Memorias del alma

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Memorias del alma
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

OMAR CASAS

MEMORIAS DEL ALMA


Casas, Omar

Memorias del alma / Omar Casas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-1796-8

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Ciencia Ficción. I. Título.

CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Dedicada a mi querido nieto, Valentín Casas y a su inseparable mascota, Pipo Casas.

MEMORIAS DEL ALMA
1 – Fogata de mitos y leyendas

Los penachos naranjas y amarillos viboreaban, escalaban la oscuridad azul, relampagueaban fantasmas de luz, y encendían los rostros de los oyentes. Cada tanto, tras un crepitar, un halo de chispas saltaba, se lanzaba al espacio para mezclarse entre las estrellas y desaparecía. La negra figura del maestro Darko comenzó a recortarse contra el danzante topacio de la hoguera. Momento en que todos callaban y sólo se escuchaba la brisa del norte que descendía por las colinas, se colaba entre las llamas y las avivaba en inquietante abrazo de pasión.

La fría mirada azul de Darko se posaba en cada uno de nosotros y nos dejaba paralizados y expectantes. Cuando el silencio parecía interminable bajo la helada concavidad de zafiro y la ansiedad se tensaba como un músculo que ya no podía soportar el excesivo peso, la grave voz del maestro irrumpía, resonaba y vibraba en nuestro pecho. Entonces comenzó con la plegaria:

 Los veneramos y enaltecemos… - Sus brazos se elevaron al cielo y sus ojos tomaron un tinte rojizo.

 Los adoramos y bendecimos… - Respondimos mientras nos incorporábamos, alzábamos los brazos y nuestras palmas abiertas parecían chocar entre miríadas de estrellas.

 Los amamos y recordamos…

 Relatamos sus hazañas que retumbaron en los cielos. - Alzamos las voces en coro con emoción.

 Y volcaron ecos en praderas, bosques y mares.- Expresamos concentrados para continuar:

“Somos sus fieles seguidores…

Que se alimentan de su fuerza y voluntad.

Por siempre y para siempre…

Con el corazón brindado a su gloria,

y el alma rozando sus alturas,

¡Asombrados de su magia,

y ávidos de sus enseñanzas!”

Terminamos de recitar exaltados bajo la grave voz de Darko. Luego nos sentamos de nuevo alrededor de la fogata, que chisporroteaba con más intensidad.

 Esta es la última noche de leyendas, ya que mañana partirá la mayoría de ustedes hacia los pilares de Lorest. – Explicaba el viejo hechicero al tiempo que sus ojos retomaban su color natural.

 Por ese motivo – prosiguió el anciano de tupida barba blanca – es apropiado el mito de la Creación del Hombre… - Enfatizó la última palabra con un tono aún más grave de lo habitual, para terminar con un rugido interno, como si poseyera fauces de león.

Otra vez el silencio… Ni siquiera la brisa, ni las llamas retorcidas osaban con interrumpir al hechicero.

 Hubo una vez… un mundo en llamas, desolado, y aterrador… - Resonó su historia mientras expulsaba una espesa bruma de su boca. – Alfa, el Dios primero, agobiado de su larga soledad, sumergió sus manos en la flamígera sustancia, arrancó un pedazo y la modeló a su propia imagen. – Contó Darko, con énfasis y luego recitó :

 “Y Alfa profetizó: De este molde surgirán dos especies; la primera: la celestial, permanecerá entre las nubes para proteger y velar por la segunda: la terrenal, que habitará en la superficie del nuevo mundo.” – Resonó en ecos la sentencia de Darko contra las faldas de los montes. Luego movió su cuerpo y de repente quedó suspendido a un palmo del suelo, como si el propio Alfa lo hubiese poseído.

 ¡Fushhh! – Sopló con tanta fuerza que la bruma de su boca, por un momento se convirtió en una grisácea figura humana, que luego se partió en dos pedazos, uno se elevó a las estrellas y el otro cayó a la tierra, donde se posaron también los pies del hechicero.

