Buch lesen: «Caminos de reconciliación»

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Prólogo

Siempre he sido muy aficionada a la lectura, y cualquier tema me entusiasma; me intereso por diversos géneros literarios –la poesía es uno de ellos– y, últimamente, me gustan mucho los testimonios autobiográficos de personas reales. Que los retazos de vida sean el contenido de ciertas lecturas me anima desde la más profunda admiración.

Precisamente, desde esa admiración leo con auténtica pasión los que constituyen este libro; historias de vida llena de esperanza, de lucha, de fe, de amor a Dios y de búsqueda de él. Y tienen además un atractivo extra: son relatos de personas creyentes que sencillamente quieren vivir en la Iglesia.

Mi relación con el colectivo LGTBI viene de lejos. He tratado con personas con orientaciones sexuales diversas sobre todo cuando, recién llegada a Madrid, trabajaba como funcionaria en el área de teatro y espectáculos del ministerio de Información y Turismo. Desde entonces he podido disfrutar de su amistad, de su relación como compañeros de trabajo y también de diversión.

Más tarde, ya en la vida religiosa, he acompañado y acompaño a todo tipo de personas; nunca he excluido a nadie que me haya pedido caminar a su lado. ¿Acaso la diversidad sexual podría justificar la exclusión? Sé que hemos avanzado y seguimos progresando en el tema de la inclusión de toda diversidad, pero aún tenemos camino por delante en un asunto que ha provocado mucho sufrimiento dentro y fuera de la Iglesia.

Ser mujer con una opción de compromiso célibe, vivida dentro de la Iglesia, me proporciona una forma distinta de vivir el amor: no renunciando a él ni reprimiendo nada, sino encauzándolo y abriendo vías para vivir con mayor plenitud mi dimensión afectivo-sexual. La opción por esta manera de vivir el amor lleva como renuncia consecuente no tener un amor exclusivo ni generar hijos biológicos, pero sí hijos nacidos desde y en el corazón, que es otro modo de ser fecunda, no estéril.

Porque ser fecunda es generar vida para una y para los demás. La fecundidad tampoco consiste en hacer muchas cosas; muchos apostolados y muchos activismos a veces son estériles porque no ponen en juego el corazón, sino la agitación continua, quizá para llenar otros vacíos, y esos sí que son motivos de esterilidad, de no vida.

Además, desde mi concreta manera de amar, entiendo otras formas de vivir esta dimensión afectiva, como las que aquí leo, que me ayudan a ampliar el horizonte y a sentirme confirmada en mi opción.

También poder ejercer el acompañamiento espiritual es una manera de apostar por la vida, de caminar al lado de las personas, las que sean y como sean, y, cuando me asomo a las que están detrás de estas mismas páginas que ahora podemos leer, no puedo menos que sentir una gran conmoción.

Soy así testigo del dolor de muchas personas dentro de la Iglesia, pero, al mismo tiempo, exulto de gozo al ver cómo la fe, la confianza, la esperanza en el Dios de la vida hacen que se superen tantas barreras y se vayan construyendo puentes que nos vinculen, que nos ayuden a estrechar las manos de todos.

En estos últimos años he podido conocer de cerca CRISMHOM –comunidad LGTBI+H de Madrid–, integrada por personas de diferentes edades y situaciones: jóvenes, padres, adultos, así como la existencia de otras comunidades semejantes en España –como Ichthys en Sevilla o Betania en Bilbao–, formadas todas ellas por personas creyentes que viven y comparten su fe y su vida en el seno de la comunidad, pero con proyección de compromiso hacia fuera en sus entornos correspondientes. A medida que he ido entrando en su mística, voy cayendo en la cuenta de cómo Dios trabaja en el corazón de las personas, se abre camino y nos abre a la luz, a la libertad, a la perseverancia, porque es el Dios de la vida y del amor para todos –hombres y mujeres–, sin condiciones.

Muchas veces he tenido la posibilidad de dialogar, con una enorme carga de dolor tan tangible y real, sobre cómo la Iglesia se comporta con algunas minorías, con esta en concreto. Pero más pronto que tarde aterrizamos desde ahí en Jesús y su Evangelio y comenzamos a repasar los pasajes maravillosos –¡y tan numerosos!– donde hay elementos invariables que nos llenan de esperanza y también de compromiso para nuestra vida.

