Celadores del tiempo

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Alice estaba en lo cierto. Nada más golpear el suelo, una tremenda explosión sacudió el lugar y levantó una gran nube de polvo. Cuando se disipó, los tres guardias seguían en pie pero a una distancia prudencial. El hombre que acababa de aparecer en escena se situó al lado de la mujer y se dirigieron algunas palabras.

El asfalto estaba hundido, hecho pedazos, y un gran cráter se abrió a los pies del joven muchacho. Los tres guardias volvieron a la carga, ignoraban lo que acababa de ocurrir, aunque lo más impresionante vino a continuación. El recién llegado estiró los brazos hacia abajo y de sus dedos salieron unas cuchillas en forma de rayos de luz.

Los guardias se abalanzaron sobre ellos y de nuevo comenzó la lucha. La chica y su compañero parecían mucho más fuertes, aunque no conseguían doblegar a sus rivales. Alice no podía dejar de pensar en lo que pasaría cuando aquello terminase. Seguro que el ganador de la contienda la obligaría a irse con ellos. Ahora tenía una oportunidad. Estaban inmersos en la lucha y sería el mejor momento para escapar, pero quizás no conseguiría ir muy lejos, la encontrarían tarde o temprano y seguro que después de lo sucedido no serían tan amables.

Sumida en un mar de dudas, decidió quedarse allí agazapada. De pronto, apareció otro vehículo en escena y se detuvo al lado de donde ella se encontraba. La puerta del copiloto se abrió y pudo reconocer al conductor. Era Iván. Estaba haciéndole señas para que subiese al coche, mientras gritaba:

―¡Sube! ¡No tenemos mucho tiempo!

Alice volvió a sentir esa extraña sensación en su interior que le hizo confiar en él. Sin dudarlo, abandonó el coche y subió al otro lo más rápido que pudo, mientras echaba una ojeada para ver si los guardias se habían percatado de la situación. Nada más cerrar la puerta, Iván aceleró con brusquedad para huir del lugar. Alice echó un momento la vista atrás. La lucha continuaba y a medida que se separaban, la escena se hacía más y más pequeña.

En apenas unos minutos, habían salido del pueblo y solo se veían tierras de labradío y verdes campos a ambos lados de una larga lengua de asfalto que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Iván echó mano de una chaqueta que había en el asiento trasero y se la ofreció sin mediar palabra. Ella la cogió mientras se miraba los brazos, tenía todavía sangre en ellos. Se sintió aliviada al conseguir librarse de los guardias. Esperaba que hubiese valido la pena y no llegar a arrepentirse de la decisión que había tomado. Pero ahora era el momento de que le contestaran a algunas preguntas.

―¿Qué ocurre? Y no me digas que no pasa nada porque, ¡mira!, ¡tengo sangre en los brazos de una persona que acaba de ser asesinada delante de mí!

―Si te hubieras quedado, los guardias te hubieran llevado a la Ciudadela y nunca más saldrías de allí.

―¿Cómo sabes que van a por mí? ¿Por qué?

―Te diré el porqué. Ayer te oí hablar con tu amigo Robert sobre lo de tus sueños. Como es comprensible, su deber era avisar a las autoridades y así lo ha hecho.

―¡Me has estado espiando! Y no tienes bastante con eso, que vas y me dices que uno de mis mejores amigos me ha traicionado. ¡No es verdad!

―Piénsalo un poco y te darás cuenta de que es cierto.

Alice no daba crédito a lo que sucedía. Se cruzó de brazos mientras observaba en silencio el horizonte. Intentaba asimilar lo que estaba ocurriendo. Guardó silencio. Cada vez que preguntaba algo, las respuestas que obtenía todavía complicaban más su delicada situación. Lo que se suponía que iba a ser un día normal, se había transformado, en apenas dos horas, en un cúmulo de sucesos que escapaban a su control y por más que pensaba, no comprendía nada de lo ocurrido.

―Robert nunca me traicionaría ―dijo Alice indignada.

