Llamados para servir

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Y así se encontraron, sin su padre en un país desconocido, con todo lo que eso conlleva porque ni siquiera sabían hablar castellano.

Cuenta mi padre: «Cuando llegamos al cementerio de Chacarita me comía la tierra. Fue ahí que me enojé con Dios».

El viaje debe continuar

Hay situaciones en la vida que no llegamos a comprender por qué nos suceden. Un sinfín de preguntas para respuestas que no hallamos. Cuántas veces pensamos que es injusto lo que nos toca atravesar, que no lo merecemos. Incluso llegamos a pensar dónde está Dios en medio de tan difíciles circunstancias. Copas amargas que preferiríamos dejar pasar.

Planificación y entusiasmo son dos condimentos fundamentales para emprender el viaje de nuestros sueños, sin saber que el camino hacia ellos por momentos se torna duro y difícil de atravesar y que puede sorprendernos con daños irreparables.

Debían asimilar mi padre, con tan solo 12 años de edad, mi tío Miguel, con 9, y mi tía Josefina, con 15, junto con su madre, que esta vez Francisco no los acompañaría. Pero, aun así, debían continuar. La muerte de su padre era solo parte del recorrido que lo posicionaría en el destino que Dios había trazado para él.

La vida sin papá

Ya instalados en la casa de su tía, debían buscar los medios necesarios para subsistir. A una cuadra de su casa vivía un señor que tenía una verdulería, el cual era amigo de mi abuelo. Él les dio trabajo.

Todos los días a las tres de la mañana con una camioneta debían ir a buscar mercadería al Mercado Abasto. Por día recibían una remuneración de $5, dinero del cual no podían disponer porque debían entregárselo por completo a su madre, quien era la encargada de administrarlo.

Al regresar, el trabajo consistía en hacer entrega de la mercadería a domicilio. Lo que entusiasmaba, en este caso, era que la propina que les daban era para ellos.

La gente los quería mucho. Para el dueño de la verdulería eran prácticamente como hijos. Para incrementar sus ingresos, este señor les fabricó un carrito para que ellos pudieran vender sandía en tajadas, lo cual ayudó mucho en la economía del hogar durante un año.

Bullying en la escuela

Retomar los estudios no era tarea fácil. Emigrar a una nueva patria, en este caso, implicaba tener que aprender a hablar un nuevo idioma.

Para ese entonces, mi padre había cursado hasta quinto grado en Italia. Para continuar con sus estudios, sería necesario tomar clases de castellano, por lo tanto, designaron una maestra para dicha tarea.

A pesar de tener la posibilidad de avanzar un año más por el excelente nivel de aprendizaje que había alcanzado, para poder perfeccionarse en la adquisición de la lengua castellana, solicitó la permanencia en sexto grado.

«Abanderado era allá y abanderado fui acá», relata él. Algo que siempre cuenta es que le gustaba mucho participar de los actos escolares. Cierta vez, luego de ausentarse durante varios días a clases, ya que producto del cambio de clima su salud se había visto afectada, asistió al acto de su escuela. «¡Las fiestas no me las perdía!», relata.

Ese día, cuando llegó para participar del acto como un simple espectador, ya que ni guardapolvo había llevado, de pronto se acercó la directora y le dijo: «¡Muzzicato, a la Dirección! Tiene el guardapolvo y la bandera allí». En el momento en que sus compañeros lo vieron salir con la Bandera de Ceremonias, dice él que le tomaron aún más odio. La directora, una señora alemana, dijo: «¡Es una vergüenza que un extranjero le quite la bandera a ustedes!». Esto provocaba la ira de sus compañeros. «¡Me decían de todo! Cuando le contaba al maestro Ballerino, él se lo comunicaba a la directora, pero las burlas continuaban. Hasta que un día me enfurecí porque insultaron a mi madre y me fui de mano. Nunca más me molestaron. ¡Andaban mansitos, mansitos!», relata.

Una vivienda para la familia

La posguerra y las condiciones de cierta parte de la sociedad llevó al Gobierno de turno a la construcción de viviendas destinadas a los sectores de menores recursos. El acceso a la vivienda era un sueño alcanzable con la ayuda del Estado. Fue así como pudieron acceder a su propia casa en Dock Sud.

