La gloria de Cristo

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La gloria de Cristo
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La Gloria de Cristo

John Owen


Publicado por:

Publicaciones Faro de Gracia

P.O. Box 1043

Graham, NC 27253

ISBN: 978-1-629461-66-3

Este libro fue traducido de una versión abreviada en inglés titulada: “The Glory of Christ”, publicado por Grace Publications Trust y en su versión original en inglés por Banner of Truth Trust. El título de la versión original en inglés es: Meditations on the Glory of Christ.

Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por Grace Baptist Mission (139 Grosvenor Avenue; London N52NH England) y The Banner of Truth Trust (3 Murrayfield Road; Edinburgh, EH12 6EL Scotland) para traducir e imprimir este libro al español.

Traducción realizada por Omar Ibáñez Negrete y Thomas R. Montgomery.

© Copyright. Derechos Reservados para la traducción al español.

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio – electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro – excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.

© Salvo que se indique lo contrario, las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

Contenido

INTRODUCCIÓN

CAPITULO 1 La Gloria de Cristo como la Única Manifestación de Dios para los Creyentes

CAPITULO 2 La Gloria de Cristo Manifestada por el Misterio de Sus Dos Naturalezas

CAPITULO 3 La Gloria de Cristo como Mediador: I. Su Humillación

CAPITULO 4 La Gloria de Cristo como Mediador: II. Su Amor

CAPITULO 5 La Gloria de Cristo como Mediador: III. Su Obediencia

CAPITULO 6 La Gloria de Cristo como Mediador: IV. Su Exaltación

CAPITULO 7 La Gloria de Cristo Ilustrada en el Antiguo Testamento

CAPITULO 8 La Gloria de Cristo en Su Unión con la Iglesia

CAPITULO 9 La Gloria de Cristo Mostrada en Darse a Sí Mismo a los Creyentes

CAPITULO 10 La Gloria de Cristo Manifestada en Reunir Todas las Cosas en Sí Mismo

CAPITULO 11 La Diferencia entre la Contemplación Presente por la Fe de la Gloria de Cristo y lo que Veremos en el Cielo

CAPITULO 12 Otra Diferencia entre la Contemplación Presente por la Fe de la Gloria de Cristo y lo que Veremos en el Cielo

CAPITULO 13 Más Diferencias entre la Contemplación Presente por la Fe de la Gloria de Cristo y lo que Veremos en el Cielo

CAPITULO 14 Un Llamado Urgente a Todos Aquellos que Todavía no son Creyentes Verdaderos en Cristo

CAPITULO 15 ¿Cómo Pueden los Cristianos Encontrar Gracia Fresca para Renovar sus Vidas Espirituales?

Otros títulos de esta serie

La Gloria de Cristo

John Owen

INTRODUCCIÓN

“Para que vean mi gloria” (John 17:24)

El sumo sacerdote bajo el Antiguo Testamento, habiendo hecho los sacrificios requeridos en el día de la propiciación, entró al lugar santísimo con sus manos llenas de incienso de un dulce olor, el cual puso en el fuego delante del Señor. Así, el gran sumo sacerdote de la Iglesia, nuestro Señor Jesucristo, habiéndose ofrecido por nuestros pecados, entró en el cielo con el dulce aroma de sus oraciones a favor de Su pueblo. Su deseo eterno por la salvación de Su pueblo se manifiesta en el versículo citado al principio: “Padre... quiero... que vean mi gloria” (John 17:24). José pidió a sus hermanos que contaran a Su padre acerca de su gloria en Egipto: “Haréis, pues, saber a mi padre toda mi gloria en Egipto...” (Génesis 45:13). Esto lo hizo José, no para vanagloriarse, sino para dar a su padre el gozo de saber acerca de su elevada posición en Egipto. Así Cristo deseaba que los discípulos vieran Su gloria, para que estuvieran satisfechos y disfrutaran de la plenitud de esta bendición para siempre.

Habiendo conocido Su amor, el corazón del creyente siempre estará inquieto hasta que vea la gloria de Cristo. El punto culminante de todas las peticiones que Cristo hace a favor de sus discípulos (en este capítulo 17) es que vean Su gloria. Entonces yo afirmo que uno de los beneficios más grandes para el creyente en este mundo y en el venidero es la consideración de la gloria de Cristo.

