Celadores del tiempo

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―¿Ves? Eso que estás sintiendo ahora mismo tendrás que aprender a canalizarlo. La alegría, el amor, la ira y otros sentimientos son fuentes de poder.

―Creo que ya lo entiendo. ¿Por dónde empiezo? ¿Cojo algún arma de la estantería?

―No. De momento, olvídate de armas. Sígueme.

Marc fue hacia la biblioteca. Alice le siguió. Por fin había dejado de pensar en sus preguntas o en su vida pasada, solo pensaba en el presente. Ambos entraron en la biblioteca y se detuvieron delante de una de las estanterías. Ante ellos había cientos de libros. Marc alargó la mano, cogió uno en concreto y se lo dio a Alice. Ella leyó el título: Afluentes de poder. Un nombre bastante extraño y el libro no era muy extenso, apenas tendría cien páginas.

―Quiero que leas este libro y en cuanto termines, este otro.

Marc puso otro libro en sus manos. Este no tenía título, solo llevaba el número uno grabado en la portada. Este era más grueso y mucho más pesado. Tenía algo de polvo y se notaba que era mucho más antiguo que el anterior. El semblante de Alice cambió por completo al ver ambos libros en sus manos y saber que tendría que leerlos; no esperaba que fuesen así sus primeros pasos. Ella pensó que todo era cuestión de práctica, pero, por lo visto, primero tenía que aprender algo de teoría.

―¿Por qué tengo que leer esto? Pensé que mi entrenamiento consistiría en coger una espada y aprender a usarla, o empezar a concentrar mi fuerza, o algo así.

―Antes de llenar tu mente de conocimientos nuevos, debes olvidar los viejos. Como no puedes eliminarlos, tienes que saber la verdad sobre ellos. El primer libro te enseñará los orígenes de los poderes y lo que conlleva usarlos. El segundo trata sobre todas las mentiras que te han contado desde pequeña y por qué lo han hecho. Este último pertenece a una colección de seis tomos. Tendrás que leerlos todos, pero para empezar ya tienes bastante.

―¿Crees que es necesario tanto libro? ¿No me lo podrías explicar tú y así terminaríamos antes?

―Yo no tengo tantos conocimientos. Hazme caso. Cuando leas el primero, entenderás lo que te digo y, al segundo, me gustaría que le prestases especial atención. Durante años te han engañado, tienes que empezar a abrir los ojos al mundo real. Esto es, por así decirlo, tu nuevo renacer.

Nunca le había entusiasmado mucho leer, pero era lo que tenía que hacer. Además, había dicho que haría cualquier cosa sin rechistar, no podía comenzar a quejarse a las primeras de cambio. Al fin y al cabo, aquello era el principio de su nueva vida.

―Puedes ir a la sala, allí estarás cómoda. Yo seguiré aquí entrenando.

―De acuerdo, pero ¿te puedo hacer una última pregunta?

―Solo una y luego te irás a estudiar.

―¿A qué clan perteneces?

―No lo sé. Puede que sea el último de mi clan, como tú, o quizás no pertenezca a ninguno. Desarrollé todas mis técnicas yo solo, sin que nadie me ayudase. Lo único que tengo de mi familia es genético: la rápida regeneración celular que permite curar mis heridas con rapidez.

―¿Dónde está tu familia?

―Te dije que solo una pregunta. Ahora, vete. Los dos tenemos cosas que hacer.

Tras decir esto, Marc salió de la biblioteca, volvió a coger los cuchillos y continuó con su entrenamiento. Mientras, Alice lo observó durante un momento. Se dirigió a la puerta y antes de salir, le preguntó:

―Sé que no te llamas Marc. ¿Cuál es tu verdadero nombre?

La pregunta no recibió respuesta, simplemente silencio. Alice abandonó la sala y se fue a una de las mesas que había en el salón de entrada. Se acomodó en una silla y se dispuso a leer el primero de los libros: Afluentes de poder. Lo abrió, pasó un par de páginas en blanco y llegó al índice. La obra se dividía en siete capítulos. Por curiosidad, miró cuántas páginas tenía y en la última pudo ver el número 116 en el encabezado.

Allí estaba ella, sola, sentada delante una mesa leyendo un libro; curiosa forma de empezar un día. Sin pensarlo más, comenzó a leer, deseando terminarlo cuanto antes para empezar a comprender los poderes y sus orígenes.

