Buch lesen: «Filosofía en lengua castellana»
FILOSOFIA EN
LENGUA CASTELLANA
DAVID SOLÍS NOVA
(EDITOR)
Colección Theologia et Philosophia / 3
Colección
Theologia et Philosophia
Theologia et Philosophia es una colección del Instituto de Teología de la Universidad Católica de la Ssma. Concepción.
Alonso de Ribera 2850, Concepción, Chile
teologia@ucsc.cl (56-41) 2345669 http://teologia.ucsc.cl
Director de la colección:
Pablo Uribe Ulloa
Comité editorial:
Dr. Arturo Bravo Retamal
Dr. Ignacio Miralbell
Libro sometido a referato por pares evaluadores externos
Filosofía en lengua castellana
© David Solís Nova (editor)
© Ediciones Universidad Católica de la Ssma. Concepción
Alonso de Ribera 2850, Concepción, Chile
editorial@ucsc.cl (56-41) 2345022
Registro de Propiedad Intelectual Nº 2021-A-3053
ISBN edición impresa: 978-956-6068-14-3
ISBN edición digital: 978-956-6068-20-4
1ª edición, mayo de 2021
Fotografía de portada:
“Los molinos del pensamiento II” (2020),
dibujo sobre cartón, 19 x 8 cm, de Agostino Molteni.
Derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de la obra, sin la autorización expresa del copyright.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com
ÍNDICE
David Solís Nova
Prólogo
Daniel Brito García
Hannah Arendt en Carla Cordua: una lectura del totalitarismo
Simón Suazo Durán
Jorge Millas: pensamiento límite ante los atavismos ideológicos
Marcos Alonso
El ser humano, la superfluidad y la técnica. Un comentario a la antropología de Ortega y Gasset
Rodrigo Colarte Olivares – Rosa Peña Vallejos
La idea de proyecto como elemento de continuidad de la antropología filosófica y el pensamiento político en José Ortega y Gasset
Juan José Rosales
El concepto de pueblo de Cecilio Acosta
Heber Leal Jara
La trascendencia del ego: una comprensión de la muerte en Del sentimiento trágico de la vida de Miguel de Unamuno
Agostino Molteni
La modernidad barroca y su religiosidad en el pensamiento de Gabriela Mistral
Lorena Echeverría-Sánchez
La metáfora como herramienta de la filosofía: Una reflexión
desde el pensamiento de Joaquín Barceló
Marco Cortez Burotto
El problema del mal a la luz del pensamiento de Xavier Zubiri
Carlos Daniel Lasa
El ser de América y sus enemigos en el pensamiento de Alberto Caturelli
Colaboradores
PRÓLOGO
CUANDO REFLEXIONAMOS sobre la idea de un libro que tuviese como temática la filosofía en lengua castellana, no solo pensamos en una mera exposición de los grandes pensadores que ha tenido nuestro idioma, sino que también en la posibilidad de mostrar el dinamismo lógico de nuestra lengua para la labor filosófica. ¿Tiene nuestro idioma alguna especial cualidad para la elaboración y la composición de un pensamiento filosófico? Se ha llegado a responder negativamente a esto último, señalando que la lengua castellana es una lengua más apta para la poesía que para la filosofía, por ejemplo. Nos atreveríamos a decir que, tal vez, lleven razón, no ha sido apta, pero no lo ha sido para un cierto tipo de pensamiento rígido, sistematizado y determinista. Teniendo en cuenta que la filosofía es una experiencia que siempre está de camino, como gustaba decir Jaspers, tal vez nuestra lengua esté especialmente preparada para una filosofía con un carácter distinto al que se ha realizado en otras lenguas y vayamos con el hablar castellano de camino a otro pensamiento, a otra elaboración reflexiva con sus riquezas y nutrientes propios. Creemos que los estudios que se contienen en este libro pueden refrendar esta última aseveración.