 ¡Pero la tierra, inhabitable y arrasada por el fuego era! – Exclamó Darko, se agachó de repente, cogió un puñado de tierra, le lanzó un escupitajo y con su escrutadora mirada nos indujo a contestar.

 Y de un soplo Alfa, al fuego consumió y así a la tierra enfrió… Tanto la contrajo que la hizo llorar en ríos y mares. – Recitamos en cántico sagrado.

 Entonces… aquel pedazo de molde extraído del flamígero mundo, se mezcló con la húmeda tierra y se desintegró en mil partes pero con la mágica esencia del hombre. – Aseguró el hechicero abriendo sus brazos para luego señalarnos.

 ¡Y así el hombre pobló la tierra! – Exclamamos en coro y tras los relámpagos de la hoguera divisé rostros surcados por lágrimas. Tan extasiados se encontraban sentados, absortos en una interminable contemplación, hechizados y compenetrados en cuerpo y alma con el mito de la creación. ¡Idiotas! Surgió un grito desde el abismo de mi ser. ¿Acaso no comprenden todavía, que todo es parte de otra magistral interpretación de un viejo loco y arrogante? Traté de disimular mi desdén y agaché la cabeza cerca de mis rodillas, mientras abrazaba las piernas. Y las mismas preguntas emergían sin respuestas. La brisa se convirtió en viento helado, que atravesó mi espalda y pareció derramarse en mis entrañas. Ni siquiera el calor de la fogata moribunda, lograba descongelar la punzante daga de la duda y la frustración. Escuché los pasos de los chicos que comenzaban a descender la colina para regresar a sus hogares, al tiempo que varios se agolpaban contra el maestro para consultarle sobre los dioses o para pedirle otra leyenda. Sentí una mano sobre mi hombro.

 Vamos Lario. Debemos descansar, al amanecer emprenderemos el viaje. – Avisó Nedra, mi hermano mayor. Alcé la vista, contemplé su estúpida sonrisa y luego el insoportable guiño de su ojo izquierdo. Lucía con orgullo su nueva piel de oso de la última cacería y en su pecho la marca azul de los elegidos.

 Me quedaré un poco más, debo consultarle al maestro. – Avisé con seriedad.

 ¿A consultar o a discutir? – preguntó Nedra para luego soltar una risa.

 Eso depende de la respuesta de Darko ¿No lo crees? – Repregunté y mi hermano negó con la cabeza.

 Buena suerte – me deseó para luego comenzar el descenso. Su cuerpo, increíblemente robusto y atlético para sus catorce años, fue tragado lentamente por el declive de la colina. Nedra era el mejor de todos. Durante ese verano, superó las pruebas de cacería, de supervivencia en las praderas y de lucha cuerpo a cuerpo, ganándose el primer derecho al “Elegido”. Sólo cuatro chicos de catorce años se elegían para las llamadas “Festividades de Lorest”, cuatro laharianos que serían llevados por los dioses a los cielos de algoht. Sin él, me sentiría perdido y también desprotegido; pues yo no contaba con la fuerza, ni con la destreza de mi hermano. Al menos, tenía la esperanza de que mermaran las comparaciones de mi padre, tales como: “Aprende de tu hermano. ¡¿Viste lo que hizo?! Nunca serás tan hábil como Nedra. Qué los dioses te iluminen para alcanzar siquiera, los tobillos de tu hermano.” Deseaba fervorosamente que toda esa mierda, escalara hasta los cielos y así su pestilencia, contaminara a los mismos dioses.

 Buenas noches joven Lario. ¿Ensimismado en sus cavilaciones, como siempre? – Preguntó el gran hechicero con el ceño fruncido pero con una gesticulación amable de sus labios.

 Como siempre, sabio Darko. Otra duda me carcome. – Expresé con gravedad mientras me incorporaba.

 Pues vomítala, antes que devore tus entrañas – respondió Darko con una sonrisa contagiosa.