―Puedes negar la realidad, pero eso no hará que cambie. Esta mañana no teníamos todavía la certeza de que esto acabase así, por eso te di la opción de quedarte. Pero ahora que van a por ti, no tienes alternativa.

―Sigo sin comprenderlo. Además, ¿por qué tendría que fiarme de ti? Confío más en Robert, nos conocemos desde niños. Por lo menos él nunca ha entrado a hurtadillas en mi casa en plena noche.

―¿Estás segura? ¿Cómo sabes que no ha estado allí alguna vez? Siempre estás tan sumida en tus sueños que en esos momentos no sientes nada a tu alrededor. Puede que no haya estado o puede que sí. Siempre hay margen para la duda.

―Claro que estoy segura. Mi vida era perfecta hasta que tú apareciste.

Una vez dicho esto, el silencio reinó en el coche. Todo le parecía muy extraño, sobre todo, que su amigo de la infancia le intentara hacer daño. ¿Por qué la gente hace esas cosas? Alice llevaba toda la vida pensando en la misma pregunta para la que jamás encontraba respuesta. Desde que era pequeña, le habían enseñado a seguir a los demás, a dejarse llevar por la mayoría. Rara vez pensaba por sí misma y ahora que lo hacía, se sentía extraña. Por primera vez en su vida, le habían dado a elegir su destino y aunque siempre lo había deseado, ahora mismo no sabía qué hacer.

Algo había cambiado en su interior desde esa mañana. Algo le decía, desde lo más profundo de su ser, que le habían mentido. Tendría que haber escapado hacía tiempo o intentar cambiar, pero ya era tarde. Se había pasado la vida con cierto miedo y, por primera vez, lo experimentaba en su propia piel; el miedo a que, en cualquier momento, pudiesen matarla.

Pensativa, miró por la ventanilla contemplando el hermoso paisaje que se extendía ante sus ojos. El sol estaba encima del horizonte, aunque unas pequeñas nubes impedían verlo por completo. Los enormes prados verdes, los árboles grandes y robustos alzados en grupos, como si de una pequeña familia se tratase. Pero lo que no veía eran casas, ni gente, ni cualquier indicio de vida humana por allí. Aunque apenas había pasado media hora desde que salieron del pueblo, no se vislumbraba ningún signo de civilización.

Se miró los brazos, que seguían manchados de sangre y eso le producía un poco de asco. Intentaba no pensar en lo ocurrido y se puso la chaqueta para evitar ver las manchas, pero no fue suficiente. Empezó a recordar todo lo ocurrido, incluso todos los sueños que había tenido, pero lo que más le llamó la atención era lo que había hecho aquella chica y de nuevo comenzó a hablar.

―¿Puedo preguntarte algo, Iván? ―dijo tímidamente y con voz baja.

―Por supuesto. ¿Qué quieres saber? ―respondió este mientras miraba una y otra vez por los espejos retrovisores.

―¿Qué fue eso que hizo la muchacha? Bueno… Mató a uno de ellos, pero ¿cómo?

―¿A qué te refieres?

―A eso que hizo para que no la atropellasen. Estaba con los ojos medio tapados y solo pude ver un humo blanco. Después la vi de nuevo y estaba bien, ni se había movido.

―Lo siento, Alice, pero no te lo puedo decir, no estoy aquí para eso. Mi misión es protegerte. Llevamos mas de dos años en Plaridio, primero buscándote y después vigilándote para que no te ocurriese nada. Nos mandaron aquí a mí y a otras dos personas. Hay más gente como nosotros en otras ciudades, con otras misiones u órdenes, así que no estamos solos. Lo único que sé es que ahora tengo que preguntar qué hacemos. Pero una cosa está clara y es que tu vida no volverá a ser igual, porque ellos ya saben quién eres y ahora irán a por ti.

―Por favor. Desde hace dos horas mi vida se ha vuelto un caos y ahora me dices que no volverá a ser la misma y también que me buscan… ¡Quizás hubiese sido mejor haber muerto y así todo hubiese terminado!

