Buch lesen: «Abraham hace camino al andar»
© Hernán Cardona Ramírez, SDB.
© Memo Ánjel
© Pontificia Universidad Javeriana
© Editorial Universidad Pontificia Bolivariana
Vigilada Mineducación
Abraham hace camino al andar
ISBN: 978-958-764-828-7
ISBN: 978-958-764-845-4 (versión e-pub)
Primera edición, abril de 2020
Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades
Centro de Humanidades
CIDI. Grupo: TRYC Proyecto: Diversidad, pensamiento y sentido del papel de las construcciones simbólicas en la revolución intercultural del siglo XXI.
Radicado: 136C-05/18-14
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Radicado: 1914-06-11-19
922
C268
Cardona, Hernán, autor
Abraham hace camino al andar / autores Hernán Cardona y Memo
Ánjel -- Medellín: UPB, 2020
189 p., 14 x 23 cm – (Colección Humanidades)
ISBN: 978-958-764-828-7 / 978-958-764-845-4 (versión e-pub)
1. Abraham – Crítica e interpretación – 2. Exégesis bíblica – I. Ánjel, Memo, autor – II. Título – (Serie)
CO-MdUPB / spa / RDA
SCDD 21 / Cutter-Sanborn
Gran Canciller P.
Arturo Sosa Abascal, S.J.
Vice-Gran Canciller Rector de la Universidad
P. Jorge Humberto Peláez Piedrahíta, S.J.
Facultad de TeologíaDecano de Facultad Víctor Martínez, S.J.
Directora y Editora Jefe
Edith González Bernal
Prohibida la reproducción total o parcial, en cualquier medio o para cualquier propósito sin la autorización escrita de la Editorial Universidad Pontificia Bolivariana y la Pontificia Universidad Javeriana.
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Contenido
Prólogo
Ve hacia ti mismo
Abraham en la tentación
La alegría y la bendición de Abraham
Sara y Abraham
La falta de hospitalidad
Abraham y Melquisedec
Abraham como maestro
Abraham y Ulises
Abraham y Egipto
Epílogo
Bibliografía
Notas al pie
Prólogo
Este trabajo de investigación, en el contexto de los retos de la interculturalidad y el diálogo entre las religiones del “Proyecto diversidad, pensamiento y sentido: el papel de las construcciones simbólicas en la revolución intercultural del siglo XXI”, del Grupo Teología, Religión y Cultura (CIDI 2018), quiere provocar una reflexión sobre las propuestas actuales para las religiones, para las experiencias de la fe, para el encuentro con la divinidad, para tender puentes, dialogar con altura, sin pretender imponer el propio punto de vista y con la intención, esto sí, de dar testimonio de un camino en el cual el intercambio con el otro, sea hermano, amigo, interlocutor o, aun, aparente enemigo, nos ayude a todos a crecer como seres humanos y a apropiarnos de valores capaces de dejarnos vivir1.
Con Memo Ánjel hemos compartido a dos voces, judía y católica, una conversación sobre los Salmos (Tehilim), otra sobre la encíclica Laudato si’ y los comienzos del libro del Génesis, y ahora, con alegría y esperanza, una tercera, esta vez sobre Abraham. En la academia hemos podido intercambiar pareceres y opiniones; en ella nos sentimos más humanos, más hermanos y más capaces de vivir nuestra propia fe dentro de un amplio y revelador horizonte.
De acuerdo con el texto bíblico, Abraham obedece y solo en el último momento Dios interviene e impide al patriarca sacrificar al mismo tiempo al hijo y a su futuro. En otros episodios, en cambio, el padre de los creyentes asoma más pusilánime. Por ejemplo, en dos oportunidades le pide a Sara, su esposa, hacerse pasar como su hermana porque teme ser asesinado (Gn 12,10-20; 20,1-17). En otras dos ocasiones, Abraham le obedece a Sara, su mujer, quien le pide enviar fuera de casa a Agar, con su hijo Ismael, porque ambas mujeres se han levantado como rivales y enemigas (Gn 16; Gn 21).
Por lo tanto, en la vida y en la historia de Abraham hallamos aspectos y escenas marcadas por el contraste y la oposición. Así son las aventuras de los seres humanos, contradictorias, con sus lances ideales, con sus vacilaciones y sus andanzas dubitativas.
