Llamados para servir

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Llamados para servir
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Letrame Editorial.

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© Roxana Elizabeth Muzzicato

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-994-0

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

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DEDICATORIA

Este libro se lo dedico primeramente a Dios, ya que el sueño de escribirlo nació primeramente en su corazón, luego lo colocó en el corazón de mi padre y una noche de cuarentena, en medio de un prolongado insomnio, lo depositó en mi vida para que yo fuera el instrumento que hiciera que, a través de estas páginas que vas a leer, quedaran registradas dos vidas de amor, pasión, fidelidad y servicio.

A él, porque me enseñó que de nada sirve seguir mirando el reloj esperando que las cosas pasen. Si no nos movemos en fe, así como lo hacen esas agujas, nada sucede. Porque pude descubrir que todo lo que necesitamos está dentro de nosotros y que, al saberlo, podemos hacer cosas increíbles.

Se lo dedico a mis padres, los protagonistas de este relato, quienes a mis hermanos y a mí, la menor de todos, nos marcaron el camino a seguir, pero no con palabras, sino con su verdadero ejemplo.

Se lo dedico a mi esposo, que siempre fue un gran pilar para mi vida. Por su apoyo en cada uno mis proyectos y sus palabras motivadoras. La primera persona que supo que iba a comenzar a trabajar en el desafío que Dios me había dado una madrugada del mes de junio en medio de una pandemia y creyó que podía lograrlo.

Se lo dedico a mis hijos, que los amo con todo mi corazón. Porque vivieron junto a mí este proceso, me apoyaron y supieron guardar el secreto hasta que la obra quedara completa. También a mi nuera y mi primer nietito, Gianlucca, que vinieron a enriquecer nuestras vidas.

Se lo dedico a mis hermanos de sangre y a todos mis familiares, amigos. A todos mis hermanos espirituales que fueron parte de este apasionante itinerario de vida. También a todas las generaciones venideras, en especial, a mis futuros nietos.

Se lo dedico a todos mis maestros, aquellos que me prepararon para la vida. Pero no solo los que me enseñaron en las aulas a desarrollar ciertas capacidades cognitivas, sino también a esos maestros de la vida que me enseñaron valiosas lecciones. Que tal vez sin darse cuenta me forjaron a ser la persona que hoy soy.

A cada uno de los líderes espirituales que Dios puso en mi camino en diferentes etapas de mi vida, que me enseñaron que los sueños son el lenguaje del Espíritu y que fe activa es lo único que necesitamos para alcanzarlos y lograr cosas extraordinarias.

Te lo dedico a ti, que estás leyendo este libro. Espero que, al finalizar esta obra, puedas descubrir que ya no eres el mismo. Porque si un nuevo pensamiento, una nueva mirada, una fe renovada se apoderaran de ti, eso basta para que tu vida sea transformada. Sobre todo, porque sé que el verdadero autor de este libro está presente en cada uno de los capítulos que leas.

¡Buen viaje! ¡Nos vemos en la meta!

PRÓLOGO

¿Te preguntaste alguna vez para qué naciste? ¿O le cuestionaste a Dios el hecho de haberte dado vida? Quizás alguna vez estuviste en peligro de muerte y preguntaste por qué te dejó vivir. Que hubiese sido mejor que no existieras. Pero, aun así, hoy una vez más pudiste abrir tus ojos a la luz del día y recibir este regalo. ¡Hay vida!

El milagro de la vida es un regalo maravilloso. Hay vidas que duran tan solo un momento. Algunas unos pocos minutos, días o años. Y otras se extienden en el tiempo de tal manera que pueden llegar a decir: «He vivido lo suficiente».

Papá siempre dice que la vida es como un foco, hoy prende, pero cuando menos lo pensamos se apaga y no se vuelve a encender más.