Reunir a este grupo de estudios, teniendo como criterio común un mismo idioma, nos podría permitir, además, reflexionar acerca de qué sea, efectivamente, el pensamiento, la lengua y el lenguaje. Creemos que sería reducir en extremo el lenguaje pensarlo solo como un medio de comunicación. La lengua es, sobre todo, un patrimonio y una herencia de pensamiento, y, como toda herencia, necesita ser cultivada, necesita ser trabajada para que no se atiborre de cizaña y polvo en sus rincones. En cada una de nuestras frases, proverbios y dichos se encuentra, a la espera de ser trabajado continuamente, el esfuerzo y el gozo del hablar de varios siglos, de muchas generaciones y razas, de muchas historias, encuentros y acontecimientos. El castellano está ahí como una tierra fértil esperando permanentemente el arado y la azada de nuestro pensar. Reafirmamos el pensamiento de Fausto: “Conquístate, tu herencia, cada día, para que tú la goces, que sin eso cuanto el hombre posea, le será grave peso”1. En el idioma de Cervantes diríamos también: “Ea, pues, manos a la obra: venid a mi memoria, cosas de Amadís…”2. El lenguaje es este acontecer producto de poner manos a la obra en la lengua de Amadís para que sea realmente nuestra herencia idiomática un acontecimiento gozoso y no un grave peso. Para el hombre culto, el verdadero cultivo no es un manejo erudito, alambicado, especializado o tecnificado de la lengua, sino el trabajo hecho por el pensamiento en el lenguaje para que de él surja un acontecimiento, que es la transformación de la lengua en un fruto gustoso, en un evento nuevo, impensado e imprevisto.
En este sentido, la lengua viva, la del pueblo hablante en castellano y la de los poetas, de los filósofos y de todos aquellos que la están permanentemente cultivando, no se deja aquietar, estabilizar por unas reglas o por una teoría, es patrimonio siempre invertido y puesto en movimiento para ser enriquecido, siempre en nacimiento y en reinicio de su andar. Sin esa inversión de pensamiento permanente en la lengua, esta se vuelve un cementerio de ideas ya hechas, que son malas por ser precisamente ya hechas, que no hacen pensar a nadie; un cementerio de conceptos estériles, unos medios de comunicación que no producen ninguna alianza ni ninguna civilidad. Sin ese trabajo, la lengua se transforma en un mecanismo repetitivo, ya que no hablamos, sino que somos hablados por la lengua y termina ella pronunciándonos y transformándonos en tópicos políticamente correctos. La lengua, sin este cultivo, transforma el pensamiento en un templo lleno de ídolos que tienen boca, pero no hablan. Esa lengua rígida, estereotipada y llena de hábitos lingüísticos, la veremos incapaz de rezar, impotente para expresar el arrepentimiento, fracasada para producir el amor con el otro y, peor aún, impedida de pensar y sorprendernos con lo todavía no dicho.
La lengua no es simplemente palabra solitaria y fantasmal, es oración, es juicio: imputabilidad de actos, no de cosas o esencias o sustancias. El hombre de palabra es, como dicen en el campo chileno, el que hace juicio, el juicioso. El que hace juicio con “palabras significantes, honestas y bien colocadas”, dirá el Quijote3. El que ‘hace un juicio’ es el que se atreve a trabajar e invertir su patrimonio castellano y hacerse imputable por el pensamiento puesto en movimiento en sus oraciones. ‘Hacer nuestras oraciones’ es hacer nuestro trabajo, haciendo público nuestro pensamiento en el decir de la lengua. “Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’: que lo que sale de aquí viene del Maligno” (Mt 5, 37). La palabra siempre debe ser un trabajo del pensamiento del cual podamos hacernos imputables, porque un pensamiento es ya pensamiento de un cuerpo, lo demás es flatus vocis, lo que sale de aquí es la insociabilidad, el mal negocio de dejar de pensar con otros. La elaboración de un juicio es un riesgo, pero nada se disfruta si no se ha dicho, si no se ha pronunciado con significado, honestidad y buena colocación. Es falso el refrán aquel que quiere enseñarnos que ‘del dicho al hecho hay mucho trecho’, pues en el decir hay ya un acto, hay ya un hecho, y hay, cuando es un auténtico decircultivado, un verdadero acontecimiento. El hombre de palabra es valioso porque sabe lo que en la palabra está en juego y que su confiabilidad se hace imputable por su decir, porque su decir es ya un hacer.