 ¿Si los celestiales salieron del mismo molde que los hombres, y nos parecemos tanto en su forma física, cómo es posible que no caigan del cielo? – Pregunté y el hechicero dejó de sonreír.

 Pues… porque son dioses y sus poderes lo evitan - murmuró gravemente el sabio.

 Ahhh… ¿Y si son tan poderosos, por qué necesitan de sacrificios y de elegidos para sobrevivir?

 Tu pregunta está mal formulada, pues los algohts celestiales, no necesitan de sacrificios, éstos se realizan para mantener buenas relaciones con ellos, para que tengamos buenas cosechas y nuestra vida continúe próspera y en abundancia. – Explicó el maestro.

 Supuse que las cosechas dependían de las lunas, del buen clima y de las lluvias – arremetí con irrefutable argumento.

 Por supuesto ¿Y quienes nos proveen del buen clima y las lluvias? – Me interrogó Darko con cierta sorna.

Quise responderle: - “Los putos dioses” - pero tras titubear me salió: - Los dioses. – Y otra vez recorría un anillo sin fin de repuestas tan vacías como los celestiales.

 

 Muy bien Lario. Has aprendido una buena lección. Trata de discutir tus dilemas sólo conmigo, porque no cae bien entre tus iguales. Muchos laharianos empezaron a quejarse a mis oídos y no son sólo quejas de los chicos, sino también de algunos padres. Sería muy triste que tu propio pueblo, adoptara una terrible decisión, como el destierro, o inclusive el sacrificio en la hoguera. – Avisó con un juego de su voz que cada vez se hizo más grave.

 Entiendo… Yo sólo… Entiendo… - Respondí asustado ante la terrible advertencia. Si ya varios le habían aconsejado al hechicero sobre semejante castigo, entonces era necesario sepultar mis dudas en algún escondite de mi mente.

 Cuídate… Cuando tenía tu edad, también estaba en conflicto, pero elegí el camino de la fe. Trata de solucionar la situación en tus entrañas. – Aconsejó el anciano posando sus manos con afecto y cierta tristeza sobre mis hombros. Entonces, el problema radicaba en que pensaba diferente. Supuse que Darko comprendía las causas de mi conflicto con los dioses. Asentí, retrocedí un paso, di media vuelta y eché a correr por la ladera para alcanzar a mi hermano. ¿Acaso el hechicero había dudado alguna vez?

2 – La peregrinación

La lenta y dolorosa caminata hacia la aldea de Lorest duraba trece días si no surgían inconvenientes en el trayecto, como los fuertes vientos del oeste, las intensas tormentas, los ataques de lobos o inclusive de los salvajes vikans. Por suerte, se elegía la época de verano para realizarla, donde el clima era más benigno. Casi todos los habitantes de Espejo se preparaban para la peregrinación; sólo se quedaban diez u once familias que proporcionaban una mínima guarnición de treinta guerreros para evitar algún saqueo de los temidos vikans.

Se partía desde la vera del río Ancho, donde descansaba nuestra villa en la margen del este, y se enfilaba hacia el noroeste. Al comienzo, la pendiente río arriba no se notaba en los primeros días, donde se divisaba nada más que una planicie de pastos; pero luego de atravesar un ralo bosque de robles y fresnos, el río se angostaba, se hacía más torrentoso y la superficie rocosa dificultaba el andar. Sólo eso recordaba del verano anterior y por supuesto, la magnífica estructura de los cuatro pilares. Del descenso de los dioses, sólo existían borrosos vestigios en mi memoria; porque quizás, por el miedo sufrido traté de sepultarlo. Ahora, con doce veranos encima, suponía que ya era bastante hombre como para soportar la arrogancia de los poderosos algohts y sus bestias aladas.

 ¿Siempre marchas en la retaguardia, aislado de los demás? – Preguntó la bella y traviesa Lamda.

 Me aburren los dichos y leyendas repetidas de los mayores y prefiero el silencio – respondí con seriedad y ella me empujó de costado. Trastabillé y casi caí.

 Eres débil, pendejooo… - Sentenció tras una risa y echó a correr.