Uno de esos elementos comunes a dichos relatos del Evangelio es que muchas personas, por no decir todas, de las que se acercan a Jesús lo hacen porque están al límite de sus fuerzas y posibilidades, y buscan sanación, acogida, perdón, ser amadas, ser reconocidas. Su ser de personas está maltrecho porque la sociedad las excluye, las aparta, las juzga y condena al estar «fuera de la ley».

Es maravilloso ver que la actitud y los gestos de Jesús van justo en sentido contrario: deja de lado la ley, la imagen, el qué dirán, y acoge, perdona, sana, reconoce, ama sin condiciones. Jesús se juega siempre todas las cartas en favor de la persona, transgrediendo lo que haga falta para ofrecer su salvación.

Es y se muestra compasivo, misericordioso, con un corazón que se derrama ante todas las personas, pero en especial siente debilidad por los más necesitados e indefensos. Y la propuesta a la que nos invita consiste siempre en avanzar, en no volver a esa situación, en pasar página, en inaugurar una etapa nueva, de gracia.

¡Cuánto nos queda aún para empaparnos de esas actitudes y llevarlas a nuestra vida, para ser reflejo del Jesús que, de modo tan fascinante, aparece en el Evangelio y nos invita a hacer algo semejante si queremos seguir llamándonos cristianos!

Y esto sirve para tantas exclusiones –a veces muy sutiles– con las que vamos caminando en nuestro mundo como algo adherido, como si de una segunda naturaleza se tratara, de manera que ni caemos en la cuenta de su existencia.

Por el contrario, las personas que dan aquí testimonio con sus relatos de vida nos dicen que es posible avanzar con mucha fuerza poniéndose en manos del Dios de Jesús y sabiendo que él desea que vivamos en plenitud: primero, desde la propia identidad asumida, y luego ya en los diversos círculos donde la vida nos ha ido poniendo.

Siento en mi corazón que son signos vivos de esperanza, de que algo va cambiando, de que la luz se abre paso entre la oscuridad. También en la Iglesia se dan pasos gracias a afirmaciones como la del n. 150 de Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, documento final del Sínodo de los obispos sobre los jóvenes, que señala:


Hay cuestiones relativas al cuerpo, a la afectividad y a la sexualidad que requieren una elaboración antropológica, teológica y pastoral más profunda, a realizar en las modalidades y niveles más convenientes, desde el local al universal. Entre estas cuestiones están, en particular, la diferencia y la armonía entre identidad masculina y femenina, y la de las orientaciones sexuales. En este sentido, el Sínodo afirma de nuevo que Dios ama a cada persona, como también lo hace la Iglesia, renovando su compromiso contra toda clase de discriminación y violencia sexual.


Soy testigo en primera persona de que, con motivo de dicho encuentro, se pudo hablar con franqueza en el aula sinodal y se recogieron y compartieron muchas experiencias. Es un hecho que se va avanzando en muchas parroquias, instituciones, asociaciones y organismos eclesiales de diversos niveles.

También se organizan cada vez más encuentros de alcance nacional e internacional, espacios de formación, foros con diversa temática, pero que agrupan a todo tipo de personas y donde no se percibe «una minoría excluida», sino que se vive y se experimenta esa riqueza de hermanos y hermanas unidos por la fe, que se van integrando en comunidades abiertas.

No ignoro el papel de la Iglesia oficial en todo esto, pero creo que debemos implicarnos quienes somos y nos sentimos miembros de esa Iglesia, aunque no seamos jerarquía, desde el referente que es Jesús, en dar pasos con valentía, sin miedo, con actitudes que construyen comunidad amplia, poniendo en juego toda la creatividad que seamos capaces de desplegar para colaborar en el sueño de Dios para este mundo que es el suyo y el nuestro. Y no podemos abandonar nuestra responsabilidad.

Creo mucho en los signos, en los símbolos, en los pequeños o grandes hechos que son contraculturales, que no son políticamente correctos, que a muchos ojos resultan transgresores, pero que quieren crear condiciones de posibilidad humana para todas las personas.

Y si defendemos el medio ambiente, los ríos, los árboles, los mares, con toda justicia y como necesidad para que nuestra «casa común» no sea maltratada, ¡cómo no defender a la persona! Ese es el sustantivo y, por tanto, el centro de atención; lo demás son adjetivos que no alteran lo fundamental: migrante, refugiado, homosexual, heterosexual, blanco, negro...