La lengua no está ya hecha, sino que está haciéndose en la co-institución y alianza permanente de los sujetos que piensan unos con otros gracias a ella, a través de ella, a partir de ella. La lengua está generándose siempre, reiniciándose constantemente con el trabajo de todos, con el trabajo de los obreros del pensamiento que propician con su idioma la generación de una bella ciudad libre.
Este libro pretende ser una breve muestra de los trabajadores de este patrimonio, los cultivadores de esta patria de pensamiento que es la lengua castellana: Zubiri, Ortega, Millas, Mistral, Cordua, Caturelli, Acosta, Barceló, Unamuno. La obra de ellos es una muestra de cómo la lengua castellana es distinta al abordar el pensamiento, pero no por esto es menos pensamiento. La filosofía que surja de aquí será distinta porque el patrimonio de origen de la lengua es distinto, porque los actos lingüísticos de los padres y madres de esta lengua son distintos, sus tonos y ritmos son distintos, y los acontecimientos de la historia se piensan en nuestro idioma con un acento distinto. No creemos, por ello, que sea menos filosofía. He aquí la razón del nacimiento de este libro.
Agradezco, en primer lugar, a los autores de cada uno de los capítulos por habernos confiado sus trabajos e investigaciones para la publicación de esta obra y para enriquecer nuestro conocimiento de aquellos pensadores que beneficiaron y fructificaron nuestra lengua. También es necesario reconocer la convicción del Instituto de Teología de la Universidad Católica de la Santísima Concepción por sacar adelante esta colección, aportando con ello a la formación de nuestros estudiantes y al fomento de la filosofía en Chile. Agradezco a los académicos evaluadores por su riguroso trabajo y al Comité Editorial de esta colección por su confianza al entregarme el cuidado de la edición de este número. Especialmente, agradezco a Roxana González, a Andrea Báez y a Francisco Novoa por su ayuda en la gestión de todos los aspectos administrativos y formales que conlleva sacar adelante la edición de un libro como este, con lo cual me corroboran una vez más su compromiso con la filosofía, con la universidad y, sobre todo, me confirman su amistad y su gusto en seguir cultivándola.
DAVID SOLÍS NOVA
1 J. W. GOETHE, Fausto I, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima 2003, 72.
2 M. DE CERVANTES, Don Quijote de la Mancha, Alfaguara, Madrid 2015, 250.
3 M. DE CERVANTES, Don Quijote de la Mancha…, 13.
HANNAH ARENDT EN CARLA CORDUA: UNA LECTURA DEL TOTALITARISMO
Daniel Brito García
Universidad Católica de la Santísima Concepción, Concepción, Chile
Resumen: El presente estudio intenta desarrollar la lectura que Carla Cordua establece en torno a la figura de Hannah Arendt en general y del fenómeno totalitario en particular, a partir de la obra de 1951 Los orígenes del totalitarismo. Revisando como ejes centrales las nociones de sociedad de masas, Estado totalitario y propaganda totalitaria, se propone ensayar; primero, en qué medida la visión de Cordua respecto de la obra arendtiana relativa al totalitarismo se presenta como sumamente esclarecedora del diagnóstico arendtiano en torno a la problemática, reluciendo los aspectos cruciales que conforman el fenómeno y muestran su peligrosa notoriedad; y, segundo, cómo Cordua ha sido una de las precursoras del estudio de Arendt y de su teoría política en nuestro país. Con este estudio, se espera dar nuevos aires al desarrollo teórico en esta materia, que inspiren a seguir sendas inexploradas desde Arendt a través de Cordua.
Palabras clave: Sociedad de masas, Estado totalitario, violencia, poder, propaganda totalitaria.
Comprender […] no significa negar la atrocidad, deducir de precedentes lo que no los tiene o explicar fenómenos por analogías y generalidades tales que ya no se sientan ni el impacto de la realidad ni el choque de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar conscientemente la carga que los acontecimientos han colocado sobre nosotros ni negar su existencia ni someterse mansamente a su peso como si todo lo que realmente ha sucedido no pudiera haber sucedido de otra manera. La comprensión, en suma, es un enfrentamiento impremeditado, atento y resistente con la realidad cualquiera que sea o pudiera haber sido ésta.