―Por alguna razón eres demasiado importante para ellos, aunque todavía no sabemos el porqué.

―Cuando te marchabas de mi casa, dijiste que sabías lo de mis sueños. ¿Qué es lo que sabes? ¡Dímelo!

De pronto, de una emisora salió la voz de una mujer. Al principio no se distinguía bien, pero tras ajustar un poco la frecuencia, se empezó a oír un poco más clara, aunque sonaba algo distorsionada.

―Marc, hemos eliminado a dos, pero ha aparecido un miembro del clan Destructor y nos vimos obligados a escapar.

―¿Dónde estáis ahora? ¿Os encontráis bien? ―preguntó Iván.

―Sí, estamos en un piso franco, pero ten cuidado. Cuando nos retiramos, aquel individuo cogió una moto y suponemos que va en vuestra búsqueda. Tiene el pelo blanco. Es demasiado fuerte, procura escapar.

―Entendido. Estoy de camino a Casfaber. Nos veremos allí.

―De acuerdo. Iremos lo antes posible.

Sus sospechas se habían hecho realidad. Iban a por ellos. Alice estaba furiosa, había oído cómo le llamaban. Desde un primer momento le había mentido. Iván no era su verdadero nombre, a saber cuántas mentiras le había dicho.

―¿Quién era esa? ¿Por qué te ha llamado Marc?

―Así es como me llaman. A partir de ahora tú puedes hacer lo mismo.

―¿Qué? ¡Apenas nos conocemos y ya me has mentido! ¿Cómo puedo confiar en ti?

―Nunca doy mi verdadero nombre.

―¡Cállate, no me hables más! No debí hacerte caso ni subir a este coche…

Alice no daba crédito a lo que acababa de oír. Aquel hombre que la había salvado le había mentido desde un principio. Ya no sabía en quién confiar, ya no sabía qué era real y qué no. Además, para complicar aún más las cosas, quizás alguien les perseguía.

Quería que todo terminase, acabar de una vez con esto. Cada vez que preguntaba no obtenía respuesta y a cada minuto que pasaba, surgían más problemas. Esto se había convertido en un caos, peor incluso que en alguna de sus terribles pesadillas. Le gustaría que en cualquier momento sonara su despertador y que todo hubiese sido un sueño. Seguía pensando en todo lo que había ocurrido a su alrededor y lo peor de todo es que ella no controlaba la situación.

 

Entonces, recordó el mensaje que habían recibido a través del receptor y recordó lo de «un hombre con pelo blanco». Seguro que era Dan, el guardia que le había comunicado lo de su cambio de residencia. Tal vez a Marc le interesase saber que había conocido a ese hombre y que podría contarle algún detalle sobre él y así ayudarle, pero también necesitaba respuestas. Decidió intercambiar la información. Como se suele decir, la información es poder.

―Marc… Si es que ese es tu verdadero nombre. Creo que te vendría bien un poco de información sobre ese tipo del pelo blanco. Pero antes quiero preguntarte algo y quiero que me respondas la verdad.

―Ese hombre te sigue a ti ―replicó Marc―, así que si me dices lo que sabes, podré ayudarte y por lo demás puedes preguntar lo que quieras.

―De acuerdo. Trato hecho.

Muchas preguntas pasaron rápidamente por la cabeza de Alice. Cada vez que pensaba en una, creía que era mejor que la que había pensado con anterioridad. Aquello era un verdadero dilema. Al final se decidió por una que rondaba en su mente desde que era una niña. Seguro que tenía otras que necesitarían respuestas más urgentes, pero quizás averiguando esto conseguiría saber a quién creer.

―¿Qué hay allí fuera, en el Yermo?

―La libertad. No es como lo que te lo han descrito hasta ahora, no es tan horrible. Es un lugar precioso, nada que ver con lo que acabas de dejar atrás: odio, rencor, mentiras. Allí la gente se respeta, viven felices, en armonía y hacen el bien sin esperar a recibir nada a cambio.

