Sello de Sangre

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Aus der Reihe: Ángeles Guardianes #3
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Cerré los ojos y supe que no se trataba de ello, algo mucho más grande había pasado —¡Max! —pronunció mi nombre en un tono mucho más que preocupante.

Fruncí el ceño y traté de erguirme pero Ray me lo impidió con la mano —¡No! Nooo —me detuvo —No trates de levantarte.

Mi rostro sonrojado por el dolor y mi sudor que apelmazaban mis cabellos en mi frente, lo único que me permití pensar fue en ella —¡Natle! ¿Dónde está? —dije preocupado.

—Ella —no supo cómo decirlo, pero encontró la palabra indicada —No está del todo bien.

—¿¡QUÉ!? —me sorprendió, ya que se suponía que debía irse, no debía estar allí para esa mañana ya pasada. Supuse que quizás después del proceso vivido hace unas noches en el infierno la había consumido o algo por el estilo.

—Está en Ben Cork, cosa que me sorprende, ya que se supone que tú le diste a Joe todo lo necesario para sacarla de Estados Unidos, si es preciso de América del norte, pero ella se encuentra en el internado, sola y devastada —dijo sin rodeos —Joe ha desaparecido.

—Hijo de per... —me abstuve de decir más —Infeliz —Grité ronco por la ira —¿Quién diablos te dijo que iban a irse?

—¡Max! No entiendo que salió mal, se supone que ese consejo se lo di miles de veces, al igual que tú, pero no acato ninguno de los dos consejos que eran los más próximos a ser ciertos —se aferró a sus palabras —Pero Natle está destrozada. Debemos localizarlo y sé que el único que puede juntar sus pedazos eres tú, así que tienes dos días más para poder recuperarte y salir de aquí. Natle te necesita, en verdad te necesita.

—¿Cómo mierda piensas que lo haga? —lance retahílas por todo lo alto, sin importarme que me escucharan.

—No te alteres. Hablé con tu doctor esta mañana y me dice que la herida está cicatrizando, al ser un Axiul`s eres más fuerte y tus poderes te ayudan a sanar a comparación nuestra, la herida aún está fresca pero en poco podrás dejar el hospital, la cama y seguir con tu rutina, aunque después de diez a quince días podrán sacarte los puntos de la cirugía y de la espalda.

—No me cambies el puto tema —dije tenso —Encuentra a ese imbécil. Porque si lo encuentro yo primero juro por Dios que le romperé la cara que ni Dios mismo podrá encontrar sus putos pedazos.

—Deja de gritar y maldecir, eso no ayudara en nada. Créeme estoy igual de consternado que tú.

—¿Y porque deberías estarlo?

—Porque sin Joe en el camino. Soy su sucesor.

—¡QUÉ MIERDA! —Ante esas palabras no pude dar crédito a lo que escuchaba —¿De qué diablos estás hablando? —urgí una respuesta.

—Soy hijo de una antigua matriarca, hijo de un sucesor directo de los primeros ángeles, soy legítimo heredero de un trono en los cielos, soy el único sucesor varón vivo que queda después de la guerra que extinguió a casi todo nuestro pueblo.

No parpadeé, quedando en trance y lo estaba —Estas tratando de decir que tú... Eres un sobreviviente, el siguiente en la lista. —mi ira comenzó a tomar el control iba a levantarme y patear su trasero fuera de mi habitación, pero Ray corrió hacia mí aplacando mi ira sosteniendo una mano firme sobre mi pecho evitando que me levantara —¡Desgraciado! Ni te atrevas a tocarle —grité con las mejillas enrojecidas por la ira y el dolor.

—¡Max! Por favor, tranquilízate, no tergiverses mis palabras, eso no implica que acataré cada orden de la guardia militar o de mi raza.

—Joe dijo lo mismo y mira ¿Dónde diablos estamos? De nuevo en nada, con Natle aun en riesgo y en el maldito internado cuando debía estar a miles de kilómetros de distancia de nosotros.

—Ten en cuenta que yo no haré nada para herirle —tomó una bocanada de aire —Yo traté de que ambos huyeran, pero las circunstancias cambiaron.