H. ARENDT, Los orígenes del totalitarismo.
1. Introducción
CARLA CORDUA (1927), Premio Nacional de Humanidades 2011, miembro de la Academia Chilena de la Lengua, profesora titular de la Universidad de Chile y emérita de las universidades Diego Portales y de Puerto Rico, es una de las voces más autorizadas en el campo del pensamiento filosófico contemporáneo en nuestro país. Sus estudios de Kant, Hegel, Husserl, Wittgenstein, Heidegger, Sartre, Sloterdijk, entre otros, son clásicos en la literatura filosófica de esta parte del continente, y buena parte de ellos ha logrado, incluso, traspasar estas fronteras. Asimismo, su interés por la literatura ha sido tan potente como su inclinación primaria por la filosofía, aun cuando, es claro, su primera vocación fue la que nos ha marcado profundamente en el terreno del pensamiento crítico en torno a las ideas. Activa hasta el día de hoy, sigue escribiendo y reeditando sus obras, dictando conferencias, dando clases inaugurales, con la misma pasión y entrega que ha mostrado tener desde el inicio de su carrera académica en la Universidad de Chile en 1954.
Una de las conferencias preparadas y dictadas por Cordua el 20161 (y publicada al año siguiente) versó en torno a, quizás, la pensadora política más relevante de la segunda mitad del siglo XX, a la que, y no por primera vez, ha dedicado sus esfuerzos por comprender en el último transcurso de sus años: Hannah Arendt (1906-1975). Si bien la profesora Cordua había dedicado su empeño al pensamiento político de Hegel anteriormente, con sus conferencias y escritos sobre Arendt la filosofía política gana notoriedad en su obra madura. Pero su interés radica no solo en el problema político de nuestro tiempo en general, sino en el fenómeno totalitario vivido por el siglo recién pasado en particular. Por ello, su voluntad de comprender encuentra acogida en el pensamiento arendtiano en vistas de este propósito. Así, surge la necesidad de los últimos años por adentrarse en la obra política, periodística, histórica y filosófica2 más relevante en torno a este tema: Los orígenes del totalitarismo.
Desde Los orígenes del totalitarismo, dividida en tres extensas partes sucesivas e interrelacionadas, Cordua emprende el desafío de comprender el fenómeno totalitario en su formación y despliegue a partir de sus dos formas visualizadas en el siglo XX: el estalinismo y el nazismo. Para Cordua, partiendo del análisis arendtiano, esta obra resulta ineludible, considerando que entrega las directrices de la reflexión posterior en torno a este fenómeno. Sin embargo, su implicancia en el tema no se acaba solo en eso: también esta obra le da la oportunidad de pensar políticamente la formación de los elementos fundantes de la política actual a nivel mundial en su totalidad. Por supuesto que el contexto actual es sensiblemente diferente respecto al analizado en la obra de 1951, pero esto no limita la posibilidad de encontrar ciertas claves interpretativas que den cuenta de cómo ha cambiado nuestra mirada sobre lo político desde entonces hasta ahora. Por esto, la obra de Arendt no le resulta indiferente, sino, al contrario, le sigue pareciendo especialmente sugerente para afrontar las dificultades propias del nuevo siglo y los vaivenes políticos inherentes a una era post-totalitaria.
