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Juan XXIII

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Diario del alma

Juan XXIII


Introducción

La mejor lección espiritual de Juan XXIII, un Papa inolvidablemente bondadoso, es la evocación de su vida tal como resulta de su Diario del alma, documento excepcionalmente auténtico. Hay una razón importante y fundamental. El lector capta rápidamente que, bajo pensamientos tan henchidos de serenidad espiritual, sigue latiendo el alma de un Papa cuyo recuerdo permanece vivo.

La elección del hasta entonces conocido como Ángel José Roncalli (1881-1963) como Sumo Pontífice fue una sorpresa para muchos. Su pontificado (1958-1963) aún lo sigue siendo para todos por el inagotable mensaje de su bondad y por el milagro de su sencillez evangélica, que lo convirtió en uno de los Papas más queridos del siglo XX y de la historia de la cristiandad. Juan XXIII necesita pocas presentaciones. Pero quien se disponga a escribir sobre el Papa bueno y su actividad, es obvio que deberá tener en cuenta sus escritos, especialmente los más íntimos, sobre todo su diario. Diario del alma se publicó por primera vez a los pocos meses de su muerte, ofreciéndonos en todas sus páginas, íntimas y transparentes, toda una serie de notas espirituales, más aún, la vida entera de un sacerdote llegado a Papa.

1. Breve biografía

Ángel José Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, localidad cercana a Bérgamo. Tercero de diez hijos de Juan Bautista Roncalli y Ana María Mazzoli, matrimonio de campesinos humildes y de sólida piedad popular, que transmitieron a sus hijos. Ángel comenzó su formación en la escuela elemental de su localidad, y continuó como pupilo del párroco de Carvico y alumno del colegio episcopal de Celana. A los doce años, en 1892, fue admitido en el seminario de Bérgamo. Dos años después, a una edad insólita incluso para su época, recibió la tonsura. A los quince años anotó en un diario su evolución espiritual, algo que casi nunca interrumpió, y cuya lectura permite conocer su evolución espiritual a lo largo de toda su vida. En septiembre de 1900 se trasladó a Roma, donde continuó su formación sacerdotal, interrumpida entre 1901 y 1902 por el servicio militar. El 13 de junio de 1903 obtuvo el doctorado en teología, grado que alcanzó con la presencia en el tribunal de E. Pacelli, futuro Pío XII. El 10 de agosto de 1904 fue ordenado sacerdote.

El joven sacerdote Roncalli fue designado, en 1905, secretario del obispo de Bérgamo, Mons. Giacomo RadiniTedeschi, con el que permaneció hasta su muerte, en 1914. En Radini encontró un pastor comprometido sin reservas con los más desfavorecidos que impulsó la participación de los católicos en la vida política de su país. Durante varios años, Roncalli simultaneó su labor de secretario con la de profesor de historia eclesiástica en el seminario de Bérgamo. Al estallar la I Guerra mundial, se incorporó y estuvo en el frente, primero como sargento en el cuerpo de sanidad militar, y como capellán castrense, con el grado de teniente, a partir de marzo de 1916. Después de la guerra regresó a Bérgamo, donde fundó la Casa del Estudiante, para acoger a muchachos provenientes del medio rural que acudían a la ciudad para estudiar, y se encarga de la dirección espiritual del seminario. En diciembre de 1920 fue llamado a Roma por la Congregación de Propaganda fide, presidida por el cardenal Von Rossum, quien le nombró secretario de la Congregación para Italia. En 1921 fue nombrado prelado doméstico por Benedicto XV. Por motivo de su cargo, tenía que visitar a todos los obispos italianos, lo que le proporcionó un profundo conocimiento de la situación de la Iglesia en Italia.

