Educar a los niños desde el corazón

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Educar a los niños desde el corazón
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EDUCAR A LOS NIÑOS

DESDE EL CORAZÓN

Ser padres según la

Comunicación NoViolenta

Algunas ideas prácticas para aplicarla Comunicación NoViolenta en la educación

Marshall B. Rosenberg


© de la edición en castellano:

2018 EDITORIAL ACANTO S.A.

Comtes Alba de Liste 8 - 08188 Vallromanes

Barcelona - Tel. 935 729 701

www.editorialacanto.com

Título de la edición original: Raising Children Compassionately

© 2005 PuddleDancer Press

Traducción: Noelia Jiménez Díaz

Diseño y maquetación: Estudi Gràfic Vicenç Prims, SL

Revisión del contenido:

Helen Adamson. Formadora en CNV certificada

por The Center for Nonviolent Communication

www.compartirlacnv.com

Pilar de la Torre Calvo. Formadora en CNV certificada

por The Center for Nonviolent Communication

www.comunicacionnoviolenta.com

ISBN: 978-84-15053-98-9

Depósito legal: B 27611-2018

Impreso en España

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra: www.conlicencia.com, 93 272 04 47 / 91 702 19 70

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

MI PROPIA CONCIENCIA

NUESTRA EDUCACIÓN COMO PADRES

LAS LIMITACIONES DE LA COACCIÓN Y EL CASTIGO

UNA CIERTA CALIDAD DE CONEXIÓN

LAS LIMITACIONES DE LAS RECOMPENSAS Y LOS PREMIOS

TRANSFORMAR SU COMUNICACIÓN HABITUAL

LA GUERRA DE LAS TAREAS

AMOR INCONDICIONAL

PREPARAR A NUESTROS HIJOS

EL JUEGO DEL CAPITÁN

EL USO DE LA FUERZA

COMUNIDADES DE APOYO

El proceso de comunicación de la CNV en cuatro partes

Algunos sentimientos que todos tenemos

Algunas necesidades básicas que todos tenemos

Sobre la Comunicación NoViolenta

Sobre PuddleDancer Press

Sobre el Center for NonViolent Communication

Noviolencia

Elegimos escribir noviolencia en una sola palabra porque, lejos de ser la mera ausencia de violencia, se refiere a una fuerza inusual*; según Gandhi** la más potente que posee la humanidad. Considero que el término noviolencia ha sido a menudo malinterpretado e incluso olvidado en Occidente.

Michael Nagler explica que esta fuerza fue descrita por los Rishis —los antiguos sabios de la India— en los Upanishads como ahimsa. Significa literalmente “la intención de no herir”, y constituye en realidad un concepto en positivo igual que otras palabras en sánscrito, como por ejemplo avera, literalmente “no-odio” que significa “amor”. Para mayor claridad, Gandhi añade a ahimsa la palabra satyagraha: la fuerza del alma y la verdad.

Me parece que a tal fuerza se accede no con una intención momentánea, sino tomándola como un camino de vida, con un compromiso interno firme. Experimentar esta fuerza alimenta la confianza y la determinación. La noviolencia no es un aprendizaje intelectual, sino del corazón.

Tal como Gandhi, Lanza del Vasto, Martin Luther King, Nelson Mandela ymuch@s otr@s consiguieron una transformación de sí mismos y de su entorno, Marshall Rosenberg nos ofrece un sendero bien señalizado para aprender ahimsa (noviolencia) que me atrevo a definir como el camino de unión con la fuerza del alma a través del uso del coraje, el amor y la verdad*** con el fin de proteger y cuidar todas las formas de vida.

Fuentes:

* MICHAEL NAGLER: Is There No Other Way?, Berkeley Hills Books, 2001.

** MAHATMA GANDHI: Autobiografía. La historia de mis experimentos con la verdad, Ediciones Aura, Barcelona 1991

*** MIKI KASHTAN

Nota de Niels Janssen a la edición española

INTRODUCCIÓN

He ofrecido formación en Comunicación NoViolenta a padres durante treinta años. Me gustaría compartir algunas de las cosas que me han ayudado a mí y a los padres con quienes he trabajado, así como algunos conocimientos que he adquirido gracias a mi maravilloso y desafiante oficio de padre.