Pero a veces el sustantivo desaparece y los adjetivos se convierten en elementos de desvalorización, cuando no de ataque: ilegal, indocumentado, extracomunitario, desviado, antinatural... Ya ese lenguaje da derecho a atropellar los derechos humanos y, en último término, a no considerarlo persona.

Es momento ya de invitar a la lectura de los testimonios, palpitantes de vida, de fe, de amor, de reconciliación con uno mismo y con Dios. Son personas que han tenido la valentía y generosidad de abrirnos su corazón para regalarnos sus experiencias de personas solteras, parejas, matrimonios, hijos, padres.

Gracias, Begoña, James, Josu y Aitor, Puri y Pepe, Javi y Herminia, Antonio, Fanny, Josefa, Rodrigo, Carmen y Raquel.

Es un inmenso placer para mí presentar a estas personas que me han hecho emocionarme en muchos momentos y que han conseguido que mis sentimientos alternaran entre la alegría, la admiración, el asombro, el dolor y la gratitud.

Muchas gracias de corazón; no dejéis de caminar, no os canséis de compartir vuestra experiencia. Necesitamos referentes, porque otros muchos hermanos y hermanas quizá siguen «escondidos» y sufriendo en la oscuridad, y todos necesitamos la luz y la sal para vivir felices en coherencia con nuestro ser.

Cómo no agradecer también la labor escondida pero infatigable de Pablo Romero, quien ha tenido la delicada atención de pedir y recoger estos testimonios; ha sido el puente para que lleguen hasta nosotros sin que pierdan su frescura y densidad.

Es una gran satisfacción experimentar que Jesús de Nazaret nos sigue invitando a empaparnos de sus sentimientos y actitudes para transparentarlos en nuestro mundo, y que desde ahí nos sintamos Iglesia y vayamos dando pasos hacia una comunidad de relaciones más igualitarias. El ritmo es lento y a veces nos domina el deseo de impulsarnos para alcanzar mayor velocidad, pero no podemos olvidar que permanecer sostenidos mutuamente es también una gran ayuda.

Que esta sucesión de relatos que se nos regalan de modo tan gratuito nos estimule a abrir nuestro corazón a la inclusión de toda diversidad. Será un eslabón más en una cadena de sueños solidarios que vayan transformándose en realidades donde la sombra de la sospecha, la duda, la desconfianza, la crítica, el temor y la ignorancia vayan cambiando su rostro hacia la alegría, la aceptación, la acogida cordial, el respeto, la misericordia; en suma, hacia la fraternidad.

Hagamos en nuestro corazón un espacio amoroso para todas las personas sin exclusión, hijas de un mismo Dios Padre y Madre, que nos desea lo mejor: que podamos caminar con la mayor felicidad y plenitud que anhela nuestro yo profundo.

Este es mi deseo más sincero al prologar este libro.


MARÍA LUISA BERZOSA GONZÁLEZ

Religiosa Hija de Jesús

consultora de la Secretaría General del Sínodo

Presentación

Un baño desnuda en el mar, después de años de no poder mirarse al espejo. Una despedida al amigo que fallece víctima del sida y la convicción de que lo que siente es amor verdadero. Una oración al final del día, derrotado, donde experimenta que Dios es su refugio y que nadie podrá quitarle ese bien. Un baile nupcial rodeadas de vítores y palmas al borde del Guadalquivir. Una cama y un abrazo... Y otros abrazos, distintos, entre una madre y una hija, entre un padre y un hijo. Y otros tantos más. Hitos, entre muchos, de un proceso lento y gradual de reconciliación que aún no acaba, pero que ya da para celebrar y escribir no solo una crónica del mal sufrido, sino, sobre todo, historias de fe y amor LGTBI 1.

Este libro cayó de maduro... Y no ha habido más que recogerlo. Ahí estaban las historias de personas que han buscado, han visto, se han reconocido y, superando la crítica social y eclesiástica, han apostado por su verdad. Personas que se han abrazado en la diferencia y, en la autenticidad, se han encontrado con un Dios a su lado. Años, décadas, siglos antes, habrá habido otras innumerables historias que merecieron ser contadas y, estando ahí, listas para ser compartidas, se perdieron en la clandestinidad o no se quisieron mirar. Narraciones de persecuciones y maltratos deleznables, dentro y fuera de la Iglesia, que hubiese sido sano contar. En medio de esas historias, también, de seguro, hubo gracia. ¿Cuánto habríamos aprendido de la fe y del amor de Gabriela Mistral o de García Lorca si se hubiese mirado distinto? Este libro es, en parte, un homenaje a esas personas y un reconocimiento del enorme daño causado a todos al no verlas como debieron ser vistas. En algunos casos, esto acabó en tortura y muerte. Se trata de una deuda impagable que esta obra no puede ni busca saldar...