 No entraré en tu juego. La última vez recibí demasiadas nalgadas por tu culpa y costaba sentarme.

 Yo también… Y quéee… ¿me tienes miedo…? – alardeó y se burló sacando su lengua.

 Seguro que sí – murmuré y la corrí. Lamda tenía esa atracción que aún no comprendía, pues era muy estúpido volver a meterse en problemas con la misma persona, y recibir un alto costo por castigo. Pero el tesoro de la alegre travesura compartida, superaba con creces, el riesgo que se corría.

Pasamos entre los rezagados siempre en zig –zag. Cuando trataba de tomarla por la ancha estela negra de sus cabellos, torcía el rumbo y la oscura cinta ondeaba cual bandera abrazada por el viento en la carrera. Llegamos a la franja de arena húmeda, luego hasta el cristal del borde del río, que se rompió en ramilletes de gotas saltarinas. Lamda chocó contra la pierna de un pescador que, lanza en mano, caminaba con el agua hasta las rodillas concentrado y lento en el andar para no espantar a su comida. El lahariano perdió el equilibrio y cuando luchaba por retomarlo con un solo pie de apoyo; yo lo choqué y cayó tras improperios. Ambos aminoramos la marcha para mirar de costado al rostro enrojecido del pescador. Nuestros labios alcanzaron a expresar una “u” prolongada, y tras soltar una cómplice risotada continuamos corriendo. Pasamos y chocamos a propósito la canasta de una anciana. Algunos chicos nos vieron y nos siguieron a la carrera. Al poco tiempo nos convertimos en una plaga de langostas que chocaba contra los desprevenidos peregrinos y sus pertenencias.

 ¡Basta ya, niños! ¡No es momento de jugar! – Nos reprendió una mujer que dejamos atrás.

 ¡Basta ya! ¡Pendejos malcriados! – Vociferó una conocida voz, la de mi padre. Fue como si un hachazo me quebrara la espalda. Mis pelos se erizaron y frené mi carrera. Di media vuelta y vi a la gigante y barbada bestia que trataba de encontrarme. Sentí un tirón en mi brazo. Era Lamda, aferró mi mano y me llevó por entre las piernas donde el peregrinaje se agolpaba. Muy pronto lo perdimos de vista. Y ella, sin soltar mi mano, me condujo hacia el lugar opuesto del peligro.

 Gracias… - Murmuré con una sonrisa.

 Eres muy estúpido para escabullirte – sentenció ella, para después darme un sorpresivo beso en mis labios. Quedé paralizado otra vez… Y me pareció que flotaba como el maestro Darko. El roce de mi cabeza contra las caderas de los adultos que seguían avanzando, me hizo descender a tierra.

Por la noche, en la primera parada alrededor del fuego, mientras mordíamos la dura carne de liebre; Harfal, mi padre, me clavó su mirada acusadora.

 Espero que no te metas en problemas. Por la tarde, unos chicos revoltosos causaron desorden y daño entre la gente.

 ¿Y por qué siempre lo acusas a él? – se interpuso Omega, mi madre.

 Sólo mencionaba el hecho, no quiero que sufra otro castigo – advirtió Harfal para luego limpiarse la barba con su ancho antebrazo.

 ¿Y si estuvo en la revuelta, cual es el problema? Son chicos, necesitan jugar y divertirse. – Expuso mi hermosa madre, lanzándome el celeste cielo de sus ojos y su sonrisa perlada.

 Síguelo malcriando, y no podrá alcanzar el éxito de su hermano – aseguró Harfal e incomodó a Nedra; tanto, que los dientes de mi hermano se frenaron antes de alcanzar su siguiente mordisco.

 ¿Y a quién le importa ser un elegido? ¿Para qué, para que te arranquen de tus padres? – Preguntó la pequeña Jana y se acurrucó al flanco de mi madre.