Abriendo los ojos

Alice abrió Afluentes de poder. Las primeras páginas comenzaban a explicar y a hablar sobre los estados anímicos en los que podía estar una persona y cómo afectaban a la canalización de la energía.

La tristeza o la soledad evitaban en gran medida controlar los poderes. Incluso se habían dado casos de personas que no habían sido capaces de concentrarse ni lo más mínimo. Por otra parte, otros, como la alegría o la ira, tenían un gran potencial, pero el poder que surgía en dichos periodos era tan inestable que muy a menudo no era posible su control. Todas las emociones eran descritas con detalle, incluso daban consejos para evitar los estados desfavorables.

Al leer esto, le vino a la cabeza la actitud de Marc. Él siempre estaba muy serio. No parecía triste, pero sí solitario y según relataba el libro, una persona que no se relaciona tiende a flaquear más que el resto. Por alguna razón que ella aún desconocía, no parecía que a él le afectase mucho o quizás había aprendido a canalizar la energía en dicho estado.

Dejó de pensar en Marc y continuó leyendo. En la siguiente página se relataba la historia de dos enamorados. Contaba la historia de un hombre y una mujer que estaban casi siempre juntos, hasta trabajaban en la misma empresa. En una ocasión, uno de ellos estuvo a punto de perder la vida en un accidente y el otro fue capaz de dividir un lago en dos para conseguir salvarle. Según parece, el amor que sentía el uno por el otro era tan fuerte que simplemente pensar que podía perder a su pareja, produjo en él un estremecimiento tan grande que consiguió realizar lo imposible para salvarla.

La historia terminaba ahí, sin decir cómo era el final, aunque eso no tenía mucha importancia. Tras unas cuantas páginas empezaba a comprender bastante bien cómo funcionaba el sistema, aunque, de momento, no sabía cómo llevarlo a cabo. En las siguientes hojas hacían referencia a los clanes más importantes, entre ellos y encabezando la lista estaban los Celadores del Tiempo. Le prestó una especial atención, ya que era algo relativo a ella. El texto decía así:

Celadores del Tiempo:

Uno de los seis clanes originarios. Se desconoce quién fue su fundador, ni tampoco el número total de miembros que lo componen, ya que su historia parece estar perpetuamente tras una cortina de humo. Siempre han estado relacionados con sucesos importantes, como la aparición de las bestias en el año 225 y otros eventos de gran importancia, que no serán mencionados aquí por falta de documentos que acrediten dichos actos. Sus miembros suelen ser personas fuertes y respetadas, con un gran sentido del honor y lealtad.

El poder del que disponen es uno de los más codiciados: pueden ralentizar el paso del tiempo, llegando a detenerlo por completo. Normalmente, son capaces de detener el tiempo durante unos segundos, pero se dice que los más poderosos han llegado a detenerlo hasta quince minutos. Incluso corren rumores de que, en una ocasión, uno de ellos llegó a paralizarlo cerca de una hora, pero no hay información al respeto, por lo que no se puede verificar si dicho acontecimiento ocurrió de verdad. Nunca se sabrá con certeza a no ser que se forme parte del clan, ya que comparten otro poder codiciado: la Memoria Familiar. Los miembros de este clan se transmiten los recuerdos al fallecer. Es por esta razón que algunos consiguen perfeccionar algunas técnicas que sus antepasados dejaron a medias. Según se sabe, esta habilidad no está del todo perfeccionada, por lo que no es fácil controlar el pasado de sus ancestros. Normalmente, este poder se manifiesta en sueños. No son capaces de dominar lo que ven, ni elegir los momentos que quieren revivir. Se han dado casos de miembros que controlaban muy bien las visiones y los recuerdos, pero no eran capaces de detener el tiempo y viceversa.

Los Celadores del Tiempo forman parte de la orden Astrati, siendo uno de los clanes fundadores. Nunca se ha conocido que ningún Celador del Tiempo haya ingresado en la orden Kurosangi, aunque sí se han documentado varios intentos, todos ellos debido a lavados de cerebro o hipnosis, para intentar conseguir sus poderes, por lo que no se tienen en cuenta.

El texto terminaba ahí para continuar hablando de los demás clanes. Ahora ya le quedaba algo más claro de dónde provenía y quiénes eran sus antepasados. Por fin entendía el motivo de sus sueños, así que empezó a valorarlos como debía, aunque no podía evitar sentir tristeza al saber que eran visiones del pasado y que las personas que aparecían en sus visiones habían muerto ya hace tiempo. Ahora le gustaría ser capaz de controlar las visiones para saber más de sus antepasados, pero antes debía leer ambos libros, como Marc le había dicho.