Conocemos intentos para presentar a Abraham como un “modelo” de nuevas generaciones, las cuales harán de la Torá de Israel una “patria portátil”, según la expresión del poeta Heinrich Heine, nacido en el seno de una familia judía ortodoxa, en Alemania (siglo XVIII)2. Abraham, como un creyente paradigmático, incluso es alabado por el mismo Señor: “Porque él [Abraham] obedeció a mi voz y observó cuanto le ordené: mis mandatos, mis estatutos, y mis leyes” (Gn 26,5).
En el mundo hebreo, Abraham, como uno de los protagonistas de la historia de este pueblo, ha tenido un inmenso éxito. Con mucha frecuencia ha sido idealizado porque, como padre, él debe abrir todos los senderos que han de seguir después sus descendientes. Una frase del rabino español Nahmánides (1194-1270) resume bastante bien el espíritu de la tradición hebrea: “Todo cuanto le sucede al padre les sucede también a los hijos”3. En el proceso de relectura, la figura paradigmática de Abraham pierde quizá en espesor humano aquello que gana en altura moral, y el resultado, incluso, es fascinante.
El Nuevo Testamento, primero, y el mundo cristiano, después, buscarán profundizar por su cuenta algunos rasgos de Abraham. El patriarca será, en la vida de los primeros cristianos, un ejemplo para seguir. Será también, como en la tradición hebrea posterior, el “padre” que acoge a los creyentes en el Reino de los cielos. Pero quizá uno de los aspectos más originales esté en las epístolas de Pablo de Tarso, quien ve en Abraham al primer creyente, aquel que, antes de ser circuncidado, tuvo fe en Dios, llegando a ser así, según Pablo, padre de todos los creyentes, circuncisos e incircuncisos.
Para el pensamiento del mundo antiguo, cuanto va primero en el tiempo es siempre más importante, si se compara con lo que sigue. La fe de Abraham (Gn 15,6) precede, en el relato bíblico, a su circuncisión (Gn 17) y, por lo tanto, esta fe del patriarca en Dios es anterior y superior a la circuncisión. Abraham, todavía en el relato bíblico, es anterior a la figura de Moisés y al don de la Torá en el monte Sinaí. Por este mismo motivo de “antigüedad”, la fe es, siempre siguiendo a Pablo, superior a la observancia de la Torá.
En el contexto global del islam es posible encontrar un fenómeno similar, sobre todo en dos aspectos principales. Por un lado, Abraham como persona le permite al mundo musulmán escapar de las controversias que confrontan a los judíos y a los cristianos sobre el valor respectivo o de Moisés o de Jesús de Nazaret: “Abraham es más antiguo y anterior a ambos”. De hecho, la religión musulmana se define a sí misma como “la religión de Abraham” (millat Ibrahim)4.
En segundo lugar, para el islam, la experiencia fundamental de Abraham se apoya en su “descubrimiento” de un Dios único. Esta conversión, de la cual también encontramos algunas huellas en las tradiciones hebreas más allá de la misma Biblia, está en la tradición musulmana, en el momento original de la migración de Abraham desde Mesopotamia hacia la tierra de la promesa. Después, Abraham construirá con su hijo Ismael la Ka’ba de La Mecca.
En síntesis, Abraham tiene muchos rostros, los cuales se revelan en las diversas tradiciones que lo asumen como “padre”. Pero hay otra dimensión, quizá más importante, aquella del esfuerzo constante de relectura y de actualización que cada tradición nos ofrece en el curso de la historia. De esta manera, Abraham es al mismo tiempo una riqueza para explorar, un texto para la exégesis y un reto para reflexionar y para orar. En este contexto, Abraham, Sara y todas sus historias siguen vigentes, están vivos y hacen vibrar nuestros propios entornos. Este dinamismo se recoge bastante bien en el título: Abraham hace camino al andar.
Ve hacia ti mismo
P. Hernán
Las narraciones sobre Abraham en el libro bíblico del Génesis comienzan con un llamado: “Ve hacia ti mismo”1 (Gn 12,1) y se acercan al final con la misma frase: “Ve hacia ti mismo” (Gn 22,2)2. En el primer caso, se une a la orden de dejar su tierra, su patria, la casa de su padre, arrancarse de sus raíces, de sus orígenes, romper con el pasado. En el segundo caso, se le pide a Abraham sacrificar a su hijo Isaac, renunciar a la promesa divina, a su futuro3.