El 19 de marzo de 1924 Pío XI le consagró obispo y le nombró visitador apostólico en Bulgaria, país de mayoría ortodoxa, en la que tuvo que dirimir varios asuntos bastante conflictivos. En noviembre de 1934 fue nombrado administrador apostólico del Vicariato de Constantinopla y Estambul, en un contexto islámico en vías de laicización, y regente de la delegación apostólica para Grecia, un país en conflicto permanente con Turquía por cuestiones territoriales y con pésimas relaciones con la Iglesia católica, y en el que tuvo ocasión de ahondar en su conocimiento del mundo ortodoxo. En estos dos países logró acortar en cierto modo las enormes distancias existentes entre el Vaticano y las jerarquías ortodoxa y musulmana.

El 6 de diciembre de 1944, cuando contaba sesenta y tres años, Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París, cargo que hubo de ocupar inmediatamente. Sucedía a Mons. Valeri, rechazado por De Gaulle por haber colaborado con el gobierno de Vichy. Otra vez tuvo que hacer frente a situaciones delicadas, que supo resolver con su peculiar estilo, lleno de humanidad y en ocasiones alejado del protocolo diplomático. Su intervención hizo que, de los ochenta y siete prelados acusados de colaboracionismo por el gobierno, finalmente sólo tres fueran removidos de sus sedes. En 1953 Roncalli recibió el birrete cardenalicio y el nombramiento de patriarca de la diócesis de Venecia. Durante los seis años que permaneció en la diócesis, ejerció fielmente como pastor: bendijo templos, celebró la visita pastoral a toda la diócesis, impulsó el sínodo diocesano, presidió varias peregrinaciones diocesanas. Una de ellas, a Lourdes, celebrada en julio de 1954, le llevó también a algunos de los centros de espiritualidad y peregrinación más importantes de la geografía española: Loyola, Javier, Begoña, Comillas, Covadonga, Mondoñedo, Santiago de Compostela, Salamanca, Alba de Tormes, Zaragoza y Montserrat. Volvió a Lourdes en marzo de 1958 para consagrar el templo de San Pío X, y viajó también a Fátima, en mayo de 1956, para representar al Papa en la celebración del XXV aniversario de la consagración de Portugal al Corazón Inmaculado de María; a Beirut, Líbano, como legado pontificio para presidir el Congreso Nacional Mariano, y a otros centros de peregrinación marianos, como Einsiedeln, Mariazell o Czestochowa. Solía pasar sus vacaciones en Sotto il Monte, su tierra natal y en la que sus hermanos seguían trabajando.

2. Bibliografía

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3. Juan XXIII

Al morir Pío XII, el cardenal Roncalli se desplazó a Roma para participar en el cónclave. El cuarto día del mismo, el 28 de octubre de 1958, a los setenta y siete años de edad, fue elegido Papa. Adoptó enseguida el nombre de Juan, el más común entre los Papas, un nombre muy querido por él, ya que así se llamaba su padre. Su edad hacía pensar en un Papa de transición y presagiaba un pontificado breve. No obstante, su pontificado fue intenso y renovador, supuso el tránsito hacia una Iglesia más abierta a la humanidad y sensible a los signos de los tiempos, y trazó senderos que sus sucesores ya no podrían ignorar. Ya en la encíclica inaugural de su pontificado dibuja las líneas maestras del mismo, proponiendo al mundo la búsqueda de la verdad, la unidad y la paz.

La iniciativa fundamental de Juan XXIII fue, sin duda, la convocatoria de un concilio ecuménico, idea que anunció el 25 de enero de 1959. Pero ya antes había sorprendido a todos con una serie de medidas que preparaban el concilio y suponían una renovación de la Iglesia. El 17 de noviembre de 1958 nombró Secretario de Estado, cargo que llevaba vacante catorce años, al cardenal Tardini. El 15 de diciembre de 1958 elevó al rango cardenalicio a veintitrés nuevos cardenales, trece de ellos italianos, superando el número de setenta que Sixto V había establecido en 1586. Entre los nuevos cardenales estaba su sucesor en Venecia y el arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini, que sería su sucesor en el pontificado. Al año siguiente nombró ocho cardenales más, y otros diez en 1960, entre ellos, por primera vez en la historia de la Iglesia, un japonés, Peter Tatsuo Doi, un filipino, Rufino J. Santos, y un africano, el cardenal de Tanzania, Mons. L. Rugambwa. El Papa, consciente de los nuevos y graves asuntos en el gobierno de la Iglesia, quiso con esto demostrar su universalidad y testimoniar su juventud y su vitalidad.

