A Dios lo que es del César

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5. La iglesia reformada

El enfrentamiento enconado entre el Pontificado y el Imperio, representados fundamentalmente por los papas sucesores de Inocencio III y el emperador Federico II de la familia de los Staufen, generó que el sistema doctrinal y político de la cristiandad medieval hiciera crisis en el siglo XIII. El enfrentamiento entre güelfos (partidarios del papa) y gibelinos (partidarios del emperador) fue de inusitada violencia.

El declive del imperio coincidió con el auge de otros estados, como Francia, que fue el poder secular dónde vino a apoyarse ahora el Pontificado.

Pero también el Pontificado sufrió las consecuencias de la quiebra del sistema. Entre los pueblos germánicos comenzó a latir un sordo resentimiento contra Roma, y también en el seno de la propia iglesia el deseo de un papado más espiritual y menos implicado en negocios mundanos.

Durante el período de doscientos años, desde la caída del Imperio Romano de Oriente (1453) hasta la Paz de Westfalia (1648) que terminó con la guerra de los Treinta Años, el fenómeno más destacado desde el punto de vista religioso fue la Reforma Protestante.

Nuevos vientos recorrían el mundo, se abandonaban los métodos y propósitos medioevales y se adoptaban los modernos, generados por un movimiento conocido como el Renacimiento.

Durante la Edad Media, el interés de la ciencia y el arte pasaba por lo religioso. Ahora, en cambio, hubo un despertar de Europa por la ciencia, el arte y la literatura separados de la religión, sobre todo en Italia, dónde los líderes de esta nueva época no eran monjes ni sacerdotes sino laicos.

Sin dudas que el Renacimiento debilitaba a la Iglesia Católica Romana. Al norte de los Alpes, en Alemania, Inglaterra y Francia, el nuevo movimiento tenía un carácter más religioso, se despertó un nuevo interés en el estudio de las Escrituras, en el griego y en el hebreo, y en la investigación de los fundamentos de la fe aparte de los dogmas de Roma.

La invención de la imprenta hecha por Gutenberg en 1455 iba a resultar un aliado formidable en la generación del movimiento reformista. El acceso a la lectura del Nuevo Testamento se facilitó de una manera singular, y consecuentemente la posibilidad de un conocimiento más directo sin tanta intermediación del clero romano.

También como elemento determinante del proceso de reforma religiosa, fue el nacimiento de un espíritu nacionalista entre la gente, muy diferente a las luchas medievales que tenían que ver con emperadores y papas39.

La fecha exacta en que los historiadores marcan como inicio de la Reforma, es el 31 de octubre de 1517. En la mañana de ese día, Martin Lutero clavó en la puerta de roble de la Catedral de Wittemberg un pergamino que contenía las noventa y cinco tesis o declaraciones, casi todas relacionadas con la venta de indulgencias, pero destinadas a atacar la autoridad papal y sacerdotal.

La Reforma Protestante fue liderada por Martín Lutero. Si bien no hay que excluir las razones religiosas que influyeron poderosamente en su comportamiento personal40, lo cierto es que muchos de los gérmenes que venían operando desde largo tiempo atrás facilitaron la revolución luterana41: “las doctrinas conciliaristas, el democratismo eclesial, la filosofía nominalista, la presión tributaria de la hacienda papal aviñonesa, el Cisma de Occidente los conflictos entre papas y emperadores o el auge de los nacionalismos eclesiásticos, la decadencia moral del clero y en especial del episcopado” (Orlandís Rovira).

Lutero se forjó un concepto puramente interior de la Iglesia, y por tanto rechazaba todo elemento constitucional, y de modo particular el derecho canónico. La Iglesia, por tanto, no sería depositaria ni intérprete de la Revelación: la sola Escritura, según él, era su fuente y su interpretación correspondía a cada fiel en particular, directamente inspirado por Dios.