—Joe cambió todo —juré por lo bajo, maldiciéndole —Ese idiota se dio por vencido, ha claudicado en el primer momento y es el único momento para poder salvarla y ese idiota ha lanzado todos los planes por la borda ¡Es un maldito imbécil!

—¡No! —espetó Ray decidido —No lo ha hecho, algo debió de cambiar —se encogió de hombros como tratando de entender el cambio repentino de Joe.

—¿Qué piensas hacer Ray? ¿Llevártela? —trate de reír ante la insinuación que mi amigo hacía.

—Yo no. Pero creo saber que tú estarás más que dispuesto a sacarla de aquí —ante su comentario, sin risas, totalmente prudente y reservado.

La sonrisa de mis labios se borró, solo para fruncir el ceño y verlo de manera directa —¿Cómo piensas que lo haga si estoy postrado aquí? —hice un berrinche como un pequeño niño de cinco años.

—Tienes dos días para recuperarte, la herida estará ya en cicatrización, los golpes y magulladuras a punto de terminar el proceso, así que cuídate, relájate y regresa —hizo una pausa significativa —Ella te necesita mucho más de los que piensas.

Cerré los ojos y traté de volver la vista hacia el suelo —Me necesita, pero no me ama. Jamás lo hará —afirmé con dolor —Jamás me amará como yo quisiera que lo haga.

—Lo hará con el tiempo. Te amará mucho más que a él —aseguró Ray —Así que disfruta de tus escasas vacaciones que dentro de dos días la verdadera batalla comenzará —sin decir más extendió sus alas y desapareció del lugar dejándome con la duda, pero con una sola conclusión, Ray sabía mucho más de lo que aparentaba.

Una vez envuelto en la soledad de mi habitación, dejé caer la cabeza hacia atrás, agotado de tantas ideas, planes y con el temor de no poder salvarla, temía fracasar, temía claudicar como lo había hecho Joe, pero dentro de mí sentía algo mucho más poderoso, algo que me impulsaba a lanzarme ante Natle, algo que me obligaba a estar mucho más cerca de ella, sin saber qué era en verdad, cerré los ojos e intenté descansar, quería salir lo más pronto de ese hospital, tenía que.

Las horas pasaban, el día parecía el más largo de toda su vida, Natle no podía dormir ante el temor de que entre su sueños Joe pudiera regresar, así que se sentó en su cama esperando, tratando de no perder la calma y el poco autocontrol que le quedaba, con su celular y el de Ray en mano, no daba señal de vida, las llamadas que realizaba iban a casilla de voz —“Quizás le robaron el móvil” —pensó ante la desesperación, imaginó miles de cosas, miles de motivos, lo imaginó herido, tratando de escapar, tratando de regresar, pero ninguna era cierta, todas eran parte de su dolor ante la ausencia de esa persona a la que necesitaba desesperadamente.

Las horas fueron más las largas, fue el día más terrible de su vida, mientras ella yacía sentada en la cama con las rodillas debajo de su barbilla con lágrimas rebosantes surcando sus mejillas, Joe en esos instantes conducía por la carretera, llegando a su destino, la Universidad de New Haven.

Vio lo árboles asomarse encima de su auto, las hojas verdes y la brisa fresca ante la llegada del invierno hacia una lluvia de recuerdos, los alumnos paseando entre risas y libros, otros jugando fútbol, otros tan solo descansando o estudiando, era una nueva vida, era una nueva etapa y faltaba una semana para las fiestas navideñas. Él regresó nuevamente a su universidad, mucho más antes de lo previsto, los papeleos de su traslado habían sido cancelados, estaría nuevamente junto a sus antiguos compañeros de residencia.

Estacionó su auto, bajó de él y vio el pequeño condominio de departamentos, pasaría los siguientes dos años bajó la tutoría de otros maestros, debajo del radar y sobre todo alejado de Natle, se reprendió mentalmente por traer su nombre, negó con la cabeza, sacó las llaves y abrió su maletera sacando sus pertenencias.