Desde el comienzo del cristianismo, nunca ha habido tanta oposición directa hacia la naturaleza (divina y humana) y la gloria de Cristo como la que existe actualmente. Es el deber de todos aquellos que aman al Señor Jesús dar testimonio (según su capacidad) de Su naturaleza única y de Su gloria. Por lo tanto, quisiera fortalecer la fe de los creyentes verdaderos demostrando que el ver la gloria de Cristo es una de las experiencias y uno de los más grandes privilegios posibles en este mundo y en el venidero. Ahora en esta vida al contemplar la gloria de Cristo, somos transformados en Su semejanza (vea 2 Corintios 3:18). En la vida venidera, seremos semejantes a El porque le veremos tal como El es (vea 1 John 3:2). Este conocimiento continuo de Cristo es la vida y la recompensa para nuestras almas. Aquel que ha visto a Cristo, ha visto al Padre; la luz del conocimiento de la gloria de Dios es vista solamente en la faz de Jesucristo (vea John 14:9 y 2 Corintios 4:6).

Hay dos maneras para ver la gloria de Cristo: Ahora en este mundo por medio de la fe, y en el cielo por la vista para toda la eternidad. Es de la segunda manera a la que Cristo se refiere en Su oración (la oración registrada en Juan 17). Cristo pide que sus discípulos estén con El (en el cielo) y que vean Su gloria. Pero una visión de Su gloria en este mundo por medio de la fe también está implícita, y expongo las siguientes razones por las cuales enfatizo esto:

1. En la vida venidera, ningún hombre verá la gloria de Cristo, a menos que la haya visto por la fe en esta vida. Es necesario que seamos preparados para la gloria por medio de la gracia, y que por medio de la fe seamos preparados para ver a Cristo con nuestra vista. Algunas personas que no tienen la fe verdadera se imaginan que verán la gloria de Cristo en el cielo, pero se están engañando a sí mismas. Los apóstoles vieron esta gloria, “Gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (John 1:14). Esta no fue una gloria mundana como la que poseen los reyes o el papa. Aunque Cristo creó todas las cosas, Él no tuvo donde reclinar Su cabeza. No había ninguna gloria inusual o hermosura en Su apariencia como hombre. Su rostro y Su apariencia fueron desfiguradas más que la de los hijos de los hombres (Isaías 52:14 y 53:2). Tampoco se podía ver en este mundo la plena manifestación de la gloria de Su naturaleza divina. Entonces ¿Cómo pudieron ver los apóstoles Su gloria? La vieron por medio del entendimiento espiritual de la fe. Al verlo como lleno de gracia y de verdad, y al ver lo que hizo y lo que habló, “le recibieron y creyeron en su nombre” (John 1:12). Aquellos que no poseían esta fe no vieron ninguna gloria en Cristo.

2. La gloria de Cristo está mucho más allá del alcance de nuestro presente entendimiento humano. No podemos mirar directamente al sol sin quedar ciegos y no podemos con nuestros ojos naturales tener ninguna visión verdadera de Cristo en el cielo; esa gloria sólo puede ser conocida por medio de la fe. Aquellos que hablan o escriben acerca de la inmortalidad del alma pero que no tienen ningún conocimiento de la vida de fe, en realidad no saben de lo que están hablando. Hay aquellos también que usan imágenes, crucifijos, ídolos y música, en un vano intento por adorar algo que se imaginan como la gloria de Dios, debido a que no tienen ningún entendimiento espiritual de la verdadera gloria de Cristo. Solamente el entendimiento por medio de la fe nos dará una idea verdadera de la gloria de Cristo y creará en nosotros el deseo por disfrutarla plenamente en el cielo.

3. Por lo tanto, si quisiéramos tener una fe más activa y un amor más grande por Cristo (lo cual daría descanso y satisfacción a nuestras almas), deberíamos buscar con un deseo más grande una mirada de la gloria de Cristo en esta vida. Esto resultará en que las cosas de este mundo se vuelvan cada vez menos atractivas, hasta que lleguen a ser muertas e indeseables. No deberíamos esperar una experiencia distinta en el cielo de lo que hemos estado buscado en este mundo; es decir, no podemos esperar disfrutar de la gloria de Cristo en el cielo si no ha sido nuestro afán en la tierra. Si estuviésemos más persuadidos de esto, pensaríamos más en las cosas celestiales de lo que normalmente lo hacemos.

