo, conocemos la gran cantidad de iglesias, denominaciones y sectas, que esgrimen la Palabra de Dios para fundamentar doctrinas que no son bíblicas. Ya en los tiempos apostólicos el surgimiento de las falsas doctrinas fue un problema que debió enfrentarse en forma directa.

¿Por qué estoy escribiendo este libro? Hace mucho tiempo, mi abuelo me obsequió un pequeño libro titulado “¿Por qué guardamos el domingo?”. Lo leí detenidamente, pero a medida que avanzaba en su lectura, encontraba incongruencias con versículos de la Biblia que yo conocía muy bien. Mi abuelo no aceptaba que yo pensara distinto, su único deseo era convencerme, y fue así como decidí escribir este libro a modo de respuesta.

El pequeño libro arriba citado, dice en su prefacio: “Conviene ser celosos de la pureza doctrinal… el más grave peligro del error consiste en que tiene apariencia de verdad”… y en este punto, coincido plenamente con el autor.

La ley y la gracia”, son dos términos a los que podemos considerar excluyentes, o por el contrario, descubrir la maravillosa concordancia que los envuelve en el contexto bíblico.

Todos los pasajes bíblicos citados, son de la versión Reina Valera 1960, salvo indicación en contrario. Los resaltados o subrayados, en citas bíblicas y literarias, me pertenecen salvo indicación en contrario.

NOTA

Esta obra, como anticipé en la introducción, toma como objeto de estudio un pequeño libro titulado “¿Por qué guardamos el domingo?”, escrito por el pastor evangélico Domingo Fernández. (Editorial Casa Bautista de Publicaciones, año 1971), en él, el autor hace una crítica a los Adventistas del Séptimo Día y a sus doctrinas, utilizando para ello adjetivos despectivos como “judaizantes modernos”, “perturbadores”, etc. Para finalmente concluir que el día de reposo establecido por Dios, es decir el sábado (Éxodo 20: 8), quedó abolido o “clavado en la cruz”, justificando de ese modo, el cambio del sábado al domingo como día de adoración para los cristianos.

En sus primeras páginas hace una breve referencia a los orígenes del adventismo, no sin errores históricos y opiniones tendenciosas que fácilmente pueden refutarse pero que exceden el objetivo de esta obra.

El apóstol Pedro fue muy claro al decir: … hay algunas cosas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen para su propia perdición” (2° Pedro 3: 16). Por este motivo, es necesario estudiar en profundidad la Palabra de Dios, para vivir de acuerdo con la pura doctrina presentada en ella, y pedir a Dios, ser llenos del Espíritu Santo para aceptar su verdad en lugar de acomodarla a nuestra conveniencia.

Considero oportuno realizar esta pequeña obra para todos aquellos que con sinceridad buscan la verdad en la Palabra de Dios, pero que tal vez hayan sido influenciados por el libro en cuestión o algún otro libro con doctrinas similares.

El primer capítulo de “¿Por qué guardamos el domingo?”, se titula “La ley y la gracia”, título que doy también a mi primer capítulo.

Capítulo 1
LA LEY Y LA GRACIA

El diccionario define el término GRACIA como “Don de Dios, sin méritos ni proporción de nuestra parte, en orden al logro de la bienaventuranza”, y también “Beneficio o favor gratuitos”. Así, la gracia, viene a ser un regalo que Dios hace al hombre pecador que nada merece: “Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23), y todos pecamos: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús”(Romanos 3:23–24).

Porque todos pecamos y estamos destituidos de la gloria de Dios, Él, en su infinito amor, ideó un plan para salvarnos de esa muerte. Dios mismo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (S. Juan 1:14). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (S. Juan 3:16).

Este fue el plan de la Redención establecido desde tiempos eternos en nuestro favor. Como la paga del pecado es muerte, el hombre merecía morir, pero Cristo murió en la cruz como el Cordero de Dios, pagando así la deuda. Ocupó un lugar que no merecía, a fin de que nosotros ocupemos un lugar que tampoco merecemos: la vida eterna.

Como vimos, por la propia definición de la palabra, nada podemos hacer para “merecer” la gracia de Dios. Por más esfuerzo que pongamos de nuestra parte, por más que lastimemos nuestros pies peregrinando, y por más fieles q seamos a la ley de Dios, nada es suficiente. La gracia de Cristo no puede ser comprada o ganada. Pero Jesús la toma como un hermoso regalo y la coloca al alcance de nuestras manos. ¿Qué tuvimos que hacer nosotros? ¡SOLO RECIBIRLA!

Por esta razón, aquel que en su último aliento entrega su corazón al Salvador, obtiene vida eterna, como el ladrón de la cruz, que al borde de la muerte creyó de corazón en el Señor: “Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino”, y como él, toda persona que acepta a Jesús sinceramente, recibe por gracia la salvación, tanto el que vivió toda una vida de entrega, como aquel que lo recibe en el último minuto de su vida, aunque la muerte no le de la oportunidad de demostrar su conversión mediante la obediencia a los preceptos divinos.