Mientras sacaba sus cosas, cada imagen, cada caricia, beso y deseo, cada palabra de aliento, palabras de amor venía a su cabeza como flashes, cerró los ojos y elevó la vista al cielo, dejando que los rayos del sol cubrieran su rostro, que lo alentaran a olvidar y dejar de lado ese nombre, a esa chica que él tanto amaba.

Tomó sus cosas y subió, volvería con las personas que eran parte de su nueva vida, de sus sueños y sobre todo de su rutina —Tengo que olvidarte, es lo mejor para ambos —se dijo a sí mismo, reprendiéndose por tenerla siempre en la mente.

Vio a su alrededor, era su mundo, una nueva vida, un mundo de mortales, y él debía adaptarse a ello, dejar su pasado, olvidar parte de su presente y hacer un futuro libre de poderes, magia y de guerras entre el cielo y el infierno, entre Dios y el hombre, entre ángeles y demonios.

La noche llegó, Joe estaba cansado de guardar sus cosas y arreglar su habitación, dando un suspiro, miró a su alrededor, nada había cambiado en ese apartamento, sus dos amigos no habían regresado —“Típica vida de universitario” —sonrió, tomando una cerveza de la nevera, abrió la botella y se la llevó a los labios, bebiendo de manera apresurada, solo para dejar la botella en el basurero y seguido a ello, tomó una ducha relajante pero para nada tranquilizadora.

Se puso unos pantalones de mezclilla y se recostó en la cama, su antigua y solitaria cama, cerrando lentamente los ojos, se trasportó a un mundo, a su viejo y verdadero hogar, pero no era un simple sueño, era un recuerdo:

«“Todos miraban al nuevo bebé, Firop la sostenía por unos momentos, llamándole con una asentimiento de cabeza, típico de él, el pequeño Ïlarian se acercó a ella con cuidado, entonces la vio, tenía unos ojos pequeños y oscuros, era tan blanca como la nieve misma, pero sus ojos, esos ojos llamaron su atención en el momento en que la vio, sonrió y tomó su pequeña mano entre la suya y ella solo apretó con fuerza uno de sus dedos, sonrió como tonto al ver cómo le observaba con detenimiento, para ser una bebé tenía una mirada distinta a lo que casualmente eran otros niños —¿Podré enseñarle a pelear? —le dijo a su padre, quién solo respondió con una carcajada a su infantil comentario.

 

Triored al ver al hijo de Firop cerca de su hija, pidió que se la devolvieran de inmediato, no era una petición era una orden desesperada —Firop entrégame a mi hija. Dame a mi hija —él frunció el ceño al ver a la reina extender las manos pidiendo a su niña.

Al entregarla, el pequeño quiso acercarse nuevamente a ella, ya que le llamó la atención verla tan pequeña, pero Triored simplemente ordenó que se fuera —Llévatelo Firop... Llévate a tu hijo —dijo a gritos.

Su padre tomó su pequeña mano y le sacó de la habitación de la reina, solo para acuclillarse delante de él pequeño y susurrarle al oído —Hijo mío, esa niña, la pequeña que acabas de ver estará bajo tu protección, la amaras como a una hermana, como a una amiga, como a una amante, como a un amor, pero tu destino no estar junto a ella —hizo una pausa solo para decirle las palabras más duras a su corta edad —Tú vivirás en una larga cadena de descendencia, mientras que ella solo nació para regresar a un lugar que el hombre jamás ha conocido, ella solo vive para morir.

¿Por qué papá? No es justo —lo interrumpió, pero él solo hizo caso omiso y continuo.

Mi querido hijo, Alox estará bajo tu cuidado y protección, pero cuidado... No debes enamorarte de ella, ya que será tu perdición, tú tomaras su vida, su alma y con ello el poder con el que nació, solo para traer de nuevo a la vida al linaje real, nuestra sangre extinta, nuestras almas marchitas podrán encontrar con su sacrificio y tu misión la redención y la libertad que por siglos nos ha sido arrebatada.

