Celadores del tiempo

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―Estás herido. ¿No decías que conocías este truco? ¡Deberías mejorar más!

―Es solo un arañazo. He mejorado lo suficiente. Tal vez no en fuerza, pero sí mentalmente.

―¡Y mira de qué te ha servido! ―contestó Irix entre carcajadas.

Irix ya estaba cerca. Marc arrancó sus espadas del suelo y las envainó a su espalda. Alice no esperaba esa reacción y viendo esto, empezó a temblar. Se estaba rindiendo. No podía creerlo. Después de todo lo ocurrido, esto no podía terminar así. Tenía que prepararse para escapar, aunque no veía cómo hacerlo. Quizás fuese mejor dejarse capturar y preparar una buena excusa para librarse de la prisión y solo ir a rehabilitación. Tal vez fuese cierto lo del traslado. Su vida había dado un giro completo. Ahora sabía lo suficiente para comprender que ella era una parte importante de aquella intriga, no quería dejar las cosas a medias. Tenía que saberlo todo, se sentía engañada.

Fue criada sin hogar, sin padres, en un mundo que estaba siendo devorado por guerras y conflictos. Pensaba que, por fin, había encontrado una buena razón para seguir viviendo, pero todo era una mentira: el Yermo, Plaridio… Todo era una gran farsa. No encajaba y nunca encajaría en ese mundo de locos. Pensó en saltar sobre Irix y golpearle. No creía que pudiese hacerle daño, pero por lo menos se desahogaría y se libraría de la frustración que corrompía su ser.

Cuando se levantó decidida a hacerlo, se dio cuenta de que Marc había echado mano de una daga. La lanzó con fuerza contra el cuello de Irix. Este la esquivó con un rapidísimo movimiento, provocando que la daga desapareciese por encima de él.

Sin apenas dejarle reaccionar, Marc dio un salto muy grande que lo elevó a varios metros de altura, impulsándose hacia atrás. Cogió dos dagas en cada mano y las lanzó, una tras otra, contra Irix. Este fue dando pequeños saltos hacia atrás para esquivarlas. Sin muchos contratiempos, esquivó las tres primeras, pero la situación se complicó cuando la cuarta daga estaba llegando. Le costó más trabajo deshacerse de aquella amenaza. Dio un paso atrás y tropezó con uno de los cientos de pedazos de asfalto que él mismo había creado con sus ataques fallidos, perdiendo el equilibrio y cayendo de espaldas, pero sin soltar su arma.

Irix estaba sorprendido por el descuido que había tenido. Por suerte para él, no había sido demasiado grave. Pero se fijó en que algo brillante caía del cielo. Pudo ver que era una de las dagas. Incomprensiblemente, aquel primer lanzamiento fallido de Marc se dirigía hacia él.

Irix no se esperaba aquello y no pudo reaccionar a tiempo. La daga se le clavó sin piedad en el centro del pecho, haciéndole gritar de dolor. La sangre brotaba y salpicaba en todas direcciones. Marc todavía estaba descendiendo de su salto, pero ya mostraba una pequeña sonrisa. Nada más tocar el suelo, gritó:

―¡Alice! ¡Vámonos de aquí!

Ambos corrieron hacia la moto, con la esperanza de que aún funcionara, era la única opción de escape. Corrieron con todas sus fuerzas. Mientras, Irix continuaba en el suelo, retorciéndose de dolor. Un dolor intenso, pero mayor era la rabia de sentirse derrotado por un niñato imberbe.

Levantando un poco la cabeza y preguntándose cómo podía haberle sucedido aquello, miró hacia ellos y adivinó sus intenciones. Echó mano a la daga de su pecho y la agarró con fuerza. De un tirón se la sacó rápidamente. Un chorro de sangre salió disparado, pero enseguida tapó la herida con la otra mano. Se reincorporó lo máximo posible, mientras intentaba aguantar el tremendo dolor. Con la daga en su mano derecha y emitiendo un grito, lanzó el arma hacia Alice.

