Amor por amor

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Aus der Reihe: Minimalia erótica #192
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Amor por amor
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Primera edición, octubre de 2003


Director de la colección: Alejandro Zenker

Coordinadora de la colección: Ivonne Gutiérrez Obregón

Cuidado editorial: Elizabeth González

Coordinadora de producción: Beatriz Hernández

Coordinadora de edición digital: Itzbe Rodríguez Ciurana

Diseño de portada: Luis Rodríguez


Fotografía de interiores y portada: Alejandro Zenker

Modelo: Leda Rendón


Este texto apareció en el libro Estética de lo obsceno (Exploraciones pornotópicas), que publicaron las universidades de Querétaro y del Estado de México (1983, 1984 y 1989); está incluido en la reedición corregida y aumentada de la Coordinación General de Difusión Cultural, Dirección de Literatura, de la UNAM (2003), que preparé con el patrocinio del Fonca, Programa Nacional de Creadores de Arte, Conaculta.


© 2003, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.

Calle 2 núm. 21, San Pedro de los Pinos

Teléfono y fax (conmutador): 5515-1657

solar@solareditores.com

www.solareditores.com

www.edicionesdelermitano.com


ISBN 978-607-8312-28-3

Hecho en México


In memoriam Inés Arredondo

“En este mundo de los cuerpos no hay amor espiritual; tú mismo no puedes soportarlo; tampoco yo tal vez”, así escribía un tal “Anatole” a Leopold von Sacher-Masoch para decirle adiós, decepcionado de la debilidad del escritor, que pedía cercanía corporal. Durante meses “Anatole” le había dicho al autor de El legado de Caín y de El amor de Platón que sólo buscaba “amor por amor”. ¿Quién era “Anatole”? ¿Quién era Masoch?


Todo lo cuenta Wanda, la esposa de Sacher-Masoch, en su libro Confesión de mi vida (traducido por Amanda Forns de Gioia para el editor argentino Rodolfo Alonso). Y precisamente por unas cartas, escritas en el tono con que las escribiría la Venus de las pieles, por la señora de K. —clienta de la costurera Wanda, la mejor para hacer guantes a la medida—, pero también cartas escritas en falso, en broma, se había conocido la poco después pareja de esposos Sacher-Masoch. Wanda fue, en nombre de la señora de K., a entrevistarse con Sacher-Masoch para devolver y recoger las cartas comprometedoras. Todo sucedió a la luz de un farol, en una calle de Graz, y el escritor se había enamorado de la costurera… creyéndola en su fantasía dama altísima. Se cartearon, Leopold le pidió a Wanda que le enviase algunas páginas de literatura escritas por ella; Wanda lo hizo y las vio publicadas aquí y allá en revistas de prestigio intelectual, al lado de los relatos de Sacher-Masoch. Finalmente, una neumonía del escritor había logrado el milagro: Wanda, vestida elegantemente, lo fue a ver y no se separaron más.


“Mi corazón y mi espíritu están llenos por igual de usted. No sé nada acerca suyo; no sé quién es, no he visto su rostro; y sin embargo de usted emana una fuerza misteriosa a la que no puedo resistir, como no se puede resistir a una fuerza de la naturaleza. Mi vida le pertenece; haga de ella lo que quiera.” Quien hizo lo que quiso fue obviamente Leopold con Wanda, de quien “su felicidad personal y su destino como escritor dependieron en adelante”. Ante todo le regaló pieles, botas y, más tarde, látigos, de muchas puntas, con garfios, anzuelos y clavos doblados para mejor azotarlo: “No soy nada, tú lo eres todo. Mírame postrado ante ti; pisotéame y seré feliz con tal que me toque tu pie.”


A Wanda le gustaban las pieles kazabaikas azules, las martas y armiños. Masoch entró en un periodo de felicidad y de gran producción literaria; la Revue des Deux Mondes se encargó de pregonar su fama por el mundo entero. Marcharon a Viena, en donde se escenificó El hombre sin prejuicios de Masoch y donde le ofrecieron trabajo en un diario. Wanda da a luz ahí, mientras la peste llena carretas y carretas de muertos y mientras Leopold —aterrado— lo contempla todo por la ventana. El niño muere sin que Leopold acabe de darse cuenta completa de nada.

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