Y es en este punto donde nos hacemos la pregunta, si no existe ley que nos justifique delante de Dios, entonces, ¿Qué lugar ocupa la obediencia si somos salvos por gracia? ¿Cumple alguna función aún su ley? ¿No fue “clavada en la cruz”? A esto responde el pastor Fernández, en la página 13 de su libro:

 

“El pacto de la ley, se estableció en el Sinaí entre Dios y el pueblo Israelita, y estuvo vigente hasta la muerte redentora de Cristo”.

No existe ley entonces para los cristianos, según su entender. Y unos párrafos más adelante, dice en la página 14:

“La ley tiene por finalidad revelar al hombre su pecaminosidad y mostrarle la necesidad de un Salvador”

Cita como fundamento, (Romanos 3:20) “… ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él, porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”. Y (Romanos 7:7) “¿Qué diremos pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley…”

Me gustaría preguntarle al pastor Fernández cuál de sus aseveraciones es la correcta, ya que son contradictorias, o no hay ley porque solo estuvo vigente hasta la muerte de Cristo, o sí hay ley, y su finalidad es mostrarnos el pecado…

Obviamente, es el segundo párrafo el que concuerda con las Santas Escrituras. La ley es un espejo que nos muestra el pecado, no es un medio de salvación. Sin embargo, cuando nos miramos en ese espejo y nos vemos sucios, ¿Qué hacemos con el espejo? ¿Lo tomamos con ambas manos y lo pasamos por el rostro para que nos limpie? ¿O lo arrojamos a la basura para no ver que estamos sucios? En el primer caso, ¿Nos limpiará el espejo? Y si lo arrojamos para no vernos, ¿No seguiríamos estando sucios?

Lo mismo ocurre con la ley de Dios, se puede caer en el error de intentar limpiar con ella nuestro pecado, cumpliendo con cada mandamiento (justificación por obras) lo cual sería imposible, porque la ley (espejo) no limpia, solo limpia la sangre de Jesús. O podemos caer en el otro extremo, desechar la ley para que no nos muestre el pecado, y así sentirnos limpios, aunque no lo estemos, (falsa justificación por fe).

La conclusión es simple, la ley no puede ser desechada, no caducó al morir Cristo, ella nos muestra el pecado que hay en nosotros y nos hace ver la necesidad de un Salvador, es entonces cuando Jesús nos perdona, nos limpia, nos justifica por sus méritos en la cruz, y como a la mujer adúltera nos dice “vete, y no peques más”.

Juan dijo que “el pecado es infracción de la ley” (1° Juan 3:4), entonces podemos decir que Jesús mandó a la mujer adúltera no transgredir más el séptimo mandamiento que dice “no cometerás adulterio”. Una vez recibida la gracia, debía continuar su camino en armonía a la ley de Dios, como fruto de su nuevo nacimiento.

Es cierto que la Palabra de Dios dice “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”, (Romanos 10:9), pero también es cierto que dice Tú crees que Dios es uno, bien haces, pero los demonios también creen y tiemblan” (Santiago 2:19). ¿Alcanza entonces con creer? Claro que no. El creer es el primer paso hacia la salvación, pero es necesario el nuevo nacimiento y su fruto: la obediencia. La ley ya no existe en tablas de piedra para el pecador que recibió la gracia purificadora de Cristo, porque Él mismo estableció un Nuevo Pacto, no escrito en piedra sino en el alma: Este es el nuevo pacto que haré con mi pueblo en aquel día, dice el Señor: Pondré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente”, (Hebreos 10:16).

En la página 15 del libro antes aludido, el autor escribió:

“La ley como medio de salvación, era un yugo imposible de llevar, antes, ahora y siempre”.

Es verdad que la ley fue siempre un pesado yugo para quienes intentaron hacer de ella su MEDIO para alcanzar la salvación, pero lo que también es verdad, aunque el autor no lo dice aquí, es que la ley deja de ser un peso para transformarse en una delicia cuando lejos de usarla como medio de salvación, se experimenta como fruto de la conversión, así lo expresó David: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:8).

Esa ley que vive en el corazón de un cristiano nacido de nuevo, incluye el cuarto mandamiento: el sábado como día de reposo, y su observancia, nos hace amar la voz de Dios diciendo: “Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares DELICIA, SANTO, GLORIOSO de Jehová… entonces te deleitarás en Jehová” (Isaías 58:13–14), y encontramos en sus sagradas horas alivio para el alma, una relación con Dios mucho más estrecha que la que podemos experimentar todos los días, donde trabajos y quehaceres diversos, se llevan parte de nuestra atención y tiempo.