En ambas ocasiones, tanto al inicio de su peregrinación desde Mesopotamia a la tierra de Canaán como al final de su vida, en este último territorio, Abraham “partió sin saber para dónde iba” (Hb 11,8); en Gn 12,1 partió hacia una tierra, en Gn 22,2 hacia un monte; y en las dos ocasiones los lugares precisos y las circunstancias concomitantes le serán reveladas mucho más tarde. “De un extremo al otro en la historia de los relatos de Abraham, él va sin un norte fijo, desorientado” (Midrash Rabbà)4.
Abraham debe comenzar cada vez de nuevo, ponerse en camino hacia lo desconocido, renunciar a las garantías y seguridades del pasado, a las promesas del futuro, desde el comienzo de su faena con el Señor hasta el final de la vida5. Esta es la desorientación de la cual habla el Midrash: embarcados hacia una realidad de la cual poco o nada se conoce6. Hacia la tierra, pero ¿cuál tierra? Hacia un lugar que no es ningún lugar, una tierra que no es tierra. El viaje es una aventura de nunca acabar y tal vez por ese motivo no es tan diáfano “el lugar”.
La tierra en realidad no es tierra propia, deberá comprar un campo, es y será siempre “una tierra de paso”, va a residir en esa tierra como forastero. ¿Cómo traducir esa expresión hebrea lek leka de Gn 12,1? Si tomamos palabra por palabra sería “ve a ti”, a ti mismo, vete, váyase. Te conviene caminar, es mejor partir.
Quizá la expresión hebrea permite también traducir “ponte en movimiento hacia ti mismo”7. De ordinario, la búsqueda del Señor, en la Biblia, es a la vez una búsqueda de sí mismo, es decir, de la identidad personal en la comunidad. Ambas son unas búsquedas inagotables. Abraham nos regala un dato: él no se instala para siempre en un único lugar, parece no soportar la monotonía; está siempre en movimiento porque se orienta hacia el Señor y hacia “sí”, hacia el más allá dentro de la historia.
Esta decisión forja en Abraham el itinerario de una búsqueda constante, como si fuera más importante degustar el camino, la aventura, la marcha diaria que el destino hacia el cual se dirige (hacer camino al andar). Abraham es consciente de cada paso8, no le importa mucho el lugar final porque disfruta cuanto hace a lo largo del camino. Estamos de camino y el destino es desconocido: por esa razón la atención se centra en el cómo ponerse en camino9.
¿Cómo comienza Abraham? Según el libro del Génesis, estamos delante de un hecho, si no escandaloso, sí muy sorprendente. El patriarca comenzó tarde, quizá muy tarde, “Abraham tenía setenta y cinco años” (Gn 12,4). No se termina antes de comenzar. Nuestro héroe es capaz de ponerse en camino incluso cuando parece terminar su vida. Por esto sorprende mucho más que él no sepa a dónde lo conduce aquel camino, aunque sí sabe cómo obrar durante la caminata.
Dios lanza a Abraham hacia una aventura de la cual él no conoce su meta, mientras las sombras del crepúsculo se alargan sobre su existencia (Gn 12,1-3). A esa edad (75 años), la mayoría de los protagonistas bíblicos han terminado sus labores10. A esa edad, Jacob hacía rato había regresado de su estancia al lado de su tío Labán, era padre de una numerosa familia y rico, dueño de muchos esclavos, esclavas y animales (Gn 40,43)11. A esa edad, José era gobernador de Egipto y había salvado a su familia de la carestía. David ya había muerto después de ser rey a los 30 años y de reinar por 40 (2S 5,4-5; 1R 2,11). Salomón ya había construido el Templo de Jerusalén y varios palacios. Solo Moisés contemporiza con Abraham, pues según Ex 7,7, el hombre de Dios tenía 80 años cuando Dios lo llamó a liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto12.