—¿Por qué padre? ¿Por qué no puedo enamorarme de ella? ¿Por qué no puedo tenerla?

—Porque ella no vivirá como tú lo harás. Ella morirá por tu mano y lo que tú debes hacer es cuidar su legado, cuidar que ella no muera a manos del enemigo y tomé lo que por derecho nos corresponde. Cuando seas grande comprenderás. Comprenderás mucho mejor.”»

Ante el recuerdo de su vida pasada, Joe se irguió precipitadamente, recordando parte de un pasado olvidado, sudoroso y más afectado que antes, confuso, recordó que Piora le había dicho algo de olvidar, más no de recordar —Solo es un sueño. Un muy mal sueño. Nada es real, nada que provenga de ese mundo es real —se llevó las manos al rostro tratando de poder borrar cada palabra que recordó de un padre, de su verdadero padre.

Suspiró y deseó volver a dormir, pero le fue imposible conciliar el sueño y menos si también ella estaba presente en sus sueños, fue la noche más larga que Joe tuvo que pasar, una cama extraña, una habitación simple, y sobre todo solo, se encontraba muy solo.

Se giró y miró al techo, llevando ambos brazos debajo de su cabeza —¡Dios! ¿Acaso estoy condenado a verla cada noche al cerrar los ojos? Por qué recordar un pasado olvidado, ver que aún está presente en mi vida, y saber que hasta en mi niñez la amé desde el primer día en que la vi. —rogó, reprochó y pidió clemencia al cielo, ya que su vida se volvería un infierno, despertó solo para adormecer su mente con cervezas y quedar profundamente dormido.

Sin embargo Natle quedó dormida ante sus lágrimas, hecha un ovillo, temblorosa, débil y vulnerable, con el medallón de Joe aún en sus manos, pedía su regreso en susurros leves que desaparecían con el viento —¡Joe! ¡Joe! ¿Dónde estás? —se movía inquieta de un lado a otro, sin tiempo de soñar, más que verlo en cortas imágenes, verlo de igual manera en sueños, en recuerdos que desaparecían al abrir de manera lenta los ojos, solo para cerrarlos nuevamente.

«“Lo vio a la distancia, en medio de ese campo de girasoles que resultaba ya tan familiar, lo llamó a la distancia —¡Joe! ¿Dónde estabas, Joe? —extendió la mano para poder tocarlo, pero su distancia se alargaba a medida que trataba de alcanzarle —¿Por qué haces esto? —le preguntó.

—Por la razón que deje de amarte —respondió alejándose de ella, sin mirar atrás.

—No... —negó rotundamente con la cabeza —¡JOE! ¡No! —lo vio caminar hacia el campo, desapareciendo, dejándola sola, triste y con miedo a no encontrar nuevamente el camino de regreso a casa.

Volvió el rostro y vio que estaba sola, sin más, cayó de rodillas, sin parpadear con los ojos brillantes por las lágrimas y los labios secos, mientras que el viento elevaba sus cabellos, el frío sonrosaba sus mejillas, pero helaba más su alma.”»

Quizás fueron las horas más largas de nuestras vidas, para Joe intentando olvidar, para Natle tratando de imaginar que él regresaría y para mí lo importante era solo recuperarme, curarme, buscarle y patearle el trasero por traicionarnos.

Para la mañana siguiente, Joe despertó con una de las resacas monumental, además de tener unas cuantas botellas de cerveza regadas en su habitación en su vano intento de adormecer sus sentimientos. Quizás solo había empeorado las cosas desde mi punto de vista, y para él la manera de verla con vida, aunque sea de lejos, sin saber que solo adelantaría muchos de los planes que nuestros padres tenían para nosotros en el pasado.

Philip se alistó como todos los días para ir a clases, salió de su habitación solo para llamar a la puerta de Natle con los nudillos, pero ella no respondió —¡Natle! ¿Te encuentras bien? —él sabía muy bien lo que paso con Ethan y cómo se alejó en ese momento en que ella lo necesitaba más que nunca, y no deseaba cometer el mismo error, dos veces —¡Natle! Abre la puerta, por favor —tomó la perilla solo para confirmar que estaba con seguro desde adentro.