Marc sintió algo en su interior. Un pálpito que le avisaba que ella estaba en peligro. Sin dudarlo ni un momento estiró su mano izquierda, interponiéndola en el camino de la daga, que se dirigía mortalmente a la espalda de Alice. Esta se clavó profundamente en su mano, atravesándola. No gritó, se limitó a mirar a Irix y, con una pequeña mueca, le dio a comprender que había fallado.

Alice no se había dado cuenta de lo que ocurría. Giró la cabeza un momento y vio la mano de Marc chorreando sangre con la daga clavada en ella. Se detuvo para intentar ayudarle, pero él no la dejó. En lugar de eso, la agarró por una mano y tiró de ella con fuerza.

―No hay tiempo. No te pares. ¡Corre! ―gritó Marc.

Mientras se alejaban, Marc se quitó el arma que estaba clavada en su mano y la enfundó en su lugar. Sangraba considerablemente, pero no podían detenerse, tendría que aguantar el dolor.

Irix ya estaba levantado, aunque encorvado debido al dolor de la herida del pecho. Comenzaron a aparecer llamaradas de fuego a su alrededor, rodeándolo. Era como si el infierno se estuviese abriendo bajo sus pies. Lo invocaba con sus manos, como en un último intento de detenerlos. De nuevo, la temperatura comenzó a subir, pero esta vez a unos niveles imposibles; el asfalto se derretía y el coche comenzaba a fundirse.

Pronto las llamas llegarían a ellos. Marc llegó el primero a la motocicleta, la arrancó y respiró aliviado al comprobar que aun funcionaba. Alice subió y se agarró fuerte a la cintura de su compañero. No estaba muy cómoda pero la situación requería rapidez. Hizo lo que pudo para no salir disparada hacia atrás cuando Marc aceleró a tope para abandonar el lugar lo antes posible.

Con una gran furia, Irix lanzó todo ese fuego hacia ellos, desintegrando todo lo que alcanzaba a su paso y levantando una gran cantidad de polvo, humo y arena. La bola avanzaba a gran velocidad, sin detenerse ante nada, produciendo un sonido ensordecedor.

Marc miró por el espejo retrovisor y aceleró aún más al verlo. La moto iba al límite de su potencia y la bola de fuego avanzaba hacia ellos con ímpetu. Alice miró hacia atrás y se asustó al ver cómo la esfera de fuego les daba alcance y los empezaba a envolver por todas partes, amenazando sus vidas.

―¡Acelera! ¡Nos está alcanzando! ―gritó Alice muy asustada.

―¡No puedo correr más!

El calor era insoportable, casi se hacía imposible respirar. Los dos pensaron que aquello sería su final, pero entonces la onda de fuego perdió intensidad, se fue desvaneciendo. Habían tenido la suerte de escapar justo en el límite de su poder. El aire se hizo de nuevo respirable y la velocidad que llevaban les sirvió para aliviar el terrible calor. Poco a poco, la humareda se empezó a diluir. Ambos miraron hacia atrás. El paisaje era dantesco. La bola de fuego había dejado una estela de destrucción por donde había pasado. Incluso los restos del coche se habían fundido y no quedaba rastro de la carretera. El poder que se había liberado allí era muy grande. Alice pensó que quien tuviera semejante poder no le resultaría muy difícil controlar el mundo.

A sus espaldas se pudo oír un grito. Procedía del lugar donde habían luchado. Un grito de desesperación y fracaso. Irix gritaba impotente maldiciendo y clamando venganza. Habían conseguido escapar con vida. Iban a toda velocidad y llegaron pronto a la bifurcación que anteriormente había anunciado el cartel. Giraron a la derecha, dirección Casfaber. Alice estaba preocupada por la herida de Marc, pero ahora lo primordial era ponerse a salvo.

―¿Por qué vamos a Casfaber? ―preguntó Alice―. Estará lleno de guardias. Es una gran ciudad y muy vigilada. Será fácil cogernos.