Momentos que se fijan en nuestra memoria. Un sinfín de experiencias. Sensaciones, emociones, olores, colores, sabores que quedan por siempre grabados en el alma. Algunas desaprovechadas, otras vividas intensamente. Muchos luchando por salvarlas, otros menospreciándola a tal punto de querer quitársela. Algunas valoradas, otras despreciadas. Algunas olvidadas, pero otras, como estas que te voy a contar, que merecen ser recordadas por siempre. Aunque nada podrá compararse con el hecho de haberla vivido. Dicen que cada uno es un mundo y cada experiencia de vida también lo es. No se trata tan solo de cumplir con los mandatos sociales impuestos, se trata de trascender.

¿Qué diferencia al hombre corriente de una persona que trasciende? Aceptar los desafíos que nos presenta la vida, superarlos y descubrir el propósito real de nuestra existencia que nos hace pasar el límite de lo trascendental.

Por muy corto que sea el camino, tendremos que asegurarnos de dar lo mejor de nosotros para dejar marcas imborrables que inspiren a otros a cumplir con el sueño de Dios en sus vidas.

No importa cuánto hayamos vivido mientras se haya cumplido el propósito de Dios en nosotros, porque solo así sabremos que valió la pena ser vivida.

Una vez escuché una frase que dice que somos inmortales hasta que se cumpla el propósito de Dios en nosotros. Saber aprovechar el tiempo, que, como todos sabemos, es lo que nunca podremos recuperar.

«No se trata de vivir lo suficiente, sino de vivir lo necesario, porque solo así nos habremos asegurado de que nuestro paso por esta tierra no fue en vano».

«Me viste antes de que naciera. Cada día de mi vida estaba registrado en tu libro. Cada momento fue diseñado antes de que un solo día pasara». Salmo 139:16.

INTRODUCCIÓN

A lo largo de nuestra vida nos vamos enfrentando a diferentes desafíos que se nos presentan. Un elemento distintivo en la propia creación de Dios, y que nos diferencia y caracteriza como corona de su creación, fue darle al ser humano la capacidad de poder elegir y así poder tomar nuestras propias decisiones, lo que llamamos libre albedrío. Desde que tenemos uso de razón y a través de las diferentes etapas de nuestro desarrollo, esta facultad que nos ha sido dada es puesta en práctica de continuo.

En las cosas simples de la vida, como elegir el sabor de un helado o el color de un atuendo a la hora de comprarlo, como así también a la hora de elegir qué carrera estudiar o con quién vamos a pasar el resto de nuestras vidas, por ejemplo, esta característica peculiar nos posiciona en un lugar de privilegio, pero también de mayor responsabilidad, sobre todo, cuando esas elecciones se convierten en decisiones tan importantes que marcan un punto de inflexión en nosotros.

Las elecciones simples no marcan grandes cambios. Son esas que cuando tenemos que tomarlas solemos decir: «Cualquiera, es lo mismo». Pero hay otras que tienen tanto peso que marcan un momento bisagra en nosotros. Una situación que puede derivar en un cambio de rumbo enorme.

Vivimos inmersos en un mundo donde continuamente estamos siendo influenciados por otros. Tanto en los mapas de pensamientos como en hábitos que incorporamos, como así también en las decisiones que tomamos, las personas que nos rodean juegan un rol importante. El efecto predominante de alguna de ellas puede marcar un rumbo único, peculiar y trascendental en nuestra existencia. Así como la fuerza del viento sobre el agua, este efecto puede cambiar nuestro rumbo por completo.

«Me volví y vi debajo del sol que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos». Eclesiastés 9:11.

En los momentos de elección, debemos tomar la mejor decisión. ¿Pero qué pasa cuando no sabemos qué decisión tomar? En nuestro menú de opciones, ¿cómo sabemos qué decisión va a ser la correcta? ¿Cuál de todas nos va a llevar a un futuro de bendición?

Escuchar la voz correcta, reconocer el momento preciso en esos instantes en los cuales no sabemos qué hacer para poder ver lo que está ante nuestros ojos, porque, cuando demos ese primer paso de fe, automáticamente las puertas se abrirán y ellas nos conducirán al futuro que Dios predestinó de antemano para nosotros.

Tiempo y ocasión acontecen a todos, solo debemos escuchar la voz correcta sabiendo que esa decisión será la causante del futuro que nos espera. Una mala influencia puede hacernos desviar del propósito que Dios trazó para nuestras vidas.