El dueño de esa casa, ubicada en Sargento Ponce al setecientos, pabellón uno casa 4, se llamaba Pascual Pérez. Por motivos desconocidos no pudo seguir viviendo más allí y le entregaron la casa a mi abuela con la posibilidad de pagarla en cuotas de $100 mensuales.

Ya instalados en su nueva casa, trasladarse hasta Villa Devoto para ir a trabajar no era fácil por la distancia. Un vecino muy querido, don Manolo, les fabricó a mi padre y a mi tío un cajón para lustrar botas. Por la Isla Maciel, cuando disponían de dinero, se trasladaban en lancha y, cuando no podían, en montacargas gratuito hasta Parque Retiro.

Como su madre era una mujer enferma, el Gobierno de turno le había facilitado una máquina de coser con la cual comenzó a fabricar paraguas.

Cuando mi padre cumplió 14 años de edad, entró a trabajar en la Imprenta López en la calle Chile y Perú. Y su hermano Miguel a la misma edad entró a trabajar en Bonafide.

Ya para ese entonces se habían establecido más económicamente. Había que solventar los gastos diarios y cumplir durante 12 años el pago mensual de la cuota de la casa, ya que si no se abonaba en fecha comenzaban a correr los intereses.

Leyendo estas páginas seguramente te habrás preguntado dónde estaba Dios en todo esto. Porque al parecer todo era producto del esfuerzo y sacrificio de la familia para salir adelante. Es que no llegamos a comprender que Dios se hace visible en nosotros a través de las personas. Aunque sabemos que, por más que nos creamos autosuficientes, cada día necesitamos el favor del Señor en nosotros.

La fuerza, la salud, el cariño de la gente, el cuidado de muchos de ellos, la vivienda propia, ¿acaso no eran manifestaciones de que Él no los había abandonado? A menudo esperamos ver con nuestros ojos milagros sobrenaturales, pero lo cierto es que, aún en el anonimato, Él nos sigue mostrando su amor y obrando para bien en nosotros. Dios tenía planes extraordinarios con mi Padre.

«Sabemos que Dios va preparando todo para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo con su plan», Romanos 8: 28.

Capítulo 3

EL ENVIADO DE DIOS

Una visita inesperada

Un día mi abuela Ángela se encontraba sola en su casa. Producto de su enfermedad, había tenido una caída muy fuerte que le habían provocado golpes en el codo y en los tobillos. Prontamente su vecino, al enterarse, tuvo que forzar la puerta para entrar y socorrerla.

Pocos días después, en un trabajo de evangelismo, pasó por su casa, junto con su esposa, el pastor Domingo Petreca, quien la invitó a la iglesia, ya que a tres cuadras estaban haciendo culto. Venía de Villa Devoto, donde se encuentra aún la primera iglesia evangélica en Argentina fundada en el año 1912. Mi abuela, que estaba sentada en un sillón, los atendió. Les comentó que su esposo había fallecido y que él también era evangélico pentecostal. Les agradeció la invitación, pero les dijo que no podía ir porque estaba muy enferma. El pastor, con una actitud de amor y servicio, le respondió:

—Hoy es miércoles, el viernes tenemos reunión, ¿quiere que la vengamos a buscar en el auto? Sin ningún compromiso.

Llegó el día viernes. Una hora antes de lo acordado, el pastor junto con su esposa estuvo ahí para llevarla. Ese día toda la familia asistió a la reunión. Mientras Miguel Graso, un profesor de la palabra quien se ganó el cariño de mi padre, predicaba acerca de la historia de Zaqueo, mi abuela levantó la mano y se entregó a Dios y obligó a sus hijos a hacerlo también. Lo cierto es que mi padre seguía muy enojado con Él. Le reprochaba la muerte de su padre, el haberlo traído a una patria ajena, donde desconocían el idioma, y el hecho de cargar con tantas responsabilidades desde tan pequeños. Fue una etapa muy dura y dolorosa que tuvieron que atravesar.

«Pero ese día Jesús había entrado a la casa de mi padre como lo hizo con Zaqueo».

«Cuando Jesús pasó, miró a Zaqueo y lo llamó por su nombre: “¡Zaqueo!”, le dijo, “¡Baja enseguida! Debo hospedarme hoy en tu casa”. Zaqueo bajó rápidamente y, lleno de entusiasmo y alegría, llevó a Jesús a su casa», Lucas 19:5-7.

«Y Jesús le dijo: “Hoy ha venido la salvación a esta casa”», Lucas 19: 9.