El anuncio del concilio en 1959 había sido acogido con frialdad por parte de la curia, que daba por sentado que la época de los concilios había pasado, sobre todo desde la declaración de la infalibilidad del Papa. La diversidad de matices en el enfoque del Concilio entre la curia romana y los obispos se confirmó en 1962, cuando comenzó la primera sesión. Los debates desembocaron en la conclusión de que el tema central tenía que ser la Iglesia, y de que había de tratarse también de la Iglesia en el mundo. Algo que coincidía con lo que había señalado Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio: una orientación abierta y optimista, en desacuerdo con los profetas de calamidades, que manifestaba más el deseo de no condenar, de ayudar a los hombres con una exposición más actualizada y comprensible de la doctrina de Jesucristo. Una semana antes, Juan XXIII sorprendía a todos con una peregrinación a Loreto y a Asís, para orar allí por el éxito del concilio. Era la primera vez, desde Pío IX, que un Papa salía de la ciudad de Roma.

El 13 de mayo de 1961 promulgó su primera encíclica, Mater et magistra, uno de los más importantes documentos de la doctrina social de la Iglesia. En este documento el Papa clarificó la misión de la Iglesia, que no es sólo atender a los fieles, sino también pronunciarse en favor de la evolución de los pueblos. Con referencias específicas a la encíclica Rerum novarum, de León XIII, el Papa indicaba las urgentes necesidades espirituales y materiales de un mundo transformado económica y socialmente, caracterizado por los desequilibrios, las discriminaciones y las injusticias.

El ecumenismo es otra de sus grandes líneas de acción. El anuncio de la convocatoria del Concilio coincidió en el tiempo, y no de una manera casual, con la semana de oración por la unidad de los cristianos. La acogida entre las iglesias cristianas fue muy favorable, a juzgar por la cantidad e importancia de las delegaciones enviadas al Concilio como observadoras. Pero ya había obtenido buenos frutos antes de la inauguración del Concilio: el 1 de diciembre 1960 Juan XXIII recibió una visita que despertó gran interés y avivó no pocas esperanzas, habida cuenta de que era la primera que se producía desde la separación: el arzobispo anglicano de Canterbury, G. F. Fisher. El encuentro, a pesar de su sencillez y de la ausencia de contenidos de particular interés, supuso la transición de una era de hostilidad hacia una etapa de convergencia.

A esta visita siguieron otras: seis meses después, el 5 de mayo de 1961, recibía en visita oficial a la reina Isabel II y a su esposo, el duque de Edimburgo. El moderador de la Iglesia presbiteriana de Escocia, Archibald C. Craig, fue recibido por el Papa en 1962; también recibió en audiencia al presidente de la Iglesia episcopaliana de Estados Unidos. La creación de un Secretariado para la Unión de los Cristianos fue, sin duda, un paso importantísimo en favor del ecumenismo. Al frente del Secretariado puso al cardenal Bea, jesuita, antiguo rector del Instituto Bíblico y confesor de Pío XII. Sin duda su actividad fue clave en el acercamiento entre las Iglesias e influyó decisivamente en el desarrollo del Concilio.

En su relación con el judaísmo, Juan XXIII suprimió, en los oficios del Viernes Santo de 1959, el adjetivo perfidis atribuido a los judíos: pro perfidis Iudeis. Este simple hecho suscitó en el corazón de los judíos nuevas esperanzas para una era de comprensión y tolerancia. En junio de 1960 recibió en audiencia al representante judío Jules Isaac, al que el Papa invitó a ponerse en contacto con el cardenal Bea para futuras colaboraciones.