Hay que señalar que las doctrinas de Lutero fueron ganando adeptos por razones muy diversas. La supresión del celibato eclesiástico tuvo acogida en no pocos sacerdotes, la eliminación de los votos monásticos fue vista como una liberación entre comunidades religiosas, la “teología de la consolación”, según la cual la fe sin obras se justifica, hacía más cómoda la vida cristiana, el anti-romanismo agradaba a los humanistas como Ultrico de Hutten, y, sobre todo, la posibilidad de adueñarse de los bienes eclesiásticos despertó la codicia de los príncipes.

Elegido emperador Carlos V (1519), Lutero publicó en 1520 tres famosos escritos que implicaban una abierta ruptura con la Iglesia: “A la nobleza cristiana de la nación alemana”, “De la cautividad babilónica de la Iglesia” y “De la libertad del cristianismo”. En 1521 recaía su excomunión.

El luteranismo fue sumando adeptos en principados y ciudades. Cuando Lutero murió, en 1546, la Reforma se había extendido a más de media Alemania.

La revolución religiosa no quedó encerrada en las fronteras alemanas y se extendió por casi toda Europa.

En Suiza, Calvino (1509-1564)42, de una mente más lógica y rigurosa que la de Lutero, abrió nuevos caminos al protestantismo. Tuvo una fuerza superior al luteranismo -casi reducido a Alemania y Escandinavia- y su influencia resultó decisiva para los destinos cristianos de Europa.

En el sur, como Italia y España, la Reforma fue abatida despiadadamente, en Francia y en los Países Bajos, pendía de la balanza de la duda, en las naciones del norte, en cambio, resultaba victoriosa.

En Francia, se formaron dos partidos según se fuera partidario del catolicismo romano o del protestantismo (hugonotes). Éste recibió un golpe casi mortal con la terrible matanza del Día de San Bartolomé, sucedida el 24 de agosto de 1572 y días posteriores, dónde se asesinaron a millares de líderes y adeptos.

En Inglaterra, el movimiento de reforma pasó por varias épocas de avance y retroceso. Empezó en el reino de Enrique VIII, que se separó de Roma porque el papa no aprobaba su divorcio de la reina Catalina de Aragón, creando la Iglesia Anglicana, y mató tanto a romanistas como a protestantes que diferían de sus ideas. La reina María Tudor, fanática romanista, mandó a la hoguera a muchos protestantes. Con el ascenso de Isabel I, las prisiones de abrieron, los exilios se revocaron y fue una etapa floreciente para el reino, nominada como “la época de Isabel”.

Aunque en los países del norte de Europa había diferencias en doctrinas y organización, los reformistas tenían una plataforma común, con cinco principios según Hurlbut: 1) la verdadera religión se funda en las Escrituras; 2) la religión debía ser racional e inteligente; 3) la religión es personal; 4) la religión es espiritual y no formalista; 5) la iglesia es nacional y no mundial; todos ellos por oposición a lo que le atribuían a la doctrina romana de sustitución de la autoridad de la biblia por la autoridad de la iglesia, la adoración de imágenes, la intermediación del sacerdote entre el creyente y Dios, el carácter formalista de las ceremonias y la centralización en el papado.

Hay que hablar, asimismo, del proceso de lo que se llamaría la Contrareforma, es decir el movimiento surgido en la Iglesia Católica Romana destinado a recuperar el terreno perdido en Europa y superar numerosos problemas que originaron el protestantismo.

La Contrareforma dentro de la iglesia se inicia con el Concilio de Trento (Austria), convocado en 1545 por el papa Pablo III. Duró casi veinte años y se componía con todos los obispos y abades de Venecia.

Se hicieron muchas reformas y se establecieron definitivamente las doctrinas de la iglesia. Sus resultados pueden verse, según algunos autores, como una reforma conservadora.

Si bien el Concilio de Trento no pudo ser el de la unión entre los católicos romanos y los protestantes, como se esperaba, su obra fue extraordinaria tanto en el campo doctrinal como en el disciplinar según Orlandís Rovira.