Aunque todavía no lo podía entender. Aun así, Dios en lo secreto estaba obrando a favor de su escogido.

Una firme decisión

Era el mes de julio, pleno invierno. Para ese entonces, ya la familia había congregado tres o cuatro veces. Mi abuela le dijo al pastor:

—Yo me quiero bautizar.

El pastor, asombrado, le respondió:

—Hermanita, usted no puede entrar en una fuente de bautismo en ese estado. ¡Está enfermita!

Ella respondió:

—¡No, no, no, no! Yo me quiero bautizar. Yo sé que me voy a morir, pero quiero salvar mi alma. —Recordando lo que dice las escrituras en el libro de Marcos 16:15-16: «Y les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo; más el que no creyere será condenado”».

Ante esta firme decisión, la llevaron en un Ford hasta la iglesia de Villa Devoto, la cual disponía de una fuente de bautismo.

El pastor Marino de Santa Fe, Mengrini, el obispo y el pastor Petreca la ayudaron a bajar a las aguas para bautizarse. Cuando oraron por ella, Dios la sanó de tal manera que no necesitó ayuda para salir de la fuente de bautismo. Por primera vez, pudieron experimentar la manifestación visible de Dios en la vida de su madre.

 

Mi padre, ante lo que acababa de presenciar, agradeció. No podía negar el milagro del cual había sido testigo. Pero en lo profundo de su corazón aún seguía enojado con Dios. Una herida muy profunda en su alma debía ser sanada. ¿Acaso Dios podía hacerlo?

Capítulo 4

EL ENCUENTRO

Cuando Jesús inició su ministerio en la tierra, eligió a doce discípulos con el fin de prepararlos para una gran tarea: predicar el Evangelio a toda criatura, con el propósito de que se extendiera de tal manera que sean más lo que se salven que los que se pierdan.

«Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado; y yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo», Mateo 28: 19-20.

Pedro; Santiago; Juan; Andrés; Felipe; Judas Iscariote; Mateo; Tomás; Santiago, hijo de Alfeo; Bartolomé; Judas Tadeo; Simón y posteriormente Matías, en lugar de Judas Iscariote, eran hombres muy diferentes entre sí. Sin embargo, Él los eligió. A través de cada uno de ellos nos dejó grandes enseñanzas.

Al leer los Evangelios, podemos sentirnos identificados con estos hombres en muchos aspectos de nuestra vida. Eran hombres ordinarios que en el nombre de Jesús hicieron milagros extraordinarios.

Todos lo conocieron a Jesús personalmente, convivieron con él, habían sido testigos de su poder y milagros. Fueron elegidos y enviados por Jesús para esta gran misión. Sin embargo, ¿esto bastaba para convertirse en verdaderos apóstoles de Jesús?

Días después de su resurrección, se presentó a sus discípulos en el Cenáculo. Pero Tomás no estaba con ellos. Cuando se le anunció la resurrección de Jesús, se negó a admitirla: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y meto mi mano en su costado, no creeré», dijo.

¿Acaso Tomás no era un hombre de fe? Aun habiendo escuchado las palabras del Maestro cuando anticipó que al tercer día iba a resucitar y habiendo sido testigo de la resurrección de Lázaro, luego de haber estado cuatro días muerto, ¿cómo era posible que aún dudara? En este punto me quiero detener.

Dice la palabra de Dios que para poder agradarlo a Él necesitamos fe. Cuando nuestras palabras expresan duda, le estamos enviando un mensaje a Dios. Le decimos a través de ello que no creemos que pueda hacerlo.

Las personas escépticas no aceptan ninguna verdad establecida a priori. Primeramente, indagan, cuestionan y buscan pruebas para aceptar una idea. Aceptan una afirmación solo cuando ya no hay argumentos razonables que puedan invalidarla. Cuando las pruebas no son suficientes, están en el derecho de seguir dudando.

Este era el caso de Tomás. Un hombre que dudaba. Dejaba un espacio para que le demostraran que era verdad que Jesús había resucitado. Necesitaba una prueba para aceptarlo. Representa a ese grupo de personas que comúnmente dicen: «Ver para creer».

