A Dios lo que es del César

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A Dios lo que es del César
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JORGE EDUARDO SIMONETTI

A Dios lo que es del César


Simonetti, Jorge Eduardo

A Dios lo que es del César / Jorge Eduardo Simonetti. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Autores de Argentina, 2021.

300 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-87-1390-8

1. Ensayo Sociológico. I. Título.

CDD 306.6

EDITORIAL AUTORES DE ARGENTINA

www.autoresdeargentina.com info@autoresdeargentina.com La foto de tapa fue tomada por el autor en la plaza de San Pedro, en la ciudad del Vaticano, en abril de 2019 Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723 Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Índice de contenido

Portada

Créditos

Índice

Prólogo

Reflexiones Iniciales

Capítulo I La Iglesia católica en el mundo (primera parte)

Cristinos y católicos

Referencias históricas

Los seis grandes períodos históricos de la Iglesia católica

Capítulo II La Iglesia católica en el mundo (segunda parte)

El regalismo

La Ilustración

La Revolución Francesa y la Restauración

El liberalismo

El mundo del trabajo y la cuestión social

La iglesia católica en el siglo XX

Concilio Vaticano II

La Iglesia del cambio de milenio

Capítulo III Política y Religión

El hecho político y el hecho religioso

Modelos de catolicismo

Capítulo IV Iglesia y Estado

Algunos conceptos

Estado confesional o Estado laico

Capítulo V Iglesia Católica En la Argentina

Período colonial

La revolución y la independencia

La cuestión constitucional

El pensamiento liberal y la Iglesia

Capítulo VI Militarismo, peronismo y catolización

Entre dictaduras y democracia

La Nación Católica en los gobiernos militares

Peronismo e Iglesia

El mito de la nación peronista

Guerrilla, terrorismo, represión e Iglesia

Capítulo VII La Iglesia y la Nueva Democracia

La recuperación democrática

¡Dacci la tua parola, Francesco!

Un papa con pasaporte argentino

Dios y el César (Mateo, 22,21)

El partido clerical

La quinta pata del operativo “lawfare”

Capítulo VIII Educación e Iglesia

Evolución histórica

Período democrático

Mapa de la laicidad educativa

La cultura es la levadura de la libertad

Capítulo IX Recursos Económicos de la Iglesia Católica

Presupuesto público, diezmo y recursos propios

Capítulo X Pobreza e Iglesia

El alcance de la pobreza

Riqueza y desigualdad social

La pobreza en la historia cristiana

La doctrina moral de la pobreza

Mérito y caridad

El mérito, un enemigo del Estado populista

Igualación e igualdad

Capítulo XI Francisco

Política e Iglesia

Francisco y los argentinos

Francisco y el populismo

Un pancho a veces tibio y desabrido

Nuevo revolucionario, ni joven ni proletario (pendejo)

Capítulo XII Iglesia y Abusos

¿Alcanza con pedir perdón?

Una luz al final del túnel

Capítulo XIII La Religiosidad en Números

Reflexiones Finales

Bibliografía

Notas

Sinopsis

Cuando el mundo dejó de girar y sus luces se apagaron, cuando nos ganó la oscuridad, se enturbió nuestra mirada y el alma entró en el cono ensombrecido de la incertidumbre; …en ese instante sentí tu mano que tomaba la mía, seguías ahí, a mi lado, como si nada hubiere ocurrido. Me fortalecí en tus pliegues, descansé en las dársenas de tu puerto seguro. Para ti, Gise, que iluminas mi vida con tu luz

“Hay dos formas de vivir la vida: una, como si nada fuera un milagro; la otra, como si todo lo fuera”.

–Albert Einstein

Prólogo

El autor de la publicación me ha concedido el honor de prologar uno de sus libros, lo que consiento gustoso por la calidad de la obra.

El recorrido recreativo del pasado enlazado con el presente, dan sus frutos en la excelente interpretación del mismo, esa amalgama del hombre político y el religioso, producen efectos diferentes en los tiempos, lineales o cíclicos que aborda el investigador.

Desde los inicios de la humanidad, el ser humano ha enfrentado el dilema de vivir en sociedad con seres diferentes, aceptando la otredad, respetando sus creencias e ideologías, o consumiéndose en un todo regido por dios o dioses generosos e implacables a la vez.

Así, aborda los diversos períodos de las religiones conocidas, bucea históricamente con buen uso de material bibliográfico disponible los encuentros y desencuentros entre las dos espadas, la del emperador y la del papa de los cristianos; antes de ello, con perfecto conocimiento del pasado, abreva en las fuentes primigenias del judaísmo, forjado en doce tribus que muestran variantes desde antaño.