Abraham tiene 75 años cuando parte desde Harán hacia la tierra de la promesa (Gn 12,4). Luego de 10 años en la tierra de Canaán, Sara, siempre estéril, le propone tomar como segunda esposa a su sierva Agar (Gn 16,3). El patriarca tendrá 86 años cuando nace Ismael, su hijo de Agar (Gn 16,16)13. Tendrá 99 cuando Dios le anuncie el nacimiento de un hijo con Sara y le pida circuncidarlo (Gn 17,1). Y tendrá 100 años cuando nazca Isaac (Gn 21,5). El nacimiento de su hijo tiene lugar 25 años después de su partida hacia la tierra de la promesa14. El patriarca muere de 175 años (Gn 25,7), es decir, 100 después de haber dejado su tierra para asentarse en Canaán. La unidad de base es el número 100, con sus submúltiplos 25 y 10. Quizá por esa razón, en el relato los datos más importantes tienen cifras redondas. Todo parece intencional para subrayar la importancia de los eventos más significativos de la vida del patriarca15.
El itinerario de Abraham está lejos de ser un movimiento sin incomodidades desde una estancia tranquila hacia otra confortable. Más bien, la “biografía” de Abraham, a partir de Gn 12,1-3, es bastante agitada tanto como aquellas de héroes más jóvenes como Jacob o David16. Abraham, ya en edad avanzada, vive una serie de experiencias o de pruebas más apropiadas para los jóvenes. Se verifica, por ejemplo, en dos sectores importantes: el anciano Abraham busca una tierra (una casa, diríamos hoy) y debe hallar un heredero, pues no tiene descendencia (Gn 11,30). Abraham es el varón del camino cotidiano.
Por el camino encontramos rostros, signos, hechos concretos capaces de suscitar no solo nuestra atención, también la preocupación y nuestra responsabilidad. Estar despiertos para asumir los desafíos del camino, de quienes comparten con nosotros la vida, hace de Abraham y de nosotros personas del amanecer. Nos despertamos pronto cada día para afrontar con responsabilidad las fatigas de cada jornada. Abraham comienza siempre de nuevo cada mañana. él está siempre dispuesto a volver a iniciar. ¿Tenemos la fuerza de levantarnos pronto, como Abraham, cada mañana?
Memo
¿Cuánto vive un hombre? Depende de lo que viva, de los hechos que afronte, de las cosas que haga y de la conciencia que tenga a cada paso que dé. No es, entonces, una suma de días y de noches, de soles y de lunas, sino de acontecimientos y revelaciones. Así, Abram (su nombre antes de la alianza con el Señor) que sale de una Ur (ciudad en caldeo) no es un hombre de años, sino de acciones, de encuentros consigo mismo y de relaciones con la creación, es decir, lo que existe debido a que es lo que es y no otra cosa. Y en esa creación con la que entra en contacto aparecen las palabras: vete a ti mismo, tú eres el lugar y tú serás en la tierra que habites, siendo la tierra misma17.
David Le Bretón, en El elogio del caminar, asume una posición abrámica: se camina para encontrarse consigo mismo y, en este andar, uno es en las respuestas que encuentra, en los asuntos que lo confrontan y, en consecuencia, en la creación que aparece18. Diría, entonces, que Abram, quien luego será Abraham (el padre de pueblos), camina para salir al encuentro. Y en este encuentro deja lo que lo disminuye (escapa de los dioses de barro que vendía su padre, Téraj) y se amplía en lo que recibe de la inmensidad, y no son elementos tangibles, sino entendimiento de la razón del mundo. Es una pregunta y por eso el Midrash se ocupa de decirnos quién es Abram mientras camina y existe19.
El Midrash, según Jaime Barylko, el pensador judeo-argentino, es un libro que enseña a preguntar20. Su contenido no es una verdad, sino la pregunta que hay que hacerse sobre lo que hay y no cambia (la Torá es inmutable, dice Maimónides), pero que responde a cada tiempo cuando la pregunta es acertada21. Desde este punto de vista, Abram es un yo, es lo mínimo para existir, pero que se amplía y con él el mundo por el que camina. Es un yo-preguntante (valga la expresión), lo que, en términos de Martín Buber, le permite encontrar un tú y, en él, una respuesta que a su vez produce una pregunta22. Ya en la pequeña filosofía de Azorín (José Martínez Ruiz), Abraham es un hombre que otea, mira a lo lejos y sale al encuentro de eso que ve, que es la magnitud de la creación23, su yo-mismo haciéndose en el caminar, que es un avanzar dejando atrás lo que ya se sabe, lo que empuja para saber más, cuestionarse sobre lo anterior y lograr un saber (un fundamento) necesario para entrar en el misterio.