El 11 de abril de 1963, Jueves Santo, Juan XXIII publicó la última y más famosa de sus encíclicas, Pacem in terris. Tenía la novedad de estar dirigida no sólo a los obispos, al clero y a los fieles católicos, sino también, y por primera vez, a todos los hombres de buena voluntad. La encíclica era una invitación a no escudarse en los egoísmos nacionales y en las rígidas posiciones y a afrontar, en un espíritu de colaboración, los problemas cruciales del hambre, de la justicia y de la paz. En la primavera de ese mismo año, y en reconocimiento a su actividad a favor de la fraternidad entre los hombres y entre todos los pueblos y por sus recientes intervenciones en el plano diplomático, le fue concedido el Premio Balzan de la Paz. El Papa donó inmediatamente la cuantía económica del premio, ciento cincuenta millones de liras, a la Fundación Premio Internacional de la Paz Juan XXIII, constituida ese mismo año con el deseo de que se establezca entre los hombres la paz con la convivencia en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

La idea de la puesta al día, del aggiornamento, el propósito más claro del Concilio, está presente en todas sus actuaciones y enseñanzas. Favoreció una nueva visión de la Iglesia, visión que la dotó de un empuje y una vitalidad renovados, como servidora y amiga de los hombres, atenta a los signos de los tiempos, administradora de la misericordia divina, inspirada para su ministerio pastoral en la fraternidad y en la comunión. Hizo de la Iglesia presencia y servicio en el mundo de hoy, y acertó a hacer también de su misma persona presencia y servicio. En todos los actos de su gobierno se mostró un hombre lleno de fe y de inteligencia cristianas. Practicó siempre las obras de misericordia y afirmó, con energía y claridad, el derecho a la propiedad, al trabajo, a la educación, a la seguridad social, a la igualdad racial y al mantenimiento de la propia individualidad étnica, elementos todos de la dignidad del hombre. Testigo de dos guerras mundiales, fue un entusiasta defensor de la paz como valor supremo, de la libertad y de la independencia de los hombres y de los pueblos.

4. Diario del alma

Loris Francesco Capovilla, su secretario, editó y prologó, pocos meses después de su fallecimiento, Il giornale dell´anima e altri scritti di pietà, recopiló las Cartas a sus familiares y publicó la biografía de Juan XXIII. Él ha sido sin duda alguna quien más ha contribuido a conocer la persona y la espiritualidad de uno de los hombres más importantes de la historia de la Iglesia del siglo XX. Trece ediciones ha publicado San Paolo Italia de Il giornale dell´anima, la mejor lección, la más íntima y personal, del Papa bueno.

La presente edición de Diario del alma reproduce básicamente, con pequeños retoques y ligeras reducciones de algunos párrafos, el texto original italiano, reeditado ahora por SAN PAOLO, Milán, con motivo de la beatificación de Juan XXIII en el Gran Año Jubilar. Nuestra edición, con el deseo de que un libro de tan formidable testimonio espiritual se lea con facilidad y siga haciendo gran bien a las nuevas generaciones que meditan y oran en castellano, se ha permitido modernizar un poco su lenguaje, suprimir la mayor parte de las citas y referencias en latín, procurando que se pueda seguir con facilidad el pensamiento del seminarista, del sacerdote, del obispo, del cardenal y también del papa Juan XXIII.

La revisión del texto original italiano y la modernización del lenguaje se han hecho procurando no atentar para nada contra el contenido de lo que Juan XXIII quiso transmitir en sus cuadernos de apuntes, no siempre fáciles de leer e interpretar. La otra novedad que lleva esta edición es la división de toda la obra en nueve partes, proponiéndole al libro unos títulos más breves y una división en partes, epígrafes y subepígrafes, que dejen ver la trama del discurso autobiográfico.