Lo que sí intenta hacer este libro es colaborar, a pequeña escala, con la reconciliación de las personas, de la Iglesia y de parte de la sociedad. Una reconciliación que sobre todo es con ellas mismas, partiendo de un tema tan esencial para la vida como es la sexualidad, pero que va de la mano de una renovada relación con Dios y con los demás. Se trata de diez historias cuya lectura puede conmover al lector y, también, permitir reconocerse en ellas, al menos en una parte de sí mismos. Puede aparecer miedo al rechazo, el temor a mirar ciertos aspectos de la sexualidad, la resistencia a reconocer y aceptar los impulsos y deseos de la afectividad. Con el paso de la experiencia en el vivir voy descubriendo que los seres humanos, en algunos aspectos, no somos tan distintos unos de otros y, en ocasiones, lo que se me presenta puede ser, como señala Javier Melloni, «una transparencia velada de algo más profundo que se está manifestando».

Este ha sido, para mí, el gran bien recibido estos dos años al entrevistar a Josefa, Fanny, James... y poner por escrito sus historias. También lo ha sido al compartir con los LGTBI creyentes de la Pastoral de Diversidad Sexual en Chile, de Ichthys en Sevilla y CRISMHOM en Madrid: su camino de reconciliación, aunque distinto, ha motivado también el mío. Su fe, que va más allá del resentimiento, potencia mi fe. Su denuncia me ayuda a reconocer lo que se necesita transformar, también en mí. Estas historias de LGTBI son particulares, originales; para algunos serán ¡muy originales!, pero también son universales y hablan de alguna forma de cada uno. De ellas podemos aprender.

¿Qué dice, por ejemplo, la historia de Rodrigo, en su realidad de refugiado camerunés gay, sobre mi experiencia o mis miedos a ser perseguido y excluido? En él podemos mirar a muchos que a lo largo de la historia han sufrido la amenaza y la violencia por ser homosexuales. También podemos admirar su fe en un Dios que nunca lo abandona.

¿Cómo Josefa, mujer trans, me hace entrar con reverencia y apertura al misterio del ser humano? ¿Cuánto aprendo de ella sobre la autenticidad, el amor en la familia, y sobre cómo reconocer la acción de Dios a través de sus frutos?

Begoña, Carmen y Raquel hablarán de su historia como mujeres, católicas y lesbianas; de su camino, sus búsquedas y sus aprendizajes en el amor a otras y a sí mismas. Muchas personas se podrán ver reflejadas allí o ver luces por donde avanzar.

Fanny, bisexual, nos amplía la mirada de la sexualidad, del amor de pareja, y nos desafía a todos en nuestras estrecheces. ¿Cuánto puede ayudar su relato a personas que dudan angustiosamente sobre su orientación sexual o sobre que Dios esté con ellas?

James, por su parte, es de los pocos curas que hablan públicamente de su homosexualidad. Comprende a los que no lo hacen y, con su testimonio, anima a la Iglesia y a todos a dar saltos de fe y honestidad en el vivir, para abandonar el miedo y dejar de cobijarse en el poder para evitar mirar la sexualidad.

Aitor y Josu nos muestran un Dios más allá del arco iris, con su proyecto de familia, su vida de padres de tres niños, su trabajo solidario y su rica vida de fe y comunidad. Qué lejos de estereotipos que muchas veces se enarbolan.

Puri, Pepe, Javier y Herminia nos narran en una sección especial su experiencia de padres de personas homosexuales. Su viaje interior y exterior también es admirable y puede dar confianza a aquellos padres y madres que han entrado en el armario cuando sus hijos han salido.

Por último, en una última sección, Antonio, con su puño y letra, narra su historia de fe y homosexualidad apoyado en textos evangélicos. Se trata de una historia de salvación y reconciliación, única y, a la vez, como la de todos.