Abram no sabe para dónde va, eso es claro. ¿Sabe la vida para dónde va? En los tiempos que vivimos, de soberbia y tecnociencia, hablamos de prospectiva y megatendencias, previendo lo que será el futuro y empecinados en que así sea. Y vamos hacia él aferrados de los datos que tenemos, como si no hubiera más certeza y habitáramos ya el final de la historia, esclavos del conocimiento positivo logrado24. Abram miraría con curiosidad esta situación. él es un hombre libre y por eso camina sin una dirección. La realidad le dará las direcciones, la tierra lo que pisa y las preguntas lo que necesita tener claro. Abraham es el Midrash mismo, la pregunta sobre lo inmutable (la creación está completa), un errante que va con su gente y su ganado cambiando de posición cada vez que se detiene25. Si algo cambia de posición, las condiciones cambian, dicen los rabinos, y el mundo es otro desde ahí.
Cuando Abram camina, deja tras de sí su primera historia, la que llevó al lado de su padre y sus hermanos. Y según los datos que proporciona Bereshit26, Abram se aleja de la idolatría, de los fabricantes de dioses, del horno que no transforma, sino que repite formas que representan miedos, fantasías, amuletos. Y como relata Lion Feuchtwanger en su novela La hija de Jefté, en ese mundo de la idolatría hombres y mujeres se protegen de lo que no entienden dotando de valor a lo que no tiene valor27. Y en eso sin valor la creación desaparece como dadora. Lo mismo dirá Thomas Mann en el primer libro de su tetralogía José y sus hermanos, donde hace un análisis del mito y de cómo, esclavizados a la imaginación, no hay elección, sino servidumbre, frente a figuras que no viven y que, en cambio, representan sueños vanos, luchas humanas que dañan28.
Claro que Abram, que ha partido de la Ur con su familia, siervos y ganados, no huye, no corre, solo camina. Y en este caminar se va despojando de todo aquello que le impide ser hombre: es como comenzar a tallar una piedra hasta no encontrar en ella más que su espíritu, lo invisible que le da un lugar en condición de relación y no de fin. En ese caminar, la piedra es un indicativo, no un dios, solo una señal de lo bueno que se ha encontrado en el camino, que son los límites: hasta dónde se ha llegado y en qué condiciones de entendimiento29. Caminar es avanzar, pero también es detenerse para hacer un balance. Se camina para reflexionar, mirando adelante y encontrando nuevas palabras. Se nombra el horizonte construyéndolo. “Hay más, hay más”, podría decir Abram. Sus ojos se lo dicen, sus pasos se lo acercan. Y lo pronuncia (no lo piensa) para que la palabra nueva tome cuerpo y exista. Así, es un descubridor de la Creación y un buscador del sentido de todo esto que descubre, que tiene que ver con la vida y la fundación de un mundo nuevo, no propicio para los ídolos y sí para la inteligencia: intus-legere, leer al interior. Davar, donde la palabra es cosa y a la vez existencia con sentido, lo que la hace parte de la cadena del entender30.
Abram camina, su territorio es la tierra de la que come y bebe (igual que su ganado), de la que aprende y se maravilla, de la que tiene nombres y, al hilarlos, va asimilando lo creado en la medida en que entiende a D’s, que es la razón del caminar, del moverse, del tiempo, de las estrellas tantas que hay en el cielo. Camina para encontrarse con la fuerza de las fuerzas y el tiempo de los tiempos. El verbo hebreo letayeyl, que significa moverse, por gematría (la acción de vida) da Torá, así que Abram camina hacia la Torá, las instrucciones para vivir31. Por eso no toma una dirección dada, sino que la dirección la da el moverse y, al hacerlo, admitir la creación de los cielos y la tierra. Al caminar, va hacia los fundamentos. No en vano Abram (Abraham, después) es el mito fundacional del judaísmo: la cultura que camina y cree en la vida como oportunidad32. En su libro Breve historia del judaísmo, el historiador Michael Brenner plantea lo judío en el ir, el desplazarse, en la errancia necesaria para ser en la tierra y frente a los cielos.