Buch lesen: «Pérame tantito»

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Pérame tantito

Colección Desarrollo

D.R. © Libros del Marqués, 2020.

D.R. © Martha Biebrich, 2020.

D.R. © Diseño interiores y forros: Textofilia S.C., 2020.

Libros del Marqués

Limas No. 8, Int. 301

Col. Tlacoquemecatl del Valle,

Del. Benito Juárez, Ciudad de México.

C.P. 03200

Tel. (52 55) 55 75 89 64

librosdelmarques@gmail.com

Primera edición.

ISBN Edición impresa: 978-607-8713-07-3

ISBN Edición digital: 978-1-7345680-8-0

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com

Queda rigurosamente prohibido, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin la autorización por escrito de los editores o el autor.




Para Mamá, Papá, Carlos y Jacobo con quienes aprendí el amor.

Para Antonio, Mariana, Fátima, Diego y Carlos de quienes recibo tanto amor.

Para ti Sebastián que eres puro amor.

ÍNDICE

Introducción

Capítulo 1: Mexicana en el exilio

Capítulo 2: Enseñanzas de la Nenita

Capítulo 3: Canal de luz

Capítulo 4: La definición de las cosas

Capítulo 5: ¿Cómo te sientes?

Capítulo 6: Conversaciones contigo

Capítulo 7: Tu película

Capítulo 8: Qué tanto es tantito

Capítulo 9: Aislamiento voluntario

Capítulo 10: ¿Qué es lo que sí quieres?

Capítulo 11: Pérame tantito... tal cual

Capítulo 12: Lo que toca... toca

Postdata

INTRODUCCIÓN

Cuando el vacío es inaguantable, sientes la necesidad de llenarlo de inmediato. Buscas respuestas fuera de ti, todo lo posible, lo que sea: clases, mil cursos de superación personal –uno más sofisticado que el anterior–, otra pareja, más sexo, un gurú o alguna sustancia para ayudarte a encontrar tu verdad.

Pasan los años y estás en el mismo lugar donde empezaste, pero más insatisfecho, más vacío; ya lo intentaste todo y nada funciona, nadie te entiende. Te juzgas a ti mismo y eres juzgado por los demás, eso se vuelve el pan de cada día.

Pero, ¿qué te pasa realmente? ¿Cuál es el veredicto? No te amas a ti mismo.

Todos hemos escuchado esa frase; pocos sabemos cómo llegar a amarnos a nosotros mismos. Nadie nos guía en el camino para lograr el amor propio. Yo sí: te lo muestro y te acompaño.

Llevo 30 años aprendiendo a sanar desde el amor con diferentes maestros y técnicas; durante diez años he guiado y acompañado en sesiones individuales a cientos de personas. Ahora, quiero compartir en una lectura la forma con la cual todos pueden experimentar el amor a uno mismo a través de ejercicios prácticos y fáciles, sugeridos en cada capítulo.

Me llamo Martha y acabo de pasar por un tsunami emocional, el cual me hizo recapitular mi historia. Me di cuenta cómo, durante esta situación difícil, no caí en los mismos dramas o patrones de siempre o que me afectaban frecuentemente. Algo, de verdad, cambió en mí. Busqué fuera qué podría ser y fue en vano, pues no encontré nada inusual, pero por dentro algo se sentía distinto.

Empezó unos meses antes de mi cumpleaños cuando terminé con mi novio quien, hasta ese momento, fue mi gran amor; me dolió y costó mucho superarlo. La frase para ayudarme a salir adelante fue: “Ya no vuelvo a compartirme con quien no me ponga alfombra roja”.

No saldría más con quienes no valoraran mi presencia en su vida. Al darle vueltas al tema de cómo lograrlo, se me ocurrió que mi fiesta de 50 años sería una entrega de premios; la llamé Los 50 apapachos de Mar. Le puse alfombra roja a 50 personas quienes han llenado mi vida de detalles amorosos. Quise reconocer, valorar y agradecer lo que cada uno de ellos aporta a mi vida. Un amigo me dijo cómo parecía una reunión de ángeles, se sentía amor y magia en el ambiente. Todos disfrutamos y caminamos por la alfombra roja.

Pero la vida está llena de sorpresas, unas agradables y otras no tanto. La siguiente semana, mi mamá tuvo problemas de salud, a la semana a mi papá le dio un infarto y a los 15 días tuve el dolor más fuerte al que me he enfrentado: murió mi hermano Jacobo, de 43 años. Más que mi hermano, yo lo sentía un hijo mayor.

No tenía idea de cómo manejarlo, no supe digerirlo, fueron días muy complicados: de silencios, de enojo, de impotencia y frustración. Fluctuaba entre la rabia y la tristeza. Pero hubo algo ahí, antes no lo tenía, algo sin precedentes en momentos de crisis: paz interior.