Él había creído en el Jesús vivo. Ahora faltaba que creyera en el Cristo resucitado. Nuestras experiencias espirituales de relación con Dios están ligadas a nuestras experiencias de vida y a nuestros pensamientos. Tomás necesitaba un cambio en su manera de pensar. El que tenía estaba basado en un hecho desafortunado, Jesús había muerto. Necesitaba renovar sus pensamientos con la verdad. Por eso, ocho días después, cuando Jesucristo se le presentó, Tomás tocó con sus propias manos sus heridas en las manos y en su costado y él le dijo: «No seas incrédulo, sino fiel».

A través de la palabra fiel dejaba en evidencia que nuestra propia naturaleza nos lleva a sentirnos confiados en los momentos buenos. Cuando nos sentimos acompañados y seguros. Es en esos lapsos cuando es fácil mostrar fidelidad. Pero esta es puesta a prueba en los momentos difíciles. Es ahí precisamente donde debemos mantenernos inamovibles al llamado y promesas de Dios en nuestras vidas, recordando cada palabra que sale de la boca de Dios. Solo así es posible alcanzar la madurez espiritual que necesitamos para desarrollar un ministerio efectivo en el llamado de Dios para nosotros. A partir de ese momento, debían aceptar vivir sin el aspecto físico de Jesús. Era hora de aprender a ser fieles caminando no por vista, sino por fe.

Jesús le recriminó haber necesitado ver para creer con las siguientes palabras: «Porque me has visto, Tomás, creíste: bienaventurados los que no vieron y creyeron». Afirmó la superioridad de los que tienen fe sin evidencia física, pero dejó en claro que, si no creían por sus palabras, estaba dispuesto a mostrarse a las personas para que sí creyeran. Lo que necesitaba Tomás para convertirse en un verdadero apóstol de Jesucristo era la revelación del Cristo resucitado. Solo así podría desarrollar verdaderamente su ministerio, a tal punto de estar dispuesto a entregar su propia vida por causa del Evangelio.

Este tipo de fe con motivos razonables empíricamente verificables para creer era lo que mi padre necesitaba. Él siempre recalca que no entra dentro del grupo de los bienaventurados que no vieron y creyeron. Solo teniendo una experiencia personal con el Señor sería posible el desarrollo efectivo del ministerio que tendría por el resto de su vida. Que, en definitiva, todos necesitamos tener.

Escéptico

A través de los relatos bíblicos de los milagros de Jesús, podemos ver cómo las vidas de las personas cambiaban completamente cuando se encontraban con él. Bastaba solo con creer para que sus vidas fueran transformadas. Definitivamente, no podían negar el milagro que Dios había hecho en mi abuela. La sola decisión de creer produjo un milagro extraordinario en su vida. A partir de ese día, no se perdían ninguna reunión. Ya sea por amor a Dios o por obedecer a su madre, debían ir a la iglesia.

Dicen las escrituras en 1 Corintios 2:14 que el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender.

En una de las reuniones que asistieron, comenzaron a hablar en lenguas. Mi padre, muy escéptico, decía que a él no lo iban a engrupir. ¿Cómo era posible que el Espíritu Santo estuviera dentro de ellos? ¡Estos se hacen!, decía mientras se burlaba, sin saber que con tan solo 13 años y medio en las próximas horas iba a vivir la experiencia más importante de su vida.

Ahora o nunca

¿Cuántas veces anhelaste encontrarte con alguien? Tal vez un amigo, una pareja, alguien que amabas mucho o querías conocer e hiciste casi lo imposible por lograrlo. Algo parecido le ocurrió a él.

Una noche, una hermana, en Cristo llamada Argentina, dijo en la reunión que había visto al Señor, casi por completo, ya que su rostro no lo había podido ver. A mi padre esto le llamó mucho la atención. ¿Acaso esto era posible? Al salir de la iglesia, se encerró en su cuarto y, meditando acerca de esto, de pronto se arrodilló y oró a Dios:

—Vos sabés que yo estoy muy enojado con vos porque te llevaste a mi papá y por todo lo que tuvimos que pasar, pero, si te demuestras a mí como a esa señora, ya mismo voy a comenzar a predicar el Evangelio. Pero, si no te revelas a mí, aunque mi mamá me mate a escobazos o plumerazos, no voy a ir nunca más a la iglesia. Si tú existes, tienes que demostrármelo ahora.

Pasadas dos horas, entró en la habitación su cuñado, el novio de mi tía, quien al verlo arrodillado lo levantó y lo acostó en la cama. Con su mano en el pecho seguía repitiendo: «Quiero tener un encuentro contigo. ¡Es ahora o nunca!». A la hora aproximadamente, sus fuerzas se comenzaron a debilitar y de repente un cuerpo sobre él, su rostro no lo pudo ver, le levantó la mano derecha, se la apretó dos veces y milagrosamente, de pronto, comenzó a hablar en nuevas lenguas. Dios lo había bautizado con el Espíritu Santo.