―Me cuesta creerlo. El ser humano es avaricioso y violento, creo que lo llevamos en la sangre. ¿Cómo va a existir un lugar así? Es… imposible. No me mientas más, por favor.

―No te he mentido. Algún día lo verás con tus propios ojos. Ahora, dime qué sabes del hombre que nos persigue.

―Es bastante alto, tiene barba y el pelo blanco. También tiene un bulto en la espalda, aunque parecía más como si llevase algo debajo.

―Diría, sin temor a equivocarme, que es Irix. Ya nos hemos visto otras veces, es un miembro del clan Destructor. Ese clan forma parte de los seis clanes primarios. Además, eso que lleva a su espalda es un arma. Es como un látigo que lleva recogido en forma de espiral, solo que tiene la particularidad de ponerse totalmente rígido, formando una gran espada. Es un duro rival. Espero que no nos dé alcance.

―¿Qué pasará si nos alcanza?

―Prefiero no pensarlo.

Su pregunta más importante había sido respondida, pero, aun así, no lo había entendido y muchísimo menos se creía que existiera un lugar tan idílico como el que le acababa de describir. Tenía que conseguir más respuestas y seguir aclarando todo aquel embrollo.

―Marc, ¿es verdad que hay un bosque de cristal y cosas por el estilo? Es que, anoche, en un bar, oí hablar a un anciano sobre ello y decía que existían cosas maravillosas en el Yermo. Pero antes de que terminara, se lo llevaron detenido. Además, yo he visto lugares parecidos en mis sueños.

―Sí, todo es cierto.

―¿Y cómo podía saberlo? ―preguntó extrañada.

―Tal vez fuese una historia trasmitida de padres a hijos, ya que toda información sobre el Yermo ha sido destruida o censurada. De eso hace ya varios siglos. Decidieron levantar la muralla. Esperaban que con aislarlo y prohibir su entrada sería más que suficiente razón para que la gente se olvidara de ello, pero luego se dieron cuenta de que no era así. En los siguientes años, censuraron todo tipo de información: mapas, libros, documentos y todo lo que pudiera ser relacionado con el Yermo, pero la memoria de las personas siempre perdura y eso no se puede borrar.

―No lo entiendo. ¿Por qué no quieren que sepamos lo que hay fuera? No creo que eso perjudique a nadie.

―Quizás el saberlo implicaría ansias de libertad. Ellos no quieren eso, no les interesa que nadie cuestione el orden preestablecido. Existen muchas cosas que aún no sabes, incluso algunas que ni siquiera yo mismo sé. Vuestro Gobierno miente continuamente.

―¿Pero por qué hacen eso?

―Parece incomprensible que pueda ocurrir, que haya gente sin escrúpulos que utilicen a la amplia mayoría para su propio beneficio, pero… como veras, existen. ¡Maldición, ahí viene! ―gritó Marc, mientras miraba el espejo retrovisor con el ceño fruncido.

Alice giró la cabeza y vio una silueta a lo lejos. Era una moto, no había duda y seguro que era Dan o como el le había llamado, Irix.

―¿Nos va a alcanzar? ―preguntó Alice asustada.

―Sí, va más rápido que nosotros. Maldita sea, debería haber cogido un coche más potente.

―¿Y qué vamos a hacer?

― No te preocupes, algo se me ocurrirá.

Su única misión era protegerla. Podría entretenerlo, así ella tendría una posibilidad de escapar, pero posiblemente la atraparía. Además, Alice no sabría hacia dónde ir, ni siquiera sabía conducir. Pensó en pedir ayuda, pero no llegaría a tiempo.

Poco a poco, la silueta del perseguidor se hizo más clara. Sus temores se confirmaron, sin duda era Irix, ya casi lo tenían encima. Conducía una moto negra de gran cilindrada. Con la velocidad, la gabardina que llevaba se movía con brusquedad. Marc por fin tomó una decisión.