Cuando la voz correcta te llama, las dudas se disipan. Porque no solo penetra en tus oídos, llega a tu corazón, a tu alma. Traspasa tu ser, se apropia de tu mente, de tus pensamientos. El llamado te endereza, te alinea, te posiciona, te direcciona y te sostiene en la adversidad.

«Cuando te dejas influenciar por la voz correcta, tu elección habrá sido la mejor decisión de tu vida».

 

Por supuesto que escuchar esa voz, o no, dependerá única y exclusivamente de cada uno de nosotros. Ya sea con voz audible, a través de su palabra, de la naturaleza, de un amigo o de las circunstancias de la vida, él desea hablarnos para indicarnos el camino correcto. Aunque también podemos escoger el error sin que nadie lo impida. Pero, si anhelamos escuchar la voz correcta, aunque sintamos una fuerte influencia que nos induzca al error, ella misma nos enseñará el camino.

«Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: “Este es el camino, andad por él”». Isaías 30: 21.

Acudir al llamado nos empuja a romper con los límites propios de nuestra mente. Una buena disposición de corazón, una entrega profunda y un compromiso verdadero nos conducen a explotar y desarrollar nuestros propios dones y talentos que poco a poco vamos descubriendo.

A menudo solemos pensar qué tan preparados estamos para desempeñarnos en tal o cual actividad. Es en ese preciso momento donde no pensamos justamente en la riqueza que hay dentro de nosotros. Nos enfocamos más en nuestras debilidades que en nuestras fortalezas. Pensamos que somos incompetentes. Pero si tan solo estuviéramos dispuestos a aceptar el desafío, nuestra vida podría cambiar radical y extraordinariamente.

Comenzar a esforzarse más allá de lo ordinario es la clave. Muchas personas están preparadas, pero carecen de esa disposición de corazón. El desgano, la falta de fe y la falta de motivación los mantienen estáticos sin vista a un futuro diferente de una gloria mayor. Desconocen que esa virtud bendice nuestras vidas y nos permite desarrollar todo el potencial que tenemos. Porque nada, absolutamente nada, debemos ir a buscar a otro lado. Todo lo que necesitamos está dentro de nosotros.

Cuando éramos pequeños e íbamos a la escuela, esperábamos que la señorita nos llamara al frente para izar o arrear la bandera porque era un privilegio que no todos tenían. Ya sea por buena conducta o por óptimo desempeño escolar, había que ganárselo.

Para un futbolista salir seleccionado para formar parte de las ligas de fútbol más importantes, salir seleccionado para estudiar en una de las instituciones educativas más reconocidas del mundo como la Universidad de Harvard, o simplemente entrar en un trabajo donde nos aseguran una excelente remuneración nos harían sentir orgullosos. ¿Quién esperaría un llamado de semejante magnitud? Todos, ¿verdad? Pero qué tal si en lugar de seleccionarte para estar en lugares destacados y reconocidos por el común de las personas, un día te dicen: «Ha sido seleccionado. Usted ha sido llamado para servir». ¿Cuál sería tu reacción?

Es muy común que, al pensar en la palabra servir o servidumbre, la relacionemos automáticamente con la esclavitud.

Sin entrar en profundidad en el tema, a lo largo del tiempo la sociedad fue cambiando. Podemos encontrar en las pirámides de organización social de la antigüedad grupos de personas divididos por clases sociales donde el nivel más bajo estaba conformado por los esclavos. La esclavitud se puede encontrar en casi todas las culturas y continentes.

A través de la historia, ya sea porque los prisioneros de guerra eran reducidos a la esclavitud por los vencedores, por sanción penal o el pago de deudas, las personas bajo esta condición eran consideradas propiedad de su amo. Sometidos a la exploración laboral y sin ningún derecho u objeción personal o legal.

Cuando servimos, en cambio, no lo hacemos por imposición, sino por decisión. «La decisión de servir nos convierte en personas de provecho, útiles y valiosas», que estamos a disposición de otros como instrumentos para un fin específico.