Ese día por primera vez el Señor se reveló a su vida. Ese día marcó un antes y un después en la vida de mi padre. Ese fue el día de su encuentro con Dios.

¿No crees que esto sea posible? Te desafío a que lo busques. Es posible que tengas una experiencia sobrenatural como esta. Te aseguro que cambiará tu vida por completo.

«Pues, si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!», Lucas 11: 13.

Revolución en la casa

Todos estaban atónitos en la casa. Se preguntaban qué había pasado. Cuando entraron a su cuarto, lo encontraron todo traspirado y hablando en lenguas espirituales. «¿Qué pasó acá?», preguntaron. Mi tía enojada exclamó: «¡A este que es más malo lo bautizó y a mí no! No entendiendo que el Espíritu Santo se recibe por gracia. Es un regalo que Dios da a los que lo buscan».

«Porque todo aquel que pide recibe; y el que busca halla; y al que llama se le abrirá», Mateo 7: 8.

Mi padre se había burlado de las personas que hablaban en lenguas y en reiteradas oportunidades cuando los jóvenes de la iglesia con tanto amor iban a visitarlo e invitarlo los echaba y les decía: «¿Ustedes son o se hacen? Yo los trato mal, los echo y ustedes como si nada fuera». Pero la experiencia que acababa de tener lo cambió todo. Al recordar todo esto, le pidió perdón a Dios. Era hora de cumplir con la promesa que había hecho.

«No esperes merecerlo, espera recibirlo».

Capítulo 5

EL PROPÓSITO

Una promesa por cumplir

«Ten cuidado cuando le hagas promesas a Dios, mide tus palabras. No dejes que tus sentimientos te hagan hablar sin pensar. Si le haces una promesa a Dios, cúmplela, porque a Dios no le agrada la gente falta de seriedad. Cúmplele a Dios lo que le prometiste. Es mejor no prometer que prometer y no cumplir».

Con estas palabras el libro de Eclesiastés expresa el peso y la importancia que tienen nuestras palabras a la hora de hacer una promesa.

En las escrituras podemos encontrar varias historias que nos hablan acerca de esto.

La historia de Jefté o la de Ana, por ejemplo, nos muestran que cuando le hacemos una promesa al Señor debemos cumplirla, aunque tengamos que sacrificar cosas importantes para nosotros.

Este fue el caso de mi padre. Dios se reveló a su vida. Pero ahora había llegado el momento de ser leal a sus palabras.

Un día, mientras participaba de una reunión multitudinaria en Villa Devoto, el predicador Juan Carlos Ortiz estaba predicando y tomado por el Espíritu dijo: «Hay un joven que va a venir conmigo a Formosa». Lo repitió por segunda vez, mientras el corazón de mi padre se aceleraba. La tercera vez dijo: «Como es menor, tienen que firmar los padres», Entendiendo que, si decía la madre, iba a ser muy evidente, ya que él acostumbraba a visitarlo e incluso en reiteradas ocasiones se quedaba a dormir en su casa y viceversa. «El Espíritu Santo tiene que trabajar», continuó diciendo. En ese mismo momento, mi padre levantó su mano y, glorificando a Dios, el predicador dijo a la congregación que ya había sacado los pasajes.

A bordo de un tren

Al día siguiente, luego de que su mamá firmara la autorización, partieron desde la estación de Retiro hacia la provincia de Formosa.

Antes de subir al tren, el obispo Pablo Mengrini, primer pastor pentecostal en la Argentina, y Miguel Petreca, entre otros, comenzaron a cantar allí el himno de gloria, El Evangelio es nuestro lema. En ese mismo momento, mi padre fue ungido como obrero a prueba. La gente se comenzó a amontonar.

Cuando subieron al tren mi padre preguntó si podía predicar. «¿Te animas?», «¡Sí!», respondió él. Cuando de pronto, parado en medio de uno de los vagones del tren, comenzó a hablar acerca de la mujer del flujo de sangre que tocó el manto de Jesús, una señora tocada por las palabras que había escuchado se acercó a él y, arrodillada, dijo: «Me quiero entregar a Jesús».