 

Antes de proceder con un intento de guiar a los creyentes en una experiencia más profunda de fe, amor y meditación espiritual, deseo mencionar algunas de las ventajas que surgen del continuo pensar en la gloria de Cristo:

1. Al pensar en la gloria de Cristo, seremos hechos más aptos para el cielo. Muchos se consideran como ya suficientemente preparados para la gloria, si sólo pudieran alcanzarla. Pero ni siquiera saben qué es esa gloria. No hay ningún placer en la música para aquellos que son sordos, ni los colores más bellos para los ciegos. Del mismo modo, el cielo no daría ningún placer a las personas que no fueron preparadas para él en ésta vida por el Espíritu. El apóstol da “gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Colosenses 1:12). Es la voluntad de Dios que conozcamos el comienzo de la gloria ahora, y en el futuro Su plenitud. Pero somos capacitados para recibir el conocimiento de esta gloria por medio del ejercicio espiritual de nuestra fe. Nuestro conocimiento presente de la gloria de Cristo es nuestra preparación para la gloria futura.

2. El conocimiento de la gloria verdadera de Cristo tiene poder para transformarnos hasta que seamos semejantes a Cristo (vea 2 Corintios 3:18).

3. Una meditación habitual en la gloria de Cristo traerá descanso y satisfacción a nuestras almas. Traerá paz a nuestras mentes que tan frecuentemente se llenan de temor y de preocupaciones. “Pero el ocuparse del espíritu es vida y paz.”(Romanos 8:6) Las cosas de esta vida, en comparación con el gran valor y la hermosura de Cristo, son menos que nada, como Pablo dijo: “Y ciertamente, aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:8).

4. El conocimiento de la gloria de Cristo es la fuente de la bienaventuranza eterna. Al verle como El es, seremos hechos semejantes a El. (1 Tesalonicenses 4:17; Juan 17:24; 1 Juan 3:2)

Dios es tan grande que no podemos verle con nuestros ojos naturales y aún en el cielo no podremos entender todo acerca de El, porque El es infinito. La bienaventurada visión de Dios que tendremos allá siempre será “en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6) y esto será suficiente para llenarnos de paz, descanso y gloria.

Aún en esta vida, los verdaderos creyentes experimentan algo del placer que resulta de conocer a Cristo. Por medio de las Escrituras y el Espíritu Santo, los creyentes reciben un conocimiento de la gloria de Dios que resplandece en Cristo, de tal manera que un gozo inefable y paz llenan sus almas. Tales experiencias no son frecuentes, pero debido a nuestra flojera y a nuestra falta de luz espiritual. La gloria amanecería más frecuentemente en nuestras almas si fuéramos más diligentes en nuestro deber de conocer y meditar en la gloria de Cristo.

En los siguientes capítulos (1 al 10 ), trataré de contestar la pregunta: ¿Cuál es la gloria de Cristo que podemos ver por medio de la fe, y cómo podemos verla? Y en los siguientes (11 a 13) explicaré cómo este conocimiento de fe es distinto de la visión directa de Cristo que tendremos en el cielo. Y al final hay unas aplicaciones.

CAPITULO 1
La Gloria de Cristo como la Única
Manifestación de Dios
para los Creyentes

La gloria de Dios surge de Su naturaleza santa y de las cosas excelentes que El hace. Pero sólo podemos ver esta gloria por medio de mirar a Cristo Jesús (2 Corintios 4:6). Cristo es “El resplandor de su gloria” y “El es la imagen del Dios invisible” (Hebreos 1:3, Colosenses 1:15). El nos muestra la naturaleza gloriosa de Dios y nos revela Su voluntad para nosotros. Sin Cristo nunca podríamos ver a Dios, ni ahora, ni en el futuro (vea John 1:18). Cristo y el Padre son uno. Cuando Cristo se hizo hombre, manifestó la gloria de Su Padre. Solamente Cristo da a conocer a los hombres y a los ángeles la gloria del Dios invisible. Esta revelación es el fundamento sobre el cual la Iglesia se edifica y la base de todas nuestras esperanzas de salvación y vida eterna.

Aquellos que no pueden ver esta gloria de Cristo por falta de fe, no conocen a Dios. Son como aquellos judíos y gentiles incrédulos del tiempo antiguo: “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero y para los gentiles locura; mas a los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios.” (1 Corintios 1:22-24).