Alguien me preguntó: ¿Estás bien? No supe contestar, mal no estaba pero, ¿estaba bien? Tardé un mes en descubrir lo que pasaba, en darme cuenta qué me provocaba ese bienestar en medio de la tormenta. Di con la clave después de muchos años de buscarla, de no conocerla, de jurarla aclarada para después decepcionarme, pues no era cierto; era tan fugaz como mis enamorados o enamoramientos. Lo más increíble de esta ocasión fue la paz interior, manifestada con tal seguridad, con tal amor y armonía que llegó para quedarse; por fin la experimenté.

Me di cuenta: es el ingrediente más importante en el bienestar de todos mis días y no me voy a permitir vivir sin ella. Ahí en mi centro, en mi parte más profunda, había paz, coexistiendo con otros sentimientos desagradables.

Verdaderamente cambié yo y la forma en que me afectaban los sucesos en mi vida. El amor a mí misma floreció y con él apareció el fruto tan deseado, ahora podía disfrutarlo.

Esta es la razón principal por la que decidí escribir este libro, transmitir a quien lo lea mis pasos para lograr sentirme bien conmigo y con mi entorno.

Pérame tantito es una guía para empezar a amarte, respetarte y aceptarte tal cual eres; preocupaciones muy comunes en esta época, las tenemos todos sin importar edad, sexo, nacionalidad o condición social. A la mayoría nos cuesta trabajo hacerlo; quererte a ti mismo es más fácil de lo imaginado, sólo necesitas el “cómo”, paso a pasito.

Te llevaré a un viaje de 12 capítulos cortos, facilmente leíbles en una tarde. Comienzo compartiendo mi historia, ni más ni menos dramática que la de algunos de ustedes, pero lo hago para narrar los eventos que marcaron quién soy.

Espero disfrutes la lectura y encuentres lo que estás buscando.

CAPÍTULO 1

MEXICANA EN EL EXILIO

Nací en Hermosillo, Sonora. Mi papá era un político muy prometedor y tenía la esposa perfecta para lo que necesitaba.

Soy la más grande de tres hermanos, por lo tanto, se esperaba mucho de mí. Papá era mi adoración, mis primeros tres años de vida transcurrieron entre mítines políticos, campañas y adultos partidistas.

Seguramente yo tenía muy mal carácter, pues cada vez que no sonreía o no me portaba como una “señorita” de tres años debía hacerlo, mi mamá me llevaba al baño a darme unas nalgaditas para que sonriera. Se imaginarán que no dejé de sonreír nunca más y durante muchos años tuve estreñimiento porque no quería pasar más tiempo del necesario en el baño.

Contrario a lo pensado por muchos acerca de la vida tranquila y sin preocupaciones de los hijos de políticos en nuestro país, yo sufría de distintas maneras: padecía dolores de cabeza por los peinados tan apretados y restirados y por la incomodidad de andar para arriba y para abajo en un mundo de adultos.

Algunas veces doña Esther, esposa del entonces presidente, llegó a cuidarme e incluso a cambiarme el pañal. También recuerdo por las noches pedirle a Dios hacerme buena, para que ya no me pegaran.

¿Qué sucedió? Me convertí en la hija perfecta. Hice un arte en aquello de transformarme en la persona necesitada para darles gusto y sentirme amada o, por lo menos, útil.

Cuando nació mi primer hermano pensé que no compartía responsabilidades conmigo; por el contrario, lo sumé a mis responsabilidades. Crecí creyendo que mi papá, más que político, era tipo James Dean o George Clooney; un día me llevó al colegio y las niñas de prepa se salían por las ventanas para gritarle como si fueran fans de una estrella de cine o groupies de un rockero. Nunca más quise su compañía en mi colegio.

Mi mamá era una mujer muy hermosa y de salud delicada. Me parece, sus prioridades durante muchos años, fueron su belleza física y mi papá, antes que su salud.

Para estos momentos, sentía que la cigüeña se equivocó; algo así como con Dumbo, todos eran iguales y estaban a gusto, querían que yo fuera igual, pero me sentía completamente diferente, yo no encajaba ahí, no me sentía parte de ese mundo. Cuando mis primas o mis amigas hablaban de su casa o de su coche se referían a eso como “mi casa” o “mi coche” y cuando yo llegaba a decir “mi algo” me corregían diciendo “No, eso no es tuyo”, era del gobierno. Una vez, totalmente desesperada le pregunté a mi mamá: “¿Entonces qué sí es mío?” Ella contestó: “Tu hermano, tu papá y yo, sólo eso”. ¿Pero cómo? ¡Si eso lo comparto con el Estado!