―Te equivocas. Tendremos más sitios donde escondernos y pasar desapercibidos. Además, pensarán que huimos al campo y no a la ciudad. Cuanto más cerca de la boca del lobo, más seguros estaremos.

―No me gusta mucho esa idea… Por cierto, ¿qué tal la mano?, ¿te duele?

―Tranquila. Estoy bien.

Continuaron en silencio observando el paisaje que, por momentos, perdía belleza. Siguieron en la misma dirección durante un rato hasta que en el horizonte se empezó a divisar la silueta de una gran ciudad. Era Casfaber. Había oído hablar mucho sobre esa ciudad e incluso había visto algunas fotografías. Por fin la vería en persona.

Había oído hablar del pasado de Casfaber, su historia era muy curiosa. Comenzó siendo un pequeño asentamiento que fue creciendo con el paso de los años. Se empezó a extender, pero decidieron que no se siguiese ampliando a lo largo para evitar desplazamiento y decidieron levantarla hacia los cielos. Cuando los edificios alcanzaron alturas considerables, construían una nueva base, haciendo una plataforma en la que levantar otro nivel más de edificios hasta llegar a los tres niveles que tenía en ese momento.

Con semejante altura no era de extrañar que se pudiese divisar desde tan lejos. A medida que se iban acercando, la imagen era imponente con cientos de edificios de considerable altura. Cuando ya estaban tan cerca que todo se podía distinguir con claridad, contemplaron la entrada de la ciudad. Un muro de hierro la rodeaba, protegiéndola de posibles asaltos... o huidas.

Una enorme puerta daba acceso a la ciudad. Llamaba la atención que dicha puerta no dispusiera de vigilancia. La gente tenía tanto miedo que ni siquiera intentaba salir de la ciudad. A todo el que allí vivía, se le indicaba que en el exterior merodeaban saqueadores y asesinos, pero por lo que Alice había podido observar mientras recorrían la carretera, aquello no tenía ningún fundamento ni razón de ser.

Ya estaban ante la puerta de la ciudad, así que entraron a través del arco. Fueron aminorando la marcha poco a poco, ya que algunas personas que paseaban por las calles los miraban extrañados, pues no era nada habitual ver a dos personas montadas en una moto, sucios y con pinta de extranjeros, y lo que menos les interesaba a ellos en ese momento era llamar la atención. Llegaron a la Gran Plaza, un lugar monumental, aunque parecía poco transitado. Marc se dirigió al callejón de un pequeño edificio y dejaron allí la moto, al lado de unos contenedores.

 

Alice empezó a vendarle la herida de la mano con un pedazo de tela que había encontrado tirado cerca del lugar. Al mirarle la herida, Alice se dio cuenta de que ya había empezado a cicatrizar. Aunque todavía estaba bastante abierta, ya había dejado de sangrar.

―¿Estás bien?

―Sí, he tenido heridas peores. En un par de días estará curada.

―Me alegro. No he tenido la oportunidad de darte las gracias. Si no fuese por ti, quizás estaría muerta.

Marc se quedó en silencio y se apartó de Alice para terminar de vendarse la mano. Miró dentro de uno de los contenedores, se quitó el arnés con las espadas, la funda con los cuchillos y lo metieron todo en uno ellos, tapándolo con unas bolsas. Un cuchillo que le quedaba se lo guardó en la pierna, a la altura del tobillo, por debajo del pantalón.

―Luego vendré a por ellos. No recogen la basura hasta bien entrada la noche.

―¿Por qué te llevas esa otra daga? ―preguntó Alice.

―Nunca se sabe lo que puede ocurrir. Hay que ser prevenidos.

Ambos salieron del callejón. Marc no dejaba de mirar a su alrededor con atención por si alguien les seguía. Al salir de entre los dos edificios, pudieron contemplar, ahora en todo su esplendor, la Gran Plaza. Los edificios que la rodeaban parecían ser oficinas aunque alguno que otro estaba abandonado. El suelo era de pizarra, apenas había claridad. Los enormes edificios que se extendían ante ellos tapaban totalmente la luz, haciendo del lugar una zona oscura y fría.