Desde que la predicación del evangelio comenzó, el gran propósito del diablo ha sido cegar los ojos de los hombres para que no vieran la gloria de Cristo. “Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.” (2 Corintios 4:3-4) Esta ceguera y tinieblas se quitan por el poder omnipotente de Dios dando iluminación para conocerle por medio de Cristo. “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” (2 Corintios 4:6)

Una gran parte de la miseria y el castigo contra la humanidad a causa de la caída de Adán ha sido las densas tinieblas y la ignorancia con las cuales la mente humana ha sido cubierta desde ese entonces. Los hombres y las mujeres se han jactado de ser sabios, pero su sabiduría no les ha conducido hacia Dios (vea 1 Corintios 1:21 y Romanos 1:21). Los razonamientos de “los filósofos” y “los entendidos”, desconociendo las cosas invisibles más allá del entendimiento humano, no han salvado a la humanidad de la idolatría y de la práctica de toda clase de pecados. Satanás, el príncipe de las tinieblas, ha impuesto su reino de tinieblas en la mente de los hombres, manteniéndolos en ignorancia de Dios. Toda iniquidad y confusión entre los seres humanos procede de estas tinieblas y de la ignorancia de Dios. Dios nos pudiera haber dejado perecer en la ceguera y la ignorancia de nuestros antepasados, pero nos ha traído “de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). La gloria especial y los privilegios de Israel consistieron en poseer la revelación de Dios en Su Palabra. “Ha manifestado sus palabras a Jacob, sus estatutos y sus juicios a Israel. No ha hecho así con ninguna otra de las naciones.” (Salmo 147:19-20) No obstante, Dios les habló desde las densas nubes, pues no podían comprender la gloria que posteriormente había de ser conocida por medio Cristo. (Exodo 20:21, Deuteronomio 5:22) Cuando Cristo vino, fue manifiesto que “Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en El” (1 John 1:5). Cuando el Hijo de Dios apareció en carne humana, Dios manifestó que la naturaleza divina era una naturaleza gloriosa de tres personas en una (una Trinidad). La luz de este conocimiento resplandeció en medio de las tinieblas del mundo de tal manera que nadie podría continuar siendo ignorante de Dios excepto aquellos que no quisieran ver. (Vea John 1:5, 14, y 17-18; 2 Corintios 4:3-4). La gloria de Cristo es que Él revela la verdad acerca de la naturaleza invisible de Dios.

Cuando creemos por primera vez, vemos a Dios el Padre en Cristo. No tenemos que hacer la petición que hizo Felipe: “Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre y nos basta”, porque habiendo visto a Cristo por la fe, ya hemos visto al Padre también (John 14:8-9). David anhelaba esta visión: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de tí, mi carne te anhela... para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario” (Salmo 63:1-2). En el tabernáculo había sólo una representación obscura de la gloria de Dios. ¡Cuánto más deberíamos valorar la visión que nosotros tenemos de Él, aunque sea “como en un espejo”! (2 Corintios 3:18). Moisés había visto muchas obras maravillosas de Dios, pero él sabía que la satisfacción verdadera consistía en ver la gloria de Dios. Por eso oraba: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Exodo 33:18). Es solamente en Cristo que podemos tener una visión clara y distinta de la gloria de Dios y sus excelencias.

La sabiduría infinita es una parte de la naturaleza divina y la fuente de todas las obras gloriosas de Dios. “¿Pero dónde se hallará esta sabiduría?” (Job 28:12) Podemos conocer esta sabiduría con su resultado y su efecto más grande, la salvación del alma. El apóstol Pablo fue llamado a “aclarar a todos cual sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la Iglesia, a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Efesios 3:9-10). La sabiduría divina manifestada en el mundo creado, aunque sea muy grande, es pequeña comparada con la sabiduría de Dios dada a conocer en Cristo Jesús. Pero solamente los creyentes conocen esta sabiduría de Dios en Cristo; los incrédulos no la pueden ver (vea 1 Corintios 1:22-24). Si somos sabios para conocer esta sabiduría en Cristo, tendremos “gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).

Debemos considerar también el amor de Dios como parte de esta sabiduría divina, “porque Dios es amor” (1 John 4:8). Las mejores ideas humanas acerca de Dios son imperfectas y afectadas por el pecado. Los mundanos piensan que Dios es “todo bondad” y que es parecido a los hombres (vea Salmo 50:21). Aquellos que no conocen a Cristo no se percatan de que, aunque Dios es amor, Su ira “es manifiesta desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres”(Romanos 1:18). Entonces ¿cómo podremos conocer el amor de Dios y ver Su gloria en dicho amor? El apóstol nos dice: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 John 4:9). Esta es la única forma en que Dios revela a nosotros de que El es amor. Estaríamos todavía en completa oscuridad si el Hijo de Dios no hubiera venido para mostrarnos la verdadera naturaleza y actividad del amor divino. Ahora podemos ver cuán hermoso, glorioso y deseable es Cristo, como Aquel que nos enseña que Dios ama la gloriosa santidad y justicia.

