La espiritualidad puritana y reformada

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Obstáculo # 3: Letargo espiritual. Los tales admiten que, aunque tengan buenas intenciones, su alma es propensa a distraerse de la meditación.

Respuesta: Mateo 11:12 dice que el cielo es la recompensa de “los violentos [que] lo arrebatan”. ¿Por qué eres perezoso para las atenciones espirituales, que pueden producir recompensas eternas, cuando no eres perezoso para atender al trabajo secular de este mundo, que sólo reporta recompensas temporales? “El sueño [espiritual] hará vestir vestidos rotos” (Prov. 23:21). Como dijo Manton: “Es mejor acarrearse males que sufrir males, y estar atados con las cuerdas del deber que con las cadenas de las tinieblas”.424

Obstáculo #4: Placeres y amistades mundanos. Los tales dicen que no quieren ser justos es demasía y, en consecuencia, no desean abandonar los vanos entretenimientos y amigos.

Respuesta: “Los placeres del mundo perturban nuestras almas e incapacitan nuestros cuerpos para los deberes de la meditación… Recuerda esto: la dulzura de la religión es incomparablemente mayor que los placeres del sentido” –escribió Bates–.425

Obstáculo # 5: Adversidad del corazón. Los tales dicen que no les gusta estar atados a una tarea tan difícil. Cargados con la culpa, temen estar a solas con Dios.

Respuesta: “Lava tu conciencia mediante la sincera aplicación de la sangre de Cristo” –aconsejó Manton– y, entonces, átate a los medios de gracia, incluyendo la meditación (Sal. 19:14).426

Las consecuencias de omitir la meditación son serias, advirtió Calamy. Conduce a la dureza de corazón. ¿Por qué hacen tan poca impresión sobre nosotros las promesas y amenazas de Dios? Porque no meditamos en ellas. ¿Por qué somos tan ingratos con Dios por sus bendiciones? ¿Por qué no producen frutos piadosos en nuestras vidas su providencia y aflicciones? ¿Por qué no nos beneficiamos de la Palabra y los sacramentos? ¿Por qué somos tan críticos con los demás? ¿Por qué nos preparamos tan débilmente para la eternidad? ¿No es debido, en gran medida, a nuestra falta de meditación?427

Debemos disciplinarnos para meditar. La mayoría de pastores puritanos lo dijeron. Sin embargo, poca gente en comparación, incluso en tiempos puritanos, vio esto como un deber. “Muchos son turbados” –escribió Baxter– “si omiten un sermón, un ayuno, una oración en público o privado y, sin embargo, nunca se turban por haber omitido la meditación, quizás durante toda su vida hasta este mismo día”.428

Conclusión: la Meditación como Auto-examen

La meditación puritana era más que un particular medio de gracia. Era un método comprensivo de devoción puritana –un arte bíblico, doctrinal, experimental y práctico–. Su teología fue paulina, agustiniana y calvinista. Su temática fue sacada del libro de la Escritura, el libro de la creación y el libro de la conciencia. Como dijo William Bridge: “La meditación es la aplicación vehemente o intensa del alma a alguna cosa, sobre la que la mente del hombre reflexiona, se detiene y se aferra, para su propio provecho y beneficio” que, a su vez, conduce a la gloria de Dios.429

Típicamente, los puritanos concluyeron sus tratados sobre la meditación llamando a los lectores al auto-examen, que consiste en:

(1) Prueba

• ¿Están motivadas tus meditaciones por el ejercicio de una “fe viva”? La verdadera meditación es inseparable del ejercicio de la fe. ¿Meditas alguna vez como describe Samuel Ward?: “Estimula tu alma [en la meditación] para conversar con Cristo. Considera qué promesas y privilegios crees habitualmente y, entonces, piensa en ellos realmente, pásalos por debajo de la lengua, mastícalos hasta que sientas alguna dulzura en el paladar de tu alma. Míralos en conjunto y por separado. Unas veces, reflexiona sobre uno y, otras, sobre otro en mayor profundidad. Esto es lo que el Esposo llama caminar por los jardines y comer de los frutos, que en términos llanos yo llamo usar la fe y vivir por fe”.430

• “¿Producen estos pensamientos espirituales en tu corazón santidad en tu vida? Recuerda: “Estar cansado de los pensamientos de Dios es degenerar en diablos” (cf. Santiago 2:19).431

