La mano del fuego

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Aus der Reihe: Candaya Poesía #14
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La mano del fuego
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Joan Vinyoli


Joan Vinyoli i Pladevall (Barcelona, 1914-1984) es uno de poetas fundamentales de la literatura catalana del siglo XX.

Es autor de una dilatada y amplia obra poética, que fue reconocida con los más prestigiosos premios literarios: Primer desenllaç (1937), De vida i somni (1948), Les hores retrobades (1951),El Callat (1956), Realitats (1963), Tot és ara i res (1970), Encara les paraules (1973) Ara que és tard (1975, Premi de la Crítica Serra d´Or), Vent d’aram (1976, Premi de la Crítica Literària),Llibre d’amic (1977), El griu (1978), Cercles (1980), A hores petites (1981), Cants d’Abelone(1983), Domini màgic (1984) i Passeig d’aniversari (1984, Premi de la Critica de Poesia Catalana, Premio Nacional de Poesía).

A estos quince libros, hay que sumarles sus muy personales traducciones de la poesía de Rainer María Rilke: Versions de Rilke (1984) y, póstumamente, Noves versions de Rilke (1985), poeta que le acompañó siempre y del que Joan Vinyoli aprendió el que, según Jordi LLovet, tal vez sea el propósito esencial de su obra: “alcanzar la voz escondida de lo sublime de las cosas, la naturaleza y los hombres”.

Candaya Poesia, 14

LA MANO DEL FUEGO Antología poética

© Prólogo: Jordi Llavina

© De la traducción: Carlos Vitale

© Herederos de Joan Vinyoli

Primera edición: julio de 2014

© Editorial Candaya S.L.

Camí de l’Arboçar, 4 - Les Gunyoles

08793 Avinyonet del Penedès (Barcelona)

www.candaya.com

facebook.com/edcandaya

Francesc Fernández

Imagen de la cubierta:

Francesc Fernández

BIC: DCF

ISBN: 978-84-18504-20-4

La traducción de este libro ha contado con el apoyo económico del Institut Ramon Llull

Actividad subvencionada por el Ministerio de Cultura y Deporte



Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier procedimiento, sin la previa autorización del editor.

Índice

Prólogo

EL CAMPANAR

EL CAMPANARIO

SOL DAVANT TEU

SOLO ANTE TI

GALL

GALLO

EL MECÀNIC I LA SEVA FAMÍLIA

EL MECÁNICO Y SU FAMILIA

RECORDA

RECUERDA

UNA LÀPIDA

UNA LÁPIDA

CASTANYADA AMB LECTURA DE POEMES I UN MORT D’ACCIDENT

CASTAÑADA CON LECTURA DE POEMAS Y UN MUERTO EN ACCIDENTE

ELS CUCS DE SEDA

LOS GUSANOS DE SEDA

MIRAMAR

MIRAMAR

MATINADA MORADA AMB FÀBRIQUES

MADRUGADA MORADA CON FÁBRICAS

EL GRANER MORAT

EL GRANERO MORADO

DIES AL CAMP

DÍAS EN EL CAMPO

PERFECTAMENT RECORDO

PERFECTAMENTE RECUERDO

PROJECTES DE FELICITAT

PROYECTOS DE FELICIDAD

EL SILENCI DELS MORTS

EL SILENCIO DE LOS MUERTOS

LLIBRE D’AMIC

LIBRO DE AMIGO

EL BANY

EL BAÑO

ERES ON ERES

ESTABAS DONDE ESTABAS

SÓC HOME SOL

SOY HOMBRE SOLO

MAR BRUT

MAR SUCIO

POLLETS

POLLITOS

L’EQUIVALENT

EL EQUIVALENTE

MOT RERA MOT

PALABRA TRAS PALABRA

AUTORETRAT ALS SEIXANTA-CINC ANYS

AUTORRETRATO A LOS SESENTA Y CINCO AÑOS

VINE A MI, DOLÇA MORT

VEN A MÍ, DULCE MUERTE

LA MÀ DEL FOC

LA MANO DEL FUEGO

PAISATGE AMB LLOPS

PAISAJE CON LOBOS

JOC

JUEGO

VESPRE A LA CAFETERIA

ANOCHECER EN LA CAFETERÍA

SENSE MANS

SIN MANOS

ELEGIA A VALLVIDRERA

ELEGÍA DE VALLVIDRERA

Vinyoli, el huésped inexperto de la Tierra

Jordi Llavina

Todo buen lector de poesía tiene su poema fundacional o epifánico. Me refiero a aquel poema que, acaso sin sacarlo de su juvenil ignorancia, le ofreció un atisbo de lucidez o de sabiduría, y que, mucho más que eso, sirvió para inocularle el dulce veneno de la lírica (del que ya jamás, por fortuna, va a curarse). El mío fue “Juego”, de Joan Vinyoli, que en la traducción de Carlos Vitale suena así:

Me he vuelto una bola de billar

de marfil que rueda empujada siempre

por el taco siniestro y, dolorosamente,

topando contra las bandas del rectángulo,

es repelida con seca violencia,

sin parar.