Viendo esta gloria es la única manera en que podemos obtener santidad, consuelo y preparación para la gloria eterna. Por lo tanto, considere lo que Dios ha dado a conocer acerca de sí mismo en Su Hijo, especialmente Su sabiduría, amor, bondad, gracia y misericordia. La vida de nuestras almas depende de estas cosas. Puesto que el Señor Jesucristo es el único camino señalado para recibir estas bendiciones, ¡cuán extremadamente glorioso debería ser ante los ojos de los creyentes!

Hay algunos que ven a Cristo sólo como un gran maestro, pero no como la manifestación única del Dios invisible. Pero si usted tiene un deseo por las cosas celestiales, le pregunto: ¿Por qué ama a Cristo y confía en El? ¿Por qué le honra y desea estar con El en el cielo? ¿Puede usted dar una razón de por qué hace estas cosas? ¿Es una de las razones el hecho de que usted vea la gloria de Dios en la salvación del pecado, (gloria la cual de otro modo le hubieran estado oculta eternamente)? Hay una profecía de que en los tiempos del Nuevo Testamento nuestros “ojos verían al Rey en su hermosura” (Isaías 33:17). ¿Cuál es la hermosura de Cristo? Consiste de que El es Dios y es la gran representación de la gloriosa justicia de Dios para nosotros. ¿Quien puede describir la gloria de este privilegio de participar en Su justicia? ¡Que nosotros que nacimos en oscuridad e ignorancia y que merecíamos ser echados a las tinieblas de afuera, hayamos sido traídos a la maravillosa “luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”! (2 Corintios 4:6)

La incredulidad ciega los ojos del entendimiento de muchas personas. Aún entre los que dicen tener conocimiento de Cristo, parecen pocos que entienden Su gloria y que sean transformados a Su semejanza. Nuestro Señor Jesucristo dijo a los fariseos, no obstante su jactancia de poseer el conocimiento de Dios: “Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su parecer.” (John 5:37) Es decir, no le conocían realmente y no tenían una visión espiritual de Su gloria. Nadie jamás llegará a ser semejante a Cristo simplemente imitando sus obras y acciones, o poseyendo un conocimiento intelectual de Él. Solamente una visión de la gloria de Cristo, viéndole digno de toda adoración y servicio, tiene poder para hacer a un creyente semejante a Él.

 

La verdad es que los mejores de entre los creyentes son muy negligentes para dedicar mucho tiempo a la meditación de este asunto. Los pensamientos acerca de la gloria de Cristo son muy altos y muy difíciles para nosotros. No podemos deleitarnos en ellos por mucho tiempo sin sentirnos cansados y obstaculizados en esta labor; y no obstante, ver la gloria de Cristo es lo que haremos en el cielo por toda la eternidad sin ningún cansancio. Lo que al presente nos obstaculiza es nuestra falta de visión, y el hecho de que nuestros deseos y pensamientos se ocupan de otras cosas. Si nos animáramos más para contemplar “las cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:12), nuestro entendimiento y fuerza espiritual se incrementarían cada día. Entonces ¡manifestaríamos más de la gloria de Cristo por nuestra manera de vivir, y aún la muerte misma nos sería bienvenida!

Hay personas que confiesan que no entienden estas cosas, y además, que tal entendimiento de la gloria de Cristo no es necesario para vivir la vida cristiana práctica. Mi respuesta a esta objeción es lo siguiente:

1. No hay nada más plena y claramente revelado en el evangelio que el hecho de que Jesucristo es la manifestación del Dios invisible, y que al verle a Él, también vemos al Padre. Esta es la verdad y el misterio fundamental del evangelio. Si esta verdad esencial no es recibida y creída, todas las demás verdades bíblicas son inútiles para nuestras almas. Si aceptamos a Cristo solo como un gran maestro, pero no aceptamos la verdad de Su carácter único y divino, entonces todo el evangelio se convierte en una fábula.