Se trasmitió en el orden doctrinal, ante todo, que la Revelación divina se ha trasmitido por la Sagrada Escritura- interpretada por el Magisterio de la Iglesia- y por la Tradición apostólica. Frente a las teologías luterana y calvinista, estableció que la gracia divina y la cooperación libre y meritoria de la libertad humana obran en concurrencia la justificación del hombre. En el orden sacramental, definió la doctrina de los Siete Sacramentos, y las notas propias de cada uno.

En el plano disciplinar, la obra tridentina también fue muy importante, suprimiendo los abusos eclesiásticos existentes y organizando de mejor manera al clero.

El Barroco fue el estilo artístico de la Reforma católica. Todas las bellas artes -arquitectura, escultura, pintura- sirvieron de cauce para la expresión barroca en España, Italia, los países católicos del centro de Europa y la América hispana.

El inmenso imperio español de América y Extremo Oriente, fueron un campo privilegiado para el desarrollo y expansión cristiana. La monarquía española adquirió la conciencia de ser esencialmente un “Estado misional”.

Los esfuerzos misioneros de la Iglesia Católica Romana deben verse como una de las fuerzas mayores de la Contrareforma, en su mayor parte dirigidos por los Jesuitas, que trajeron como resultado la conversión de todas las razas nativas de América del Sur, México y gran parte del Canadá.

En las Indias Occidentales, tres universidades impartían enseñanza superior: la de Santo Domingo, fundada en 1538, la de Lima en 1551 y México en 1553.

No obstante, la poderosa influencia de la orden creada por San Ignacio de Loyola trajo reacciones dentro y fuera de la Iglesia, lo que le valió que se la prohibiera y, luego, se la reconociera nuevamente43.

 

Como personalidades destacadas de la Contrareforma, cabe señalar al propio San Ignacio de Loyola, creador de la Compañía de Jesús, y San Francisco Javier, conocido por haber llevado la evangelización al Oriente.

Un siglo después de iniciada la Reforma, como resultado de intereses y propósitos opuestos entre los estados reformados y los católicos de Alemania, comenzó una guerra que a la larga enroló a casi todas las naciones europeas. La denominada Guerra de los Treinta Años, en la que estados de la misma fe a veces se encontraron en bandos contrarios, hizo sufrir a una generación entera.

En el siglo XVII España perdió la primacía europea y Francia pasa a ser la primera potencia mundial.

Finalmente, en 1648, la gran guerra termina con la paz lograda mediante la firma del Tratado de Westfalia, que fija los linderos de los estados católico-romanos y protestantes, casi de la misma manera que han continuado hasta hoy. El ideal de la cristiandad europea queda vencido y abandonado y otra vez comienza a regir el principio cuius regio eius religio (cada estado siga la religión de su príncipe).

6. La iglesia contemporánea

El tiempo que siguió a la paz de Wetsfalia designó a la iglesia con caracteres de modernidad, nuevas relaciones de entretejieron con el poder temporal, y las ideas sociales y políticas imperantes influyeron grandemente en ellas.

Capítulo II
La Iglesia católica en el mundo (segunda parte)
El regalismo

En el siglo XVII, Francia sucedió a España como la gran nación europea de vitalidad cristiana. Las guerras religiosas habían cesado y Francia continuó siendo una nación católica con tolerancia a otros cultos, como los hugonotes a través del Edicto de Nantes.

Fue un tiempo también de disputas teológicas, que demostraron el interés que despertaban los asuntos religiosos, aunque también un estado latente de inestabilidad espiritual.

Para prueba de lo expuesto, es conveniente recordar un acontecimiento que marcaría la época: el proceso de Galileo, en el que su teoría de la inmovilidad del sol y la rotación y traslación de la tierra a su alrededor, la teoría heliocéntrica, fueron condenadas en 1616 por una comisión de teólogos como filosóficamente absurdas y formalmente heréticas, por resultar contrarias a ciertos pasajes de la Biblia dónde se habla de la quietud de la Tierra44.

El acontecimiento, que fue utilizado como argumento de una pretendida incompatibilidad entre religión y ciencia, fue deplorado por el Concilio Vaticano II, que reconoció el grave error de pretender juzgar con métodos teológicos una hipótesis científica, sin respetar la legítima autonomía de la ciencia.