(2) Corrección o exhortación

• Al incrédulo: Cuando Dios te hizo una criatura racional, ¿pretendía que usases tus pensamientos con propósitos egoístas y pecaminosos? ¿Por qué no está Dios en todos tus pensamientos? “¿No tienen un Dios y un Cristo en que pensar? ¿Y no son la salvación por Él y la gloria eterna dignas de tus pensamientos más escogidos? Tienes suficientes pensamientos y dedicación para otras cosas –para cosas bajunas, para puerilidades–, y ¿por qué no para Dios y la Palabra de Dios?” –preguntó Manton–.432

• Al creyente: Descuidar la meditación debería “ocasionarnos temor y dolor”. ¡Cuán degradante es para Dios cuando volvemos nuestra meditación de Él a objetos pecaminosos! Si el granjero medita sobre su tierra, el médico sobre sus pacientes, el abogado sobre sus casos, el almacenero sobre su mercancía, ¿no deberían los cristianos meditar sobre su Dios y Salvador?433

Los puritanos nos dirían: “Si continúas descuidando la meditación, se apagará o destruirá tu amor por Dios. Se hará desagradable pensar en Dios. Quedarás expuesto al pecado, de modo que lo veas como un placer. Te dejará vulnerable y frágil ante pruebas y tentaciones de toda clase. En resumen, te hará caer de Dios”.434

“Ningún deber santo vendrá a nosotros” –escribió Ranew–: “Nosotros debemos ir a ellos”.435Atendamos a la exhortación de Watson: “Si la has descuidado anteriormente, lamenta tu descuido y comienza ahora a tomar consciencia de ella: enciérrate con Dios (al menos una vez al día) mediante la meditación santa. Asciende esta colina y, cuando hayas alcanzado la cima, verás una perspectiva despejada: Cristo y el cielo ante ti. Permíteme traerte a consideración aquel dicho de Bernardo: ‘Oh santo, ¿no sabes que Cristo tu marido es tímido y no se mostrará familiar en compañía? Retírate mediante la meditación a tu habitación, o al campo, y allí tendrás los abrazos de Cristo’”.436

- 5 -EL USO DIDÁCTICO DE LA LEY

Guárdame de falsedad, tu ley, en gracia habite conmigo; El camino de la fi delidad escojo, Tus preceptos son mi guía.

Me aferro a tu verdad, oh Señor; de la vergüenza líbrame; En alegre obediencia viviré, por la fuerza por ti otorgada.437

La ley de Dios, directa o indirectamente, trata al mundo y la vida de todo individuo. Los teólogos protestantes han escrito mucho sobre las diversas aplicaciones y usos de la ley en la vida de sociedad en general y en las vidas individuales de incrédulos y cristianos. La teología protestante clásica propone un triple uso de la ley: el usus primus (“uso primero”), o uso civil de la ley en la vida y asuntos de estado y sociedad; el usus secundus (“uso segundo”), o uso evangelizador de la ley como maestra del pecado en la experiencia o proceso de conversión a Dios; y el usus tertius (“uso tercero”) o uso didáctico de la ley como regla de una obediencia de gratitud por parte del cristiano.438Es este último o tercer uso de la ley el que inspira la oración del salmista antes citada, pues él sabe que sólo la ley de Dios puede dirigirle mientras se esfuerza por vivir, “en alegre obediencia”, como hijo de Dios.

Este capítulo resume brevemente los dos primeros usos de la ley, para examinar su tercer uso en el contexto apropiado de la santificación, que necesariamente implica una obediencia de gratitud a Dios por su omniabarcadora salvación en Jesucristo. El creyente que es justificado por la sola fe, y se adhiere al principio de la “sola Escritura” (sola scriptura), con gratitud y de todo corazón confiará y obedecerá al Señor. Esta respuesta de obediencia agradecida es analizada en un estudio del mandamiento más controvertido de la ley –santificar el día de reposo–. Todo esto nos capacita para sacar varias conclusiones significantes sobre el cristiano en su relación con el tercer uso de la ley.

Los Tres Usos de la Ley

El uso civil de la ley

El primer uso de la ley es su función en la vida pública, como guía para el magistrado civil, en el cumplimiento de su tarea como ministro de Dios en las cosas pertenecientes al estado. Se requiere del magistrado que premie el bien y castigue el mal (Ro. 13:3-4). Nada puede ser más esencial para esta labor que un patrón fiable de lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Y no se puede encontrar un patrón mejor que la ley de Dios.