Algunos nombres de los otros clanes le parecían extraños y curiosos. Se mencionaba también al clan Destructor, aunque poco se especificaba sobre él. Según relataba, no se sabía exactamente qué poderes poseían, pero fuese el poder que fuese, conseguían multiplicar su potencia por diez. Era uno de los más temidos. Algunos tenían poderes de lo más extravagante, podían incluso transformar todo su cuerpo o dividirse en dos. Muchas de las cosas que leía le resultaban totalmente increíbles, pero después del encuentro que había tenido y ser testigo de algunas cosas parecidas, dio por sentado que aquello que estaba leyendo era verdad.

Sin darse cuenta, ya estaba en las últimas páginas. En las mismas, se hacía una importante referencia y advertía que la persona que abusaba demasiado de los poderes corría el grave peligro de deformar su cuerpo. La canalización y control de la energía era una fuerza muy inestable y no estaba exenta de errores. Se han catalogado casos de personas que habían llegado a desarrollar nuevas extremidades o que habían perdido alguna de las ya existentes. Normalmente, el uso de los poderes conllevaba control y mesura, pero, en algunas ocasiones, se había llegado a hacer auténticas locuras para lograr un poder supremo.

 

Por fin, tras unas horas de lectura, Alice dio por terminado el primer libro. Se levantó un momento para despejarse y aprovechó el descanso para beber un vaso de agua y refrescarse. De nuevo, tomó asiento y se dispuso a dar comienzo la lectura del siguiente libro. Esperaba que fuese tan interesante como el anterior, ya que este le había despejado cantidad de dudas y ayudado a comprender muchas cosas. Echó mano del libro y lo abrió. Al hacerlo, una pequeña nube de polvo salió de entre sus páginas, provocando que tosiera levemente. Pasó las primeras hojas rápidamente, hasta que llegó al índice. Este era mucho más grueso en comparación con el anterior, de ahí que se dividiese en muchos más capítulos. Comenzó leyendo el prólogo, que resumía en pocas palabras lo que se encontraría a continuación.

Ellos han redactado las leyes y esperan que sean cumplidas. No intentes cuestionarlas, esa no es tu labor. Limítate a seguir las normas dictadas, no las contravengas. Sigue el camino marcado y no cuestiones el sistema. Si así lo haces, te verás compensado con una vida placentera. De lo contrario, te acarreará un sinfín de problemas. Estas páginas te explicarán todo sobre la verdad que se oculta tras sus mentiras. Los que te gobiernan se enriquecen a tu costa porque tú lo permites. Por eso, con este libro, pretendo abrirte los ojos.

Desde luego, el prólogo no dejaba indiferente a nadie. El primer capítulo hablaba del Ejército. Según el autor, le dicen a la población que el Ejército está formado por hombres cualificados. No está permitida la entrada de voluntarios, pues nadie llega a ese nivel. Siempre se había preguntado el porqué de esa manera de pensar y actuar, pero nunca se habría imaginado cuál era la verdad y esta era que las tropas de Plaridio eran clones. Habían intentado, en otras épocas, utilizar otro tipo de guerreros, como androides y ciborgs, pero nunca obtuvieron los resultados esperados. Con el desarrollo de la ingeniería genética, habían logrado crear casi el soldado perfecto con la clonación. Consiguieron organismos manipulados mediante la implantación de chips y programados desde su creación como simples máquinas, sin sentimientos.

En las siguientes páginas explicaban los pros y los contras de cada uno de sus experimentos. Sus tropas no eran perfectas, les faltaba entrenamiento específico para combatir con los numerosos enemigos que había en el mundo. Debido al elevado número de clanes que existían, con sus diferentes tipos de lucha, no habían conseguido aún crear un clon con el poder suficiente para enfrentarse a cualquier tipo de enfrentamiento, aunque les faltaba muy poco.

No se sabía con certeza la ubicación exacta de los laboratorios donde llevaban a cabo la clonación de sus tropas. Era un secreto demasiado valioso como para ser divulgado. Muchos fueron los que habían intentado localizar dicho lugar, pero hasta el día de hoy nadie lo había conseguido. Lo único que hallaron fue la muerte. Alice no daba crédito a lo que estaba leyendo. Robert nunca le había hablado sobre clones. ¿Sería posible que él no lo supiera? Le costaba creerlo, ya que era el encargado de supervisar las tropas antes de que partieran hacia Areti. Tal vez estaba tan cegado como ella e ignoraba las señales más evidentes. A veces, es necesario que alguien te abra los ojos para poder ver la verdadera realidad que te rodea.