Luis XIV reestableció la unidad católica de Francia al derogar el edicto de tolerancia que favorecía a los hugonotes, pero ello no fue óbice para que entrara en conflicto con la Santa Sede, al pretender extender a todos los obispados y beneficios vacantes los derechos de regalía en favor de la Corona.

Los “Artículos orgánicos” redactados por Bossuet, que se enseñaban en todos los seminarios franceses, negaban al papa autoridad para desligar a los súbditos de su juramento de fidelidad hacia sus príncipes y formulaban una restrictiva doctrina de los derechos primaciales del pontificado romano.

El regalismo (influencia y poder civil sobre ciertos asuntos de la iglesia), fue una posición común de todas las monarquías católicas del siglo XVII.

La Ilustración

El siglo XVIII fue el siglo de la Ilustración, cuya concepción filosófica se estrellaba directamente con los conceptos cristianos.

“La crisis de la conciencia europea”, es una obra escrita por Paul Hazard que analiza los últimos treinta y cinco años del reinado de Luis XIV (de 1680 a 1715), que califica como cruciales en el gran cambio de ideas y de mentalidades que finalmente alumbraría “la Ilustración anticristiana del siglo XVIII”.

El autor cristiano José Orlandís Rovira, nos grafica el conflicto ideológico: “El Cristianismo es una religión revelada, con un contenido de verdades de orden sobrenatural a las que el creyente ha de acceder no por la vía de la experiencia directa, sino de la fe. El racionalismo cartesiano -que desempeñó un papel primordial en la formación del pensamiento moderno- proclamaba como principio del discurso humano la duda metódica y el rechazo de todo aquello que no se impusiera con evidente claridad al supremo tribunal de la razón”45.

Lo concreto es que el racionalismo, al rechazar la Revelación, conducía fácilmente al escepticismo religioso. Nada habría ya seguro, nada cierto, todo lo que se creyó firme era ahora dudoso o erróneo. La corriente hedonista de los “libertinos”, extraían una consecuencia ya descubierta por sus predecesores de tiempos del profeta Isaías y de San Pablo: “comamos y bebamos, que mañana moriremos” (Is XXII, 13; Cor XV, 32).

Surgió, entonces, el “Deísmo” como pretensión de sustitución a la religión. No negaba a Dios -como el ateísmo-, lo consideraba una construcción racional, a menudo panteísta, al margen de toda Revelación. El deísmo alumbró la Masonería, cuyas primeras logias se fundaron en Inglaterra a comienzos del siglo XVIII, que es una sociedad secreta que rechaza toda religión positiva -incluyendo el cristianismo- y fomenta entre sus miembros la fraternidad y la práctica de la filantropía.

El año 1715 -el de la muerte de Luis XIV- es señalado como el de la ruptura de compuertas y el desbordamiento de las aguas racionalistas de la Ilustración. Los filósofos, en las décadas siguientes, impusieron su dominio intelectual y su visión no religiosa. Voltaire (1694-1778) fue uno de sus abanderados.

El rechazo a toda verdad dogmática, que consideraban “a priori” como expresión de intolerancia y fanatismo, condujo necesariamente a la adopción de una actitud antirreligiosa, y fundamentalmente anticristiana.

El libre pensamiento que propugnaban condujo en el plano político a plantear la tolerancia indiscriminada de todas las confesiones. Estados Unidos, que proclamó en su Constitución la separación del Estado y la Iglesia y la libertad de cultos, fue el ejemplo a imitar en la vieja Europa.

El racionalismo, el naturalismo religioso, la rebeldía intelectual de la época fueron factores que contribuyeron decisivamente a forjar la mentalidad ilustrada del siglo XVIII.

Cabe señalar que en la segunda mitad del siglo XVIII la unidad católica de los países latinos de Europa era muy fuerte y extensa entre la población. España e Italia sólo en pequeña escala fueron influenciadas por el pensamiento ilustrado.