Aquí los reformadores protestantes estuvieron en completo acuerdo. Respecto a la restricción del pecado, Martín Lutero escribe en su Lectures on Galatians(3:19): “El primer entendimiento y uso de la ley es restringir a los malvados… Esta restricción cívica es extremadamente necesaria y fue instituida por Dios, tanto por causa de la paz pública como por causa de la preservación de todo, pero especialmente para impedir que el progreso del evangelio fuera entorpecido por los tumultos y sediciones de los hombres salvajes”.439 Juan Calvino conviene con él:

El…cometido de la Ley es que aquéllos que nada sienten de lo que es bueno y justo, sino a la fuerza, al oír las terribles amenazas que en ella se contienen, se repriman al menos por temor de la pena. Y se reprimen, no porque su corazón se sienta interiormente tocado, sino que si se hubiera puesto un freno a sus manos para que no ejecuten la obra externa y contengan dentro se maldad, que de otra manera dejarían desbordarse.440

El uso civil de la ley está profundamente arraigado en las Escrituras (más concretamente en Romanos 13:1-7) y en una doctrina realista de la naturaleza humana caída. La ley nos enseña que los poderes que hay están ordenados por Dios para administrar justicia –justicia que necesariamente incluye ser un terror para los hacedores de iniquidad–. Los poderes que hay llevan la espada; poseen un derecho de castigo divinamente otorgado e incluso, en última instancia, de castigo capital (v. 3-4).

 

El primer uso de la ley, sin embargo, no sólo sirve para impedir que la sociedad se suma en el caos; también sirve para promover la justicia: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracia, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Tim. 2:1-2). Los “poderes superiores” no sólo deben esforzarse por disuadir el mal, sino también por proporcionar un contexto pacífico en el que el evangelio, la piedad y la honestidad puedan prosperar. Este deber obliga al estado –creían los reformados– a preservar ciertos derechos, como libertad de culto, libertad para predicar y libertad para observar el día del Señor.

Las implicaciones del primer uso de la ley para el cristiano son ineludibles. Debe respetar y obedecer al Estado siempre que el Estado no ordene lo que Dios prohíbe o prohíba lo que Dios ordena. En todos los demás casos, la desobediencia civil es ilegítima. Resistir a la autoridad es resistir el mandato de Dios: “Y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Ro. 13:2). Afirmar esto es crucial en nuestro día, en el que incluso los cristianos son propensos a ser arrebatados por un espíritu mundano de rebelión y desprecio a la autoridad. Hemos de oír y atender a lo que escribe Calvino:

El primer deber y obligación de los súbditos para con sus superiores es tener en gran estima y reputación su estado, reconociéndolo como una comisión confiada por Dios; y por esta razón deben honrarlos y reverenciarlos como vicarios y lugartenientes que son de Dios… [Incluso] un hombre perverso e indigno de todo honor, si es revestido de la autoridad pública, tiene en sí, a pesar de todo, la misma dignidad y poder que el Señor por su Palabra ha dado a los ministros de su justicia.441

Por supuesto, esto no implica que el creyente renuncie a su derecho a criticar o incluso condenar la legislación que se desvía de los principios de la Escritura. Lo que quiere decir es que una parte significativa de nuestro “adornar la doctrina de Dios” comprende nuestra voluntaria sujeción a la autoridad legítima en cada esfera de la vida –ya sea en el hogar, la escuela, la Iglesia o el Estado–.

El uso evangélico de la ley442

Ejercida por el Espíritu de Dios, la ley moral también cumple una función crucial en la experiencia de conversión; disciplina, educa, declara culpable, maldice. La ley no sólo expone nuestra pecaminosidad; también nos condena, pronuncia una maldición sobre nosotros, nos declara sujetos a la ira de Dios y los tormentos del infierno. “Maldito todo aquél que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Ga. 3:10). La ley es un duro capataz; no conoce la misericordia; nos aterroriza, nos despoja de toda nuestra justicia y nos conduce al fin de la ley, Jesucristo, que es nuestra única justicia aceptable para con Dios. “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Ga. 3:24). No que la ley misma pueda llevarnos a un conocimiento salvífico de Dios en Cristo; antes bien, el Espíritu Santo usa la ley como un espejo para mostrarnos nuestra impotencia y nuestra culpabilidad, para hacernos esperar sólo en la misericordia e inducir el arrepentimiento, creando y sustentando el sentido de necesidad espiritual del cual nace la fe en Cristo.