Durante el ministerio de Jesús en esta tierra, los romanos ejercían poder sobre los judíos. Si bien tenían libertad de culto porque podían expresar su adoración a Dios e incluso enseñar las leyes de Moisés al pueblo, también debían cumplir con las leyes romanas. Entonces, por ejemplo, si un romano le pedía a un judío que trasladara su equipaje o su carreta, este estaba obligado a hacerlo por la distancia de una milla.

Jesús, conociendo acerca de esta ley romana, un día dijo: «A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos», Mateo 5:41, dejándonos a través de estas palabras una gran enseñanza.

La primera milla la recorremos quizás con cierta rabia e impotencia porque estamos obligados a hacerlo y creemos que es injusto, pero la segunda, que es por elección propia, la recorremos por amor. Hasta el propio romano quedaba atónito por lo que Jesús enseñaba. Un acto semejante implica poseer cierta capacidad espiritual que manifiesta la verdadera grandeza que para muchos es difícil de entender.

Pero ¿a quién estamos sirviendo?

«Pero, si a ustedes les parece mal servir al Señor, elijan ustedes mismos a quiénes van a servir: a los dioses que sirvieron sus antepasados al otro lado del río Éufrates, o a los dioses de los amorreos, en cuya tierra ustedes ahora habitan. Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor», Josué 24: 15.

Vemos a través de este pasaje bíblico que Josué confrontó al pueblo de Israel. Ellos debían tomar una decisión. Esta no era si iban a servir o no, sino a quién. Él daba a entender que de todas maneras estarían sirviendo. Cuando no optamos por servir a Dios, automáticamente estamos eligiendo servir a otro amo.

«¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen?», Romanos 6: 16.

Josué decidió servir a Dios, pero no solo él, sino también su familia. Decidió ser una persona de influencia primeramente para los suyos y luego para los demás.

Cuando tomamos esta decisión, nuestra vida, nuestro tiempo, nuestro ejemplo, nuestras palabras, nuestro comportamiento y aun nuestros sueños estarán alineados al propósito. Ayudar a acercar a otros al conocimiento de Cristo nos convierte en personas sabias y en instrumentos gloriosos porque el fruto de ese servicio trasciende por la eternidad.

Jesús es el mayor ejemplo de servicio que podemos encontrar. Cuando muchos pensaron que el Salvador del mundo vendría a esta tierra como un rey, con todo lo que ello implica, él dijo: «El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo». «No vine a este mundo para que me sirvan, sino para servir a los demás. Vine para dar mi vida por la salvación de muchos», Mateo 20: 26-28.

Como servidores de Dios, debemos ser personas de influencia, pero solo podremos lograrlo, como dijo el apóstol Pablo, siendo imitadores de Cristo. Sabiendo que vinimos a esta tierra a servir, no a ser servidos.

«Y Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios», Santiago 2: 23.

Abraham no solo escuchó la voz correcta, sino que también obedeció al llamado. Recibió la promesa de bendición para él y para toda su simiente y por esta causa fue llamado amigo de Dios.

Pero ¿es posible ser siervo y amigo a la misma vez?

«En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz», Génesis 22: 18.

Sin dudas, nos sentiríamos honrados al saber que Él nos considera sus amigos.

«Solo aquellos que escuchan su voz y acuden a su llamado pueden ser llamados amigos de Dios».

«Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes», Juan 15: 14-15.

Por lo tanto, no podemos disociar ambas palabras. «Es imposible ser amigos de Dios sin primero haber tomado la decisión de ser sus siervos».

Los amigos de Jesús, por lo tanto, no solo lo conocen a él. Conocen sus propósitos, hacen su voluntad y trabajan en el plan de Dios para que sean más los que se salven que los que se pierdan.

Ahora bien, no es degradante decir que somos siervos de Dios. Debemos sentirnos honrados de serlo. Durante mucho tiempo fuimos esclavos del pecado, pero un glorioso día vino Jesús a nuestra vida y nos libró. A partir de ese momento, cuando Cristo Jesús entró en nuestro corazón, solo deseamos obedecer a este nuevo amo no por imposición, sino voluntariamente. Nos hemos comprometido a servirlo durante el resto de nuestras vidas porque «Servir en esclavitud es una obligación, pero servir por amor es una elección».