Ese día, con tan solo 13 años de edad, no solo cumplió con la promesa que había hecho, sino que estaba marcando el comienzo de un gran ministerio evangelístico.

«Y me dijo Jehová: “No digas: ‘Soy un niño’; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande, [...] y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: “He aquí he puesto mis palabras en tu boca”», Jeremías 1:7-9.

Capítulo 6

EL NACIMIENTO DE UN

GRAN MINISTERIO

En el transcurso de nuestra vida, a menudo se nos presentan grandes desafíos, muchos de ellos difíciles de aceptar. La inseguridad y el miedo a lo desconocido hace que nos invada el temor y es ese el preciso momento donde debemos decidir si dar el primer paso o quedarnos en el lugar donde estábamos.

 

Las personas que han alcanzado grandes logros en la vida son justamente las que, a pesar de los fantasmas internos que trataron de paralizarlos, siguieron adelante. Quizás, si te detuvieras a pensar acerca de los recursos con los cuales cuentas para llevar a cabo dicha tarea, pienses que no son suficientes y escuches esa voz interna que te dice: «No lo vas a lograr».

Heridas en el alma, recuerdos de las tantas veces que fracasaste al intentar algo nuevo, voces desalentadoras que escuchas a tu alrededor y un sinfín de motivos quieren detenerte en tu camino con el fin de evitar que cruces el límite entre lo conocido y lo desconocido que puede posicionarte en el lugar que Dios preparó para tu vida.

El pueblo de Israel, saliendo de Egipto, comenzó a dar sus primeros pasos hacia el lugar que habían soñado llegar tantas veces. Pero en un momento se encontraron con un enorme mar frente a ellos y al enemigo en sus espaldas queriendo destruirlos. La orden de Dios fue que avanzaran. ¿Cómo era posible esto? ¿Acaso estaban dadas las condiciones para avanzar? Si a la vista humana estaban completamente seguros de que no había opciones. Ahogados o bajo el filo de una espada, igualmente iban a morir. Sin embargo, la instrucción de Dios fue que avanzaran. Con el solo hecho de escuchar su voz y aceptar esa directiva, en un acto de fe siguieron caminando y fueron protagonistas de uno de los milagros más extraordinarios.

«Lo importante no es lo que tengas para alcanzar tus sueños, sino escuchar la voz correcta. No esperes a tenerlo todo para avanzar hacia ellos, pero asegúrate de que no te falte fe».

Un gran desafío

Ya había llegado a Formosa junto con Juan Carlos Ortiz, un hombre de Dios que fue el primer evangelista en Argentina. En ese lugar se encontraba la iglesia Gracia y Gloria donde el pastor Green, a tan solo un mes de haber recibido el bautismo del Espíritu Santo, lo desafió a dirigir campaña evangelística que se estaba llevando a cabo en esa ciudad. Con previo ensayo, aceptó el desafío.

El pánico escénico o la glosofobia, miedo de hablar en público, es una de las causas por las cuales muchas personas no aceptan ciertos retos. Este no era el caso de mi padre, pero, aunque siempre fue una persona muy segura de sí misma, los nervios le jugaron una mala pasada.

Era el momento de orar. «Bajen los ojos y cierren la cabeza», dijo él. Sus mejillas se sonrojaron de vergüenza. El pastor Green, que estaba a su lado, exclamó: «¡Seguí, no hagas caso!». Él continuó dirigiendo.

Esa noche una multitud de gente se agolpó a escuchar la palabra de Dios. En su mente pensaba que iban a llamarle la atención por lo sucedido. Pero el pastor, con mucho amor, le dijo: «¡No te preocupes! Todos nos equivocamos. Percatándose de que, de lo contrario, era muy probable que esto truncara su ministerio que recién estaba comenzando.

El miedo a equivocarnos, a ser rechazados o criticados es un arma que el enemigo usa a menudo para amedrentarnos y desviarnos del propósito, sobre todo, cuando estamos empezando. Esperar que todo nos salga a la perfección cuando entramos a un terreno desconocido sería muy pretensioso de nuestra parte. Aprender qué hacer, pero, sobre todo, equivocarse, probar, intentar una y otra vez forma parte del proceso, ya que nadie es bueno para lo que no practica. A base de prueba-error no solamente llegamos a ser eficientes en nuestra tarea, sino que también obtenemos el conocimiento necesario, la paciencia y la confianza para desarrollar al máximo nuestro potencial. Si Dios no supiera de antemano que lo vamos a lograr, no nos daría semejantes desafíos. Antes de que lleguemos a la meta, él ya nos vio en ese lugar.