Aquí también, Lutero y Calvino ven con los mismos ojos.443Escritos típicos de Lutero son sus comentarios a los Gálatas 2:17:

El uso y objetivo propios de la ley es hacer culpables a quienes están satisfechos y en paz, para que vean que están en peligro de pecado, ira y muerte, para que se aterroricen y desesperen, palideciendo y estremeciéndose ante el ruido de una hoja (Lev. 26:36)… Si la ley es ministro de pecado, se sigue que también es ministro de ira y muerte. Pues, al igual que la ley revela el pecado, también arroja la ira de Dios contra el hombre y lo amenaza de muerte.444

Calvino no es menos intenso:

[La ley] advierte, informa, convence, y por último condena a todo hombre con su propia justicia. Pero cuando se ve forzado a examinar su modo de vivir conforme a la balanza de la Ley de Dios, dejando a un lado las fantasías de una falsa justicia que había concebido por sí mismo, ve que está muy lejos de la verdadera santidad; y, por el contrario, cargado de vicios, de los que creía estar libre… Así que la Ley es como un espejo en el que contemplamos primeramente nuestra debilidad, luego la iniquidad que de ella se deriva, y finalmente la maldición que de ambas procede; exactamente igual que vemos en un espejo los defectos de nuestra cara.445

Este uso de la ley de declarar culpable es también crucial para la santificación del creyente, pues sirve para impedir la resurrección de la auto-justicia –aquella impía auto-justicia que siempre tiende a reafirmarse incluso en el mayor de los santos–. El creyente continúa viviendo bajo la ley como penitencia vitalicia.

Esta función represora de la ley jamás implica que la justificación del creyente sea disminuida o anulada. Desde el momento de la regeneración, su condición ante Dios es segura e irrevocable. Es una nueva creación en Cristo Jesús (2 Co. 5:17). Jamás puede regresar a un estado de condenación ni perder su condición de hijo. No obstante, la ley expone cada día la permanente pobreza de su santificación. Aprende que hay semejante ley en sus miembros que cuando quiere hacer el bien, el mal está presente en él (Ro. 7:21). Debe condenarse reiteradamente, deplorar su miseria y clamar todos los días por nuevas aplicaciones de la sangre de Jesucristo que limpia de todo pecado (Ro. 7:24; 1 Jn. 1:7,9).

El uso didáctico de la ley

El uso tercero o didáctico de la ley dirige la vida diaria del cristiano. En las palabras del Catecismo de Heidelberg, la ley instruye al creyente sobre cómo expresar gratitud a Dios por la liberación de todo su pecado y miseria (Pregunta 2). El tercer uso de la ley es una cuestión que ocupa un rico capítulo de la historia de la doctrina reformada.

• Felipe Melanchthon (1497-1560)

La historia del tercer uso de la ley comienza con Felipe Melanchthon, el colaborador y mano derecha de Lutero. Ya en 1521, Melanchthon había plantado la semilla cuando afirmó que “los creyentes hacen uso del decálogo” para asistirlos en la mortificación de la carne.446En un sentido formal, aumentó el número de funciones o usos de la ley de dos a tres, por primera vez, en una tercera edición de su obra sobre Colosenses publicada en 1534447 –dos años antes de que Calvino produjera la primera edición de su Institución–. Melanchthon argumentó que la ley coerce (primer uso), aterroriza (segundo uso) y requiere obediencia (tercer uso). “La tercera razón para retener el decálogo” –escribe– “es que se requiere obediencia”.448