El siguiente capítulo se titulaba Armas de fuego. Se relataba el uso de un tipo de arma nueva. Hacía algún tiempo que Alice había oído un rumor sobre ello. Al parecer, se trataba de un arma capaz de disparar proyectiles a gran velocidad y a distancias antes inalcanzables. Pronto descubrió la causa por la cual no se permitía su uso, aunque no lo comprendió. Tuvo que esperar al siguiente capítulo para entenderlo por completo.

Armas de fuego:

Este tipo de arma es muy potente y puede matar a un hombre desde una larga distancia simplemente apretando un gatillo. Han sido probadas y se han obtenido buenos resultados muchas veces, pero nunca se ha llegado a un acuerdo para su uso.

La principal causa de que no se utilizasen eran unas bestias llamadas Rasmoth. Otra de las razones que esgrimían era la capacidad de la que disponían algunos de esquivar o detener los proyectiles, entre ellos se encontraban los Kurosangi y los Astrati. Durante una temporada, las armas de fuego fueron permitidas, pero dado el alto nivel de delincuencia y el elevado número de homicidios, fueron retiradas y confiscadas al poco tiempo de su legalización. El Gobierno pensó en incorporarlas al equipamiento de su ejército, pero siempre se corría el riesgo de que cayeran en manos de sus enemigos y la posible solución se volviese contra ellos. Además, con la represión y el control de la población, prácticamente no era necesario ningún tipo de arma. Tampoco era usual su utilización en las zonas exteriores por una razón más honorable: el uso de un arma de fuego era considerado un símbolo de cobardía.

Alice entendió la razón por la que no permitían el uso de ese tipo de arma. La verdad es que era algo comprensible y una de las pocas cosas que el Gobierno había hecho bien, aunque solo fuera por una vez. Estaba totalmente de acuerdo con ellos. Si fuese necesario defenderse de alguien, debía hacerse cuerpo a cuerpo, en igualdad de condiciones y con tus propios medios, sin ningún tipo de armas de fuego. Allí terminaba aquel capítulo y Alice estaba ansiosa por leer el siguiente, que estaba dedicado a aquellas extrañas bestias de las que nunca había oído hablar. Estaba muy cansada y hambrienta. Llevaba varias horas sin levantar los ojos del papel, pero decidió continuar un poco más, necesitaba terminar el siguiente capítulo. Pasó la página y pudo leer el siguiente título:

Rasmoth, las bestias negras.

Tienen su guarida en las cuevas Airis, a varios kilómetros de la costa norte de Areti. Nunca han intentado poblar otros lugares. Al parecer, son criaturas territoriales y sedentarias.

Su aparición está datada en el año 225 cuando, extrañamente, surgieron de una gruta subterránea en lo más profundo de unas cavernas. En el 1149 desaparecieron sin dejar rastro durante siglos para reaparecer de nuevo sobre el año 1725.

Atacan a todo lo que encuentran a su paso, sin ninguna excepción, aunque, desde su última aparición, sus ataques se centran en la región de Plaridio. Han sido muchos los intentos para conseguir domesticarlos o exterminarlos, pero nunca se han obtenido resultados satisfactorios. Su aspecto es muy característico: tienen un pelaje suave y negro como la noche más oscura; su piel tiene una cualidad muy peculiar: se vuelve extremadamente elástica ante fuertes golpes. Es un sistema defensivo muy eficaz, ya que cualquier objeto que impacte fuertemente en su cuerpo «rebota» lanzando el ataque de vuelta contra su enemigo. Esa es la principal razón por la que las armas de fuego no funcionan contra estas bestias, siendo eficaces solo espadas y flechas, lanzadas o clavadas a pocos metros de distancia. Disponen también de unas grandes garras, muy afiladas, al igual que sus poderosos colmillos. Es conveniente extremar la precaución e intentar refugiarse de su ataque cuando uno se encuentra con ellos. Son animales muy territoriales y extremadamente peligrosos. No suelen atacar en grupos superiores a cuatro sujetos. Sus cadáveres desaparecen al poco tiempo de haberlos matado.