 Hasta mi hermosa hija se puso en mi contra… Muy bien… - Se cortó Harfal para arrancar, de un sólo tirón, la pata y el muslo entero de una liebre – Para que lo tengas en claro, pequeño vándalo… Un día completo como prisionero de guerra será tu próximo castigo, atado de pies y manos. – Sentenció el salvaje juez de mi familia.

 Perdón que me meta – interfirió Nedra, tomó un sorbo de cerveza, sólo permitida para adultos y elegidos, y expuso: - Será algo difícil atarle los pies, porque debemos caminar mucho durante estos días.

 ¿Tú también en contra? Encima, te volviste irónico – repuso nuestro terrible torturador mientras mi hermano me guiñaba el ojo, y ya su gesto, no me caía tan mal.

 Tienes mucha razón, no lo había pensado. Nos repartiremos el pesado trabajo de cargarlo. – Sentenció mi padre y nos soltó una risotada.

Por dos tardes seguidas, tratamos de evitarnos con Lamda para no causar problemas y así impedir los castigos. Pero cuando llegamos al prado de Rosales, plagados de manantiales y lagunas, donde los helechos y juncos se alzaban gigantes; y muchas plantas lucían flores de múltiples formas y colores, como las famosas rosas azules de corazón celeste, decidimos apartarnos del resto. Nos sentamos al borde de una laguna atrapada en una cuenca, cuyas paredes verticales alcanzaban el triple de nuestra altura. Rodeado de una espesa vegetación, ese cristal de agua pasaba desapercibido a pocos pasos de cualquier caminante.

 ¿Cómo sabías de este lugar? – pregunté con curiosidad.

 Lo encontré por casualidad el verano pasado, y dejé marcas en las rocas para reencontrarlo – respondió con seriedad y me sorprendió. Sus ojos, tenían un tono más claro que la verde espesura donde se recortaba su pálido rostro. Seguí la línea de su amplia frente hasta el ceño fruncido. Luego la pendiente hasta la curva de su pequeña nariz recta, después el gesto de cierta preocupación en sus labios. Jamás olvidaría esa mezcla de belleza e inteligencia que a partir de aquel momento, quedarían grabados a fuego en mi alma. No sé por cuánto tiempo la contemplé absorto, pero no me animé a romper el silencio que nos abrazaba. Ella quizás percibió mi estado, y sin perder de vista la laguna, tomó mi mano y la apretó. Con la otra tiró una piedra al medio del agua, que escupió pétalos de cristal rompiendo el silencio.

 No somos como ellos, no pensamos como ellos y no nos arruinaremos como ellos – aseguró Lamda y supe lo desolada que se encontraba, tanto como yo.

 ¿Tampoco crees en los dioses? – pregunté con la esperanza de ganar una aliada.

 Sólo en nosotros – respondió ella, se acercó y me abrazó con fuerza. Sentí que me deshacía como la nieve bajo un fuego extraño, el de su espíritu que se mezclaba con el mío.

 En…ton… ces… - Murmuré entrecortado sin soltar el abrazo.

 Entonces te amo, idiota – soltó ella susurrando a mi oído.

 Yo también… - le dije y sentí un nudo en la garganta.

 ¡Hey pendejos! ¡Así los quería atrapar! ¿No creen que son muy chicos para andar en amoríos? – Resonó una conocida voz a mis espaldas. Y el embrujo desapareció al instante.

 ¡Esta es mi laguna! – gritó Nedra y detrás de él emergió la atlética Tarna, otra de los elegidos. Se quitaron los taparrabos y se lanzaron desnudos al agua. Nos alejamos con rapidez del lugar. Y sus risas se sumergieron a la distancia.

Regresamos en silencio al campamento provisorio y nos separamos cabizbajos. Compartíamos la vergüenza de descubrirnos abrazados y el temor de que difundieran el secreto. Si nuestros padres llegaban a enterarse, no quería imaginar la paliza que recibiríamos, además de separarnos para siempre. Y esto último, dolería mucho más que lo primero.