Felipe Melanchthon

En1534,Melanchthonestabausandolanaturalezaforensedelajustificacióncomobase para establecer la necesidad de las buenas obras en la vida del creyente.449Argumentó que, aunque la primera y principal justicia del creyente es su justificación en Cristo, hay también una segunda justicia –la justicia de una buena conciencia, que, no obstante su imperfección, aún es agradable a Dios, ya que el propio creyente está en Cristo.450La conciencia del creyente, hecha buena por declaración divina, debe continuar usando la ley para agradar a Dios, pues la ley revela la esencia de la voluntad de Dios y proporciona el marco de la obediencia cristiana. Afirmó que esta “buena conciencia” es una “gran y necesaria santa consolación”.451Como Timothy Wengert afirma, sin duda fue animado a enfatizar la conexión entre una buena conciencia y las buenas obras por su deseo de defender a Lutero y otros protestantes de la acusación de que negaban las buenas obras, sin robar, al mismo tiempo, a la conciencia la consolación del evangelio. Melanchthon, así pues, ideó un modo de hablar de la necesidad de obras para el creyente excluyendo su necesidad para la justificación.452Wengert concluye que, argumentando desde la necesidad de saber cómo somos perdonados hasta la necesidad de obedecer a la ley y de saber cómo agrada a Dios esta obediencia, Melanchthon logró colocar la ley y la obediencia en el centro de su teología.453

• Martín Lutero (1483-1546)

A diferencia de Melanchthon, que procedió a codificar el tercer uso de la ley en las ediciones de 1535 y 1555 de su obra cumbre sobre doctrina cristiana,454Lutero jamás vio la necesidad de comprender formalmente un tercer uso de la ley. Los eruditos luteranos, sin embargo, han debatido extensamente si Lutero enseñaba, de hecho, aunque no de nombre, un tercer uso de la ley.455Baste decir que Lutero abogaba que, aunque el cristiano no está “bajo la ley”, esto no debería entenderse como si estuviese “sin la ley”. Para Lutero, el creyente tiene una actitud diferente hacia la ley. La ley no es una obligación, sino un deleite. El creyente es alegremente movido hacia la ley de Dios por el poder del Espíritu. Se conforma a la ley libremente, no por causa de las demandas de la ley, sino por causa de su amor a Dios y su justicia.456Puesto que, en su experiencia, el pesado yugo de la ley es reemplazado por el ligero yugo de Cristo, hacer lo que la ley ordena se convierte en una acción alegre y espontánea. La ley conduce a los pecadores a Cristo, por medio del cual “se convierten en hacedores de la ley”.457 Además, puesto que sigue siendo pecador, el cristiano necesita la ley para dirigir y regular su vida. Así pues, Lutero puede afirmar que la ley que sirve como “palo” (es decir, como vara –segundo uso–) que Dios usa para golpearlo y llevarlo a Cristo, es simultáneamente un “palo” (es decir, un bastón –que Calvino llamaría el tercer uso–) que le asiste para andar la vida cristiana. Este énfasis en la ley como “bastón” es corroborado implícitamente por su exposición de los diez mandamientos en diversos contextos –cada uno de los cuales indica que creía firmemente que la vida cristiana ha de ser regulada por estos mandamientos–.458


Martín Lutero

El interés de Lutero no era negar la santificación ni la ley como norma orientadora para la vida del creyente. Antes bien, deseaba enfatizar que las buenas obras y la obediencia a la ley no pueden, de ninguna manera, hacernos aceptables para con Dios. De ahí que escriba en La libertad cristiana: “Nuestra fe en Cristo no nos libra de las obras, sino de las falsas opiniones con respecto a las obras, es decir, de la necia presunción de que la justificación es adquirida por las obras”. Y en Table Talk: “Quien tiene a Cristo ha cumplido la ley a la perfección, pero quitar la ley totalmente, la cual está impresa en la naturaleza, y escrita en nuestros corazones y llevada en nosotros, es una cosa imposible y en contra de Dios”.459

• Juan Calvino (1509-1564)

Lo que Melanchthon comenzó a desarrollar en la dirección de una justicia agradable a Dios en Cristo, y Lutero dejó un tanto inacabado como acción alegre y “bastón”, Calvino lo elaboró como una doctrina completamente terminada, enseñando que el uso principal de la ley para el creyente es su uso como regla de vida. Aunque Calvino tomó la terminología de Melanchthon, “tercer uso de la ley” (tertius usus legis), y probablemente cosechó material adicional de Martín Bucero,460proporcionó a la doctrina nuevos matices y contenidos, y fue único entre los tempranos reformadores en acentuar que esta tercera función de la ley como norma y guía para el creyente es su uso “propio y principal”.461


Juan Calvino

 

La enseñanza de Calvino sobre el tercer uso de la ley es cristalina. “¿Cuál es la regla de vida que [Dios] nos ha dado?”, pregunta en el Catecismo de Ginebra, y responde: “Su ley”. Más tarde, en el mismo Catecismo escribe:

[La ley] muestra el blanco al que debiéramos apuntar, la meta hacia la que debiéramos correr, para que cada uno de nosotros, conforme a la medida de gracia que le es concedida, se esfuerce por ordenar su vida conforme a la más elevada rectitud y, mediante el constante estudio, siempre esté avanzando más y más.462

Calvino escribió de manera definitiva sobre el tercer uso de la ley ya en 1536, en la primera edición de su Institución de la Religión Cristiana:

Los creyentes…se benefician de la ley porque por ella aprenden más ampliamente cada día cuál es la voluntad del Señor… Es como si un siervo, ya dispuesto con pleno fervor de corazón a encomendarse a su amo, hubiera de examinar y supervisar los caminos de su amo para conformarse y acomodarse a ellos. Además, por mucho que sean estimulados por el Espíritu y deseosos de obedecer a Dios, aún son débiles en la carne, y prefieren servir al pecado antes que a Dios. La ley es a la carne como un látigo a un asno perezoso y repropio, aguijoneándolo, incentivándolo, despertándolo para el trabajo.463

En la última edición de la Institución, completada en 1559, Calvino mantiene lo que escribió en 1536, pero acentúa incluso más clara y positivamente que los creyentes se benefician de la ley de dos maneras: en primer lugar, “es para ellos un excelente instrumento con el cual cada día pueden aprender a conocer mucho mejor cuál es la voluntad de Dios, que tanto anhelan conocer, y con el que poder ser confirmados en el conocimiento de la misma”; en segundo lugar, “por la frecuente meditación de la misma se sentirá movido a obedecer a Dios, y así fortalecido, se apartará del pecado. Pues conviene que los santos se estimulen a sí mismos de esta manera”. Concluye Calvino: “Porque, ¿qué habría menos amable que la Ley, si solamente nos exigiera el cumplimiento del deber con amenazas, llenando nuestras almas de temor? Sobre todo demuestra David, que en la Ley ha conocido él al Mediador, sin el cual no hay placer ni alegría posibles”.464

Esta visión, enormemente positiva, de la ley como norma y guía que alienta al creyente a apegarse a Dios y obedecerlo cada vez con más fervor es en la que Calvino se distancia de Lutero. Para Lutero, la ley en general denota algo negativo y hostil –algo normalmente catalogado en estrecha proximidad al pecado, la muerte o el diablo. El interés dominante de Lutero está en el segundo uso de la ley, aún cuando considera la función de la ley como santificadora del creyente. Para Calvino, como I. John Hesselink observa con acierto, “la ley era vista principalmente como una expresión positiva de la voluntad de Dios… La visión de Calvino podría llamarse deuteronómica, pues para él la ley y el amor no son antitéticos, sino correlativos”.465 Para Calvino, el creyente se esfuerza por seguir la ley de Dios no como un acto de obediencia obligatoria, sino como una respuesta de obediencia agradecida. La ley promueve, bajo el tutelaje del Espíritu, una ética de gratitud en el creyente, que estimula una obediencia amorosa al tiempo que lo previene contra el pecado, de modo que canta con David en el Salmo 19:

Muy perfecta es la ley de Dios,

Que restaura a los que se extravían;

Su testimonio es muy cierto,

Que proclama el camino de la sabiduría.

Los preceptos del Señor son rectos;

De alegría llenan el corazón;

Los mandamientos del Señor son todos puros,

Y una luz muy clara imparten.

El temor de Dios es impoluto

Y siempre durará;

Los estatutos del Señor son verdad

Y la justicia muy pura.

Avisan de los caminos de maldad

Que desagradan al Señor,

Y en guardar su palabra

Hay gran galardón.466

En resumen, para Lutero la ley ayuda al creyente –especialmente en reconocer y confrontar el pecado interior–. Para Calvino, el creyente necesita la ley para guiarlo en un vivir santo que lo lleve a servir a Dios por amor.467

• El Catecismo de Heidelberg (1563)

Finalmente, la visión de Calvino del tercer uso de la ley triunfó en la teología reformada. Una temprana indicación de esta visión fuertemente calvinista de la ley se encuentra en el Catecismo de Heidelberg, compuesto un año o dos antes de la muerte de Calvino. Aunque el Catecismo comienza con un intenso énfasis sobre el uso evangelizador de la ley para conducir a los pecadores a Cristo (Preguntas 3-18), para la sección final se reserva una exhortación detallada sobre las prohibiciones y requerimientos de la ley para el creyente, que enseña “cómo expresaré mi gratitud a Dios” por la liberación en Jesucristo (Preguntas 92-115).468El decálogo proporciona el contenido material para las buenas obras que son hechas en gratitud por la gracia de Dios en su Hijo amado.