Y esto nos eleva aún más porque «Solo aquel que ha decidido servirlo por amor se ha convertido en amigo de Jesús».

Podría culminar diciendo lo que decía el apóstol Pablo. Ahora, por elección, somos esclavos de Jesús porque le hemos entregado nuestra vida, la cual es completamente suya. Total dependencia y devoción a él. Donde él nos envíe, iremos. Lo que él diga, haremos. Porque hemos sido llamados para servir.

Capítulo 1

INFANCIA EN EL MEDITERRÁNEO

«Combatientes de tierra, del mar y del aire, Camisas Negras de la revolución y de las legiones, hombres y mujeres de Italia, del imperio y del reino de Albania, ¡escuchen! Una hora señalada del destino se bate sobre el cielo de nuestra patria. Es la hora de las decisiones irrevocables. La declaración de guerra ya ha sido consignada a los embajadores de Gran Bretaña y Francia».

La tarde del 10 de junio de 1940. Con estas palabras sobre la Plaza Venecia de Roma, Benito Mussolini sumergió a Italia en la Segunda Guerra Mundial del lado de las potencias del Eje junto a Alemania y en contra de los aliados encarnados por Gran Bretaña y Francia.

La llegada de un hijo a este mundo es una de las experiencias más importantes de la vida de las personas.

Corría el año 1941. En Leonforte, una localidad italiana de la provincia de Enna, región de Sicilia, el 15 de abril Ángela Gallo y Francisco Muzzicato celebraban la llegada de su décimo hijo al que llamaron Salvador, que en hebreo significa «Dios salva» o «Dios es salvación».

Dicen que nuestro nombre nos define. Dice mucho acerca de nosotros, de la sociedad en la que nacimos… El nombre forma parte de nosotros y de nuestra personalidad. A través de los relatos de este libro te darás cuenta de que enfocarme en esto no es algo trivial, ya que de alguna manera anticipaba el futuro que Dios tenía preparado para él.

En la antigüedad, cuando aún no existía la imprenta, las historias y experiencias de vida se transmitían de generación a generación a través del habla. ¡Es fascinante escuchar historias atrapantes!

Recuerdo que cuando era pequeña me recostaba en un sillón y disfrutaba escuchar las historias de campo que me contaba mamá. ¡Eran las mejores historias! ¡No me cansaba nunca! Los que conocen a papá saben que si de historias se trata tiene miles para contarnos.

Mi padre siempre recuerda su infancia como una de las etapas más lindas de su vida. Nunca olvida el cariño de su padre, quien lo sentaba a él sobre una de sus piernas y a su hermano sobre la otra y les hacía cosquillas con sus bigotes mostachos.

Si bien su madre era una mujer muy autoritaria, siempre la recuerda con mucho amor, entendiendo que no era fácil criar a tantos hijos en el tiempo y circunstancias que estaban viviendo. Y creo que de eso se trata un matrimonio eficaz, poder complementarse para lograr llevar la familia adelante.

Nacido dentro de una familia de clase media trabajadora, su padre estanciero y su madre docente, profesión que tuvo que abandonar para poder criar a sus hijos, desde pequeño le enseñaron a amar a Dios, ya que mi abuelo Francisco era cristiano evangélico y mi abuela Ángela católica apostólica romana. No obstante, esto no era motivo de discordia, ya que recibían en su casa con el mismo respeto tanto al sacerdote como al pastor. Mi padre siempre recuerda esas reuniones familiares en su casa donde el pastor junto con su esposa y sus 2 hijas tocaban el acordeón.

Mi abuela Ángela era una mujer muy enferma, sufría de reumatismo nervioso. En reiteradas oportunidades mi abuelo Francisco la invitaba a congregar junto con él, pero ella se rehusaba. Su respuesta rotunda era: «Vos andá a la tuya y yo a la mía».

Todos los domingos a las 6 de la mañana, a pesar de las frías nevadas en la isla, la familia se levantaba para ir a misa en la catedral, donde mi padre aprendió a amar a Dios y fue instruido en el catecismo.