―Alice, quiero que mires en la guantera.

―¿Guantera? ―preguntó Alice extrañada.

―Esa puertecita que está delante de ti. Ábrela.

Alice la abrió y se encontró dos espadas con empuñadura de madera dentro de una funda de cuero negro.

―Quiero que las saques de las fundas y me las des.

Cogió una de las espadas por la empuñadura. Era muy livianas y tenía un pequeño saliente para proteger la parte más cercana al filo. La desenfundó con mucho cuidado. Se veía que estaba perfectamente afilada y pulida, parecía un espejo. Cuando sacó la espada por completo, pudo ver que la punta terminaba en forma triangular con un pequeño gancho en la parte superior. Se la dio a Marc, que la colocó encima de sus piernas, mientras Alice hacía lo mismo con la otra, eran exactamente iguales. Marc apenas quitaba los ojos del retrovisor para no perder de vista a Irix. Ya no quedaba mucho tiempo.

―Ahora mira debajo de tu asiento. Hay un arnés. Cógelo y ayúdame a ponérmelo.

Alice miró bajo su asiento y cogió un arnés que tenía dos ranuras para las fundas de las espadas en la parte trasera. Alice le ayudó a colocárselo como buenamente pudo. Marc enfundó ambas espadas. Debía ser bastante incómodo llevar aquello en la espalda mientras conducía, pero la situación no requería comodidad.

Marc empezó a disminuir la velocidad, sin razón aparente, la moto se colocó justo detrás de ellos. Alice no daba crédito a lo que veía. En vez de seguir a toda velocidad e intentar cualquier maniobra para huir, aminoraba.

―¿Por qué has frenado? ¡Ahora nos ha alcanzado!

―Quizás intente sacarnos de la carretera y a mayor velocidad, mayor peligro corremos en caso de colisión, por eso he disminuido la velocidad. Pase lo que pase, no dejes que te coja, huye.

―¿Vas a luchar?

―Creo que no me queda más remedio.

La moto se situó pegada al lado izquierdo del coche. Marc y Alice observaron a su enemigo. Este les miró dibujando una sonrisa cínica en la cara. Era Dan, o Irix, o como se llamase, aunque ahora daba mucho más miedo que cuando lo vio por primera vez. Aceleró la moto para situarse delante de ellos, en el centro de la carretera.

―¿Qué pretende hacer, Marc?

―No lo sé, puedes estar tranquila, no te pasará nada, te necesitan con vida. Lo mío ya es otro cantar, confía en mí.

―De acuerdo ―contestó una asustada Alice.

―Cuesta mucho entenderlo y sé que no me conoces de nada y que todo esto te parecerá raro, quizás necesite tu ayuda y espero que no dudes en dármela.

Alice asintió con la cabeza, mientras observaba cómo Irix seguía delante de ellos sin hacer ningún movimiento. En el lado izquierdo se extendía una larga colina cubierta de un manto de hierba verde que le hizo recordar al sueño de la noche anterior. La imagen era prácticamente igual a falta solo del árbol que coronaba dicha cumbre. Viendo la serenidad del paisaje empezó a pensar en sus sueños y, de pronto, se le ocurrió algo que quizás le sirviera para salir airosos de aquella situación.

―¡Marc! Se ha alejado bastante. Podemos dar la vuelta y regresar al pueblo, así nos podrían ayudar tus compañeros.

―Estamos demasiado lejos y no tardaríamos mucho en volver a estar en la misma situación. No nos queda más remedio que continuar y esperar acontecimientos.

A un lado de la carretera una señal advertía que estaban a punto de llegar a una intersección, indicaba que, a cinco kilómetros, la carretera se dividía en tres. Hacia la derecha dirección: «Al norte»; de frente: «Ciudadela», y a la izquierda: «Casfaber».

Al ver aquello, Marc se alegró y mostró una pequeña sonrisa.

―¿Por qué sonríes?