Después de tres soles, comenzamos el ascenso más abrupto, donde el río ancho se angostaba y encajonaba en un largo y tortuoso desfiladero de altas y musgosas paredes verticales. Marchábamos sobre la margen este, una ancha playa de arena blanca y guijarros. La hermosa Lamda no se apartó un palmo de su familia; yo hice lo mismo. Y el temor a delatarme se diluyó en las torrentosas aguas del río.

Caída la nueva noche, bajo la guía de las dos lunas, decidí buscar a mi hermano. Se encontraba descansando entre grandes rocas despeñadas, bajo el cobijo del ramaje que brotaba en la base del desfiladero. Compartía una cerveza con Tarna, transformada en su inseparable compañera. Hizo señas para acercarme y me extendió el odre todavía lleno.

 No gracias, no tengo la edad ni la aprobación para esto – respondí para sentarme frente a ellos.

 Como quieras hermano, falta poco para mi partida. Voy a extrañarte, a pesar de nuestras diferencias. – Aclaró él para guiñarme el ojo.

 Yo también voy a extrañarte… Gracias a ambos, por no delatarnos. – Agradecí a los jóvenes que me sonrieron, acurrucados contra una amplia grieta de la roca.

 De nada. Nosotros también estamos en falta, a pesar de nuestros privilegios como elegidos, no podemos juntarnos. ¿Lo entiendes? Ustedes tampoco nos delataron. Así que… estamos a mano. – Aclaró Nedra y volvió a ofrecerme de su odre. Esta vez lo acepté. Un sabor amargo recorrió por mi garganta.

 Qué asco… prefiero el agua… Hay algo más por decir… Por favor, no continúes con esto, estás a tiempo de escapar. Ve al sureste, sal del cañadón y enfila sin parar hacia los bosques de Trona. Vayan ambos. – Sugerí y me respondieron con una risa contenida.

 ¡Lario! ¿Estás loco? ¿Después de tanto sacrificio, de ganarme el privilegio de ser el primer elegido, voy a escaparle a mi brillante futuro? He ganado el cielo de los dioses…

 Hemos ganado el cielo de los dioses – lo corrigió Tarna.

 Han ganado una muerte en un lugar desconocido, sólo mencionado por mitos y leyendas. – Comenté con amargura.

 

 ¿La muerte, de qué hablas niño? Es el cielo de los dioses, nos convertiremos en ellos. – explicó Tarna orgullosa y con fervor.

 La mayoría no regresó y quienes lo hicieron han cambiado, ya no se destacan como antes de la partida – repuse y ambos menearon la cabeza.

 Los que regresaron son perdedores, fueron expulsados de los cielos porque no cumplieron con sus obligaciones, no lograron la transformación. Tarna y yo lo haremos hermano, triunfaremos en Algoht. – Afirmó mi confiado hermano guiñándome de nuevo el ojo izquierdo.

 Deben creerle a Lario. Háganle caso. – Se escuchó una voz y Lamda emergió por entre las grandes rocas.

 Bueno… Tu novia piensa como vos… Es bueno eso, tendrás pocas discusiones en el futuro. – Comentó Nedra con sorna para lanzarme otro guiño.

 Yo también los vi, los pocos que volvieron, se concentran en su trabajo y en sus plegarias. Mi padre me contó de un arrogante como vos, y ahora camina como muerto viviente. Han perdido el brillo de sus ojos, como si su alma los hubiese abandonado. – Contó Lamda para sentarse a mi lado.

 Es porque se sienten perdedores. Fracasaron, y el dolor de ser mortales los carcome. – Argumentó con seguridad Tarna.

 Que tengan buena suerte – murmuré con tristeza, sospechando el triste destino de mi hermano. Al menos lo había intentado; pero es imposible convencer a los fanáticos, porque encadenados a sus sentimientos, no permiten que la razón los libere. Tomé otro trago amargo, le pasé el odre a Lamda y ésta sin probar, se lo pasó a Tarna. No discutimos más esa noche, hablamos del viaje, del tiempo y de las tareas cotidianas que nos esperaban cuando el sol asomara.

Weitere Bücher von diesem Autor