El primer milagro

La campaña continuaba. El gobernador de Formosa se había entregado a Jesús. El mensaje se transmitía a través de la radio en la provincia.

La última noche, el predicador Juan Carlos Ortiz dijo: «Mañana, en la iglesia Gracia y Gloria, el título de la predicación va a ser ¿La Iglesia Católica es santa? ¿Sí o no?». Al día siguiente, los fueron a buscar para ir a orar por una señora paralítica. El pastor le dijo a mi papá: «Vos ya estás ungido. Andá con ellos».

Cuando llegó a esa casa, oró y esa mujer inmediatamente fue sana de su parálisis. Ese día estaba siendo protagonista del primer milagro que Dios hizo a través de su vida. Ante lo sucedido esa misma noche, más de treinta personas se acercaron a ese lugar, en su mayoría aborígenes. Allí comenzaron a hacer reuniones, donde semanalmente se congregaban más de setenta personas. La iglesia, muy humilde, estaba construida con paredes de barro y los asientos eran troncos de árboles. El poder de Dios se hacía notorio en ese lugar.

A mano armada

Había llegado la hora de la reunión. Una multitud se había congregado esa noche. Llegó el momento de escuchar la palabra de Dios. Luego de levantar las ofrendas, mi padre dijo: «Bueno, como dijo anoche el reverendo Juan Carlos Ortiz, el título del mensaje de esta noche es ¿La Iglesia Católica es santa? ¿Sí o no?». De repente, entró por el portón de al lado el sacerdote de la iglesia católica vecina, quien enfurecido afirmó: «¡Sí que es santa, mocoso!». Y, sacando un revolver de su bolsillo, disparó contra mi padre. La bala rozó su oreja. De inmediato la policía y los bomberos se hicieron presentes. Al sacerdote, que estaba fuera de sí, lo detuvieron. Pero semejante susto no amedrentó a los siervos de Dios. Al día siguiente, un mayor número de personas se agolparon a escuchar su palabra. Gran Guardia, Las Lomitas, Pirané, Comandante Fontana… fueron algunos de los lugares evangelizados. A pesar de la oposición del enemigo, el mensaje de la palabra de Dios se seguía extendiendo.

La mujer que fue prosperada

Ciertos paradigmas que erróneamente se han establecido en nuestra mente nos llevan a menudo a dudar en el cumplimiento de las promesas de Dios para nosotros.

Pensar que, si rompemos con esa serie de conductas repetitivas, con las cuales nos hemos manejado financieramente por mucho tiempo, y al considerarlas como base de nuestra subsistencia esto significaría poner en riesgo nuestra seguridad económica.

En una oportunidad, un intérprete de la ley preguntó a Jesús: «¿Cuál es el gran mandamiento en la ley?» Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente».

Pareciera ser que estamos dispuestos a amar a Dios y entregarle el control casi total de todo lo que poseemos, desconociendo que él es el mejor administrador que podemos tener.

En Pirané había una hermana llamada Mauricia. Era una mujer viuda con siete hijos, muy trabajadora. Se dedicaba a fabricar chipá para venderlos en el puerto. Al ver semejante sacrificio que hacía, el pastor de ese lugar le dijo: «Usted no puede seguir haciendo esa vida». Entonces, le juntaron dinero para que pusiera un almacén en su casa. Ella aceptó. Emprendió su nuevo negocio, pero siempre poniendo en primer lugar a Dios.

Para esta mujer no era fácil la vida. Seguramente, eran muchas las carencias económicas que estaba viviendo, pero había tomado una decisión, amar a Dios sin reservas. Aunque para ello tuviera que disponer de menos ingresos económicos en su hogar, con tal de estar en el lugar indicado, escuchando lo que Jesús tenía para decirle. Renovar sus pensamientos con la palabra de Dios era la clave para el futuro que esperaba.

Como todos los días, a las 19:00 comenzaba la reunión, a las 18:00 bajaba la persiana para ir a la iglesia. Su promesa, que más tarde cumplió, fue que si Dios la bendecía iba a comprar el terreno para construir el templo. Prosperó tanto su negocio que de ser una simple vendedora ambulante llegó a tener el negocio mayorista más grande de Pirané.

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