Desconcertada, necesitaba encontrar algo paralelo para ayudarme a entender qué hacía ahí o simplemente para ayudarme a estar ahí, sin sentirme tan mal conmigo misma por no apreciarlo. Me di cuenta cómo lo que sí era mío, no era suficiente para sentirme bien.

Una vez, mamá me pidió acompañarla a ver a su tía quien tenía fama de sanar con las manos; eso fue para mí el principio del viaje para convertirme en un instrumento de sanación.

Llegamos a casa de Marcela, mi tía abuela, una mujer con una dulzura hipnotizante, unos ojos azul profundo, los cuales transmitían paz. Se sentía muy bien junto a ella, su casa estaba llena de vida, de gente y de olor a tortillas de harina recién hechas.

Con una dulzura infinita tomó mis manos y me dijo que me enseñaría a pasarle energía a mi mamá, a sanarla. Sentí mis manos transformarse en una vasija llena de sensaciones desconocidas, pero tranquilizantes, y esa energía debía pasarla a mi mamá; así lo hice durante muchos años, como si fuera lo mas normal que una niña de mi edad curara con las manos.

Un día todo cambió. Mi papá tuvo una discusión con el presidente de la República y de ser el consentido, pasó a ser el perseguido; tuvo que salir del país. Mi mamá esperaba a su tercer hijo y no pudimos irnos con él hasta el nacimiento del bebé.

Por esa época empecé a recibir “visitas” que sólo venían a verme a mí, una especie de “presencias” percibidas solamente por mí. Traían mensajes, todo estaría bien, y me pedían confiar. Siempre llegaban en forma de personas quienes me transmitían amor; estaba convencida que venían de parte de Dios para darme paz.

Mientras se acercaba el parto de mi hermano, estuvimos vigilados en todos los sentidos. Por un lado, había escoltas para cuidarnos a nosotros y por otro lado para dar con el paradero de mi papá, pues le giraron una orden de aprehensión.

Nuestros teléfonos y los de nuestros familiares y amigos estaban intervenidos; yo nunca estaba sola. De ser la hija de un gobernador muy accesible a todos quienes quisieran acercarse a platicar, pasé a estar en una burbuja impenetrable, a menos de pasar el “control de seguridad” y aprobación de Chencho, nuestro chofer, nano y escolta. Nadie se daba cuenta como yo empezaba a leer y por todas partes leía que mi papá era un asesino o un ladrón.

Un día, al bajarme del coche, se me acercó una viejita caminando muy lentamente. Yo esperaba que Chencho la quitara; mis ojos iban de Chencho a la viejita y de la viejita a él. Ella cada vez estaba más cerca de mí hasta que me tomó del brazo para decirme cómo mi padre era un hombre bueno, que no hiciera caso de lo que oía o leía, todo se aclararía tarde o temprano. No sé cuánto duró esa conversación, pero Chencho nunca la vio. Todo el que se acercaba, lo quitaba, aunque lo conociera; en esa ocasión sólo estaba preocupado en apurarme, pues mi mamá me esperaba dentro de la casa.

En ese momento entendí: no todo lo que yo veía lo veían los demás. Y, por la paz que sentía en esos momentos, sabía no era algo malo, eran momentos muy míos, regalos incompartibles con nadie, eso lo tenía muy claro. Estaba segura que si lo platicaba, me regañarían.

Mi hermano Jacobo nació casi asfixiado por su cordón umbilical. No podía viajar, no sabíamos si sobreviviría; lo metieron en la incubadora. Mis padres decidieron dejarlo con mi abuela Cata y nosotros iríamos donde estaba mi papá. Ese fue mi primer dolor profundo, mi alma se partía en dos, un pedacito iba conmigo y otro se quedaba con mi hermano recién nacido, con miedo a verlo por última vez.

Nuestro exilio lo viví con la incertidumbre del tiempo y espacio, consciente del peligro constante. De los días más felices recuerdo a mi hermano Jacobo y mis abuelos llegando a reunirse con nosotros: ¡él estaba bien y sano!

Por fin empecé a disfrutar mi vida en el extranjero, nos fuimos a Madrid. Estábamos todos juntos y ser “la mexicana” de mi colegio me gustó; ahí era yo, no la hija de mis papás. Nadie tenia idea de nada de mi vida, era muy divertido poder ser yo, ser como se me antojara, por lo menos en el colegio. Cuando algo no les parecía a las religiosas Hijas de Jesús y María Virgen, escuchaba: “¡Mexicana!” Grito casi siempre acompañado de un tortazo en mi mejilla derecha, esta se quedaba impregnada durante horas con olor a Nenuco, colonia sumamente popular en esos lugares.

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€5,99
Altersbeschränkung:
0+
Umfang:
51 S. 2 Illustrationen
ISBN:
9781734568080
Rechteinhaber:
Bookwire
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