De esa huella gigantesca del monoteísmo hebreo nacerá el cristianismo, fruto de los apóstoles predicadores proselitistas, especialmente de la mano de Pablo de Tarso, hoy conocido como San Pablo, el que escribirá el guión de esa gran empresa institucional que pasará a denominarse Vaticano, al amparo del Imperio romano, pasando los cristianos de ser perseguidos a perseguidores.

 

Nunca fue buena tarea pensar diferente en los tiempos pasados y actuales, desarrolla con mucho tino el fenómeno histórico llevándonos de la mano al escenario del cristianismo dividido y sus crueles guerras religiosas, los tribunales de la inquisición de unos y otros muestran una Europa en llamas, la legislación castellana e hispano americana es un ejemplo de ello, la limpieza de sangre exigía que no hubiera moros ni judíos, todo pensamiento distinto era heterodoxia.

Ese bagaje llega en las naves de Colón para el encuentro de dos culturas, ambas ricas en ciencias, la de América será inferior en armas y terror, la dominación se produce junto a la explotación bajo el signo de la cruz y la espada, más tarde llegarán los esclavos de color oscuro, para posteriormente sumarse los blancos irlandeses (esclavitud blanca).

El inicio colonial de nuestras tierras está impregnado de intolerancia y explotación, asesinatos en masa de originarios que se extenderán hasta nuestros días. Todo ello con excelente desarrollo aborda claramente el autor.

En el período del derecho patrio que abarca de 1810 a 1853, nada cambia, las primitivas constituciones y reglamentos muestran claramente el reconocimiento de la religión católica como única y verdadera, circunstancia que, como veremos, cambian el ropaje pero no los objetivos. Por un lado Corrientes, que en su bandera expresa “Patria, Libertad y Constitución”, por el otro Quiroga, Religión o muerte, esos gritos funestos serán repetidos a lo largo de nuestra historia.

La mejor ocasión para observar este escenario, el debate en la Convención Constituyente de Santa Fe en 1852/ 1853, muestra claramente las posiciones, el culto oficial y la libertad de cultos. Por una parte se toman posiciones como sostener el culto católico, el presidente debe ser católico y los indios deben ser explotados (evangelizados) por el catolicismo. Triunfa la libertad de cultos relativamente, porque registro civil, cementerios, educación permanecen en manos católicas hasta la generación de 1880, la que por ley 1420 dispone la educación laica en los horarios de clases, se secularizan los cementerios, registros civiles, etc.

No obstante, la situación seguirá hasta entrado el siglo XIX. La reacción aparece pronto, a fines del siglo XIX y comienzos del veinte, el terror del socialismo y comunismo nacido al amparo de reclamos de todo tipo en Europa, desde 1840 en adelante y mucho antes en Inglaterra, genera el mito del demonio rojo, el peligro comunista, anarquista, socialista. Pío IX fulmina el modernismo, el liberalismo y todo cuanto encuentra en su camino.

La Argentina poderosa y aluvional con millones de inmigrantes, recibe la democracia relativa con el voto libre, obligatorio, secreto, masculino. El autor con lujo de detalles destaca cada período, las variantes papales y su injerencia de la iglesia católica en el Estado Argentino. En 1930 se produce el quiebre total de la democracia, el uriburismo, la alianza del poder político con la iglesia y dará sus frutos con el levantamiento militar de 1943, en que comienza y se consolida un estado nazi fascista, cooptando la educación, las fuerzas armadas e instituciones civiles, su semilla será una seguidilla de levantamientos de los traidores a la patria (art.29 Constitución Nacional y art.36) que dejarán las secuelas antidemocráticas y totalitarias en las que muchos nos criamos.

Surge de la lectura un profundo análisis de cada período, con lujo de detalles, el mito de la nación católica, el ser nacional, el antisemitismo bullendo en las entrañas del pensamiento integral, con la caída del respeto a los derechos constitucionales y humanos, las terribles tiranías que destruyeron sueños de crecimiento económico, social y político. Este estado de cosas se extiende hasta 1983, gracias a la llegada al poder de Raúl Ricardo Alfonsín, quién como una antorcha de esperanza, recita la constitución nacional, revive las esperanzas perdidas.