Muchas personas han colaborado en este libro. De forma indirecta y remota, la Compañía de Jesús, Pedro Labrin, SJ, y la Pastoral de Diversidad Sexual en Chile me conectaron con personas que cambiaron mi mirada y mi sensibilidad. Más cercanamente, Ana, mi mujer, y Marina, mi hija, han sido mi gran compañía este tiempo. Mientras iba escribiendo de fe y amor me lo iban enseñando en sus diversas vertientes. Puestos a escribir el texto, Carolina del Río, chilena, y su libro ¿Quién soy yo para juzgar? Testimonios de homosexuales católicos (Uqbar, 2015), me han servido de modelo. Posteriormente, las comunidades de CRISMHOM, Ichthys y Betania nos hicieron de puente con las personas que han dado testimonio. Noelia Vizcarra, Lucía Rodríguez, Trinidad Romero, Fátima Carazo y Julián Ríos fueron teniendo acceso a los borradores y han aportado valiosos comentarios. La misma Fátima, además, ha hecho el arduo trabajo de transcribir los audios de las entrevistas y ha formado un equipo consultor junto a José Antonio Suffo, Antonio Cosías y Luis Mariano González. Sin ellos no creo que el libro hubiera sido posible, o al menos yo no lo hubiese disfrutado tanto. María Luisa Berzosa, FI, por su parte, ha escrito un prólogo precioso y lleno de entusiasmo. Agradezco a todas estas personas y a los directivos de PPC, que han apostado por esta obra. Quizá nos equivoquemos, pero creemos que es la primera en su género en España, al menos en ser publicada por una editorial católica, y PPC lo ha propiciado.

Gracias a todos, y especialmente a los que comparten su vida en estas páginas. Han puesto su confianza en nosotros como confidentes y lectores. Nos han regalado una posibilidad de reconciliación.


PABLO ROMERO BUCCICARDI

PRIMERA SECCIÓN

HISTORIAS DE FE Y AMOR LGTBI

1

«Dios es la riqueza que tengo, mi fuerza viene de él»
RODRIGO, CAMERUNÉS, GAY, GOLPEADO, DESPLAZADO Y REFUGIADO

Él no salió del armario, lo sacaron. Delante de abuelos, tíos, su madre y hermanos. Quien se atrevió a hacerlo, su prima, ya le había preguntado antes en privado si era gay, pero él lo había negado. Ahora le señalaba frente a todos y él lo volvía a negar, porque sabía lo que iba a pasar. Su madre cayó al suelo desmayada. «Desde ese momento empezó el problema conmigo y con mi familia», recuerda Rodrigo. Hoy, habiendo pasado casi quince años desde que esto sucedió, si en alguna de las llamadas por teléfono que hace a Camerún apareciese de nuevo el tema, lo seguiría negando. Porque lo que iba a pasar, pasó. De ello se atreve a hablar, aunque advierte que no lo contará todo, «porque hay mucho dolor». La psicóloga que le acompaña en Madrid, de todas formas, le ha dicho que es imposible olvidar lo vivido, que hay que integrarlo como parte de su vida.

No es fácil retratar en unas páginas una cantidad de hechos duros vividos por Rodrigo, especialmente entre los 18 y los 32 años. Una cierta ligereza con la que se narren será inevitable. Ante ello solo cabe el respeto. Pero lo mismo vale para retratar su fe. Esa que le hace repetir varias veces en el testimonio: «Gracias a Dios... gracias a Dios». O la que hace mirar su historia como un salvado: «Dios no me ha abandonado... Él nunca me ha dejado... He podido salir adelante».


Ser homosexual en Camerún


Rodrigo es el mayor de cuatro hermanos de una familia de Yaundé, capital política de Camerún. Allí, como en todo el país, las relaciones homosexuales entre adultos son un delito desde 1965, sufriendo las personas penas que van desde los seis meses hasta los cinco años de prisión. Y no solo las sanciones legales se cumplen, durante estas últimas décadas, reiteradamente, tanto organizaciones nacionales como internacionales han denunciado violaciones de los derechos humanos por parte de la policía, autoridades judiciales y personal de prisión. Es lo que también narra Rodrigo de lo visto y escuchado allí: «De la cárcel no puedes salir tan fácil. Hay personas a las que se les ha dado un veneno para que, cuando salgan, se mueran».

Ahora bien, no es la represión estatal la que muchas veces más se padece. El rechazo social y familiar puede ser tanto o más penoso. Así lo relata Rodrigo:


En mi ciudad, la homosexualidad se ve como una cosa extraña. Algo inexplicable y malvado. Se cree que viene del demonio y que se le mete a la persona. No es algo que debiese existir. Por eso las relaciones hay que vivirlas a escondidas. Nadie puede saber que tú eres homosexual o que tienes relaciones con personas del mismo sexo. Si lo descubren, suelen ir a denunciar a la policía o salen los vecinos y te sacan a la calle y te dan golpes hasta que mueres. Eso sucede mucho, también en las familias.