Al ver que no respondía se preocupó, volviendo a tocar con más fuerza —¡Natle! Abre la puerta —no pidió, ordenó, solo para golpear con el puño la puerta —Abre la puerta.

—Basta Philip —respondió desde adentro, estaba con la frente pegada a la puerta —Por favor, no hagas esto. No me hagas esto, tú ahora no —no deseaba ver como la compadecían, como la sostenían, cuando solo había intereses mezquinos.

—No voy a dejar que te hundas ¡Entendiste! —hizo una pausa significativa, cerrando los ojos y tratando de no perder el poco control que le quedaba —No quiero cometer otro error, sabes muy bien de ello.

—Si tratas de redimirte por lo que paso con Ethan creo que es innecesario en este momento. Creo que ya es tarde para ello —dijo tensamente.

—Nunca es tarde. Siempre habrá más oportunidades aunque se nos sean negadas, siempre encontraremos más opciones —cerró los ojos por un momento, aferrándose a sus palabras.

—En mi caso no Philip, yo no soy como los demás.

—Yo sé lo que eres —las palabras escaparon de su boca. Natle abrió los ojos, sin parpadear, se quedó inmóvil al oír dicha confesión, además de no poder articular palabra alguna —Pero no te asustes —le rogó, con las manos extendidas en la puerta —Por favor. Solo escúchame, lo sé desde lo de Ethan.

—¿De qué estás hablándome? —espetó asustada.

—Abre la puerta y te explicaré —le pidió.

Natle abrió la puerta lentamente, sintió un nudo en la garganta sin aire en los pulmones y en medio del pánico, lo único que pudo registrar fue la mirada de Philip, una mirada que no pudo descifrar en su momento.

—¿Puedo entrar? —preguntó.

—Aja —respondió vacilando, dándole paso para que pudiera entrar.

Adentrándose a la habitación, se sentó al pie de la cama, viendo a Natle cerrar la puerta y apoyarse sobre ella, ya que sus piernas temblorosas parecían no poder soportar su propio peso.

—No te asustes, por favor —él le sostuvo la mirada, mientras que ella le observaba confundida, asustada y nerviosa —Solo quiero que escuches con atención. —fue entonces donde Philip comenzó a recordar y contarle —«El día en que le contaste a Ethan tu secreto, recuerdo que desapareció por unos días, quizás fue el miedo, quizás el estar confundido por lo que le contaste y mostraste, la noche horas antes de accidente, fue directo a la habitación de Ashley a contarle, pero yo ya le había estado siguiendo los pasos, veía como después de hablar contigo o antes, siempre estaba con Ashley. Así que me encontró en su habitación.

—Philip ¿Qué haces aquí? —replicó Ethan con un gesto sombrío.

—Es mi hermana ¿no? Me dijo que te esperara aquí y te dijera que la buscaras en la cafetería a la cual acostumbran.

—Pero solo vamos allí antes de... —calló, ya que pensó que no sabía que se acostaba con Ashley cuando ella lo deseaba.

—Tranquilo, es mi hermana y se muchas cosas de ella como ella de mí, así que ya sabes, solo me dio ese mensaje —le corté impaciente.

—Natle... Natle es un bicho raro —soltó sin miedo, como si las palabras ya salieran de su boca sin el menor miedo de causar estragos.

Me pare en seco y me volví hacia él —¿De qué hablas Ethan?

—Ashley tiene razón en decir que es un fenómeno, ella dice ser un ángel, pero lo que digo es que es un inmenso pájaro...

Debes de tener pruebas antes de acusar a alguien así.

—Las tengo, tengo una foto y creo que Ashley debe ver esto —tomó su móvil, buscó en su pantalla y me mostró la foto.

—Eso es solo magia, Photoshop... —dije sin parecer sorprendido —Vamos eso me enseñan a mí en clase de diseños grafico Ethan.

No, Philip es cierto... Juro que es cierto.

No me interesa —dije, solo para darme la media vuelta y salir de allí.