2. La razón principal por la cual la fe nos ha sido dada es a fin de que veamos la gloria de Dios en Cristo y fijando la visión en Él, seamos transformados para adorarle y servirle. Si no poseemos este entendimiento (el cual es dado por el poder de Dios a todos aquellos que creen), no conoceremos cosa alguna del misterio del evangelio. (vea Efesios 1:17-19; 2 Corintios 4:3-6)

3. Cristo es infinitamente glorioso y muy por encima de toda la creación. Es solamente a través de El que la gloria del Dios invisible es más plenamente conocida por nosotros, y es sólo por El que la imagen de Dios es renovada en nosotros.

4. La fe en Cristo como Aquel que nos revela la gloria de Dios para adorarle y servirle es la raíz de la cual crece toda práctica cristiana. Cualquiera que no tiene esta clase de fe, no puede ser un cristiano verdadero.

A aquellos que esta enseñanza les parezca algo nuevo pero que no son enemigos de la verdad de la gloria de Cristo, les daré los siguientes consejos:

1. El privilegio más grande en esta vida es el de ver la gloria del Padre en toda Su santidad manifestada en Cristo: “Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado” (John 17:3). A menos que usted valore este conocimiento de Él como un gran privilegio, nunca podrá disfrutarlo.

2. El conocimiento de Cristo es un misterio, el cual requiere sabiduría espiritual para entenderse y obtener su valor práctico. La sabiduría humana no nos ayudará del todo; es necesario que seamos enseñados por Dios mismo (vea John 1:12-13; Mateo 16:16-17). Como el artesano tiene que capacitarse en las técnicas de su oficio, también nosotros debemos usar los medios señalados por Dios con el propósito de hacernos creyentes hábiles para esta tarea. La oración ferviente es el principal de estos medios. Ore como Moisés, que Dios le muestre Su gloria. Ore como Pablo: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de El”(Efesios 1:17). Las almas flojas nunca pueden obtener una experiencia de esta gloria, pero para los diligentes, buscarla es su placer.

3. Aprenda de los impíos. ¡Cuán celosos son en perseguir sus deseos pecaminosos y en deleitarse en sus concupiscencias! ¿Seremos perezosos para meditar en aquella gloria de la perfección de Dios, la cual esperamos ver algún día más plenamente?

4. Los cielos declaran la gloria de Dios pero de ellos aprendemos poco de la gloria divina en comparación con el conocimiento que nos es dado en Cristo Jesús. La gente más astuta y los filósofos más grandes están ciegos en comparación con aquellos que son los más pequeños en el reino de Dios pero que conocen la gloria de Cristo. Entonces, lo que realmente deberíamos desear es conocer el poder de esta verdad en nuestros corazones. ¿Realmente deseamos tener el mismo gozo, descanso, deleite y la indescriptible satisfacción de los santos que ya están en el cielo? Nuestro presente conocimiento de la gloria de Cristo es el principio de estas bendiciones y entre más que conozcamos esta gloria, más experimentaremos su poder transformador en nuestras almas. Las cosas espirituales son cada vez más preciosas a aquellos que meditan en ellas y a aquellos que se deleitan caminando en las veredas del amor y la fe.

Tres puntos finales surgen de lo que hemos considerado:

1. Sabemos que la santidad, bondad, amor, gracia, misericordia y poder de Dios son atributos infinitamente gloriosos tal como existen en El. Pero sólo pueden ser realmente apreciados por nosotros cuando tengamos una visión estimulante de estos atributos reflejados para la transformación de nuestras almas. Entonces, los rayos de Su gloria resplandecen hacia nosotros y en nosotros, refrescándonos con un gozo indescriptible. Como el apóstol Pablo exclamó: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios... Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. Y a él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Romanos 11:33-36)

2. Es por medio de Cristo que creemos en Dios (1 Pedro 1:21). Entonces Dios mismo en las perfecciones infinitas de Su naturaleza divina es el objeto final de nuestra fe. Vemos a El el la gloria de sus perfecciones para amarle, adorarle y servirle con todo nuestro corazón, cueste lo que cueste. Pero vemos esta gloria a través de Cristo quien es Dios mismo y el único camino señalado para revelar la gloria de Dios.

3. Cristo es el único camino para poder obtener el conocimiento salvador de Dios. Los grandes pensadores religiosos del mundo andan a tientas en la oscuridad del limitado entendimiento humano. Como un rayo de luz en la oscuridad de la noche ciega los ojos en lugar de iluminarnos el camino, así la luz del conocimiento de Dios en Cristo resplandece sobre los incrédulos en su oscuridad, y a pesar de ello no pueden ver el camino a causa de su incredulidad. “¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? y ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Pero los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:20-24).

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