Los bloques de edificios eran muy altos. Apenas se distinguía el final. Desde luego, aquello había requerido un buen trabajo arquitectónico. En ese momento eran como minúsculas hormigas, comparados con las faraónicas construcciones que tenían ante ellos. Alice no paraba de mirar hacia arriba, contemplando con gran curiosidad toda la estructura, imaginándose cómo sería estar allí arriba. Era increíble.

Continuaron caminando hasta un edificio que sobresalía del macizo que era la ciudad. En lo alto colgaba un gran cartel que ponía: «Ascensores».

Mientras paseaban por la plaza, se cruzaron con alguna persona. Incluso con algún guardia. Uno de ellos pasó cerca, mirándolos fijamente. Ambos agacharon con disimulo la cabeza. Alice pensó que los iban a detener, pero por suerte no fue así y pasaron de largo. Llegaron al edificio y miraron a través de la cristalera. Vieron un largo pasillo lleno de ascensores.

―Bienvenida a la ciudad ―dijo Marc mientras abría la puerta del edificio.

Final del trayecto

Al entrar en el edificio, un largo pasillo se extendía ante ellos con un suelo tan pulido que cualquier cosa se reflejaba en su superficie. A ambos lados había una serie de compuertas señalizadas con dos flechas en direcciones opuestas. Eran los ascensores. Había decenas de ellos.

Al irse acercando al más próximo, Alice se fijó en el final del pasillo. Este acababa en una escalera de metal que llevaba a la cima de los edificios tras miles de escalones; debían de ser las escaleras de emergencia, pero solo pensar que alguien tuviese que subir esas escaleras uno ya se cansaba. Se oía una voz masculina a través de la megafonía que explicaba las normas de la ciudad y los trabajos que se estaban llevando a cabo. Hablaba sobre seguridad, tasas, impuestos. Explicaba que eran necesarios, que servían para proteger a la ciudadanía y no podía faltar el recordatorio de las leyes básicas que cada ciudadano debía acatar. En realidad, era un método para tener controlada a la población e inducirles miedo y que no olvidasen dónde estaban ni lo que debían hacer.

Ambos entraron en uno de los ascensores que estaban libres. Lo primero que le llamó la atención, nada más poner los pies en su interior, fue que solo disponía de cuatro pulsadores numerados del cero al tres. Hacían referencia a los tres niveles en los que se dividían el bloque de edificios que había en Casfaber. El ascensor era pequeño y con una capacidad máxima de cinco personas. Estaba fabricado en acero inoxidable, con incrustaciones en madera en la parte inferior. Había una pantalla en uno de los laterales, que mostraba imágenes sobre la estructura del edificio y el reparto de plantas como una especie de plano. También se apreciaba en el techo una pequeña cámara con micrófono incorporado.

Marc pulsó el nivel 2 y el ascensor se puso en marcha. Justo después, acercó su mano hacia la cámara y la inutilizó, arrancándole unos cables.

―¿Por qué has hecho eso? Ahora sabrán que algo falla y enviarán a alguien.

―No te preocupes. No hay gente mirando las cámaras todo el día; eso es lo que quieren que creamos. Es un sistema de grabación automatizado y solo son revisadas cuando hay algún incidente. Además, cuanto menos nos vean, mejor.

―Tú sabrás lo que haces...

Alice se quedó mirando el monitor. Mostraba también esquemas de cómo estaba dividida la ciudad. Eran tres niveles, soportados por los edificios y por cuatro columnas principales a las que llamaban «Soportes Vitales». Era en el último nivel donde se asentaban algunas de las tiendas y empresas más prestigiosas y el gabinete de Gobierno, que era donde residían los organismos más importantes.

En el segundo nivel había muchas más empresas, tiendas y viviendas. Era una zona mucho más productiva que la anterior, con un enorme centro comercial y de ocio. Se informaba de las ofertas de empleo de muchas empresas que aún buscaban trabajadores. Después estaba el primer nivel. Prácticamente no disponía de negocios, la inmensa mayoría eran viviendas. Por último, el nivel inferior, que era el hall de entrada, del que no se especificaba nada. La megafonía emitía sus mensajes una y otra vez sin interrupción. Solo llevaba allí unos minutos y ya estaba cansada de oír aquellos sermones. Marc se fijó en la pantalla, pero se mostraba indiferente.