―Quedan pocos kilómetros para la bifurcación. Eso significa que nos tendrá que parar antes de llegar al cruce porque si conseguimos llegar a él, tal vez tengamos una oportunidad de escapar.

―¿Por eso te alegras? ¿No es de suponer que él también piensa lo mismo?

―Quizás no se haya fijado y eso nos da una pequeña ventaja.

El silencio reinaba en el coche. Era como la calma antes de la tempestad, pero esa calma fue rota rápidamente por un grito de Marc.

―¡Prepárate! ¡Esto va a empezar!

El incidente

Irix se puso de pie sobre el asiento de la motocicleta. La moto continuaba en movimiento mientras se mantenía en equilibrio sobre ella de un modo extraordinario. Se quitó la gabardina, que salió volando hacia atrás, golpeó el parabrisas del coche y cubrió durante unos segundos la visión. Ahora pudo apreciar con claridad el extraño bulto de la espalda. Parecía como una especie de cuerda enrollada en una funda un tanto extraña.

―¿Qué está haciendo? ―preguntó Alice muy asustada.

―No lo sé, pero no será nada bueno.

Marc aceleró el coche, acercándose más a la moto. Irix movió su brazo derecho hacia su espalda y agarró la empuñadura del arma. La sacó con rapidez mostrando algo muy parecido a un látigo. Parecía estar hecha de huesos. No había visto nunca nada parecido, eran como unas piezas rígidas, pero se movían con una increíble elasticidad.

Con un brusco movimiento, el látigo pronto cambió de forma y todas las partes se juntaron dando lugar a una espada. Esa extraña arma era sorprendente, podía transformarse en un largo látigo o en una imponente espada. Alice no daba crédito a lo que veían sus ojos, pero era cierto. Solo en sus extraños sueños había visto cosas parecidas, pero aquello era real, era la primera vez que veía algo así.

Empezó a temblar de miedo al verse en aquella situación. Pero si no tenía bastante con aquello, una cosa quizás aún más sorprendente llamó su atención al ver cómo Marc usaba la mano derecha para crear una especie de humo azul en su mano. De alguna forma, conseguía mantenerlo controlado, como si lo tuviera envuelto en un esfera invisible. Ella permaneció callada, mientras observaba a ambos hacer cosas que parecían imposibles.

Irix se agachó un poco, cogió impulso y saltó de la moto con una voltereta hacia delante. Mientras daba la vuelta, el arma se transformó de nuevo en látigo, siguiendo el contorno de su cuerpo, pero rápidamente se volvió a transformar en una espada. La moto salió disparada hacia delante debido a la velocidad y continuó unos metros tambaleándose para terminar tirada en la cuneta.

Con una gran destreza, clavó el arma en el asfalto, quedándose encima de ella boca abajo en equilibrio, apoyado sobre la empuñadura. El coche continuaba a gran velocidad hacia él. La espada estaba en el lugar perfecto para que el coche chocara justo por su plano central. Irremediablemente, el vehículo se precipitaba hacia ella sin tiempo para evitar el impacto.

Alice empezó a gritar y se fijó en que Marc ya no tenía aquel extraño humo azul en la mano. Continuó gritando completamente histérica. El vehículo impactó contra la espada. Esperaba oír un fuerte estruendo, pero el sonido era como el de una enorme sierra. La espada estaba cortando el coche con una gran eficacia; traspasaba el metal como si de mantequilla se tratase.

Dentro del vehículo, miles de piezas de metal y cristal saltaban en todas direcciones, pero no llegaban a golpearlos; rebotaban antes de llegar a tocar la piel. Era como si un escudo invisible los estuviese protegiendo de los impactos.

 

Alice pensó por un momento en la nube azul de antes. Dio por seguro que aquello lo había hecho Marc con la intención de protegerlos y estaba dando resultado. En apenas unos segundos, el coche fue partido literalmente por la mitad ante su asombro. Mientras, Irix seguía erguido encima de la empuñadura, sin moverse de su sitio, esperando ver el resultado de su ataque.