Lo vi salir de la habitación a grandes zancadas, lo seguí y vi que subió apresuradamente a su auto, yo estaba en el mío y vi que tú subías, lo habías estado de igual manera siguiendo, además de discutir.

Lo seguí, tratando de detenerlo de alguna forma, Ashley no estaba donde lo mande, la idea era llevarlo a otro sitio, quizás asustarlo, pero jamás matarlo, pero cuando vi que su auto se movía de un lado a otro perdiendo el control, sabía que algo estaba pasando allí, debí frenar, debí detenerlo pero solo apresuré las cosas embistiéndolos desde atrás pero el camión que había delante de ustedes se adelantó a lo que yo deseaba hacer.

Vi como el auto dio vueltas y vueltas, frene en secó y vi como poco a poco el auto se detenía en medio de la carretera, bajé y fui a buscarte, sacándote de allí, ya que Ethan estaba ya muerto, rebusque su celular borré la imagen y lo pisé con fuerza para que no quedara absolutamente nada. Pedí ayuda y esperé a que vinieran por ti, solo para irme de allí, no deseaba que me involucraran por miedo, por cobarde. »

Natle lo vio horrorizada, quedándose atontada por esa versión extendida del accidente de años atrás, solo para reaccionar y gritarle de la peor manera —Me viste llorar, culparme por un accidente que estuvo planeado.

—No medí las consecuencias, Natle ¡Lo juro!

—¿¡No mediste!? Tu pequeña intervención le costó lo vida a Ethan y a un paso la mía. Jamás te importe ¡Jamás!

Con un destello de dolor en la mirada de Philip, quiso arreglar las cosas, pero era tarde —Te amo. Sabes eso muy bien —espetó.

—Tú no amas. Si lo hubieras hecho, jamás me habrías herido de la forma que lo hiciste, te alejaste antes y después de Ethan, me dejaste sola cuando más te necesitaba.

—Porque sabía que Ashley te molestaría aún más ¿Acaso no entiendes?

—Lo que no entiendo es como tienes la cara de decírmelo, sin miedo, sin contemplaciones ¿Cómo pudiste? —le reprochó.

—Lo hice por ti.

—Eres igual de egoísta.

—No me compares con Ashley. No lo hagas, Natle. —dijo mordaz.

—Cómo no hacerlo si me muestras esa faceta tuya.

—Te juró que nadie sabe lo que sé.

—Y cuánto durará y qué costará tu silencio.

Dolido por sus duras palabras, Philip le lanzó una sonrisa gélida —Me lo merezco —agregó —Me merezco ese desprecio y ese trato, pero no costara nada. Solo quiero ayudarte, ahora. Quiero protegerte, cuidarte.

—No servirá de nada Philip. No hay nada que puedas hacer por mí. Ya no…

—Entiendo —se mordió el labio superior —Te daré espacio, pero cuenta conmigo por favor, no me apartes ahora. Jamás me perdonaría si algo te pasa. —sin más se puso de pie y caminó lentamente hacia la puerta que ya lo esperaba abierta, sin más palabras la dejó sola, con una nueva confesión, una nueva culpa y una nueva preocupación.

Sin más fuerzas y derrotada evitó salir de su habitación, recostándose en su cama, quedo dormida entre la pena, el sentimiento de traición y la devastación de ver que no le quedaba ya mucho por vivir, sin motivos, sin algo que pudiese levantarla de lo profundo de su abismos de soledad y martirio.

Para las tres de la tarde de ese día, las ganas de comer no aparecieron ni para salvar su vida, Jesse al no verla en la cafetería le hizo una visita, llamó a su puerta varias veces sin recibir respuesta alguna —¿Natle? —dijo en un leve susurro, pero no hubo la respuesta que ella deseaba, volvió el rostro hacia el pasillo y decidió que era mejor buscar a Ray.

 

Por un momento dudó en levantar la mano y llamar a su puerta, pero se obligó a hacerlo —¿Ray? —llevó la mano a la perilla y abrió.

él se volvió hacia ella y frunció el ceño —¿Qué pasa Jesse? —preguntó dejando sus libros en la mesa.