―Seguro que estarás asombrada por lo que acabas de ver y oír. Solo te dicen lo que le interesa a ellos que sepas. La ciudad no está dividida como ellos dicen.

―Pues, entonces, ¿cómo está dividida? ―preguntó Alice con cinismo.

―La ciudad está dividida en niveles, eso sí es cierto. Arriba están los ricos y las empresas de mayor valor. Todo limpio e impoluto, y las escasas veces que hay algún altercado es rápidamente sofocado por el cuerpo de guardia. Luego está el siguiente nivel, que es adonde nos dirigimos. Es un lugar bastante tranquilo. Allí vive la inmensa mayoría de la población, la clase media. Cuando el orden es alterado, la guardia tarda más tiempo en llegar, pero aun así es difícil librarse de ellos.

De pronto, un sonido interrumpió a Marc. Era el sonido del timbre que indicaba que acababan de pasar el primer nivel y se dirigían ahora al segundo.

―Como iba diciendo, luego está el primer nivel, que es el que acabamos de pasar. Ahí la población está al borde de la pobreza, gente de clase media-baja que malvive. La presencia de la guardia brilla por su ausencia, a no ser que sea estrictamente necesario. Y, por último, está el exterior, los suburbios. Allí solo hay gente que vive en la miseria absoluta, padecen hambre y todo tipo de calamidades. Algunas mafias tienen controlado el lugar a su antojo con el apoyo encubierto del Gobierno, quien les vende armas. La guardia casi no pisa esa zona. Los grupos armados solucionan todos los problemas. Solo bajan cuando es algo relacionado con nuestro grupo. Allí abajo no existe la ley.

―No lo entiendo. Entonces, ¿por qué la gente se mata? ¿No me habías dicho que la gente sin normas vive mejor?

―Esa gente está bajo la bota del capitalismo, lo que significa que tiene que pelear por un poco de dinero o un pedazo de pan. Además, están las mafias, que intentan quitarles lo poco que tienen. Eso es lo que usan como ejemplo para atemorizar a la población y enseñarles que en un lugar sin normas cunde el caos y el sistema no funciona cuando es el propio Gobierno quien subvenciona clandestinamente a esas mafias para hacer de esa zona un lugar horrible donde vivir.

Alice se quedó pensativa un momento mientras observaba la pantalla. Ahora todo lo que veía en ella le parecía absurdo y dedicaba más tiempo a razonar o sacar conclusiones por sí misma. Aún quedaba bastante tiempo para llegar a su destino, eran demasiados pisos que recorrer. Alice preguntó de nuevo:

―Entonces, ¿cómo funciona el sistema del Yermo si no hay leyes ni moneda?

―Es muy complicado. Ya te lo explicarán.

―¿Es que no puedes decírmelo tú?

―No me gusta hablar. Cuando estemos a salvo, vendrá alguien y te dirá todo lo que quieras saber.

―Eres un egoísta. Solo piensas en ti y no eres capaz de expresar tus sentimientos. Solo intento comprender todo este embrollo.

Llevaba desde bien temprano sin comer nada y ya era mediodía. Tenía hambre, pero decidió no decir nada; el sonido de su estómago la delató. Marc dibujó una pequeña sonrisa y comenzó a hablar:

―¿Es que no comiste lo que te preparé esta mañana?

―Desconfiaba de ti y pensé que podía estar envenenado. Además, Irix lo tiró contra el suelo en cuanto lo vio.

―¡Qué desconfiada eres! Entonces, habrá que ir a comer. Conozco un sitio no muy lejos de aquí.