Las hojas siguientes mostraban diferentes dibujos y bocetos en los que se representaba a esas criaturas. Inspiraban terror: parecían bestias surgidas del infierno sedientas de sangre. Ojalá nunca se encontrase con ninguna de ellas. Si le dieran a elegir, sin duda, preferiría luchar contra Irix de nuevo antes que con una de esas bestias. Tenía la impresión de haber visto antes a esos seres, quizás en uno de sus sueños. Recordó el último y de cómo unas bestias muy parecidas corrían en medio de una explosión. Le surgieron nuevas preguntas, pero después de tantas horas de lectura, su cuerpo necesitaba de nuevo un descanso y, sobre todo, comer algo.

Dejó el libro abierto por el siguiente capítulo: Lugares escondidos. Se levantó en silencio; se oían una serie de golpes en la sala de entrenamiento. Ella había pasado varias horas leyendo y en todo ese tiempo Marc no había descansado ni un solo instante. Fue hacia la cocina y al llegar a la altura de la sala de entrenamiento, se detuvo ante la puerta y observó a Marc.

Tenía puesta una camiseta azul bastante vieja y llena de agujeros. No llevaba encima ningún equipo, ahora sostenía ambas espadas en sus manos, golpeando una y otra vez un muñeco que le servía de ensayo. Debía de estar revestido de un cuero muy resistente, pues los golpes no conseguían hacerle apenas ningún rasguño. Durante unos instantes se quedó abstraída mirándolo. Daría lo que fuese por saber lo que estaba pensando en ese momento y por qué era tan introvertido.

Decidió no pensar más en ello y prosiguió su camino. Llegó a la cocina, se dio cuenta de que era mucho mejor de lo que había visto en un principio. La encimera era de mármol. Tenía varios tarros y jarras ordenadamente colocados encima. En el centro había una vitrocerámica y debajo de esta, un horno. Abrió la nevera y pudo comprobar, para su asombro, que era muy espaciosa, casi como el armario de su habitación en Nilagos, pero totalmente repleta de comida. Abrió cada uno de los armarios de la cocina, fijándose en lo que había en su interior. En algunos se almacenaba la vajilla, platos, vasos, tarteras y demás utensilios; en otros, había gran variedad de alimentos en conserva. Abrió unos de los cajones y se sorprendió al ver la cantidad de tenedores y cuchillos de que disponían.

Se fijó que había una panera con varios trozos de pan en su interior. Comprobó su frescura tocando con la mano uno de los pedazos y se sorprendió de lo tierno que estaba. Lo cogió, era justo lo suficiente para hacerse un bocadillo que calmaría su estómago, y con uno de los cuchillos del cajón lo abrió por la mitad.

Dejó el trozo de pan abierto en la encimera, entró en la cámara frigorífica y buscó algo con lo que llenar el bocadillo. Le apetecía algo simple, pero parecía que no había nada de lo que ella deseaba. En uno de los estantes reposaban unas cajas transparentes que parecían contener algunos embutidos, así que se puso de puntillas para alcanzarlas. Al hacerlo, pudo ver varios recipientes apilados llenos de chorizo, queso, jamón y demás tipos. Cuando se dio la vuelta, la puerta se cerró con un fuerte golpe, dejándola dentro del refrigerador con las cajas en la mano.

Se asustó al no saber si se podría abrir desde dentro. Intentó hacerlo empujando la puerta, pero no lo logró. Se fijó en que había un pequeño botón que servía para desbloquear o para activar una señal de aviso para que alguien pudiese abrir en caso de darse aquella situación. Lo pulsó sin dudarlo. Sonó un leve chasquido y pudo abrir la puerta sin ningún problema.

Respiró aliviada, cerró la puerta y se dirigió de nuevo a la encimera a terminar de prepararse el bocadillo. De toda la variedad de que disponía se decidió por jamón y queso. Mientras lo preparaba, probó una loncha de chorizo y se quedó gratamente sorprendida por su sabor; era muy distinto a lo que había probado hasta entonces. Mientras saboreaba el delicioso bocado, vio una mano aparecer por su derecha. Dio un salto del susto. Era Marc alargando su mano para coger un pedazo de pan.

―¡Me has dado un susto de muerte! No seas tan sigiloso.

―Yo también estoy hambriento. Venía a prepararme algo.