 

Si nos remontamos a nuestra infancia, probablemente vengan a nuestra mente recuerdos de nuestras travesuras. Si yo te preguntara hoy cuál fue tu peor o mejor travesura, ¿qué me responderías? Tal vez no sean muchas o sí, pero te aseguro que estas que te voy a contar no las hiciste nunca.

Cierto día, Turi, así lo llamaban de pequeño, jugaba a ser sacerdote junto con su prima. Entonces se les ocurrió una idea que para ellos era fascinante. Buscaron una muñeca y emprendieron camino hacia la catedral. Al llegar allí se acercaron a la fuente de agua y oficiaron en un acto solemne el bautismo de su muñeca. De pronto, se acercó el cura y con una expresión de asombro en su rostro les preguntó qué estaban haciendo. «¡El cura nos sacó corriendo!», dice él con una sonrisa en su rostro.

En Leonforte había una escuela, allí mi padre cursó sus primeros estudios. Siempre hace hincapié en el respeto que había hacia sus maestros.

Pantalones cortos, camisa con moño, zapatos de cuero y un portafolio eran su atuendo para ir a clases. Disciplina rigurosa que era capaz de traspasar si de picardías se trataba.

Fernández, una niña con trenzas doradas y moño en las puntas, era el apellido de una de sus compañeras que se sentaba justo delante de él. La tinta y la pluma sobre el pupitre lo tentaron a cometer una de las travesuras más pesadas al introducir una de las trenzas de la niña en el tintero. Hasta ahora mi padre recuerda el cabello teñido con tinta azul de su compañera y su guardapolvo todo manchado. Y también el tirón de orejas de su maestra, quien acostumbraba a llevar a dirección a todos los alumnos que se portaban mal. En esa época, la disciplina era muy rigurosa. Los que saben de esto seguramente recuerdan que uno de los castigos era ir al rincón del aula o del patio para pensar y reflexionar sobre su conducta, cosa que los expertos en la actualidad dicen que no sirve e incluso es contraproducente. Esta era una herramienta de disciplina muy popular en esa época.

¡Verdaderamente era un niño muy travieso! Pero algo que me llama la atención es que siempre algo lo salvaba del correctivo que iba a recibir de su madre. ¡Por no decir plumerazos! Esta vez lo salvó su papá.

Sin dudas, el avance de la ciencia y tecnología a través de los años nos beneficia mucho en nuestras tareas cotidianas.

El Granfonte es una fuente pública monumental construida en estilo renacentista-barroco, ubicada en la calle homónima del municipio de Leonforte, en la región de Sicilia, Italia, donde mi padre vivía de pequeño. La fuente alargada se extiende por 24 metros, consta de 24 caños de bronce donde todavía brota agua fresca de manantial.

En ese entonces, llevar agua a la casa no era tarea sencilla, ya que debían bajar y subir la ladera de las montañas.

Mi abuela era muy rigurosa en cuanto al estudio de sus hijos. Mi padre siempre recuerda que apenas llegaba de la escuela le pedía el cuaderno de clases. Pero, como sabemos, en esa época esta no era la única actividad que realizaban los niños. Debían colaborar en las tareas del hogar. A cada uno se le asignaba una. Su tarea era, todos los días, llenar dos barriles de agua. Para ello debía transportar el agua en baldes de aluminio. Bajar era tarea fácil, pero subir más de doscientos metros esos escalones con tanto peso realmente no era tarea sencilla.

Siempre recuerda que la familia era muy unida. Cierto día lo mandaron a llevar comida a su padre y sus tíos a ocho kilómetros de distancia montado en su burro, ya que estaban cosechando oliva. La instrucción que le había dado mi abuela era pasar primeramente por la casa de su hermano, que no había ido a trabajar porque tenía fiebre. Al llegar allí, una estancia a cinco cuadras de la ruta, su tío que se dedicaba a fabricar quesos le entregó uno.

—Diles que estoy mejor, seguro que a la vuelta van a pasar a visitarme —le dijo—. ¡Pero no te entretengas! Llévales la comida.