Una señal sonora les indicó que habían llegado y las puertas del ascensor se abrieron. De nuevo, un largo pasillo, igual que el de la entrada, se extendía ante ellos. Ambos salieron del ascensor que, rápidamente, fue ocupado por un grupo de personas. El gentío era numeroso, cientos de personas desplazándose de un lugar a otro. Nunca había visto a tanta gente junta, pero lo que más llamó su atención era que no se veía la luz del sol, ya que permanecía cubierta por completo por la base del piso superior.

Toda la iluminación provenía de numerosas farolas que alumbraban las calles, estaban programadas para seguir el horario solar. Una imagen pasó por su cabeza. Se imaginó, por un momento, la ciudad totalmente a oscuras debido a un apagón o algo parecido. Aquello sería el desconcierto absoluto.

―Iremos a un café que hay aquí cerca y tomaremos algo ―dijo Marc señalando a la derecha.

―Yo nunca he estado aquí, así que cualquier sitio es válido.

―Vale. Pero ten en cuenta una cosa: no digas a nadie que eres de Nilagos o empezarán a sospechar.

―De acuerdo. Haré lo que tú digas ―contestó Alice mientras asentía con la cabeza.

Ambos continuaron caminando mezclándose con la multitud. Aquello era muy distinto a todo lo que se había imaginado, no se parecía en nada a Nilagos. Para empezar, se le hacía extraño no ver el cielo y saber que no estaba tocando suelo firme. Le daban escalofríos solo de pensar a qué altura estaría. Mientras caminaban se iba fijando en los carteles de publicidad. Muchos de ellos estaban colgados entre los edificios; era muy curioso y brillaban con miles de luces de colores. También contempló varias pantallas de televisión enormes, en lo alto, con la imagen de un hombre hablando. Se paró un segundo a escuchar, pero enseguida reanudó su camino, era la misma voz que había oído dentro del ascensor con los mismos discursos. Lo que más le llamó la atención fueron unos edificios que colgaban del techo. Parecía que se iban a caer en cualquier momento.

―¿Qué son esos edificios colgantes? ―preguntó Alice señalando hacia arriba.

―Son los «sótanos» de los edificios superiores. Los más pequeños son puestos de vigilancia de la guardia. Lo controlan todo desde ahí arriba.

Al doblar la primera esquina, Marc le indicó un local, era un bar. Tenía un bonito letrero en el que se podía leer el nombre: Bar Tano. Mientras se acercaban, Alice solo podía pensar en comer. Tenía hambre. Desde la noche anterior, cuando había estado con Robert y Ben en Nilagos, no había comido nada. Ni siquiera había tenido tiempo de desayunar.

Pronto llegaron a la entrada del local. Desde fuera, a través de una gran cristalera, se veía por completo el interior. La puerta también era de cristal. Era un lugar pequeño. Tenía seis mesas pegadas al escaparate y la barra estaba situada enfrente, paralela a la hilera de mesas y los aseos al fondo, al final de esta. En ese momento había dos personas tomando un café en la barra y en una de las mesas más alejadas, una pareja disfrutaba de una ensalada.

Nada más entrar, un hombre les recibió desde detrás de la barra, dándoles la bienvenida. Era un hombre alto y orondo, vestía un delantal blanco con innumerables manchas de grasa. Tenía las manos muy grandes, sus dedos parecían enormes salchichas.

―¡Marc! ¡Cuánto tiempo! ¿Dónde te habías metido? Hace mucho que no te dejabas caer por aquí ―saludó el hombre levantando la mano derecha.

 

―Nada. Ya sabes… los negocios.

―Claro. Ya te atiendo. Sentaos donde queráis.

Ambos ocuparon una de las primeras mesas del bar. La mesa estaba algo sucia. Los asientos eran unos bancos bastante cómodos, aunque muy desgastados.

―¿Le conoces? ―preguntó Alice susurrando.

―Cuando estoy en Casfaber, suelo comer aquí muy a menudo. Es un buen tipo.

Alice miró la carta, disponía de una gran variedad de platos. En el reverso había un listado de bocadillos. Diez tipos diferentes, todos parecían deliciosos, pero en ese momento cualquier cosa le sentaría de maravilla. Alice eligió un bocadillo de pechuga de pollo. En la foto que aparecía en la carta parecía el más sabroso.