No obstante, el totalitarismo enraizado con la presencia de gremios, iglesia católica, civiles emparentados con los anteriores, forjaron en el crisol de la intolerancia un movimiento populista sin límites, tener razón es su derecho, según sus creencias. El gran presidente argentino soportar ataques militares, gremiales, clericales; la amenaza de juicio político por ley de divorcio vincular (la Corte Suprema dispuso antes el divorcio vincular), la excomulgación como última intimidación. La fusión de la iglesia y el Estado varió, pero nunca dejó de estar presente, lo demuestra la ley del aborto actual.

Todo lo narrado está perfectamente desarrollado por el autor, los tremendos costos que los argentinos soportamos para mantener privilegios inconstitucionales de un solo credo. Algo se avanzó con la reforma de 1994, el presidente puede creer en lo que se le ocurra y los originarios, indios, no están sujetos a la evangelización obligatoria, pero quedó la rémora del art. 2 de la Constitución Nacional.

El desarrollo claro y perfecto de lo económico me exime de comentarios, el libro responde todo lo que queda en el tintero, desde la vinculación argentina con el nazismo, a la influencia de jefes vaticanos en la política como el caso de Francisco actualmente, muestran la calidad y excelencia de la obra, se comparta o no con el autor algunas opiniones.

Deja abierta la esperanza de un cambio, si no lo hacemos continuaremos con el cambio de trajes, como en el gato pardo, hagamos como que todo cambia, para que todo permanezca como está.

Es necesario y casi obligatorio leer esta obra, valiente y arrojada, como debe ser quien ejerce el derecho a la resistencia a la opresión, tan antiguo como la humanidad misma hoy consagrado en el art. 36 de nuestra Constitución Nacional.

Los blancos y vacíos que no afronto son a propósito, el autor me exime con su claridad de todo comentario.

Dr. Enrique Eduardo Galiana

Profesor Extraordinario de la Universidad Nacional del Nordeste

A Dios lo que es del César
Reflexiones Iniciales

Éste no es un libro de religión, tampoco de teología ni de historia, no interpela la fe del lector como creyente católico o de otra confesión, no intenta desentrañar los insondables vericuetos de la mente humana con sus convicciones religiosas, con su ateísmo o con su agnosticismo.

Es una obra que tiene el propósito de mostrar la tensión histórica entre dos instituciones que, integradas y conducidas por seres humanos, han producido el hecho incontrastable de la coexistencia permanente, sin que ninguna de las dos pudiera desentenderse definitivamente de la otra ni tampoco imponer sus propias reglas en detrimento de jurisdicciones que se suponen claramente establecidas.

Nos referimos al Estado y a la Iglesia, en este último caso a la católica. En dos mil años, no son muchos los momentos de la historia en que la vida común de las sociedades pudo sustraerse a las consecuencias de una relación a veces carnal, muchas veces conflictiva, varias de confrontación directa.

El Estado, como dispositivo necesario para organizar y arbitrar sobre las condiciones gregarias y sociales del hombre, y la Iglesia como estructura terrena que intenta canalizar orgánicamente las incertidumbres existenciales de la condición humana, están destinados casi fatalmente a la convivencia perpetua.

Tener una casa común, que es el mundo, y un mismo material social, que es el conjunto de personas que lo habitan, los ha colocado en caminos que deberían circular en un mismo sentido, que los debería incluir, pero que muchas veces se presentaron estrechos para transitarlos en perfecta armonía.

Más adelante veremos la consustancialidad humana del hecho político y el hecho religioso. Los dos existen porque somos producto natural de nuestra esencia de seres con conciencia, que no podemos todo, que necesitamos de apoyos que nos faciliten la subsistencia digna y que nos ayuden a transitar hacia dónde sea que esté en definitiva nuestro destino.

El ser humano es consciente de su finitud, sabe que tiene un comienzo y un final en la dimensión terrena. Pero, a la par, no conoce los porqués de su finitud, como tampoco si la misma es absoluta y permanente o existe, en otra parte, en otro lugar, en otro espacio, una prolongación de su ser individual más allá de esta vida.

Esa incertidumbre es, quizás, la razón principal de nuestras cavilaciones siempre inconclusas. Sin embargo, a la par, los bastones que nos procuramos para darle sentido trascendente a nuestra vida, que supere la indignidad inexplicable de la nada, de la oscuridad permanente, de la insubsistencia perpetua, nos han servido para encontrarle algún sentido a lo que no percibimos como condición de nuestra propia naturaleza, ya sea divina o no.