Al salir de ahí, cuenta mi padre que se puso a jugar en el campo y se hizo de noche. Cuando se dio cuenta, fue a la casa de Nuncia, una de sus tías más respetadas. Le contó lo que había hecho.

—Bueno, quédate acá —le dijo—. Tu papá, seguro, no te va hacer nada, pero tu mamá te va a fajar.

Pasada una hora, llegó mi abuelo Francisco preguntando si Turi estaba ahí.

—Sí —respondió Nuncia—, pero no va a ir a tu casa. Esta noche se queda acá. No por vos, sino por tu esposa, que se va a enfurecer mucho. ¡Es chiquito! ¡Tiene ocho años!

Esta vez su tía Nuncia lo salvó del correctivo de su madre, quien al día siguiente le dijo que no hiciera más eso, ya que habían dejado sin comer a los trabajadores todo el día por su desobediencia.

Cada experiencia es única incluso dentro del seno de una misma familia, dependiendo del tiempo en que esto sucede, sobre todo, si se da a luz en medio de una guerra cruenta que lleva a tomar decisiones que marcarán completamente el rumbo de sus vidas.

El 10 de julio de 1943 los aliados pusieron en marcha la Operación Husky e invadieron Sicilia.

En 1945, tras una tragedia de centenares de miles de muertos, los cambios económicos, sociales y demográficos en este país crearon inconformidad en los pobladores.

Pronto los italianos se enfocaron en un objetivo: emigrar o irse en busca de un futuro mejor, decisión que marcaría para siempre el destino de mi padre y dejaría huellas imborrables en su vida.

Capítulo 2

COMO PEREGRINOS

Corría el año 1953. Cinco de sus hermanos habían fallecido, algunos, producto de las pestes de la posguerra. Los vestigios de la guerra llevaron a emprender un nuevo camino en busca de una vida mejor. Una consigna los unía a todos: «Hacer la América».

Para ese entonces, mi abuelo Francisco ya hacía dos años que había llegado a Argentina. Los inmigrantes, cuando encontraban una ocupación estable y progresaban económicamente, traían a sus familias.

Era el mes de diciembre, mi padre junto con su madre y dos de sus hermanos, Miguel Muzzicato y Josefina Muzzicato, zarparon a bordo de un barco y emprendieron un largo viaje desde el Mediterráneo hacia la nueva y prometedora patria.

Una noche, en el barco, mientras todos dormían, sintieron que la puerta del camarín se abrió repentinamente. Tanto él como su mamá y otras personas que estaban con ellos se asombraron porque el mar no estaba embravecido. Una botella de leche que estaba en una repisa cayó al piso, pero no se rompió. Mi abuela le pidió a mi tía Josefina que cerrará la puerta del camarín nuevamente, pero, ante el asombro de todos, la puerta se cerró antes de que ella la tocara.

Luego de 40 días de viaje, llegaron al puerto de Bs As. Mi papá le dijo a su madre:

—¡A mi papá no lo veo!

¿Acaso se había retrasado? Desde lo alto podían divisar a la esposa del hermano de su abuela y al secretario de Eva Perón junto con otras autoridades del Gobierno para recibir a los nuevos inmigrantes. Su padre trabajaba en la Fundación Eva Perón. Era un hombre muy querido por todos ellos.

Había llegado el momento tan esperado: reencontrarse luego de dos años con él.

La noticia, en un principio, fue que Francisco había tenido un accidente y estaba internado. Pero era aún más terrible. Cuando llegaron a la casa de su tía en Villa Devoto, el secretario de Eva Perón los llevó afuera y en la vereda les dijo la verdad. Su papá había tenido un accidente y había fallecido.

Por más que lo intente, no podría expresar por escrito lo que sintieron en ese momento. Mi padre lo expresa con las siguientes palabras: «Fue la tristeza más grande».

Seguramente, en sus mentes habrían imaginado una y otra vez el ansiado reencuentro, poder abrazarlo nuevamente, sentir las cosquillas que le producían sus largos mostachos con los que les demostraba su cariño, pero no. Ahí entendió que esa noche en el barco su padre se había ido a despedir de ellos.