―Ya sé lo que voy a pedir. ¿Y tú? ―preguntó Alice.

―Yo no quiero nada, estoy bien.

Enseguida se acercó el hombre a preguntar:

―Bueno, ¿ya habéis decidido?

―Sí, para ella un bocadillo de pechuga de pollo. Yo no tomaré nada ―contestó Marc.

―¿Algo de beber?

―Un zumo de naranja, por favor ―pidió Alice.

El hombre se fijó entonces en la chica y también en la mano de Marc, que aún estaba vendada. Incluso se fijó en sus ropas que estaban sucias y con algunas marcas de quemaduras. Les miró extrañado, pero, por alguna razón, no se alarmó al ver el aspecto de ambos.

―Pero, Marc, ¿no nos vas a presentar?

―Perdona, ni me había dado cuenta. Tano, te presento a Alice.

―Encantada ―respondió Alice.

―¡Lo mismo digo, guapa! Dime, Marc, ¿qué te ha pasado en esa mano? Por la pinta que tienes, cualquiera diría que vienes de una guerra o algo así ―dijo Tano mientras sonreía.

―Nada. Me he cortado sin querer esta mañana, pero no es nada. Me he puesto esto, para que no se ensucie la herida.

Entonces Marc se quitó la venda de la mano y le enseñó la herida a Tano. Era muy extraño, ya estaba casi curada. Solo se veía un pequeño corte. No había rastro de la enorme herida que le había causado la daga apenas hacía un par de horas. Era asombroso que a alguien le curase tan rápido una herida tan profunda, casi le había atravesado la mano.

―Tienes que tener más cuidado, Marc. Bueno, voy a hacerte el bocadillo, guapa. Vengo en unos minutos.

El hombre se marchó. Mientras, Alice no salía de su asombro al contemplar la mano de Marc.

―¿Cómo puedes tener curada ya la herida? Hace un rato aún estaba abierta y ¡mírala ahora!

―Mi cuerpo dispone de una rápida regeneración celular ―explicó Marc.

Alice no daba crédito a lo que veía. Cada vez ocurrían cosas más extrañas, pero por ahora nada igualaba a la creación de una bola de fuego de la nada. Marc se levantó entonces de la mesa. Se excusó para ir al servicio, pero se dirigió hacia la trastienda del bar. Tano le siguió. Estuvieron varios minutos allí hasta que el dueño salió corriendo, dirigiéndose al horno para sacar el bocadillo de Alice. Lo puso en un plato con cuidado, cogió un zumo, un vaso y se lo llevó. El aroma del bocadillo inundó el pequeño local. Colocó todo delante de ella con cuidado y le preguntó:

―¿Quieres algo más?

―No, gracias.

El bocadillo tenía una apariencia apetitosa. Algunos pedazos de pollo sobresalían entre el pan, despidiendo un agradable olor. Intentó darle un mordisco, pero se percató de que aún estaba muy caliente.

―Tienes que perdonarme. Siento que esté tan caliente, me despisté ―dijo Tano mientras sonreía.

―Tranquilo, no tengo prisa.

―¿Puedo hacerte una pregunta, muchacha? ―dijo con una voz muy agradable.

―Por supuesto que sí.

―Nunca te he visto por la ciudad. ¿De dónde eres?

―Soy de Nilagos. He llegado aquí hace…

Entonces, la voz de Alice se detuvo sobresaltada. Se dio cuenta de lo que estaba diciendo. Acababa de decirle que no era de la ciudad. Marc la había puesto sobre aviso sobre aquello y, a las primeras de cambio, ya había metido la pata. Se tenía que inventar alguna excusa. No sabía qué hacer aunque, por suerte, en ese momento apareció Marc en escena, que había escuchado la conversación.

―¿De Nilagos, muchacha? Eso queda fuera de la ciudad ―dijo Tano con una cara muy pensativa.