Alice cogió el bocadillo en la mano y empezó a comer. Se quedó allí, apoyada en la encimera, mirando cómo Marc preparaba el suyo. Él no se molestó en coger un cuchillo para abrir el pan, sino que empleó sus dedos. Metió chorizo en su interior y recogió las cajas que contenían los embutidos, llevándolas a la cámara rápidamente. Salió deprisa para no coger frío, ya que estaba todo acalorado y sudoroso. Se acercó a la nevera y cogió un botellín de agua que se bebió de un trago.

Acto seguido, se dirigió de nuevo hacia la sala de entrenamiento con su bocadillo en la mano e ignorando completamente a Alice.

―¿No vas a preguntarme lo que he leído?

Se detuvo en el centro de la cocina y permaneció inmóvil. Levantó su bocadillo y le dio un mordisco, dándole la espalda. Alice se quedó sorprendida por su comportamiento.

 

―Me gustaría hablar contigo ―dijo―. No te pido que me expliques nada, pero necesito hablar con alguien, necesito desahogarme.

―Lo siento. Yo no valgo para ese tipo de cosas ―contestó Marc con frialdad.

―¿Por qué te cuesta tanto escucharme?

Marc por fin se dio la vuelta y la miró. No parecía enfadado, ni contento, ni siquiera tenía su cara de seriedad habitual. No sabría definirlo bien, pero, por alguna razón, no se le veía igual que antes.

―No quiero escuchar tus problemas. Ya tengo bastante con los míos y si le preguntas a la primera persona que encuentres en la calle, seguro que todos tienen problemas en mayor o en menor medida. Debes aprender a escucharte a ti misma.

―Yo prefiero hablar con alguien. Si no te desahogas y expresas tus sentimientos, puedes terminar muy mal.

―No necesito la amistad de nadie, ni pienso contarte mi vida y mucho menos escuchar la tuya. Lo siento, esto es lo que hay.

―Creo que ya sé lo que te pasa.

Alice empezó a caminar hacia él despacio, con pasos muy cortos y sin hacer ruido. Caminaba con la cabeza ligeramente ladeada e inclinada hacia delante, mirando fijamente a su compañero. Marc le devolvía la mirada, manteniendo la distancia en todo momento.

―¿Te has enamorado de mí? ―preguntó ella.

―No digas tonterías. Pareces una niña pequeña ―respondió Marc mientras se daba la vuelta.

―No te enfades, lo he dicho en broma. Además, si quisiera que te enamorases de mí, usaría mis encantos.

Marc apartó la mano que estaba a punto de tocar la de ella. Dio dos pasos hacia atrás, separándose mientras daba otro mordisco al bocadillo. Se encontraba incómodo, ya que nunca le había gustado hablar sobre ese tema y menos con una mujer. No quería charlar con ella, pero algo le decía que ella no pararía de insistir hasta desahogarse.

―¿Te das cuenta de lo que haces?

―Sí. Eres una persona muy reservada. Nunca has tenido una relación con nadie, por lo que no sabes lo que se siente ―le reprochó Alice.

―Eres una estúpida. No sabes de lo que estás hablando.

―Yo sé lo que es tener amigos. No te estoy pidiendo ser tu confidente, ni que seas mi novio, ni nada parecido. Simplemente quiero hablar contigo, aunque solo sea cinco minutos.

―Ahora mismo estamos charlando y ya llevamos un buen rato. ¿No te basta con eso?

―No sé nada de ti, ni de tu pasado. Para mí eres un desconocido y si tengo que confiar en ti, necesito saber algo más.

―No me gusta hablar del pasado. Recordar viejos tiempos solo trae dolor. Es mejor dejar las cosas como están y vivir el presente.

―Si pudieras cambiar algo de tu pasado, ¿lo harías?

―Por supuesto que no. Los errores de mi pasado son lo que han hecho de mí la persona que soy. No niego que cambiaría algunos sucesos, pero únicamente por el bien de otras personas.

―¿Qué otras personas?

―No sigas por ahí. No te contaré nada.

Alice lo intentaba, pero parecía como si tuviese preparadas las evasivas de antemano. Era como si un escudo le protegiese rechazando cualquier pregunta que se le hacía aunque, poco a poco, había conseguido romper esa especie de coraza que le protegía; ya empezaba a notar algo diferente en su actitud. Creyó que se marcharía al poco de empezar a hablar con ella, pero, sin embargo, había conseguido llamar su atención. Marc quería hablar y empezar a cambiar, pero no sabía por qué una parte de él evitaba cualquier contacto. Tenía que ayudarle a salir de su mundo interior y hacerle ver que existía otra manera de vivir.