En este marco, el presente trabajo intentará mostrar las líneas investigativas más relevantes que Carla Cordua visualiza en Hannah Arendt, particularmente en Los orígenes del totalitarismo, considerando dos obras en las que dedica su talante a la lectura de la autora judeo-alemana. Estos escritos, que cuentan con ocho años de diferencia entre su publicación, dan cuenta de la importancia que en Carla Cordua tiene la reflexión política en general y la reflexión arendtiana sobre el totalitarismo en particular. El primero de ellos, “Propaganda totalitaria: entonces y ahora”3, remite una atención precisa en torno al problema de la propaganda totalitaria bajo la lupa de Arendt, poniendo el foco en sus consecuencias sobre la actualidad política mundial a partir de esta perspectiva. El segundo de ellos es una conferencia pronunciada el año 2016 y publicada al siguiente año titulada Hannah Arendt. Sobre el totalitarismo4, en la que expone de modo vasto, claro y serio los alcances políticos que subyacen a la inquietud arendtiana en torno al problema que suscita el fenómeno en cuestión y a sus posibles alcances en la constitución del ser humano de nuestro tiempo bajo la óptica política. Basándonos en ellos, emprenderemos el análisis del fenómeno totalitario centrándonos principalmente en algunos de sus puntos esenciales tratados por Cordua al amparo de Arendt desde la obra ya sugerida, asumiendo su diagnóstico de la sociedad actual. En primer lugar, expondremos el concepto de sociedad en Arendt mirado por Cordua, con el fin de apreciar las distinciones que realiza en torno a lo político y lo social, la caracterización de la sociedad de masas y su crítica a la modernidad desde esta visión; en segundo lugar, revisaremos el análisis que Cordua toma de Arendt en torno al totalitarismo, su desarrollo y sus distinciones conceptuales a nivel político, haciendo hincapié en la notable diferencia arendtiana entre poder y violencia; en tercer lugar, ahondaremos en el papel clave que juega la propaganda en la teoría totalitaria arendtiana, con el fin de atisbar su relevancia y, con ella, sugerir algunas de sus consecuencias; y en cuarto lugar, finalizaremos con algunas conclusiones aproximativas del tema.
2. Sociedad de masas
Partiendo de su imperiosa voluntad por comprender (Arendt diría: Ich will verstehen), Carla Cordua plantea que el presente, que en buena medida es resultado del pasado5, ofrece a los sujetos la grata oportunidad de la acción libre, recordando que para Arendt el principio fundante del ejercicio político es la libertad6. Pero ¿qué es la libertad en Hannah Arendt? Veamos en sus propias palabras la postura que toma para establecer dicho concepto:
Sin duda, esta pasión por la libertad en sí misma, por el solo «placer de poder hablar, actuar, respirar» (Tocqueville), solo puede darse allí donde los hombres ya son libres, en el sentido de que no tienen un amo. Lo malo es que esta pasión por la libertad pública o política puede ser fácilmente confundida con un sentimiento que es probablemente mucho más vehemente, pero que, desde el punto de vista político, es esencialmente estéril, es decir, el aborrecimiento apasionado de los amos, el ferviente anhelo de los oprimidos por la liberación. Tal aborrecimiento es, sin duda, tan antiguo como lo es la historia escrita e, incluso, anterior; sin embargo, nunca tuvo como consecuencia la revolución, puesto que ni siquiera es capaz de entender, por no decir realizar, la idea central de la revolución, la cual no es otra cosa que la fundación de la libertad, es decir, la fundación de un cuerpo político que garantice la existencia de un espacio donde pueda manifestarse la libertad7.
Dicha idea es completada casi a final de Sobre la revolución de manera descriptiva y ejemplar. Arendt señala lo siguiente:
La libertad, donde quiera que haya existido como realidad tangible, ha existido siempre limitada espacialmente. Ello se pone especialmente de manifiesto en la más elemental e importante de todas las libertades negativas, la libertad de movimiento; las fronteras del territorio nacional o muros de la ciudad-estado abarcaban y protegían un espacio dentro del cual los hombres podían moverse libremente. Tratados y garantías internacionales hacen posible una ampliación de esta libertad territorialmente limitada a los ciudadanos que están fuera de su propio país, pero, incluso bajo el supuesto de las actuales circunstancias, sigue siendo evidente la coincidencia fundamental entre libertad y un espacio limitado. Lo dicho de la libertad de movimiento es también valido en buena medida para la libertad en general. La libertad en su aspecto positivo es solo posible entre iguales, y la igualdad no es en modo alguno un principio universalmente valido, sino que, a su vez, es únicamente aplicable con limitaciones e incluso dentro de límites espaciales. Si identificamos estos espacios de libertad –que de acuerdo con el espíritu, sino a la terminología de John Adams, también podríamos llamar espacios de apariencias– con la propia esfera política, los podríamos concebir como islas en el mar o como oasis en el desierto. La imagen, según creo, nos es sugerida no solo por la plasticidad de la metáfora, sino por la propia historia8.
Por esto, y de manera primordial, los seres humanos somos seres activos y libres enmarcados en circunstancias vitales y sociales de cada uno, siendo este el diagnóstico con el que parte Arendt para el desarrollo teórico de su trabajo intelectual, tanto filosófico como político. Así es como Carla Cordua, de manera penetrante y perspicaz, plantea que “la edad actual se caracteriza por la sociedad de masas, que es […] uno de los antecedentes del Estado totalitario”9.