Los últimos meses de la vida de Juan XXIII, minada ya por un mal incurable y doloroso, fueron los más intensos de su actividad y testimonio. Tras una larga y penosa agonía, murió el 3 de junio de 1963. Ningún Papa ha sido tan llorado al morir: multitud de banderas ondearon a media asta, entre ellas la de la ONU y la del palacio primado anglicano; la jerarquía de las distintas iglesias cristianas, así como del judaísmo, el islam y el budismo, hicieron sentidas declaraciones; el luto fue generalizado en Italia. Juan XXIII fue sepultado en las grutas vaticanas, cerca de la tumba de Pío XII. En 1965 Pablo VI introdujo su causa de beatificación, definitivamente fijada por Juan Pablo II para el 3 de septiembre de 2000.

Los lectores de lengua española disponen ya, ahora en la colección MAESTROS, de un documento excepcionalmente auténtico. Al leer Diario del alma se capta que, bajo pensamientos tan henchidos de serenidad espiritual, sigue latiendo el alma de un gran Papa cuyo recuerdo permanece vivo en los albores del Tercer Milenio de la cristiandad.

Juan Antonio Carrera, SSP

Madrid, 29 de junio de 2000

Solemnidad de los santos apóstoles

Pedro y Pablo

Diario del alma

Ejercicios y notas espirituales

(1895-1963)

1 En el seminario de Bérgamo (1895-1900)

1895

Reglas de vida que deben observar los jóvenes que desean hacer progresos en la vida de piedad y de estudio

Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud. El primer y principal fundamento radica en escoger un director espiritual de los más ejemplares, prudentes y doctos, tener con él una confianza total y depender en todo de él, de sus consejos y su dirección con plena confianza.

Todos los días: 1. Hacer al menos un cuarto de hora de oración mental por la mañana, inmediatamente después de levantarse; 2. Oír, o mejor ayudar, la santa misa; 3. Hacer un cuarto de hora de lectura espiritual; 4. Por la noche, antes de acostarse, hacer examen general de conciencia, con el acto de contrición, y preparar los puntos para la meditación del día siguiente; 5. Antes de la comida o de la cena, o al menos antes del examen general de la noche, hacer otro examen particular sobre algún vicio o defecto para corregirlo, o sobre alguna virtud para adquirirla; 6. Ser diligente en la Congregación los días de fiesta, en clase y en los círculos los días de trabajo, y dar siempre el tiempo conveniente al estudio en casa; 7. Visitar al Santísimo Sacramento, así como alguna iglesia o capilla dedicada a la Santísima Virgen, al menos una vez; 8. Rezar cinco padrenuestros y avemarías a las llagas de nuestro Señor Jesucristo entre las dieciocho y las veintiuna horas, y hacer al menos tres actos de mortificación en honor de la Virgen María; 9. Rezar las demás oraciones vocales y otras devociones ordinarias a la Virgen María, a san José, a los santos patronos y a las almas del purgatorio; pero estas devociones deberán ser aprobadas por el director, lo mismo que los libros para la meditación y la lectura espiritual; 10. Leer con atención y reflexión un capítulo entero, o al menos una parte, del devotísimo libro de Tomás de Kempis en latín; 11. Para perseverar en la observancia de estas reglas, hacerse una distribución de las horas del día asignando un tiempo determinado a la oración, al estudio, a las otras devociones, al recreo y al sueño, consultando de antemano al director; 12. Acostumbrarse a elevar con frecuencia la mente a Dios, con breves, pero fervorosas jaculatorias.

Cada semana: 1. Confesar y comulgar; 2. Ayunar el viernes y el sábado; 3 En dicho día hacer alguna penitencia, con el consejo del padre espiritual; 4. El mismo día hacer un cuarto de hora de oración o lectura espiritual además de la acostumbrada, y esto, si es posible, retirándose a alguna iglesia. Esto podrá suplirse asistiendo a alguna plática espiritual, o con otra obra de piedad sustituida por el director, según su juicio; 5. Hablar, sentado o dando un paseo con uno o más compañeros, de cosas buenas y espirituales. El tema de la conversación podrá tomarse de la meditación hecha por la mañana, o de la lectura espiritual, o de alguna de estas reglas, comunicándose mutuamente los buenos sentimientos tenidos, o que sean sugeridos entonces por el Señor, a modo de plática familiar; 6. Todos los sábados contar, u oír contar, algún ejemplo o milagro de María Santísima, haciendo sobre él alguna reflexión moral y devota; 7. Presentar siempre las excusas sinceras al director si se falta a alguna de estas reglas; manifestarle también la culpa propia cuando hayan dejado de cumplirse, y pedir alguna penitencia.