Ante un mundo que rechaza a Dios como Creador, y encuentra en la teoría de la evolución la mejor explicación para comprender el origen de lo existente, respondemos al divino mandato del Señor, de observar su santo día de reposo, porque ese día es el que recuerda a Dios como creador del cielo, de la tierra, del mar y de todas las cosas que en ellos hay” (Éxodo 20: 11–17), y en Apocalipsis 14:7 el mensaje del primer ángel ordena: “Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado, y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” ¿Y de qué forma adoramos a Dios como CREADOR? Observando el único mandamiento que lo proclama como tal. El sábado como día de reposo fue establecido por Dios como un recordatorio de su obra creadora, que es justamente lo que proclama el primer ángel de Apocalipsis, y pocos versículos después concluye: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”, (Apocalipsis 14:12).

Hace algunos años, en un programa televisivo, un pastor evangélico muy conocido hablaba de la ley de Dios. Yo no tenía más de diez años y recuerdo claramente aún la imagen, en un momento, encorvó su espalda simulando llevar sobre ella un gran peso que lo hacía tambalear, mientras decía que muchos cristianos caminan así por la vida, tratando de cumplir con la ley, y llevando sobre sí, un pesado yugo, haciendo referencia a los diez mandamientos. Pero si este pastor hubiese entendido que la ley de Dios es un espejo que nos muestra el pecado y nos lleva a Cristo, habría tenido el poder del Espíritu Santo, para vencer cuando llegó la tentación. Pero como él consideraba que la ley ya no existía para el cristiano, poco tiempo después, fue sorprendido en adulterio, pecado que con vergüenza debió reconocer públicamente, abandonando su tarea pastoral.

Jamás puede considerarse un pesado yugo a la ley que es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Y si realmente esta santa ley es imposible de cumplir, ¿Qué haremos en la eternidad si nos encontramos entre los redimidos? Porque como los cielos nuevos y la tierra nueva que yo hago permanecerán delante de mi… así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre… y de mes en mes, y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mi dijo Jehová”, (Isaías 66:22–23)

Aquí, el profeta habla de la tierra nueva, y dice que cada sábado nos reuniremos todos en la Santa Ciudad para adorar a Aquel que está sentado en su santo templo, y de mes en mes, ya que el árbol de la vida “dará cada mes su fruto para sanidad de las naciones”, (Apocalipsis 22:2).

Volvamos ahora al tema central de este capítulo: la ley y la gracia. Por un lado, si leemos los escritos de Pablo, nos encontramos con las siguientes declaraciones: “Concluimos pues que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley”, (Romanos 3: 28); “Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: el justo por la fe vivirá”, (Gálatas 3:11). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe… no por obras, para que nadie se gloríe”, (Efesios 2:8–9).

Pero, si leemos los escritos de Santiago, podemos notar que dice aparentemente lo contrario: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores… porque cualquiera que guardare toda la ley y ofendiere en un solo punto, se hace culpable de todos… Así hablad y así haced como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad… la fe, si no tiene obras, es muerta en si misma… Vosotros veis que el hombre es justificado por las obras y no solamente por la fe, porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe, sin las obras está muerta”, (Santiago 1:22, 23, 25 y 2:10–26).

¿Se contradicen Pablo y Santiago? Pablo afirma que el hombre es justificado por la fe sin las obras, y Santiago dice que es justificado por las obras y no solamente por la fe. No hay ninguna contradicción. Lo que Pablo trata de explicar es que el ser humano es incapaz de “hacer” algo en favor de su salvación, aunque sea fiel observador de toda la ley, necesita de la gracia de Cristo para ser salvo, de lo contrario, cualquier incrédulo podría salvarse con solo acostumbrarse a cumplir con la ley. Santiago, en cambio, trata de enseñar que por más que uno “diga” tener fe, si esa fe no está acompañada de obras, es una fe muerta. Una fe genuina debe estar acompañada de obras, no para que estas nos justifiquen ante Dios, sino como fruto de una vida de entrega a Dios.

Unamos a Santiago y a Pablo en un ejemplo: Pablo diría que “si un hombre es honesto, y trata de justificarse ante Dios diciendo que merece ser salvo porque no roba, estaría tratando de justificarse por sus propias obras, lo que es imposible, muchos hombres son honestos y leales con el prójimo sin ser por ello creyentes en la gracia de Cristo”. Por su parte, Santiago agregaría: “Pero si es un hombre de fe, justificado por Jesús, nacido de nuevo, su fe se verá manifestada, por ejemplo, en integridad y honestidad, al no quedarse con lo que no es suyo. Si dice que tiene fe, y roba, su fe, es muerta en sí misma” (Santiago 2:17).

En este punto coincido con el pastor Fernández, ya que en la página 16 de su libro escribió:

“La fe viva, la fe que nos justifica, la fe que nos une al Salvador, es una fe que nos mueve a obedecer a Dios y a amar al prójimo. La fe viva y eficaz resulta justificada, confirmada o manifestada por sus frutos. La palabra ‘obras’ en este caso es sinónimo de obediencia… y por otra parte Pablo está de acuerdo con Santiago en que la fe que justifica, la fe viva y verdadera tiene que manifestarse o probarse por medio de las obras…”

Sin embargo, el libro completo del pastor Fernández, es un continuo ataque a la vigencia de los diez mandamientos, lo que encuentro sumamente contradictorio.

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