Para Arendt, la sociedad designa al “conjunto de familias económicamente organizadas en el facsímil de una familia superhumana”10, “«conjunto doméstico» (oikia), o de las actividades económicas … [en] la esfera pública”11, “auge de la administración doméstica, sus actividades, problemas y planes organizativos”12, “la sociedad es la forma en que la mutua dependencia en beneficio de la vida y nada más adquiere público significado, donde las actividades relacionadas con la pura supervivencia se permiten aparecer en público”13. De esta manera, el término ‘sociedad’ en Arendt cobra relevancia por sus dos funciones: “designa tanto al grupo dominante de cierta unidad política como también al conjunto de todos los círculos de la misma nación-Estado. Este doble sentido, honorífico en un caso e inclusivo del conjunto diverso, en el otro, retiene la atención de la ensayista”14 dice Cordua. De hecho, uno de los grandes alcances extra-políticos del propio totalitarismo estaría basado en las consecuencias que este tendría sobre la estructura previa de la misma sociedad humana, pues de forma inconsciente, el totalitarismo está abocado al debilitamiento de la organización de agrupaciones pre-existentes e intenta reemplazarlas por una relación ideológica obligada con el Estado. En este sentido, tal como plantea Cordua, “las divisiones derivadas del vivir juntos en grupos diferenciados pero complementarios ceden a la influencia del poder ilimitado del Estado político”15. Para entender esto, resulta importante tener presente desde qué punto de vista habla Cordua a propósito de este tema. En La condición humana, Arendt distingue entre lo político y lo social. Recordemos sus palabras para ver su influjo en las distinciones de la profesora Cordua:
Esta relación especial entre acción y estar juntos parece justificar plenamente la primitiva traducción del zōon politikon aristotélico por animal socialis, que ya se encuentra en Séneca, y que luego se convirtió en la traducción modelo a través de santo Tomás: homo est naturaliter politicus, id est, socialis («el hombre es político por naturaleza, esto es, social»). Más que cualquier elaborada teoría, esta inconsciente sustitución de lo social por lo político revela hasta qué punto se había perdido el original concepto griego sobre la política. De ahí que resulte significativo, si bien no decisivo, que la palabra «social» sea de origen romano y que carezca de equivalente en el lenguaje o pensamiento griego. No obstante, el uso latino de la palabra societas también tuvo en un principio un claro, aunque limitado, significado político; indicaba una alianza entre el pueblo para un propósito concreto, como el de organizarse para gobernar o cometer un delito. Sólo con el posterior concepto de una societas generis humani («sociedad de género humano»), «social» comienza a adquirir el significado general de condición humana fundamental. No es que Platón o Aristóteles desconocieran –o se desinteresaran– por el hecho de que el hombre no puede vivir al margen de la compañía de sus semejantes, sino que no incluían esta condición entre las específicas características humanas; por el contrario, era algo que la vida humana tenía en común con el animal, y solo por esta razón no podía ser fundamentalmente humana. La natural y meramente social compañía de la especie humana se consideraba como una limitación que se nos impone por las necesidades de la vida biológica, que es la misma para el animal humano que para las otras formas de existencia animal.
Según el pensamiento griego, la capacidad del hombre para la organización política no es solo diferente, sino que se halla en directa oposición a la asociación natural cuyo centro es el hogar (oikia) y la familia. El nacimiento de la ciudad-estado significó que el hombre recibía «además de su vida privada, una especie de segunda vida, su bios politikos. Ahora todo ciudadano pertenece a dos órdenes de existencia, y hay una tajante distinción entre lo que es suyo (idion) y lo que es comunal (koinon)». No es mera opinión o teoría de Aristóteles, sino simple hecho histórico, que la fundación de la polis fue precedida por la destrucción de todas las unidades organizadas que se basan en el parentesco, tales como la phratria y la phylē. De todas las actividades necesarias y presentes en las comunidades humanas, solo dos se consideraron políticas y aptas para constituir lo que Aristóteles llamó bios polítikos, es decir, la acción (praxis) y el discurso (lexis), de los que surge la esfera de los asuntos humanos (ta tōn anthrōpōn pragmata, como solía llamarla Platón), de la que todo lo meramente necesario o útil queda excluido de manera absoluta16.