Cada mes: 1. Escoger un día de mayor retiro y examinarse con mayor atención sobre la enmienda de los defectos y el aprovechamiento en la virtud y la observancia de estas reglas; 2. Elegir un joven de los más ejemplares y celosos y pedirle que observe bien nuestra conducta, y nos advierta, con sincera caridad, los defectos que vea en nosotros, determinando para ello el día citado o uno de los más próximos; 3. Hecho esto, visitar al padre espiritual y hablar con él sobre esto y otras particularidades que puedan surgir; recibir sus consejos y ser puntual en ponerlos por obra; 4. Tener empeño en que el director conozca las propias faltas; 5. Tener un santo patrono cada mes, además de los otros.

Cada año: 1. Hacer los EE. EE. aquí en el seminario, durante el carnaval o en otro tiempo y lugar, aunque no sea necesario para las órdenes; en caso de existir legítimo impedimento, consultar con el director; 2. En dicho tiempo, o en otro más cómodo, hacer confesión general o anual; 3. Hablar con el director antes de ir de vacaciones y para saber cómo comportarse en ellas; 4. Antes de las mencionadas vacaciones dar a los compañeros y recibir de ellos algún recuerdo, para pasarlas bien en el Señor.

En todo tiempo: 1. Guardarse más que de cualquier gran mal, de los compañeros malos o poco buenos, como son, según se dice, el que tiene en la boca equívocos impuros, palabras sucias, mordaces y groseras; el que se muestra aficionado a tratar con personas de distinto sexo y a hablar de amoríos; el que entra con frecuencia en las tabernas y es inmoderado, principalmente en el beber; el que quiere adquirir fama de hombre vengativo, pendenciero y camorrista; el que pasea o vaga ocioso por plazas y tiendas; el que acude a locales de juego o juega también en privado a las cartas o a los dados, y en general el que da pruebas de ser un joven contrario a la buena disciplina, enemigo del estudio y que sólo piensa en pasatiempos; 2. No tratar nunca, o jugar, o bromear, o permitirse en cualquier otro sentido demasiada familiaridad con mujeres sea cual fuere su condición, edad o parentesco; y no darles nunca la mínima confianza que pudiera ser de alguna manera peligrosa o sospechosa; 3. No jugar nunca a juegos prohibidos ni tampoco a los lícitos, principalmente de cartas o dados, y menos aún en público y donde se reúne toda clase de gentes, ni asistir a ellos como espectador; 4. Por ningún título o pretexto tutear, echar las manos encima, perseguir, dar empujones, golpear a los otros, ni siquiera en broma, ni permitirse otros actos o palabras o gestos de ligereza que engendren desprecio u otro mayor peligro.

5. Tener sumo cuidado en conservar el hermoso lirio de la pureza, y para ello vigilar bien los sentimientos, y especialmente los ojos, no fijándolos nunca en el rostro de las mujeres o en otros objetos peligrosos; y guardarse de comer o beber demasiado o fuera de las comidas, y evitar el ocio; 6. Hacer particular profesión de humildad y para ello reflexionar a menudo en que, por nuestra parte, sólo tenemos podredumbre en cuanto al cuerpo; ignorancia y pecados en cuanto al alma; y que si hay en nosotros alguna cosa buena de naturaleza, fortuna y gracia, es una limosna que Dios nos da. Guardarse, por tanto, de decir palabras en alabanza propia y de desear ser estimados más o igual que los otros; 7. A estas dos virtudes ha de seguir siempre la reina de todas, la caridad; y para el ejercicio de esta virtud servirá principalmente el soportar las injurias y ser fácil y pronto a perdonarlas de todo corazón; ser afable con los pobres; guardarse sobre todo del interés y el deseo de cosas materiales o del excesivo apego al dinero; 8. Pedir al Señor la conversión de los pecadores en general y en particular, y especialmente de los de la Congregación del seminario, si hubiera alguno; y emplear todos los medios que pudieran ayudar a ello, pidiendo consejo, si fuera preciso, en casos particulares a personas discretas y prudentes y al propio director, para corregir con la mayor suavidad y discreción posibles, quitando el mal y el escándalo, sin infamia del malhechor; 9. Antes de salir del seminario, acabados los estudios, pedir consejo al director sobre los cargos y las reglas que habrán de seguirse en el resto de la vida.