No trato de ingresar, no es el propósito de esta obra ni tengo los elementos suficientes de una pretensa sabiduría en la materia, en el debate nunca concluso de las razones de la existencia humana, de saber si somos producto de la decisión de un ser superior que todo lo creó de acuerdo a su plan, o si provenimos de las causalidades de combinaciones naturales que sólo la ciencia podría explicar, o, finalmente, si apenas constituimos el resultado grandioso de la casualidad.

Cómo sea, no busco internarme en el ámbito constituyente de la vida, pretendo bucear apenas en el terreno de las imperfecciones humanas, en el ámbito constituido de aquello que existe, porque nos fue dado o porque se combinaron factores mensurables de las potencialidades naturales.

Decía yo que, desde los albores de la civilización, los hombres pusieron de manifiesto su instinto gregario, esa natural inclinación a juntarse con otros seres humanos, compartir un espacio común, ayudarse, complementarse, buscar las maneras de calmar las necesidades básicas1.

Sin embargo, no es sólo la indigencia humana la que empuja al hombre hacia los demás, tampoco es únicamente su carácter esencialmente social, es su condición de “zoon politikon”, que sabe expresar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, tener conciencia del bien y del mal.

De tal modo, es el propio hombre el que construye la organización común, que es el Estado, para que arbitre, confiera normas, legalice legitimidades y castigue desvíos.

Pero, como dije, no sólo tiene el hombre una razón utilitaria en su vida, también necesita de una fuerza espiritual que motorice sus potencialidades, confiera el significado trascendente a su existencia y sustento moral a su conducta.

Allí aparece, ante la pretensión de la trascendencia, la búsqueda de mayores razones para el hecho inexplicable de la vida. Y esta necesidad es tan vieja como la humanidad misma.

Y así como teorizamos acerca de la constitución del Estado como consecuencia necesaria de la existencia del hecho político, también es posible hacerlo con la constitución de la Iglesia como resultado incontrastable del hecho religioso.

En otros tiempos, el Estado tenía una cara mirando hacia arriba, a un ser superior y otra hacia los hombres; los gobernantes estaban dotados de poder por una divinidad y lo ejercitaban sobre el conjunto social. Hoy, salvo algunas teocracias, sólo tiene una cara, la cara humana del ser social, de dónde proviene el poder de sus representantes y hacia dónde van sus acciones.

La Iglesia católica, como creación divina según el dogma y organización humana como representantes de Dios en la tierra, conserva su origen divino como hecho revelado, pero también un rostro de frente a la sociedad, también a ella le debe respuestas.

Y si el hecho político genera el Estado, y el hecho religioso la Iglesia, el ciudadano es el resultado humano de la organización política, y el feligrés de la organización religiosa.

Ciudadano y feligrés no son la misma cosa, aunque estén reunidos en la misma persona. Ser ciudadano es un derecho, feligrés una elección.

Pero en la historia, así como muchas veces se ha confundido el hecho político con el hecho religioso, las competencias del Estado con las de la Iglesia, el ser humano en su integralidad suele guiarse en sus concepciones políticas, sociales, morales, por sus creencias religiosas, las que suelen suministrarle los parámetros para todos los ámbitos de la vida.

Es ésta, y no otra, la consustancialidad de la persona con la política y la religión, la causa última de una tensión histórica entre el Estado y la Iglesia, entre las normas jurídicas y las reglas religiosas, una disputa que no ha terminado de saldarse y que probablemente no tenga manera de hacerlo.

 

En este libro pretendemos dar un repaso a dos mil años de convivencia del Estado en sus diversas formas, imperio, monarquía, república, democracia, con la Iglesia católica, esa relación de amor-odio que marcó épocas de gran tensión o de confluencias maritales.

Lo hacemos con el propósito, no de la exposición de una erudición intimidante de la que carecemos, sino de hacer ver al lector que aquello que transcurre en nuestros días, es sólo un capítulo de toda una vida de relación que parece repetirse y tomar diferentes formas a cada momento de la historia.

Conferimos particular espacio al análisis de la confluencia de la política y la religión en nuestro país, la Argentina, que interpela permanentemente al creyente y al ciudadano, aunque en la mayoría de los casos estén coexistentes en una misma persona.

La última ley, la de la legalización del aborto, nos ha mostrado que el debate histórico no ha quedado saldado, y que nuevas confrontaciones vendrán por delante.

De cualquier modo, queremos que la contribución principal de esta obra sea la de aportar un granito de arena en la amplitud de ideas, en la tolerancia de los disensos, en la clarificación de las concepciones, en la consolidación de las visiones humanitarias.