En primer lugar, me gustaría llamar la atención sobre el peligro que entraña la palabra “niño” o “hijo”, si permitimos que se aplique a los niños una calidad de respeto distinta a la que ofreceríamos a cualquier persona a la que no etiquetamos como tal. Permítame explicarle a qué me estoy refiriendo.

En los talleres para padres que he impartido a lo largo de los años, muchas veces he comenzado por dividir a los participantes en dos grupos y pedir a cada grupo que trabaje en una sala diferente. Entonces, les encomiendo a todos la tarea de escribir en una hoja grande de papel un diálogo entre ellos y otra persona en una situación de conflicto. Planteo a ambos grupos de qué trata el conflicto y luego ellos elaboran el diálogo. La única diferencia entre un grupo y otro es que a un grupo le digo que la persona con quien tienen el conflicto es su hijo y al otro grupo le digo que esa persona es su vecino.

Después de la actividad, volvemos a reunirnos todos y observamos las dos hojas de papel en las que se perfila el diálogo que los grupos imaginan que tendrían en la situación dada, en un caso pensando que la otra persona es un niño y, en el otro, pensando que es su vecino. No permito que los grupos hablen entre sí, de modo que todos piensan que la situación sobre la que han trabajado es la misma.

Después de echar un vistazo a los diálogos escritos por ambos grupos, les pregunto si encuentran alguna diferencia en lo que se refiere al grado de respeto, empatía y comprensión presente en cada diálogo. Siempre que he hecho esto, el grupo que ha elaborado el diálogo pensando que la otra persona era su hijo ha sido considerado por todos como menos respetuoso y menos empático en su comunicación que el grupo que elaboró el diálogo pensando que la otra persona era su vecino. Esto revela a los participantes, de una manera dolorosa, lo fácil que es deshumanizar a alguien por el simple hecho de pensar en él o en ella como “su hijo”.

MI PROPIA CONCIENCIA

Un día tuve una experiencia que me hizo tomar verdadera conciencia de lo peligroso que es pensar en las personas etiquetándolas como niños. Esta experiencia tuvo lugar un fin de semana en el que había estado trabajando con dos grupos: una banda callejera y un departamento de policía. Estuve mediando entre ellos. Se había dado una considerable violencia entre ambos grupos y me pidieron que hiciera de mediador. Ese fin de semana, después de pasar mucho tiempo con ellos, lidiando con la violencia que ejercían los unos contra los otros, me encontraba exhausto. Y, mientras conducía de camino a casa después del trabajo, me dije a mí mismo que no quería estar en medio de otro conflicto nunca más en mi vida.

El caso es que, cuando entré en casa, mis tres hijos estaban peleándose. Expresé mi dolor de la forma que proponemos en Comunicación NoViolenta. Les dije cómo me sentía, qué necesitaba y cuál era mi petición. Lo hice de la siguiente manera. Primero grité: “¡Escuchando vuestra pelea, me siento extremadamente tenso! Tengo una verdadera necesidad de paz y de silencio después del fin de semana que he pasado. ¿Estaríais dispuestos a darme ese tiempo y ese espacio?”.

Mi hijo mayor me miró y me dijo: “¿Te gustaría hablar de ello?”. Entonces, en ese momento, yo le deshumanicé en mi pensamiento. ¿Por qué? Dije para mis adentros: “¡Qué majo! Mira a este niño de nueve años, cómo intenta ayudar a su padre”. Si se fija bien, se dará cuenta de que yo estaba descartando su oferta debido a su edad, porque le había etiquetado como “niño”. Afortunadamente, me percaté de lo que estaba sucediendo en mi cabeza. Tal vez fui capaz de verlo más claramente gracias al trabajo que había estado haciendo con la banda callejera y la policía, que me hizo ver lo peligroso que es pensar en las personas en términos de etiquetas en lugar de tener presente su humanidad.

 

De modo que, en vez de verle como un niño y pensar “qué majo”, lo vi como un ser humano que estaba ofreciendo ayuda a otro ser humano al ver que sufría, y le dije en voz alta: “Sí, me gustaría hablar de ello”. Entonces, los tres me acompañaron a otra habitación y me escucharon mientras abría mi corazón y expresaba lo doloroso que había sido para mí ver a personas que podían llegar al punto de querer hacerse daño unas a otras simplemente porque no les habían educado para ver la humanidad en los demás. Después de hablar de ello durante 45 minutos me sentí de maravilla y, si no recuerdo mal, acabamos poniendo música y bailando como locos durante un rato.

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