Ambas partes del coche continuaron avanzando unos metros sobre las ruedas, mientras soltaban una gran cantidad de chispas por el roce del metal contra la carretera.

Alice se agarraba con todas sus fuerzas a la puerta para no caerse. Suplicaba que todo terminase cuanto antes, pero eso era algo que escapaba a su control.

Mientras tanto, Marc abrió la puerta y con una gran agilidad, dio un salto y quedó apoyado sobre el lateral del coche. Miró a su enemigo, que todavía continuaba encima de la espada con una enorme sonrisa en su cara. Dio un nuevo salto y se colocó sobre la mitad del coche en la que estaba Alice. Rompió la ventanilla de la puerta y extendió su mano ofreciéndosela. Ella la agarró con todas sus fuerzas.

Justo en ese momento, ambas partes del automóvil se detuvieron. Mientras tanto, Alice ya había conseguido salir. Se quedó sentada encima de una de las mitades y vio cómo Irix bajaba de su posición y se dirigía hacia ellos. Marc echó mano de sus espadas y fue hacia él mientras decía:

―Quédate aquí. No te pasará nada y si ves que caigo derrotado, huye.

Marc corrió hacia su rival, con el que se encontró a los pocos segundos, y dio comienzo el combate. Sus armas despedían fulgores cada vez que se encontraban. Alice pensó que Marc tenía una ligera desventaja. El arma de su adversario podía cambiar de forma, pudiendo alcanzar partes que no serían accesibles normalmente en una lucha con espadas.

Intercambiaron una serie de golpes y movimientos hasta que Marc clavó una de sus armas en el suelo y apoyándose en ella, se impulsó contra el pecho de Irix, mientras con la otra espada paraba el ataque. Este salió despedido a varios metros de él. Ambos contrincantes se observaron mutuamente, analizando la situación. Durante unos segundos se mantuvieron así hasta que Irix rompió el silencio.

―Tira las armas ahora y te daré una muerte rápida.

―No pienses que lo voy a hacer. ¿Te crees tan poderoso que ya ni razonas?

―Esto no tiene nada que ver contigo. Si me das a la chica, quizás te perdone la vida.

―Dime primero para qué la queréis.

―¿Crees que soy tan estúpido como vosotros? ¿Tantos años y aún no habéis aprendido que debemos usar nuestro poder para hacer del mundo un lugar mejor?

―Atemorizar, someter y mentir a la gente continuamente no es crear un lugar mejor.

―Esa gente que tú dices no tiene voluntad ni ansias de poder. Son como un rebaño perdido: necesitan de alguien que los guíe y ese es nuestro cometido porque es la ley del más fuerte, pura supervivencia.

Irix avanzó hacia su contrincante. Alzó su látigo con un brusco movimiento y dibujó un círculo completo para después intentar impactar en el cuerpo de Marc. Este esquivó el ataque con agilidad y aprovecho para golpearle, pero fue inútil. En seguida, Irix reanudó su ofensiva. Esta vez le sorprendió con otro golpe a ras del suelo; esto obligó a su rival a saltar con agilidad para esquivarlo. Aprovechando el momento, se abalanzó sobre él para intentar clavarle las espadas. Por desgracia, Irix se inclinó contra el suelo y apoyando su mano derecha en él, le dio una patada en el estómago que lo lanzó disparado unos metros. Marc había cometido un error. Tenía que reaccionar pronto o la caída podía ser grave, así que, con gran destreza, clavó su espada y se aferró fuerte a ella. Aquello no paró del todo su caída, pero sí la ralentizó lo suficiente como para terminar cayendo de rodillas cerca del vehículo.

Alice, que seguía atónita la disputa, estaba preocupada por la patada que Marc había recibido. Había sido un golpe demasiado fuerte y, además, en una zona complicada. Pudo ver cómo se frotaba con una mano y su cara mostraba muecas de dolor. Marc miró desafiante a su rival que permanecía inmóvil mirándole e Irix dijo unas palabras:

―Has mejorado desde la última vez que nos vimos. Pero no te preocupes. Acabaré pronto contigo, no quiero hacer esperar a la dama.