―No pretendo cambiarte, pero necesito que hablemos de nosotros. Como comprenderás, no voy a dejar mi vida en manos de personas a las cuales desconozco y especialmente a ti.

―¿Por qué soy especial?

―Porque tú me has salvado. Me arrepiento de no haber confiado en ti desde el principio. Pero lo siento mucho.

―No soy una persona muy habladora. No me gusta tener contacto con otra gente y menos con alguien que habla tanto como tú. Me gusta ser como soy y no quiero cambiar.

―Al menos, ¿podrías contarme algo sobre Areti?

―El libro que te di lo relata con todo detalle. ¿Aún no has llegado a esa parte?

―Ya terminé de leer el primero y apenas he empezado el otro. Solo he llegado hasta donde hablan de las bestias Rasmoth. ¿Te has encontrado alguna vez con alguna?

―Sí, son peligrosas, muy fuertes y veloces. Hace unos años nos encontramos con tres de ellas cuando veníamos hacia aquí. Por suerte, acabamos con ellas, pero nos costó demasiado trabajo.

―¿Podrías hablarme sobre algún lugar de los que he visto en mis sueños?

―Solo tú sabes lo que sueñas.

Alice giró la cabeza rendida ante la testarudez de su compañero. Se alejó un poco, se sentó en la encimera y siguió comiendo el bocadillo con calma mientras trataba de averiguar la manera de conseguir que Marc se abriera un poco más y se convirtiese en un amigo.

―Me refiero a algún pueblo o lugar curioso que hayas visitado.

―¿Por qué no lees el libro? Te lo explicará mejor que yo.

―Eso ya lo sé. Pero quiero que me lo cuente alguien que lo haya visto y que me exprese lo que sintió. Los relatos suelen ser fríos y no describen fielmente los paisajes ni la orografía. Nada es comparable a la información de alguien que ha estado en esos lugares.

La cara de Marc empezaba a mostrar enfado, aunque también parecía estar a punto de rendirse ante el bombardeo de preguntas al que estaba siendo sometido. Alice no sabía si seguir presionándolo o dejarlo por esta vez. Había conseguido más de lo que pudiese imaginar y dio por terminada la conversación, y dijo:

―Mejor, déjalo. No quiero presionarte más. Cuando necesites hablar, quiero que sepas que yo estaré encantada de escucharte.

Alice era una persona muy abierta. Le gustaba hablar con todo el mundo, pero no con alguien que no quería escuchar. Marc se dio la vuelta aliviado y caminó hacia la sala de entrenamiento mientras le daba el último mordisco al bocadillo. Alice seguía sentada observándolo con atención; esperaba, quizás, una repentina reacción. Tenía una extraña sensación, aunque no le había contestado a ninguna de sus preguntas. Tal vez se había pasado con algunas palabras, pero de no ser por eso, no habría descubierto un poco quién era realmente Marc.

Marc todavía no había dejado la sala cuando Alice soltó de nuevo una pregunta, esperando que sus palabras tuviesen respuesta:

―¿Por qué os matáis los Kurosangi y los Astrati?

Marc se detuvo frente a la puerta. Durante unos segundos permaneció inmóvil, parecía estar pensando la respuesta. Alice esperaba impaciente que dijese algo. Desde muy pequeña siempre se preguntó por qué la gente se mataba unas a otras. Con lo fácil que era llevarse bien y vivir en armonía. Pero parecía que a la gente le gustaba los problemas, como si algunas personas necesitasen la violencia para vivir, como si fuese parte de su ser.

―A estas alturas ya tendrías que haberte dado cuenta de que solo quieren el poder.

―¿Y tú por qué luchas?

―Esa es una buena pregunta. Yo mismo me la hago muchas noches antes de dormir. ¿Por qué? Los Kurosangi son como una infección. Si no la eliminas totalmente, siempre regresa. Son despiadados y lo único que traen con ellos es sufrimiento, dolor y muerte. Lucho para que este sea un mundo mejor.

Alice se quedó sorprendida ante su respuesta. No se esperaba una reacción así y menos una contestación tan sincera. Aunque no la vio, pudo imaginarse la cara de indignación que acompañaba a aquellas palabras. De pronto, recordó lo que había leído momentos antes y se le ocurrió una solución mejor que la propuesta de Marc.