—¡Es Natle! No responde, fui a verla a su habitación, toque pero nada —hizo una pausa significativa —Podrías ir a verla —rogó con desesperación.

—¡Ok! ¡Ok! —soltó el aire y estuvo ya listo a salir por el umbral de la puerta cuando ella lo detuvo —Te vi —dijo con voz ronca y mordiendo el interior de su mejilla.

Por un instante él no supo que contestar, se quedó impávido en mitad del camino, pero se pudo notar que los músculos de su espalda se tensaron en el proceso —¿Qué viste? —le preguntó bruscamente sin volverse a ella.

Tomó aire varias veces para poder decirlo —Sabes perfectamente de lo que hablo, te vi en el anfiteatro hace unas noches.

Ray apretó sus manos en puños y temió volverse, enfrentarla no era lo que deseaba, pero le lanzó una mirada desde su hombro —Creo que te equivocas.

—Ray —ella dio un paso hacia él, extendió la mano para poder tocarle, pero temió ante su reacción, bajando la mano y apretándola contra su pecho —¿Qué eres?

—No te doy miedo.

—¡No! Por qué lo tendría.

—Porque no soy humano, pero tengo sus virtudes y debilidades, a comparación suya nosotros estamos dotados de poderes y alas.

—Un ángel —respondió ella maravillada ante la idea.

—¡No! Un rebelde, un Yiyans —apretó la mandíbula y se negó a verla, así que trató de poner fin a su conversación —Lo siento Jesse.

—Ellos son igual a ti ¿Cierto? ¿Natle, Joe, Gabrielle?

—Tengo que ir a verla —murmuró —Lo siento —se disculpó una vez más. Ante ser descubierto, extendió sus alas y se cubrió con ellas desapareciendo de su habitación.

Siendo testigo de aquella fuerza y deslumbrada por la hermosura de Ray, sonrió, soltó un suspiro que le llegó hasta lo profundo de su corazón, un corazón que latía solo por él.

Cuando apareció en la habitación de Natle, soltó el aire, cerró los ojos y negó con la cabeza al verla en la cama, hecha un ovillo y con los ojos rojos de tanto llorar, dio unos cuantos pasos hacia ella, se sentó en la cama reclinándose sobre las almohadas —¡Natle! —extendió la mano y quitó de su rostro los mechones apelmazados por sus lágrimas, al no recibir una respuesta, la tomó entre sus brazos y la acunó en su mecho como a una niña, ella no rezongó o se quejó de aquella acción, tan solo hundió su rostro en el pecho de Ray y tomó entre sus puños su camiseta, sintiendo por un momento un poco de paz.

—¡Basta Natle! —le pidió con delicadeza —Sé que es difícil, pero quizás se le presentó algo. Por favor debes comer —no obtenía respuesta —Sé que me escuchas, deja de llorar, deja de cerrar la puerta, deja de encerrarte o me veré obligado a que Jesse duerma contigo, no me importa sacrificar mis noches de sueño y a ella tampoco le importará. Por favor, estamos recogiendo tus pedazos lentamente, pero aun así tú los vuelves a lanzar al aire. Debes entender que Joe regresará. ¡Él regresará! Siempre lo hace.

—No lo hará. Está vez él no volverá —fue la respuesta que logró dar balbuceando.

—Por favor. No nos hagas esto. No ahora.

—¿Y lo que Joe me está haciendo? —dijo con la voz dura y llena de resentimiento.

—Eso es algo que... —hizo una pausa, pensando bien en que decir —Creo que no sabemos cuál es el verdadero motivo de que haya desaparecido. Juro que traté de localizarlo, lo llamé, hablé con sus padres, pero ni ellos pueden darme razón de su paradero.

—¿Piora? —preguntó.

—Sabes bien que Piora no puede tocarle. Él es poderoso, Joe es poderoso y no se dejaría atrapar o matar fácilmente. Piora no está involucrado en este dilema.

Pero se equivocaban, había logrado llegar a él mucho más rápido de lo que ellos creían —No me trates como a una niña. No me compadezcas.