El sudor resbalaba por el rostro de Marc. Estaba quieto, viendo cómo su enemigo empezaba a concentrar su energía. Pensaba en cómo hacerle frente y poder acabar con él. Recordó la última vez que se habían enfrentado. Hacía de eso casi un año y había salido vivo de la reyerta gracias a cuatro compañeros que le habían ayudado a escapar, sin conseguir hacerle ningún rasguño a Irix.

Marc ideó una estrategia que, llevada a cabo, podría darle la oportunidad de escapar. Aunque era muy arriesgado, podía ser la única salida que tenían. Alice no perdía detalle de lo que estaba ocurriendo, pero comenzaba a perder la esperanza de salir con vida de allí. Aunque confiaba en que lo que había dicho Marc sobre que la necesitaban viva fuese cierto. Sus pensamientos fueron interrumpidos al oír un grito de Marc:

―¡Alice! Rápido, mira en el portaobjetos de la puerta delantera derecha. Tiene que haber una funda con unas dagas. ¡Cógelas!

Sin dudarlo ni un segundo, fue hacia dicha puerta y vio una pieza de tela enrollada de la que sobresalían unos fragmentos circulares de hierro por un extremo. Pesaban bastante para ser armas tan pequeñas, pero se las apañó para lanzárselas a Marc que, acto seguido, desenrolló la tela y colocó las armas en su pierna derecha, sujetas con unas cintas que tenía la funda.

―¿Piensas que esos cuchillitos te van a servir para algo? ¡Mira y aprende! ―gritó Irix.

De pronto, el suelo alrededor de Irix comenzó a temblar a la vez que unas pequeñas llamaradas de fuego salían bajo sus pies. Enseguida, las llamas se extendieron hacia afuera en forma de círculos concéntricos que se hacían cada vez más grandes.

Debido al calor que despedían, la temperatura subió de modo considerable. Marc estaba situado entre dos líneas de fuego. Agarró sus espadas de nuevo y se dispuso a atacar a su enemigo. Saltando entre los espacios que quedaban entre los aros de fuego avanzaba hacia Irix. El calor se estaba haciendo insoportable; cada movimiento requería mayor gasto de energía.

―¡Ese truco es muy viejo! ―dijo Marc―. ¡Espero que lo hayas mejorado!

Marc ya conocía aquel sistema de ataque. La mayor complicación consistía en esquivar y evitar ser alcanzado por las llamas que se movían a voluntad de su invocador.

Ambos luchaban con fervor. Marc, prácticamente, se dedicaba a evitar una y otra vez las envestidas de su rival, sin apenas tener tiempo para lanzar un ataque. Un simple error y aquello podía ser el final. Cada golpe fallido hacía que el asfalto saliera en mil pedazos.

Una línea de fuego creció de repente entre ambos luchadores. Esto hizo que casi no se pudieran ver. Marc estaba exhausto por la batalla que llevaban librando, pero no debía perder la concentración. Irix le lanzó su espada a través del muro de fuego, obligándole a esquivarla en el último instante. Esto hizo que perdiese un momento el equilibrio y una pequeña ráfaga de llamas alcanzase su brazo izquierdo provocándole una quemadura y haciéndole gritar de dolor.

De un gran salto se retiró unos segundos fuera de su alcance para comprobar las heridas sufridas. Se puso de rodillas y clavó ambas armas delante de él; con su mano derecha se agarró la zona quemada del brazo. No parecía nada grave, pero escocía demasiado. No podía perder la concentración, debía olvidar el dolor y continuar.

El fuego fue desapareciendo lentamente, pero ahora era el humo el que no dejaba ver a su rival. Poco a poco este se fue disipando. La silueta de Irix se hizo más y más clara, hasta que pudo verlo con total claridad avanzando hacia él.