Ya no puedo jugar más, retírame

del fieltro verde, jugador empedernido,

déjame sentir cómo van cayendo las horas,

cómo cesan el ruido y el movimiento,

cómo, inactivo, el marfil se hace cera,

que fundirá, al final, la mano del fuego.

“Juego” es uno de los poemas incluidos en el penúltimo libro del autor, Domini màgic, y el que, gracias al hemistiquio final, da título a la presente antología. Compré ese libro por el poema “Juego”, que me sedujo de un modo en que, hasta la fecha, no me había seducido ningún otro texto (o no, por lo menos, con la misma intensidad). Yo era, en 1984, un chico bastante aplicado, que empezaba a mostrar interés por la literatura. Aún no conocía la teoría de Eliot acerca del correlato objetivo, pero en los versos del barcelonés advertí la maravilla de filosofar sobre la vida humana y tomé conciencia de cuán frágil es, por medio de algo tan cotidiano y, a la vez, tan desconcertante como una bola de billar. Entonces todavía no había leído el célebre poema de Frost sobre los dos modos de consunción: mediante el fuego o mediante el hielo. Entonces todavía no contaba con unos pertrechos literarios con un mínimo de solidez, que me permitieran relacionar textos y autores para mejor penetrar el sentido o el milagro de la poesía. Y, aun así, me sentí cautivado, casi abducido, por el relato metafórico de esa bola sin autonomía, sin libertad ninguna, a la que alguien, desde fuera, propina unos golpes que ya no logran sino enajenar, más si cabe, su conciencia, aislarla del mundo. Se me antojaba un poema terrible y luminoso, y enseguida reparé en que lo nuestro, en tanto que hombres y mujeres de carne y hueso, dotados de lo que comúnmente hemos convenido en denominar alma, no dista demasiado de la inerme condición de un objeto cualquiera: una bola de billar, o cualquier otro objeto de los que acarician la naturaleza de símbolo en la obra poética de nuestro autor: una veleta en forma de gallo, una escafandra, el hacha del leñador, un frasco lleno de cianuro. Un objeto, aclarémoslo, que no vive sino por circunstancias remotas, impulsado por fuerzas que están mucho más allá de nuestro conocimiento y de nuestra experiencia. Al fin y al cabo, tampoco nosotros podemos salir del terreno de juego sin echarlo todo a perder y, en ocasiones, también nosotros nos sentimos tan abrumados por el dolor, tan íntimamente apesadumbrados, que podemos llegar a desear con ardor el fin de nuestros días. Creo que, durante algunas noches, llegué incluso a soñar con esa mano hecha de llamas que abraza (¿puede una mano, en realidad, abrazar?) la bola de marfil hasta convertirla en un puñado de blanda cera, que terminará por derretirse sin dejar rastro. ¿Cómo llaman a eso en el cine? ¿Fundido en negro, verdad?

Joan Vinyoli (1914-1984) es uno de los mayores creadores de la literatura catalana de todos los tiempos, una literatura que arranca en la Edad Media con nombres tan brillantes y universales como el de Ramon Llull, en el siglo XIII, o, dos siglos más tarde, los de Ausiàs March y Joanot Martorell. A finales del siglo XIX y durante todo el XX, la poesía goza, en tierras catalanas, de una espléndida vitalidad, ofreciendo un portentoso abanico de realizaciones –que abarca desde las escuelas de corte más tradicional u ortodoxo a la vanguardia más atrevida–, con nombres que honrarían cualquier literatura nacional, como los de Jacint Verdaguer, Joan Maragall, Maria Antònia Salvà, Joan Alcover, Joan Salvat-Papasseit, Josep Carner, Carles Riba, J. V. Foix, Salvador Espriu o el propio Joan Vinyoli, entre muchos otros.

Nuestro poeta empezó a escribir bajo la influencia del que, durante casi toda la primera mitad del siglo XX, fue, sin lugar a dudas, el gran maestro y mentor de las letras catalanas (una especie de pope –respetado y temido a la vez– para jóvenes y no tan jóvenes): Carles Riba. Ilustre helenista (a él se debe la magnífica traducción al catalán de La Odisea homérica, así como también la de los poemas de Kavafis), el rigor extremo de su talante y la excelencia de su obra de creación y traducción, si es que pueden deslindarse ambos extremos, ejercieron una notable influencia en las generaciones posteriores, levas de cachorros poetas que vieron truncada o, cuando menos, comprometida su ambición literaria e intelectual a causa de la Guerra Civil española. Entre ellos, destacaba un chico autodidacta, tímido y algo huidizo, Joan Vinyoli, huérfano de padre a una edad muy temprana, que habría de ganarse el pan trabajando en la editorial Labor, en Barcelona, y que, ya desde muy jovencito, sintió la llamada de la poesía. Riba lo advirtió enseguida, y se podría decir que lo distinguió con su favor. Y, a pesar de ello, Vinyoli no fue un autor con demasiada fortuna. Vivió siempre un tanto trágicamente su condición de poeta, como quien se siente desgajado, pero no del todo, del tronco que le nutre (el de la creación) porque había que conseguir dinero, el dinero para la vida, pero que, a la par, no puede sino entregarse, una y otra vez, a pesar de los desengaños y de los fracasos, a pesar de las caídas, que también hubo mucho de ello, a su honda vocación de poeta. Y, a excepción del verano, que le permitía dedicarse con mayor aplicación y empeño a su genial actividad, solía hacerlo en los días de asueto, mayormente los domingos.