—Eres una niña, Natle. Lo eres aún.

—Tú no sabes nada de mí Ray, eres solo alguien nuevo.

—¡Te equivocas! Te he visto hace mucho tiempo.

—Quiero estar sola.

—Esta noche vendré y más te vale que la puerta no esté cerrada por que la romperé y me importa un huevo si tienes que poner una estúpida cortina para que no te vean dormir. ¡Entendiste! —estaba molesto, pero no deseaba ser brusco con ella en esos momentos, a lo que Natle optó por alejarse de él abrazando su almohada, Ray se levantó viéndola rota por dentro y fuera, cerró los ojos ya que ese dolor podía sentirlo, maldijo a Joe una y otra vez, ya que no entendía por qué se alejó de ella si tanto amor le profesaba, verla así, sufrir, llorar, se negó a hacer pasar a Jesse a ese martirio, comprendió entonces que su madre tenía razón, los sentimientos humanos solo lograban hacerlos frágiles, sin más que hacer, abrió la puerta y salió de la habitación.

Una vez sola, tomó el móvil en sus manos y marcó nuevamente el número que ya sabía de memoria, pero al llevarla de nuevo a casilla de voz, explotó, sin importarle nada, le dejó un mensaje para nada tranquilizador.

—¡Joe! ¿Joe? ¡Mierda! Dime dónde estás yo iré a ti. No me hagas esto. No me hagas esto, te lo suplico —su llanto se escapaba, pero trataba de mantenerse al margen —Por Favor, Regresa… Regresa —suplicó, solo para luego enfurecerse ante su desprecio —¡Maldición Joe! Eres un completo idiota —gritó solo para lanzar el móvil a la cama y volver a sentirse miserable.

Para la noche, Ray cumplió no su promesa, más bien su amenaza, apareció en su habitación con una bandeja de comida, le llevó panecillos de chocolate, chocolate con leche, huevos con tocino y tostadas, estaba molesto, pero no quería verla morir de pena y mucho menos de hambre —¡Natle! Por favor, levántate, lávate las manos y ven a comer. —encendió la luz, iluminando toda la habitación.

Natle entrecerró los ojos, adaptando sus ojos a la orden de despertar, viendo entonces la bandeja llena de comida —Para quién es eso ¿Para mí o para un regimiento?

—Para ti —dijo cortante, poniendo la bandeja en la mesa —¿Qué esperas que no te levantas?

—Por favor, Ray. En verdad no tengo muchas ganas de comer.

—Comes o comes. —la amenazó.

Sin más Natle se levantó a duras penas, se lavó las manos, el rostro, intentó comer, pero su estómago tenía un duro nudo que no le permitía pasar bocado más que vomitar.

—No puedo —se llevó la mano a la boca, cubriéndola, las náuseas le impedían poder comer.

—Aunque sea toma el vaso de leche —pidió Ray, alcanzándole el vaso y viéndola tomar pocos sorbos hasta terminar.

—Gracias.

Natle más cansada de lo habitual fue al baño, se lavó los dientes, se cambió de camiseta y pantalón y regresó a la habitación para descansar, al ver a Ray acomodarse en su sillón, enarcó la ceja y le preguntó —¿Qué estás haciendo?

—Acomodándome —golpeaba su espalda contra el sillón —No es muy cómodo pero servirá.

—¡No, Ray! ¿Qué diablos estás haciendo?

—Dormir en tu sillón, acaso no es obvio. —respondió, cerrando los ojos y cruzando los brazos sobre su pecho.

—¡No, Ray! Te quiero fuera de mi habitación.

—No, ni lo sueñes cariño. Me quedaré aquí, me aseguraré de que duermas como un bebé y te levantes a comer e ir a clases, como una chica normal.

—Créeme no lo haré contigo en mi habitación —respondió a la defensiva —Y no me llames cariño.

—No me digas —una esquina de su boca se elevó —Solo acuéstate y apaga la luz.

—¿No quieres una manta? —dijo con sarcasmo.

—Pero no quiero de esas de colores.