―Sí, de Nilagos, como yo. Los dos nacimos allí, pero nos trasladaron de pequeños. La conocí hace una semana en el primer nivel ―dijo Marc mientras agarraba la mano de Alice.

―Ya sabía yo que no terminarías solo ―dijo Tano mientras daba codazos en la cintura de Marc y le giñaba un ojo―. Además, es muy guapa. Estarás contento, ¿eh?

―Por supuesto. ―Acto seguido, cogió unas monedas de su bolsillo y le dijo―: Puedes cobrarme esto y quédate con el cambio.

―Eres muy generoso. Espero volver a verte pronto. ¡Y qué seáis muy felices!

―Gracias, Tano.

Marc soltó la mano de Alice y se sentó en su sitio, mientras le susurraba:

―¿Qué has hecho? ¡Te avisé de que no le dijeras a nadie de dónde venías!

―Lo siento, se me escapó. Pero tú lo has arreglado. Parece que se lo ha creído.

Ambos se miraron fijamente a los ojos.

―Vamos, date prisa. Tenemos que largarnos de aquí cuanto antes. No podemos confiar en nadie. Nos has puesto en peligro. ¿Es que no sabes mantener la boca cerrada?

―Ya te he dicho que lo siento y te lo repito, lo siento mucho.

Estaba enfadado. Marc se recostó en su asiento mirando hacia el techo, mientras que Alice empezaba a comer el bocadillo. En apenas diez minutos ya lo había terminado, estaba riquísimo, aunque quizás fuese el hambre. Ambos se levantaron de la mesa y en silencio, se dirigieron hacia la salida.

―Ya nos veremos, Tano. Hasta otro día ―dijo Marc mientras se despedía con la mano.

―¡Venga! ¡Cuídate!

Alice también levantó la mano, despidiéndose, mientras salían por la puerta. De nuevo volvieron a mezclarse con el gentío, transitando a la par, pero en silencio. Ambos estaban de mal humor y caminaban como si no se conocieran. Era una situación incómoda y Alice aprovechó ese tiempo para recapacitar sobre lo que había pasado. Dio gracias a que la rápida y convincente reacción de Marc en el restaurante hubiese suavizado la complicada situación. Llegó a pensar que, tal vez, todo lo que le había contado fuese mentira y él era el malo de la historia y si fuese así, quizás lo del traslado era cierto y se había inventado esas historias para secuestrarla. De cualquier modo, ahora no quedaba más remedio que continuar a su lado. Algo en su interior le decía que podía confiar en él.

En ese momento odiaba a Marc por la reprimenda que le había dado. Pensó que no era para tanto, pero después de todo tenía razón. Su rabia se fue diluyendo cuando recordó que había recibido una cuchillada en la mano para salvarla y peleó con todo su valor contra Irix para impedir que la capturara, y seguro que había muchas más cosas que él había hecho por ella y que aún desconocía. Tenía ganas de pedirle de nuevo perdón y dar por zanjado el asunto, pero prefirió no hablar, tal y como se lo había manifestado momentos antes. Al poco tiempo, ambos entraron en un callejón oscuro. Al llegar al fondo del mismo, se toparon con una pared de ladrillos. Alice miraba extrañada el lugar sin saber por qué estaban allí. En ese momento, Marc tocó uno de los ladrillos, lo que hizo que varios de ellos se empezaran a replegar hacia los lados, mostrando una puerta. Alice se quedó boquiabierta viendo aquello, pero no dijo nada. Marc la abrió y ambos entraron rápido, mientras los ladrillos volvían a su posición inicial.

Lo primero que llamó la atención de Alice fue la gran cantidad de fotos y pósters colgados en las paredes. También había dos mesas con sus respectivas sillas y al fondo del pasillo, una puerta. En el lado izquierdo de la sala había tres puertas más que daban a otras estancias y a la derecha, un tabique separaba un pequeño salón de la cocina. De frente a la derecha había una habitación preparada con material de gimnasio o para entrenamiento y dentro de esta, un pequeño cuarto que hacía de biblioteca.