 

Vinyoli empezó escribiendo una poesía de raíz e intención religiosa, pero se apartó de ella tras la crisis espiritual que le sobrevino. Aun así, no me parece arriesgado afirmar que toda su poesía tiene algo –o quizás más que eso– de religioso, en un sentido profundo, nada superficial. Algo de metafísico, acaso sería más preciso decir. Toda la obra de Joan Vinyoli se propone trascender la mísera condición del hombre, y aunar instancias de nuestra experiencia (quiero decir de nuestra conciencia) que se dirían distintas y hasta opuestas. Tomemos, como ejemplo, uno de los poemitas más conocidos de Llibre d’amic, el número VIII:

Emprendimos un largo, difícil,

peligroso camino. Y amábamos las cosas

–fueran nieve o fango,

rocío o constelación.

Y las hacíamos nuestras gracias

al amor que nos había enseñado cómo apropiárnoslas.

En estos versos se trasluce muy bien ese, a mi modo de ver, hondo sentido religioso de la lírica del autor. Repárese en la condición simbólica de un camino, el de la existencia, que no resulta nada fácil de acometer (largo, difícil, peligroso). Pero, sobre todo, fíjese el lector en ese maravilloso espectro de la vida que se resume en la enumeración nieve-fango-rocío-constelación. Ahí cabe todo: lo puro y lo impuro, lo cosechado a ras de tierra y lo que sólo nuestra mirada puede alcanzar en lo más alto e inaccesible. ¿Y qué es lo que une todo eso? El hilo religioso, sin duda, del amor; ese amor que sirve para adueñarse de las cosas del mundo, para llevárnoslas a nuestro fuero interno, de un modo quizás más profundo y más real.

Constituye una especie de lugar común en los estudios sobre el poeta el considerar que, en su obra, se distinguen principalmente dos grandes líneas: la de raigambre religiosa o trascendental, órfica incluso, que arranca de cierta tradición postsimbolista, y la de carácter más realista o social. Bien es verdad que, a partir del libro Realitats (1963), Vinyoli decide escribir “poesías concretas”, un tanto disgustado por la escasa recepción de su obra hasta ese momento, a la vez que, quizás, algo confundido por los vientos de la moda, que en nada favorecían su propuesta estética intemporal (y, por lo tanto, eterna). Pero ni esas nuevas poesías tenían una concreción que pudiera complacer a los propagandistas del realismo crítico, ni la propuesta digamos más espiritual o metafísica alcanza vuelos tan alejados, tan encumbrados, para que, de vez en cuando, su verbo no pueda o deba tomar tierra, lo que sí hace, y con frecuencia. Está claro que hay una diferencia de concepción entre el libro que ilustra, por encima de todos, esa sedicente primera línea, El Callat, y otro como el citado Realitats, que se alinearía con la segunda. Pero, cada vez más, tengo la impresión de que la poesía de Vinyoli no admite deslindes demasiado nítidos. Cada vez más, me parece una obra de una gran coherencia, con poderosos rasgos estilísticos que están en todos sus libros, desde los dos iniciales, Primer desenllaç y De vida i somni, todavía algo vacilantes, algo aferrados a dicciones próximas al llamado Noucentisme –un importante movimiento que se desarrolló en Cataluña a inicios del siglo XX, y que tuvo en Josep Carner y Eugeni d’Ors a sus dos principales capitanes–, hasta los dos últimos, Domini màgic y Passeig d’aniversari, que habrían de nacer casi inopinadamente, cuando el poeta, prematuramente viejo y cansado, ya no contaba con retomar su vocación poética. Coherencia, sí: Vinyoli acuña determinadas expresiones simbólicas (“viento de cobre” o “dominio mágico”, que titularían sendos poemarios del autor, son quizás dos de las más destacadas, pero hay muchas más) presentes a lo largo de toda su trayectoria. Vinyoli construyó una obra de una impresionante congruencia y firmeza, tal vez porque, a pesar del carácter dubitativo del hombre, falto de afecto crítico, a pesar de su extrema necesidad de ser respaldado y querido por un público lector que en ese momento no existía en el país (o no, por lo menos, en la proporción que requería su extraordinario talento), a pesar de todo ello, dicha obra se había levantado sobre unos cimientos sólidos, severamente trabados, hechos, como los de las grandes catedrales, para hacer perdurar en el tiempo la soberbia edificación artística que es su poesía.