Ese era el gran temor de Rodrigo cuando, a los 18 años, empezó a darle espacio a su homosexualidad. Primero se dio cuenta de que le llamaban la atención los hombres y, tras ello, empezó a experimentar y a cultivar una relación secreta. Hasta que todo explotó.


«Había tirado a la basura la dignidad de la familia»


Era un amigo de su prima, casi parte de su familia. Especialista en hacer trenzas que luego las mujeres camerunesas utilizan como peluca. Él estaba casado, con una relación estable e hijos. Pero, así y todo, la gente sabía que era gay. Y Rodrigo también.


Cuando empecé a conocerlo no tuvimos sexo. Solo tenía la idea de que él me enseñara cómo era el mundo de la homosexualidad. Pero al cabo del tiempo sí terminó en una relación. Como era casado, me ayudaba a esconderme más.


Los problemas empezaron a surgir cuando ya llevaban un año juntos, a finales de 2005. Su prima, en un primer momento, se encaró con él a solas, y él lo negó, pero luego la denuncia fue delante de todos.


Como cada mes, estábamos reunidos toda la familia: abuelos, tíos... Y de pronto mi prima suelta que soy gay. Yo dije que no era verdad, pero toda mi familia empezó a gritar. Mi prima dijo que su amigo podría certificarlo. Que él se lo había confirmado. En ese momento, mi madre cayó al suelo y gente de mi familia empezó a darle aire para que volviera en sí. Yo gritaba que no era verdad, que no podía serlo.


La reacción posterior fue la esperada. Se trataba de una familia importante, muy conocida en el barrio. Su abuelo era hijo de un rey de un pueblo y había sido polígamo, con cinco mujeres, signo de riqueza y estatus. La imagen de cada miembro y de la familia como un todo quedaba dañada con la homosexualidad de Rodrigo.


Me empezaron a rechazar. Presionaron para que me fuera de casa. Era un gran edificio familiar donde cada pequeña familia tenía su espacio. Y quisieron que me fuera de allí. Mi madre me defendió y, por ello, quisieron que mi madre también se fuese. La maltrataron por mi culpa. Decían que ella había tenido un diablo, que no era su hijo. Que había tirado la dignidad de la familia a la basura. «¿Cómo nos van a mirar ahora?», decían.


Rápidamente la noticia se difundió por el barrio. «Me molestaban. Me insultaban cuando pasaba por la calle. La gente escupía al suelo a mi paso. Otros me escupieron directamente y me tiraron piedras».

La presión sobre Rodrigo y su madre fue creciendo. Un tío le exigió a ella que echara a su hijo a la calle para que le apedrearan y que luego lo denunciara a la policía. La familia debía mostrar que rechazaba lo que pasaba. Y, ante la negativa de la madre, fue el tío quien lo denunció. «No sé si algún día le voy a perdonar eso... era el hermano de mi mamá», se lamenta Rodrigo.


Fuera de casa


Tras la denuncia, la madre le pidió que se fuera a vivir a otro pueblo hasta que las cosas se tranquilizaran. Rodrigo hizo caso y partió. Allí estuvo casi un año sin entrar en contacto ni saber de su madre. Pese a eso, las cosas no mejoraron sustancialmente. Y lo que más le dolía, la persecución a ella continuó: «No dejaron de molestarla... Un día le quitaron el techo de su apartamento... Sus hermanos no la hablaban».

Así y todo, después de un año, su madre le envió a decir que volviera a Yaundé, aunque no a casa. La ilusión era que esa distancia sería suficiente para poder continuar la vida con más tranquilidad. Y al principio Rodrigo lo logró medianamente, e incluso pudo iniciar una relación de pareja que considera, hasta la fecha, «la más importante de su vida». Se llamaba Juan y estuvieron juntos los tres años siguientes, queriéndose clandestinamente en Yaundé. Fue su gran compañía durante esos años, tratando de vivir el presente, porque el futuro no se veía prometedor. De hecho, todo acabó cuando Juan partió a Alemania a estudiar. ¿Decisión de su familia? ¿Decisión de Juan? Rodrigo no lo sabe, pero el hecho es que, tras su partida, cuando preguntó por él a sus parientes, le dijeron que no debía buscarlo más: «Su familia me conocía en principio como amigo, pero una de sus hermanas sabía que yo era gay...».