Cosa distinta sucedió en Francia, dónde el “espíritu de las luces” floreció en los ambientes de la aristocracia y la alta burguesía, contagiando también a la clase media urbana. Instrumento decisivo para la “popularización” de la ideología ilustrada fue la “Enciclopedia” (Diderot y D´Alembert), que tenía una orientación decididamente hostil al cristianismo.

La Revolución Francesa y la Restauración

Además de las nuevas ideas políticas y sociales que informaron el proceso revolucionario, la Ilustración ayudó a conformar un espíritu anticristiano en la gesta. Se intentó borrar toda huella cristiana de la vida social. Dos papas fueron prisioneros de los gobiernos revolucionarios.

Paradójicamente, la Revolución Francesa comenzaba con una solemne procesión encabezada por Luis XVI y los representantes de los tres Estados Generales, pero a las pocas semanas el panorama cambió radicalmente y el proceso revolucionario avanzó incontenible sobre el orden político, social y religioso.

La Asamblea Constituyente decretó la secularización de todos los bienes eclesiásticos, la supresión de los votos monásticos y la “constitución civil del clero”.

Nacía la iglesia galicana, al margen de la autoridad pontificia, de estructura episcopalista y presbiteriana, dónde los obispos y párrocos eran elegidos por el pueblo y solamente notificados a Roma.

La Convención Constituyente, que sustituyó a la Asamblea Legislativa, decretó el 27 de mayo de 1792 la deportación de los sacerdotes que no juraron la fidelidad a la Constitución política, y comenzó en ese tiempo también la matanza de clérigos. Miles de personas murieron en el patíbulo y se intentó borrar de la vida francesa toda huella cristiana.

La sustitución del calendario gregoriano, la entronización de la “Diosa Razón” en la catedral de Notre Dame y la institución por Robespierre del culto al “Ser Supremo”, fueron episodios de la obra descristianizadora de la revolución.

Napoleón, de espíritu pragmático y realista, intentó recomponer la vigencia del cristianismo teniendo en cuenta el arraigo de la fe cristiana en el pueblo francés.

Un nuevo concordato sirvió para regular las relaciones entre el Pontificado y el Imperio, tuvo sus consecuencias favorables para la restauración de la vida cristiana en Francia, aunque pronto Napoleón intentó colocar a la Iglesia al servicio de sus propios intereses políticos, lo que generó nuevos roces.

Finalmente, la Restauración napoleónica, que pretendió el retorno de Europa al antiguo régimen, fracasó en el ámbito religioso y el dinamismo de la burguesía puso de nuevo en marcha el proceso revolucionario.

El liberalismo

El liberalismo nace como producto de la revolución burguesa, luego de la reacción contra la restauración de las viejas concepciones.

El liberalismo es una concepción del hombre y del mundo, tiene no sólo una doctrina social y política, sino además constituye una ideología que enlazaba con el pensamiento ilustrado del siglo XVIII.

Una concepción antropocéntrica del mundo y de la existencia, constituye la base de la ideología liberal. Los hombres, para ella, serían no sólo libres e iguales sino también autónomos, desvinculados de la ley divina, que no era reconocida socialmente como norma suprema. La libertad de conciencia y de pensamiento, de asociación y de prensa, constituirían derechos inalienables de las personas.

Frente a la doctrina cristiana tradicional, según la cual el poder proviene de Dios, el liberalismo lo hace derivar del pueblo, que sería fuente de toda legitimidad. Ninguna diferencia habría entre el cristianismo y cualquier otra confesión, la religión era un asunto que incumbía sólo a la intimidad de las conciencias.

La iglesia debía estar separada del estado -“iglesia libre en estado libre”-, quedaría al margen de la vida pública y sujeta, como cualquier otra asociación, al derecho común46.

Hacia 1830 tomó cuerpo en Francia un grupo de “católicos liberales”, con el lema “Dios y libertad”: “…una conciliación -no tanto teórica como práctica- de la iglesia con el liberalismo, persuadidos de que éste era el signo de la hora presente del mundo, y la iglesia no podría cumplir su misión específica en un determinado medio histórico sin estar en armonía con él”, dice Orlandís Rovira. Mostraban devoción al Papado, aunque la respuesta romana fue contraria a sus pretensiones.