• Los Puritanos

Los puritanos continuaron con el énfasis de Calvino sobre la normatividad de la ley para el creyente como regla de vida, y para despertar gratitud sincera, que a su vez promueve genuina libertad antes que libertinaje antinómico.469Por citar sólo algunas de las cientos de fuentes puritanas que hay disponibles sobre estos temas, Anthony Burguess condena a quienes afirman que están por encima de la ley, o que la ley escrita en el corazón mediante la regeneración “hace la ley escrita innecesaria”.470 Típicamente puritana es la afirmación de Thomas Bedford sobre la necesidad de la ley escrita como guía del creyente:

También debe haber otra ley escrita en tablas, para ser leída por el ojo y escuchada por el oído. De otra manera…, ¿cómo estará seguro el propio creyente de que no se desvía del camino recto por donde debiera caminar?... El Espíritu, admito, es el Guía y Maestro del hombre justificado… Pero les enseña…mediante la ley y el testimonio.471

Como resultado de la enseñanza del Espíritu, los cristianos se hacen “amigos” de la ley –observó con astucia Samuel Rutherford–, pues “después de que Cristo ha realizado un acuerdo entre nosotros y la ley, nos deleitamos en caminar en ella por amor a Cristo”.472Este deleite, fundamentado en una sincera gratitud por el evangelio, produce una libertad indecible. Samuel Crooke lo expresó de esta manera: “Del mandamiento, como regla de vida, [los creyentes] no son liberados sino que, por el contrario, están inclinados y dispuestos, por [su] espíritu libre, a obedecerlo voluntariamente. Así pues, para los regenerados es como si la ley se convirtiera en el evangelio, una ley de libertad”.473El Catecismo Mayor de Westminster, compuesto en su mayoría por teólogos puritanos, proporciona el resumen más adecuado de la visión reformada y puritana sobre la relación del creyente con la ley moral:

Pregunta 97: ¿Qué uso especial de la ley moral hay para los regenerados?

Respuesta: Aunque los que son regenerados y creen en Cristo son liberados de la ley moral como un pacto de obras, de manera que por este medio no son ni justificados ni condenados, sin embargo, además de sus usos generales comunes a todos los hombres, tiene un uso especial para mostrarles cuánto están ligados a Cristo por cumplir Él la ley y soportar la maldición de la misma en su lugar y por su bien; y, de este modo, inducirlos a una mayor gratitud, expresándola en un mayor cuidado por conformarse a ella como regla de obediencia.474

Pero ¿cómo funcionan en la práctica real los principios de gratitud de la Reforma cuando el creyente busca obedecer a la ley como regla de vida? A esta pregunta nos acercamos ahora mediante el estudio de un caso particular, que consideramos el mandamiento más controvertido de nuestro día: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo” (Ex. 20:8).

El cuarto mandamiento: el estudio de un caso particular

La santificación del primer día de la semana como el día de reposo ha sido central en el interés de la cristiandad reformada por aplicar la ley moral a la vida cristiana. Si hubo algún grado de ambigüedad entre los reformadores del siglo dieciséis, se desvaneció completamente cuando, a mitad del siglo diecisiete, los teólogos de Westminster se reunieron para escribir su Confesión de Fe (Capítulo 21):

7. Así como es la ley de la naturaleza que en lo general una proporción debida de tiempo se dedique a la adoración de Dios; así en su palabra, por un mandamiento positivo, moral y perpetuo que obliga a todos los hombres en todos los tiempos, Dios ha señalado particularmente un día de cada siete, para que sea guardado como un reposo santo para Él; el cual desde el principio del mundo hasta la resurrección de Cristo, fue el último día de la semana; y desde la resurrección de Cristo fue cambiado al primer día de la semana, al que se le llama en las Escrituras día del Señor y debe ser perpetuado hasta el fin del mundo como el día de reposo cristiano.