Pero cuidado. Cordua destaca que justamente la disolución de los grupos específicos que componen el conjunto social implica el mismísimo comienzo de la sociedad de masas, lo que, según Arendt, representa una característica fundamental del mundo actual. La profesora Cordua, a propósito de esto, recuerda una cita de Responsabilidad y juicio de Arendt:
La sociedad de masas –que difumina las líneas de discriminación y nivela las diferencias de grupo– es un peligro para la sociedad como tal, más que para la integridad de la persona, pues la identidad personal tiene su fuente más allá del ámbito social17.
Es más; dicho concepto ya se encuentra en la obra que la hizo mundialmente conocida: Los orígenes del totalitarismo. Arendt expresa ahí:
Los movimientos totalitarios son posibles allí donde existen masas que, por una razón u otra, han adquirido el apetito de la organización política. Las masas no se mantienen unidas por la conciencia de un interés común y carecen de esa clase específica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y obtenibles. El término masa se aplica solo cuando nos referimos a personas que, bien por su puro número, bien por indiferencia, o por ambos motivos, no pueden ser integradas en ninguna organización basada en el interés común, en los partidos políticos, en los gobiernos municipales o en las organizaciones profesionales y los sindicatos. Potencialmente, existen en cada país y constituyen la mayoría de esas numerosas personas neutrales y políticamente indiferentes, que jamás se adhieren a un partido y rara vez acuden a votar18.
En este sentido, no es casual la introducción del concepto de ‘masa’ para reflejar la idea de una coexistencia humana sustentada en la uniformidad de lo social: “sus miembros son iguales en un sentido decisivo, son lo mismo muchas veces repetidas”, dice la profesora Cordua19. Así, la mayor población de esta emergente sociedad es aquella integrada por los sectores pobres y medios de la población. Por otra parte, hay que tener en consideración que subsiste una élite gobernante no integrada en la masa de la mayoría, élite formada específicamente por los dueños del dinero y no por condición de superioridad humana de otro orden. Por esto, Cordua recuerda la distinción de Arendt entre sociedad semifeudal del siglo XVIII, sociedad clasista del siglo XIX y sociedad de masas del siglo XX20.
Esta distinción tiene su correlato en un contexto más vasto. Arendt se sustrae a la tendencia propia de su época amparada en un culto al individualismo. Para ella, no existen individuos asociales, pues cada quien es siempre entre otros. Este hecho es el que sustenta la condición de la pluralidad como base indispensable de la vida política de los sujetos. Bajo este aspecto, Arendt recuerda a los romanos y su sinonimia del “vivir” y el “estar entre hombres” (inter homines esse), y el “morir” y el “cesar de estar entre los hombres” (inter homines esse desinere)21. Incluso, alude a un pasaje de la Biblia para recalcar este hecho: “Varón y mujer los creó22.
3. Estado totalitario
Carla Cordua, teniendo presente los conceptos anteriores desde la obra arendtiana, emprende la difícil tarea de analizar en sus elementos estructurales, la obra (quizás) más importante de la teoría política en torno al totalitarismo del siglo XX: Los orígenes del totalitarismo de 1951. Este clásico de la literatura política del pasado siglo es caracterizado por Cordua como una “obra profunda, bien pensada, original e intelectualmente atrevida”23. En ella se distinguen los regímenes totalitarios que, para Arendt, son específicamente la Rusia soviética de Stalin y la Alemania nacionalsocialista de Hitler. La pensadora judeo-alemana realiza un esfuerzo, tratando de afrontar a la par ambas versiones del mismo fenómeno reciente, esfuerzo que compromete su obstinación por comprender una ‘tarea urgente de la actualidad’. Con base en ello, somete a análisis crítico las diversas fuentes a las que pudo acceder en la época de creación de la obra, las cuales van desde la historiografía, el periodismo, la teoría política a la filosofía, todas fuentes que dialogan sin superponerse en un espeso entramado teórico que da como resultado la obra de 1951.