Reglas particulares para los jóvenes que visten hábito eclesiástico: 1. El que ha recibido ya el hábito eclesiástico deberá atender con mayor esfuerzo a su propio provecho y a procurar el bien y la salvación del prójimo, como obligación indispensable de este estado.

2. En la ciudad y en el pueblo llevará siempre el hábito largo; en el campo y en los viajes, la sotana corta ha de ser siempre totalmente sinodal y modesta; y también en casa estará siempre con decencia y con su distintivo de eclesiástico.

3. Será limpio, pero sin vanidad en el vestir y en el arreglo de la persona; amará la modestia, la gravedad, el decoro en las funciones sagradas, en las iglesias y sacristías; y para ello procurará conocer bien los sagrados ritos; observará las constituciones eclesiásticas propias de su estado, y profesará particular obediencia a su obispo.

4. Prestará especial atención al estudio, y no saldrá del seminario sin haber terminado los cursos, a fin de hacerse lo más hábil posible para el servicio de Dios y la salvación del prójimo, mediante la predicación, al ministerio del confesonario y otras santas ocupaciones semejantes, a medida de su talento.

5. Nunca ambicionará ni pretenderá puestos o beneficios más honrosos o más pingües o lucrativos, sino que en cosa de tanto relieve y peligro se mantendrá siempre con indiferencia resignado a la voluntad de Dios, al juicio de los superiores y al consejo de su director espiritual. Por eso nunca deberá tener ese fin y esa intención en sus estudios y en las buenas obras, pues perdería todo el mérito y nunca alcanzaría virtud sólida ni esa paz y tranquilidad de ánimo: La paz de Dios que sobrepasa toda inteligencia (Flp 4,7). Paz y misericordia a todos los que vivan conforme a esta regla y al Israel de Dios (Gál 6,16).

Advertencias (al Director). Se recomendará a los eclesiásticos, especialmente a los in sacris, el uso del fajín, advirtiéndoles que este contribuye mucho a la perseverancia y al buen ejemplo; y que es parte del hábito sinodal; antiguamente lo usaban todos, y también hoy lo usan los más ejemplares y observantes, como deben ser todos.

Adiciones: 1. Con ocasión de alguna necesidad particular de alguno, todos deberán orar por él y aplicar una comunión; 2. Cada uno deberá también, al hacer la visita a la Santísima Virgen o en otro tiempo, rezar todos los días por los demás tres avemarías a la Inmaculada Concepción, a fin de obtener y conservar el don importantísimo de la santa y amabilísima pureza, es decir, la castidad; 3. Deberá, incluso el que no es sacerdote, ofrecer una vez al mes la comunión por todos los demás, para que perseveren firmes en la observancia de las santas reglas, en una verdadera devoción para sí mismos, y celo ardiente e incansable por el bien de los demás. Los sacerdotes, por su parte, aplicarán cada año una misa en el día que se les señale para este fin, especialmente por la conservación y buenos progresos, en satisfacción por las culpas de todos y para alcanzar a todos una verdadera contrición de los propios pecados y la salvación eterna; 4. En caso de muerte de alguno, el que no sea sacerdote deberá rezar un oficio de difuntos, oír una misa, rezar una tercera parte del rosario, ayunar un sábado u otro día y ofrecer una comunión, aplicando también una misa lo antes que pueda, y alguna indulgencia.

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