En su encíclica Mirari Vos de Gregorio XVI, en 1832, se rechazó el programa de los católicos liberales: la igualdad de trato a todas las creencias, que conducía -afirmaba el papa- al indiferentismo religioso; la separación completa entre iglesia y estado, la libertad de conciencia, las libertades ilimitadas de opinión, de prensa, fueron objeto de reprobación pontificia.

El positivismo de Augusto Comte, el idealismo de Hegel, el materialismo de Feuerbach, próximo al marxismo, fueron doctrinas que enfrentaron al cristianismo en el campo de la ciencia, y en particular de las ciencias naturales.

Todo ello, sin embargo, fue causa de una renovada vitalidad cristiana47, que se hizo efectiva fundamentalmente durante el pontificado de Pío IX, que estuvo al frente de la iglesia católica durante treinta y dos años -desde 1846 hasta 1878-, el más largo de la historia.

Pío IX era un hombre liberal en el sentido de su amplitud de criterio, aunque no en el de la doctrina liberal. Inició una serie de reformas en los Estados Pontificios que le acarrearon una inmensa ola de popularidad. Se negó, sin embargo, a encabezar una liga nacional para hacer la guerra santa contra los austríacos que dominaban el norte de la península, lo que degradó el clima popular y a las aclamaciones le sucedieron las invectivas.

 

Desde entonces, el liberalismo apareció ante sus ojos como un movimiento al que tenía el sagrado deber de oponerse, porque perseguía un ideal no cristiano y en Italia, además, trataba de arrebatar los Estados Pontificios a la Santa Sede.

La toma de la capital por soldados de Victor Manuel II, lo vio al papa recluido en el Vaticano como voluntario prisionero, rechazando la “ley de garantías” que se le ofreciera48.

La postura de la iglesia ante el liberalismo fue fijada por Pío IX en la encíclica Quanta cura, del 8 de diciembre de 1864. La misma llevaba como anexo el Syllabus, una relación de ochenta proposiciones que resumían lo que se consideraban los “errores modernos”49. La última proposición del documento, que rechazaba el pretendido deber del romano pontífice de reconciliarse con el progreso y la civilización moderna, hizo rasgarse las vestiduras a los críticos liberales y enardeció el entusiasmo de los católicos tradicionales.

Un poderoso impulso espiritual animó a la cristiandad durante los tiempos de Pío IX, fue una época de claro florecimiento de la vida interna de la Iglesia, las antiguas órdenes religiosas crecieron y se propagaron de manera considerable, hubo un aumento de las vocaciones sacerdotales y una renovada observancia disciplinar, manifestada visiblemente en la vuelta al uso generalizado del hábito eclesiástico.

El impuso espiritual tuvo dos manifestaciones de singular importancia: la definición del dogma de la Inmaculada Concepción (8-3-1854) y la reunión del Concilio Vaticano I (1869-1870), que aprobó dos resoluciones de fundamental importancia: el dogma de la infalibilidad pontificia y la Constitución Dei Filius, mediante la cual se formula la doctrina sobre la cuestión religiosa medular del siglo XIX: el problema de las relaciones entre la fe y la razón.

A la hora de hacer un balance, desde el punto de vista de los acontecimientos políticos puede decirse que el papado de Pío IX resultó negativo por la pérdida de los Estados Pontificios. Sin embargo, desde el ángulo del credo fue ampliamente exitoso para el cristianismo y la iglesia. Se considera que con él se abrió el período histórico del papado moderno. Hay que decir que fue el primer papa “querido” de la historia moderna, por primera vez los católicos miraron y amaron al papa como a un padre, y su litografía presidió como un retrato familiar los hogares de toda la tierra.

El siglo XIX mostró también la lucha en el campo de la educación, dónde el republicanismo francés se presentaba como abiertamente hostil a la iglesia: “el clericalismo, ¡ése es el enemigo!”. La implantación de la escuela laica fue el objetivo.

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