La partida de Juan fue, en palabras de Rodrigo, «un momento fuerte... Me quedé solo». Las persecuciones derivadas de su familia, encima, hacía un tiempo que se habían retomado con fuerza. Un día, en Yaundé, tratándole de maricón, unas personas le pegaron y le quitaron la cartera. Ahí Rodrigo se dio cuenta de que en esa ciudad nunca podría vivir tranquilo. Tenía que salir. Si se quedaba allí, «terminarían matándome».


Palizas y aberraciones


Rodrigo partió entonces a vivir a Duala –capital económica de Camerún– junto a su hermano pequeño. Allí, a más de 200 kilómetros de distancia del resto de su familia, se ilusionó con conseguir la paz y poder vivir con más libertad. Y, al comienzo, las cosas marcharon mejor: consiguió trabajo, empezó a hacer amigos y, poco a poco, fue encontrando compañeros con los cuales poder transparentar su ser homosexual. Sin embargo, la tranquilidad nuevamente se rompió al poco tiempo, y de modo violento.

Primero fueron unos hombres que llegaron a su casa. Rodrigo no los conocía, «pero ellos sí, y sabían que yo era gay». Probablemente, lo habían visto con otros amigos o se había corrido ya el rumor en el barrio. «Llegaron a casa a pegarme, diciendo que me conocían bien y que la próxima vez vendrían a matarme... Dijeron que sabían quién era y qué es lo que hacía», recuerda Rodrigo. Nada de eso le contó a su hermano.

Luego fue en una discoteca del centro de Duala. Estaba con dos amigos gais y les insultaron, les pegaron y les quitaron su dinero. Fue entonces cuando supo de una asociación clandestina de apoyo a homosexuales. Un chico en la discoteca se les acercó y les dijo que fueran allí, que les ayudarían. En esa asociación conocería a una persona que sería muy importante en adelante: Smith, trabajador social, activista gay y, en palabras de Rodrigo, un verdadero amigo. Él le terminó de abrir los ojos a la realidad que sufren los gais como él en Camerún. Le dijo que se sacara el pasaporte y que debía protegerse y apoyarse en la asociación.

Las recomendaciones fueron finalmente un presagio. La última paliza fue la peor. Así la relata Rodrigo con su voz entrecortada:


Fue un día que no voy a olvidar en mi vida. Estábamos en otra discoteca del centro con unos amigos y sufrimos una agresión muy violenta... Algo diferente de todo lo anterior. Me hicieron cosas horribles. Cuando lo pienso, se me saltan las lágrimas y me pongo triste. Me trataron como si no fuera humano, como si fuera un animal... un objeto. Al final me quitaron mi pasaporte y mi dinero y me dejaron tirado medio muerto...


Otro amigo que logró escapar avisó a la asociación, vinieron a recogerle y le llevaron al hospital. Allí le hicieron un certificado médico, y Rodrigo, por consejo de sus acompañantes, no puso ninguna denuncia: «Si la policía se daba cuenta de que la agresión había sido por ser homosexual, ¿qué me iba a pasar?». La protección y los cuidados se los dieron en la asociación y, en particular, Smith: «Quedé muy dañado física y anímicamente... Él me ayudó y me cuidó mucho... ¡Muchísimo!».


Asesinato y decisión de salir de Camerún


El destino de esa asociación y de los que trabajaban allí marcarían los siguientes pasos de Rodrigo. Habían pasado ya unos años en Duala y, poco a poco, él fue siendo testigo de cómo ese lugar de protección y cuidado paulatinamente comenzó a ser vulnerado, y sus miembros, perseguidos. Sin ellos, la vida en Duala se hacía insostenible.


Había una abogada, luchadora por los derechos de los homosexuales, que trabajaba en la asociación. A ella la empezaron a insultar y amenazar los mismos familiares de los gais a los que ayudaba. Le decían que llevaba a sus hijos por el mal camino. Tiempo después, la asociación fue denunciada por los vecinos, y ya todos sus miembros empezaron a ser buscados por la policía para ser capturados. Mi amigo Smith logró escapar de Camerún rumbo a Europa, pero otro chico, el fundador, fue apresado y en la cárcel lo mataron.